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EL TIEMPO DE LA CULTURA POLÍTICA EN AMÉRICA LATINA: UNA

REVISIÓN HISTORIOGRÁFICA1

Marta Elena Casaus Arzú


Patricia Arroyo Calderón

La noción de “cultura política”, como generalmente suele señalarse, surge en el


campo de la ciencia política en los años 60 de la mano de Gabriel Almond y Sydney
Verba y progresivamente se convierte en una noción que va calando los modelos
interpretativos de otras ciencias sociales, como la sociología, la psicología social o el
estudio de los comportamientos electorales2.
Varios de los participantes en el Workshop “Culturas políticas: de teoría y
método”, celebrado en Zaragoza en junio de 2009, cuyos trabajos se recogen en este
volumen han ofrecido, asimismo, definiciones precisas del significado3 que tiene dicha
noción y cómo ha sido empleada por los historiadores para tratar de solventar las
deficiencias metodológicas e interpretativas de la historia política tradicional, en primer
lugar y, en segundo, de las interpretaciones ofrecidas por la historia social para tratar de
explicar los comportamientos políticos colectivos.
El concepto de “cultura” o “culturas políticas” hace tiempo que desembarcó
también en el campo de los historiadores latinoamericanistas de uno y otro lado del
Atlántico, especialmente a raíz de la renovación de la historiografía política que inició
François-Xavier Guerra en los años 90 —la figura de F. X. Guerra, en tanto que

1
Las autoras agradecen la invitación de Manuel Pérez Ledesma y María Sierra para participar en el
presente volumen, así como la posibilidad de participar en la Red Temática de Historia Cultural de la
Política (HAR2008-01453-E/HIST). Asimismo, agradecen la atenta lectura y los comentarios de Elías
Palti, Jesús de Felipe y Jesús Izquierdo.
2
La obra fundacional que inaugura los estudios sobre cultura política es The Civic Culture. Political
Attitudes and Democracy in Five Nations, publicada por Almond y Verba en 1963. Véanse Cabrera,
Miguel Ángel: “Cultura política e historia”, en este mismo volumen, así como de Diego Romero, Javier:
“El concepto de ‘cultura política’ en ciencia política y sus implicaciones para la historia”, en Ayer, nº 61,
2006, pp.233-266; y Botella, Joan: “En torno al concepto de cultura política: dificultades y recursos”, en
Pilar del Castillo e Ismael Crespo (eds.), Cultura política. Valencia: Tirant lo Blanch, 1997.
3
O significados, como recalca Miguel Ángel Cabrera al referirse a la polisemia de la noción en “Cultura
política…”.
renovador e impulsor de este tipo de estudios, es incontestada por todos los autores
consultados: Alfredo Ávila, Virginia Guedea, Mirian Galante, Nuria Tabanera, Manuel
Chust o Pedro Pérez Herrero, entre otros 4 —. No obstante, ese renovado interés
historiográfico por el campo de la política en sentido amplio (discursos, prácticas,
espacios de sociabilidad, etc., de los que hablaremos más adelante) no siempre ha
venido acompañado de una mención explícita a la “cultura o las culturas políticas”
como categoría e instrumento de análisis relevante, a pesar de que muchos de los
trabajos que se enmarcan en la línea abierta por Guerra inciden y ahondan, precisamente,
en el tipo de preocupaciones propias de los estudios sobre “cultura política”.
De esta manera, en este texto no pretendemos ofrecer una definición normativa de
qué significa o cómo debería ser utilizado el concepto de “cultura política” en la
historiografía latinoamericanista sino, por el contrario, tratar de trazar las líneas
principales por las que han discurrido los trabajos y los debates de la nueva historia
política de la región en el último cuarto de siglo5.
En concreto, vamos a centrarnos en cómo los supuestos que entraña la noción de
“cultura política” han resultado muy adecuados para la nueva historiografía
latinoamericanista a la hora de revisar los postulados de lo que denominaremos historia
política clásica. No sabemos si es aventurado afirmar que el “clasicismo” u ortodoxia6
de dicha historiografía está representado por dos líneas de pensamiento que son, en
última instancia, dicotómicas. La primera de ellas sería la historiografía basada en las
narraciones liberales de índole triunfalista de finales del siglo XIX y principios del siglo

4
Véanse Ávila, Alfredo: “Liberalismos decimonónicos: de la historia de las ideas a la historia cultural e
intelectual” y Guedea, Virginia: “La ‘nueva historia política’ y el proceso de independencia novohispano”,
en Guillermo Palacios (coord.), Ensayo sobre la nueva historia política de América Latina: siglo XIX.
México: El Colegio de México, 2007, pp. 111-147 y 95-111; Galante, Mirian: “El liberalismo e la
historiografía mexicanista en los últimos veinte años”, en Secuencia, nº 58, 2004, pp. 161-187; Tabanera,
Nuria: “Sobre historia, cultura e historiografías iberoamericanas compartidas: presentación”, en Ayer, nº
70 (Cultura y culturas políticas en América Latina), 2008, pp. 81-94; Chust, Manuel y Serrano, José
Antonio: Debates sobre las independencias iberoamericanas. Madrid, Iberoamericana, 2007; Pedro Pérez
Herrero: “Historiografía mexicana”, en Cuadernos Hispanoamericanos, nº 549-50, 1996, pp. 79-95 y “La
historia contemporánea latinoamericanista en 1991”, en Ayer, nº 6, 1992, pp. 73-100.
5
Tampoco pretendemos ofrecer una revisión exhaustiva de los caminos por los que ha discurrido esta
renovación; algunos textos representativos deberán servir para categorizar ciertas líneas de trabajo
comunes a diferentes profesionales cuyos trabajos presentan patrones de análisis u objetos de estudio
análogos. Asimismo, podrá verse que a lo largo del relato aparecerán áreas geográficas
sobrerrepresentadas en términos del número de trabajos citados —México, Centroamérica o Argentina,
principalmente—, mientras que otros espacios regionales como el Caribe, Colombia o Venezuela apenas
tendrán cabida en esta exposición. La razón tiene que ver, por un lado, con la abundancia de propuestas
novedosas en contextos académicos muy potentes, como el caso de Argentina, México, Brasil o, en
menor medida, Chile, y por otro con los intereses específicos de las autoras de este trabajo.
6
En cualquier caso, sí podríamos hablar de hegemonía de ambas líneas interpretativas hasta la revolución
historiográfica protagonizada por la escuela de Guerra en la década de los años 90.
XX; en concreto, nos referimos a aquellas celebraciones retrospectivas de los grandes
próceres del liberalismo decimonónico y de los momentos fundacionales de las
naciones-Repúblicas, identificados, de forma general, con la extensión de las
instituciones y/o los discursos liberales 7 . Por otro lado, nos encontramos con las
revisiones contrarias del periodo de auge del liberalismo: aquéllas que afirman el
fracaso de los proyectos liberales (bien a escala continental, bien a escala nacional), ya
fuera por la imperfecta extensión e implementación de los mismos —exclusión de
amplias capas sociales como las mujeres, los indígenas, los campesinos, los
afrodescendientes, las masas populares rurales o urbanas, etc.—, ya fuera por la
perversión de sus principios en relación a una suerte de modelo de “liberalismo
normativo” 8 —caudillismo, reelecciones, dictaduras, fraude electoral o insuficiente
grado de democratización, entre los más habitualmente mencionados—.
En cualquier caso, no podemos dejar de mencionar que, más allá de las estrechas
fronteras de la historiografía, la noción de “cultura política” comenzó a ser utilizada —y
lo sigue siendo— en distintos trabajos sociológicos y politológicos que, precisamente,
tratan de explicar con dicha herramienta el supuesto “fracaso” o las presuntas anomalías
en el funcionamiento de los sistemas políticos latinoamericanos. Así, desde los años 80
y principios de los 90 —coincidiendo, por cierto, con el fin o las postrimerías de las
dictaduras militares en el Cono Sur, con la oleada de violencia insurgente y
contrainsurgente en América Central, con el recrudecimiento de conflictos internos de
largo aliento como el de Colombia, con la descomposición y creciente contestación de
estructuras estatales aparentemente monolíticas, como la mexicana y, en fin, con las
novedosas reivindicaciones y prácticas organizativas de los nuevos movimientos
sociales— los trabajos de distintos politólogos y sociólogos vinculados a la escuela
norteamericana comenzaron a poner el acento en la “cultura política” como la variable
que explicaba, en última instancia, la deficiente implantación de la democracia liberal
en los diferentes países tratados. En dicha línea se encuentran los trabajos de John A.

7
No pretendemos entrar en la discusión de fuentes primarias; una excelente revisión del proceso de
“canonización” de este tipo de historiografía y de sus modos narrativos (heredera, hasta cierto punto, de
los postulados sobre la historiografía como “narrativa” y de la teoría de los tropos de Hayden White) se
encuentra en González-Stephan, Beatriz: Fundaciones: canon, historia y cultura nacional: la
historiografía literaria del liberalismo hispanoamericano del siglo XIX. Madrid: Iberoamericana, 2002.
8
En esta línea de abordaje, que subraya los “fracasos” de los liberalismos latinoamericanos, podrían
situarse algunos de los textos que normalmente se encuadran entre los trabajos de la “nueva historia
política”. Citaremos como ejemplo paradigmático de este tipo de trabajos el de Fernando Escalante:
Ciudadanos imaginarios. México: El Colegio de México, 1992.
Booth para Centroamérica y Colombia, o las teorías del path dependence aplicadas a la
evolución política liberal en América Central9.
En cualquier caso, el siglo XIX latinoamericano va a ser el período más afectado
por la renovación de la historiografía y la creciente preocupación por el fenómeno y las
manifestaciones de la “cultura política”; y desde luego este giro historiográfico no va a
ser ajeno al del “giro hacia la cultura” que se ha producido en las ciencias sociales en
general a partir de los años 8010. Como han señalado muchos autores, a partir de dicho
periodo, a la hora de analizar las causas y el desarrollo de los fenómenos y
acontecimientos sociales, “la cultura ha pasado al primer plano”11: para el caso de la
historia de Europa, los trabajos de autores como Robert Darnton o Roger Chartier
fueron fundamentales a la hora de abordar cómo se desplegaban los elementos
culturales a la hora de la forja de las identidades gremiales o locales en el Antiguo
Régimen 12 ; asimismo, los trabajos sobre la Revolución Francesa de Keith Baker o
François Furet fueron fundamentales a la hora de poner el acento en la “cultura
revolucionaria” o las “culturas políticas revolucionarias” como elementos de primer
orden a la hora de comprender los acontecimientos revolucionarios y las decisiones de
sus actores13.

9
John A. Booth: Rural violence in Colombia 1948-1963. Austin: University of Texas at Austin, 1974;
Booth, John y Walker, Thomas (eds.): Understanding Central America. San Francisco: Westview Press,
1989; Booth, John y Seligson, Mitchell (eds.): Political participation in Latin America. Nueva York:
Holmes, 1978; James Mahoney: The legacies of liberalism: path dependence and political regimes in
Central America. Baltimore: Johns Hopkins University Press, 2001.
10
Para un repaso del “giro hacia la cultura” que ha sufrido la historiografía en los últimos años, así como
sus efectos a la hora de suscitar nuevas discusiones de índole epistemológica y la incorporación de
nociones y conceptos explicativos originariamente procedentes de otras disciplinas, véase Pérez Ledesma,
Manuel: “Historia social e historia cultural (Sobre algunas publicaciones recientes)”, en Cuadernos de
historia contemporánea, vol. 30, 2008, pp. 227-248. Para un repaso más general sobre el impacto de la
incorporación de la “cultura” como noción fundamental en las disciplinas humanísticas y las ciencias
sociales a lo largo de la década de los 80, véase Bonnell, Victoria E. y Hunt, Lynn (eds.): Beyond the
cultural turn. New directions in the study of society and culture. Berkeley: University of California Press,
1999.
11
Parafraseamos el título del capítulo de Rafael Cruz: “La cultura regresa al primer plano”, en Manuel
Pérez Ledesma y Rafael Cruz (coords.), Cultura y movilización en la España contemporánea. Madrid:
Alianza Editorial, 1997, pp. 13-34.
12
Véanse, entre otros, Darnton, Robert: La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la
cultura francesa. México: FCE, 1987; Chartier, Roger: Espacio público, crítica y desacralización en el
siglo XVIII: los orígenes culturales de la Revolución Francesa. Barcelona: Gedisa, 2003, y El mundo
como representación: estudios sobre historia cultural. Barcelona: Gedisa, 1992.
13
Baker, Keith (ed.): The French Revolution and the creation of modern political culture. Oxford:
Pergamon, 1989; “El concepto de cultura política en la reciente historiografía sobre la Revolución
Francesa”, en Ayer, nº 62, 2006, pp. 89-110.
La tradición del “ensayo latinoamericano”
En cualquier caso y paralelamente, el interés por los estudios sobre la cultura en
América Latina era amplio y tenía una sólida tradición filosófico-literaria a sus espaldas,
pero podríamos decir que se encontraba muy alejado de las preocupaciones relacionadas
con la “cultura política” que serán propias de un periodo más reciente.
En este sentido, los estudios sobre “cultura” y “política” (que no sobre “cultura
política”) habían tenido una gran presencia en la academia y los espacios artísticos y
literarios latinoamericanos desde inicios del siglo XX, en concreto desde las décadas de
1920 y 1930, momento en el que se inicia una fructífera línea de estudios de largo
alcance a lo largo de todo el siglo XX y a la que se sigue definiendo aún como la
tradición de estudio del “ensayo latinoamericano”14. Dicha tradición, iniciada por José
Enrique Rodó, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, José Martí, etc. fue continuada
por autores tan prolíficos e influyentes como Leopoldo Zea, José Gaos, Edmundo
O’Gorman, Octavio Paz, etc., quienes marcaron la tónica de los estudios sobre la cultura
y la literatura latinoamericana, ejerciendo una inequívoca hegemonía hasta bien entrada
la segunda mitad del siglo XX. Es necesario señalar también que dicha tradición goza
hasta el momento de una excelente salud, puesto que el “ensayo latinoamericano” sigue
siendo practicado por toda una generación de discípulos que desde la filosofía y la
historia de las ideas han aportado y siguen aportando importantes trabajos en esa
dirección15.

14
Véase Devés Valdés: El pensamiento latinoamericano en el siglo XX: Del Ariel de Rodó a la CEPAL.
Vol. I. Buenos Aires, Biblos, 2000, pp. 253-279, quien realiza un recorrido por la historia de las
manifestaciones ensayísticas acerca del carácter de los y “lo” latinoamericano, tanto desde la propia
América Latina como desde España —donde se realiza a través de otro tipo de reflexiones acerca de los
encuentros y desencuentros de algo indefinible llamado “hispanidad”—. Véanse también Fernández,
Teodosio; Millares, Selena y Becerra, Eduardo: Historia de la literatura hispanoamericana. Madrid:
Universitas, 1995; y Fernández, Teodosio: Los géneros ensayísticos hispanoamericanos. Madrid: Taurus,
1990.
15
Los precursores de ese campo fueron, entre otros, José Gaos, con En torno a la filosofía mexicana:
México y lo mexicano. México: Porrúa y Obregón, 1952; y Leopoldo Zea, con El pensamiento
latinoamericano. Barcelona: Ariel, 1976. Para consultar un recorrido por esta línea, más cercana a la
historia de las ideas y del pensamiento latinoamericano, véanse Ardao, Arturo: Estudios latinoamericanos
de Historia de las ideas. Caracas: Monteávila, 1978; Roig, Arturo Andrés: Teoría y Crítica del
pensamiento latinoamericano y su aventura, 2 volúmenes. Buenos Aires: Centro Editor de América
Latina, 1994; Devés Valdés, Eduardo: El pensamiento latinoamericano en el siglo XX, 3 volúmenes.
Buenos Aires: Biblos, 2000; Cerutti, Horacio: Filosofar desde nuestra América: ensayo problematizador
de su modus operandi. México: UNAM, 2000 o Cerutti, Horacio y Magallón, Mario: Historia de las
ideas latinoamericanas: ¿disciplina fenecida? México: UNAM, 2003, donde los autores se cuestionan el
fin de la disciplina de la historia de las ideas.
Dichos estudios trazaron las líneas maestras por las que discurriría en gran medida
la “historia de las ideas” del período: una noción de “cultura” eminentemente letrada16 y
un estudio de las “ideas políticas latinoamericanas” a través de sus expresiones literarias
y a partir de sus autores más distinguidos. El sentido último de la labor de la escuela de
la “historia de las ideas latinoamericanas” era tratar de encontrar una serie de
herramientas intelectuales y políticas propias que permitieran al continente
latinoamericano pensarse a sí mismo (descubriendo su “verdadera esencia”) desde las
más altas y elaboradas expresiones cultural-literarias. Asimismo, un elemento
importante y común a dichos autores, que más tarde tendría gran trascendencia a la hora
de permitir nuevos abordajes historiográficos, es que abandonaron el nacionalismo
intrínseco a la historiografía política liberal —celebradora de las especificidades
fundacionales de cada una de las repúblicas— y consideraron a América Latina como
un “todo”, como un “espacio cultural” unificado susceptible de ser analizado de una
forma holística e interdisciplinar.
No obstante, este abordaje también fue criticado por generaciones posteriores de
teóricos de la cultura, por diferentes razones que aquí sólo vamos a esbozar: desde el
punto de vista de los críticos vinculados a la historia social y el marxismo, la escuela de
la “historia de las ideas” era, por naturaleza, elitista en su concepción de la cultura y no
tenía en cuenta las condiciones específicas de “dependencia” del continente17. En ese
sentido, los críticos marxistas no podían considerar la variable cultural como una
variable “independiente”; en su opinión, el estudio de la “cultura política” —entendida
como un bagaje de ideas y conceptos importados del pensamiento liberal europeo o
estadounidense y, en gran medida, mal deglutidos— de las élites latinoamericanas, sin
tener en cuenta los condicionantes sociales e histórico-estructurales de dependencia del

16
Utilizamos la categoría en el sentido que le dio Ángel Rama, como un corpus de ideas y pensamientos
plasmados, necesariamente, en un formato escrito que sigue ciertos cánones expresivos comunes (en
cuanto a género, cualidades expresivas, y también, implícitamente, en cuanto al tipo de sujeto que es
capaz de emitir ese discurso: hombre de letras, urbano, preferiblemente varón, etc.). Véase Rama, Ángel:
La ciudad letrada. Hannover: Ediciones del Norte, 1977.
17
La teoría de la dependencia como explicación del subdesarrollo latinoamericano fue una interpretación
específicamente latinoamericana que generó una importante producción bibliográfica, de entre la que
cabe destacar Jaguaribe, Helio; Ferrer, Aldo; Wiooncek, Miguel y Dos Santos, Theotonio: La
dependencia político-económica de América Latina. México: Siglo XXI, 1969; Cardoso, Fernando
Henrique y Faleto, Enzo: Dependencia y desarrollo en América Latina. Ensayo de interpretación
sociológica. México: Siglo XXI, 1969. No podemos dejar de mencionar a aquéllos teóricos de la
dependencia que en su obra concedieron un lugar preeminente a la dependencia cultural del continente, y
especialmente a la obra de Octavio Ianni (en Ensaios de sociologia da cultura. Río de Janeiro:
Civilizaçao Brasileira, 1991; Revoluçao e cultura. Río de Janeiro, Civilizaçao Brasileira, 1983 o
Imperialismo y cultura de la violencia en América Latina. México: Siglo XXI, 1970) uno de los primeros
autores que abrió el diálogo entre la sociología cultural y la historia cultural.
exterior no podía sino resultar en un despropósito metodológico y en el análisis de
“ideas fuera de lugar”18.
Por otro lado, desde la perspectiva de quienes, más recientemente, abogan a favor
del estudio de los “lenguajes políticos” —más adelante, en la tercera sección de este
texto, entraremos en detalle en esta rama de los estudios sobre cultura política— como
unidades de sentido en las que se integran, contextualmente, los vocabularios políticos
específicos, la historiografía tradicional de las ideas en realidad no servía para mucho
más que para hacer un análisis de “ideas desencarnadas” y comprender sus modos y vías
de circulación a lo largo y ancho del continente en periodos determinados. No obstante,
en opinión de estos críticos, ese abordaje idealista no permitía comprender nada, en
última instancia, acerca de la interacción entre el lenguaje y las prácticas políticas, pues
prescindía completamente de la dimensión cultural —en el sentido de una serie de
valores, supuestos y convicciones compartidas— del espacio de la política. En opinión
de estos críticos, para resumir, la tradición filosófica del ensayo latinoamericano pecaba
de individualismo y elitismo, por una parte, y de descontextualización y exceso de
idealismo, por otra19.
Una vez puestos en antecedentes acerca de las dos tradiciones de estudio
dominantes en América Latina, en las que convergían preocupaciones por el campo de
lo político y la relevancia de la cultura —historiografía política clásica, por un lado y
escuela del “ensayo latinoamericano”, por otro—, pasaremos a mirar con más detalle lo
que supuso la “revolución historiográfica” de los años 90.

