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Construcción celebridades descartables (Le Monde Diplomatique)
Nunca en toda la historia mediática de Francia, un programa de televisión había apasionado, fascinado,
sacudido, agitado, perturbado, enervado e irritado tanto al país como Loft Story, emitido desde el 26 de
abril último por el canal M6 y que alcanza, por momentos, niveles de audiencia de más de diez millones
de telespectadores... Sencillamente, es un fenómeno sin precedentes; una situación primigenia,
inaugural. Aun cuando sepamos que las imágenes nos dicen más sobre la sociedad que las mira que
sobre ellas mismas, su significado en este caso dista mucho de ser claro.
La amplitud del fenómeno es tal que el Festival de Cannes y la fase final del campeonato de fútbol
quedaron en buena parte opacados por el frenesí de Loft Story. Un frenesí de proporciones tan
extravagantes que la prensa internacional no titubea, pasando por alto otros problemas políticos
económicos o sociales, en consagrar numerosos reportajes a esta "Francia cautiva de la locura Loft
Story".
Importantes periódicos nacionales (Le Monde, Le Figaro, Libération, Le Parisien, France-Soir, Le
Journal du Dimanche, etc), y semanarios de gran tirada (L'Express, Le Point, Le Nouvel Observateur,
Marianne, VSD, Télérama, etc.), llevados por un efecto de mimetismo mediático, consagraron
enseguida, en varias oportunidades, sus primeras páginas a este fenómeno mediático-sociológico. Y
registraron récords de venta, contribuyendo así a ampliar la onda expansiva del éxito de Loft Story.
Psicodrama nacional, impacto mediático total, en todos los medios se multiplican los debates y las
polémicas a favor o en contra de este programa. "¡Loft Story ya no es un fenómeno de programación,
sino un verdadero asunto de Estado!", declaró, por ejemplo, Hervé Bourges, ex presidente del Consejo
Superior del Audiovisual (CSA). "Este tipo de programa contribuye a instalar un fascismo rampante",
afirmó Jérôme Clément, presidente de la cadena Arte France. Según la opinión de la Conferencia de los
Obispos de Francia, "Loft Story es una buena ilustración de los extravíos a los que puede conducir la
búsqueda desenfrenada del lucro. Los jóvenes que aparecen en escena son tratados como los cobayos de
un sabio loco que hubiese amontonado algunas ratas y ratones adentro de una caja de zapatos, sin
preocuparse por su devenir".
Asociaciones y grupos de ciudadanos radicalmente hostiles al programa -como Souriez, vous êtes filmés
("Sonría, lo estamos filmando"), Zalea TV, Apprentis agitateurs pour un réseau de résistance globale
("Aprendices de agitadores para una red de resistencia global"), Solidarloft, etc- apoyados, entre otros,
por la Liga Comunista Revolucionaria, las Juventudes Comunistas, el sindicato anarquista CNT, Attac y
el Foro de los Jóvenes Verdes, llegaron al punto de realizar manifestaciones en París, Nantes, Rennes,
Toulouse y Marsella frente a los locales del M6, depositando bolsas de basura y enfrentándose en
algunos casos con las fuerzas del orden... A treinta años de mayo del "68, Francia se encuentra, de
pronto, partida al medio y sumergida en un "Mayo loft story".

Vigilancia y sumisión
¿En qué consiste exactamente este programa? Presentado por M6 como "una ficción real interactiva",
Loft Story
es una especie de juego colectivo cuya dinámica se funda en la eliminación gradual de los participantes
a través del voto de los telespectadores. Encerrados durante diez semanas, setenta días, en un gran loft
de 225 metros cuadrados, rodeado por un jardín con piscina, aislados del mundo, sin televisión,
teléfono, prensa, radio ni Internet y filmados prácticamente durante las 24 horas del día en todas las
habitaciones (salvo los baños), once personas solteras -seis varones y cinco mujeres- menores de 35
años (elegidos entre 38.000 candidatos...), deben integrarse a la vida de grupo, revelar mutuamente sus
personalidades, para que al fin se forme una pareja ideal. La pareja ganará entonces una casa que vale 3
millones de francos (400.000 pesos)... donde deberán seguir conviviendo durante seis meses -¡siempre
filmados!- para transformarse finalmente en los verdaderos propietarios de la casa.
