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El Santuario de Machu Picchu, una de las siete maravillas del mundo moderno, cuenta con más

de 600 años de historia, pero sólo a comienzos del siglo XX se difundió su existencia, cuando el
explorador estadounidense Hiram Bingham publicó el hallazgo de las ruinas incaicas en la revista
de la National Geographic.

Machu Picchu, ciudadela construida durante la época del Imperio Inca, significa “montaña vieja”
y es considerada una de las obras maestras más importantes para Perú y la región andina por su
arquitectura, trabajo de ingeniería y valor arqueológico.

Ubicada en la provincia de Urubamba, a 130 kilómetros al noroeste de Cuzco, en la cresta del


cerro Machu Picchu, sus creadores supieron reunir piedras y encajarlas armoniosamente en
declives montañosos a 2438 metros sobre el nivel del mar.

Una ciudad de piedra construida en lo alto de un istmo sometida a constantes terremotos y a


copiosas lluvias supone un reto para cualquier constructor. El secreto de la longevidad de Machu
Picchu deriva del sistema de drenaje con 129 canales que conducían el agua hacia un foso
principal lo cual impidió que todo el complejo se desmoronara con el transcurso del tiempo.

Según las diferentes investigaciones, Picchu no fue ideada como fortaleza militar. Era un centro
de residencia privado, un lugar de descanso para la nobleza y santuario religioso. Los caminos
de acceso eran prohibidos para el común de la población y su ubicación era un secreto militar.
Los profundos barrancos y agrestes montañas fueron la mejor defensa natural contra el embate
directo y destructivo de los conquistadores, destacó el arqueólogo cuzqueño Alfredo
Mormontoy, durante las celebraciones del centenario del descubrimiento de la ciudadela. Se
cree que sus habitantes fueron desterrados luego de la captura y muerte del último inca rebelde
Tupac Amaru I en 1572.

Historia de un “descubrimiento”

Las primeras referencias sobre visitantes en las ruinas de Machu Picchu indican que Agustín
Lizárraga, arrendatario cuzqueño, llegó al santuario el 14 de julio de 1902 guiando a sus
compatriotas Gabino Sánchez, Enrique Palma y Justo Ochoa, quienes dejaron un graffiti con sus
nombres en un muro del Templo de las Tres Ventanas. Además, existen informaciones que
sugieren que Lizárraga había mostrado las construcciones a distintos visitantes desde 1894.

Por su parte, Bingham, profesor norteamericano de historia interesado en encontrar los últimos
reductos incas de Vilcabamba, llegó a Machu Picchu el 24 de julio de 1911 guiado por Melchor
Arteaga, otro arrendatario peruano y acompañado por un sargento de la guardia civil peruana.
Al llegar al lugar encontraron a dos familias de campesinos, los Recharte y los Álvarez, quienes
vivían allí y usaban los andenes del sur de las ruinas para cultivar y hasta bebían el agua de un
canal inca que aún funcionaba. Fue el niño llamado Pablo Recharte quien guió a Bingham hacia
la “zona urbana” que estaba cubierta por la maleza.

Si bien es claro que Bingham no descubrió Machu Picchu

en el sentido estricto de la palabra, porque no se puede descubrir algo que nunca estuvo
perdido, es indudable que tuvo el mérito de ser la primera persona en reconocer la importancia
de las ruinas, estudiarlas científicamente con un equipo multidisciplinario y divulgar sus
hallazgos gracias al auspicio de la Universidad de Yale, la National Geographic Society y el
gobierno peruano.

El investigador norteamericano sustrajo del lugar unas 50.000 piezas arqueológicas entre restos
óseos, momias y objetos decorativos realizados en cerámica y diversos metales. Todos los
elementos fueron llevados al Museo de la Universidad de Yale, y si bien son reclamados por Perú
desde hace varias décadas, recién en abril del 2011 se logró repatriar el primer lote. Se cree
también que entre los objetos estarían incluidas algunas joyas del tesoro Inca, sin embargo,
nunca fueron halladas.

Sin embargo, en 2011, la UNESCO estuvo a punto de incluir al santuario en la lista de sitios en
peligro debido al paso de la inmensa cantidad de turistas que lo visitan diariamente. Ricardo
Vega Llona, presidente de la comisión organizadora de los festejos por los cien años, señaló que
se trata de una ciudadela difícil, con una sola entrada; el turista sólo ve unas 35 hectáreas cuando
el santuario ocuparía más de 40.000.

Con la tradicional ceremonia incaica del Tinkay, el saludo del inca Pachacútec junto a un grupo
de danzantes, dieron inicio a los festejos por el centenario del “descubrimiento científico” de
Machu Picchu. El 7 de julio pasado más de 850 turistas disfrutaron de distintas actividades y
expresiones culturales que se realizaron en la zona de las terrazas agrícolas (se preservó la parte
de los templos y recintos para provocar el menor impacto sobre las ruinas). Así, la ciudad sagrada
de los Incas revivió su historia con un espectáculo de luz y sonido ante la mirada del planeta.

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