La “revolución historiográfica” de los 90


Como ya hemos mencionado anteriormente, la gran mayoría de autores coinciden
en señalar que la obra de François-Xavier Guerra (tanto Modernidad e independencias,
de 1992; como el libro colectivo De los imperios a las naciones, publicado en 199420)

18
Quien acuñó esta sugerente expresión fue el crítico literario brasileño Roberto Schwartz, en un celebre
ensayo que lleva ese mismo título, publicado originalmente en 1973.
19
Véase Palti, Elías: “Ideas, teleologismo y revisionismo en la historia político-intelectual
latinoamericana”, en El tiempo de la política: el siglo XIX reconsiderado. Buenos Aires: Siglo XXI, 2007,
pp. 21-57. En otro orden de cosas, sería también de esta tradición de “historia de las ideas”
latinoamericanas de la que arrancarían obras más preocupadas por la dimensión social de la cultura y que
se situarían, por lo tanto, en la “prehistoria” de la historia cultural latinoamericana. Creemos que un buen
ejemplo de ellas es la omnicomprensiva obra en dos volúmenes de José Pedro Barrán, Historia de la
sensibilidad en el Uruguay, 2 volúmenes. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1990.
20
En dicha obra colectiva, coeditada por F.-X. Guerra, Antonio Annino y Luis Castro Leiva pueden
encontrarse ensayos de la mayoría de los máximos exponentes de la renovación historiográfica de la que
fue la que dio el pistoletazo de salida a las nuevas interpretaciones historiográficas sobre
el periodo de la Independencia de las repúblicas latinoamericanas, así como sobre los
momentos inmediatamente previos e inmediatamente posteriores a las mismas.
El propósito confeso de esa nueva escuela fue el de enfocar la investigación
histórica del período de la crisis imperial de finales del siglo XVIII, la fase
independentista y de configuración de las nuevas repúblicas, así como los momentos
posteriores de consolidación de las mismas (en una cronología muy variable que en
términos generales abarcaba el siglo XIX al completo), con el propósito de comprender
las raíces específicas de ciertos comportamientos políticos latinoamericanos a la luz de
una nueva mirada exenta de juicios de valor peyorativos acerca del “fracaso” y las
“anomalías” de funcionamiento del campo histórico-político del continente. En este
sentido, si bien muchos de los autores a los que a continuación dedicaremos nuestra
atención no emplearon de forma explícita en sus textos la noción de “cultura política”,
no obstante sí que partieron de la premisa de que los actores que operaban en la vida
pública a uno y otro lado del Atlántico en la era de las independencias compartían una
serie de tradiciones políticas comunes gestadas en el seno de la monarquía católica a
partir del siglo XVI. Según ese supuesto, la “cultura política”, en tanto que sustrato
común de valores, creencias y teorías políticas en las que se apoyaron las acciones de
las élites criollas y los combatientes americanos de las guerras de principios del siglo
XIX tuvieron menos que ver con los modos en los que se recibió el liberalismo en
América Latina —aspecto casi único en el que se habían centrado los estudios de
historia política tradicional— como con las formas peculiares en las que las teorías de
los tratadistas de la segunda escolástica fueron tensionadas hasta su extremo en América
a partir de los acontecimientos fortuitos desatados tras la invasión francesa de la
península Ibérica. En otras palabras: lo que la escuela heredera de la obra de François-

estamos hablando. En concreto, en dicho volumen participaron autores a quienes citaremos algo más
adelante, como el propio Antonio Annino, José Carlos Chiaramonte, Mónica Quijada, etc. Véase también
Antonio Annino y François-Xavier Guerra: Inventando la nación: Iberoamérica siglo XIX. México: FCE,
2003. Otros autores que han apuntado en esta línea han sido Jaime E. Rodríguez O., con múltiples
trabajos en esa línea como La independencia de la América española. México: El Colegio de México,
1996; La ciudadanía y la constitución de Cádiz. Zacatecas: CONACYT, 2005; o La naturaleza de la
representación en Nueva España y México. Zacatecas: CONACYT, 2005; y Manuel Chust: 1808: la
eclosión juntera en el mundo hispánico. México: FCE-El Colegio de México, 2007 y Los colores de las
independencias. Liberalismo, etnia, raza. Madrid: CSIC, 2009; Gabriella Chiaramonti: Ciudadanía y
representación en el Perú (1808-1860): los itinerarios de la soberanía. Lima: UNSMS, 2005. Además de
los autores citados, deberíamos mencionar, en cualquier caso, la obra de Tulio Halperín Donghi, quien ya
en Reforma y disolución de los imperios ibéricos: 1750-1850 (Madrid: Alianza Editorial, 1985) y
Tradición política española e ideología revolucionaria de Mayo (Buenos Aires: Centro Editor de
América Latina, 1985) dejó apuntadas algunas de las direcciones en las que más tarde caminaría la
escuela historiográfica heredera de Guerra.
Xavier Guerra ha señalado de forma sistemática es que la “modernidad” política
latinoamericana surgió imprevisiblemente del seno de la propia “premodernidad”, y no
por oposición radical a ésta, tal y como la historiografía liberal canónica venía
afirmando desde fines del siglo XIX21.
A continuación trataremos de presentar un breve esquema de quiénes fueron los
autores principales que se adscribieron (y en gran medida siguen adscritos) a dicha
corriente, así como los rasgos principales de la misma, con la siguiente estructura: una
primera parte dedicada a la historiografía centrada en la recuperación de la noción de
"soberanía" como pieza fundamental sin la que no es posible comprender la
conformación de las "naciones" en la primera mitad del siglo XIX; una segunda parte
dedicada a los autores que más hincapié han hecho en la revisión de los procesos de
extensión de la ciudadanía, así como en los mecanismos de creación o invención de
"ciudadanos" y sus dinámicas de inclusión y exclusión; por último, exploraremos la
rama abierta por aquellos autores que han tratado de reconstruir los espacios de
sociabilidad y la opinión pública en el siglo XIX22.
Podríamos decir que, en primer lugar, autores como Antonio Annino o José Carlos
Chiaramonte se han dedicado básicamente a desmontar el mito del caudillismo,

21
No debemos olvidar que también la historiografía marxista apuntaló un discurso histórico basado en los
mismos presupuestos de la oposición radical desde los orígenes entre tradiciones políticas e intereses
antagónicos. Trazando de forma algo burda los lineamientos generales de este tipo de interpretaciones, la
historiografía marxista hizo hincapié en la incompatibilidad entre los intereses de las emergentes
burguesías criollas de finales del siglo XVIII y principios del XIX y los de los agentes de la monarquía
borbónica, que trató de someter bajo su férula los intereses de dicha clase, que recurrió a los discursos
políticos basados en un uso instrumental de la nación y la nacionalidad para salir triunfante de una
revolución esencialmente impulsada por razones económico-estructurales. Véanse, a modo de ejemplos,
Alberto J. Pla: La burguesía nacional en América Latina. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina,
1975; Diana Iznaga: La burguesía esclavista cubana. La Haban: Editorial de Ciencias Sociales, 1987;
Felicitas López-Portillo y Carlos Tur Donati (coords.): Burguesías en América Latina. México: UNAM;
1993; Francisco López Casero: Desarrollo de la burguesía en Colombia: el caso antioqueño y su
aportación al sistema nacional. Augsburgo: Universidad de Augsburgo, 1988; Heraclio Bonilla: Guano y
burguesía en el Perú. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1984; o Juan Bosch: La pequeña burguesía
en la historia de la República Dominicana. Santo Domingo: Alfa & Omega, 1985, etc. Una interesante
obra temprana de Manuel Chust se sitúa a caballo entre la interpretación marxista tradicional basada en el
“interés” de las burguesías criollas y la renovación historiográfica de la escuela de Guerra (por la que se
decantará en trabajos posteriores), al incidir en la “cultura política” común transatlántica de los diputados,
tanto españoles como americanos, que acudieron a las Cortes de Cádiz en 1812; véase La cuestión
nacional americana en las Cortes de Cádiz (1810-1814). Madrid: UNED, 1999. Por el contrario, la idea
de que el motor de las independencias fue la existencia de naciones ya preconstituidas y maduras ha sido
el leitmotiv de la historiografía liberal; véase Beatriz González-Stephan, Fundaciones…, así como los
recorridos que realiza Elías Palti por la historia de la génesis y los usos del concepto de nación en
América Latina, en general, y Argentina, en particular, durante el siglo XIX: La nación como problema:
los historiadores y la “cuestión nacional”. Buenos Aires: FCE, 2003 y El momento romántico: nación,
historia y lenguajes políticos en el siglo XIX. Buenos Aires: Eudeba, 2009.
22
Se trata de una división si no arbitraria, sí guiada únicamente por criterios relacionados con cuestiones
de orden expositivo, pues como en seguida se verá muchos de estos autores han trabajado en varias o en
todas esas líneas.
23
potentemente acuñado por la historiografía liberal decimonónica , como una
manifestación específica de las falencias del liberalismo latinoamericano. Estas “fallas”
del liberalismo habían sido interpretadas tradicionalmente de dos maneras: bien como
una incapacidad del pensamiento político liberal y de sus defensores a la hora de
permear las estructuras profundas (de “larga duración”, en términos braudelianos) de la
cultura política paternalista y autoritaria del Antiguo Régimen; o bien como una
manifestación perversa de un liberalismo elitista y poco preocupado por modificar las
estructuras sociales profundas antiguorregimentales, basadas en la dependencia y la
sumisión. Ese liberalismo débil y superficial habría sido incapaz de lograr grados
aceptables de gobernabilidad en contextos marcados por la fragilidad de las estructuras
estatales centralizadas, la dificultad de las comunicaciones o las sólidas clientelas
económicas, políticas y sociales, bases sociológicas del poder omnímodo de los
caudillos.
Ante dicho “estado de la cuestión”, los nuevos abordajes de los autores citados24
trataron, en primer lugar, de explicar de nuevas maneras el llamado “caudillismo”
poniendo el énfasis en la fragmentación de las soberanías tras la independencia de los
territorios americanos, así como en el fenómeno de la ruralización de la política 25 .
Precisamente, el estudio de la noción de “soberanía” va a ser fundamental para todos los
autores que vamos a tratar en este apartado; según ellos, serían precisamente las
múltiples lecturas de una noción como esa, central en el pensamiento político del

23
Y de gran fuerza aún en la historiografía sobre el siglo XIX latinoamericano: véanse obras como la de
John Lynch, Caudillos en Hispanoamérica, 1800-1850. Madrid: Fundación Mapfre, 1993 y François-
Xavier Guerra: “El caciquismo: viejos y nuevos problemas”, en Arquivos do Centro Cultural Calouste
Gulbelkian, vol. 34, 1995, pp. 933-952 ; así como las interpretaciones globales del siglo XIX en las que la
figura del caudillo —casi como figura mítica en la que se encarna el modo de legitimidad tradicional-
carismática weberiana— tiene una presencia sobresaliente, como en el caso de Hugh M. Hamill (ed.):
Caudillos: dictators in Spanish America. Norman: Universidad de Oklahoma, 1992; Cristóbal Aljovín de
Losada: Caudillos y Constituciones: Perú, 1821-1845. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú,
2000; o Enrique Krauze: Siglo de caudillos: biografía política de México, 1810-1910. Barcelona:
Tusquets, 1994.
24
Debemos mencionar a otros investigadores que también han abordado la figura de los caudillos desde
perspectivas muy novedosas con respecto a la tradición historiográfica recién descrita, tales como David
Brading: Caudillos y campesinos en la Revolución Mexicana. México, FCE, 1985; más recientemente,
Víctor Peralta y Marta Irurozqui: Por la concordia, la fusión y el unitarismo: Estado y caudillismo en
Bolivia, 1825-1880. Madrid: CSIC, 2000 o Natalia Sobrevilla: Caudillismo in the age of guano: a study
of the political culture of mid-nineteenth century Peru (1840-1860). PhD dissertation, Universidad de
Londres, 2005 (inédita).
25
Término que Nuria Tabanera retoma en su artículo “Sobre historia, cultura e historiografía
iberoamericanas compartidas: presentación”, en Ayer, nº 70, 2008 (2), y que fue acuñado por Tulio
Halperín Donghi en Revolución y guerra: formación de una élite dirigente en la Argentina criolla.
Buenos Aires: Siglo XXI, 1972.
Antiguo Régimen, las que dispararían la fragmentación de los espacios “naturales” en
los que debía desarrollarse legítimamente el ejercicio de la política.
Así, tanto François-Xavier Guerra como Mónica Quijada26 señalaron muy pronto
que las luchas intestinas, las guerras civiles y el desorden político derivado de los
procesos de independencia estaban intrínsecamente relacionados con las discusiones
que se desataron en torno al "verdadero significado" de la noción de soberanía una vez
producido el vacío de poder en la Península que fue el detonante de los movimientos
juntistas. La radical novedad de los planteamientos de estos autores —en franca
discrepancia con la historiografía política latinoamericana heredera de los grandes
relatos fundacionales de las repúblicas liberales— se situaba en la afirmación de que las
independencias habían sido, en última instancia, fruto de un acontecimiento fortuito —
la invasión francesa y la crisis monárquica en España—. Las interpretaciones clásicas
del proceso independentista habían puesto el acento en la inevitabilidad y en la
necesidad de dicho proceso: las proto-repúblicas, oprimidas y ahogadas bajo el yugo
español, pero destinadas en cualquier caso a la independencia —ya fuera considerada en
el marco de un esquema patriótico-teleológico justificador de la existencia natural de los
estados-nación; ya fuera expuesto con un prisma de raíz marxista en el que el
enfrentamiento entre una "burguesía" criolla comercial y unas élites monárquicas
retardatarias, monopolistas e insensibles a las necesidades económicas de los elementos
más dinámicos de sus territorios ultramarinos era inevitable porque sus intereses
económicos antagónicos estaban condenados a colisionar—, no habrían hecho más que
aprovechar la ocasión propicia, el vacío de poder y el descontrol efectivo de las
autoridades borbónicas para declarar la, de todo punto inevitable, independencia.
Por el contrario, Guerra y Quijada afirmaron que, efectivamente, el vacío de poder
había precipitado los acontecimientos, pero que éstos de ningún modo podían ser
interpretados en clave de "inevitabilidad". Según ambos autores, las élites políticas del
nuevo mundo hispánico, ante la incertidumbre de los acontecimientos políticos que se
estaban desarrollando en la península, echaron mano de la doctrina política clásica que

26
Véanse, además de las obras ya citadas, Mónica Quijada Mauriño: “Los límites del ‘pueblo soberano’:
territorio, nación y el tratamiento de la diversidad. Argentina, siglo XIX”, en Historia y política, nº 13,
2005, pp. 143-174; “¿Qué nación?: dinámicas y dicotomías de la nación en el imaginario
hispanoamericano”, en Antonio Annino y F.-X. Guerra, Inventando la nación…, pp. 287-315; “Las ‘dos
traiciones’. Soberanía popular e imaginarios compartidos en el mundo hispánico en la época de las
grandes revoluciones atlánticas”, en Jaime E. Rodríguez O., Revolución, independencia y las nuevas
naciones de América. Madrid: Fundación Mapfre, 2005, pp. 61-86; y “Sobre ‘nación’, ‘pueblo’,
‘soberanía’ y otros ejes de modernidad”, en Jaime E. Rodríguez O., Las nuevas naciones: España y
México, 1800-1850. Madrid: Fundación Mapfre, 2008.
podría ayudarles en dicha situación; una doctrina, por cierto, muy alejada del
liberalismo que había pretendido presentarse como el sustrato doctrinario fundacional
de las repúblicas independientes: la doctrina de la retroversión de la soberanía, acuñada
por los tratadistas españoles de la segunda escolástica de Salamanca.
De modo que ya nos encontramos con un segundo rasgo definitorio de la
historiografía política renovada: la aseveración de que, en gran medida, el advenimiento
de la "modernidad" política a América Latina se sustentaba en buena parte en doctrinas,
creencias y supuestos conceptuales propios del Antiguo Régimen. Así, todos los
seguidores de esta línea de investigación han tendido a resaltar las continuidades en
mayor medida que los quiebres radicales entre "imperio español" y "repúblicas
independientes"27. Asimismo, en lo que nos atañe a este texto centrado en la noción de
“cultura política”, dichos autores se caracterizan por haber contribuido, y seguir
tratando de desplazar el eje de la historiografía desde relatos fundamentados en torno a
los "verdaderos intereses" de clases sociales o estados-nacionales hacia un tipo de
análisis mucho más basado en el estudio de las representaciones —de los modelos, en
suma— políticas y discursivas desde las que los actores del periodo independentista
dieron forma a los inciertos acontecimientos que se desarrollaban a su alrededor,
tratando de imprimirles un rumbo acorde a los supuestos en torno al correcto
funcionamiento del espacio político de los que partían28.
Volviendo de nuevo a los trabajos de Annino y Chiaramonte29, una vez expuesta

27
La escuela historiográfica inaugurada por Guerra presenta una innovación fundamental: la insistencia
en el origen fortuito —la vacancia real— de las revoluciones de independencia. No obstante, algunos
otros autores y escuelas historiográficas habían prestado anteriormente atención a la cuestión de las
“continuidades” entre el imperio español y las repúblicas independientes. En este sentido, puede
mencionarse la obra de Guillermo Furlong, quien, desde una perspectiva católica y para el Río de la Plata,
resaltó las raíces hispánicas del discurso independentista; o las propuestas de Ricardo Levene y los
autores de la “nueva escuela histórica”, que también enfatizaron las continuidades que podían observarse
entre la tradición jurídica hispana y las constituciones de la era de las independencias.
28
En este sentido, podemos decir que la escuela historiográfica heredera de la obra de François-Xavier
Guerra manejaría una noción de “cultura política” más análoga con la segunda definición que ofrece
Miguel Ángel Cabrera en “Cultura política e historia” (en este mismo volumen): “[…] se refiere a los
principios políticos y representaciones simbólicas que median entre las personas y sus condiciones
materiales de existencia”.
29
Véanse Antonio Annino: “Voto, tierra, soberanía: Cádiz y los orígenes del municipalismo mexicano”,
en François-Xavier Guerra (coord.), Revoluciones hispánicas, independencias americanas y liberalismo
español. Madrid: Universidad Complutense, 1995, pp. 269-292; “Pueblos, liberalismo y nación en
México”, en Antonio Annino y François-Xavier Guerra (coords.), Inventando la nación…, pp. 399-432; y
José Carlos Chiaramonte: “¿Provincias o estados?: los orígenes del federalismo rioplatense”, en François-
Xavier Guerra (coord.), Revoluciones hispánicas, independencias americanas y liberalismo español.
Madrid: Universidad Complutense, 1995, pp. 167-206; “En torno a los orígenes de la nación argentina”,
en Alicia Hernández Chávez, Ruggiero Romano y Marcello Carmagnani (coords.), Para una historia de
América: Los nudos, vol. II. México: FCE, 1999, pp. 286-317; o “La cuestión de la soberanía en la
génesis y constitución del Estado argentino”, en Revista electrónica de historia constitucional, nº 2, 2001.
la línea de trabajo sobre la noción de "soberanía" desarrollada por Guerra y Quijada,
éstos sirvieron para redefinir la naturaleza de los conflictos internos que durante más de
medio siglo desgarraron el continente americano después de su independencia. Los
viejos "caudillos", bárbaros e inciviles en el peor de los casos, o épicos pero utópicos
guerreros pancontinentales, en el mejor de ellos30, fueron reinterpretados, ya no como
fuerzas retardatarias y destructoras, sino como defensores de un orden político
alternativo al del estado-nacional centralizado, que sería el gran triunfador de la segunda
mitad del siglo XIX en América Latina.
En opinión de estos autores, la doctrina de la retroversión de la soberanía no tuvo
una lectura unívoca en la región; al revés, las distintas corporaciones con personalidad
jurídica en el Antiguo Régimen (cabildos, ayuntamientos, pueblos de indios, etc.)
hicieron lecturas políticas muy diferentes con respecto a quiénes debían ser los nuevos
detentadores de la soberanía. Así, un elemento crucial de la cultura política del Antiguo
Régimen se "modernizó" a marchas forzadas, dando paso a una encarnizada lucha —
tanto física como discursiva— por determinar quiénes debían ser los nuevos titulares
del ejercicio legítimo del poder político. Vistos bajo este nuevo prisma, los
enfrentamientos "civiles" de la primera mitad del siglo XIX dejaban de ser un
galimatías histórico, sólo explicable en términos de personalismo político y luchas
espurias por el poder, para convertirse en el escenario de lo que Annino denominó
"soberanías en lucha"31.
A escala regional, han sido varios los autores que han aplicado este modelo al
análisis de los conflictos políticos y bélicos de la primera mitad del siglo XIX: de este
modo, José Carlos Chiaramonte reinterpretó las luchas entre federales y unitarios en la
región del Río de la Plata y la Banda Oriental en clave de una pugna desatada entre
partidarios del federalismo y partidarios de la confederación derivada, precisamente, de

30
Con esto nos estamos refiriendo a la lectura clásica liberal de los caudillos, por otro lado perfectamente
dicotómica. Por una parte, los caudillos o libertadores de primera generación —como Bolívar, Sanmartín,
Sucre, etc.— pasarían a formar parte de los panteones de los hombres ilustres de las recién fundadas
repúblicas, por su lucha acérrima en contra de las instituciones y de los ejércitos españoles, dando forma y
rostro a lo que ya Alberdi llamó "la edad épica de América"; mientras que, por el contrario, aquéllos de
"segunda generación", es decir, aquéllos involucrados en las guerras internas posteriores a los conflictos
de los primeros años de los procesos de independencia corrieron mucha peor suerte, al ser "releídos" tanto
por sus contemporáneos liberales, como por los liberales posteriores, como auténticos obstáculos a la
gobernabilidad de los nuevos espacios geográficos, así como un importante freno a los irrefrenables e
ineludibles procesos de unificación nacional y agregación territorial. De esta segunda hornada de
caudillos sólo mencionaremos, por la talla literaria de uno de sus más acérrimos detractores, las figuras de
los "tiránicos y bárbaros" Facundo Quiroga y Juan Manuel de Rosas.
31
Artículo del mismo título en A. Annino y F.-X. Guerra (comps.): Inventando la nación…, pp. 152-184.
Véase también Tulio Halperin Donghi: Proyectos y construcción de una nación (Argentina 1846-1880).
Caracas: Biblioteca de Ayacucho, 1980.
la apropiación múltiple de la "soberanía"; Antonio Annino, por su parte, reinterpretó el
conflicto entre liberales y conservadores mexicanos como un conflicto, en última
instancia, entre opciones antagónicas de modelos centralistas y federales 32 ; Federica
Morelli rastreó en la historia ecuatoriana la fortaleza de los “cuerpos intermedios”,
herederos de las tradiciones municipalistas de la monarquía hispana, y su resistencia a
los embates de la centralización política estatal hasta bien entrada la década de 183033;
por último, para no abundar en ejemplos, Teresa García Giráldez ha revisado el
pensamiento de liberales y conservadores decimonónicos centroamericanos, y
reinterpretado sus posturas en función de la tensión unionismo/federalismo frente a una
fragmentación territorial de tipo "nacional" 34 y Xiomara Avendaño ha dedicado su
atención a las transformaciones institucionales que se emprendieron en el istmo
centroamericano al desgajarse éste de la autoridad novohispana y se ha centrado en el
análisis de cómo las tensiones en torno a la definición política del territorio resultan
cruciales para la comprensión de la historia del primer siglo XIX en la región35.
Para concluir, sólo queremos mencionar de pasada que la revisión —y, desde
luego, revalorización en términos de enjundia historiográfica— de este período del
primer siglo XIX ha sido fundamental para permitir el surgimiento de una nueva
historia político-intelectual del período que, no obstante, será tratada más adelante, en el
apartado dedicado a la renovación de la historiografía intelectual. En concreto, una de
las líneas de trabajo más fructíferas de los últimos años ha tenido que ver con la
recuperación de la huella que dejó la doctrina del republicanismo clásico o "cívico" en
los comportamientos y la cultura política de estos "caudillos" civiles y militares del

32
En esa misma línea había trabajado ya previamente, aunque desde otros supuestos, Charles A. Hale en
su clásica obra sobre el liberalismo mexicano, El liberalismo mexicano en la época de Mora, 1977. No
obstante, trataremos la figura de dicho autor más adelante, en el apartado dedicado a la renovación de la
historia intelectual latinoamericana. Asimismo, otros autores han abundado en esta línea de investigación,
como Marcelo Carmagnani: Federalismos Latinoamericanos: México, Brasil, Argentina. México: El
Colegio de México y FCE, 1993; Josefina Zoraida Vazquez (ed.): El establecimiento del federalismo en
México, 1821-1827. México: El Colegio de México, 2003; o, desde una óptica mas jurídica, Francisco
Fernández Segado: El federalismo en América Latina, México: UNAM-Instituto de Investigaciones
Jurídicas y Corte Constitucional de Guatemala, 2003.
33
Federica Morelli: Territorio o nación: reforma y disolución del espacio imperial en Ecuador, 1765-
1830. Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2005.
34
Teresa García Giráldez: “El debate sobre la nación y sus formas en el pensamiento político
centroamericano del siglo XIX” y “La patria grande centroamericana: la elaboración del proyecto
nacional por las redes unionistas”, en Marta Elena Casaus Arzú y Teresa García Giráldez: Las redes
intelectuales centroamericanas: un siglo de imaginarios nacionales (1820-1920). Guatemala, F&G
editores, 2005, pp. 13-65 y 123-197.
35
Véanse Xiomara Avendaño Rojas: “El gobierno provincial en el reino de Guatemala, 1821-1823”, en
Virginia Guedea y Manuel Chust (coords.), La independencia de México y el proceso autonomista
novohispano, 1808-1824. México: UNAM, 2001 o “La reformulación institucional durante la Federación
Centroamericana”, en Estudios Centroamericanos, nº 706, 2007, pp. 711-725.
primer XIX. Consideramos que sin el excepcional aporte revisionista de la escuela de la
que ahora nos estamos ocupando, dicha recuperación habría sido ciertamente
complicada.

