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Sobre Educación, Tecnología y otras cuestiones

Dr. Enrique Tamés

A manera de introducción.

Hace dos siglos, años más, años menos, nació un movimiento de trabajadores textiles en
la Gran Bretaña conocido como los “Luddites”, o luditas. Su denominación vino en honor
de Ned Ludd, un joven que años antes había destruido máquinas, que desde su atinado
punto de vista, venían a reemplazar el trabajo de los obreros. Dicho ejercicio, que años
después se convertiría en ejercicio gremial de no pocos oficios, mostró las claras
convulsiones de una sociedad en tránsito de la sustitución del hombre-esfuerzo por el de
la máquina-esfuerzo.

En la tierra de la naciente Revolución Industrial, la conversión tecnológica y económica


apareció de manera impetuosa y hasta caótica. Y en el ámbito textil se dio todo un
movimiento organizado donde los obreros destruían cuanta máquina aparecía en el
escenario, y que eran una clara amenaza para conservar sus trabajos, por paupérrimos que
fueran.

Con el paso del tiempo, sabemos que los esfuerzos para frenar esta nueva economía
fueron inútiles. Y si bien la Revolución Industrial creó un modelo mucho más eficiente,
productivo, y de generación de riqueza como jamás se había visto, también es cierto que
el reparto de esa riqueza no se dio de la noche a la mañana, ni de manera justa. Y sí, se
dio un desplazamiento del hombre-esfuerzo por el de la máquina-esfuerzo, dejando a
cantidades enormes de gente en un estado de ocio improductivo. Es esta Inglaterra
desgarrada la que da sentido a los textos más humanos y profundos de Karl Marx y
demás jóvenes hegelianos.

Pero de vuelta a los luditas, cuentan que el gran poeta Lord Byron hizo una intervención
en la Cámara de los Lores en 1812, defendiendo la lucha de los Luddites, al menos
pidiendo que no se les criminalizara. A final de cuentas, ¿cuál era la justificación moral
para criminalizar los actos de aquellos que defendían su única manera de sobrevivir? Y si
bien las palabras de Lord Byron no dieron el resultado esperado (la destrucción de
tecnología se consideró un crimen en el que se aplicaba la pena capital), el movimiento
quedó inmortalizado en los anales de la historia. Y curiosamente, con otros nombres y
otros personajes, la historia se volvería a repetir, una y otra vez, hasta los días presentes.

Parece ser que la traducción no existe, pero para los propósitos de estas primeras
palabras, asumiremos la libertad de utilizar el neologismo. ¿Por qué la existencia de los
luditas? ¿Por qué en la historia de la modernidad, este periodo de tiempo donde los
artilugios tecnológicos determinan y definen casi cualquier ámbito social, hay un
rechazo constante y sistemático de sus avances y sus consecuencias? ¿Dónde están los
temores humanos en cuanto al arribo de nuevas tecnologías? ¿En el desplazamiento? ¿En
la incomprensión? ¿En la pérdida de poder? ¿En la incertidumbre?

Preguntas como éstas son dignas de elaborar en los momentos actuales. Desde el
planteamiento clásico de Martín Heidegger con respecto al papel de la técnica y de la
tecnología en la sociedad como actividades no neutras en el devenir histórico, ocupa y
preocupa su influencia en la vida cotidiana. En un planteamiento más actual, la
antropóloga australiana Genevieve Bell, investigadora de Intel, y antes investigadora de
la Universidad de Stanford, aduce que el temor tecnológico de los luditas actuales
aparece cuando la tecnología irrumpe cualquiera de estas tres nociones: el tiempo, el
espacio y la relación con los otros seres humanos. Aún más, cuando el avance
tecnológico irrumpe en las tres, al mismo tiempo, es cuando surge el mayor de los
temores humanos.

Podemos definir ejemplos elocuentes de este tipo de irrupciones tecnológicas del pasado
reciente con la aparición de los aviones, el teléfono, las computadoras. Cada uno
desestabiliza estas nociones aparentemente constantes de tiempo, espacio, y relaciones
entre seres humanos. A veces se olvida, que en el momento de su aparición, muchos
fueron los que vieron con temor, y destacaron el peligro inminente hacia el género
humano si tal o cual tecnología se masificaba. Los hornos de microondas nos atestarían
de enfermedades incurables, los teléfonos celulares nos radiarían el cerebro, por
mencionar algunos ejemplos recientes. ¡Y aclaremos que a la fecha no son temas
cerrados!

El periodista Clive Thompson, en un artículo de la revista Wired, destacó esta serie de


miedos, de fobias que las personas alimentamos con la aparición disruptiva de la
tecnología y su incursión en nuestras vidas. Los ejemplos que menciona Thomson en la
sociedad actual: la geolocalización, la lectura social de libros (Social-book Reading) y el
Internet de cosas que en muy poco tiempo está evolucionando al Internet de todo
(Internet of everything); todos estos fenómenos de reciente aparición están redefiniendo
la manera como entendemos nuestra vida y la relación con los demás seres humanos.
Como ejemplo podemos decir que de la comunicación entre personas estamos transitando
a la comunicación de los distintos entes maquínicos, que entre sí se alimentan para
aligerarnos el mundo de los pendientes: el clima acondicionado de mi casa comienza a
operar porque mi automóvil le dice que estoy cerca… Por un momento, se nos puede
instalar la escalofriante idea de cómo estas tecnologías pueden ser usadas por parte de
gobiernos sin escrúpulos o criminales cibernéticos. Pensemos en el caso Snowden y esas
cosas terribles que hacen en la National Security Agency de los Estados Unidos. Ya no
necesitamos la imaginación de los teóricos del complot para quitarnos el sueño. Tiempo,
espacio y las relaciones humanas, trastocados para siempre.

¿Qué se espera en el futuro cercano con el crecimiento exponencial de la tecnología?


Vale la pregunta hoy, en estos tiempos de cambios, inventos, innovaciones. ¿La máquina
será más eficiente que el hombre haciendo distintas actividades? Los de la casta
“Singularity” sostienen que tarde o temprano; más temprano que tarde. Los cálculos de
Ray Kurzweil predicen que en el año 2029 el destino nos alcanzará, o lo que es lo
mismo, el test de Alan Turing será superado: la computadora habrá alcanzado la
inteligencia humana. Cuestión de una década. ¿Es esto posible? ¿Cómo serán estas
máquinas? ¿a que se dedicarán? ¿Cómo se portarán, a qué se dedicarán la primera
generación de transhumanos? ¿Cómo lidiar con nuevos roles sociales, con nuevas
organizaciones colectivas, con nuevos entornos culturales?
Ahora vale aterrizar estas elucubraciones al entorno educativo, columna vertebral de toda
sociedad progresista. ¿Por qué cuesta tanto trabajo, habiendo tanta gente inteligente en
este ámbito, entender que los tiempos actuales son otros, y los profesores y
administradores educativos, los mismos? ¿Qué más tendrá que pasar, cuántos cambios
drásticos más tendrán que darse en nuestros entornos cultural, tecnológico, ideológico,
para reinventar el papel de la educación y las instituciones escolares, para reformarlos,
redescubrirlos, reinventarlos? A veces parece que las transformaciones que suceden en
tiempos recientes en el ámbito educativo son más de forma que de fondo. ¿Estamos a la
altura, vamos a la velocidad que se requiere para empatar los acelerados cambios en los
otros ámbitos sociales?

