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CONTRA LA TIRANÍA TIPOLÓGICA
EN ARQUEOLOGÍA:
UNA VISIÓN DESDE
SURAMÉRICA
EDITORES
CRJsTóeAL GNECCo
CARL H ENRIK L.ANGEBAEK
AUTOReS AxEL
N!ELSBN
AU1.IANORO HABER
ANDl!ts !..AGUE.NS CARI.
H f.N RCK UNCEDAEK
CRISTIANA BARR.ETO
CRJSTOBAL GNECCO
RAFAEL GASSÓN
ROORJGO
NAVURBTB vtcroa
GoNz.lLP.Z WILHELM
LoNDOÑO
CD0980.0I SBUA
C Axel Nielloen. Alejandro Haber, Andres La¡¡uens, Carl Henrik Langebaek, Cristiana Barrero,
Cristób<ll Gnceeo, Rafatl Gassón, Rodrigo Navamtc, Víctor Oonzálcz y Wilhclm Londotlo
C UnJvcr,idad de Los Andes, FacuJtad de Ciencias Sociales, Centro de l:studios Sociocullumles e
lnternacionoles • CESO
Carrera. I' No. 18'· 10 Ed. Franco P. S
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Bogott o.e, Colombia
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POBRES JEFES: AsPF.CJ'OS CORPORATIVOS F.N LAS FORMACIONES
SOCIALES PRE·INXAJCAS DE LOS ANDES CIRCUMFUNEÑOS
Axe/ E. Nielsen
des prelnkaícas de los Andes Circumpuneños y, en general, que las tipologías neo-
evolucionistas son herramientas teóricas inadecuadas para conceptualizar los procesos
sociales ocurridos a lo largo de la historia prehispánica en el área. Para ello comenzaré
por delinear algunos asJ)C(.'tOS del programa evolucionista cultural, poniendo él!Ía$is en
el modelo de jefatura y su aplicación a las sociedades tardías del noroeste argentino;
luego puntualizaré algunos principios organizativos de las sociedades andinas, testimo-
niados por la etnohistoria, como punto de partida para explorar modelos diferentes al
de "sociedades de rango" o "jefaturas;" por último, ilustraré el potencial heurístico de
estos principios para el estudio de las formaciones políticas preinkaicas de los Andes
Circumpuneños mediante la discusión de algunos ejemplos arqueológicos.
12l
la aceptación generalizada de la multilinealidad o noción de que existe más de un
camino que conduce de un tipo al siguiente, aún cuando existan distintas versiones
sobre cuántas y cuáles son esas trayectorias.
El modelo de jefatura -<hiefdcm, señorío, sociedad de rango o �sociedad compleja»
como tipo organizacional- es uno de los componentes más persistentes y de uso más
generalizado del neo-evolucionismo entre los arqueólogos interesados en el estudio
del cambio social. Como otros aspectos de la heurística positiva del programa este
concepto también ha sufrido transformaciones significativas desde su formulación
como "sociedad redistributiva" por Service (1962:144; compárese con Earle 1978).
En su versién actual el modelo alude a entidades políticas centralizadas y dotadas de
desigualdades sociales institucionalizadas que integran a poblaciones del orden de
miles o decenas de miles de personas (Carneiro 1981; Earle 1987:279, 290). Para fi-
nanciar las instituciones y prácticas que sustentan la centralización del poder políti-
co regional eljefe-y la jerarquía que preside- deben ejercer controlsobrelaproduccíán
y/o distribudón de recursos econémicos estratégicos, bienes de subsistencia (staples)
y/o riqueza (weallh). Ese control. que constituye la base de la "economía política"
-<:0moopuesta a la economía domEsticao de subsistencia' (Johnson y Earle 1987:11-
15}-, es el fundamento de las desigualdadCli estructurales que caracterizan a este
tipo de sociedad.