La “cultura política” y los estudios sobre ciudadanía


Ahora vamos a pasar a tratar el segundo de los puntos mencionados, la línea
historiográfica centrada en la reconstrucción de los procesos de ciudadanización de
distintos grupos de población en los estados-nacionales latinoamericanos del siglo XIX.
Si en el punto anterior vimos cómo el concepto de "soberanía" se convirtió en el
"eje de la disputa"36 en la configuración territorial y en la elección del modelo de Estado
que se impondría en las nacientes repúblicas, ahora nos vamos a ocupar de cómo otra
rama de esta escuela historiográfica ha tratado primordialmente de investigar acerca de
cómo se conformaron los "sujetos soberanos" —en términos de la teoría de la
representación de las repúblicas liberales clásicas— de las nuevas naciones. Para ello
repasaremos la obra de algunas autoras que han investigado acerca de esta cuestión
desde ópticas distintas y han abordado períodos y espacios geográficos diferentes:
Mónica Quijada e Hilda Sabato para Argentina; Marta Irurozqui y Rossana Barragán
para el caso de Bolivia; y Marta Casaus y Teresa García Giráldez en sus trabajos
conjuntos, para el área centroamericana37.
Desde que se popularizó la obra de T.H. Marshall, Ciudadanía y clase social,
escrita en 1949, mucho se ha escrito acerca de la ciudadanía. Es ya un lugar común que
en muchos espacios académicos se ha resaltado el valor analítico que presenta dicha

36
En términos del libro del mismo título de Romana Falcón y Antonio Escobar Ohmstede (coords.): Los
ejes de la disputa: movimientos sociales y actores colectivos en América Latina: siglo XIX. Madrid:
Iberoamericana, 2002.
37
Véanse, como muestra de este tipo de enfoques, Mónica Quijada, Carmen Bernand y Arnd Schneider:
Homogeneidad y nación. Con un estudio de caso: Argentina, siglos XIX y XX. Madrid: CSIC, 2000; Hilda
Sabato (coord.): Ciudadanía política y formación de las naciones: perspectivas históricas de América
Latina. México: El Colegio de México y FCE, 2002; Marta Irurozqui: A bala, piedra y palo: la
construcción de la ciudadanía política en Bolivia, 1826-1952. Sevilla: Diputación, 2000; La ciudadanía
en debate en América Latina: discusiones historiográficas y una propuesta teórica sobre el valor público
de la infracción electoral. Lima: IEP, 2004; La mirada esquiva: reflexiones históricas sobre la
interacción del Estado y la ciudadanía en los Andes (Bolivia, Ecuador y Perú), siglo XIX. Madrid: CSIC,
2005; Rossana Barragán: Indios, mujeres y ciudadanos: legislación y ejercicio de la ciudadanía en
Bolivia (siglo XIX). La Paz: Centro de Información para el Desarrollo-Fundación Diálogo, 1999; Rossana
Barragán, Dora Cajias y Seemin Qayum (comps.): El siglo XIX en Bolivia y América Latina. La Paz:
Instituto de Estudios Andinos, 1997; y Marta Elena Casaus Arzú y Teresa García Giráldez: Las redes
intelectuales… En esta última línea de trabajo relacionada con las complejas intersecciones entre la
etnicidad, el Estado y la ciudadanía en Florencia Mallon: Peasant and nation: the making of postcolonial
Mexico and Peru. Berkley: Universidad de California, 1995; Leticia Reina, Los retos de la etnicidad en
los Estados.nación del siglo XIX. México: CIESAS-INI-Porrúa, 2000 y Leticia Reina y Marta Irurozqui:
La reindianización de América, siglo XIX. Siglo XXI-CIESAS, 1997
obra para comprender los procesos históricos de consecución de derechos civiles,
políticos y sociales en Europa y en algunos otros espacios; tampoco es ningún
descubrimiento novedoso constatar que el modelo de Marshall presenta muchas
carencias cuando trata de exportarse fuera de las estrechas fronteras de Inglaterra,
Francia o Alemania38. Desde luego, el caso latinoamericano no ha sido menos, de modo
que varios autores de esta corriente se han ocupado en señalar los diversos desajustes
que presenta dicho modelo con los acontecimientos en el otro continente; de este modo,
entre otras cuestiones se han señalado las siguientes: desajustes en la cronología;
desajustes a la hora de aplicar un modelo demasiado lineal a un espacio geográfico que
presenta una sustancial heterogeneidad poblacional; o las dificultades, en caso de
emplear dicho modelo analítico, a la hora de interpretar la historia de la ciudadanía en
América Latina como algo más que un desafortunado episodio de fracasos y mal
entendimiento del corpus del pensamiento político liberal (que, como ya hemos
mencionado anteriormente como primera de las características de la escuela
historiográfica que tratamos en este apartado, es justamente el tipo de interpretaciones
en las que los autores de los que ahora nos ocupamos han evitado incurrir en sus
trabajos).
Así, una tercera novedad común a estos autores ha sido revertir, en gran medida, el
esquema marshalliano, señalando que en América Latina, al contrario que en Europa, la
extensión de los derechos políticos liberales fue excepcionalmente temprana y que en
cualquier caso se adelantó o fue en paralelo a la extensión de los derechos civiles a lo
largo de los tres primeros cuartos del siglo XIX; además, a partir de finales de dicho
siglo lo que se produjo fue el proceso contrario, es decir, la restricción de derechos
políticos a amplios grupos de población que ya gozaban de ellos previamente. En lo que
a nosotros respecta con relación al presente trabajo, eso significa que los autores
especializados en los estudios de ciudadanía han sacado a la luz las profundas
diferencias que existieron entre la cultura política de los liberales en Europa y el
ejercicio de aplicación radical de los derechos políticos (muy heredero aún del
pensamiento iluminista y utilitarista, como bien han resaltado Teresa García o Adolfo
Bonilla para el caso centroamericano39) que llevaron a cabo las élites criollas del nuevo

38
Para una revisión reciente de la aplicabilidad del esquema marshalliano al caso español, véase el
volumen colectivo editado por Manuel Pérez Ledesma: De súbditos a ciudadanos: una historia de la
ciudadanía en España. Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2007.
39
García Giráldez, Teresa: “El debate sobre la nación y sus formas en el pensamiento político
centroamericano del siglo XIX”, en Casaus Arzú, Marta y García Giráldez, Teresa, Las redes
mundo durante la primera fase de la formación de las nuevas repúblicas.
Para abrir este apartado, debemos mencionar que uno de los puntos en los que se
fijó más tempranamente la historiografía latinoamericanista preocupada por la
reconstrucción de los procesos y ámbitos en los que se produjo la ciudadanización de
amplias capas de población fue en la conformación de “nuevos espacios públicos” como
características sine qua non de la modernidad política en la región. El punto de arranque
de la mayor parte de estos trabajos se sitúa en la obra clásica de Jürgen Habermas,
Historia y crítica de la opinión pública: la transformación estructural de la vida
pública, publicada originalmente en alemán en 196240.
Así, entre los autores que primero se ocuparon de la génesis de estos nuevos
espacios públicos en América Latina podemos mencionar a Jean-Pierre Bastian, que
abrió la veda a este tipo de trabajos centrándose en el papel de las sociedades
protestantes y las logias masónicas en la circulación de las nuevas ideas políticas desde
la década de los años 1830 hasta finales del siglo XIX41 y, sobre todo, a François-Xavier
Guerra y Annick Lempérière, quienes consiguieron apuntar y aglutinar en una temprana
obra colectiva gran parte de los temas, los enfoques y las preocupaciones que
informarán la mayor parte de los trabajos posteriores sobre esfera pública, espacios

intelectuales centroamericanas: un siglo de imaginarios nacionales (1820-1920). Guatemala: F&G


editores, 2005 y “Nación cívica, nación étnica en el pensamiento político centroamericano del siglo XIX”,
en Casaus Arzú, Marta Elena y Peláez Almengor, Óscar (eds.), Historia intelectual de Guatemala.
Guatemala: UAM-AECI-CEUR, 2001; Bonilla Bonilla, Adolfo: Las ideas económicas en la
Centroamérica ilustrada., 1793-1838. San Salvador: FLACSO, 1999. Para un ámbito más amplio que
abarca de forma fragmentaria el espacio latinoamericano en su conjunto, véase Jorge Myers: “Los
intelectuales latinoamericanos desde la colonia hasta el inicio del siglo XX”, en Carlos Altamirano (dir.),
Historia de los intelectuales en América Latina. Vol. I (editado por Jorge Myers): La ciudad letrada, de
la conquista al modernismo. Buenos Aires: Katz, 2008, pp. 29-53. Un excelente estudio sobre la cultura
política de las élites decimonónicas chilenas es el de Ana María Stuven: La seducción de un orden: las
élites y la construcción de Chile en las polémicas culturales y políticas del siglo XIX. Santiago de Chile:
Universidad Católica de Chile, 2000.
40
Aunque la obra fue publicada en ese año, para el ámbito que nos ocupa —el de la historiografía
latinoamericanista— nos interesa más el hecho de que fue traducida al castellano en 1981 [Barcelona:
Gustavo Gili] pero su influencia a gran escala en la historiografía no se hace notar hasta principios de la
década de los 90, cuando el texto es traducido al inglés, dando lugar a una amplia polémica que se plasma
en publicaciones monográficas dedicadas a una crítica minuciosa de diversos aspectos de la obra desde
diversas perspectivas; con réplicas del propio Habermas en prólogos a sucesivas ediciones. Este
fenómeno ya lo menciona Hilda Sabato en su reseña uno de los libros fundamentales que abre este nuevo
campo de estudio en América Latina, el de Francois-Xavier Guerra y Annick Lempérière (eds.): Los
espacios públicos en Iberoamérica. Ambigüedades y problemas. Siglos XVIII-XIX. México: FCE, 1998,
que puede consultarse en http://foroiberoideas.cervantesvirtual.com/resenias/data/28.pdf. Para una
aproximación a la polémica suscitada por la traducción del libro de Habermas en el mundo anglosajón,
véase Craig Calhoun (ed.): Habermas and the public sphere. Cambridge: MIT Press, 1992.
41
Jean-Pierre Bastian: Los disidentes: sociedades protestantes y revolución en México, 1872-1911.
México: FCE, 1989 y Protestantes, liberales y francmasones: sociedades de ideas y modernidad en
América Latina, siglo XIX. México: FCE, 1990.
públicos y opinión pública42.
Esta segunda obra presenta ya una de las características fundamentales de la
renovación de la escuela historiográfica de Guerra que hemos mencionado
anteriormente: la preocupación por marcar continuidades entre el Antiguo Régimen y el
advenimiento de la modernidad política en América Latina. Y si antes relacionábamos
esta preocupación con su interés en rastrear en las tradiciones filosófico-políticas de la
monarquía hispana los gérmenes de las respuestas, iniciativas y soluciones contextuales
que se dieron al repentino vacío de poder y legitimidad de 1808, en dicha obra las
continuidades se manifiestan en la atención otorgada a la temprana génesis de “nuevos
espacios públicos”. Dicha obra fija su atención, concretamente, en la temprana aparición
en América Latina de lugares físicos —cafés, sociedades, casinos, tertulias literarias,
etc.— e inmateriales —como la prensa— atravesados por características de cuño
“moderno”, en términos habermasianos: pluralidad, desjerarquización e imperio del
modo de racionalidad de lo que el autor alemán denomina el “público deliberante”43. La
aparición de ese tipo de espacios queda fijada en las postrimerías del siglo XVIII,
marcando de nuevo de ese modo las continuidades entre el antiguo régimen colonial y el
nuevo mapa republicano decimonónico a través del estudio de los lugares de formación
de una “opinión pública”, compuesta por un público específico, nutrida de nuevas ideas
y, sobre todo, armada con la experiencia de nuevas prácticas asentadas en normas y
formas de racionalidad específicamente modernas44.

42
Véase François-Xavier Guerra y Annick Lempérière (eds.): Los espacios públicos...
43
Véase Jürgen Habermas: Historia y crítica… Por supuesto, dicha pluralidad y desjerarquización se da
entre pares letrados, en términos del crítico de la cultura Ángel Rama. La mayor parte de las críticas que
Habermas recibió tuvieron que ver con la estricta caracterización del período histórico y el tipo de público
al que queda asociada en su obra la génesis de la opinión pública. Ese estado, en cierto modo “prístino”,
de una opinión pública informada, racional y deliberante sería radicalmente histórico en el sentido de que
sólo podría verificarse en el marco de una esfera pública restringida, conformada por los públicos letrados
aristocráticos y burgueses de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Para una caracterización de las
diferentes “fases” de la opinión pública en Latinoamérica a lo largo del siglo XIX véase Elías Palti: “La
transformación estructural de la esfera pública latinoamericana en el siglo XIX y el surgimiento del
modelo proselitista de opinión pública”, en Marta Elena Casaus Arzú y Manuel Pérez Ledesma (eds.):
Redes intelectuales…, pp. 23-39; y Annick Lempérière: “Versiones encontradas del concepto de opinión
pública. México, primera mitad del siglo XIX”, en Historia Contemporánea, nº 27, 2003, pp. 565-581.
44
Sobre el temprano surgimiento de una esfera y una opinión pública con dichas características, de nuevo
sin ánimo de ser exhaustivas, véanse Joëlle Chassin: “La invención de la opinión pública en Perú a
comienzos del siglo XIX”, en Historia Contemporánea, nº 27, 2003, pp. 631- 646; Scott Eastman: “Las
identidades nacionales en el marco de una esfera pública católica: España y Nueva España durante las
guerras de la independencia” y Mariana Terán Fuentes: “De la nación española a la federación mexicana.
La opinión pública y la formación de la nación”, ambos en Jaime E. Rodríguez O. (coord.): Las nuevas
naciones. España y México, 1800-1850. Madrid: Mapfre, 2008, pp. 75-99 y 125-145; Paulette Silva
Beauregard: “Redactores, lectores y opinión pública en Venezuela a fines del período colonial e inicios de
la independencia (1808-1812)”; Hilda Sabato: “Nuevos espacios de formación y actuación intelectual:
prensa, asociaciones, esfera pública (1850-1900)”; y Ana María Stuven: “El exilio de la intelectualidad
Podemos aseverar que la apertura en los años 90 del estudio de los procesos de
génesis de una esfera pública burguesa como base para la conformación de una “cultura
política” específicamente moderna, asentada sobre la entronización del concepto de
“opinión pública” deliberante en tanto que mecanismo extrainstitucional imprescindible
para el buen funcionamiento de la esfera política decimonónica, ha tenido como efecto
una multiplicación de la bibliografía y los trabajos enfocados en dos direcciones: la
primera de ellas, centrada en el análisis del funcionamiento y la trascendencia de
variopintos escenarios de circulación de ideas y de materiales impresos, de deliberación
y toma de decisiones políticas y de discusión pública de los asuntos colectivos; la
segunda, enfocada al estudio de los contenidos de los materiales impresos que
circulaban por dichos espacios, a los modos de formulación y discusión ideas en esos
nuevos foros y, en última instancia, a los modos discursivos en los que se articuló el
concepto de “opinión pública” con el ámbito de lo político en diversos espacios
regionales y en diferentes períodos y fases45.

En cuanto al análisis de los procesos de extensión y restricción de la ciudadanía,


posiblemente han sido Mónica Quijada, en sus estudios sobre el caso argentino, y Marta
Casaus, haciendo lo propio para Guatemala, quienes han marcado la pauta a la hora de
estudiar esta vertiente de los procesos de conformación de los Estados y de los
imaginarios nacionales decimonónicos. En el caso de Quijada, sus magistrales trabajos
han sacado a la luz que en el caso argentino se dio una extensión del sufragio
excepcionalmente temprana, produciéndose en paralelo una dinámica de
"ciudadanización" identitaria que intentó subsumir otras identidades —especialmente
las étnicas de indígenas, afrodescendientes y mestizos, así como las regionales,
extremadamente potentes hasta la década de 1860— en el marco vacío del "ciudadano
elector" de la República Argentina. No obstante, esta misma autora señala cómo, hacia
finales del siglo XIX, la cultura política teñida de optimismo y vocación igualadora de
los primeros liberales se va poco a poco poniendo en cuestión a raíz de la extensión de

argentina: polémica y construcción de la esfera pública chilena (1840-1850)”, los tres en Carlos
Altamirano (dir.): Historia de los intelectuales…, vol. I, pp. 145-168, pp. 387-411 y 412-441; Diego
Castillo Hernández: “Itinerario historiográfico de la esfera pública y los espacios públicos en el México
decimonónico”, en Ricardo Forte y Natalia Silva Prada (coords.), Cultura política en América….
45
Véanse, entre otras publicaciones, Cristina Sacristán y Pablo Piccato (coords.): Actores, espacios y
debates en la historia de la esfera pública en la ciudad de México. México: Instituto Mora, 2005; Paula
Alonso (comp.): Construcciones impresas. Panfletos diarios y revistas en la formación de los estados
nacionales en América Latina, 1820-1920. Buenos Aires: FCE, 2004; o Alberto Lettieri: La República de
la Opinión: política y opinión pública en Buenos Aires entre 1852 y 1862. Buenos Aires, Biblos, 1998.
los territorios de la república hacia la pampa sur y el Chaco, así como ante la llegada
masiva de inmigrantes procedentes del sur de Europa —en contra de los deseos
explícitos de pensadores argentinos como Sarmiento o Alberdi46—, comenzando así la
fase "restrictiva" de la ciudadanía en torno a la década de 1880. A partir de entonces, el
énfasis de la política argentina no va a situarse en tratar de incorporar a los nuevos
espacios políticos y a los supuestos en los que estos se basaban a la mayor cantidad
posible de ciudadanos, subsumiendo otras "culturas" previas a la cívico-política liberal,
sino en tratar de preservar unas instituciones republicanas que se sienten amenazadas
ante la avalancha de sujetos cultural y racialmente diferentes47.
Por su parte, Marta Casaus y Teresa García Giráldez han realizado a través de
diversas obras en colaboración o por separado 48 un estudio basado en presupuestos
similares para el caso de Centroamérica. Dichas autoras han tratado de reconstruir la
oscilación de la ciudadanía en la Guatemala de 1820 a 1920, afirmando que el proceso
de configuración y delimitación de un cuerpo de sujetos soberanos estuvo marcado por
una dinámica alterna de inclusión y posterior exclusión de grandes grupos poblacionales.
Casaus y García Giráldez llegan a conclusiones parecidas a las presentadas por Quijada
en sus trabajos sobre Argentina. Si bien en las primeras décadas del siglo XIX, tras la
independencia de la región, se puso en práctica un intento de construcción de un tipo de
nación que ellas denominan “cívica” —es decir, marcada por una vocación igualitarista
y, por lo tanto, por la voluntad de inclusión y equiparación de derechos de amplios
grupos de población, sin atender a su adscripción étnica o proveniencia geográfica—, en
el último cuarto de dicho siglo la ciudadanía sufrió un proceso de clausura progresiva
—o, en términos de las autoras que nos ocupan, de triunfo del modelo de “ciudadanía
civilizada”—, por medio del cual cada vez mayores contingentes poblacionales fueron
quedando excluidos de sus derechos de elegir representantes o ser elegidos como tales.
Como las autoras señalan, dadas las condiciones socioeconómicas de la región en dicho
período, en la práctica, dicho “momento” de exclusión se tradujo en el despojo de los

46
Véanse algunos de los textos fundacionales en los que dichos pensadores plasmaron de forma más
explícita sus deseos de albergar la mayor cantidad posible de inmigrantes procedentes del norte de Europa,
portadores de progreso y civilización en su cultura pragmática y hábitos de trabajo productivo
(“inteligente y moral”, en términos de Alberdi), y en su propio cuerpo, depósito de genes de raza blanca.
Véanse, como ejemplos, Sarmiento, Domingo Faustino: Facundo: civilización y barbarie en las pampas
argentinas [1845]. Madrid: Cátedra, 1990; o Alberdi, Juan Bautista: Bases y puntos de partida para la
organización política de la República Argentina [1851]. Buenos Aires: Desalma, 1964.
47
En este sentido, no podemos dejar de señalar que uno de los principales aportes de este tipo de estudios
ha sido extender los estudios sobre ciudadanía a una serie de fenómenos y procesos que van más allá del
sufragio. Véanse Mónica Quijada: Homogeneizar la nación, 2000; y "¿Qué nación?"....
48
Y, sobre todo, en su obra conjunta Las redes intelectuales centroamericanas…
derechos de ciudadanía a los habitantes de origen indígena, de hecho, la amplia mayoría
de la población del país en términos cuantitativos.
Asimismo, para el ámbito boliviano, Rossana Barragán ha realizado un trabajo
similar centrándose cómo se produjeron los procesos de exclusión de los indígenas, pero
también de las mujeres, de los espacios de participación ciudadana49.
En el campo de los estudios sobre “cultura política”, los aportes fundamentales de
autoras como Casaus, García, Barragán o Sonia Alda, Arturo Taracena, Artemis Torres,
Patricia Arroyo o Regina Fuentes han sido de una doble índole. Por un lado, han
señalado las fallas de la historia política tradicional, basada en la reconstrucción de una
suerte de dicotomía fundacional entre “liberales” y “conservadores” en el continente,
señalando ciertas continuidades en el sustrato conceptual sobre el que se articularon sus
entramados discursivos: la fundamental de ellas, los imaginarios compartidos en lo que
atañía a las diferencias raciales, su jerarquización y a la necesidad de proyectar dichas
representaciones en los órdenes social, político e institucional. En segundo lugar, la de
señalar la coexistencia sincrónica de “culturas políticas” —en el sentido de
interpretaciones radicalmente enfrentadas de algunos de los conceptos vertebradores de
la modernidad en la región, como el de “raza”, en este caso— diversas en el seno de lo
que tradicionalmente se ha etiquetado de forma indiscriminada como “liberalismo”,
generando durante varias décadas un efecto de opacamiento del, hoy por hoy, muy
fructífero campo de estudio de los lenguajes políticos del período decimonónico, así
como de las primeras décadas del siglo XX 50 . En este último sentido, el rastreo

49
Rossana Barragán: Indios, mujeres y ciudadanos…
50
En este sentido, podríamos afirmar que muchos de los discursos tradicionalmente considerados como
parte de un enorme e indiferenciado saco de discursos dispares definidos genéricamente como “liberales”,
están siendo cada vez más matizados por los historiadores del período. Solamente en el área
centroamericana, Marta Casaus y Teresa García han contribuido a rescatar la veta del “espiritualismo
nacionalista” o “vitalista”, de la teosofía, la heliosofía, y de todos aquéllos discursos de índole espiritual
que pernearon la esfera pública y la política con gran fuerza a finales del siglo XIX y principios del XX,
influyendo profundamente en proyectos alternativos de articular la ciudadanía y de representar la nación,
valorando la diversidad étnica y cultural de sus habitantes. Véase Las redes intelectuales…, así como
Regina Fuentes Oliva: “Espiritualismo, vitalismo y teosofía en el pensamiento de una red de intelectuales
de 1920”, en Marta Elena Casaus (ed.), El lenguaje de los "-ismos" en América Latina, siglos XIX y XX.
Guatemala: F&G editores, en prensa; otros autores que han rescatado dicha veta espiritualista del
pensamiento filosófico y social latinoamericano, aunque desde una perspectiva más cercana a la historia
de las ideas y sin incidir de forma tan clara en los efectos políticos de la misma han sido Arturo Ardao:
Espiritualismo y positivismo en Uruguay. México: FCE, 1950; Arturo Andrés Roig: El espiritualismo
argentino entre 1850 y 1900. Puebla: José M. Cajica, 1972; o más recientemente Eduardo Devés Valdés:
“El entorno arielista”, en Del Ariel de Rodó… Por último, no podemos dejar de mencionar que esta
“deconstrucción” y reconstrucción en otros términos de lo que tradicionalmente se catalogó como
pensamiento liberal ha tenido un asombroso impulso en el redescubrimiento de la tradición del
pensamiento republicano clásico en América Latina, un hallazgo que en estos momentos está
reconfigurando por completo el campo de la historia política en la región. No obstante, de dicho tema nos
efectuado por Alda y Arroyo de las “culturas” y el lenguaje político empleado por los
diferentes actores sociales, en este caso sectores dirigentes y comunidades indígenas y
las mujeres, a la hora de interpretar con marcos propios y negociar con los demás
actores las doctrinas y los nuevos modelos políticos resulta clave para comprender el
período51.
En términos más amplios y en lo que compete a la estructura general de este texto,
que trata de dar cuenta del impacto que la noción de “cultura política” ha tenido en el
ámbito de la historia —primordialmente— y las ciencias sociales latinoamericanas y
latinoamericanistas, el análisis de la obra de las autoras recién citadas nos remite a uno
de los aspectos cruciales que ha contribuido a la profunda renovación de los estudios
sobre ciudadanía en la región: la constatación de que no es posible comprender las
dinámicas de inclusión-exclusión de amplios sectores de la población a lo largo de los
siglos XIX y XX sin atender a determinadas estrategias de fijación de la naturaleza de
los diferentes grupos sociales en competición por formar parte integrante de las nuevas
comunidades políticas “modernas”.
Esta constatación ha generado una explosión en el campo de los estudios sobre
ciudadanía en los últimos años; los trabajos en torno a esta cuestión se han multiplicado
y, sobre todo, han ampliado su alcance y han multiplicado sus focos de atención. En

ocuparemos más adelante con mayor profundidad.


