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¿LA LAICIDAD SOLO DEBE LIBRARNOS DE LA TUTELA DE LAS

RELIGIONES?

V.·.M.·. y QQ.·.HH.·.

EENBLADGODF

La cuestión de la definición de laicidad es primordial: definir jurídica y


políticamente una unión entre unos seres cuyas convicciones espirituales son
diversas. La unidad del laos, según la etimología griega, es la de una población
en la cual ningún individuo se distingue de los demás por unos derechos o unos
poderes particulares. El Laico, desde la época medieval, es el hombre del
pueblo, creyente o no, distinto del Clérigo, que es depositario de una función
específica en la administración de lo sagrado.

El principio laico de unión del pueblo trasciende la indiferenciación de los


simples “laicos” en valores fundadores de la Ciudad: libertad de conciencia,
igualdad de todos, indivisibilidad de un cuerpo político fundado sobre la
identidad universal de los derechos detentados por cada uno.

La idea de un mundo común para todos, de una res publica, se esboza


ampliamente en este principio de indivisión del pueblo, del laos.

Ciertamente, no hay que despreciar las comunidades de fe o de representación


del mundo. Pero solamente conciernen a los que se reconocen libremente en
ellas. Toda la cuestión es pues saber cómo concebir la diversidad dentro de la
unidad, cómo articularlas por una parte sin que la diversidad comprometa a la
unidad, y por otra parte sin que la unidad oprima la diversidad. Se concebirá
entonces una comunidad de derecho a partir de una preocupación por la justicia
inspirada por la referencia a los derechos fundamentales del ser humano.
Hay que concebir la laicidad no como un producto cultural, surgido
espontáneamente de una tradición particular, sino como una conquista llevada
a cabo por un esfuerzo de apartarse de una sociedad primeramente sometida a
la organización teológico-política tradicional.
Las religiones, sobre todo las monoteístas, y en nuestro entorno la católica,
tienen a competir por la ocupación y dominación de los espacios públicos; es
una constante en la historia de Europa.

Las religiones monoteístas como representación de la divinidad propia de las


religiones dogmáticas desgajadas del tronco abrahámico (judaísmo,
cristianismo e Islam), no sólo han tenido y tienen un sentido teológico dirigido a
los practicantes religiosos en ámbitos privados, sino que entrañan un sentido
ideológico capaz de condicionar el pensamiento y orientar la conducta de los
seres humanos tanto en su individualidad como en su vida comunitaria y social.

La laicidad es por esencia separación del Estado y de la Iglesia, lo que excluye


todo régimen concordatario. El reconocimiento oficial de ciertos cultos encierra
en efecto una doble exclusión; los demás cultos, y las figuras no religiosas de la
vida espiritual. Hipoteca la esfera pública, alienándola a los dominios de las
religiones y el hecho de que varias religiones se encuentren reconocidas no
cambia nada al asunto. No tiene pues nada de laica.

La laicidad no es únicamente la neutralidad confesional del Estado. La


preocupación por un espacio público común a todos excluye, pues, toda
alienación del Estado y de las instituciones públicas al multiconfesionalismo.

La escuela no es un lugar como los demás. Acoge unos niños que son a la vez
alumnos. Los acoge a todos, sin distinción de origen, de religión o de convicción
espiritual. Prepara a la ciudadanía, sin caer en la ilusión de una ciudadanía
espontánea que preexiste al período de formación. Es decir que la laicidad no es
solamente un derecho, es también una exigencia. Los niños-alumnos ya no
pertenecen del todo a su familia; pero no se pertenecen todavía del todo a ellos
mismos, de hecho, incluso si están en la escuela para aprender a prescindir del
maestro. De allí la tarea delicada de la escuela laica, que, en un sentido, es una
institución orgánica de la República, y no debería ser reducida a una simple
prestataria de servicio, tributaria de la demanda social del momento.

La lógica de la escuela es la de un ofrecimiento de cultura, que siempre debe


sobrepasar la demanda para liberarse de sus límites. De allí la necesidad de una
apertura de gran angular del campo del conocimiento incluyendo las religiones,
las mitologías, los humanismos racionalistas, todo lo que antaño se llamaba con
mucha razón las Humanidades.

Laico es, como ya habíamos dicho, relativo a pueblo, a la cosa pública, la res
publica, por lo tanto es la esencia del concepto de la república, debe ser capaz
de ir mas allá de todas las religiones y atacar todo lo que vulnere la pluralidad o
la imparcialidad del estado en la tutela de los derechos de los ciudadanos.

La laicidad abre un espacio a la libertad eliminando toda discriminación; de esa


forma garantiza una igualdad de derechos, quita privilegios y conforma una
sociedad más justa y más igualitaria.

La laicidad no es igual Francia y España, en la pregunta que nos hace el GOdF


no hablamos "sólo" de laicidad, sino que hablamos de la extensión de la laicidad
ante más citaciones, ante la justicia social, ante el racismo, ante el sexismo, y
ante la dominación de un clero "político-bancario" que parece manejar los
destinos de Europa; y, en ese sentido, el laicismo debe extenderse dar
respuesta a todas estas cuestiones, desde el punto de vista de la igualdad de
derechos y de deberes.

HEMOS DICHO

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