No menos de 26 cámaras, tres de ellas de infrarrojo, y cincuenta micrófonos equipan el departamento,
bajo el control de más de cien técnicos y productores, que van y vienen día y noche para garantizar la
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puesta en escena televisada de continuo. El programa se difunde por M6 en forma gratuita (pero
plagado de cortos publicitarios), bajo la forma de síntesis cotidianas de 52 minutos y, mediante el pago
de un abono, en forma continua (expurgada de las imágenes o escenas que se consideran chocantes), en
la programación paga como asimismo en Internet (loftstory.com).
El concepto de este tipo de programas fue puesto a punto en Holanda por la sociedad Endemol
(derivado del nombre de sus fundadores Joop Van den Ende y John de Mol), con el nombre de Big
Brother (Gran Hermano), a partir de septiembre de 1999. Difundido por un pequeño canal privado,
Veronica, el programa lograría un explosivo e inmediato aumento de sus niveles de audiencia. A partir
de entonces, este modelo -filmar permanentemente a amables voluntarios que se mueven dentro de un
espacio cerrado- fue exportado, con variantes más o menos sórdidas, a unos veinte países, que van
desde Brasil a Polonia, de Estados Unidos a España, de Argentina a Suecia o Australia. En casi todas
partes, lo mismo que ahora en Francia, tuvo un prodigioso éxito de audiencia (en Estados Unidos,
Survivor atrajo ¡más de 50 millones de telespectadores!), al punto que ciertas cadenas llegaron a
subastar las sábanas de las camas y otros objetos utilizados por los personajes. Como si se hubiera
globalizado lo que Annie Le Brun denomina "un proceso de idiotización general que aúna a los devotos
de todos los países pero también de todas las clases sociales y de todas las edades".
Filmado con cámaras de vigilancia o a través de espejos sin azogue, el programa reproduce un
dispositivo típico de control (policial, carcelario, militar), reforzado por la eliminación de ángulos
muertos, la multiplicación de planos picados, las cámaras de infrarrojo... Que dan al espectador una
sensación de poder, de dominio, (muchas veces se ve la escena desde arriba), y al mismo tiempo
refuerza a la larga el sentimiento protector (paternalista) hacia los prisioneros voluntarios.
Ese sentimiento de omnipotencia, intensificado por el hecho de que los personajes tienen por lo general
una psicología simple, fácil de leer (tanto más porque vienen al "confesionario" para dar las claves de
su comportamiento, mirando a los ojos a los telespectadores ), lleva a estos últimos a involucrarse
afectivamente con los héroes de la serie. Y explica sin duda, en parte, la fascinación colectiva ante
tantas escenas simples, vacías, banales, huecas, tantos diálogos nulos y situaciones cero.
El programa desencadenó también en todas partes enormes controversias y alucinantes debates, muchas
veces desmesurados (en Italia el papa Juan Pablo II en persona fue llevado a intervenir para condenarlo
explícitamente). Pero si realizamos una rápida arqueología audiovisual, no tardamos en comprender que
un manojo de signos y síntomas anunciaba desde hace tiempo la ineluctable llegada de este tipo de
programas, donde se trenzan inextricablemente exhibicionismo y voyeurismo, vigilancia y sumisión.
Su matriz lejana tal vez se encuentre en un célebre film de Alfred Hitchcock, Rear Window (La ventana
indiscreta), de 1954, donde un reportero gráfico (James Stewart) inmovilizado en su casa con una
pierna enyesada, observa por ociosidad el comportamiento de sus vecinos de enfrente. En un diálogo
con François Truffaut, Hitchcock reconoce: "Sí, el hombre era un voyeur, ¿pero acaso no somos todos
voyeurs?" Truffaut lo admite: "Somos todos voyeurs, aunque más no sea cuando miramos una película
intimista. Además, James Stewart, en su ventana, está en la situación de un espectador que ve una
película". Y Hitchcock constata: "Le apuesto que nueve de cada diez personas no pueden dejar de mirar
si ven a una mujer desvistiéndose antes de acostarse, al otro lado del patio, o simplemente a un hombre
que ordena su cuarto. Podrían volverse diciendo: "Esto no me concierne", podrían cerrar los postigos,
¡pues bien! no lo hacen, se quedan mirando".