Una y otra vez, no deja de sorprender que en la historia del mundo occidental los
sistemas educativos que pregonan en las aulas el cambio y la innovación, no se modifican
en lo esencial. No creo que sea excesivo decir que la profesión del docente sigue casi
intacta desde los tiempos de Abelardo; las aulas o los salones de clase, salvo cierto
lucimiento tecnológico, permanecen igual; las bibliotecas, espacio de culto y veneración
se mantienen majestuosas en el corazón del conocimiento adquirido, pero cada vez más
vacías. La modernización de los espacios bibliotecarios significa en la mayoría de los
casos abrirse a los resguardos digitales de la información, adquirir bases de datos,
incorporar simuladores, sustituir los escritorios por mesas de trabajo, computadoras y
pantallas para presentaciones. La pregunta es: ¿son suficientes estos cambios que parecen
más sólo superficiales?

Y basta una mirada al mundo: las democracias se reinventan, las economías se forman y
deforman como el líquido, las sociedades se preparan para la incertidumbre y el vértigo.
Zygmunt Bauman describe con mucha precisión los tiempos líquidos que vivimos y a
veces padecemos. Y muchas universidades preparando a profesionistas al estilo siglo XX,
en pleno siglo XXI.

Estas primeras reflexiones, dotadas de nerviosismo, se refuerzan con el contenido de dos


textos que recientemente tuve la oportunidad de releer. Hoy considerados descriptivos de
algunos aspectos importantes de la sociedad, pero que en el momento de su aparición,
generaron muchas miradas escépticas. Nos referimos en primer lugar al texto publicado
en 1985, Entrepreneurial Megabucks, de David Silver. Releer este texto que dio lugar a
un sin fin de publicaciones posteriores sobre los temas del emprendimiento y la
innovación me hizo no sólo recordar, sino también preguntarme, transportando su teoría a
la actualidad, qué tanto las universidades hemos contribuido a formar un espíritu que
resulta necesario, necesarísimo, dada la coyuntura del presente. ¿Formamos
profesionistas listos a incorporarse a los modelos tradicionales de producción o gente
inquieta que fluye en la incertidumbre y está lista al riego que conlleva el
emprendimiento y la innovación?

¿Qué tanto hemos creado las condiciones educativas para promover la suma simple y
contundente del emprendedor (v = p + s + e, esto es, la primera ley del emprendimiento)
para resolver los grandes problemas de las sociedades actuales? Si se trata de generar
mayor riqueza, si se trata de crear sociedades más igualitarias, si trata de promover
gobiernos óptimos y empresas eficientes, ¿dónde están los resultados? No puede ser que
sólo un puñado de innovadores de impacto global estén rediseñando al mundo. Sabemos
que muchos de ellos, por cierto, no tuvieron carreras académicas exitosas, de modo que
es poco probable afirmar que son el resultado de modelos universitarios acorde a las
condiciones y necesidades del mundo actual.

El segundo texto que volvió a aterrizar en mi mirada, fue el escrito por John Naisbitt,
escrito unos años antes que el de Silver, llamado Megatrends. Estoy seguro que muchos
de ustedes están al tanto de las prospecciones de Naisbitt, me gustaría señalar sólo una
megatendencia: La sociedad industrial está muriendo, dando paso a una sociedad de la
información. Lo que resulta evidente, incluso en los claustros académicos, no se ha
traducido en la aparición de un nuevo modelo formativo de alcance mundial. Intentos
muy dignos y de celebrarse aquí y allá, pero aún no llega el gran eje transformador. Las
universidades siguen vendiendo información a la vieja usanza: en un salón con 4 paredes,
con un pizarrón iluminado, teléfonos y computadoras apagadas (porque los alumnos se
distraen), y soliloquios compuestos por algunas ideas y muchas suposiciones.
¿Cómo explicar la confusión? ¿Cómo explicar la falta de un cambio en lo profundo?
¿Hará falta, como sucedió/sucede con los medios masivos de comunicación, donde los
grandes actores durante décadas caen como pelotas de plomo, para que los demás
entendamos que también a nosotros, en el quehacer educativo, nos hace falta una buena
sacudida?

Hace algunas décadas, Everett Rogers nos mostró con 30 años de investigación que no
más del 2.5 % de la población están llamados a ser innovadores. Muchos seguimos
creyendo que la gran aportación de las universidades es que la cantidad de innovadores
puede crecer para bien de las comunidades.

Entonces, ¿cómo explicar la falta de movimiento y contundencia? O como expresamos al


inicio: ¿Por qué cuesta tanto cambiar un lugar y una estructura donde hay tanta gente
inteligente? Nuevamente nos encontramos frente a un par de excelentes textos, y de muy
reciente cuña.

En primer lugar, cabe mencionar el extraordinario libro de Daniel Kahneman, único


psicólogo en haber ganado un premio Nobel (de economía), Thinking, Fast and Slow.
Kahneman nos lleva por senderos llenos de investigación para mostrar como las personas
reaccionamos ante los acontecimientos con una primera impresión, o insight, o acto
reflejo, o fast thinking, y muchas veces usamos nuestro slow thinking, nuestra
inteligencia reflexiva y profunda, no para forzosamente encontrar la verdad, sino para
justificar lo que nuestra inteligencia rápida nos mostró en un instante. Repetimos:
independientemente de que nuestra inteligencia rápida esté en lo correcto o no, nuestra
inteligencia lenta justifica lo que ya se encuentra en nuestro cerebro. Una rápida
conclusión podría subrayar que la mayor parte del tiempo las personas nos la pasamos
justificando la información que ya tenemos, como la tenemos, y no tanto confrontarla con
nuevos pedazos de información que pueden poner en entredicho lo ya existente.
Interesante, ¿no?

Por otro lado, el segundo libro de Jonathan Haidt aparecido a penas hace unos seis años,
The Righteous Mind, que muestra que en tiempos de cambios e incertidumbres, las
sociedades, esto es, la mayoría de las personas, se inclinan hacia una interpretación
conservadora de la realidad, y ésta lleva por supuesto a la cautela y a la inmovilidad.

En los sistemas educativos en lo general, y en las universidades en lo particular, ¿por qué


no habríamos de ser parte de la estadística? Parece que entre más apremiante es el
cambio, más timorato el intento de cambiar. Hace poco escuché a un rector distinguido en
los Estados Unidos decir que los “Harvard” seguirían siendo Harvard
independientemente de las reglas del juego, es decir, que los agentes importantes en el
ámbito educativo, harían lo mismo sin importar los cambios drásticos del entorno. No
quiero sacar la afirmación de contexto, pero me pregunto si no pensamos de Kodak lo
mismo hace unos años. Y sin embargo, en el ámbito educativo, pensamos que los actores
líderes pueden más que la realidad. Hasta que no.

