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Conflicto universitario y crisis nacional

El desmantelamiento de los marcos del estado de derecho y el avance de la persecución


política habían estado en el centro de la primera Definición de este espacio. Una
democracia que no encuentra resguardo en las instituciones del estado, y una vida política
que es reprimida en operaciones judicial-mediáticas de proscripción, comienzan a
reconstituirse desde los espacios políticos más vitales de la vida activa de la sociedad.
Mientras la oposición sigue sin dar respuesta, sea desde un opoficialismo complaciente, sea
desde un kirchnerismo en situación de proscripción mediática, sea desde un peronismo en
estado de interna latente, la agitación comienza a expresarse en el sindicalismo y en los
movimientos sociales. Ciertas barreras de contención, generadas como políticas sociales
durante el kirchnerismo y aún no del todo destruidas por el macrismo, como la AUH, hacen
que los movimientos sociales se encuentren en una fase aún incipiente de su protagonismo.
Los sindicatos, en proceso de activación y, nos animamos a decir, progresiva
radicalización, parecen tener hoy, en esta coyuntura crítica, un rol político clave.

El conflicto universitario en Córdoba, actualmente en curso, ofrece algunas aristas


políticas interesantes para pensar estratégicamente en esta coyuntura de crisis y de
reconfiguración de los protagonismos. En él confluye la precipitación de la crisis
económica e institucional, la radicalización del conflicto y sus actores, y la activación de
fuerzas de resistencia arraigadas en napas profundas de la conciencia pública de nuestro
país. El comienzo de este ciclo de conflictividad se da en el no inicio de clases en una
importante cantidad de universidades nacionales tras el receso del invierno. La decisión de
ese no inicio, vale la pena recordar, viene de una consulta universitaria planteada antes del
receso que intentaba mantener activo un conflicto cuyo acompañamiento por las bases
resultaba difuso o poco claro en ese entonces. Primer acierto sindical: esa consulta fue el
necesario lazo entre la conflictividad moderada o declinante del primer semestre, que
parecía estar agotando sus energías desde marzo, con este estallido de agosto.

En un comienzo, el conflicto tenía el sentido claramente reivindicativo y gremial de


un reclamo salarial. Con una paritaria inconclusa y un denigrante ofrecimiento del 15% de
aumento, en el marco de una inflación proyectada (en ese ya lejano entonces) del 30%
anual, se estaba planteando, en concreto, un recorte del 15% al salario docente. El alto
acatamiento a la propuesta de no inicio de las clases a partir del 6 de agosto fue el inicio de
este ciclo de conflictividad. Un ciclo que, también en esos comienzos, supo capitalizar la
interna cambiemita entre radicalismo y Pro que permitió que algunas autoridades ligadas al
gobierno acompañaran el reclamo docente. En particular para el caso cordobés, el apoyo
del rector Hugo Juri (ex-ministro de educación a cargo de los recortes educativos de la
primera Alianza), permitió expandir los anillos de población universitaria movilizada, que
en general no se siente interpelada por la lucha gremial. Teniendo en cuenta el lugar central
de Juri en la avanzada neoliberal contra la universidad pública, además de su presidencia
del CIN (Consejo Interuniversitario Nacional), su contradictoria posición de apoyo al
reclamo docente mostró una fisura en la alianza gobernante que sumó a la masificación del
reclamo –a pesar de los pintorescos pataleos puristas de los leones peleones de siempre–.