Exhibición de la intimidad
A esta pulsión de ver, de observar, de dominar, corresponde en cierta forma su contrario: el gusto
impúdico por mostrarse. Gusto que experimentó una suerte de explosión a partir del avance de Internet,
a través de las webcams, esas camaritas que difunden imágenes por la red, a intervalos regulares. Desde
1996, el fenómeno webcam hace furor por todas partes. Por ejemplo, desde hace varios años, cinco
estudiantes de ambos sexos de Oberlin (Ohio, Estados Unidos), se exhiben en línea
(www.hereandnow.net), todos los días, las 24 horas del día, allí donde estén en los dos pisos de su casa.
Viven bajo la vigilancia de alrededor de cuarenta cámaras (más que en Loft Story) distribuida en su
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casa. Y como ellos hay miles, solteros, parejas, familias que invitan con total soltura a los internautas
del mundo a compartir su intimidad y mirarlos vivir, prácticamente sin ninguna restricción.
Pero dejando a un lado a Internet, la gente duda cada vez menos en ofrecerse sin tabúes a la mirada de
los otros. Así, en la Casa Radiante, edificio de Le Corbusier situado en Rezé, cerca de Nantes, hay
habitantes que se prestan a un juego extraño: ser observados en su casa, por desconocidos. Aceptaron
invertir la mirilla de su puerta y ofrecen su intimidad a todos los que quieran mirarlos al pasar...
Otro fenómeno que va en contra de la idea que podíamos tener de la protección de la vida privada son
los diarios íntimos que se multiplican por Internet. Hasta hace poco secretos y personales, hoy las
autobiografías y los diarios íntimos circulan libremente por la red. Cada vez son más los autores que
ofrecen sin censura sus pensamientos más íntimos, sus sentimientos más ocultos a la masa de los
internautas y buscan compartir su intimidad.
Un chino, Lu Youqing, escribió el año pasado en la red su Diario de muerte, que se transformó en un
verdadero fenómeno de literatura electrónica. Al enterarse de que estaba condenado a morir, este joven
agente inmobiliario de Shanghai decidió compartir con sus contemporáneos su lucha contra el cáncer de
estómago que lo minaba, hasta su último instante. Su último suspiro: "Corto el cordón. Los amo".
Por otro lado, en los programas de la televisión común, se multiplicaron las emisiones denominadas
Trash TV (televisión basura), que presentan a personas que se refieren sin ningún tipo de pudor a sus
problemas más íntimos o a sus pasiones más ocultas. El más célebre es el Jerry Springer Show, donde
los invitados acuden al estudio para, frente a una sala en estado de delirio, hacer -en pareja o en familia-
escandalosas confidencias o revelaciones increíbles sobre su vida privada, que terminan a menudo en
insultos, peleas, agresiones. Los temas son edificantes: "Querido, hago la calle", "Estoy embarazada de
su marido", "Mamá, ¿quieres casarte conmigo?", "Mi hermanita se prostituye". Y más también. El año
pasado, el odio acumulado durante un programa de Jerry Springer titulado "El cara a cara de las
amantes rivales", llevó a una pareja a asesinar a la ex mujer del marido... Más de 8 millones de
telespectadores ven este programa, que recibe más de 4.000 llamados de estadounidenses dispuestos a
revelarlo todo a cambio de 15 minutos de fama.
En Francia, el canal público FR3 adoptó un concepto similar, "con gente de verdad que habla de verdad
sobre su verdadera vida", bajo el título C"est mon choix ("La decisión es mía"), y registró un triunfo de
audiencia (7 millones de adeptos) además de desencadenar una gran polémica durante el pasado otoño.
Los temas no tienen nada que envidiar a los del Jerry Springer Show: "Me gusta mostrar mi cuerpo",
"Trago una farmacia entera", "No soporto más el pelo y los vellos", "No me gusta andar vestido",
"Exhibo mi vida privada por Internet"...
El éxito creciente de la sordidez en el espacio televisivo intensificó el gusto por formas todavía más
manifiestas de voyeurismo. Así, el canal de cable estadounidense Court TV se especializó en la difusión
de procesos grabados en los tribunales. Su momento de gloria fue durante el proceso de O. J. Simpson
(célebre jugador de fútbol estadounidense acusado de asesinar a su esposa), a fines de los años ´90.
A partir de la competencia de las cadenas que difunden Survivor, la versión estadounidense de Big
Brother, Court TV decidió ir todavía más lejos en la búsqueda de sensacionalismo. Desde entonces,
emite confesiones de criminales. Con un realismo escalofriante, no vaciló en presentar, por ejemplo,
"las confesiones de Steven Smith, que relata la violación y el asesinato de una médica en un hospital de
Nueva York en 1989; las de Daniel Rakowitz, que mató a una amiga para luego cortar su cuerpo en
pedazos y hacerlo hervir, también en 1989; y las de David García, quien ejercía la prostitución, y
describe el asesinato de un cliente inmovilizado en una silla de ruedas, en 1995...".