Es en este mismo sector educativo, conservador hasta las cachas, que comenzamos a
experimentar visiones de cambio, visiones de futuro, a pesar de, y no precisamente
gracias a. Va un ejemplo.

Hace algunos años tuvimos la oportunidad de acariciar eso que se aproxima de manera
brutal, impartiendo un programa analizando desde distintas perspectivas lo que es
América Latina en el presente. Esta aventura la recorrimos poco más de 17,000 personas
en el primer curso, y más de 22,000 en el segundo, todos juntos en el mismo planeta y
desde muchísimos de sus rincones.

Un curso, un espacio virtual, miles de curiosas personas en busca de respuestas entorno a


una de las regiones más interesantes del mundo. Este peregrinaje de 6 semanas por curso,
se sumó a un universo de más de 12 millones de individuos, 117 instituciones educativas
y más de mil cursos. En definitiva, el espacio de aprendizaje más grande del mundo.

Cursos de los más diversos tópicos, sobre todo científicos, pero donde comenzaron a
aparecer tópicos de humanidades, para construir procesos de aprendizaje, donde
literalmente, miles de personas pensaron, construyeron, definieron, crearon mucho más
que un solo individuo. Cursos masivos, abiertos, gratuitos, en línea.
¿Qué implicaciones conllevan los “moocs” (por sus siglas en inglés: massive, open,
online courses) en la actividad docente? En este momento estamos ciertos al decir que la
actividad magisterial está profundamente trastocada en este nuevo modelo. Para decirlo
con claridad, como docentes, nos hemos sentimos más como un conductor orquestal que
como solitario pensador, con definiciones docentes establecidos por una y sola una
persona, navegando por los avatares de la posmodernidad.

El titubeo al preparar todo el material fue descomunal, sólo al pensar que mentes
despiertas y brillantes, en miles, estarían inquiriendo, cuestionando, dudando. Los
alcances fueron masivos, pero a la vez, uno quiere pensar que, como dice la frase
anglosajona, “the best and the brightest”, y sobre todo los interesados, estarían en plena
actividad cacuménica.

¿Qué implicaciones hubo en la actividad estudiantil? El aprendizaje social se hizo una


realidad: se estuvo ante un foro donde cada participante pudo impulsar el conocimiento
grupal. El diseño de actividades se definió de acuerdo a lo que cada quien pudo generar
para el enriquecimiento grupal. Estuvimos ante el mejor de los mundos cuando se trató de
colaboración. Sobra decir que las redes sociales que se construyeron alrededor del curso
jugaron un papel esencial.

¿Qué implicaciones hay para el material didáctico y los estilos de aprendizaje? No hay
que pensarle mucho, la riqueza de los medios audiovisuales, de los simuladores, de las
famosas “apps”, nos mostraron un panorama prometedor, donde el aprendizaje fue
significativo, profundo, duradero.

La posibilidad de actualizar el conocimiento con nuevas herramientas se movió a diario,


y nuevamente, miles de personas con el mismo objetivo produjeron mucho más que
cualquier individuo. Las reproducciones fueron exponenciales.

¿Pudo el conocimiento, por fin, después de siglos de actividad onírica, ser democrático?
La realidad es que si bien los cursos masivos son gratuitos para todo quien así lo quiera,
hay que ser claros: internet no es universal, la conectividad tampoco lo es. Ha sido un
paso enorme hacia delante, pero aún hay camino que recorrer.
¿Cuándo será un modelo para las mayorías? Por que 12 millones de personas, en esta
realidad global, son una franca minoría. Ojalá el mundo se pusiera pronto las pilas, la
tecnología y el conocimiento existen hoy. Esperaríamos que la voluntad no tardara
mucho.

Expliquemos con un poco más de detalle la existencia de este tipo de cursos y de


tecnología. Va el acrónimo en español: Curso Abierto Masivo y En Línea (¿CAMEL?).
Con algo más de una década de existencia consolidada, los Mooc hacen un ruido
inusitado en el ámbito educativo internacional.

Coursera, Edx, Udacity, NovoEd, Futurelearn, Canvas, Kahn Academy.., son algunos
ejemplos de sitios Mooc que en poco tiempo están adquiriendo una dimensión
impresionante. ¿A qué nos referimos? Sólo algunos datos: MIT y Harvard han invertido
cerca de 60 millones de dólares en desarrollar el espacio Edx. Coursera, quien parece
marcar el paso, ha atendido a más de 12 millones de estudiantes. Un solo curso Mooc
puede tener inscritos a más de 150 mil estudiantes al mismo tiempo. Si bien, como grupo,
la mayor parte de los estudiantes Mooc son estadounidenses, día a día crece la población
atendida fuera de Norteamérica: los números de diversas fuentes indican que el 74 % de
ellos viven fuera de los Estados Unidos.

¿Hacia dónde van los Moocs? ¿Cuál es su impacto en el sistema educativo? ¿su impacto
en los países en vías de desarrollo? Si bien las respuestas no las tenemos con un mínimo
de claridad, vale la pena destacar ciertos puntos para comprender su impacto.

Ya descrito hace algunos años por Zygmunt Bauman, vivimos tiempos líquidos, fluidos,
donde los Moocs parecen adecuarse mejor que la educación formal a las referidas
características. Si se vive en constante flujo, también se puede aprender en constante
flujo. Es decir, una educación que rompa las barreras de espacio y tiempo van acorde a
los otros aspectos relevantes de la vida social: el trabajo, las relaciones afectivas, la
recreación, etc.
Por otro lado, los Moocs dan realidad a un viejo sueño de la construcción del estado
moderno: llevar conocimiento a cualquier ser humano. Claro, se puede argumentar que
no toda la humanidad tiene acceso a internet, por tanto la posibilidad de impacto de los
Moocs se reduce significativamente. Sin embargo, hay una manera distinta de enfocar la
situación: es más fácil, y será sólo cuestión de tiempo, llevar internet a todo el mundo que
educación presencial de calidad a cada rincón del planeta. En la actualidad, el 80% de los
habitantes del mundo viven rodeados de una realidad interneteana.

Un tema muy interesante es el de la sustentabilidad del modelo de los cursos Mooc:


¿quién financia? ¿las universidades que mantienen una feroz batalla por su público meta?
¿el Estado que cada vez destina menos recursos a las áreas educativas? ¿Convertimos a
los Moocs en un modelo de negocios, donde pagan unos y consumen todos?

Y vale decir que el tema tecnológico no está del todo resuelto, para aprovechar al
máximo las condiciones multimedios de un buen curso Mooc, hay que garantizar el
ancho de banda ad hoc. Todo un reto para muchos países en vías de desarrollo. Ahora
bien, también vale decir que en el mundo se avanza en esta línea: convertir el ancho de
banda, donde se transmite información, que correctamente decodificado se puede
convertir en conocimiento, en un bien humano universal.