51
Sonia Alda ha contribuido a destacar las estrategias de apropiación del lenguaje político liberal por
parte de las élites indígenas en Guatemala, adaptándolo a la “cultura política” de las comunidades del
altiplano, lo que les permitió interlocutar en la arena pública en términos políticos similares a los de los
liberales del período, consiguiendo así hacerse un espacio en la esfera pública en el que defender sus
intereses colectivos durante toda la primera mitad del siglo XIX; véase Sonia Alda Mejías: La
participación indígena en la construcción de la República de Guatemala, siglo XIX. Madrid: UAM, 2002.
También Arturo Taracena, en una ambiciosa obra de largo alcance temporal, ha rastreado las
ambivalentes relaciones entre los diferentes grupos étnicos guatemaltecos, así como entre las oligarquías
urbanas ladinas, las élites indígenas del occidente del país y la población indígena a lo largo de los siglos
XIx y XX; véase Arturo Taracena (comp): Etnicidad, Estado y Nación en Guatemala. Antigua Guatemala:
CIRMA, 2004. Por otro lado, Artemis Torres fue pionera en la revisión del período de finales del siglo
XIX y principios del siglo XX, trazando una buena cartografía del pensamiento filosófico de la época y
sus fuertes intersecciones con la praxis política de los gobiernos reformistas de Justo Rufino Barrios,
véase Artemis Torres Valenzuela: El pensamiento positivista en la historia de Guatemala (1871-1900).
Guatemala: Universidad de San Carlos, 2000. Por último, Patricia Arroyo se ha ocupado del papel de las
intersecciones entre el pensamiento político liberal, el catolicismo y la teoría estética romántica en la
conformación de una identidad femenina hegemónica que reivindicó su papel activo en la comunidad
política desde la esfera pública letrada, véase: “La influencia del moralismo español en la prensa
femenina guatemalteca”, en Manuel Pérez Ledesma y Marta Casaus Arzú (eds.): Redes intelectuales y
formación de naciones en España y América Latina, 1890-1940. Madrid: UAM, 2005 y "Liberalismo,
catolicismo y romanticismo: la construcción discursiva de la identidad femenina en América Central
(1880-1922)", en Marta Elena Casaus Arzú (ed.): El lenguaje de los “-ismos”…
este sentido, podríamos decir que los estudios sobre “ciudadanía” en América Latina se
han complejizado, puesto que han incorporado nuevas perspectivas de análisis y
novedosos enfoques teóricos y metodológicos procedentes de la antropología, la
sociología de la cultura y los estudios culturales y postcoloniales que han contribuido a
incorporar nuevos temas y a ampliar el campo de los estudios históricos sobre la
ciudadanía.
En nuestra opinión, hoy por hoy pueden distinguirse cuatro grandes tendencias en
este tipo de trabajos:
a) en primer lugar, nos encontramos con las investigaciones encaminadas
a establecer los marcos institucionales, filosófico políticos e ideológicos en el seno de
los cuales se han producido los grandes procesos de exclusión e incorporación de
determinados contingentes de población a los derechos civiles, políticos y sociales en
América Latina, que entiende generalmente la noción de “ciudadanía” como un
movimiento en ondas progresivas y regresivas que, en última instancia, conduce a la
incorporación de la práctica totalidad de la población de un Estado a la ciudadanía en
los regímenes democráticos52;
b) en segundo lugar, nos encontramos con investigaciones acerca del
accionar de los grupos que han luchado o pugnan por incorporarse a la ciudadanía, en
una doble vertiente: la de la agencia de dichos grupos como fuente de los procesos de
construcción identitaria de los mismos53 o la de la agencia política como vehículo de
aprendizaje e incorporación disciplinaria de la ortodoxia de las prácticas cívicas

52
En esta línea existen trabajos muy interesantes que rastrean históricamente las formas específicas de
configuración de los espacios políticos en áreas geográficas determinadas. Sin pretender ser exhaustivas,
véanse Deborah Yashar: Demanding democracy: reform and reaction in Costa Rica and Guatemala
(1870s-1950s). Stanford: Stanford University Press, 1997; José Murilo de Carvalho: Ciudadanía en
Brasil: el largo camino. La Habana: Casa de las Américas, 2004; Carolina Guerrero: Súbditos ciudadanos:
antinomias en la ilustración de la América andina. Caracas: CELARG, 2006; Sergio Quezada (coord.):
Encrucijadas de la ciudadanía y la democracia: Yucatán, 1812-2004. Mérida: Universidad Autónoma de
Yucatán, 2005; o Sarah C. Chambers: From subjects to citizens: honor, gender and politics in Arequipa,
Perú, 1780-1854. University Park: The Pennsylvania State University, 1999.
53
Véanse, sobre todo, los trabajos de Elizabeth Jelin para el conjunto de América Latina y el Cono Sur en
particular: Ciudadanía e identidad: las mujeres en los movimientos sociales latinoamericanos. Ginebra:
Naciones Unidas, 1987; Elizabeth Jelin y Eric Herschberg: Construir la democracia: derechos humanos,
ciudadanía y sociedad en América Latina. Caracas: Nueva Sociedad, 1996 y E. Jelin, sobre el papel de la
memoria en la construcción de las identidades colectivas, Los trabajos de la memoria. Madrid: Siglo XXI,
2002; para América Central, véase Roderick Brett: Movimientos sociales, etnicidad y democratización en
Guatemala, 1985-1996. Boston: Brill, 2008. Véanse también Ricardo Cicerchia, Angela T. Thompson y
Mary Nash: Identidades, género y ciudadanía: procesos históricos y cambio social en contextos
multiculturales en América Latina. Quito: Abya Yala, 2005; o Simón Pachano (comp.): Antología:
ciudadanía e identidad. Quito: FLACSO, 2003; para un estudio comparativo sobre etnicidad, ciudadanía
y nación, véase Claudia Dari (comp.): La construcción de la nación y la representación ciudadana en
México, Perú, Ecuador, Bolivia. Guatemala: FLACSO / Serviprensa, 1998.
instituidas;
c) en tercer lugar, nos encontramos con un desplazamiento del foco de
atención en los estudios sobre ciudadanía en una serie de trabajos que indagan en los
procesos discursivos e institucionales a través de los cuales se han configurado
históricamente en la región las representaciones compartidas acerca de la “naturaleza”
de los sujetos sociales y sobre su papel en el espacio público y la comunidad política,
incidiendo especialmente en la importancia que la construcción de los imaginarios
dominantes acerca de la “raza”, la etnia, y el género 54 tuvo en la extensión y
consolidación de prácticas políticas e institucionales excluyentes, discriminadoras e
incluso genocidas;
d) por último, en cuarto lugar, existe una serie de estudios sobre
ciudadanía que tratan, ya no desde el plano historiográfico, de explorar los desafíos que
las nuevas identidades emergentes articuladas en torno a elementos definitorios
específicamente culturales están planteando a las viejas lecturas acerca de la ciudadanía,
la participación y el papel del Estado frente a grupos étnicos y culturales diferenciados y
recientemente empoderados55.
No obstante esta clasificación, no debemos dejar de mencionar que la cartografía

54
En este sentido, los estudios sobre ciudadanía más recientes han privilegiado los procesos de
construcción identitaria de indígenas, afrodescendientes y mujeres, mientras que se han tratado en mucha
menor medida otros colectivos como los campesinos o los obreros, que gozaron de gran preponderancia
en la historia social de corte marxista desde los años 60 hasta los 80.
55
De aquí la proliferación de publicaciones en torno a la relación entre ciudadanía y cultura desde la
perspectiva de la ciudadanía multi o intercultural, con una cierta sobreabundancia de producción en torno
a los efectos y desafíos del neoindigenismo en América Central (y en Guatemala y México en particular)
y el área andina. Véanse, sólo a modo de ejemplo, los trabajos de Kay Warren: Indigenous movements
and their critics: Pan-Mayan activism in Guatemala. Princeton: Princeton University Press, 1998; y Kay
Warren y Jean E. Jackson (eds.), Indigenous movements, self-representation, and the State in Latin
America. Austin: University of Texas Press, 2002; Deborah Yashar: Contesting citizenship in Latin
America: the rise of indigenous movements and the postliberal challenge. Cambridge: Cambridge
University Press, 2005; Álvaro Bello: Etnicidad y ciudadanía en América Latina: la acción colectiva de
los pueblos indígenas. Santiago de Chile: CEPAL, 2004; los trabajos de Laura Valladares de la Cruz: “La
política de la multiculturalidad en México y sus impactos en la movilización indígena: avances y desafíos
en el nuevo milenio”, en Fernando García (comp.), Identidades, etnicidad y racismo en América Latina.
Quito: FLACSO, 2007 y Laura Valladares, Scott Robinson Studebaker y Héctor Tejera Gaona (coords.):
Política, etnicidad e inclusión digital en los albores del milenio. México: UAM-Iztapalapa, 2007; Diane
M. Nelson: Un dedo en la llaga: cuerpos políticos y políticas del cuerpo en la Guatemala del quinto
centenario. Guatemala: Cholsamaj, 2006; Peter Wade, Fernando Urrea y Mara Viveros (ed.): Raza,
etnicidad y sexualidades: ciudadanía y multiculturalismo en América Latina. Bogotá: Universidad
Nacional de Colombia, 2008 o Santiago Alfaro, Juan Ansión y Fidel Turbino (eds.), Ciudadanía inter-
cultural: conceptos y pedagogías desde América Latina. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú,
2008. También las reflexiones generales acerca de la problemática relación entre ciudadanía y cultura,
como Jorge Enrique González (ed.), Ciudadanía y cultura. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia,
2007; o desde un punto de vista más jurídico, Bartolomé Clavero y Laura Giraudo (eds.), Ciudadanía y
derechos indígenas en América Latina: poblaciones, estados y orden internacional. Madrid: Centro de
Estudios Políticos y Constitucionales, 2007.
del campo de los estudios sobre ciudadanía que acabamos de presentar no deja de ser
artificial, puesto que las propuestas más novedosas en esta área se caracterizan por su
interdisciplinariedad, así como por el entrecruzamiento y las intersecciones entre estos
aspectos básicos de las preocupaciones en torno a los procesos históricos de
configuración de la ciudadanía, a la configuración de las identidades colectivas, la
sedimentación social de los estereotipos y los imaginarios colectivos sobre los grupos
subalternos y la relación entre ciudadanía, cultura, Estado y nuevas identidades56.
A continuación, dados los límites que impone la extensión de un texto de estas
características, vamos a ocuparnos de solamente de dos de las ramas mencionadas hasta
el momento en los estudios sobre cultura política y ciudadanía, pues consideramos que
son aquéllas que han sufrido una renovación más profunda en el marco de una nueva
historiografía de carácter mucho más interdisciplinar: en primer lugar vamos a abordar
algunos de los estudios más representativos sobre el papel de la cultura en la
conformación de los estereotipos y las representaciones sobre la “naturaleza” de
indígenas, afrodescendientes y mujeres; y, en segundo, nos centraremos en la radical
renovación de las interpretaciones centradas en la interpretación de las complejas
relaciones entre cultura política, ciudadanía y violencia.

La “cultura política” y la conformación de las identidades colectivas


En las últimas décadas y a raíz de los trabajos de Charles Hale y Tzvetan
Todorov57 sobre la vertiente del pensamiento racial y su influencia en América Latina,
pero también en la estela de la atención renovada que ha concedido la teoría
poscolonial 58 a los complejos entramados discursivos, institucionales y, en última

56
Para terminar con el repaso bibliográfico acerca de los trabajos que relacionan ciudadanía, agencia
política y cultura, no queremos dejar de mencionar que, si bien la mayoría de los trabajos se han centrado
en explorar la relación entre ciudadanía y nuevas identidades, existe una línea de investigación más
vinculada al campo de los estudios culturales y al análisis y la propuesta de nuevos modos de accionar
público en democracias más participativas. En este sentido queremos destacar el trabajo pionero de Doris
Sommer (ed.): Cultural agency in the Americas. Durham: Duke University Press, 2008 y los trabajos en
torno a la experiencia de la alcaldía de Bogotá como plataforma de impulso de una nueva cultura del
ciudadano responsable y participativo en la estela de las teorías políticas del nuevo republicanismo cívico;
véase Liliana López Borbón: Construir ciudadanía desde la cultura: aproximaciones comunicativas al
programa de Cultura Ciudadana (Bogotá, 1995-1997). Bogotá, Alcaldía Mayor, 2003.
57
Véanse Tzvetan Todorov: Nosotros y los Otros. México: Siglo XXI, 1991; Charles Hale, “El
pensamiento racial en América Latina”, en Leslie Bethell, Historia de América Latina, vol. VIII.
Barcelona: Crítica, 1992.
58
Véase, por ejemplo, la importancia que Robert J. C. Young concede a la raza como el elemento
estructurador de la modernidad occidental y el papel protagónico y precursor que otorga a las
codificaciones étnico-fenotípico-raciales latinoamericanas en el proceso de institucionalización de su
instancia, culturales, que configuraron la idea de “raza” una categoría fundamental para
el ordenamiento y jerarquización del mundo político y social, han surgido nuevas
lecturas del liberalismo y del positivismo a partir de la centralidad de dicho concepto,
así como la importancia de la codificación de la diferencia étnica, para poder explicar
las dinámicas políticas, sociales e intelectuales de la América Latina de los siglos XIX y
XX.
Así, podemos destacar los trabajos de Waldo Ansaldi y Patricia Funes sobre la
importancia de la raza como concepto clave sobre el que se basó la legitimidad del
orden oligárquico latinoamericano o el trabajo de Beatriz Urías sobre México, en el que
desvela la importancia de la idea de “raza” para la conformación de la nación
homogénea. En una línea similar se encuentran los trabajos de Marisol de la Cadena
para Perú, en los que la autora analiza el peso de la raza como elemento de construcción
de la “ciudadanía decente” entre la oligarquía cuzqueña o los trabajos de una gran
cantidad de autores, entre los cuales podemos destacar los de Eni de Mesquita y Lilia
Moritz Schwarcz, para quienes la cuestión racial fue el eje central de la interpretación
del Brasil moderno. Para el caso de Guatemala, destacan los trabajos de Marta Casaus
para la que el racismo constituye el elemento histórico-estructural sobre el que se
construyó la nación eugenésica y en base a la cual se excluyó a los indígenas de la
ciudadanía a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX y a principios del XX. Estos
autores desvelan la enorme importancia que tuvo la noción de “raza” que tuvieron las
teorías regeneracionistas y eugenésicas en la formación de las naciones
latinoamericanas59.

centralidad, en Colonial desire: hybridity in theory, culture and race. Londres y Nueva York: Routledge,
1995. No olvidemos tampoco que algunos de los reconocidos precursores de la “teoría poscolonial”, tales
como Aimé Cesaire o Frantz Fanon edificaron su obra en torno a la experiencia de la diferencia racial —
en sus dimensiones sociales, políticas y también psicológicas— en la forma que ésta estaba articulada en
América Latina, concretamente en el área del Caribe. Véanse Aimé Cesaire: Discurso sobre el
colonialismo. Madrid: Akal, 2006 y Frantz Fanon: Los condenados de la tierra. México: FCE, 1983.
. 59 Waldo Ansaldi y Patricia Funes: “Cuestión de piel, racialismo y legitimidad política en el orden
oligárquico latinoamericano”, en Waldo Ansaldi (coord.), Calidoscopio latinoamericano: Imágenes
históricas para un debate vigente. Argentina: Ariel, 2006, pp. 451-495; Beatriz Urías Horcaditas:
Historias Secretas del racismo en México. México: Tusquets, 2007; Marisol de la Cadena: Indigenous
Mestizos: The politics of race and culture in Cuzco, Perú, 1919-1991. Durham: Duke University Press,
2000; véase también el trabajo comparativo de Claudia Guarisco: Etnicidad y ciudadanía en México y
Perú (1770-1850). México: El Colegio Mexiquense, 2004; Marta Casaus Arzú: Guatemala: Linaje y
Racismo. Guatemala: F&G editores, 2007; Eni de Mesquita Samara: Racismo & racistas: trajetória do
pensamento racista no Brasil. Sao Paulo: Humanitas-FFLCH-USP, 2001; o Lilia Moritz Schwarcz:
Racismo no Brasil. Sao Paulo: Publifolha, 2001. Véanse también Jonathan Warren: Racial revolutions:
antiracism and Indian resurgence in Brazil. Durham: Duke University Press, 2001; Marixa Lasso: Myths
of harmony: race and republicanism during the age of revolution, Colombia 1795-1831. Pittsburgh:
University of Pittsburgh Press, 2007; Nancy P. Appelbaum et alii: Race and nation in modern Latin
America. Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2003. No debemos dejar de mencionar el auge
En cualquier caso, si adoptamos una perspectiva diacrónica sobre el surgimiento
de este tipo de trabajos, debemos mencionar que fue a partir de la década de los 60
cuando comenzó a producirse una proliferación de ensayos vinculados a la teoría de la
dependencia, en los que las clases sociales comenzaron a emerger como los
protagonistas principales de la estructura social y de la reformulación de los estados
nacionales. Fue entonces cuando los estudios de las clases subalternas, obreros y
campesinos, así como de las clases dominantes en tanto que demiurgos de la nación
empezaron a cobrar una especial relevancia, siendo aún escasa la presencia de trabajos
sobre mujeres e indígenas60.
Los análisis basados en la categoría de clase dominante y clase subalterna van a
estar muy vinculados a las teorías del conflicto y del cambio social, así como a las
teorías de la revolución y, a pesar de que en dicha década son escasos los estudios
elaborados desde la perspectiva del lenguaje y la cultura política de dichas clases, sí
podemos mencionar algunos estudios pioneros como los de Octavio Ianni, Warman,
Limoneiro Cardoso, Cardoso y Martinez61.

de los estudios sobre la conformación de las identidades sociales y políticas de los afrodescendientes, así
como de otras minorías étnicas, por ejemplo, Maxine Molyneux: “Igualdad en la diferencia: género y
ciudadanía entre indígenas y afrodescendientes”, en Mercedes Prieto (ed.), Mujeres y escenarios
ciudadanos. Ecuador: FLACSO, 2008; John Antón: Afroecuatorianos y afronorteamericanos: dos
lecturas para una aproximación a su identidad, historia y lucha por los derechos ciudadanos. Quito:
Fundación Museo de la Ciudad, 2007; Teresa Porzecanski y Beatriz Santos: Historias de exclusión:
afrodescendientes en el Uruguay. Montevideo: Linardi y Risso, 2006; Jorge Ramírez Reyna: Racismo,
derechos humanos e inclusión social: afrodescendientes en el Perú. Lima: Instituto Internacional de
Relaciones Públicas y Comunicaciones, 2006; María Elisa Velázquez Gutiérrez: La huella negra en
Guanajuato: retratos de afrodescendientes en los siglos XIX y XX. Guanajuato: Ediciones de la Rana,
2007; Arturo Rodríguez-Bobb: Un siglo después de la abolición de la esclavitud: los afrodescendientes y
el pensamiento eurocéntrico en Colombia, América Latina y el Caribe: desconstrucción y construcción
de una imagen ciudadana. Berlín: WVB, 2005; o Duncan Quince: Contra el silencio: afrodescendientes y
racismo en el Caribe continental hispánico. San José: EUNED, 2001. Véase también la creciente, aunque
aún escasa producción bibliográfica reciente sobre otras minorías étnicas en el marco de los estados
nacionales latinoamericanos, como Diego L. Chou: Los chinos en Hispanoamérica. San José: FLACSO,
2002; Jorge Alberto Amaya Banegas: Los chinos de ultramar en Honduras. Tegucigalpa: Guaymuras,
2002; Ruth Campos Cabello y Antonio García Romero: Piel de carpa: los gitanos de México. Alcala la
Real: Alcalá Grupo Editorial, 2007; o Pedro Cortés Lombana: “Los gitanos en Colombia”, en Carlos
Vladimir Zambrano: Etnopolíticas y racismo: conflictividad y desafíos interculturales en América Latina.
Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2002.
60
Véanse, como ejemplos de trabajos relevantes de dicho período, AA.VV.: Las clases sociales y la crisis
política en América Latina. México: Siglo XXI, 1977: Pablo González Casanova (coord.): América
Latina: Medio siglo de Historia. Vol. I: América del Sur; y volumen II: Centroamérica y el Caribe.
México: Siglo XXI, 1977 y 1981; o Enrique Florescano (ed.): Haciendas, plantaciones y latifundios en
América Latina. México: Siglo XXI, 1975.
61
Octavio Ianni: Raças e classes sociais no Brasil. Sao Paulo: Ed. Brasilienense, 1987, donde ya se
introduce la cuestión de la ideología de las razas y su vinculación con las clases y la cultura y lenguajes
políticos de dichos grupos; véanse también Arturo Warman: Ensayos sobre el campesinado en México.
México: Nueva Imagen, 1980; Henrique Cardoso y Enzo Faletto: Dependencia y desarrollo en América
Latina: un ensayo sociológico. México: Siglo XXI, 1969 y Severo Martínez: La Patria del Criollo.
Guatemala: EDUCA, 1974, donde el autor desarrolla cuáles han sido las visiones del criollo y de la clase
No obstante, casi todas las interpretaciones del período estuvieron más centradas
en elaborar análisis de los patrones estructurales de las clases subalternas y del rol
hegemónico que debían jugar en los cambios y revoluciones latinoamericanas, sin tener
en cuenta los lenguajes y comportamientos políticos concretos de los actores sociales.
Son escasos los autores de esa década que escapan a ese modelo histórico-estructural,
aunque podemos mencionar a Enrique Florescano, Héctor Díaz Polanco, Darcy Ribeiro,
R. Pozas, Carlos Guzmán Böckler y Rodolfo Stavenhagen, quienes, sin abandonar la
perspectiva de las clases sociales, incorporan la etnicidad y la ideología política como
dos categorías analíticas sin las cuales resulta difícil comprender la estructura social
latinoamericana62. Por otro lado, la crisis del paradigma marxista en la década de los 80
y la emergencia de nuevos actores sociales que comenzaron a reconfigurar sus
identidades étnicas y de género, unido a la irrupción del neoliberalismo y la
globalización —sumado a las nuevas teorías constructivistas sobre la identidad y al
auge del multiculturalismo en América Latina— han generado nuevos espacios
discursivos más vinculados a la construcción de identidades sociales, políticas y
culturales y en este contexto, las identidades étnicas y de género han emergido a la vez
como nuevos agentes políticos y nuevos objetos de estudio, en forma de constructos
socio-culturales con finalidades políticas de negociación y búsqueda de mayores cuotas
de poder y visibilidad de ciertos grupos sociales.
Así, los movimientos indígenas han dejado de reconocerse como “campesinos”
para pasar a visibilizarse como “indios”, indígenas” o “pueblos indígenas” y demandan
una mayor participación política y un nuevo modelo de ciudadanía que contemple sus
especificidades étnicas y culturales63. Como opinan Guillermo de la Peña y Roderick
Brett, los discursos indígenas o indianistas van a generar diferentes modelos identitarios

