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Según la RAE definimos sedición como:

1. f. Alzamiento colectivo y violento contra la autoridad, el orden público o la disciplina militar, sin
llegar a la gravedad de la rebelión.

2. f. Sublevación de las pasiones.

(CP) En la definición del artículo, se explica que serán autores de un delito de sedición aquellos
que “se alcen pública y tumultuariamente para impedir, por la fuerza o fuera de las vías legales, la
aplicación de las Leyes o a cualquier autoridad, corporación oficial o funcionario público, el
legítimo ejercicio de sus funciones o el cumplimiento de sus acuerdos, o de las resoluciones
administrativas o judiciales”.

(CP) Sedición en Colombia

En las sociedades políticamente organizadas, el funcionamiento del Estado se regula fundamental


mente de acuerdo con los parámetros contenidos en la Constitución Política y conforme con las
leyes que el Congreso expida para ese efecto. A partir de esta premisa puede afirmarse que las
normas reguladoras del régimen constitucional y legal de un Estado delimitan la existencia y
funcionamiento del sistema político imperante en una sociedad. Por lo tanto, cuando el legislador
eleva a la categoría de delito comportamientos que atentan contra la existencia o funcionamiento
del Estado, está sancionando conductas que perturban la operatividad del sistema político
imperante, razón por la cual la doctrina suele conocer esta clase de infracciones penales con el
nombre de delitos políticos (1) , o delitos contra el régimen constitucional (2) .

Aun cuando recientemente se ha dicho que en Colombia la noción de delito político ha


evolucionado para pasar de una concepción subjetiva del mismo a una objetiva (3) , lo cierto es
que la característica diferenciadora de los delitos políticos es precisamente la existencia de un
ingrediente subjetivo que consiste en la finalidad de suprimir o perturbar el funciona miento del
régimen constitucional o legal vigente (4) . Si se elimina de la descripción típica del delito político
esa finalidad, la conducta queda reducida a la simple utilización de armas, comportamiento cuya
punibilidad resultaría bastante discutible, no solo por lo imprecisa que sería esa conducta (empleo
de armas), sino por la dificultad de justificar esa anticipación de la punibilidad con miras a la
protección de un bien jurídico como el de la seguridad pública.

La idea de que a través del concierto para delinquir se podría sustituir la punibilidad del delito
político (5) tampoco es correcta, porque la característica esencial del concierto para delinquir es la
pretensión de cometer un número indeterminado de delitos en el futuro, finalidad que contrasta
con la voluntad única de quienes solo quieren suprimir o perturbar el funcionamiento del régimen
legal o constitucional vigente. No desconozco que en desarrollo de esa finalidad los rebeldes o
sediciosos puedan asumir anticipadamente la necesidad de cometer una serie indefinida de delitos
como hurtos, lesiones o muertes; pero esos no son delitos políticos y, por consiguiente, su sanción
no está íntimamente ligada a la existencia del delito político; en otras palabras, si bien quienes
desean derrocar un Gobierno pueden aceptar anticipadamente la necesidad de cometer
pluralidad de delitos comunes en desarrollo de sus actividades, el delito político surge a la vida
jurídica como consecuencia de una voluntad orientada a la comisión de una única infracción penal,
lo cual contrasta con la naturaleza misma del concierto para delinquir. Piénsese, por ejemplo, en el
coronel Antonio Tejero Molina, quien el 23 de febrero de 1981 ingresó a la sede del Parlamento
español, zarandeó a algunos parlamentarios e hizo disparos al aire; si el delito de rebelión no
hubiera existido en España, el coronel Tejero solo habría sido procesado por un delito menor —
que probablemente no habría supuesto para él su ingreso en prisión— pese a que su actuación
estuvo claramente orientada al derrocamiento del Gobierno español. Si fue condenado a la pena
de prisión de 30 años, fue precisamente porque sus disparos al aire y los empujones a los
funcionarios del Parlamento estuvieron guiados por la finalidad de derrocar el Gobierno
imperante, y la demostración de esa finalidad permitió acomodar su conducta a la descripción
típica del delito de rebelión.