¿Por qué surgen las jefaturas? lnicialmente prevalecieron las explicaciones basadas
en las presuntas cootnl>uciones que el liderazgo centralizado de los jefes harían al
bien común (las llamadas managerial tlieories), como coordinar la defensa o el tráfi-
co de larga distancia, administrar obras de irrigación o acumular para redistribuir en
tiempos de escasez. A partir de la década de 1980. con el ocaso del funcionalismo en
la arqueología, la pregunta pasó a ser ¿cómo logran ciertos individuos encumbrarse
a pesar de que este proceso (a largo plazo, al menos) resulta perjudicial para la
mayorfa? Una vasta literatura producida durante las últimas dos décadas -a la que
también han contnl>uido personas que trabajan desde otros programas de investiga-
ción, especialmente el marxismo- se ba ocupado de explorar la multiplicidad de
estrategias implementadas por sectores o individuos ambiciosos, a veces apodados
"acumuladores" o aggrrmdiurs (Hayden y Gargctt 1990; Clarke y Blake 1994), para
controlar el poder y las condiciones que pudieron favorecer su éxito. Esas estrate-
gias. cuya revisión excede la- posibilidades de este trabajo (véanse Hayden 2001 o
los volúmenes editados por Brumflel y Earle 1987, Earle 199l. Price y Feínman
1995 y Haas 2001), pueden estar dirigidas al control de la economía, la cultura o la
fuerza armada, fundamentos de Jo que algunos consideran las tres grandes clases de
poder: el económico. el ideológico y el militar (Earle 1997, sigu.iendo a Mann 1986).
� uto dif,en, del <¡U< pc1ec babitualmenit la ei:prcsióo •oc:onomla polí1íca" en las cienci.. social..
llJ124
(Ortocr 1984: Cobli 199'.!).
llJ124
Según Earle (1997), uno de los defensores más activos del modelo, aunque el surgi-
miento de las jefaturas requieren la participación de los tres tipos de poder, en última
instancia, resulta crucial la habilidad de losjefes para lograr el control de la economía:
"Al controlar la producción y distribución de bienes de subsistencia y prestigio los
jefes invierten excedentes para controlar el poder militar y el derecho ideológico. En
la medida en que los ltderes controlan la producción de bienes de subsistencia que
sostiene a los guerreros y 105 sacerdotes y controlan la manufactura especializada de
sus armas y objetos simbóücos, la intimidación militar y la santiñcacién religiosa
pertenecen a los didgentes" (Earlc 1997:207).
llJ124
2 Af.gunos autores h.nn bu&ado cu111ifie11r c&1os modelos nlcdiontc la inoorpot1cl61, de datos e1nohmórku
(e.¡,. Raffino 1988:74). especialmente en el norte de O,lle (e.g, Nllllez y Díllehay 1979: Schiappaca""' et
al. 1989), donde el Oujo de lnlormnción entre •rqucolosf•. hlstorla y etnogrofl• ha •klo m6s nu.id0,
llJ124
AxEL E. NIEISllN
Los europeos interpretaron las estructuras de liderazgo que encontraron en los Andes
con base en el modelo medieval, como cadenas descendentes de delegación de au-
toridad a partir de un monarca, incorporándolos asl a las concepciones que presí-
3 MAs recientemente el modelo de jcCa1uno 1ambl<!n ha sldo apllClldo a las sociedades formativos del primer
116
125
mUcnJQ de nuestra era en la regJdn Valli&cmn.a, especíetmenre a los fenómenos AJamito, Aguada e Isla
("l}rtusi y Nú�ez 1993; Gon,.áJ.,., 1998: 1l11n13ó 1999).
116
126
dlan las jerarquías nobiliarias en la Europa de entonces. Por eso la imagen de los
dirigentes étnicos o curacas es similar a la de los señores feudales europeos y por eso
se alude a las formaciones sociales andinas como "señoríos" (Pease 1992:36). La
literatura etnohistérica, sin embargo, indica que estas sociedades tenían una marca-
da orientación corporativa y estaban dotadas de múltiples mecanismos institucionales
que regulaban el ejercicio del poder polltioo y restringían la acumulación económi-
ca por parte de individuos o linajes particulares. Las estructuras así constituidas
muestran varios atributos de lo que recientemente se ha dado en llamar "modo
corporativo de acción política" (Blanton et al. 1996; Feinman 2000) o "comunalismo
complejo" (McGuire y Saitta 1997), caracterizados por la formalización de "com-
portamientos igualitarios" (se11su Blanton 1998:152) tendientes a prevenir la
implementación de estrategias de clausura social.