dominante de Guatemala desde la época colonial. Véanse asimismo François Borricaud: La oligarquía en
el Perú: tres ensayos y una polémica. Lima: Moncloa-Campodónico, 1969, acerca del gamonalismo en
dicho país o Miriam Limoneiro Cardoso: La ideología de la clase dominante. México: Siglo XXI, 1970.
62
Héctor Díaz Polanco: “Cuestión étnico-nacional y autonomía", en Estudios latinoamericanos, nº 8,
enero-junio de 1990; Darcy Ribeiro: Indianismo y utopías. México: FCE, 1988; R. e I. Pozas: Los indios
en las clases sociales de México. México: FCE, 1971; Magnus Morner: Estado, razas y cambio social en
la Hispanoamérica colonial. México: Septentas, 1974; Rodolfo Stavenhagen: Las clases sociales en las
sociedades agrarias. México: Siglo XXI, 1976; Carlos Guzmán Böckler y Jean-Loup Herbert:
Guatemala: Una interpretación histórico social. México: Siglo XXI, 1974; Enrique Florescano:
Identidad, etnia y nación: ensayo sobre las identidades colectivas en México. México: Nuevo Siglo,
1996.
63
José Bengoa: La emergencia indígena en América Latina. México: FCE, 2000; Leticia Reina (coord.): Los
retos de la etnicidad en los Estados-nación del siglo XXI. México: CIESAS-INI, 2000; Angélica Porras
Velasco: Tiempo de indios: la construcción de la identidad política colectiva del movimiento indio
ecuatoriano. Quito: Abya Yala, 2005; Edward F. Fischer (ed.): Indigenous peoples, civil state, and the neo-
liberal State in Latin America. Nueva York: Berghahn Books, 2009.
que confirman el hecho de que la “etnicidad” no puede ser abordada al margen de los
discursos y de los lenguajes políticos, culturales y de los derechos humanos, en cuyo
marco los actores sociales van renegociando sus identidades étnicas y de género y van
ampliando sus espacios sociales, en busca de nuevas formas de representación
ciudadana64.
En esta dirección de reconstrucción del pasado histórico y de reinvención de la
comunidad imaginada, así como de los nuevos imaginarios de nación étnico-cultural
articulados por las élites indígenas, ha surgido una amplia bibliografía sobre el tema, en
la que los lenguajes y los discursos indianistas resultan ser el elemento fundamental
para negociar nuevas naciones fundadas en criterios étnico-culturales. Pero no sólo la
producción de las elites indígenas es muy rica en este campo; también se ha avivado el
debate entre los científicos sociales europeos y latinoamericanos en torno a si se están
reinventando nuevos símbolos y representaciones de las nuevas naciones indianistas o si,
por el contrario, se están buscando nuevas vías de interlocución y negociación para
buscar un nuevo modelo de nación y de ciudadanía compartida y/o consensuada. En este
contexto los estudios sobre la cultura política de los nuevos agentes sociales y políticos
constituidos en la arena pública en torno a un discurso que incide principalmente en sus
identidades étnicas, y su relación con los procesos de construcción de la ciudadanía son
abundantes, novedosos y presentan valiosos aportes. A nuestro juicio, este es uno de los
terrenos de la historiografía latinoamericana en los que se están logrando contribuciones
más significativas en los últimos años65.
Otro de los grandes campos de debate, que se encuentra a caballo entre la
sociología, la ciencia política y la antropología, tiene que ver con las posibles estrategias
de futuro para el tránsito de naciones homogéneas a estados plurales que respeten la
diversidad étnica y de género. Este debate ha sido especialmente rico en países
64
Sobre este tema tan novedoso véanse Leticia Reina et alii: Identidades en juego. Identidades en Guerra.
México: CIESAS-CONACULTA-INAH, 2005; Claudia Dary (comp.): La construcción de la nación y la
representación ciudadana…; Roddy Brett: Movimientos sociales, etnicidad…; y Laura Giraudo (ed):
Ciudadanía y derechos indígenas en América latina: Poblaciones, estados y orden internacional. Madrid:
Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2007.
65
Demetrio Cojtí Cuxil: Políticas para la reivindicación de los mayas de hoy. Guatemala: Cholsamaj,
1994; Edward Fischer: Cultural logics and global economies: Mayan identities in thoughts and practice.
Austin: University of Texas Press, 2001; David Marbury-Lewis: The politics of ethnicity: Indigenous
peoples in Latin American States: Cambridge: Harvard University Press, 2002; Luis Villoro: Estado
plural y pluralidad de culturas. México: UNAM-Paidós, 1998; Ramón Pajuelo Teves: Reinventando
comunidades imaginadas: movimientos indígenas, nación y procesos socio-políticos en los países centro
andinos. Cusco: IEP, 2007; Maria Elena García: Making indigenous citizens: identities, education, and
multicultural development in Peru. California: Stanford University Press, 2005.
multiculturales, multilingües y pluriétnicos y entre las obras más notables cabría
destacar los aportes de Héctor Díaz Polanco, Luis Villoro, José Del Val y, desde la
óptica jurídico-política, los sugerentes trabajos de Bartolomé Clavero66.
Otro terreno novedoso en el ámbito de las identidades es la búsqueda de lo que
Néstor García Canclini ha denominado “culturas híbridas” y Verena Stolcke y
Alexander Coello, “identidades ambivalentes”67; es decir, aquéllas que se encuentran a
caballo entre las identidades mas dicotómicas y otras que, por su naturaleza e
hibridación, han jugado un papel relevante en la construcción de los estados nacionales,
como es el caso de los mestizos en México o de los mulatos en Brasil. Uno de los
aportes más novedosos desde la perspectiva de la cultura política, de las construcción de
las identidades y la formación de los estados nacionales es el libro de Hale, Gould y
Euraque, así como el de Casaus y García Giráldez, quienes desde un abordaje
interdisciplinario —en el que se combinan la antropología, la historia y la ciencia
política— han intentado encontrar una explicación a las dificultades que hicieron que en
Centroamérica no se pudiese consolidar un proyecto de nación mestiza, como sí ocurrió
en México, considerando que la escasa presencia de lenguajes culturales compartidos y
la ausencia de políticas de identidad incluyentes diseñadas desde los estados han sido en
buena parte los responsables de la situación de polarización étnica en la que se halla la

66
Héctor Díaz Polanco: Elogio a la diversidad: globalización, multiculturalismo y etnofagia. México:
Siglo XXI, 2006; Luis Villoro: Estado plural…; Bartolomé Clavero: Ama llunku, abya yala:
constituyencia indígena y código ladino por América. Madrid: Centro de Estudios Constitucionales, 2000.
Los últimos debates al respecto de estas cuestiones están recogidos en el muy relevante libro de Laura
Valladares de la Cruz, Maya Lorena Pérez y Margarita Zárate (coords.): Estados plurales: los retos de la
diversidad y la diferencia. México: UAM-Iztapalapa, 2009.

67
Néstor García Canclini: Culturas híbridas: estrategias para entrar y salir de la modernidad. México:
Grijalbo, 1989; Verena Stolcke y Alexander Coello: Identidades ambivalentes en América Latina, siglos
XXVI-XXI. Barcelona: Bellaterra, 2008. Estos tres autores, partiendo de diferentes perspectivas —los
estudios culturales, la historia y la sociología— están planteando la teoría de que la hibridación o el
mestizaje étnico-cultural ha sido un proceso poco estudiado pero que contribuyó notablemente a borrar
las fronteras étnicas y a mitigar conflictos socio-culturales. Otros trabajos que apuntan en esta dirección,
desde un punto de vista histórico, son los de Serge Gruzinski: El pensamiento mestizo. Barcelona: Paidós,
2000; Carmen Bernand: “Los híbridos en Hispanoamérica”, en Guillaume Boccara y Sylvia Galindo
(eds.), Lógica mestiza en América. Temuco: Instituto de Estudios Indígenas, 2000; “Mestizos, mulatos y
ladinos en Hispanoamérica”, en Miguel León-Portilla (coord.), Motivos de la antropología americanista:
indagaciones en la diferencia. México: FCE, 2001; o “La emergencia de los pueblos indígenas en
América. Significados del mestizaje”, Víctor Zúñiga (coord.), Identidad y diversidad: dilemas de la
diversidad cultural. Monterrey: Fórum Universal de las Culturas, 2007. Véanse también los trabajos de
Solange Alberro: Del gachupín al criollo, o como los españoles de México dejaron de serlo. México: El
Colegio de México, 1997. Un repaso a esta literatura, que incide en los lenguajes ambivalentes y en las
estrategias complejas, muestra el variado panorama de las culturas políticas y de las identidades plurales
latinoamericanas.
región en la actualidad, especialmente en el caso de Guatemala68.
En este contexto en el que se comienzan a estudiar los proyectos de naciones
inacabadas, así como las causas de la falta de cierre de este proceso, otros autores
latinoamericanos han puesto el énfasis en el papel que ha jugado los imaginarios de la
raza y el racismo en la construcción de modelos de nación eugenésicas y excluyentes de
amplias mayorías étnico-culturales, que se fundamentaron en la negativa a aceptar la
diversidad cultural como fundamento para la construcción de la identidad nacional69.
Por último, resulta reconfortante el debate que está surgiendo entre las mujeres
indígenas, que recientemente se están erigiendo en sujetos protagónicos en la
construcción de identidades étnicas y de género no esencializadas desde una perspectiva
ligada a la propia historia de vida, y sus contribuciones teóricas y experienciales están
siendo fundamentales para la construcción de las nuevas naciones amerindias70.
Siguiendo con esta última apreciación sobre los nuevos modos de articulación del
género, la etnia y la ciudadanía en América Latina, retomamos un aspecto que ya hemos
mencionado al inicio de este subapartado: en los últimos años no se han revisado
únicamente las formas particulares en las que la raza se articuló —y se sigue
articulando— con la ciudadanía y las representaciones de la nación durante los siglos
XIX y XX, sino que también se han revisado en profundidad las múltiples
intersecciones entre ciudadanía, conformación de los Estados nacionales y género. Los
estudios históricos que han “leído” a las mujeres como ejes fundamentales en la
construcción de una cultura política moderna y democrática en la región son
innumerables, pero presentan distintas líneas de interpretación.
En primer lugar, podemos destacar los trabajos cuyo enfoque bebe directamente

68
Darío A. Euraque, Jeffrey L Gould y Charles R. Hale (eds.): Memorias del mestizaje: cultura política
en Centroamérica de 1920 al presente. Guatemala: CIRMA, 2004. Desde una óptica mas cercana a la
historia cultural y conceptual, y fundamentada en otras premisas, véase el libro de Marta Casaús Arzú y
Teresa García Giraldez: Redes intelectuales e imaginarios nacionales..
69
Alicia Castellanos y Juan Manuel Sandoval (coords.): Nación, racismo e identidad. México: Nuestro
Tiempo, 1998; Marta Elena Casaus Arzú: Guatemala: Linaje y Racismo…; Teun Van Dijk (comp.):
Racismo y discurso en América Latina. Barcelona: Gedisa, 2007. En este último libro se analiza la
importancia de los lenguajes político-culturales en la construcción de los estados nacionales.
70
Véans los interesantes trabjos de Delfina Mux Caná: “Visión de la Nación y del estado guatemalteco”,
en Perspectivas y Visiones Ciudadanas. Informe para el Diagnóstico del racismo en Guatemala. Vol. IV.
Guatemala: Serviprensa, 2006; Irma Alicia Velásquez Nimatuj: La pequeña burguesía indígena
comercial en Guatemala: desigualdades de raza, clase y género. Guatemala: Hivos-Avancso, 2002.
Sobre las mujeres en Chiapas, véanse Shannon Speed, Aída Hernández y Lynn Stephen (eds.): Dissident
women: gender and cultural politics in Chiapas. Austin: Austin University Press, 2005, así como uno de
los libros más reveladores al respecto, un texto elaborado por un colectivo de mujeres mayas, el Grupo de
Mujeres Mayas de Kaqlá: La palabra y el sentir de las mujeres mayas de Kaqlá. Guatemala: Novib-
Hivos, 2004.
de los presupuestos del feminismo “de la igualdad”71 y de los primeros estudios sobre
historia y género 72 . Este tipo de trabajos se han centrado generalmente en la
reconstrucción histórica de las grandes líneas por las que discurrió tanto el pensamiento
como la práctica feminista en América Latina, privilegiando, por tanto, los abordajes
que tienden a vincular la “cultura política” femenina con un continuum de
posicionamientos activos y luchas por integrarse en los marcos formales de la
ciudadanía en igualdad de condiciones que los hombres. Esta línea de trabajo ha tenido
efectos notables a la hora de abrir nuevos espacios académicos para la visibilización de
la experiencia política femenina en el continente americano, ha contribuido al abandono
de las formas más tradicionales de acometer la historia de las mujeres —centrada en la
reconstrucción de las experiencias excepcionales de grandes figuras— y ha aportado
una abundante bibliografía que ha servido para llenar, al menos parcialmente, un
llamativo vacío historiográfico. No obstante, no podemos dejar de mencionar que el
estricto enfoque de muchos de estos abordajes y su énfasis en la reconstrucción de las
experiencias de resistencia y lucha en contra de las estructuras sociales y políticas
patriarcales ha provocado que las nociones de cultura política y feminismo hayan
quedado habitualmente asociadas a relatos históricos que centran su atención en los
grandes procesos de inclusión ciudadana, de ampliación de la esfera pública y de
democratización política en el continente en la época contemporánea, dejando de lado
otro tipo de “experiencias” de las que nos ocuparemos más adelante73.
Sin ánimo de ser exhaustivas, algunas de las autoras que han aportado
interesantísimos y novedosos trabajos en esa línea han sido Asunción Lavrín y Maxine
Molyneux, quienes han realizado un esfuerzo por comparar diferentes experiencias y
cronologías de incorporación de las mujeres a la ciudadanía en el Cono Sur y en el
conjunto de América Latina; Lola G. Luna o Elizabeth Jelin, quienes se han ocupado de
resaltar los vínculos entre el feminismo, los movimientos sociales y la ampliación de la

71
Véase, por ejemplo, Elena Beltrán y Virginia Maquieira: Feminismos: debates teóricos
contemporáneos. Madrid: Alianza, 2001.
72
Una de las pioneras en articular la importancia fundamental de la noción de “género” para los estudios
históricos fue Joan W. Scott en su artículo ya clásico “El género: una categoría útil para el análisis
histórico” [1986], reproducido en Marta Lamas (comp.), El género: la construcción cultural de la
diferencia sexual. México: PUEG, 1996, pp. 265-302. La primera obra de Scott contribuyó mucho a
impulsar los estudios históricos de género (en ocasiones restringidos a “historias de las mujeres” en
diferentes áreas geográficas y períodos históricos) en academias como la española o la latinoamericana
durante los años 90.
73
El tipo de enfoque ha afectado también a la cronología de los análisis. Así, este tipo de estudios se han
centrado, sobre todo, en cómo las mujeres fueron ganando visibilidad progresivamente en los espacios
públicos especialmente a partir de las primeras décadas del siglo XX y han dejado un poco más de lado el
estudio de las culturas políticas femeninas en el siglo XIX, especialmente en su primera mitad.
ciudadanía; Dora Barrancos o Donna Guy para el caso de Argentina; Silvia Rodríguez
Villamil y Christine Ehrick para Uruguay; Ana María Stuven o Erika Maza Valenzuela
para Chile; Eni de Mesquita o June Hahner para Brasil; Maritza Villavicencio,
Margarita Zegarra o Francesca Denegri para Perú; Silvia Rivera Cusicanqui, Rossana
Barragán, Seemin Qaayum o Ximena Medinaceli para Bolivia; María Eugenia
Rodríguez Sáenz para el área centroamericana y Costa Rica; Miriam Miranda y Yolanda
Marco Serra para Panamá; Rina Villars para Honduras; Julia Tuñón, Carmen Ramos
Escandón o Anna Macías para México; o Verena Stolke para Cuba y el área caribeña74.

74
Véanse Asunción Lavrín (ed.): Latin American women: historical perspectives. Westport: Greenwood
Press, 1978; Género e historia: una conjunción a finales del siglo XX. Santa Rosa: Universidad Nacional
de La Pampa, 1998; o Women, feminism and social change in Argentina, Chile and Uruguay (1890-1940).
Lincoln: University of Nebraska Press, 1995; Elizabeth Dore y Maxine Molyneux (eds.): Hidden histories
of gender and the State in Latin America. Durham: Duke University Press, 2000; Nikki Craske y Maxine
Molyneux (eds.): Gender and the politics of rights and democracy in Latin America. Houndmills:
Palgrave, 2002; Elizabeth Jelin: Ciudadanía e identidad… o “Igualdad y diferencia: dilemas de la
ciudadanía de las mujeres en América Latina”, en Ágora. Cuadernos de Estudios Políticos, 1997; Lola G.
Luna (ed.): Género y movimientos sociales en América Latina. Barcelona: UAB, 1990 o con Norma
Villareal: Historia, género y política: movimientos de mujeres y participación política en Colombia,
1930-1991. Barcelona: Seminario Interdisciplinar Mujeres y Sociedad, 1991; Dora Barrancos y Aurora
Schreiber: Historia y género. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1993; Dora Barrancos:
Mujeres en la sociedad argentina: una historia de cinco siglos. Buenos Aires: Editorial Sudamericana,
2007 o como editora Inclusión / exclusión: historias con mujeres. Buenos Aires: FCE, 2002; Donna Guy:
Sex and danger in Buenos Aires: prostitution, family and nation in Argentina. Lincoln: University of
Nebraska Press, 1991 o Women build the welfare state: performing charity and creating rights in
Argentina, 1880-1955. Durham: Duke University Press, 2009; Silvia Rodríguez Villamil: La historia de
las mujeres en el Uruguay. Montevideo: GRECMU, 1991; Christine Ehrick: The shield of the weak:
feminism and the State in Uruguay, 1903-1933. Albuquerque: New Mexico University Press, 2005; Ana
María Stuven: “Modernidad y religión en Chile. La imagen de la mujer y su rol social durante el siglo
XIX”, en XIV Jornadas de la Historia de Chile. Santiago de Chile: Pontificia Universidad, 2001; Erika
Maza Valenzuela: “Catolicismo, anticlericalismo y la extensión del sufragio a la mujer en Chile”, en
Estudios Públicos, nº 58, 1995 o “Las mujeres chilenas y la ciudadanía electoral: de la exclusión al voto
municipal, 1884-1934”, en Carlos Malamud (comp.), Legitimidad, representación y alternancia en
España y América Latina: las reformas electorales, 1880-1930. México: El Colegio de México y FCE,
2000; Eni de Mesquita et alii: Gênero em debate: trajetória e perspectivas na historiografia
contemporânea. Sao Paulo: Educ, 1997 o As mulheres, o poder e a família: Sao Paulo, século XIX. Sao
Paulo: Marco Zero, 1989; June Hahner: Emancipating the female sex: the struggle for women’s rights in
Brazil, 1850-1940. Durham: Duke University Press, 1990; Maritza Villavicencio (ed.): Del silencio a la
palabra: mujeres peruanas en los siglos XIX y XX. Lima: Centro Flora Tristán, 1992 o Breve historia de
las vertientes del movimiento de mujeres en el Perú. Lima: Centro Flora Tristán, 1990; Margarita Zegarra:
Mujeres y género en la historia del Perú. Lima: CENDOC-Mujer, 1999; Francesca Denegri: El abanico y
la cigarrera: la primera generación de mujeres ilustradas en el Perú. Lima: Centro Flora Tristán, 1996;
Silvia Rivera Cusicanqui: La mujer andina en la historia. Chukiyawu / La Paz: THOA, 1990; Rossana
Barragán: Indios, mujeres y ciudadanos…; Seemin Qaayum: De terratenientes a amas de casa: mujeres
de élite en La Paz en la primera mitad del siglo XX. La Paz: Coorinadora de Historia, 1997; Ximena
Medinaceli: Alterando la rutina: mujeres en las ciudades de Bolivia, 1920-1930. La Paz: CEDEM, 1989;
María Eugenia Rodríguez Sáenz (ed.): Entre silencios y voces: género e historia en América Central,
1750-1990. San José: Centro Nacional para el Desarrollo de la Familia, 1997 y Mujeres, género e historia
en América Central durante los siglos XVIII, XIX y XX. San José: Plumsock, 2002; Miriam Miranda: “El
movimiento sufragista en Panamá y la construcción de la mujer moderna” y Yolanda Marco Serra: “Vida
después del sufragio: las organizaciones femeninas en el período 1950-1970”, ambos en Fernando
Aparicio et alii (comps.), Historia de los movimientos de mujeres en Panamá en el siglo XX. Panamá:
Universidad de Panamá, 2002; Rina Villars: Para la casa más que para el mundo: sufragismo y
feminismo en la historia de Honduras. Tegucigalpa: Guaymuras, 2001; Julia Tuñón: Mujeres en México:
No obstante esta perspectiva que, como ya hemos visto, tiende a rescatar la
experiencia femenina relacionada con la conciencia y la producción feminista, así como
con la praxis social y política encaminada a la conquista de derechos civiles, políticos y
sociales en la historia de las mujeres latinoamericanas, en los últimos años han
proliferado una serie de estudios que —desde un enfoque mucho más vinculado al
análisis textual y la crítica literaria— han tratado de indagar en los procesos de
conformación de las subjetividades femeninas y las representaciones colectivas de “lo
femenino” en diferentes contextos del pasado latinoamericano. En este sentido, la
producción literaria escrita por mujeres —generalmente pertenecientes a las élites
urbanas criollas— ha sido puesta en relación con los procesos de construcción y
consolidación de los Estados-nacionales a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Los
trabajos de Francine Masiello o Lea Fletcher para Argentina; Susana Montero para
México o Lícia Fiol-Matta para Chile son un buen ejemplo de esta línea de
investigación75. Por último, sólo mencionaremos que la historiografía de género más
reciente ha dedicado también su atención al papel de las mujeres latinoamericanas como
facilitadoras del surgimiento de espacios públicos y de sociabilidad: en este sentido, los
estudios sobre las veladas y las tertulias literarias, así como sobre las revistas culturales
fundadas escritas por mujeres a lo largo de los siglos XIX y XX han recalcado la
importancia fundamental que revistieron dichos espacios para el afianzamiento y la
circulación de algunos de los elementos culturales clave en la conformación simbólica
de nuevas repúblicas, para la educación sentimental y el disciplinamiento afectivo de los
sujetos modernos que debían conformar el sustrato de las sociedad burguesa y, en
última instancia, para la conformación de las culturas políticas liberales en América

una historia olvidada. México: Planeta, 1987; Mujeres en México: recordando una historia. México:
CONACULTA, 1998; o Julia Tuñón (comp.): Enjaular los cuerpos: normativas decimonónicas y
feminidad en México. México: El Colegio de México, 2008; Carmen Ramos Escandón, Susie Porter y Mª
Teresa Fernández Aceves (coords.): Orden social e identidad de género: México, siglos XIX y XX.
Guadalajara: Universidad de Guadalajara, 2006; Anna Macías: Contra viento y marea: el movimiento
feminista en México. México: CIESAS, 2002; Florencia Mallon: Constructing Third World feminisms:
lessons from nineteenth-century Mexico (1850-1874). Madison: University of Madison, Wisconsin, 1990;
o Verena Stolcke: “¿Es el sexo al género lo que la raza a la etnicidad?”, en Política y cultura, nº 14, 2000,
pp. 25-60 o Racismo y sexualidad en la Cuba colonial. Madrid: Alianza Editorial, 1992.
75
Francine Masiello: Between civilization and barbarism: women, nation and literary culture in modern
Argentina. Lincoln: University of Nebraska Press, 1992; Susana Montero: La cara oculta de la identidad
nacional: un análisis de la poesía romántica. Santiago de Cuba: Editorial Oriente, 2003 y La
construcción simbólica de las identidades sociales: un análisis a través de la literatura mexicana del
siglo XIX. México: UNAM, 2002; Lícia Fiol-Matta: A queer mother for the nation: the state and
Gabriela Mistral. Minneapolis: University of Minnesota Press, 2002
Latina76.
Por último, y como cierre de este apartado, no podemos dejar de mencionar que
los estudios acerca de las culturas políticas obreras, socialistas, anarquistas y de los
sectores populares en América Latina —salvo en algunos países, como en Argentina—
no han sufrido un impulso análogo al descrito para los estudios sobre el papel de la
articulación de la etnicidad y el género para la construcción de los Estados-nacionales
latinoamericanos contemporáneos. No obstante, pueden consultarse publicaciones
interesantes centradas en la reconstrucción de dichas “culturas políticas” en tanto que
prácticas sociales sectoriales, formas de organización y rituales colectivos compartidos77
y, en mucha menor medida, en la dimensión relacionada con el discurso mencionada
por Cabrera78.