La primera conquista concreta de este ciclo también fue una conquista


eminentemente gremial: la reapertura de la mesa paritaria. Esta primera mesa convocada
por el ministerio, sin embargo, tenía el perfil bajo de los equipos técnicos que abren una
negociación circunscripta a lo gremial. No había voz política aún. Pero sucede que desde el
comienzo esta lucha supo situar, junto al reclamo salarial, el reclamo presupuestario, que a
distintos niveles manifestaba recortes y subejecuciones que vienen asfixiando el
funcionamiento normal de las universidades, sobre todo las más chicas. Eso implicaba una
primera expansión del umbral gremial, el tránsito o la convergencia del conflicto docente
con el conflicto universitario general. La primera manifestación de esta ampliación del
conflicto fue el abrazo a la UNC, protagonizado unificadamente por docentes, estudiantes,
no docentes y egresados de la universidad, que se produjo el primer día del no inicio de
clases, el 6 de agosto. Nadie esperaba la masividad que tuvo ese acto, quizá el que encendió
la mecha. Es en ese momento y en ese contexto de generalización universitaria del conflicto
en que los estudiantes metieron la cola. El inicio de las tomas de facultades apuntaban en
esa dirección de expansión y radicalización del conflicto, aún en ámbito universitario. Más
allá de las internas que sabemos siempre producen las tomas (el fetichismo del medio y la
libido vanguardista), no se puede dudar del rol dinamizador que cumplen en un ciclo
ascendente de politización. Y eso sucedió. La mecha ya estaba encendida, y si Juri apoyó el
reclamo para darle alguna contención a lo inevitable, para entonces ya se había
transformado en nafta radical para combatir contra su propio modelo de universidad. Por
eso no sorprendió cuando esos actores que dieran su apoyo contradictorio a la lucha
universitaria comenzaron a bajar el discurso, sorprendentemente unificado (lo cual delataba
ya una toma de cartas políticas sobre el asunto por parte de Cambiemos), de separar
reclamo salarial de reclamo presupuestario, asegurando que no había ningún problema
presupuestario, y que sólo había que reclamar una paritaria adecuada. Fue inútil: el
conflicto ya había asumido dimensiones incontenibles. Segundo acierto gremial: haber
sabido capitalizar la generalización del conflicto, incluso en sectores interpelados por Juri,
sostenido a la vez siempre abierto el costado no sólo salarial del conflicto, la conflictividad
política inasimilable por el ocasional oportunismo de algún rector.

En ese marco, llegamos a la marcha del miércoles 22 de agosto. Una marcha votada
por asamblea de ADIUC, no por las federaciones, una marcha local, no nacional. Una
marcha que desde Córdoba intentaba mantener la movilización hasta que llegáramos a la
marcha nacional universitaria ya convocada para el día 30, que nos quedaba demasiado
lejos. Nadie imaginaba lo que sucedería. Sin embargo, la política gremial de acercamiento a
otros sindicatos locales resultó clave para un nuevo salto. Luz y Fuerza se encontraba en
pleno conflicto contra un nuevo intento de privatización de la EPEC, y se abrió la ocasión
de que resonara la vieja alianza estratégica de la energía y los saberes, de los obreros y los
estudiantes. Sumar a Luz y Fuerza y a otros gremios locales fue una de las claves del éxito
de la marcha del 22. Ese cuenta, creo, como el tercer gran acierto del gremio. Pero hubo
algo más en esa movilización, lo impredecible, lo latente que se activa, la historia que se
hace valer, el acontecimiento no anticipable preparado involuntariamente por sus actores.
Esa marcha fue la renovación de un pacto de la sociedad con la universidad, o mejor, de la
sociedad con la educación pública en cuanto tal. La marcha del 22 reunió alrededor de cien
mil personas en las calles de Córdoba, una cifra inédita, no sólo para una movilización
educativa. Pensábamos que con el abrazo a la UNC habíamos tocado un techo, pero no, y
así como no parece haber fondo para la caída de este desgobierno, no damos aún con el
techo de nuestra movilización. Y allí se dio un segundo salto: ya no sólo de lo gremial a lo
universitario, sino de lo universitario a la política nacional en general. De allí que a la mesa
paritaria convocada para el lunes siguiente se sentara el mismísimo ministro Finocchiario, y
que ahora la mesa no fuera técnica sino, a todas luces, una mesa política.