Las organizaciones de los "señorfos étnicos" andinos hao sido analizadas en detalle
durante las últimas décadas por etnohistoriadores y etnógrafos (i,c., Bouysse-Cassagne
1975; Muna 1975; Espínoza 1981; Harrís 1982, 1986; Plalt 1987: Rasnake 1989; Izko
1992: Pease 1992; Ma11ioez 1998); recientemente han sido objeto de síntesls en la
literatura arqueológica (e.g., Albarracín 1997; lsbell 1997) por to que no es necesario
describirlas en detalle. Mi propósito es sólo recapitular los principios básicos que re·
glan esas estructuras para puntualizar las condiciones que ofrecieron para la apropia-
ción de diversos "capitales" (Bourdieu 1980) y la negociación del poder".
La base de las formaciones segmentarías andinas estaba constituida por el ay//11. gru-
po de personas que se concebían como parientes por descender de un antepasado
común (real o mftico) y administraban corporativamente recursos estratégicos asocia-
dos a la tierra como parcelas de cultivo, agua y pastos. En un nivel mínimo estas
unidades incluían a centenares de familias, a menudo residentes en distintas comunl-
dades; varios de estos segmentos (ay//1,s menores) se agrupan inclusivamente en un
número variable de niveles organizativos crecíentemente englobantcs (ay//1,s mayo-
res, mitades, grupo étníeo, confederación). Las coaliciones resultantes eran capaces
de integrar poblaciones del orden de miles o decenas de miles. incluyendo, ocasional-
mente, a más de un grupo étnico (como en el caso de los CIU1rka-Qaraqaro o los
Quillako-Asanaque, que incluían, además, grupos um), sin que las "parcialidades" o
unidades constitutivas perdieran su identidad ni autooomía polftica relativa.
Como es común en las organizaciones segmentarlas (Kuper 1982) los ayllus y sus
relaciones políticas se estructuraban con base en dos lógicas indisolublemente liga·
4 tu poblac.ione:s andi.tuL, 1cnla11 imponantc• difcn:nciu en su organizlclón. Oc hecho, cs1u tfncesis rcúnt
clloeMciuncs y p,opuosw ele auto,.. que 1nb>jan sobrt duntntos ¡pupc,o documcntlldoo por to., euro-
peos dunn•• � conqub111 y coloniZldón de los Andes. desde loo O,u¡tayc:hu en lo stcmi ccntrol del Per11
ham loo 0.rMJ•ra en los Vllles potc»lnoo do Bolivio, MI objetívo es sólo ob6tra<r, con bose en
cs1a•
116
127
obséf'\'ldoncs, un 111fl<klo g,:ntral que pucdA Mrvlr de morco de releren<ia p<1r11 el ,n,.li$ís do evlden<IM
,rquoológicu coocretu 1J1tes que describir alguno sodedad portiailar.
116
128
das en la experiencia y práctica de los actores, una rmirorial y otra de parentesco. La
primera de ellas se anclaba en la experiencia común de un lugar y en la voluntad de
defenderlo y adminístrarlo (lzko 1992), pero también en la necesidad de acceder a
zonas productivas diferentes que en los Andes, como en otras regiones montañosas
del mundo, se distribuyen a considerable distancia (Murra 1975; Salomon 1985).
Así, tas formaciones políticas andinas estuvieron fuertemente asociadas al control
de territorios (continuos o discontinuos) que, por lo general, comprendían múlti-
ples fajas altitudinalcs y zonas de concentración de recursos. Dentro de estos "terri-
torios étnicos" las áreas pertenecientes a cada parcialidad se encontraban
espacialmente imbricadas y dispersas en distintas eeozonas para asegurar a las uni-
dades mínimas de la organi2ación -ayllus menores o, incluso, unidades domésticas--
acceso directo a un espectro de recursos altamente diversificado, incluyendo tierras
aptas para cultivos mesotérmicos (tubérculos, pseudocercales) y mim>térmioos (malz) y
áreas de pastoreo (Murra 1975; Harris 1982; Plan 1982; Pease 1992).