76
Muchos de estos trabajos se centran también en el papel protagónico de las mujeres escritoras,
periodistas o maestras en la conformación de redes intelectuales nacionales y transnacionales, a menudo
de corte contrahegemónico con respecto a las corrientes filosóficas, culturales, políticas y espirituales
dominantes, como el caso de las redes de mujeres teósofas y espiritualitas en América Central, trabajado
por Marta Elena Casaus: “Las redes teosóficas de mujeres en Guatemala: la Sociedad Gabriela Mistral,
1920-1940”, en Revista Complutense de Historia de América, nº 27, 2001, pp. 219-255. Otros trabajos
que siguen las líneas apuntadas en el texto son, para el área centroamericana, Ruth Cubillo Paniagua:
Mujeres e identidades: las escritoras del Repertorio Americano, 1919-1959. San José: Editorial de la
Universidad de Costa Rica, 2001; para Perú, Sarah C. Chambers: “Letters and salons: women reading and
writing the nation”, en Sara Castro-Klarén y John Charles Chasteen (eds.), Beyond immagined
communities: reading and writing the nation in nineteenth-century Latin America. Baltimore: Johns
Hopkins University Press, 2003; para Argentina, Graciela Batticuore: El taller de la escritora: veladas
literarias de Juana Manuela Gorriti, Lima-Buenos Aires (1876/7-1892). Rosario: Beatriz Viterbo Editora,
1999 y Alejandra Laera: “Cronistas, novelistas: la prensa periódica como espacio de profesionalización
en la Argentina (1880-1910)”, en Carlos Altamirano (dir.): Historia de los intelectuales…, vol. I, pp. 495-
523; para Chile, Adriana Palomera y Alejandra Pinto (comps.): Mujeres y prensa anarquista en Chile
(1897-1931). Santiago de Chile: Ediciones Espíritu Libertario, 2006 y Ana María Stuven: “El Eco de las
señoras de Santiago de 1865. El surgimiento de una opinión pública femenina”, en Lo público y lo
privado en la historia americana. Santiago de Chile: Fundación Mario Góngora, 2000, pp. 303-327; o
para Bolivia, Luis Ramiro Beltrán (comp.): “Feminiflor”: un hito en el periodismo femenino de Bolivia.
CIMCA: s/f.
77
Agradecemos a María Migueláñez, becaria de investigación del departamento de Historia
Contemporánea de la UAM, las indicaciones bibliográficas sobre el caso argentino que nos ha
proporcionado para la elaboración de este apartado. Véanse Juan Suriano: Anarquistas: cultura y política
libertaria en Buenos Aires, 1890-1910. Buenos Aires: Manantial, 2001; Dora Barrancos: Educación,
cultura y trabajadores (1890-1930). Buenos Aires: CEAL, 1991; Diego Armús: Mundo urbano y cultura
popular. Estudios de historia social argentina. Buenos Aires: Sudamericana, 1990; Hernán Camarero: A
la conquista de la clase obrera: los comunistas y el mundo del trabajo en la Argentina, 1920-1935.
Buenos Aires: Siglo XXI, 2007; José Aricó: La hipótesis de Justo. Escritos sobre socialismo en América
Latina. Buenos Aires: Sudamericana, 1999 o Hernán Camarero y C.M. Herrera (eds.): El Partido
Socialista en Argentina: sociedad, política e ideas a través de un siglo. Buenos Aires: Prometeo, 2005.
78
Una notable excepción a ese caso es el trabajo de Iñigo García-Bryce Weinstein: República con
ciudadanos: los artesanos de Lima, 1821-1879. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2008, donde se
analiza cómo el pensamiento político liberal se fue filtrando entre los grupos artesanales de Lima con
tradiciones laborales y de sociabilidad de tipo gremial, para terminar dando lugar a un discurso sobre la
“clase obrera” y su relación con el Estado y la nación.
“Cultura política” y estudios sobre violencia
A continuación pasaremos, siguiendo el esquema propuesto inicialmente para este
apartado, a abordar uno de los principales aportes de la historiografía y las ciencias
sociales latinoamericanistas en el campo de los estudios de “cultura política”: el estudio
de la violencia política, en toda su complejidad, como parte integrante y fundamental de
los procesos de construcción de una ciudadanía plural y democrática y no sólo como la
mera manifestación del fracaso y lo inconcluso de los sistemas políticos de la América
Latina contemporánea. Posiblemente este ámbito ha sido uno de los campos de
investigación más fructíferos en los últimos años y seguramente uno de los que ha
deparado rupturas más drásticas con respecto a las interpretaciones historiográficas
tradicionales, tanto en el campo de los estudios históricos sobre la conformación de la
ciudadanía en el siglo XX como en el de los recientes trabajos sobre la “cultura política”
de los distintos movimientos revolucionarios surgidos en la región durante el siglo XX.
En este apartado nos vamos a ocupar de algunos de los autores que se han
centrado en renovar profundamente la mirada sobre las culturas políticas populares, el
papel de las infracciones de las normas electorales en la génesis de la cultura cívica o el
papel de las milicias armadas en el entrenamiento y disciplinamiento político de los
ciudadanos en la América Latina del siglo XIX. Para ello, retomaremos de forma
exhaustiva la obra de dos de las autoras que más han contribuido a la proliferación de
este tipo de estudios: Marta Irurozqui e Hilda Sabato.
Marta Irurozqui se ha dedicado a estudiar las diversas dimensiones de los procesos
electorales en el mundo andino —en particular en Bolivia— y la violencia urbana ligada
ellos79, mientras que Hilda Sabato se ha centrado en el campo de la participación de las
clases populares en los comicios de la ciudad de Buenos Aires, así como en los
diferentes significados que pudo entrañar su encuadramiento en las milicias armadas
activas en las áreas rurales hasta bien entrado el siglo XIX80.

79
Entre los abundantes trabajos de Marta Irurozqui Victoriano, en el presente artículo vamos a mencionar
sólo algunos de los más representativos a este respecto, como A bala, piedra y palo… ; “El bautismo de la
violencia: indígenas patriotas en la revolución de 1870 en Bolivia”, en Carlos Dardé Morales y Carlos
Malamud Rikles (coords.), Violencia y legitimidad política y revoluciones en España y América Latina,
1840-1910. Santander: Universidad de Cantabria, 2004, pp. 143-178; “La transgresión electoral.
Propuesta conceptual sobre su valor en la materialización del ciudadano. Bolivia (1825-1925)”, en Pilar
Domingo (ed.), Bolivia: fin de un siglo y nuevas perspectivas políticas (1993-2003). Barcelona: Bellaterra,
2006, pp. 39-64; o “Muerte en El Loreto: ciudadanía armada y violencia política en Bolivia (1861-1862)”,
en Revista de Indias, vol. 69, nº 246, 2009, pp. 129-157.
80
Mencionaremos, también en este caso, sólo una selección de los trabajos de esta autora. Véanse Hilda
Sabato y Alberto Lettieri (comps.): Buenos Aires en armas: la revolución de 1880. Buenos Aires: Siglo
Quizá sea Irurozqui —junto a Mónica Quijada— una de las investigadoras
mencionadas hasta este momento que más se ha preocupado por definir con precisión
los conceptos en torno a los que giran sus preocupaciones historiográficas, así como por
ligar estrechamente el problema de la violencia política a los procesos de construcción y
mutación de la ciudadanía en la conformación de las nuevas repúblicas latinoamericanas.
En este sentido, en la introducción a un reciente dossier dedicado a esta cuestión, afirma
que su preocupación por la violencia ligada a los procesos políticos decimonónicos
tiene que ver con la centralidad que ocupa dicho fenómeno en la “nacionaliza[ción] del
territorio no sólo en el relato sino en el mismo desarrollo de los hechos (…) Tal
cuestionamiento exige afrontar desde el estudio de la violencia política problemas
relativos a los procesos de institucionalización del Estado, de materialización de la
soberanía popular y caracterización del cuerpo político, de democratización de las
instituciones y de la sociedad y de nacionalización del espacio americano (…) De ahí
que en este dossier se busque evitar la asimilación de la violencia política con el caos, el
desorden, la irracionalidad y la ausencia de normas o de formas sociales, su vinculación
a una sociedad corrupta o imperfecta o su reducción a un mero instrumento de la
construcción del monopolio estatal de la fuerza”81.
El afán por la reconstrucción historiográfica del papel que desempeñó la violencia
política en los imaginarios sociales y la cultura política del período, así como en las
complejas dinámicas de construcción física y simbólica de las nuevas naciones han
llevado a esta autora a centrarse en “historizar los términos asociados a la ciudadanía”82
alejándose cada vez más del modelo aditivo, teleológico y normativo derivado de la
obra clásica de T.E. Marshall que tanto se ha aplicado al caso latinoamericano83.

XXI, 2008; Hilda Sabato: La vida política en la Argentina del siglo XIX: armas, votos y voces. México:
FCE, 2003; o The many and the few: political participation in Republican Buenos Aires. Stanford:
Stanford University Press, 2001.
81
Marta Irurozqui: “Presentación” a la Revista de Indias. Dossier Violencia política en América Latina,
siglo XIX (coordinado por Marta Irurozqui Victoriano), vol. LXIX, nº 245, agosto de 2009, pp. 9-16, cita
en páginas 10 y 11.
82
Marta Irurozqui: “El espejismo de la exclusión. Reflexiones conceptuales acerca de la ciudadanía y el
sufragio censitario a partir del caso boliviano”, en Ayer, nº 70 (Cultura y culturas políticas en América
Latina), 2008, pp. 57-92, cita en p. 59.
83
Otros autores pioneros que han trabajado en esta línea, centrándose en casos distintos del andino son,
para el área argentina, Marcela Ternavasio: La revolución del voto: política y elecciones en Buenos Aires:
1810-1852. Buenos Aires: Siglo XXI, 2002; Carlos Malamud: “Elecciones, política y violencia. Las
revoluciones argentinas de 1890 y 1893”, en Ricardo Forte y Guillermo Guajardo (coords.), Consenso y
coacción. Estado e instrumentos de control político y social en México y América Latina (siglos XIX y
XX). México: El colegio de México y El Colegio Mexiquense, 2000; véase también la obra compilada por
Carlos Malamud Rikles: Violencia, legitimidad… Para la intersección entre violencia política, etnicidad y
surgimiento de la antropología científica y la criminología, María Elba Argeri: De guerreros a
delincuentes: la desarticulación de las jefaturas indígenas el poder judicial. Norpatagonia, 1880-1930.
En este sentido, Irurozqui se ha esforzado por resaltar dos aspectos de la
ciudadanía que ella considera fundamentales para comprender los procesos de
construcción de la comunidad política decimonónica: el primero tiene que ver con “su
carácter multidimensional (…) [que] puede sintetizarse en la comprensión de la
ciudadanía como una práctica y como un estatus. Es decir, por un lado, denota una
forma de participación activa en los asuntos públicos; por otro, implica una relación de
pertenencia individual con una determinada comunidad política, convirtiéndose así en
un principio constitutivo propio de cada comunidad política que determina quién
constituye ésta, quién pertenece a la misma y quién no (…) no es un principio
universalista sino diferenciador. Funciona como un factor discriminatorio de
inclusión/exclusión y, a su vez, como un dispositivo corporativista (…)”84.
En opinión de esta autora, la mayor parte de la historiografía política
decimonónica sigue siendo deudora de la obra de Marshall en su privilegio del estudio
de los procesos de apertura y clausura de la ciudadanía política en las diferentes
repúblicas latinoamericanas —procesos que, para Irurozqui, forman parte de la propia
esencia ambivalente de la misma—, y olvidando o relegando en sus aproximaciones la
segunda de sus dimensiones, la comunitaria, que resulta sin embargo fundamental para
el estudio de las identidades de los sujetos colectivos decimonónicos y para la
aproximación al sentido de sus acciones en la arena pública.
Así, esta autora afirma que fue precisamente la naturaleza excluyente de la

Madrid: CSIC, 2005. Sobre la difícil inserción de las poblaciones itinerantes en el tránsito hacia la
ciudadanía liberal, véanse, para el caso argentino, Lidia R. Nacuzzi, Carina Paula Lucaioli y Florencia
Nesis: Pueblos nómades en un estado colonial. Chaco-Pampa-Patagonia, siglo XVIII. Buenos Aires:
Antropofagia, 2008 y Lidia R. Nacuzzi: Identidades impuestas: tehuelches, aucas y pampas en el norte de
la Patagonia. Buenos Aires: Sociedad Argentina de Antropología, 2005; para el caso mexicano, véanse
Romana Falcón: “Patrones de dominio. Estado contra itinerantes en la frontera norte de México, 1864-
1876”, en Romana Falcón y Antonio Escobar Ohmsted (eds.), Los ejes…, pp. 201-233. Sobre las bases
sociológicas de las identidades locales en las que se sustentaron los estallidos de violencia, las crisis de
legitimidad y los procesos de negociación por la inclusión-exclusión de grupos de la ciudadanía
decimonónica, véanse, para el caso mexicano, Leticia Reina, Elisa Servín y John Tutino: “Communities:
of tempests and teapots: imperial crisis and local conflict in Mexico at the beginning of the nineteenth
century”, Eric Van Young: “The two faced Janus: the pueblos and the origins of Mexican liberalism” y
Antonio Annino: “Local elections and regime crisis: the political culture of indigenous peoples”, los tres
en Elisa Servín, Leticia Reina y John Tutino (eds.), Cycles of conflict, centuries of change: crisis reform
and revolution in Mexico. Durham: Duke University Press, 2007; Van Young, Eric: The other rebellion:
popular violence, ideology, and the Mexican struggle for independence, 1810-1821. Stanford: Stanford
University Press, 2001; para Bolivia, véase Carlos Contreras: “’Under the dominion of the Indian’: rural
mobilization, the law and revolutionary nationalism in Bolivia in the 1940’s”, en Nils Jacobsen y
Cristóbal Aljovín (eds.), Political cultures in the Andes, 1750-1950. Durham: Duke University Press,
2005; para Perú, Florencia Mallon: The defence of community in Peru’s central highlands: peasant
struggle and capitalist transition, 1860-1940. Princeton: Princeton University Press, 1983; para Colombia,
Eduardo Posada Carbó: La nación soñada: violencia, liberalismo y democracia en Colombia. Bogotá:
Norma, 2006.
84
Ibidem, p. 63.
ciudadanía el elemento que le dio “valor social y la (…) convirtió en un objeto de deseo
social”, generando un “triple movimiento: exclusión-acción-inclusión”85. El segundo de
los movimientos, el de la acción, es el que ha centrado la atención tanto de Irurozqui
como de Sabato, una acción que con frecuencia era de índole violenta y se desataba
durante los procesos electorales, “considerados pieza clave en la transformación de los
sistemas de representación”86. En este contexto, según las autoras citadas, lo que resulta
fundamental es comprender que “el ejercicio de la violencia era considerado legítimo,
no solamente frente a un enemigo exterior sino también en el plano interno, en ocasión
de los frecuentes enfrentamientos entre facciones y los levantamientos o
pronunciamientos en contra de los gobiernos de turno (…)”87 y que para entender las
bases de dicha legitimidad no queda otra opción que adentrarse y profundizar en la
cultura política de los actores del período.
De esta manera, la cultura política 88 se convierte en una cuestión central para
comprender las dinámicas, función y significación de la violencia política en el período
tratado. En opinión de esta autora, el lastre principal del que han adolecido los trabajos
históricos que abordan la construcción de la ciudadanía y la nación en el continente ha
sido el de violentar la comprensión de la cultura política del período identificando al
actor político con el ciudadano con derecho a sufragio, y olvidando que “la población
identificó otro tipo de actividades colectivas capaces de convertirles públicamente en
ciudadanos”89. Entre estas actividades colectivas, Irurozqui y Sabato se han dedicado a

85
Ibidem, p. 68.
86
Hilda Sabato: “Introducción”, a Hilda Sabato (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones.
México: El Colegio de México/FCE, 2002, p. 18
87
Ibidem, p. 25.
88
Definida de forma clara por Irurozqui como el “marco de referencia que permite entender cómo los
hechos y el comportamiento político son condicionados en el proceso de relación entre los actores y el
sistema del cual forman parte. De ahí que tal expresión designe al conjunto de nociones interiorizadas,
creencias y orientaciones de valor que los actores comparten con respecto a cómo opera el sistema
político, cuál es el papel que ellos y otros actores políticos cumplen y deben cumplir, los beneficios que el
sistema provee y debe proveer y cómo extraer tales beneficios”, en “El espejismo…”, p. 60. Sin
abandonar el área andina, en los últimos tiempos también se han presentado trabajos colectivos que tratan
de ahondar, desde un punto de vista teórico-metodólogico, en la adecuación o inadecuación de la
adopción de una “perspectiva pragmática” de la noción de “cultura política” para el estudio de los
acontecimientos históricos de la región. Véanse Nils Jacobsen y Cristóbal Aljovín: “The long and the
short of it: a pragmatic perspective on political cultures, specially for the modern history of the Andes”;
Alan Knight: “Is political culture good to think?”; o N. Jacobsen y C. Aljovín: “How interests and values
seldom come alone, or: the utility of a pragmatic perspective on political culture”, los tres en Nils
Jocobsen y Cristóbal Aljovín (eds.), Political cultures in the Andes... Desde otra perspectiva, véase
también Riccardo Forte y Natalia Silva Prada: “Introducción: cultura política: las variantes de un
concepto y algunas posibles aplicaciones a la historia americana”, en Riccardo Forte y Natalia Silva Prada
(coords.): Cultura política en América: variaciones regionales y temporales. México: UAM-Iztapalapa,
2006.
89
Ibidem, p. 67.
estudiar la presencia de los sectores populares sin derecho a voto en los comicios, ya
fuera en calidad de simples espectadores o de infractores de las normas electorales,
señalando que la capacidad pedagógica de los procesos que se desencadenaban con
ocasión de unas elecciones no radicaba en el hecho de que éstos se desarrollasen sin
mácula y en el marco de la más estricta legalidad, sino que, precisamente, la doble
dimensión de la ciudadanía hacía posible que las infracciones, la violencia y el fraude
reforzasen los mismos presupuestos representativos liberales sobre la que ésta se
asentaba en su dimensión práctica, moldeando y forzando de forma permanente los
mutables límites entre los incluidos y los excluidos, pero incluyendo, gracias a los
efectos preformativos de la acción política significativa de los actores sociales
movilizados —aunque excluidos del sufragio—, a dichos sectores subalternos dentro de
una comunidad política cuyos integrantes no sólo se definían por disfrutar del derecho
al voto90.
Algo parecido señala Hilda Sabato en sus estudios acerca de las milicias
ciudadanas, señalando que “[e]n la Iberoamérica del siglo XIX la ciudadanía política se
asociaba estrechamente a la participación en las milicias (…)” y que la “participación en
ese tipo de acciones [violencia política] involucraba a sectores amplios de la población,
a veces bastante más amplios que los que tomaban parte en los comicios”91. En los
últimos años, este tipo de aproximaciones al papel de los sectores populares como
espectadores activos y como “ciudadanos en armas” se ha vinculado a una novedosa
rama de estudios que se han centrado en documentar y rescatar para la historiografía la
existencia de potentes corrientes republicanas —es decir, herederas o derivadas
directamente de las doctrinas conocidas de forma genérica como “republicanismo
cívico”— durante la primera mitad del siglo XIX latinoamericano. Si bien no podemos
limitar este avivamiento del interés por el republicanismo cívico al rastreo de las
dimensiones pragmáticas del mismo92, sí podemos decir que este tipo de trabajos se han
dedicado a llevar a cabo una profunda revisión de algunos de los lugares comunes
fundamentales en la historiografía más catastrofista sobre los fracasos de la
institucionalización del liberalismo y la gobernabilidad en la América Latina de los
siglos XIX y XX. De este modo, como hemos mencionado anteriormente de forma

90
Véanse Marta Irurozqui: A bala, piedra y palo..., e Hilda Sabato: La política en las calles: entre el voto
y la movilización: Buenos Aires, 1862-1880. Buenos Aires: Sudamericana, 1998.
91
Hilda Sabato: “Introducción”, p. 25.
92
Al respecto de las dimensiones discursivas de los nuevos estudios sobre republicanismo cívico en
América Latina, véase el apartado relativo a la renovación de la historia intelectual en este mismo artículo.
parcial, se han revertido algunas de las interpretaciones más clásicas al respecto del
sentido de las prácticas políticas y militares de los caudillos y las milicias cívicas,
incidiendo en las raíces republicanas del peculiar comportamiento cívico de unos y otros
y desvinculándolos así de las cargas peyorativas derivadas de la historiografía que los
relacionaba con el desgobierno, las relaciones clientelares premodernas, el
comportamiento político errático e irracional y, en última instancia, el corazón de la
barbarie. De este modo, se han reinterpretado las guerras civiles y los conflictos que
desgarraron diversas regiones del continente a lo largo del siglo XIX, tratando de
aprehender en ellos una coyuntura de pugna entre legitimidades enfrentadas, basadas en
universos políticos disímiles —pero en nuevos términos de discusión, desplazándose
desde la oposición premodernizad-modernidad a la pareja de opuestos liberalismo-
republicanismo cívico— 93 ; se han releído las experiencias de participación en los
ejércitos, las milicias armadas y los conflictos cívicos como nuevos espacios de
sociabilidad y aprendizaje de tradiciones políticas y de los principios de la ciudadanía
para amplias capas populares94; se han revisado algunas de las figuras paradigmáticas de
la política del siglo XIX, que hasta hace pocos lustros encarnaban las peores tradiciones
de barbarie, despotismo y brutalidad en las que creían verse anunciadas de forma
fantasmagórica las raíces de todos los males políticos del siglo XX —incluyendo los
regímenes militares—95; y se ha renovado el interés por el estudio de las ceremonias y
los rituales cívicos, incidiendo en la importancia de la performatividad en la gestación

93
Véanse, por ejemplo, Hilda Sabato: “Milicias, ciudadanía y revolución: el ocaso de una tradición
política. Argentina, 1880”, en Ayer, nº 70, 2008 (2), pp. 93-114; Carmen McEvoy y Ana María Stuven
(eds.): La república peregrina: hombres de armas y letras en América del Sur, 1800-1884. Lima:
Instituto de Estudios Peruanos / Instituto Francés de Estudios Andinos, 2007; o Pablo Buchbinder:
“Caudillos y caudillismo” y Maristella Svampa: “La dialéctica entre los nuevo y lo viejo: sobre los usos y
nociones del caudillismo en la Argentina durante el siglo XIX”, en Noemí Goldman y Ricardo Salvatore
(eds.): Caudillismos rioplatenses: nuevas miradas para viejos problemas. Buenos Aires: Eudeba, 1998.
94
Al respecto, véanse Manuel Chust Calero: “La nación en armas: la Milicia Cívica en México, 1821-
1835”, en Jaime E. Rodríguez O. (coord.): Revolución, independencia y las nuevas naciones de
América…; y Manuel Chust y Juan Marchena (eds.): Las armas de la nación: independencia y
ciudadanía en Hispanoamérica. Madrid: Iberoamericana, 2007.
95
Véanse, sobre todo, los trabajos de revisión de la figura del “tirano” paradigmático de la Argentina,
Juan Manuel de Rosas, Jorge Myers: Orden y virtud: el discurso republicano en el régimen rosista.
Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes, 1995; también del mismo autor “Las formas complejas
del poder: la problemática del caudillismo a la luz del régimen rosista”, y de Marcela Ternavasio: “Entre
la deliberación y la autorización: el régimen rosista frente al dilema de la inestabilidad política”, en
Noemí Goldman y Ricardo Salvatore (eds.), Caudillismos rioplatenses… Sobre la recurrencia de la figura
del dictador decimonónico en los imaginarios y las representaciones culturales latinoamericanas véanse la
novela de Augusto Roa Bastos, basada en la figura del “tirano” paraguayo, Rodríguez de Francia (Yo, el
Supremo. Madrid: Cátedra, 1986); Conrado Zuluaga: Novelas de dictador, dictadores de novela. Bogotá:
Valencia Editores, 1977; o Julio Calviño Iglesias: La novela del dictador en Hispanoamérica. Madrid:
Ediciones de Cultura Hispánica, 1985.
de las culturas políticas republicanas96.
La profunda revisión que desde diversas perspectivas historiográficas se ha hecho
de las manifestaciones recurrentes de conflictividad política, ya sea desde los enfoques
más preocupados por las dimensiones performativas de dicha conflictividad como por
las miradas más vinculadas a la contextualización del fenómeno en matrices
conceptuales y tradiciones políticas previas, han tenido su correlato en la revisión del
sustrato cultural que sustentó los procesos revolucionarios latinoamericanos ya en el
siglo XX. No queremos decir con ello que las preocupaciones que atraviesan esta
revisión beban de las mismas fuentes disciplinares ni temáticas que los estudios sobre el
siglo XIX que acabamos de mencionar 97 ; no obstante, lo que sí nos atrevemos a
asegurar es que ambas líneas de trabajo se encuentran atravesadas por preocupaciones
similares: la necesidad de “rescatar” el caso latinoamericano del baúl de las anomalías y
de las interpretaciones catastrofistas basadas en la supuesta imposibilidad del continente
de alcanzar la normalidad política —entendida ésta de forma restrictiva y unívoca como
la democracia de sistema representativo—98.
Las interpretaciones recientes que parten de la renovación historiográfica en este
campo han sidos abundantes y muy enriquecedoras, sobre todo a raíz de dos trabajos
teóricos sobre las revoluciones latinoamericanas: el de Timothy Wickham-Crowley y
John Foran, ambos muy influidos por los estudios de Hobsbawn, Tylly y Sckocpol. El
libro de Crowley analizó la composición de los cuadros revolucionarios desde una
perspectiva estructuralista, resaltando los vínculos familiares entre los dirigentes de las
guerrillas latinoamericanas y las oligarquías locales, mientras que el de John Foran está
más centrado en la importancia de las culturas políticas locales como elementos clave