Pero detengámonos un momento en esa marcha y su significado. Desde la


perspectiva de la universidad, significó un respaldo social del reclamo docente y educativo,
sin dudas, pero principalmente implicó el planteo de un mandato social para los
universitarios: después de las movilizaciones por la ley de despenalización del aborto, el
conflicto educativo se convierte en la disputa más visible y movilizadora, y por tanto, en un
eficaz catalizador de diversas formas de malestar, y en un articulador de diversidad de
demandas desatendidas. Y además, con una capacidad de definir con más precisión al
enemigo, a diferencia de otras luchas más transversales como la del aborto. Ahora la
responsabilidad es mucho mayor para los universitarios. El conflicto universitario deja de
ser un conflicto universitario y se convierte en una palanca decisiva de la pulseada política
nacional contra este gobierno depredador. Eso ya no puede ser desatendido a la hora de
discutir como universitarios qué políticas nos damos en lo que sigue.

Pero a la vez, y desde la perspectiva de la sociedad, haber tomado a la universidad


pública como bandera principal, al menos por el momento, de su lucha contra el gobierno
(una lucha a muerte, porque la supervivencia de uno es incompatible con la del otro) asienta
esa batalla en una de las capas más profundas del inconsciente político argentino, en una
fibra de la imaginación pública que además de resultar centenaria, parece ser la más
indicada para resistir a este embate neoliberal a escala global: la universidad pública
representa la promesa de un país productivo, la memoria emancipatoria de la nación, y la
construcción de formas subjetivas ancladas en el trabajo crítico. Cuando la bandera que se
alza es la de la universidad pública, la vara del reclamo no se sitúa al nivel de las
necesidades primarias, sino al de las aspiraciones colectivas más utópicas, al de las reservas
morales e intelectuales más enérgicas que dejan llegar hasta nosotros lo más potente de
nuestro pasado político, y no sólo una estrategia defensiva o reactiva. Al tener a la
educación pública como causa, esta batalla no tiene un punto de partida de mínima
(hambre, desocupación, saqueos), sino un punto de partida de máxima: no busca una
solución para aquellos que ya no merecen ser ni siquiera explotados, sino que parte de la
fábrica misma de la (con)fabulación política. La educación pública es quizá el nombre del
sueño colectivo más poderoso y a la vez aún más eficaz en nuestro país, que nos distingue
en el mundo e incluso en América Latina. Una reserva activa de resistencia, irreductible al
neoliberalismo, quizá de las poquísimas que están quedando, y que, como se ha demostrado
en este proceso, está allí aún latente, dispuesta a ser movilizada. Dar esta batalla no es dar
una batalla sectorial, porque la educación pública es esa parte en que la sociedad se piensa
como apertura incondicional, como parte sin parte. Para decirlo con Marx, en la
emancipación de la educación pública está contenida la emancipación universal, de allí su
importancia estratégica.

Este es el tránsito de una lucha gremial a una lucha política. En la vertiginosa


semana que culmina el jueves 30, habló Finocchiaro el lunes, hubo palabra política,
degradada por supuesto, pero la hubo finalmente. Denunció como causa del conflicto a una
“alianza kirchnerotrotskista”, en lo que quizá sea un acierto involuntario de diagnóstico
universitario. En cualquier caso, la mesa pasó a cuarto intermedio hasta el miércoles. El
martes, casi confirmando que para eso se pasaba a cuarto intermedio el lunes, el mismísimo
presidente Macri creyó necesario sacarse una foto con los rectores, acaso para poner en caja
a los rectores que habían hablado de más, como Juri, pero también para dar un signo
político de que se tomó nota, a esos elevadísimos niveles de palacio, del conflicto
educativo. Y lo hace el mismo día en que se muestra en Vaca Muerta con su amigo Rocca,
invitando a situar al mismo nivel de importancia para la agenda presidencial el show de las
fotocopias con el conflicto universitario, que, de ese modo, ingresa a las primeras planas de
la prensa adicta. El miércoles la mesa de negociación también fracasa, seguramente porque
nada ofrecerían a un día de la marcha nacional del jueves 30, previsiblemente masiva.

