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Crítica de Jojo Rabbit, de Taika Waititi.

Hitler como ídolo pop


Nota: ***1/2
El director italiano Roberto Rossellini abordó la huellas del fascismo en la joven mente
de un niño alemán en la magistral Alemania, año cero. El neozelandés Taika Waititi
trata ese mismo asunto, aunque desde una perspectiva muy distinta al del autor de Te
querré siempre en Jojo Rabbit, adaptación del libro Caging Skies, escrito por
Christine Leunens.
El firmante de Lo que hacemos en la sombras, aquella simpática mezcla de la serie de
televisión Friends con los tópicos de las películas de vampiros, intenta comprender qué
sedujo a millones de jóvenes germanos para adorar a un personaje de la calaña de Adolf
Hitler. La creación de ese mito no se aleja demasiado del que entrañan los ídolos pop de
la música. Así lo deja claro el cineasta en los maravillosos títulos de crédito, donde
escuchamos una versión germana de I want to hold your hand, el éxito de The Beatles,
acompañada de imágenes de archivo de masas de jóvenes y niños expresando su fervor
ante el terrible dictador. Las reacciones son sospechosamente parecidas a las que
generaban los cuatro de Liverpool en sus primeros años.
Huyendo del más estricto realismo, Jojo Rabbit nos enseña el nazismo a través de la
susceptible visión de un niño alemán de diez años. Por lo tanto, todo aquello que vemos
tiene un tono inequívocamente naif, aunque no quiera decir que se oculte en ningún
momento la barbarie fascista ni las terribles consecuencias de uno de los más
sangrientos conflictos bélicos de la Historia.
Desde esa perspectiva un tanto amable de la realidad podemos entender que el chaval
cree un particular amigo imaginario que toma la forma de un edulcorado Hitler o que
abrace la doctrinas fascistas porque le permitan socializar con otros chicos y sentirse
algo más integrado. No obstante, poco a poco, su burbuja se pinchará cuando se dé
cuenta que esos demonios llamados judíos son personas normales y el gobierno
capitaneado por su amado líder es capaz de arrebatarle lo que más ama.
Waitiki opta por un tono que bascula entre lo bufonesco y lo dramático. Así no duda en
ridiculizar las doctrinas nazis como un cúmulo de patrañas sin sentido, pero sin obviar
la terrible realidad de unas autoridades que no pestañeaban en liquidar a cualquiera que
se opusiera a ellos. Por otra parte, deja patente algo que se debería enseñar en las
escuelas: que conocer al diferente o al que no tiene las mismas creencias y gustos que
nosotros es el primer paso para entenderle, respetarle o incluso amarle.
Quizá para algunos la película pueda parecer demasiado ingenua y obvia, pero habría
que recordarles que estamos ante una cinta que recrea un universo infantil en un tiempo
difícil. El filme refleja, además, el complicado tránsito de la infancia a la adolescencia,
ese momento en el que se vislumbra que la inminente vida adulta no es precisamente un
camino de rosas.
No obstante, la notable película de Waitiki no funcionaría sin la espléndida dirección de
actores. Scarlett Johansson compone una adorable madre que esconde muchos
secretos, mientras que Thomasin McKenzie logra que su personaje de judía
adolescente rezume las necesarias dosis de madurez e inocencia. Igualmente adecuados
resultan Sam Rockwell, que inyecta cierta sorna a ese militar de vuelta de todo, y el
propio Taika Waitiki, que homenajea con su Hitler imaginario al gran Charlie
Chaplin de la magistral de El gran dictador. No obstante, los grandes protagonistas de
la función son los actores infantiles: Roman Griffin Davis, espléndido como el joven
protagonista, y Archie Yates, divertidísimo en el papel de su entrañable amigo gordito.
Julio Vallejo Herán

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