96
Véase el capítulo de Noemí Goldman sobre la escenificación pública del consenso en el régimen rosista,
en Noemí Goldman (dir.): Nueva historia argentina. Vol. 3: Revolución, república, confederación: 1806-
1852. Buenos Aires: Sudamericana, 1998.
97
De hecho, la mayor parte de los autores que pasaremos a analizar a continuación provienen del campo
de la ciencia política y la sociología, y sus estudios se han visto marcados por las limitaciones que la
noción de “cultura política” hegemónica, heredada de los estudios de Almond y Verba y sus “discípulos”
latinoamericanistas, imponía a los intentos de abordaje y comprensión más compleja de los procesos
revolucionarios y de los regímenes autoritarios y represivos en la región. En este sentido, los estudios que
vamos a tratar a continuación han tratado de cruzar múltiples variables —como la de cultura, género,
redes sociales o etnicidad— y de abrirse a la interdisciplinariedad en un intento de conseguir entender el
sustrato profundo de los procesos de violencia política, los movimientos revolucionarios y los nuevos
movimientos sociales latinoamericanos.
98
Deseamos aclarar que, por razones de espacio, abandonamos la pretensión de abordar en este apartado
los debates que se han generado en torno a la cultura política de los regímenes autoritarios ni trataremos en
profundidad los procesos de reconstrucción de la memoria; asimismo, tampoco nos ocuparemos de
interesantes polémicas públicas que se han generado recientemente en torno a la opción por la violencia de las
organizaciones políticas de izquierdas, como el debate argentino en torno al “No matarás”.
que ayudan a interpretar el triunfo o fracaso de las revoluciones en la región99. En este
sentido, ambos trabajos han resultado muy novedosos, ya que han tendido a quebrar los
enfoques hegemónicos que privilegiaban una interpretación esencialmente ideológica de
los procesos revolucionarios y contrarrevolucionarios.
Adoptando una estructura narrativa cronológica y temática, podemos decir que en
el siglo XX, la revolución más estudiada y que continúa siendo debatida ha sido la
mexicana. Los trabajos de Guerra, Alan Knight y Javier Garcíadiego han pasado a formar
parte de las interpretaciones clásicas de dos escuelas de pensamiento claramente
diferenciadas100. Por su parte, la revolución cubana ha producido una enorme bibliografía
al respecto, aunque aún son escasos los trabajos elaborados desde una óptica novedosa en
el ámbito de la historiografía. No obstante, a ese respecto cabe citar los trabajos de Juan
Manuel Martín Medem101.
Sin duda, la revolución nicaragüense y el movimiento zapatista han sido los dos
movimientos revolucionarios que más atención han despertado en las décadas
subsiguientes. En cuanto a las revoluciones centroamericanas, los análisis comparativos en
relación al papel que jugaron las mujeres y los indígenas en los movimientos guerrilleros
constituyen un nuevo aporte en el estudio de los procesos revolucionarios102.
En cuanto a las discusiones acerca de si el zapatismo debe caracterizarse como un
movimiento revolucionario, una rebelión o un movimiento social étnico y de género, no
debemos olvidar que la figura del subcomandante Marcos y el propio movimiento ha
hecho correr ríos de tinta. No obstante, en términos generales, la discusión se ha centrado

99
Timothy Wickham-Crowley: Guerrillas and revolution in Latin America: a comparative study of
insurgents and regimes since 1956. Princeton: Princeton University Press, 1992; John Foran (ed.):
Theorizing revolutions. Nueva York: Routledge, 1997.
100
Véanse François-Xavier Guerra: México: del Antiguo Régimen a la Revolución. México: FCE, 1988;
Alan Knight, La revolución Mexicana, 2 vols. México: Grijalbo, 1987; Javier Garcíadiego: Rudos contra
científicos: la Universidad Nacional durante la Revolución mexicana. México: El Colegio de México-
UNAM, 1996.
101
José Manuel Martín Medem: ¿Por qué no me enseñaste cómo se vive sin ti? Madrid: El Viejo Topo,
2005; y Cuba: La hora de los mameyes. Madrid: Libros de la Catarata, 2008.
102
Al respecto véanse los trabajos de Carlos Vilas: “Revolución, contrarrevolución, crisis: Nicaragua en la
década de 1980”, en Centroamérica. Balance de la década de los ochenta. Perspectiva regional. Madrid:
Cedeal, 1993; "Después de la revolución: democratización y cambio social en Centroamérica", en Revista
Mexicana de Sociología, nº 3/92, 1992; Ilja A. Luciak: Alter the revolution: gender and democracy in El
Salvador, Nicaragua and Guatemala. Baltimore: Johns Hopkins University Press, 2001 y ”Reassessing
Central American Revolutions”, in Latin American Perspectives, vol. 28, nº 2, 1999. A este respecto, véase
también Elizabeth Maier: Las sandinistas. México: Ediciones de Cultura Popular, 1985 y Nicaragua: la
mujer en la revolución. México: Ediciones de Cultura Popular, 1980. Véanse también H. Smith: The
Nicaraguan Revolution, self determination and survival. Londres: Westview Press, 1993; J. Higgins y T.
Coen: ¡Oigame, Oigame! Struggle and social change in a Nicaraguan urban community. Londres: Westview
Press, 1992; o desde el punto de vista autobiográfico, Sergio Ramírez: Adiós muchachos: una memoria de la
revolución nicaragüense. Madrid: Aguilar, 1988.
en debates de índole, podríamos decir, “tipologista”: se ha ahondado en torno a cuál es el
modelo de revolución al que obedece; a si Marcos obedece a un tipo ideal de líder
revolucionario; a si el zapatismo puede encuadrarse en alguna de las categorías o tipos
ideales de guerrilla o de movimiento social que maneja la literatura académica; y, por
último, en torno a la cuestión de la crisis del estado nacional mexicano. De nuevo, sin
intentar ser exhaustivas, nos parece que los aportes mas novedosos han sido los de Héctor
Díaz Polanco, Rodolfo Stavenhagen, Aída Hernández Castillo, George Collier, Hernández,
Speed y Stephen y, sobre todo, el excelente trabajo de Maya Lorena Pérez Ruiz103.
En el caso de Centroamérica, cabe destacar el trabajo de Gilles Bataillon sobre las
causas del fracaso del movimiento guerrillero centroamericano, buscándolas en la escasa
cultura política de la región104. Sobre los tres países con fuerte presencia revolucionaria y
altos niveles de violencia política la bibliografía es amplísima, pero cabe destacar aquélla
que da prioridad a los factores culturales y políticos; entre la producción al respecto, cabe
distinguir los libros de Yvon Le Bot, Susan Jonas y Ricardo Sáenz de Tejada105. Casi todo
el resto de la bibliografía está escorada hacia una historia política de hechos muy recientes
y en ocasiones está profundamente sesgada, especialmente en los casos de los relatos
autobiográficos. Entre ellos, destacamos por su valor testimonial, analítico y literario, los
de Julio César Macías, Rodrigo Asturias, Pablo Monsanto o Mario Payeras. Asimismo, en
los últimos años la producción ha sido muy fructífera en el ámbito de la literatura, donde
destacamos novelas como las de Mario Roberto Morales, Marco Antonio Flores, Gioconda
Belli, Sergio Ramírez y Arturo Arias106.

103
Véanse Chiapas. La palabra de los armados de verdad y fuego: entrevistas, cartas y comunicados del
EZLN. Barcelona: Serbal, 1994; Héctor Díaz Polanco: La rebelión zapatista y la autonomía. México:
Siglo XXI, 1997; George Collier: Basta! Land and the zapatista rebellion in Chiapas. Oakland: First
Food Boks, 2005; Consuelo Sánchez: Los pueblos indígenas, del indigenismo a la autonomía, México:
Siglo XXI, 1999; Luis Villoro: “La palabra verdadera del zapatismo chiapaneco”, en Revista Chiapas, nº
2, 1996; Yvon le Bot: El sueño zapatista. México: Plaza y Janés, 1997; John Womack Jr.: Chiapas, el
obispo de San Cristóbal y la revuelta zapatista. México: Cal y Arena, 1998. Dos de los mejores aportes
son los de Maya Lorena Pérez Ruíz: ¡Todos somos zapatistas! Alianzas y rupturas del EZLN. México:
INHA, 2005. Sobre las mujeres en Chiapas, véase Shannon Speed, Aída Hernandez y Lynn Stephen
(eds.): Dissident women: gender and cultural politics in Chiapas. Austin: Austin University Press, 2006.
104
Gilles Bataillon, Génesis de las guerras intestinas en América Central, 1960-1983, México, FCE,
2008.
105
Susan Jonas: De Centauros a Palomas. El proceso de Paz guatemalteco. Guatemala: FLACSO, 2000;
Ricardo Saénz de Tejada: Revolucionarios en tiempos de paz: rompimientos y recomposición de las
izquierdas de Guatemala y El Salvador. Guatemala: FLACSO, 2007; Yvon le Bot: La guerra en tierras
mayas: comunidad, violencia y modernidad en Guatemala (1970-1992). México: FCE, 1995.
106
Julio César Macías: La guerrilla fue mi camino: epitafio para César Montes. Guatemala: Piedra Santa,
1997; Mario Payeras: Los fusiles de octubre. México: Juan Pablos, 1991; Mario Roberto Morales:
Señores bajo los árboles: brevísima relación de la destrucción de los indios: testinovela. Guatemala:
Editorial Cultura, 2007; Marco Antonio Flores: Los compañeros. Guatemala: F&G Editores, 2006;
Gioconda Belli: El país bajo mi piel: memorias de amor y guerra. Barcelona: Plaza y Janès Editores,
Como último tema de este apartado resulta imprescindible comentar los
innumerables ensayos e interpretaciones sobre las causas estructurales, sociales,
políticas y culturales de la violencia en América Latina, sobre todo en aquellos países
donde ésta se convierte en un mal endémico, como Colombia, Guatemala, El Salvador o
México, y donde la violencia política se entremezcla con el narcotráfico, las maras y el
feminicidio107. Por otro lado, algunos antropólogos han comenzado a indagar en los
últimos tiempos acerca de los lugares indígenas en los que la violencia queda ligada a la
cultura, a la violencia ritual y al racismo, como en el caso del estudio de Julián Lopez y
Pedro Pitarch, quienes tratan de situar la violencia en aquellos espacios comunes donde
se produce y se padece por parte de los que la ejercen y la sufren, tratando de identificar
los distintos tipos de violencia: la cotidiana, la ritual y la simbólica108.
No obstante, la bibliografía más común sobre violencia se circunscribe al ámbito
de la política y de la violación de los derechos humanos en todo el continente a raíz de

2001; Arturo Arias: Sopa de caracol. Guatemala: Alfaguara, 2002. Véanse también Santiago Santa Cruz:
Insurgentes. La Paz arrancada. Guatemala: LOM, 2004; Dirk Kruijt y Rudie van Meurs: El guerrillero y
el general: Rodrigo Asturias y Julio Balconi. Sobre la guerra y la paz en Guatemala. Guatemala:
FLACSO, 2000; y Mario Payeras: Los pueblos indígenas y la revolución guatemalteca. Guatemala: Terra,
1997.
107
Para la relación entre violencia y narcotráfico, véanse María Verónica Bastias: El salario del miedo:
narcotráfico en América Latina. Buenos Aires: SERPAJ-AL, 1993; Martín Hopenhayn (comp.): La
grieta de las drogas: desintegración social y políticas públicas en América Latina. Santiago de Chile:
CEPAL, 1997; y Ana María Motta Riberiro y Jorge Atílio Silva Iulianelli (orgs.): Narcotráfico e
violencia no campo. Río de Janeiro, DP&A, 2000. Para la relación entre violencia, maras y cultura e
identidades juveniles, véanse Isabel Muñoz: Maras: la cultura de la violencia. Salamanca: Obra Social
Caja Duero, 2007; Marco Lara Klahr: Hoy te toca la muerte: el imperio de las maras visto desde adentro.
México: Planeta, 2006; VV.AA.: Maras y pandillas en Centroamérica. Managua: UCA, 2001-2006 o el
documental La vida loca (2008), realizado por el periodista recientemente asesinado Christian Poveda;
para el caso colombiano, los trabajos de Mauricio Rubio: De la pandilla a la mara: pobreza, educación,
mujeres y violencia juvenil. Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2007 y Pandillas, rumba y
actividad sexual: desmitificando la violencia juvenil. Bogotá: Universidad Externado, 2007. En cuanto a
los feminicidios que se cometen en la región, sin duda el que más atención bibliográfica ha recibido es,
sin duda, el de Ciudad Juárez. Véanse el trabajo pionero de Diana Washington Valdez: Cosecha de
mujeres: safari en el desierto mexicano. México: Océano, 2005; el de Griselda Gutiérrez Castañeda:
Violencia sexista: algunas claves para la comprensión del feminicidio en Ciudad Juárez. México:
UNAM, 2004 o la novela de Roberto Bolaño: 2666. Barcelona: Anagrama, 2008. Para el caso de Perú
véanse Ivonne Macasi León (coord.): La violencia contra la mujer: feminicidio en el Perú. Lima: Centro
Flora Tristán, 2005 o la película de la cineasta Claudia Llosa, sobre el impacto psicológico de la violencia
de los años de la guerra contra las mujeres de comunidades indígenas rurales, La teta asustada (2009);
para Bolivia, VV.AA.: El inventario de la muerte: feminicidio en Bolivia. La Paz: RED-ADA, 2005; para
Centroamérica, Victoria Sanford: Guatemala: del genocidio al feminicidio. Guatemala: F&G, 2008 y
VV.AA.: Análisis del feminicio en El Salvador: una aproximación para el debate. El Savador:
Organización de Mujeres Salvadoreñas por la Paz, 2005. Un trabajo que desde los estudios culturales
trata de analizar la centralidad que ocupa la violencia en el imaginario simbólico, artístico y cultural
colombiano es el de Rory O’Brien: Literature, testimony and cinema in contemporary Colombian culture:
specters of La Violencia. Woodbridge: Tamesis, 2008.
108
Julián López García y Pedro Pitarch (eds.): Lugares indígenas de la violencia. Madrid: AECI, 2006.
Sobre violencia ritual en el Perú, véase Máximo Cama Ttito: Ritos de competición en los Andes: luchas y
contiendas en el Cuzco. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 2003 y Granizo de piedras y ríos
de sangre: tupay o tinkuy en Chiaraje, Tocto y Mik’ayo. Lima: Asamblea Nacional de Rectores, 2007.
las dictaduras militares, los movimientos guerrilleros y de la respuesta de los
movimientos sociales. Pocos estudios hacen hincapié en los aspectos de la cultura
política local. Entre los trabajos que podemos citar se encuentran los de Aldo Lauria y
Leigh Binford y Jeffrey Gould sobre El Salvador, así como las aportaciones de Paredes,
Brett y Sanford para Guatemala109. Esta última autora ha dedicado su trabajo a estudiar
el genocidio cometido contra las poblaciones indígenas en Guatemala y ha contribuido a
abrir nuevos debates sobre violencia y genocidio en América Latina110.
Lo que tienen en común este tipo de trabajos sobre violencia política, violación de
derechos humanos, violencia ritual, sobre la violencia como núcleo central de la
configuración de nuevas identidades juveniles, genocidio y feminicidio es el hecho de
que resaltan la violencia como un factor histórico-estructural que obedece a diferentes
causas y presenta modalidades muy distintas, pero que se caracteriza por reaparecer
constantemente en la historia política y social de los pueblos latinoamericanos,
ocupando diferentes espacios sociales hasta incrustarse en el Estado en forma de
regímenes militares —como fueron los casos de Argentina y Chile en la década de los
70 y 80— o de estructuras institucionales vinculadas a actos de genocidio, terrorismo y
narcotráfico, como sucede actualmente de forma brutal en países como México,
Colombia, El Salvador o Guatemala111.

109
Para el caso de El Salvador, véanse Aldo Lauría Santiago: The social historical constuction of
repression in El Salvador. Nueva York: Universidad de Columbia, 1991; Aldo Lauria y Leigh Binford
(eds.): Lanscapes of struggle, politics, society and community in El Salvador. Pittsburg: University of
Pittsburg Press, 2004; y Aldo Lauria y Jeffrey L. Gould: 1932: rebelión en la oscuridad. Revolución,
represión y memoria en El Salvador. San Salvador: Ediciones del Museo de la Palabra y la Imagen, 2009.
Para una aproximación original a los efectos performativos de la exhibición del largometraje documental
1932: la cicatriz de la memoria en los procesos de reconstrucción de la memoria de los acontecimientos
traumáticos y de las culturas políticas populares de resistencia que los originaron, véase Georgina
Hernández Rivas: “El despertar de la memoria: experiencia comunicativa del documental ‘1932: cicatriz
de la memoria’”, en Boletín de la AFEHC, nº 42, septiembre de 2009. Para Guatemala, Carlos Figueroa
Ibarra: El recurso del miedo: ensayo sobre el Estado y el terror en Guatemala. San José: CSUCA, 1991;
Carlos Paredes: Te llevaste mis palabras. Guatemala: UE-ECAP, 2006; Roddy Brett: Una guerra sin
batallas: del odio, la violencia y el miedo en el Ixcan y el Ixil, 1972-1983. Guatemala: F&G editores,
2007. Todos estos trabajos intentan buscar las raíces de la violencia en el miedo y el terror desatados en la
sociedad civil durante las décadas de los conflictos y en los efectos de paralización política que se
desencadenaron a partir del terrorismo de Estado en las décadas de 1980 y 90.
110
Al margen de los excelentes informes de la Comisiones de la Verdad como el Informe sobre
Esclarecimiento Histórico y de la Recuperación de la Memoria Histórica de la REMHI, para Guatemala;
el de la comisión salvadoreña de Nunca Mas; el Informe Sábato para Argentina; la comisión Rettig para
Chile; o el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación de Perú, han surgido nuevos
libros que intentan explicar los casos relacionados con el genocidio en países como Guatemala y
Argentina. Véanse Victoria Sanford: Violencia y Genocidio en Guatemala. Guatemala: F&G editores,
2004; Marta Casaus Arzú: Genocidio, ¿la máxima expresión del racismo en Guatemala? Guatemala:
F&G editores, 2007; o Daniel Feierstein: El genocidio como práctica social: entre el nazismo y la
experiencia argentina. Buenos Aires: FCE, 2007.
La renovación de la historia intelectual latinoamericana
A continuación vamos a presentar la que creemos que es la última y más reciente
tendencia historiográfica que aborda cuestiones específicamente relacionadas con la
cultura política decimonónica en América Latina, concretamente, desde el campo de la
historia conceptual, y la nueva historia intelectual o de los lenguajes políticos112.
En la parte introductoria de este trabajo ya hemos mencionado cuáles habían sido
los abordajes predilectos de la historia de las ideas latinoamericanas hasta bien entrados
los años 80, por lo que no abundaremos en dicha cuestión; esta nueva corriente
revisionista de los supuestos en los que se fundaba la historia de las ideas clásicas bebe
de fuentes teóricas y metodológicas muy diferentes, y sus preocupaciones son de una
índole distinta también.
En nuestra opinión, la renovación de la historia intelectual latinoamericana se
encuentra influida en sus preocupaciones y su metodología por cuatro líneas académicas
principales, todas ellas en última instancia afectadas por la preocupación en torno a la
relación entre lenguaje y conocimiento en el marco de las ciencias sociales que ha
recorrido las academias norteamericana, latinoamericana y europea con gran ímpetu en
la década de 1990: en primer lugar, el impacto de la teoría del “giro lingüístico”; en
segundo, la escuela británica de los “lenguajes políticos” —conocida como la “escuela
de Cambridge”, a pesar de que sus principales representantes, John Pocock y Quentin
Skinner protestan de que se les “encasille” como tal—; en tercer lugar, la línea de la
“historia de los conceptos” (Begriffsgeschichte) alemana, encabezada por Reinhart
Koselleck; y, en último lugar, la renovada escena de la “nueva historia política” (o, más
bien, historia conceptual de lo político) impulsada por el francés Pierre Rosanvallon113.
Si hacemos caso de la genealogía que presentan en sus trabajos tanto Elías Palti

112
Es decir; en términos de Miguel Ángel Cabrera, aquélla noción de “cultura política” que se asemeja a
la de “discurso”. Véase M. A. Cabrera: “Cultura política e historia”, en este mismo volumen.
113
Ofrecemos una somera bibliografía al respecto; véase Elías Palti: Giro lingüístico e historia intelectual.
Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes, 1998; John Pocock: El momento maquiavélico. Madrid:
Tecnos, 2002; Quentin Skinner: Los fundamentos del pensamiento político moderno. 2 vols. México:
FCE, 1985; James Tully: Meaning and context: Quentin Skinner and his critics. Princeton: Princeton
University Press, 1988; Reinhart Koselleck: Futuro pasado: para una semántica de los tiempos históricos.
Barcelona: Paidós, 1993 e Historia / historia. Madrid: Trotta, 2004; Melvin Richter: “Reconstructing the
history of political languages: Pocock, Skinner and the Geschichtliche Grundbegriffe”, en History and
Theory, vol. 29, nº 1, febrero de 1990, pp. 38-70 y “Begriffsgeschichte and the history of ideas”, en
Journal of the history of ideas, vol. 48, nº 2, abril-junio de 1987, pp. 247-263; Javier Fernández Sebastián:
“Textos, conceptos y discursos políticos en perspectiva histórica”, en Ayer, nº 53, 2004, pp. 131-151;
Pierre Rosanvallon: Pour une histoire conceptuelle du politique. París: Seuil, 2003.
como Alfredo Ávila 114 , habrían sido François-Xavier Guerra y Charles A. Hale los
responsables de la renovación del campo, el primero de ellos para el conjunto de
América Latina en los años 90, como ya hemos visto anteriormente y, el segundo, para
el caso mexicano en la segunda mitad de la década de los 70.
El papel de Charles A. Hale habría sido el de romper definitivamente con el
análisis descriptivo basado en la reconstrucción de los significados de las “ideas”, para
pasar a estudiar el lenguaje político de conservadores y liberales mexicanos como un
todo, como un “discurso” en el que se podía rastrear un vocabulario —es decir, un
conjunto de términos fundamentales con ciertos significados compartidos— común, que
no obstante, era utilizado de forma diferente a la hora de construir la lógica interna de
las argumentaciones políticas. De este modo, Hale incidía en que, si se quería llegar a
comprender las diferencias entre la “cultura política” (en tanto que horizonte de
supuestos compartidos en el marco de los cuales se establecía el límite entre lo que
formaba parte de “la política” y lo que no) de liberales y conservadores no había que
centrarse en el estudio de “ideas descontextualizadas”, por otro lado bastante similares,
sino en los “lenguajes”, en tanto formas específicas de tramar los conceptos utilizados y
otorgarles significados.
En ese sentido, el profesor Hale —posiblemente sin esa intención— puso las bases
de la primera característica de esta escuela renovada de historia intelectual, que “supone
una redefinición fundamental de su objeto. Un lenguaje político no es un conjunto de
ideas o conceptos, sino un modo característico de producir los mismos. Para reconstruir
el lenguaje político de un período no basta, pues, con analizar los cambios de sentido
que sufren las distintas categorías sino que es necesario penetrar la lógica que las
articula”115.
Una segunda característica de la renovación historiográfica del campo de la
historia intelectual tiene que ver con el definitivo abandono de las definiciones
normativas acerca del “correcto” desarrollo de los sistemas y las instituciones liberales,
así como de las categorizaciones ex post de aquéllos elementos que forman o no parte
del imaginario de lo político. En este sentido, se va a producir una ampliación del
campo y de los potenciales objetos de estudio con respecto a la escuela revisionista de la
historia política encabezada por François-Xavier Guerra en los 90, centrada, como

