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En ese marco, llegamos a la marcha del miércoles 22 de agosto. Una marcha votada
por asamblea de ADIUC, no por las federaciones, una marcha local, no nacional. Una
marcha que desde Córdoba intentaba mantener la movilización hasta que llegáramos a la
marcha nacional universitaria ya convocada para el día 30, que nos quedaba demasiado
lejos. Nadie imaginaba lo que sucedería. Sin embargo, la política gremial de acercamiento a
otros sindicatos locales resultó clave para un nuevo salto. Luz y Fuerza se encontraba en
pleno conflicto contra un nuevo intento de privatización de la EPEC, y se abrió la ocasión
de que resonara la vieja alianza estratégica de la energía y los saberes, de los obreros y los
estudiantes. Sumar a Luz y Fuerza y a otros gremios locales fue una de las claves del éxito
de la marcha del 22. Ese cuenta, creo, como el tercer gran acierto del gremio. Pero hubo
algo más en esa movilización, lo impredecible, lo latente que se activa, la historia que se
hace valer, el acontecimiento no anticipable preparado involuntariamente por sus actores.
Esa marcha fue la renovación de un pacto de la sociedad con la universidad, o mejor, de la
sociedad con la educación pública en cuanto tal. La marcha del 22 reunió alrededor de cien
mil personas en las calles de Córdoba, una cifra inédita, no sólo para una movilización
educativa. Pensábamos que con el abrazo a la UNC habíamos tocado un techo, pero no, y
así como no parece haber fondo para la caída de este desgobierno, no damos aún con el
techo de nuestra movilización. Y allí se dio un segundo salto: ya no sólo de lo gremial a lo
universitario, sino de lo universitario a la política nacional en general. De allí que a la mesa
paritaria convocada para el lunes siguiente se sentara el mismísimo ministro Finocchiario, y
que ahora la mesa no fuera técnica sino, a todas luces, una mesa política.