La protección del régimen constitucional y legal de un Estado (esto es, la protección de su régimen
político), resulta de vital importancia para garantizar tanto su estabilidad como su propia
existencia; eso explica el reconocimiento de un bien jurídico digno de protección penal como es el
régimen constitucional y legal de un Estado, cuya salvaguardia se busca mediante la creación de
normas que elevan a la categoría de delito las conductas de quienes mediante el empleo de las
armas pretendan suprimir ese régimen constitucional o legal, o perturbar de manera transitoria su
normal funcionamiento. Cada país puede incorporar dentro del catálogo de normas penales que
se orientan a la protección de ese bien jurídico las conductas que a su juicio deban ser sancionadas
con miras a conservar la estabilidad del régimen constitucional y legal vigente, de acuerdo con su
propia realidad histórica; en Alemania, por ejemplo, la impronta dejada por el nacionalsocialismo
ha llevado al legislador a sancionar como autor de un delito contra el Estado democrático de
derecho a quien difunda propaganda de organizaciones contrarias al régimen constitucional (6) , o
a quien como cabecilla o instigador mantenga operativo un partido político declarado contrario al
orden constitucional (7) , o a quien use signos distintivos de organizaciones contrarias al régimen
constitucional (8) o, incluso, a quien niegue la existencia del holocausto judío. En otros países
como España, se sanciona como delito contra las instituciones del Estado la invasión violenta o con
intimidación del local donde esté constituido el Consejo de Ministros o un Consejo de Gobierno de
Comunidad Autónoma (9) y se consideran como delitos contra la Constitución aquellas conductas
violentas orientadas a la destitución del Rey, la disolución de las Cortes Generales, el Congreso de
los Diputados, el Senado o cualquier Asamblea Legislativa de una Comunidad Autónoma, o a quien
acompañado de actuaciones violentas declare la independencia de una parte del territorio
nacional (10) .

Si no se quiere renunciar a la posibilidad de imponer penas a quienes desarrollen conductas


orientadas a eliminar o perturbar el funcionamiento del régimen legal o constitucional, las
legislaciones penales deben mantener normas tendientes a proteger ese bien jurídico como de
hecho ocurre en España y Alemania, para citar solamente esos dos ejemplos.
La Corte Suprema de Justicia colombiana ha dicho que en sociedades con altos grados de
conflictividad social surge el delito político, mientras en sociedades con elevados niveles de
consenso esa clase de hechos punibles tienden a desaparecer y menciona como ejemplo a Estados
Unidos y los países de la Unión Europea, en los que no se tiene existencia de grupos rebeldes (11) .
La primera parte de esta afirmación no es aplicable solamente al delito político, sino a cualquier
clase de conducta punible; en puridad de términos, el delito surge como manifestación de
conflictos sociales, de tal forma que los índices de delincuencia son mayores en aquellos países
con altos grados de conflictividad social. Pero eso no significa que deban retirarse de la legislación
penal aquellas conductas delictivas que al tener poca ocurrencia permitan suponer un bajo nivel
de conflictividad en determinados ámbitos de la vida social, pues por esa vía en Colombia
deberíamos despenalizar el genocidio, la manipulación genética, la repetibilidad del ser humano,
el tráfico de embriones humanos, los experimentos biológicos en persona protegida, los ataques
contra represas o centrales nucleares, la desaparición forzada, el apoderamiento de aeronaves, las
emisiones ilegales de moneda, el manejo ilícito de microorganismos nocivos, la provocación de
inundación o derrumbe, la introducción al país de residuos nucleares, la perturbación de
instalación nuclear o radiactiva, o la propagación del virus de inmunodeficiencia humana.

Por lo que respecta a la segunda parte del planteamiento esbozado por la Corte Suprema de
Justicia, creo que proponer la eliminación en Colombia de los delitos de rebelión o sedición con el
argumento de que en países como Estados Unidos o Alemania no existen grupos de rebeldes, es
tanto como pensar que los alemanes despenalizarán la creación y puesta en marcha de
movimientos nacionalsocialistas con el argumento de que tales conductas no son punibles en
Estados Unidos ni en Colombia, o como suponer que los españoles retirarán del Código Penal los
delitos contra la Corona o el alzamiento violento para declarar la independencia de una parte del
territorio nacional, con el argumento de que tales comportamientos no son punibles en Colombia.
El delito político debe estar presente en todas las legislaciones penales, porque siempre existirá la
necesidad de que los Estados garanticen el normal funcionamiento del régimen constitucional y
legal que los caracteriza; un Estado que tolerara los ataques violentos a su sistema político
desembocaría en la anarquía. Sin embargo, como cada país tiene sus propias particularidades, es
comprensible que las manifestaciones del delito político sean diversas en cada uno de ellos, bien
sea protegiendo la realeza en aquellas naciones donde se mantiene esa institución, o sancionando
las declaraciones violentas de independencia respecto de parte del territorio nacional en los países
que tienen movimientos separatistas armados, o elevando a la categoría de delito los intentos de
reimplantar partidos políticos de tendencia nacionalsocialista en países que como Alemania han
quedado históricamente marcados por los excesos de esa clase de movimientos, o reprimiendo las
acciones de quienes mediante el uso de las armas pretenden derrocar el Gobierno o impedir el
normal funcionamiento de sus instituciones, como acontece en Colombia y España.

Si bien es cierto que la desaparición del delito puede conseguirse desde el punto de vista
meramente formal con la eliminación de la norma que lo crea, esa actitud no elimina el conflicto
social que subyace bajo todo delito. La aspiración de todo Estado de Derecho no debe ser la de
una simple supresión formal de conductas delictivas, sino la eliminación de las condiciones que las
generan. Pero mientras en un país existan personas que de una u otra manera atenten contra el
régimen constitucional y legal, es comprensible que esa clase de comportamientos se mantengan
como delitos, sobre el supuesto de que la intervención del derecho penal es el mecanismo de
disuasión más poderoso con que cuenta un Estado de Derecho. Eso explica que en España haya
trece delitos contra la Constitución, siete delitos contra la Corona, diecinueve delitos contra las
Instituciones del Estado y la división de poderes, entre otras muchas normas orientadas a proteger
la estabilidad del régimen constitucional y legal, y que en Alemania haya diez delitos contra el
Estado democrático de derecho.