En cada nivel de la jerarquía segmentarla el poder político era ejercido por una
autoridad (ji/aqa1a-ayl/us menores, mallku-ayllus mayores o mitades, capac mallku
para el grupo étnico o confederación), a menudo asistida por una "segunda perso-
na" cuyas atribuciones podían abarcar desde el eo-gobierno hasta el reemplazo o
sucesión (Platt 1987:73). En ciertos contextos estas autoridades masculinas deblan
oficiar conjuntamente con sus esposas o r •a/las (Rasnake 1989). Aunque en los ni-
veles inferiores algunas de estas posiciones pudieron asignarse rotativamente y así
recaer en distintas familias "por turno" los rangos medios y altos de la jerarquía
segmentarla eran ocupados por miembros de uno o dos linajes ("casas principales")
dentro de cada ay/Ji, y sólo ciertos ayllus proveían los mallkus que gobernaban cada
mitad y la totalidad del grupo étnico (capac mallku).
116
129
Cútm<A lA -nJV,NIA TrfotóGtCA EN
AAOUEOLOOIA
Esta ideología sustentaba jerarquías entre grupos antes que entre individuos. En
la práctica el carácter corporativo del poder que detentaban las "casas
principales" se mantenía a través de arreglos institucionales que obligaban a
los individuos que ejercían funciones políticas a negociar constantemente con Ios
demás miembros del grupo (Platt 1987; Pease 1992). Primero, porqueJa selección
de los curocas no resul- taba de la aplicación automática de una norma, oomo la
primogenitura, sino que dependía de un consejo de mayores que juzgaba las
aptitudes de diversos candida- tos. Segundo, porque las decisiones y
movilización de excedentes requerían del concurso de las autoridades inferiores
y superiores de la jerarquía segmentaría y de sus pares (segundas personas, líderes
de otras mitades o llJl/lus).
La organización de las sociedades que precedieron por tres a cinco siglos al contac-
to europeo no puede reconstruirse por simple analogía con la información docu-
mental, como pretendiera hace décadas el llamado "método histórico directo". Este
U9
conocimiento sólo puede lograrse a través de una minuciosa labor arqueológica
de inferencia y contrastación de hipétesis alternativas (Nielsen 19953, 1996:373).
Creo que aqul reside el valor heurtstico de la etnohistoria y etnograña andinas
como generadoras de bipétcsis y marcos de referencia para la interpretación,
probable- mente más pertinentes al registro que estudiamos que los extraídos
del modelo polinésico (de jefatura) o del sentido común de los investigadores.
EL LUGAR Y LA ÉPOCA
Figura I
Andes círcumpuneáos y ubicación de algunas regiones mencionadas en el
texto
BOLIVIA
l<m
-100- 1
ARGENTINA
131
Las investigaciones realizadas en los espacios públicos o "plazas" de los
conglome- rados habitacionales de la Subárea Circumpuneña ofrecen una
posibilidad de eva- luar estas alternativas. Me referiré, especialmente, a dos
sitios que he estudiado durante los últimos años: Los Amarillos (Quebrada de
Humahuaca. Argentina) y Lakaya (Norte de Upez, Bolivia). Estos
asentamientos, intensamente ocupados durante los siglos XIll y XlY,
representan el nivel más elevado de las jerarquías de sitio que se constituyeron
en sus respectivas regiones a partir de 1200 AD, no sólo por su tamaóo (Los
Amarillos tiene LO hectáreas y 1.ak.aya 7) sino por la elevada complejidad de
su estructura interna, con sectores de edificación foanal y funcionalmente
diferenciados, jerarquías de espacios públicos, etc. Esperaba, por lo tanto. que
ofrecieran algunas claves para comprender los principios que goberna- ron los
procesos de integración propios de su época.
Los AMMuu..os
Flgura2
Detalle del sector central de Los Amarillos
Hacia el centro de la plataforma, adosados a los recintos descritos, había tres sepul-
cros de planta cuadrangular erigidos sobre la superficie de la plataforma que se
destacaban visualmente por estor confeccionados en ladrillos de adobe blanqueci-
no; contenían restos de tres individuos adultos depositados con un acompañamien-
to que comprendía, entre otros elementos, equipos de inhalar alucioógcnos, vasijas
(escudillas y pequeños cántaros), flechas, partes de una cometa de hueso y frag-
mentos de textiles correspondientes a una o varias prendas que, aparentemente,
estuvieron ricamente decoradas con miles de cuentas confeccionadas en malaquita,
valvas marinas y Spondylus y pequeñas láminas de oro. No fue posible establecer los
detalles de disposición de estos elementos porque el contexto fue violentamente
destruido y cubierto por una ocupación inkaica posterior (Nielsen y Walk.er 1999).