Por último, resulta muy pertinente definir los jugadores actuales de los Mooc para
entender que no parece ser algo pasajero o de una moda repentina y discreta: Grandes
universidades de prestigio, tanto en Estados Unidos (Harvard, MIT, Stanford, Yale) como
en México (Tecnológico de Monterrey y UNAM); agencias y dependencias de gobierno
así como organismos internacionales; las grandes empresas informáticas (Google, Apple)
que apuestan por el sector educativo mediante distintas iniciativas de conocimiento
abierto; y por supuesto, al final pero no menos importante; el público, los educandos, los
maestros, que ante esta nueva realidad envolvente, tenemos la necesidad de reinventarnos
para los tiempos por venir.

Y surge nuevamente la pregunta obligatoria: ¿para qué? ¿cuál es la brújula que dirigirá
esta pulsión tecnológica que no sabe, o no quiere saber, de retrocesos o tropiezos? La
tecnología educativa al servicio de ¿quién? ¿para quién? ¿Cómo evaluaremos lo que está
sucediendo por primera vez?

Este país es de contrastes, como todo lo que tiene vida. Por donde quiera que vayamos, el
tiempo que sea, México brilla y palidece, aspira y se retrae, respira y se ahoga de un
instante al otro. Llama la atención la época de violencia en muchas partes del país,
organizada, desorganizada, o como se quiera ver. Y en esta misma época, a través de
distintas mediciones, México aparece casi siempre como uno de los países más felices del
globo, junto con sus vecinos centroamericanos y del caribe. ¿Cómo explicarlo? ¿Cómo
entenderlo?

También en estos tiempos, de reacomodos políticos e ideológicos, surgen los contrastes:


las leyes laborales intentan actualizarse después de 40 años de permanecer iguales, en un
mundo que ha cambiado barbaridades. Por un lado, nuevos formatos de contratación, por
otro, transparencia sindical. Y el tema educativo, siempre en el ojo del huracán: que si el
sindicato, que si su liderazgo, que si la pedagogía, que si la reforma, que si la ya no
reforma, que si las computadoras...

Más allá de que en este país siempre hay una, dos, tres razones por debajo de lo que se ve
y se manifiesta, lo que se pone en evidencia es que el sistema educativo, tras intentos de
reformarse, discute trascendencias, pero también veleidades. Los cuerpos docentes,
siendo los primeros en entender la importancia de la adaptabilidad al cambio, somos
también los primeros en oponernos a lo que pretende romper el estatus quo. Como
muestra un botón: después de años de discusiones barrocas, aún no nos ponemos de
acuerdo en la importancia del inglés y de la computación para abrirnos paso en estos
tiempos globales.

¿Quién en su sano juicio, niega estas herramientas, el uso del inglés como segundo
idioma y lo que abre las puertas de la multiculturalidad global (no, no es la lengua del
imperio, es la lengua, nos guste o no, que se ha establecido como vaso comunicante entre
las distintas naciones), y la incorporación de las habilidades digitales que son fundamento
del ejercicio ciudadano del siglo XXI, como parte medular de un modelo educativo que
abrirá muchas puertas para nuestros futuros profesionistas?

Queremos pensar, queremos creer que lo que está detrás de esta negativa no es el
descrédito, per se, de la formación integral (español, matemáticas, ciencias, humanidades,
inglés, computación, ciudadanía), sino una manera de rechazar la forma en que este
cambio curricular se pretende articular. ¿Falta de capacitación magisterial? Tal vez.
¿Falta de herramientas didácticas? Tal vez. ¿Falta de consistencia ideológica? ¿de
consistencia en el alineamiento de las políticas públicas? Mientras que son peras, o son
manzanas, la vida se nos va en discusión sin acción, en reformas y contra reformas.

¿De qué nos estamos perdiendo? ¿En qué nos estamos atrasando? ¿Qué están haciendo en
otras partes del mundo de manera rápida y efectiva en cuanto a la incorporación de una
cultura digital para cada uno de sus educandos? ¿Qué estamos haciendo en México, ya,
en estos momento, sin plan nacional, sin políticas públicas, sin estrategia, de manera
aislada, como pequeñas islas de ese México que queremos sea de todos, con
oportunidades para todos, en cuanto a la brecha digital, una de tantas brechas que nos
lastiman profundamente como país? Va de nuevo: ¿De qué nos estamos perdiendo?
Enlistamos un recuento mínimo:

- De la era de la comunicación de dos vías, el escucha que produce conocimiento, y el


hablante que escucha, tecnologías que sirven para dialogar y construir conocimiento.

- De la conectividad al conocimiento, al diálogo, a la manera efectiva de hacer las


cosas: desde la producción laboral, hasta la administración simple y transparente de
procesos burocráticos (gobierno electrónico o gobierno digital).

- De la propagación del conocimiento, en maneras multisensoriales y


multidimensionales, que en sentido estrictamente pedagógico, se dirige con eficiencia a
todos los estilos de aprendizaje.

- De la construcción de un modelo sustentable, económicamente (que no es poca cosa),


pero también culturalmente. -Un proyecto civilizatorio, común a todos los educandos,
más horizontal, más estimulante, de participación, de verdadera construcción del
conocimiento.

- De un modelo transparente, con acceso a alumnos, pero también a profesores, a


padres de familia, a administradores: lo público entendido como acceso universal. Nadie
hace cosas en lo oscurito, vamos.

- De la piedra angular que representa el desarrollo personal de cada miembro de la


sociedad, donde la tecnología es incluyente, no excluyente.

La tecnología educativa no ofrece todo esto de manera gratuita y consecuente, hay que
planearlo para que entonces los puntos anteriores crezcan exponencialmente. Sabemos
que las palabras vuelan con un afán académico, pero existen muy claras razones para
apostar por el futuro, sembrando hoy, con recursos (México no es un país con falta de
recursos, es un país mal distribuido), por lo que el mañana se abre a muchas
posibilidades.

Y mientras discutimos lo que queremos como país, mientras que el plan por lo ideal
nunca llega, el sensacionalismo mediático se hace presente. El bombardeo informativo
nos puede llevar a confundir lo importante con lo urgente. No es posible conformar una
idea de la realidad sustraída exclusivamente de los vaivenes líquidos de los medios de
comunicación y las declaraciones políticas de moda. Como tampoco es posible, frente al
desarrollo de la telenovela perversa de los buenos contra los malos (forma), que se nos
olvide resolver en el corto plazo los problemas que como nación debemos de resolver
(fondo). Porque entre el ruido de vaivenes ideológicos, una violencia terrible que lacera,
las diatribas de un gobierno que busca legitimidad y las indefiniciones de los recursos
magisteriales, se nos puede ir la vida.

Que no se nos olvide lo importante: en la teoría, se buscan cambios y reformas para


impulsar a una nación al desarrollo, ya que el modelo anterior, y tal vez ésta es nuestra
única certeza, no es suficiente. Aquí debe de estar nuestra atención y análisis y no en el
cúmulo de declaraciones mediáticas de diestros y siniestros. El estrambótico morbo le
gana a la pausada inteligencia y no nos es posible darnos una posibilidad seria de
reflexión. Caray, como hace falta el silencio.