El debate no debe girar entonces en torno a la despenalización del llamado delito político, porque
la importancia de proteger penalmente como bien jurídico la estabilidad del régimen
constitucional y legal no admite discusión. Lo que debe ser objeto de un mayor análisis es la clase
de conductas que deben ser mantenidas como delitos de esa naturaleza de acuerdo con la
realidad socio-política de cada país, el tratamiento punitivo que debe otorgarse al delito político y,
en particular, si se trata de conductas que deben ser castigadas más benignamente que los delitos
comunes y si merecen seguir siendo susceptibles de indultos y amnistías.

Delitos como la rebelión y la sedición no pueden ser válidamente sustituidos por los de concierto
para delinquir o terrorismo, porque se trata de comportamientos distintos cuya punición está
orientada a la protección de bienes jurídicos diversos. La circunstancia de que la principal
diferencia entre esos tres delitos radique en la finalidad con la que esas conductas se despliegan,
no hace desaparecer la importancia de esa distinción; son muchos los delitos cuya autonomía
depende exclusivamente de la finalidad que con ella se busca, porque ese direccionamiento de la
voluntad es lo que permite establecer el bien jurídico contra el que se pretende atentar. Así, por
ejemplo, la simple reunión de un número plural de personas armadas solo podrá calificarse de
rebelión, concierto para delinquir o terrorismo, dependiendo de si ellas orientan sus acciones a
suprimir el régimen constitucional vigente, a cometer en el futuro un número indeterminado de
delitos o a causar zozobra o terror en la población o en un sector de ella.

Si desde el punto de vista político criminal se llega a la convicción de que quienes cometen delitos
políticos lo hacen a pesar de que no existen suficientes razones sociales, económicas y políticas
para que resulte comprensible su actitud de propugnar por una modificación violenta de las
instituciones, la simple actitud de retirar del Código Penal los delitos políticos no hace que en la
práctica desaparezcan las personas que se arman con la finalidad de derrocar al Gobierno
imperante o perturbar temporalmente el funciona miento del régimen constitucional o legal
vigente. Retirar de la legislación penal los delitos políticos equivale a simular la desaparición de esa
clase de conductas en nuestro país. A mi modo de ver, cuando político criminalmente se concluye
que los autores de delitos políticos actúan a pesar de que no hay razones de índole social,
económica o política que justifiquen el empleo de las armas para conseguir modificaciones en las
instituciones del Estado, la actitud correcta debe consistir en plantear la eliminación de indultos y
amnistías para esa clase de delitos o, cuando menos, propugnar por el drástico aumento de las
penas previstas para los mismos, tal como ha sido sugerido por la propia Corte Constitucional (12)
; en Alemania, para citar solo un ejemplo, en agosto de 2000 un ciudadano alemán fue condenado
a cadena perpetua por haber matado a golpes a un emigrante mozambiqueño, por razones de
xenofobia; el Tribunal encargado del juzgamiento justificó lo elevado de la pena por tratarse de
una conducta que amenazaba la seguridad interna de la República Federal.

Es importante tener en cuenta que los fines nobles que se suelen atribuir al delito político no son
un elemento de su descripción típica y por tanto no deben ser utilizados para determinar si una
conducta se acomoda o no a la descripción típica de los delitos de rebelión o sedición. Quienes
mediante el uso de las armas realicen acciones encaminadas a deponer el Gobierno para
sustituirlo por otro que defiende el comercio ilícito de estupefacientes, propugna por implantar el
delito de opinión, defiende la tortura como mecanismo para obtener la confesión y apoya la
implantación de la pena de muerte, siguen siendo autores de un delito de rebelión, aun cuando las
finalidades que buscan con la toma del poder no puedan ser consideradas como altruistas (13) .
Por eso las referencias que históricamente se han hecho , o para sostener la posibilidad de que sus
autores puedan ser beneficiados con amnistías o indultos. No es entonces correcto negar la
tipicidad de los delitos de rebelión o sedición, con el argumento de que quienes han desarrollado
las conductas descritas en esos tipos penales lo hicieron careciendo de una motivación altruista,
porque esta no es una circunstancia que forme parte de la descripción de ninguno de esos dos
delitos. Si se tiene el convencimiento de que los grupos rebeldes que pretenden sustituir o
perturbar el régimen constitucional o legal vigente actúan sin motivaciones altruistas, lo que
corresponde al legislador es propugnar por el aumento de las penas previstas para esos delitos, y
limitar, condicionar o eliminar la posibilidad de que sus autores puedan ser beneficiados con
indultos o amnistías.

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