Estos sepulcros son excepcionales en esta región, donde la práctica más común es el
entierro directo o en cistas dentro del espacio doméstico.
Finalmente, frente a los sepulcros se abre una amplia superficie aterrazada (325 mi)
a modo de escenario expuesto a la plaza. Los únicos rasgos el) este sector fueron
una gran estructura de combustión, uno inhumación secundana con partes de varios
individuos y -cxactamente en el centro- un pozo cuadrado con sus lados revestidos
de piedra. Entre los hallazgos asociados a este espacio habla granos de maíz y una
"pala de madera". Este instrumento, ocasionalmente encontrado en los contextos
de esta época, tiene: el aspecto de un remo y se asemeja en todo a las grandes "cu-
133
charas" empleadas actualmente para "meccar" la chicha durante las primeras eta-
pas de su fabricación; nos refiere, por lo tanto, a la preparación de bebidas alcohóli-
cas antes que al desarrollo de labores agrícolas.
Flguni3
Vasijas reprcsentauvas de los estilos cerámicos pintados del Período de Desarrollos
Regionales ta rolo en la Ouebrada de Hurnahuaca
134
Al norte y entre 4 y 6 metros por debajo del nivel del Complejo A se encuentra
un gran espacio cercado que Interpretamos como una de las plazas (un área de
participa- ción comunitaria vinculada a prácticas de carácter público) principales
del sitio. Los sondeos realizados en este lugar sólo revelaron una superficie
nivelada, compacta y libre de residuos. A pesar de su contigüidad esta estructura
y el Complejo A tienen accesos separados y carecen de vías de comunicación
directa. Sobre el talud que bor- dea la plataforma hay. por lo menos, una
escalinata con peldaños diminutos (Figura
2); antes que un acceso funcional este rasgo se presenta como un dispositivo
escenográfico que, junto con los muros de contención escalonados, destacan
visualmente la plataforma desde la perspectiva del observador ubicado más abajo,
en
la plaza (Nielsen 1995b). Cinco fechas radiocarbónicas sitúan la construcción de
estas estructuras luego de 1220 AD y su utilización entre 1280-1480 AD (cal. 95%).
UKAY
A
Este asentamiento consta de tres sectores bien diferenciados (Figura 4), pero
radiocarbónicamente contemporáneos en sus principales ocupaciones. En el
po- niente del sitio, sobre un elevado promontorio, hay una Iortaleza (Alto
Lakaya) naturalmente protegida al este por una pendiente abrupta y defendida
al oeste por una doble muralla. El segundo sector comprende las laderas este y
sur del promon- torio, que albergan alrcdcdor de 300 torres de piedra de planta
circular o cuadran- gular tipo cñullpa; discutir la función y significado de estas
estructuras excederla las posibilidades de este trabajo pero no puedo dejar de
señalar que empleo este térmi- no con relación a una forma arquitectónica que
considero referente material de los antepasados pero que pudo ser objeto de
diversos usos no excluyentes como sepul- eros, depésítos, altares y marcadores
territoriales (Niclsen 2002; cf. lsbell 1997)'. El tercer sector, Bajo Lakaya, es un
poblado formado por poco más de 200 viviendas. Aquí se encuentra el área
pública que nos interesa.
La plaza de Bajo Lakaya es un área despejada de contorno irregular (280 m1)
ubica- da al centro del sitio y enmarcada por una densa red de edificaciones.
Sobre el naneo oriental de este espacio se levantan tres torres c/1111/pa de planta
rectangular y sobre el lado opuesto tres edificios, cada uno de ellos de S x 9
metros, aproximada- mente. Es probable que estos recintos hayan tenido techos
a dos aguas, como suce- de con la mayor pane de las estructuras del sitio, que en
muchos casos aún conservan en pie sus hastiales. La excavación de uno de
estos recintos expuso sobre el piso
5 Ea «•• «gi<ln hc:mo, n:gi,trado inhu1noao,,o, indMdllal.. y colectiva, en tor�• ch11llpa. Sin
embnrgo, otrU Jri(:lic3s pwecen hnbc:r sido MU ht1bi1ualu. como e! enrlenv en :aJerO:!i «>COS0 o en cl\1as.