En fin, para pasar de la crítica a la propuesta, unas palabras dedicadas a lo importante.


¿Hacia dónde debe dirigirnos un sistema educativo novedoso, integral, de calidad, que
mejore la calidad de vida de los que conformamos en distintos sectores a la sociedad?
Hoy, en definitiva, debemos visualizar el siglo XXI como una cápsula en sí misma, de
problemas, situaciones, y soluciones a corto plazo; que si bien guarda relación con los
problemas no resueltos del siglo XX, por primera vez en nuestra corta historia humana,
de no resolver estos problemas generales y globales en la siguiente generación, estaremos
poniendo en riesgo claro el equilibrio de cómo entendemos la vida humana en este
planeta.

A pregunta expresa que me hiciera un periodista hace poco tiempo acerca del futuro de la
formación profesional, mi condición tajante para elaborar una respuesta era establecer la
imposibilidad de mirar al futuro, ya no digamos lejano (50, 100 años), o mediano (20, 30
años). La revolcada existencial que vivimos, donde el hoy, es distinto al ayer, y el
mañana es un volado, se hace imposible hacer prospectiva realista más allá de un marco
de 5 ó 10 años. Y como andan los cambios y la incertidumbre, creemos que 10 es mucho.

Entonces, ¿a dónde nos dirigimos? ¿a dónde nos debemos dirigir? ¿Cuáles son los
componentes formativos a tomar en cuenta para estos jóvenes ciudadanos resolviendo los
problemas irresueltos del siglo pasado, más los propios de este siglo? ¿Qué hacer para
que no cometan los errores que como generación, nosotros, otrora juventud, cometimos?
Que se nos va la vida en discutir y llegamos cansados al acto. ¿Qué hacer para desarrollar
sus competencias, que pueden ser radicalmente distintas a las competencias que se
definían como esenciales hace dos o tres generaciones? Vemos tres grandes avenidas,
campos de acción definitorios en los siguientes 10 años donde podremos dar el valor
agregado como país y como cultura.

- Esta primera área se define bajo el marco conceptual de la llamada Sociedad del
Conocimiento, o Sociedad Digital, que si bien no se identifican cabalmente, la primera se
encierra en la segunda. Recordemos que hay una zona en común desde varias fuentes
teóricas: los servicios son el valor diferenciado de una organización social que tiene lo
básico resuelto. Por supuesto, aún no alcanzamos este estadio, pero para ello será el tercer
ámbito. Aquí lo importante es darnos cuentan que las denominadas Industrias Creativas
serán, ya, un campo muy extenso de crecimiento en lo económico, en lo productivo, en lo
cultural y en lo ocupacional. E imagínense, los marcos legales para impulsar estas
industrias, los modelos de negocios a implementar, las inversiones del sector público, en
fin, cualquier cantidad de aristas para los nuevos abogados, los nuevos mercadólogos, los
nuevos negociantes, y esto considerando por supuesto a los actores centrales de este
novedoso campo: artistas digitales, músicos, cineastas, diseñadores, administradores
culturales, urbanistas, creadores de entretenimiento, gestores de espacios turísticos
ecológicamente responsables e incluyentes, generadores de riqueza cultural y material.
Que en el modelo de la llamada Economía Naranja, no están peleados, al contrario, la
oportunidad de América Latina en lo general, y de México en lo particular es enorme
cuando se trata de aprovechar las ventajas creativas y culturales de la región. Todo con
una visión de responsabilidad ética y de convivencia ciudadana. La vida de la ciudad se
construye con eficiencia, nos dicen Peter Diamandis y Steven Kotler en su libro
Abundance.

- La segunda área se define en el papel cada vez más fundacional de la tecnología para la
evolución de la sociedad. Necesitamos más y mejores ingenieros y científicos, que nos
quede muy claro, no sólo para resolver problemas técnicos, sino para poner al ser
humanos y su convivencia armónica en sociedad al centro de dichas soluciones. Hace
unos meses la revista Wired se preguntaba: “Where are the coders?” Por otro lado, Joel
Garreau definió atinadamente bajo el acrónimo GRIN qué tipo de ingenieros y científicos
nos hacen falta en el futuro inmediato: expertos e innovadores en las área de la Genética,
la Robótica, las Tecnologías de la Información y la Nanotecnología. Y nuevamente,
aparece con toda claridad la necesidad apremiante de diferenciarnos, de separarnos de
nuestro pasado reciente para dar lugar a estos ingenieros y científicos del siglo XXI, que
sin estas soluciones, parece imposible la sustentabilidad.
3) Por último, y tal vez por aquí debimos de haber comenzado, existe todo un ámbito
alrededor de lo que se denominan los problemas globales: migración, sustentabilidad,
inseguridad (en su significado amplio, la inseguridad educativa, de salud, vivienda,
seguridad personal, jurídica), terrorismo, delincuencia organizada, recursos naturales…
Necesitamos a los profesionistas con una formación multidisciplinaria, holística, con un
perfil antropológico, ético pero también con conocimientos técnicos muy precisos para
dar solución a estos grandes problemas globales de manera integral. Hay áreas de
conocimiento que urge actualizar con una visión de políticas públicas y administración
eficientes, sensibles a los grandes retos sociales, que enarbolen una agenda incluyente y
de solidaridad y que den orden y solución a la cada vez más relevante agenda global.

Nadie da lo que no tiene, dice la máxima aristotélica. Y una de las grandes preguntas a
resolver es la capacitación magisterial, o vale decir, la reconversión magisterial para
trasmitir lo que la futura generación laboral necesita en cuanto a cúmulo de
conocimientos, desarrollo de pensamiento estratégico, formación de valores,
competencias para la vida… Y los tiempos apremian. Esta educación no es para mañana;
literalmente, es para hoy.

Como también es para hoy entender como la realidad tecnológica nos engulle. En varios
aspectos de nuestra vida, hay mucha mayor presencia virtual que presencia física.
Algunos especialistas hablan de la “huella digital” que vamos dejando como estela
provocadora de nuestro recorrer internáutico.

Una historia de nuestros tiempos y sólo de nuestros tiempos. ¿El meollo? El cuento
comenzó cuando el mundo se escandalizó al enterarse de lo que el gobierno
norteamericano sabía de nosotros, mortales chatos e intrascendentes. Los terrícolas
gritábamos ¡Todos somos Edward Snowden! Nuestro Robin Hood posmoderno y
jaquero, vituberaba lo que todos en lo oscurito sabíamos: que existe una línea roja y
delgada, delgadísima, entre la información pública que los gobiernos y las corporaciones
utilizan y la proclamada privacidad de la información de nosotros, los cibernautas. La
línea se hacía cada vez más delgada y la comunidad cibernáutica cada vez mayor. No
sólo mayor en número sino más en actividad interneteana. Es decir, los que nos
asomamos al agujero negro de la virtualidad éramos succionados a su centro gravitatorio
donde cada vez somos más avatares y cada vez menos seres de carne y hueso. El cuento
terminó con la intervención rusa, y ahora parece que china también, de los procesos
“democráticas” de aquella nación que desde el púlpito político quiso justificar lo que
termino siendo un arma en contra de su vida institucional: hay maneras de saber y por
tanto de intervenir en la opinión pública de manera cibernéticamente camuflajeada.