El desconcertante éxito popular de estos lúgubres programas explica por qué más de 3.400 periodistas
(o sea, más de la mitad de los presentes en Sidney en las últimas Olimpíadas...) se hizo acreditar para
cubrir la ejecución de Timothy McVeigh, autor del atentado que causó más de 168 muertos en
Oklahoma City, en abril de 1995, prevista para el 16 de mayo pasado y que finalmente fue postergada.
También explica por qué el mismo McVeigh quiere que su zejecución mediante la inyección de una
sustancia mortal se difunda en directo por la televisión... Lo cual parece confirmar la siguiente reflexión
de Paul Virilio: "Después de la publicidad y la propaganda política, la pornografía y la hiperviolencia
mediática dieron paso a un conformismo de la abyección".
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Arqueo y neo-televisión
Estos programas han hecho retroceder poco a poco los límites de lo mostrable y acentuaron la confusión
entre documental y ficción, vida real y creación ficcional(ver artículo de Marc Augé, pág. 36). A este
respecto, el antepasado más directo de Loft Story es sin duda The Real Life, serie creada hace diez años
por el canal de cable estadounidense MTV. En cada temporada se invita a siete jóvenes "sacados de la
vida real", elegidos entre miles de voluntarios, a vivir juntos en una casa o un loft donde se los filma
permanentemente. No están recluidos y llevan una vida normal (si puede llamarse así), van a la
facultad, al trabajo, etc. Esto sucede cada año en una ciudad distinta: Nueva York, Miami, Seattle,
Boston... Pero la tipología de estos adultos jóvenes (hombres y mujeres) es casi siempre la misma: el
muchacho "de onda", la chica sexy, el joven gay, la muchacha de provincia, el obseso sexual, etc.
Hace diez años que MTV presenta diariamente, durante 26 semanas, un episodio con el montaje
dramatizado de los momentos fuertes del día anterior. De todos los programas difundidos por cable, éste
es el más mirado, en particular por los que tienen entre 12 y 34 años. "Una de las revelaciones de este
programa, para quienes lo miran," declara Jonathan Murray, productor de la serie, "es ver cómo jóvenes
tan distintos llegan a comprenderse unos a otros y terminan por establecer entre ellos relaciones
conmovedoras".
Este éxito sirvió de inspiración a nuevas series de ficción (Sex and the City, Ally Mc Beal), y en
particular, a la serie de culto Friends, producida por la NBC, cuyos seis amigos neoyorquinos (Joey,
Ross, Rachel, Phoebe, Chandler y Monica) están directamente sacados del "mundo real". Basado en la
idea de que para los jóvenes de la ciudad que están en la frontera de la edad adulta, que dejaron a sus
familias pero aún no fundaron una nueva, la amistad es más fuerte que todo lo demás, Friends alcanza
una audiencia promedio de 23 millones de telespectadores... "En el café o en el departamento
compartido", escribe Marc Olivier Padis, analista de estas series, "alrededor de un gran canapé (ni
diván, ni sillón) que es el emblema de la serie Friends, las esperanzas y sinsabores sentimentales
organizan el diálogo. Las cuatro amigas de Sex and the City son más dinámicas: recorren los sitios de
moda de Nueva York y conversan en marcos más variados, a veces incluso en exteriores. En Ally
McBeal, el estudio de abogados, la sala de audiencias y el pub son los principales lugares donde
transcurre una acción que consiste esencialmente, aquí también, en un diálogo entre amigos y
compañeros de trabajo, sobre la vida privada o procesos (divorcios, adopciones, acoso sexual...)
relacionados con la intimidad".
Inevitablemente, este tema de la intimidad que se ofrece como pastura al público general tenía que
inspirar también a los productores de cine. En particular, dos películas lo abordan frontalmente: The
Truman Show 1998 , de Peter Weir, y Ed TV 1999 de Ron Howard.
La primera, interpretada por Jim Carrey, cuenta la historia de un joven cuya vida, desde su nacimiento y
sin que él lo sepa, se desarrolla en un inmenso estudio de filmación. Su vida es filmada constantemente
por decenas de cámaras ocultas y difundida por un canal de televisión.
