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Departamento de sociología

Clase: Nación y nacionalismo en Colombia


Profesora: Olga Restrepo Forero
Presentado por: Juan David Contreras López

Sobre la concepción de la cultural nacional y el papel de sistema educativo

En los marcos de la vida cotidiana, son muchos los elementos que tendemos a pasar por alto,
ya sea porque están alejados de nuestros intereses, por su carácter repetitivo o rutinario que
los recubren de cierta invisibilidad, o el carácter natural que se les atribuyen y que por dicha
razón no genera en nosotros mayor inquietud. Aquellos elementos “naturales”,
fantasmagóricos del mundo cultural del sentido común, son los que mantienen vigente el
dicho popular de que ​el sentido común es el menos común de todos los sentidos​. La nación, al
igual que nuestra nacionalidad, son elementos característicos de dicha índole, tan habituales
en la época contemporánea como lo son la ciudadanía, los derechos humanos o el calendario.
Por su parte, el nacionalismo suele estar relacionado por los medios de masas y por la
mayoría de nosotras y nosotros con sentimientos exacerbados, en ocasiones violentos, de
movimientos políticos con intenciones independentistas, como actualmente se refleja en la
prensa española a través del nacionalismo catalán.
No obstante, por más natural e internalizados que estén los imaginarios de nación y de
nacionalidad en la actualidad, o el nacionalismo con su aparente carácter excepcional, la
distancia que hay entre ellos y la esencia de la vida en sociedad es considerable. De allí que
los esfuerzos que se intentan plasmar en este trabajo busquen, por un lado, exponer y
problematizar dichos conceptos como artefactos culturales a través de teóricos como
Anderson, al igual que el carácter liminar o ambivalente que consigo traen. Además,
entendiendo que la escuela es una de las instituciones de socialización insignias de la
modernidad, y que mantiene un papel central en la cotidianidad, me planteo cuestionar, en la
medida de lo posible, la relación del sistema educativo con la construcción y la reproducción
de la identidad nacional.
Ernest Renan es un historiador francés del siglo XIX, el impacto que tuvo su
conferencia pronunciada en 1882 y transcrita posteriormente como ​¿Qué es la nación?
(1957)​ ​en el desarrollo teórico y en el constante debate con relación a la “naturaleza” de la
nación es considerable, de allí que sea lógico empezar por la manera en la cual él concebía
aquel escurridizo fenómeno. Lejos de la creciente concepción de la época en relación con los
orígenes de la nación, Renan es uno de los primeros teóricos en situarlo como un proceso
histórico contingente, característico de la época moderna. Basada en un principio espiritual, la
nación deviene de una posesión común de un rico legado de recuerdos, de glorias y
sufrimientos que contribuyan en la construcción de deberes en relación al presente, el cual a
partir de la voluntad y el sentido de permanencia, busca a través de una especie de “plebiscito
de todos los días” continuar haciendo valer dicho legado en vistas a un futuro en común.
A diferencia de las concepciones tradicionales que encontraban el punto fundacional
de la nación en elementos como la raza, el lenguaje, la geografía o la religión, para Renan la
esencia de una nación consiste en que todos los individuos tengan muchas cosas en común, y
también que todos hayan olvidado muchas cosas, ​enfatizando de esta manera en que la
historia nacional es una construcción social, necesaria e indispensable para su propia
existencia.
Posteriormente, a partir de aquella concepción cultural y voluntarista si se quiere,
Benedict Anderson (1993) concibió a la nación como una comunidad política imaginada,
inherentemente limitada en relación a sus fronteras tanto culturales como territoriales, y
soberana, que representa y busca garantizar el emblema característico de la modernidad: la
libertad.
Aquella comunidad imaginada, encontraba sus bases en el anonimato y en una
concepción del tiempo vacía y homogénea, para que a través de diferentes recursos literarios
y representativos como las novelas, el periódico, y posteriormente la radio, las personas
esparcidas a lo largo y ancho del territorio pudieran pensarse simultáneamente como parte de
un todo. Concebirse y concebir a la nación como parte de un continuo histórico, que a su vez
la dota de un carácter natural, como aquel ​pasado inmemorial y futuro ilimitado ​que se
relaciona con la noción de comunidad, la cual trasciende de ese carácter temporal para
generar un sentimiento de calidez, de seguridad y voluntad mutua que hace de aquella noción,
generadora de un sentido de fraternidad y de pertenencia (Bauman,2003).