¿Qué implicaciones aparecen con la expansión de esta vida virtual? Sería bueno que nos
concentremos en una, el de nuestra huella digital. ¿Qué es la huella digital? Si bien
comenzó siendo una cosa, el día de hoy es otra: hace a penas 10 años Tony Fish nos
describía su proyecto, My Digital Footprint, como la estela que vamos dejando los
cibernautas en nuestros recorridos de ceros y unos. Lo fascinante de la idea no sólo era el
fenómeno de ondas que íbamos dejando a nuestro paso, sino el hecho de que dentro de la
misma virtualidad existieran agentes captando, registrando todos nuestros recorridos. Al
escribir estas palabras, me viene a la mente una y otra vez los fascinantes personajes, los
hombres grises, de la hermosa novela de Michael Ende, Momo.

Por otro lado, pensar en aquella estela, o huella, o como Juan Enríquez llama “tatuaje
electrónico”, poco a poco se va conformando nuestra personalidad cibernética, tanto de lo
que vemos como de lo que no vemos. ¿A qué me refiero? Veamos un caso muy simple:
aquellos que tenemos una cuenta de correo electrónico como Gmail o Hotmail, puesto en
la red, están conformadas por correos leídos, no leídos, contestados, archivados, etc.
Todo está desplegado y si alguien legal o ilegalmente entra a nuestra cuenta podrá tomar
una fotografía de la actividad. Sin embargo, como mencionamos, existe la información
invisible, o al menos oculta para nosotros los usuarios. Va un ejemplo también sencillo:
Cuando vemos videos en YouTube se van dejando unas marcas que provoca, entre otras
cosas, que la siguiente ocasión que entramos a estos populares servidores de video, nos
aparece en la pantalla una serie de videos sugeridos dadas las temáticas vistas con
anterioridad. Las herramientas que recogen esta valiosa información de nuestra actividad
voyerista, no las percibimos, pero están allí, sistemáticamente recogiendo información.
Es la famosa realidad combinada del Big Data y de la Inteligencia Artificial, que
construyen y luego prevén con singular precisión nuestros siguientes pasos y acciones
virtuales.

Pues bien, lo que parece ser un remanente de información que ayuda a que los
interneteanos tengamos frente a los ojos una pantalla más amigable, más cercana, mejor
hecha a nuestra imagen y semejanza, puede convertirse, en épocas donde las teorías de la
conspiración están bajo cualquier piedra, en un escenario preocupante y hasta siniestro.

Pareciera que un poquito de información suelta por aquí, un poquito de información


suelta por allá, no haría daño alguno, además de que se necesitarían máquinas muy
poderosas para hilar un enjambre informático con otro, sin embargo, la realidad es
distinta.

Tomemos en cuenta el registro informático de cualquier clase mediero global: leo


periódicos digitales donde se registra lo que me interesa y cuanto tiempo le dedico, lo
mismo si leo revistas; Amazon registra lo que compro, lo que leo, que tipo de lecturas
adquiero, cuántas páginas he leído y qué frases he subrayado; mi banco sabe cuanto gano,
cuanto gasto, en qué lo gasto, en dónde y todo registrado en las redes de información.
Tarjetas de crédito y de servicios, saben de mí, lo mismo. Ah, y saben qué y dónde me
alimento. ITunes sabe lo que leo, oigo, veo, los Apps que uso, cómo, cuándo y dónde los
uso; mis correos dicen con quién me escribo y de qué, mis redes sociales dicen lo que me
divierte, lo que me interesa, define mis relaciones y me muestra como soy en imágenes, a
pesar de que la mayoría son bastante chafas.

Un GPS, que puede encontrarse en mi teléfono, en mi carro, en mi cámara o hasta en mi


reloj, puede decir donde estoy, a dónde voy o cuanto tiempo tardo. La lista puede
continuar ad infinitum. Y por la manera en que hoy se rescatan la mayoría de las cuentas
y passwords, esto es, a través de las cuentas de correo, entonces, la posibilidad de juntar
la información bajo un solo perfil, bajo una sola entidad avataresca, la transparencia de
un yo virtual puede ser referencia para gobiernos, compañías, instituciones, o para lo que
dios mande. Esta es nuestra huella digital. Qué tan clara y consistente sea para nosotros
es otro asunto.
¿Lo importante? Con la aparición de las redes semánticas la información adquiere
sentido, unidad, consistencia. Las definiciones se convierten en apetitosas substancias
para terceras personas u organizaciones de cualquier índole.

Que si Google, que si Facebook, que si Apple, comparten información a los


maquiavélicos y poderosos gobiernos, resulta poco importante cuando de la mano de un
hacker de segundo pelo podemos descubrir muy claros yos virtuales, y compartir o
vender esa información.

Bien decía un gurú informático, si uno quiere que la información sea secreta,
simplemente, que no esté en la red, de ninguna forma, que no esté en computadora
alguna. Basta con que esté en la caja hermética de nuestro cerebro. Ahora que si alguno
de los lectores habla en las noches, como yo, pues no hay salvación.

“Privacy” es un concepto escurridizo, así como la idea de actuar por razones de seguridad
nacional (o global). Tal vez, y no quede de otra, debemos de acostumbrarnos a la
transparencia, a la exposición y a los fisgones. Definitivamente, no son buenos tiempos
para paranoicos.

Y la huella digital va de la mano de un concepto igual de importante para entender los


tiempos interconectados que vivimos. Se trata de la idea del “Big Data”. Vale recordar lo
que mencionamos con anterioridad: en los últimos 20 ó 25 años las sociedades modernas
han transitado de una sociedad de la información, donde acceder a dicha información es
lo valioso, a una sociedad del conocimiento donde no sólo se accede, si no que se
comprende y se construye nuevo conocimiento, y por último a una sociedad digital,
donde se aplica y se transforma el entorno con base a conocimientos aplicados.

Ante este panorama, ¿qué vale? ¿El fierro, la estructura organizativa o la información
aplicada para algún fin determinado? De acuerdo a los últimos acontecimientos
financieros y al marco conceptual anterior, el orden de importancia es inverso al orden de
aparición: primero la aplicación, luego la organización y por último el hardware. Y
debemos aclarar tajantemente: no es que este hardware o la organización de la
información no valgan, es que las condiciones actuales definen el valor agregado en la
información y en cómo se maneja y aplica.