114
Elías Palti: El tiempo de la política… y Alfredo Ávila: “Liberalismos decimonónicos: de la historia de
las ideas a la historia cultural e intelectual”, en Guillermo Palacios (coord.), La nueva historia política de
América Latina, siglo XIX. México: El Colegio de México, 2008.
115
Elías Palti, “Prólogo”, a El tiempo de la política…, p. 17.
vimos, en la “idea de pervivencia de patrones sociales e imaginarios tradicionales”116 en
la Latinoamérica del siglo XIX y también en el estudio de la “excepcionalidad”
latinoamericana, siempre contrapuesta contra un modelo teleológico de procesos de
construcción de los estados-nacionales o de ampliación de la ciudadanía en cierta
manera modélicos.
Siempre según la perspectiva de estos autores, la escuela revisionista de Guerra
tuvo una carencia a sus ojos fundamental, que en última instancia terminó por torpedear
la intención original de sus practicantes: si bien abandonó la teleología de los triunfales
relatos liberales e incidió en las pervivencias de “culturas políticas”
antiguorregimentales en las fórmulas de organización de los nuevos estados-nacionales,
en opinión de Palti, no fueron capaces de dejar de lado la teleología de las categorías
analíticas con las que abordaron ese pasado, unas categorías analíticas hijas de la misma
“modernidad” que pretendieron desentrañar. De este modo, siempre siguiendo la
argumentación de este autor, las categorías analíticas propiamente “modernas” que
utilizaron para acercarse al pasado de América Latina no fueron a su vez
suficientemente deconstruidas, por lo que limitaron la potencia de sus análisis a señalar
de nuevo las “especificidades” —aunque ya no enjuiciadas negativamente desde una
perspectiva valorativa— del continente frente a una serie de modelos teóricos óptimos,
“conspirando incluso contra su mismo objeto: desmantelar las perspectivas dominantes
de la historia político intelectual latinoamericana de carácter fuertemente teleológico”117.
En resumen, lo que los críticos de la nueva historia intelectual señalan es que esta
escuela no dio el salto final: la asunción de que las propias categorías desde las que
abordaban el pasado —la de “ciudadanía”, comprendida como un sistema cerrado que
se rige por las reglas del juego de la inclusión y la exclusión118, y que puede funcionar
de formas diferentes, pero que debe encaminarse hacia su máxima apertura e inclusión,
la propia de los sistemas democráticos; o la misma de “modernidad” política,
entendiendo por ella un orden de estados-nacionales consolidados con regímenes de
representación adecuados; etc.— habían sido gestadas en el seno de la propia
“modernidad” y no tienen tampoco una definición unívoca. Por el contrario, tales
categorías presentan bucles y paradojas intrínsecas que en última instancia remitían a

116
Ibid., pp. 44-46.
117
Ibid.
118
Véase la definición de “ciudadanía” en Marta Irurozqui: “El espejismo de la exclusión. Reflexiones
conceptuales acerca de la ciudadanía y el sufragio censitario a partir del caso boliviano”, en Ayer, nº 70,
2008(2).
los investigadores a las dicotomías fundacionales de las que trataban de escapar. Así, si
los autores revisionistas habían sido capaces de escapar del modelo interpretativo que
situaba a América Latina como un auténtico fracaso decimonónico en términos de
incorporación a la modernidad, sin embargo no pudieron dejar de considerar que el
continente suponía una “excepcionalidad”, y que presentaba “adelantos”, “retrasos”,
“excepciones” o “coincidencias” con respecto a un modelo normativo externo y ajeno a
ella, supuestamente neutral.
De este modo, la nueva historia intelectual parte, por un lado, de la necesidad de
aceptar que cualquier estudio histórico que queramos hacer sobre la “cultura” o las
“culturas políticas” del pasado está atravesado sin remedio por las categorías normativas
desde las que observa el académico, hijo también él de la modernidad. No obstante, por
otro lado, los historiadores no seríamos capaces de escapar a las contradicciones
intrínsecas en las que les sitúa el discurso de la modernidad sobre sí misma, pero sí
podríamos tratar de desmontar su lógica interna, los modos en los que está tramado
dicho discurso, así como diseccionar cuáles son las formas en las que afecta a nuestras
posibilidades de conocimiento del pasado.
Para el caso de los historiadores de la “modernidad” latinoamericana, la propuesta
es radical: asumir que el continente forma parte tan intrínseca de las dinámicas
dicotómicas y paradojales de la “modernidad” como cualquier otro espacio geográfico
(es decir, abandonando toda noción dicotómica de centro-periferia de la modernidad,
aún latente en los trabajos de la escuela “revisionista” de los 90), de modo que ya no
tendría que ser valorada por su “excepcionalidad” u “originalidad” frente a un supuesto
modelo externo. Al contrario, la historia política e intelectual latinoamericana pasaría,
por tanto, a formar parte del propio cogollo de la modernidad, pasaría al centro con el
mismo peso específico que antes tuvieron aquéllos espacios en los que se pensaba que
se habían producido los productos culturales, los conceptos fundacionales y las
tradiciones intelectuales que ejercieron mayor influencia en el pensamiento y las
prácticas políticas contemporáneas.
Esto supone, a su vez, una reformulación metodológica fundamental: romper con
la dicotomía entre “ideas” y “realidades” propia de la vieja historia de las ideas —es
decir, la suposición de que , por un lado, existen ideas autónomamente generadas y que
sólo vienen subsecuentemente a inscribirse, bien o mal, en realidades materiales
concretas y, por otro, prácticas políticas, sociales o económicas que no se encuentran
atravesadas por redes simbólicas— y centrar la atención en los modos en los que
prácticas y discursos se imbrican entre sí y resultan indisociables.
Y esta es otra característica fundamental de la nueva historia intelectual; dado que
lo que interesa no son los “conjuntos de ideas”, sino las lógicas peculiares en las que
éstas se tramaron, el interés se desplaza hacia las dinámicas específicas que se dieron
históricamente entre la “experiencia” o “las condiciones objetivas de enunciación”119 y
los lenguajes en los que éstas tomaron forma para generar estructuras de significado y
agencia a las que se remitieron los actores políticos y en el marco de las cuales forjarían
los horizontes de expectativas que dotarían de sentido su acción.
Asimismo, como acabamos de mencionar, este modelo abandona el paradigma de
“fracaso y atraso” o de “modelo y desviación” de los procesos discursivos de
construcción de la modernidad latinoamericana para presentarse como un “case study”
más del campo de la historia político-intelectual, ahora ya volcada en el análisis de las
paradojas intrínsecas del liberalismo, ya no entendido como realidad histórica, sino
como matriz discursiva en el seno de la cual las identidades y las acciones de los sujetos
del pasado cobrarían sentido para el historiador.
Pero para que dicha labor cobre sentido, y esta es la última característica que
mencionaremos acerca de dicha línea de trabajo, tiene que presentar una relación directa
con el mundo del propio historiador y, en realidad, también con su “cultura política” —
entendida ésta, en esta ocasión, como el bagaje conceptual y analítico específicamente
moderno desde el que aborda el estudio del pasado, y que se manifiesta en unas
“categorías” o “herramientas de análisis” naturalizadas, y en una serie de creencias
compartidas por los miembros de la academia, consideradas ahistóricas y, por lo tanto,
naturales y obvias—. En palabras, otra vez y sentimos citarle in extenso, de Elías Palti:
“En última instancia, la investigación histórica adquiere relevancia sólo en la medida en
la que logramos minar nuestras creencias actuales, despojar el velo de transparencia y
naturalidad con que se nos [aparecen] nuestras propias categorías políticas. Esto, decía,
tiene especial pertinencia para el caso latinoamericano, puesto que nos abre las puertas
para rescatar el caso local en que ha sido colocado, de mera anomalía, para reinscribirlo
como parte integral de la historia política occidental. Su estudio no buscaría meramente
revelarnos aquellas desviaciones locales, sino que, como cualquier otro estudio de caso,
podría proveernos una base para plantear problemáticas cuya relevancia excede el
marco específico local, que hacen a la disciplina como tal, y eventualmente, contribuir a

119
La primera en términos de Reinhart Koselleck; la segunda en términos de Elías Palti.
una mejor comprensión de aspectos fundamentales relativos al proceso de
modernización política iniciado en el mundo atlántico a finales del siglo XVIII”120.
Este renovado interés por el estudio de los lenguajes políticos no se ha limitado,
no obstante, al campo de análisis de las paradojas intrínsecas de las expresiones
discursivas en las que se manifestó el pensamiento político liberal en el continente, sino
que han servido para renovar de forma drástica el campo de las preocupaciones
historiográficas centradas en delimitar tradiciones políticas y conceptuales de las que
bebieron —y que reinterpretaron localmente— los principales actores políticos
decimonónicos. De este modo, gracias a la influencia directa de las preocupaciones de
autores como Pocock y Skinner —y su insistencia en reconfigurar el eje de circulación
de las ideas políticas de la modernidad para hacer del espacio atlántico su núcleo
central—, no sólo en términos metodológicos, sino también en términos temáticos, ha
llevado a una serie de historiadores a releer los textos y discursos de la primera
generación de libertadores y de buena parte de las figuras políticas e intelectuales de la
primera mitad del siglo XIX en clave republicana. De este modo, se han resaltado los
vínculos entre Bolívar o Sarmiento121 —por poner sólo dos ejemplos notables— y la
tradición del republicanismo cívico; se han revisado buena parte de los debates que se
produjeron en la arena pública decimonónica con nuevas lentes; y se han analizado de
forma más compleja las raíces híbridas de algunos de los conceptos clave que
estructuraron la vida y los debates políticos de las nuevas repúblicas latinoamericanas
en el siglo XIX122.
Por último, cerramos este último apartado haciendo referencia a la obra colectiva

120
En entrevista de Polo Bonilla a Elías Palti, inédita.
121
Uno de los trabajos pioneros a este respecto es el ya clásico ensayo de David Brading sobre la figura
de Simón Bolívar recogido en Orbe Indiano. De la monarquía católica a la república criolla, 1492-1867.
México: FCE, 1991. Véanse también los trabajos de Carolina Guerrero: Republicanismo y liberalismo en
Bolívar, 1819-1830.: usos de Constant por el padre fundador. Caracas: Universidad Central de
Venezuela, 2005; Susana Villavicencio: Sarmiento y la nación cívica: ciudadanía y filosofías de la
nación en Argentina. Buenos Aires: Eudeba, 2008 y Natalio R. Botana: La tradición política republicana:
Alberdi, Sarmiento y las ideas políticas de su tiempo. Buenos Aires: Sudamericana, 1997.
122
Una publicación seminal a estos dos últimos respectos ha sido el libro colectivo, editado por José
Antonio Aguilar y Rafael Rojas: El republicanismo en Hispanoamérica: ensayos de historia intelectual y
política. México: FCE, 2002. Destacamos en él los ensayos de José Antonio Aguilar Rivera: “Dos
conceptos de república”, pp. 57-85 y José Luis Barrón: “Republicanismo, liberalismo y conflicto
ideológico en la primera mitad del siglo XIX en América Latina”, pp. 118-140, en los que se traza la
genealogía del pensamiento político latinoamericano en torno a la “república”; o los de Elías Palti, Luis
Barrón y Alfredo Ávila, más centrados en la reconstrucción de conceptos, lenguajes, diseños
institucionales y vocabularios políticos específicos en Argentina y México; véanse E. Palti: “Las
polémicas en el liberalismo argentino: sobre virtud, republicanismo y lenguaje”, pp. 167-209; L. Barrón:
“La tradición republicana y el nacimiento del liberalismo en Hispanoamérica después de la Independencia:
Bolívar, Lucas Alamán y el ‘Poder Conservador’”, pp. 244-288 y A. Ávila: “Pensamiento republicano
hasta 1823”, pp. 313-350.
dirigida por Javier Fernández Sebastián, Diccionario político y social del mundo
iberoamericano123. Se trata de una ingente obra de muy reciente aparición en la que el
profesor Fernández Sebastián, vivamente interesado ya desde hace años en “exportar” la
historia de los conceptos koselleckiana al ámbito hispánico124, ha coordinado a más de
setenta investigadores latinoamericanos y españoles para producir un volumen de más
de mil quinientas páginas, en forma de diccionario “conceptos fundamentales” del
lenguaje político de la modernidad latinoamericana.
Podríamos decir que trata de un proyecto en cierto modo híbrido, cuya inspiración
explícita es el Diccionario de Conceptos Históricos Fundamentales elaborado para el
área alemana y dirigido por Koselleck, pero que no oculta ni niega otro tipo de
influencias —centradas en la relación entre la lengua, la cultura y la experiencia de lo
político—, como la “Cambridge school, histoire conceptuelle du politique, histoire
linguistique des usages conceptuelles, etc.”125, que han contribuido a la renovación a la
renovación del campo en los últimos años126. El propósito de tal diccionario “no es
coleccionar un repertorio de definiciones unívocas —como en los diccionarios
lexicográficos—, ni tampoco reunir un conjunto de informaciones acerca de
acontecimientos, instituciones, personas, etc. —como en las enciclopedias—, sino más
bien trazar un mapa semántico que, partiendo del vocabulario, recoja algunas de las más
sobresalientes experiencias históricas vividas por los iberoamericanos, en este caso a lo

123
Javier Fernández Sebastián (dir.): Diccionario político y social del mundo iberoamericano. Madrid:
Fundación Carolina-Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales-Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales, 2009.
124
Véanse Javier Fernández Sebastián: “¿Qué es un diccionario histórico de conceptos políticos?”, en
Anales, nº 7-8, 2004-2005, pp. 223-240; “Sobre la construcción, apogeo y crisis del paradigma liberal de
la opinión pública: ¿un concepto político euroamericano?”, en Historia contemporánea, nº 27, 2003, pp.
539-564; o “’Iberconceptos’: hacia una historia transnacional de los conceptos políticos en el mundo
iberoamericano”, en Isegoría: revista de filosofía moral y política, nº 37, 2007, pp. 165-173.
125
Javier Fernández Sebastián: “Hacia una historia atlántica de los conceptos políticos”, en ibidem, p. 42.
Podríamos decir que bebe de la Escuela de Cambridge en su vocación de otorgar protagonismo al espacio
atlántico como centro, eje o “laboratorio” en el que se fraguaron, cocieron y articularon los conceptos y
los lenguajes políticos y sociales que sustentaron la experiencia de la modernidad en América Latina; y
que hasta cierto punto, hermana la tradición de renovación historiográfica de Guerra con las nociones
extraídas de la obra de Koselleck situando, por ejemplo, el Sattelzeit latinoamericano en el inesperado
quiebre de la legitimidad política derivado de la crisis hispánica de 1808.
126
Otra obra colectiva, también híbrida desde el punto de vista teórico y metodológico —inspirada en el
estudio de los lenguajes políticos de Kroebner, en la historia de los conceptos de Koselleck y en la nueva
historia intelectual latinoamericana— y centrada en el área centroamericana es el volumen editado por
Marta Elena Casaus Arzú: El lenguaje de los “-ismos” en América Latina. Guatemala: F&G editores, en
prensa, producto de un proyecto de investigación que desde la Universidad Autónoma de Madrid ha
tratado, modestamente, de rastrear los vericuetos históricos de “Algunos vocablos vertebradores de la
modernidad en América Latina” (HUM2005-06556-C04-02), coordinado con el proyecto dirigido por
Manuel Pérez Ledesma: “Palabras de la modernidad en España”.
largo de ese período crucial que suele denominarse la ‘era de las revoluciones’”127.
De este modo, los diferentes autores de las voces rastrean los significados
cambiantes de términos fundamentales del vocabulario político decimonónico, tales
como “constitución”, “opinión pública”, “nación”, “ciudadano / vecino”, “liberal
/liberalismo”, “pueblo /pueblos”, etc., en un ambicioso e interesante intento de construir
“una verdadera historia atlántica de los conceptos políticos”128 o, como lo denomina
algo después, marcando las distancias de este proyecto respecto de las historias
nacionales al uso, una “historia conceptual comparada o historia transnacional de los
lenguajes políticos” que alumbre una nueva “semántica histórica del mundo
iberoamericano” 129.

Conclusiones
Para concluir este texto, querríamos resaltar algunos de los aspectos cruciales
acerca de la renovación historiográfica que en los campos de la historia política y en la
historia intelectual (o la historia intelectual de lo político) se han venido produciendo en
América Latina a lo largo de los últimos 30 años. Sobre todo, nos interesará recalcar
cuáles han sido los modos en los que dichos campos han incorporado la noción de
“cultura política” en dos formas diferentes: bien como categoría de análisis “importada”
de otras disciplinas; bien simplemente de forma más difusa, mirando hacia fenómenos
históricos poco estudiados hasta entonces, que podrían ser catalogados desde el punto
de vista de un analista externo como propios de los trabajos sobe “cultura política”.
En este sentido, no podemos sino citar la definición que da Cabrera sobre el
trayecto que ha seguido la modificación de la propia noción de “cultura política” en la
historiografía europea. Cabrera señala que “[e]l concepto de cultura política original,
por ejemplo, incorporó el fenómeno de la socialización natural de los individuos, no
contemplada en el paradigma individualista clásico. La historia cultural detectó las
debilidades de la concepción social clásica de la conexión causal entre estructura social
y acción política. Mientras que el concepto discursivo de la cultura política ha sacado a

127
Javier Fernández Sebastián: “Hacia una historia atlántica…”, p. 26.
128
Ibidem, p. 25.
129
Ibid., p. 41.
la luz las inconsistencias de la propia noción de causalidad social (así como la de
individuo natural)”130.
Es decir, el propio concepto de “cultura política” ha sufrido una deriva que ha
permitido dotarle de significados distintos —y en ocasiones también distantes— que,
como es lógico, se han plasmado en líneas de trabajo muy diferentes. En este sentido,
los trabajos centrados en la “cultura política” han pasado de considerar que dicha noción
aludía a una serie de “valores compartidos (…) y representaciones simbólicas del
mundo” a suscribir que también englobaría el estudio de “los supuestos implícitos que
hacen posible el surgimiento de ciertas formas de identidad y de acción políticas (…)
una suerte de lógica o de sentido común implícitos al que los sujetos se ven
inconscientemente supeditados (…)”131.
Pues bien, consideramos que las líneas teóricas planteadas por Cabrera se ajustan
perfectamente a la evolución de las preocupaciones del campo historiográfico (y de
otros campos afines) latinoamericanista en los últimos veinticinco años. Con ello no
pretendemos aseverar, en cualquier caso, que el conjunto de la historiografía política
latinoamericanista se haya “girado” hacia la cultura132, pero sí nos parece significativo
que las grandes revoluciones en dicho campo hayan surgido, precisamente, de este
acercamiento conceptual y metodológico entre “lo cultural” y “lo político”.
Así, haciendo una breve recapitulación temática, la renovada historiografía
latinoamericanista de los dos últimos decenios ha tocado prácticamente todos los palos
que caen en amplio marco que proporciona la multiforme categoría de “cultura política”:
la investigación acerca de los imaginarios y valores simbólicos compartidos por los
primeros liberales decimonónicos (así como la pervivencia de ciertos rasgos de la
“cultura política” antiguorregimental, en términos de matrices conceptuales o
tradiciones intelectuales —republicanismo cívico, teorías sobe la retroversión de la
soberanía, etc.—); el estudio de las prácticas políticas populares frente a la estructura y
el funcionamiento de las nuevas instituciones liberales —los pioneros estudios sobre
prácticas electorales y violencia política—; los procesos de constitución identitaria de

130
Miguel Ángel Cabrera, “Cultura política e historia”, p. 55.
131
Ibidem, p. 43.
132
En efecto, existe una amplia producción historiográfica acerca de América Latina tanto en el
continente americano como en España que no se ha hecho eco de los problemas teóricos planteados por
las propuestas de renovación que se han dado en este campo y siguen operando en el marco de un
discurso de determinaciones estructurales, actores sociales y políticos preconstituidos y divorcio
conceptual entre la noción de “cultura”, la de “política” y la de “economía”, pongamos por caso. De
cualquier modo, en este texto no hemos querido ocuparnos de ese tipo de historiografía, puesto que
quedaba completamente fuera del interés de este trabajo.
los actores políticos decimonónicos —en tanto que “ciudadanos” y también en tanto que
grupos excluidos de la participación política— y la dimensión profundamente cultural
de dicho proceso; el estudio de las estructuras profundas y la lógica interna de los
lenguajes políticos de la “modernidad” latinoamericana; o los procesos de
reconstitución identitaria de los actores sociales “marginales” —mujeres, indígenas,
afrodescendientes…— y sus efectos en la agencia política de los movimientos
revolucionarios y los nuevos movimientos sociales de la segunda mitad del siglo XX.
Esta última línea ha estado muy influida por los estudios de sociología y antropología
cultural, así como por el énfasis en el estudio de los procesos de construcción de las
identidades de los grupos subalternos que ha caracterizado los estudios culturales y
poscoloniales, muy potentes en el campo de los estudios latinoamericanos.
Una vez dicho lo anterior, queremos poner este texto en diálogo con un relevante
artículo de revisión historiográfica del campo de los estudios históricos sobre cultura
política en América Latina publicado recientemente por Nuria Tabanera, aportando
nuevos argumentos para la que esperamos, sea una fructífera discusión 133 . En dicho
texto, la profesora Tabanera afirma que a pesar de que existe un buen número de
“historiadores latinoamericanos, muy cosmopolitas, bastante receptivos a las nuevas
propuestas y en gran número formados en centros europeos, no tanto españoles y
norteamericanos”134, se ha generado una situación ambivalente en la que predominan
aún las prácticas académicas de corte positivista: “en el mantenimiento de esa situación
ambivalente puede influir, no sólo, el carácter marginal o periférico de las
historiografías latinoamericanas, más lentas ante la recepción de posibles cambios, sino,
también, la limitada repercusión que pueden llegar a tener las discusiones abiertas por la
crisis de los grandes paradigmas o por el pensamiento posmoderno, por ejemplo, en
sociedades marcadas intensamente por la desigualdad, la pobreza o la
ingobernabilidad”135.
En nuestra opinión, sin embargo, las historiografías latinoamericanas se han
conectado e, incluso, insertado, en el marco de las más punteras discusiones
historiográficas que, por cierto, no siempre le han llegado al continente latinoamericano
“desde fuera”. Como ya hemos mencionado a lo largo de este texto, la revolución de la
nueva historia política de los años 90, si bien llegó impulsada por una gran figura que

133
Nuria Tabanera, “Sobre historia…”
134
Ibidem, p. 14
135
Ibidem, p. 15.
tenía su raigambre en la escuela francesa, rápidamente encontró adeptos en el Cono Sur
(con historiadores aún punteros como Hilda Sabato, por ejemplo), en México y en
muchos otros espacios académicos como Chile (Sol Serrano, Ana María Stuven),
Venezuela (Luis Castro Leiva), etc. En cuanto a la radical renovación del campo de la
historia intelectual, podemos decir que su máximo exponente —excelente conocedor de
las más “posmodernas” teorías acerca el lenguaje y la sociedad— se encuentra radicado
en la academia argentina. Por otro lado, los debates en torno a historia y la
conformación de las identidades subalternas y marginales despertados tanto por las
disciplinas de los estudios culturales como las de los estudios poscoloniales han tenido
un profundo impacto en la academia latinoamericana —en este sentido, mucho más
“central” que una “periférica” historiografía española a la que este tipo de renovaciones
se le ha escapado en mucha mayor medida—. No sólo nos encontramos con
departamentos enteros dedicados a este tipo de abordajes, como el Centro de Estudios
Asiáticos y Africanos de El Colegio de México —encabezado por una pareja de
historiadores indios, Ishita y Saurabh Dube—, o redes de académicos dedicados a este
tipo de estudios —como el Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos—, sino que
en gran medida, son profesores latinoamericanos que ejercen su labor tanto en sus
países de origen como en la academia norteamericana quienes han dado un gran
impulso a este tipo de abordajes y son considerados grandes figuras a escala
internacional en dichos campos. Sólo mencionaremos algunos, de sobra conocidos,
como Néstor García Canclini, Walter Mignolo, Mabel Moraña, George Yúdice,
Santiago Castro-Gómez, Abril Trigo o Arturo Arias.

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