11 vtCCS ubÍ<ad3' ol pie <le ti.; lorrtS.
us
CoN'J'kA LA TIKANIA TtPOl.OOJCA EN
AROUEOLOOIA
huellas de dos postes que, aparentemente, apuntalaban la cumbrera, una grao es-
tructura de combustión protegida por un deñecror de aire junto al vano de acceso y
gran cantidad de desechos: abundantes huesos de camélido y fragmentos de escudi-
llas pintadas de estilo Mallku, la alfarería característica de esta región durante épo-
cas prehispánicas tardías. La forma de estos edificios y la ubicación del fogón replican
la organización interna de las viviendas del sitio (cuya forma es extraordinariamente
regular), aunque en una escala mayor (Nielsen 200Jb).
Flgura4
Planimetria de Lakaya
o
• •o
.. \ ..
LAQAYA
-
• J•J>
e
. . ·.l''b
. . "l
,ti' o
136
Lakaya continuó siendo habitado durante el Periodo lnka y hasta los primeros tiem-
pos de la época colonial.
137
Axa E. Nia.se:;
Figuras
Reconstrucciónhipotética de la plaza central de Bajo Lakaya
(dibujo de Mónica J. Nielsen)
DISCUSIÓN
Tomados en conjunto cc<;I.OS datos sugieren que. bajo diferentes significantes monumcn-
tales (sepulcros sobre-elevados. chutlpos. wonkas, quizás monuculos funerarios). los
antepasados se posicionaron en la cúspide de las jerarquías socio-espaciales eonstitui-
das a partir del siglo Xlll en los Andes Círcumpuneños, Si entendemos al ancestro
como referente mítico de los derechos de linajes y ayllus al usufructo de ciertos recursos
y posiciones en el espacio social ta presencia de múltiples representaciones de estas
características podría relacionarse 0011 el reconocímlento -a nivel del ceremonial públi·
co- de la identidad y el poder relativo que conservaban estas unidades dentro de la
estructura segmentaría. Desde esta perspectiva resulta sugerente la presencia de tres
monumentos de este tipo en las dos plazas investigadas. Este paralelismo recuerda tas
estructuras.tri-partitas de algunas formaciones políticas andinas que se concebían como
producto de la unión hetcrárquica de rres parcialidades o ayllus que algunas fuentes,
romo Ulloa {1885 (1585]). relacionan con las etnocategorfas collana, fXl}'OII y cayao.
139138
A.�EL E. Nm.sm
Si nos atenemos a las fuentes escritas algunos de estos bienes mantuvieron una rela-
ción transitoria y contingente con individuos particulares desempeñándose, en cam-
bio, como emblemas de autoridad transmitidos intergeneracionalmcntc. El ejemplo
de los tejidos ornamentados con metales y piedras semipreciosas, como los recupe-
rados de los sepulcros de Los Amarillos, es ilustrativo en este sentido. La documen-
ración etnohistórica sobre el reino altiplánico de Oulllaka-Asanaque señala que
cuando el lnlul incorporó aquellas tierras y pueblos reconoció la autoridad de Colque
Guarache, capee mallku de esta federación multiétnica, obsequiándole camisetas
enchapadas con oro, plata y 111111111 (Bspinoza 1981:197). El poderoso dirigente, sin
embargo, vistió esta importante insigna una sola vez porque, según la costumbre,
debía mantenerse en perfecto estado por muchas generaciones para poder ser trans-
ferida de un sucesor a otro (Espinoza 1981:203).