Resulta muy interesante analizar el comportamiento de los grandes corporativos en las


áreas informáticas y entender su migración de la parte dura a la parte blanda, del
hardware a las soluciones; todo esto en los últimos 20 años. Cuando identificamos los
grandes jugadores de esta arenas, nos damos cuenta que sus utilidades dependen de gran
manera de los servicios y las soluciones: IBM, HP, Oracle, EMC, Dell. Inclusive hay
grandes actores que se han dedicado al 100% a las soluciones: SAP, Terradata, o a los
puros servicios: Accenture, IPWC, Deloitte... Y la lista continúa: son los grandes actores-
constructores del siglo XXI en cuanto a las tecnologías de la información, los sistemas
que nos ayudan a tomar decisiones cada vez más eficientes y el crecimiento cada vez más
sofisticado de todo aquello que debe promover a una sociedad de mayor desarrollo en
todos sus ámbitos.

¿Qué sucede en una sociedad que duplica su información pertinente cada 18 meses? ¿Qué
sucede con esa sociedad cuyos servicios de ínter conectividad crecen más que la
población, alcanzando ya el 85% de ésta? ¿Qué pasa cuando este 85% no sólo consume,
sino interactúa y genera más información? Y tal vez lo más reciente e interesante de la
época del Big Data que vivimos, ¿qué pasa cuando los mismos aparatos, computadoras,
dispositivos móviles, generan información propia y que reparten entre ellos? O para
decirlo con más precisión, ¿qué pasa cuando los aparatos generan información de su
usuario: donde están, por dónde circulan, qué compran, que leen, a qué hora se
levantan...?

Sí, en la era Big Data las máquinas producen información de sus usuarios, se comunican
entre los propios aparatos. En el transcurso de una generación, hemos pasado de los bytes
de información a las redes semánticas, donde la información se intercambia, se evalúa y
se distribuye para los que la necesiten.

El mundo, hoy, produce información valiosa, pero la encrucijada consiste en que el


océano informático es cada vez mayor, crece exponencialmente haciendo difícil la toma
de decisiones. Vivimos los tiempos del Big Data, sistemas de grandes conjuntos de datos,
generados por gente y por computadoras haciendo de nuestras vidas virtuales entes
informáticos cargados de más y de más información, de más y de más significaciones.
Conjuntos de datos que van desde la construcción de avatares personales cada vez más
completos y complejos, a áreas integrales del saber humano que sirven diferentes
propósitos: conocimiento climático con los enormes espacios virtuales de los
simuladores; conocimiento genómico con fines médicos, mapas geográficos con fines
ambientales...

En fin, la lista es interminable, lo importante es destacar el ritmo de crecimiento de dicha


información, y el paradigma que nace al comprender que el intercambio, selección y
evaluación de los cruces de información es algo que nos ocupará en los años por venir.

Arrancamos esta era con los juegos de Alan Turing y hoy hablamos de computadoras
cuánticas. Alucinante. Y mientras, volviendo a la realidad mundana de nuestra nación,
nuestros organizadores políticos y sociales, siguen intentando definir la actualización de
una agenda digital.

Valen los tiempos políticos, con algunas certezas jurídicas, con actividades en el mundo
de las propuestas a todo vapor, para recordar el papel fundamental de una agenda digital
para nuestro sistema educativo. Y porque no, recordarles, recordarnos a todos los actores,
que vamos tarde.

Pretextos van y vienen; pero si no hay un Estado rector que actúe, con sus debidas
consecuencias, costos y logros, si no hay políticas públicas que iluminen el camino y
obliguen a los actores a avanzar, entonces, ¿qué? ¿el partido? ¿el gobierno? ¿el sindicato?
¿los recursos? Estos temas son lo de menos. ¿Para qué queremos derrumbar una casa si
aún los planos de la nueva están en el aire? Y con el afán de hacer más propuestas que
críticas, aquí, en resumen, en el resumen de un resumen, los campos para esta agenda
digital.

- El Aprendizaje Móvil. Urge que entendamos que los avances en las Tecnologías de la
Información y la Comunicación (TICs) están para ayudarnos, no para ahuyentarnos, y si
no entendemos esto rápidamente, la brecha entre aquellos que normalmente utilizan las
TICs para comunicarse y conectarse al mundo de los que no, o que lo hacen de manera
muy limitada, será cada vez mayor.

Hasta dónde sabemos, en ningún manual de computadora, o teléfono, o tableta


electrónica, dice expresamente que estos artilugios no puedan usarse con fines
educativos. Por otro lado, ninguna mente sensata piensa que el papel de estas
herramientas no será cada vez mayor en el futuro cercano. Y la pregunta obligada es:
¿qué estamos haciendo para preparar digitalmente a los miembros de nuestra sociedad?
¿de verdad es necesario continuar con los vejestorios de computadoras desecho de la
industria y eliminar la posibilidad de incorporar tecnología más cercana, mejor conocida
y más utilizada ya hoy en día por nuestros jóvenes alumnos?

Cada día que pasa, se encuentran, se descubren y se crean más aplicaciones con fines
didácticos tomando como fundamento las características de la tecnología móvil. ¿Dónde
está el esfuerzo para incorporar herramientas que pudieran ser poderosísimas para
conectarnos, a todos, a ambientes de aprendizaje, a conferencias en línea, a blogs donde
se resuelvan problemas, a publicaciones electrónicas, libros digitales y a cualquier
cantidad de instrumentos didácticos que nacen día a día en los mundos virtuales?
¿Matemáticas? Sí. ¿Ciencias? Sí ¿Español? Sí. ¿Inglés? Sí. ¿Ética y Ciudadanía? Sí.
¿Habilidades digitales? Sí. ¿Cuándo será el momento para incorporar al sexto gran pilar
de la educación del siglo XXI? Nuestra respuesta: Ayer.

- Laboratorios Virtuales. Vale para el apartado del aprendizaje móvil, pero sobretodo es
cierto en el caso de los laboratorios virtuales, son modelos económicos mucho más
baratos, cuestan menos, se mantienen con menos, y se actualizan con menos. Es una
cuestión financiera, que no es poca cosa en estos tiempos de eficiencia administrativa,
pero va mucho más allá. Los espacios virtuales se están convirtiendo en instrumentos
esenciales en disciplinas tales como la medicina, las finanzas, las ciencias en lo general;
qué lejos quedaron los tiempos donde los pilotos aviadores eran los únicos que dependían
de esta tecnología. Ya no. Hay juegos, sí juegos en la computadora, en el teléfono, que
pueden servir como laboratorios si se utilizan con inteligencia y propósito.
Varios son los modelos: talleres virtuales para el aprendizaje experiencial, simuladores, o
inclusive los accesos remotos a laboratorios reales (modelo impulsado por el famoso
Tecnológico de Massachusetts). La India es el país que más ha impulsado la existencia de
laboratorios virtuales: imagínense laboratorios con accesos hasta de 500 mil alumnos
simultáneamente.