Y llegamos al jueves 30. Ese día confluyen la gigantesca movilización universitaria


a nivel nacional con el día más aciago y devastador de este desgobierno. El presidente
recibía el cachetazo de la realidad, se decía, es decir: el país recibía el azote de las políticas
de depredación buscadas deliberadamente por este presidente y sus secuaces. Ese día, la
marcha universitaria fue un punto de reparo, un cobijo para tanta intemperie junta. Por eso
las más de trescientas mil personas en Buenos Aires, y las cientos de miles en el resto del
país. Tras ese jueves negro, por supuesto, la mesa paritaria del viernes volvió a ser
pospuesta. A la estrategia de dilación del ministerio se suma ahora una situación económica
catastrófica que impide ya tener esperanzas en esta negociación paritaria. Por exceso y por
defecto, la paritaria docente universitaria se desdibujaba cada vez más: por exceso porque
claramente esta lucha ya no es sólo por la universidad, como ya fue dicho, y por defecto
porque ya nadie esperaba sensatamente que hubiera una propuesta adecuada del ministerio.
En este sentido, asistimos al tránsito progresivo pero decidido de una huelga sectorial a una
huelga general, de una huelga reivindicativa a una auténtica huelga política (en los viejos
términos de Sorel, de una huelga general política a una huelga general proletaria). Y ello
además, con la perspectiva de una huelga general efectiva ya convocada para el 24 y 25 por
las dos CTA y para el 25 por la CGT. Esto en el marco de una activación general del sector
sindical, de elecciones de centrales clave, de la ruptura de camioneros con la CGT, y, en
general, de oportunidad para mayor protagonismo del gremialismo combativo. Mucha
inteligencia política habrá de desplegarse en esta bisagra decisiva, en la que los sindicatos
parecen ser los actores principales, y en la que las reivindicaciones gremiales particulares
habrán de confluir en una gran pulseada política nacional que acelere el declive de este
gobierno que, como dice el comunicado de ADIUC de la última asamblea del viernes, no es
un gobierno sino una fuerza de ocupación cuya única tarea es y siempre fue llevarse todo lo
que se pueda con el menor costo posible.

El lunes 3 el gobierno se mostró confundido, carente de iniciativa, sin capacidad de


reacción, y sin ningún gesto que pusiera en tela de juicio el rumbo político y económico
global. El propio sector en conflicto sufrió la eliminación de dos ministerios clave, Ciencia
y Técnica y Cultura. Sin embargo, el conflicto universitario ya había cobrado las
dimensiones que reseñamos, por lo que ese mismo día el ministerio realizó una propuesta
que, aunque a todas luces insuficiente, superó el 15% y fue llevada a las bases a lo largo de
toda la semana para su consideración. Con no pocas dificultades, y con muchas voces en
disidencia a lo largo y ancho del país, las federaciones aceptaron la propuesta. Esto marca
el inicio de un nuevo ciclo, que manteniendo la alerta por la cuestión salarial (atenta a la
cláusula de revisión para noviembre-diciembre), se centre en la cuestión presupuestaria y la
crisis institucional, articulando así de manera cada vez más ajustada con otros sectores,
mientras hacia dentro la universidad reagrupa fuerzas y capitaliza en organización toda la
movilización cotidiana del ciclo anterior. El punto de llegada provisorio de este nuevo ciclo
va a ser el paro nacional del 24-25 de septiembre, y tendrá como eje político fundamental el
debate que se dará en torno a la ley de presupuesto. Pasamos de un paro por tiempo
indeterminado a un paro rotativo y escalonado junto a otros sectores y por una disputa
ampliada. El 13 será nuestra próxima estación, parando y movilizando junto a Cetera,
Conadu y Sadop, y sumando fuerzas para un frente sindical articulado en torno a un nuevo
horizonte: la lucha contra el presupuesto del FMI. Allí, la defensa de la educación pública
va ser un enclave estratégico, va a ser la defensa de la fábrica de sueños colectivos, dentro
de una lucha que seguramente irá sumando actores y sectores día a día. Ese espacio de
conflictividad deberá ser resguardado como una reserva histórico-política irrenunciable en
nuestra lucha contra la violencia depredadora del capital financiero y sus operadores del
neoliberalismo local.

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