Desde un punto de vista práctico la manipulación de estos objetos debió estar reser-
vada a individuos de cierta jerarquía dentro de la colectividad (é:�mo a las autorida-
des, responsables del culto a las waq ·as). Es posible que el consumo de alucinógenos
también haya sido privilegio de pocos. Su apropiación, sin embargo, se habría reali-
zado a título corporativo y habría estado supeditada a ¡as condiciones (y negociacio-
nes) que sostenían la legitimidad de la autoridad, conservando así su carácter
colectivo, como señalé Salua (1994) en su análisis de los "procesos de clase
subsumidos". Las camisetas ornamentadas que el lnka obsequió a Colque Guara-
che sólo podían ser llevadas por regalo y dispensa del lnka, 111 fuente última de
legitimidad en el comcxrc al cual se refiere esa documentación:
139139
CoN'rAA lA 1111ANIA TrPOlt>GJCA EN
AHOUEOUXllA
"De no mediar tal dísposicién era Imposible que ningún curacn ni maílco los
hubiera podido poseer ni portar. Y si alguna vez durante el incario algún señor por
esfuerzos propios e individuales los conseguía los otros mallcos no permitían
que se vísnera con ellos y ni siquiera que los guardara en su poder" (E,;pino-.ta
1981:203-204).
En suma, el poder no residía en el control de objetos "suntuarios" sino en las prác-
ticas y negociaciones que garantizaban la adhesión común al orden en el cual se
encontraban inscritas las jerarquías que representaban los emblemas. De acuerdo
con el modelo etnohistórlco estas prácticas no apelar(an al esoterismo o la exclusión
sino a celebraciones públicas con amplia participación de la comunidad, capaces de
reforzar los sentimientos de pertenencia a la colectividad. El aparente "empobreci-
miento" de la cultura material que mencioné al comienzo de este trabajo podría
estar relacionado con la orientación corporotivu asumida por el poder en esa época.
Esta hipótesis me remite a mi segunda expectativa: las éstrategias de comeusalísmo
político. Los residuos recuperados en Los Amarillos y lakaya revelan que la prepa-
ración y consumo colectivo de alimentos vaüosos (carne, meíz) y bebidas alcohéll-
cas (chicha) eran aspectos regulares de las actividades desarrolladas en los espacios
públicos. la habitación excavada frente a la plaza de Lakaya parece haber estado
sujeta a estas actividades, entre otras, a juzgar por la presencia del gran íogón y la
gran cantidad de restos óseos y de fragmentos de escudillas decoradas. Si la presen-
cia de tres chullpas en la plaza denotara, efectivamente, una tripartición de la comu-
nidad (concebida como unión de tres grupos de descendencia) la existencia de otros
tantos edificios como el excavado frente a ellas podría reflejar que el consumo o
provisión de alimentos, bebidas y otrus ofrendas durante estas celebraciones se de-
sarrolló a partir de una estructura similar.
la importancia del consumo festivo en esa época queda plasmada en la distribución
y funcionalidad de los conjuntos cerámicos portadores de los estilos más tlamatívos
y elaborados. El estilo alfarero característico del PDR tardío en Upez, denominado
Mallku o Hedionda. comprende, casi exclusivamente, escudillas decoradas en su
superficie interior o exterior en negro o castaño sobre fondo rojo, amarillo o crema;
sólo excepcionalmente se lo encuentra plasmado en pequeñas jarras o vasos. Estos
materiales son comunes en sitios de distinta jerarquía y función, revelando su uso
habitual en mülríples contextos, entre los que debemos incluir el consumo púb!Jco, a
jU?gar por su abundancia en la plaza de lakaya.
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grandes escudillas (Figuras 3e y 31) y las fuentes con asas laterales (Figuro 3g), inva-
riablemente decoradas, sugieren instancias de exhibición de los alimentos previas a
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la distribución o consume colectívo, muy comunes en las fiestas andinas actuales.
Estas dos formas no se encuentran en conjuntos de épocas anteriores en la región.
Seguramente algunas de estas piezas, así como los cántaros y escudillas más peque-
ñas que se ilustran (Figuras 3/J.d, h-k), fueron también uulízadas en el ámbito do-
méstico, como lo testimonia su ubicuidad en los asentamientos, tanto en depósitos
de desechos como en contextos funerarios; sin embargo, la presencia de un mismo
repertorio de diseños (espirales, reticulados) identifica a todos estos artefactos como
integrantes de un mismo conjunto o equipo cuya funcionalidad contrasta con la de
las piezas que portan los diseños pintados del momento anterior en la secuencia
regional (PDR temprano, 90().1200 AD), formados, principalmente, por escudillas,
vasos y cántaros pequeños (Nielsen 200la).
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