La segunda cuenta la siguiente historia: un canal de documentales de San Francisco, True TV, cuya
audiencia está en baja, decide hacer un seguimiento de la vida de un hombre común, en directo, las 24
horas del día. Ed Pekurny (interpretado por Matthew McConaughey), vendedor de un video club, es el
candidato ideal. Seguido permanentemente por dos equipos, el joven se convierte en el ídolo de los
telespectadores. Pero todo pega un vuelco cuando Ed descubre que está enamorado de la novia de su
hermano... Estas dos películas son parábolas sobre la vigilancia permanente y la libertad individual, y
sobre la relación entre las apariencias y la realidad, entre la vida privada y el espectáculo público.
Todos estos antecedentes debían conducir inevitablemente a un programa del tipo de Loft Story.
Umberto Eco divide la historia de la televisión en dos etapas: la arqueo-televisión, anterior a los años
"80, cuando para aparecer en la pantalla chica había que poseer importantes méritos (ser un campeón, o
un gran escritor, o una persona de renombre, etc.), se acudía al estudio bien vestido, con corbata y había
que expresarse con corrección. Era la televisión podio, sólo los mejores accedían a ella.
Luego vino la neo-televisión (introducida en Francia en los "80, por el canal 5 de Silvio Berlusconi,
más precisamente) donde, con la multiplicación de los juegos y los programas en directo, el público, sin
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ningún mérito particular, accede directamente a la pantalla, y donde basta ser natural, incluso estar
vestido sin especial cuidado, y expresarse con el lenguaje de la calle, para convertirse en el héroe
momentáneo de un programa popular: Ça se discute (Todo es discutible), C"est mon choix (La decisión
es mía) o Voulez-vous gagner des millions? (¿Quiere ganar millones?) son los últimos avatares del
género. Se trata de la televisión espejo, que supuestamente refleja a la gente tal cual es.
Con las emisiones del tipo de Big Brother, como Loft Story, se franquea una nueva etapa. Esta vez el
público (representado por los prisioneros voluntarios) accede directamente, ya no a un programa
común, sino a una serie televisada. Es decir, a algo que tiene toda la apariencia de la ficción filmada. La
recompensa simbólica no es sólo la satisfacción personal, narcisista, de salir en televisión, de realizar un
tránsito único y efímero por ella (en un juego, un concurso, o dando un testimonio), sino convertirse en
el personaje de un relato.
Lo que apasiona al público, sin que forzosamente sea consciente de ello, es la metamorfosis que se
opera bajo su mirada y que transforma a personajes al fin de cuentas comunes, sacados de la vida real,
en personajes de una historia, de un relato, de un guión que se parece a una telenovela, a una ficción.
Aziz, Loana, Julie y los demás son y no son ellos mismos, puesto que al ofrecerse como espectáculo,
acaban por convertirse en protagonistas de una ficción filmada. Y el aura de la ficción facilita el acceso
a la fama.
En nuestras sociedades cada vez menos solidarias, devenidas en repúblicas de las soledades, ver
construirse la celebridad ante los propios ojos de un modo aparentemente tan fácil, fascina (o
escandaliza) al público, en particular a los más jóvenes. Público que en definitiva, no cae forzosamente
en la cuenta de que se trata de una estafa. Porque, en plena guerra de la competencia, el sistema
mediático necesita celebridades frenéticamente. Quiere producirlas rápido, como lo hace Loft Story, y
explotarlas en caliente. Reservándose la posibilidad de deshacerse de ellas con la misma rapidez, para
dejar lugar a celebridades nuevas y más frescas. Porque en esta fase caníbal de la cultura de masas,
cuando, como diría Guy Debord, el progreso de la sumisión avanza a una velocidad increíble, se trata
de fabricar celebridades descartables. Precarias celebridades.
El título del programa está claramente inspirado en el de una famosa novela del escritor estadounidense
Erich Segal, Love Story, publicada en 1970, uno de los éxitos de librería más fabulosos del siglo XX,
con más de 21 millones de ejemplares vendidos en versión inglesa y traducciones a 23 idiomas...
Cuenta la historia de dos estudiantes -Olivier y Jenny- que, pese a la oposición de sus padres, se casan y
cuando todo parecía sonreírles, se enteran de que Jenny tiene cáncer... Su adaptación casi inmediata al
cine por Arthur Hiller, con Ryan O'Neal y Ali MacGraw en los papeles protagónicos, tuvo también un
enorme éxito mundial.

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