- Espacios Digitales para el Aprendizaje. Existen, desde los que están diseñados
específicamente para eso, para el aprendizaje, hasta los que no fueron hechos para eso,
pero que pueden servir. Pongamos el caso de las más comunes interfaces de las redes
sociales como Facebook, Twitter, Instagram o Youtube. O, insistimos, lo diseñado ex
profeso para la administración del conocimiento donde lejos quedaron los años de
paquetes computacionales como Learning Spaces, y hoy, ante el trabajo duro de
plataformas como Moodle, Blackboard, Canvas, Sakai, Learnist: el mercado se inunda de
opciones. Cuando estas herramientas de administración del aprendizaje se combinan con
depositarios digitales de información como Science 360 ó TED, resultan paquetes muy
poderosos, que usados de manera correcta, impulsan en una experiencia educativa
enriquecedora.

En fin, la lista puede ser muy larga, no es el caso. Sólo recordar, que aún tenemos mucho
que avanzar en el tema de las competencias digitales que deben de estimularse desde la
infancia, y donde la capacitación y entrenamiento de nuestros claustros académicos
resulta fundamental.

Conclusión abierta, movilidad sensitiva

Estos años son fascinantes por muchas razones: Por lo que ya es, por lo que aún falta, y
por lo que podamos diseñar e implementar para el futuro inmediato. Es un periodo lleno
de retos y oportunidades. Y a veces aparece la sensación de que los grandes cambios ya
pasaron y lo que tenemos enfrente no es más que el desarrollo natural a partir de esos
grandes ejes transformadores. Y nos equivocamos, una y otra vez: los grandes cambios
están por venir.
¿Qué nos fascinará en este futuro inmediato? ¿Qué nos moverá el piso? ¿Qué cambiará el
rumbo de nuestra manera de pensar, actuar, interactuar? ¿nuestros modos, costumbres?
Porque mucho de lo que hemos modificado en los años recientes, ha sido por obra y
gracia de los artilugios tecnológicos que nos rodean. No dejo de pensar en un querido
amigo, que estudiamos la carrera universitaria juntos, la más tradicional de las carreras,
ya hace algunos ayeres, y que hoy en día nos facebookeamos para ponernos al tanto de
nuestras peripecias existenciales. Esto, y tantas otras circunstancias que nos han
trastocado a la mayoría de los habitantes terrícolas. Microsoft anunció recientemente que
.NET es de fuentes abiertas y que Hololens ya es una realidad. ¿De qué otra manera me
comunicaré con mi amigo, y de paso con mi familia, pareja, y conmigo mismo, en dos o
tres o cinco años?

¿Qué vendrá en el circo de las tecnologías de la información, a maravillarnos en este


recorrido anual? Los ejercicios prospectivos abundan, pero seamos serios, al menos como
iniciativa, repasemos alguna opinión fundamentada de expertos. En años redientes, la
famosa oficina de investigación en innovación de IBM, comandada por Bernard
Meyerson, nos ofrece al principio de cada periodo anual sus pronósticos de los tiempos
por venir. Y no debe de extrañarnos que la apuesta siga siendo por el crecimiento, en uso
y potencia, del sector de los aparatos móviles, ya sean teléfonos inteligentes, ya sean de
las famosas Tablets (nos resistimos a llamarles tabletas, ya que su significado en
castellano dista mucho del anglicismo que intentamos forzar. Seguro y alguna genialidad
de la Real Academia de la Lengua surgirá en cualquier momento).

¿Acaso existe margen de maniobra? ¿Acaso el sector y el tipo de tecnología puede seguir
creciendo ad infinitum? Pues bien, repetimos, como sucede consistentemente en estos
tiempos posmodernos, creemos que lo mejor ya pasó. Y parece que nuevamente estamos
muy equivocados. Pero antes de los espectaculares anuncios del equipo de Meyerson, un
recordatorio de lo que la tecnología móvil ya hace, ya puede hacer, en la mayoría de los
aparatos móviles inteligentes y en la mayoría de los países del mundo:
- Comunicación: lo obvio, pero no trivial, estos aparatos nos siguen facilitando la
comunicación a distancia, a través de palabras, textos, sonidos, imágenes, o cuanta cosa
venga.

- Consumo: en muchos países del mundo hay una tendencia a fusionar el teléfono
inteligente o la Tablet con la tarjeta de crédito, la cuenta de ahorros o con servicios
bancarios en general.

-Búsquedas: A través de las redes semánticas (el Siri del iphone por mencionar uno de
los más famosos), las búsquedas de información son cada vez más precisas y sencillas.

- Geolocalización: el GPS integrado a cada dispositivo encuentra más y más funciones


en el entorno de la virtualidad.

-Realidad aumentada: La manera de poner micas a la realidad visual con información


valiosa y oportuna.

- Vida social a través de las pantallas: Qué decir de las redes sociales que nos sacuden y
nos determinan a cada instante.

¿Acaso este maremoto informático no es suficiente? Pues a decir de los expertos de IBM,
no. Viene lo mejor en los próximos años. Bastante fácil de explicar en pocas palabras, sin
embargo, las repercusiones son difíciles de imaginar. La famosa lista de 5 in 5 de IBM
nos pronostica que en el futuro cercano, cercanísimo, la computación cognitiva producirá
lo que se conocen como máquinas sensibles (sensing machines) y tendrán sus
repercusiones inmediatas en la tecnología móvil. ¿Sensibles como de los cinco sentidos
humanos? Así es. Las computadoras (sí, son computadoras aunque les sigamos llamando
teléfonos) podrán:

- Reproducir sensaciones táctiles (podremos tocar a través de nuestras pantallas


telefónicas diversos materiales, texturas, temperaturas).
- Ver, esto es, reconocer ámbitos visuales. De alguna manera, las cámaras instaladas en
nuestros celulares ya lo hacen, y su potencial se mide en el desarrollo de la realidad
aumentada.

- Escuchar, reconocer del ruido existente, cuales son los sonidos legibles y con
significado y transmitirlos al usuario.

- Transmitir sabores, o más bien, traducir sabores en experiencias reconocibles para el


portador del teléfono móvil.

- Oler: las computadoras podrán reconocer patrones olfativas y luego trasmitirlas.

La movilidad sensitiva: ¿Ciencia ficción? Toda ciencia ficción lo es, hasta que deja de
serlo.

Nada se ha dicho en esta reflexión ensayística de un aspecto fundamental a tomar en


cuenta para los que nos dedicamos a estas cuestiones de educar y formar a las futuras
generaciones, y que forzosamente tendrán un papel más trascendente que el nuestro:
modelo educativo que no esté enfocado al desarrollo de la inteligencia emocional (o
como se le quiera llamar) de los niños y jóvenes, estará destinado al fracaso. Una de las
pocas cuestiones claras que tenemos frente a nosotros es la necesidad de contar con una
mayor fortaleza mental y emocional, más resiliencia, mayor capacidad de afrontar la
incertidumbre y el cambio.

Nos queda el futuro inmediato, para no perder bajo ninguna circunstancia, nuestra
capacidad de asombro. Nos queda el mundo de las posibilidades para tampoco perder
bajo ninguna circunstancia, nuestra realidad actuante que define el mundo que queremos.
Y por último, nos queda la incertidumbre, espacio de sueños y delirios que harán de este
mundo el mejor posible. ¿Y por qué no?

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