Más allá del desarrollo de la división social del trabajo característico de la sociedad
industrial, de las tecnologías de comunicación como lo fue la imprenta (posteriormente la
radio y el internet), la creciente alfabetización, una estandarización y homogeneización
cultural mediada por instituciones como la escuela moderna, la institucionalización y
generalización de las lenguas... en fin, de las diferentes bases que hacen posible imaginar y
naturalizar aquella comunidad moderna, secular y de tiempo transversal; para Anderson, los
imaginarios sociales de la nación, la nacionalidad y el nacionalismo, son artefactos culturales
que responden a los intereses particulares de un grupo social. De esta manera, los valores,
discursos, ideas, símbolos y emblemas que contribuyen en la construcción de dichos
imaginarios cambiarán para legitimar los intereses de una dinastía aristocrática en Occidente
a finales del siglo XVIII, de las élites criollas que lideraron el surgimiento de las diferentes
repúblicas americanas, o de una clase social y económica que apoya y contribuye en
consolidar aquellos imaginarios independentistas en Cataluña o en Escocia.
Con el proceso de globalización que caracteriza a las sociedades actuales, entendido
como una articulación mundial de las redes sociales de dependencia mediada por los avances
científicos y tecnológicos que a lo largo del pasado siglo lograron romper con las
concepciones tradicionales del tiempo y del espacio, podríamos plantear, siguiendo el
pensamiento de Bauman (1999-2003), que los artefactos culturales que se producen y
reproducen en relación a los estados-nación responden a una élite global, que basa su
posibilidad de extraterritorialidad a partir de la incapacidad tanto de movilidad como de
organización de una mayoría, estrechamente ligada a valores y concepciones modernas como
la ideología meritocrática que acentúan el individualismo (aunque sólo sea posible como
condición), y los hitos nacionales que impregnados de emocionalidad y de sentido de
pertenencia con el territorio, la lengua y demás (sus conflictos), ejercen una presión
influyente sobre el sujeto para que se le dificulte concebirse fuera de aquella comunidad
nacional, aunque cada vez tenga más de imaginada. Así, podemos encontrar dentro de los
dichos populares, que las personas ante las problemáticas derivadas de la acuciante
desigualdad estructural del orden social respondan que “​sí algo nos hace colombianos es la
berraquera”, entendiendo berraquera como aquella posibilidad de afrontar y superar
problemas de diversa índole.
Para que la existencia y permanencia de aquella desigualdad estructural reflejada a través de
la élite global y el resto de “sujetos” que componen los diversos estados nacionales, el
discurso que acompaña a la contradictoria organización social moderna, que por un lado es
emancipadora, como bien lo reflejan sus valores de libertad, y por el otro coercitiva,
representada en los colegios y las fábricas, debe ser en gran medida, ambivalente. Por eso,
teóricos posmodernistas argumentan sobre la progresiva disolución de los imaginarios
nacionales mientras otras y otros un poco más audaces, como Billing (1998), articulan a la
contemporaneidad conceptos como el nacionalismo banal, que buscan evidenciar cómo
diferentes prácticas y representaciones rutinarias pueden reproducir los imaginarios de los
estados-nación de manera sutil, sin necesidad de la misma imaginación, para que sean tan
naturales que pasen desapercibidos, como las banderas nacionales puestas en los edificios
públicos o el himno nacional, que diariamente suena a las seis de la mañana y de la tarde.
De esta manera confluyen o cohabitan en un mismo espacio-temporal concepciones
ambivalentes de comunidad. Las cuales, a diferencia de lo que pensaba Bauman (2003),
pueden ser muchas veces transversales a la sociedad nacional. El soporte moral y la seguridad
social que viene de las comunidades estéticas y efímeras relacionadas con grupos musicales y
personajes famosos puede “unir” a personas de diversas condiciones económicas a través de
plataformas y redes sociales virtuales como Instagram o Facebook. Cabría preguntarse ¿los
grupos y las personas con las cuales se sienten identificadas e identificados cambia a partir de
su condición económica y social? Por otro lado, aquella transversalidad podría quedar mejor
expresada a partir de la reunión periódica con el televisor para ver jugar a la selección
nacional. Independientemente de si es en un televisor pequeño, viejo, gigante, led o de
cincuenta y seis pulgadas, miles de personas en todo el territorio nacional se ponen en
sintonía para ver los partidos de “la tricolor”. Para sentir por noventa minutos el calor
fraternal de la comunidad, o en términos de Durkheim (1982), la efervescencia social.
La nación, la nacionalidad y el nacionalismo no representan una excepción a la regla.
Como bien lo conceptualizó Bhabha (2006 y en Fernández, 2000), constituyen un sistema de
significación cultural que representa aquella ambivalencia espacio-temporal característica de
la modernidad. Así, es posible entender cómo la narración nacional no sólo deviene de una
tradición histórica, estrechamente relacionada con la academia y el sistema educativo, sino
que a su vez, necesita reproducirse cotidiana y performativamente, en un sentido algo
parecido al plebiscito de todos los días que plantea Renan, pero expresado con mayor fuerza a
través de los hábitos y de la cotidianidad. Así, “la nación pasa de ser un símbolo de la
modernidad para volverse el síntoma de una etnografía de lo contemporáneo dentro de la
cultura moderna”(Bhabha, 2006).
En este sentido, las fronteras tanto geográficas como culturales que en algún momento
se creyeron tan sólidas, se relativizan y dan pie a que surjan en medio de aquellas tensiones
políticas y culturales, comunidades “in between”, las cuales contribuyen a problematizar y
cuestionar los discursos culturales hegemónicos por medio de narraciones alternativas, que
polemizan la forma en la cual se representó el pasado común, la historia y desarrollo de la
nación, al igual que el papel de los diferentes sectores y grupos sociales que participaron o
fueron excluidos de dicho proceso. Renán Vega o el mismo Alfredo Molano1, son teóricos e
investigadores que buscaron narrar desde otra perspectiva, en ambos casos popular, lo que ha
sido la historia del conflicto armado colombiano.
Distanciandose de la concepción de Anderson referente a la nación como artefacto
cultural, o de Smith (En Fernández, 2000) como una pieza de ingeniería social ensamblado
con una variedad de fuentes culturales, lo nacional queda inmerso en gran medida, desde una
perspectiva poscolonial y posmodernista, en un entramado narrativo lleno de ambivalencias,
tensiones, conflictos, disputas, pedagogía y actos performativos que constituyen la cultura
nacional. Dando voz, y por tanto posibilidad a que las comunidades subalternas puedan
cambiar la narrativa imperante sobre la nación “desde abajo”.

Por otra parte, tanto la sociedad industrial como el estado nacional necesita, desde la
perspectiva de diferentes teóricos como Gellner (1988), de un sistema educativo desarrollado
y centralizado, que contribuya en la homogeneización cultural, la alfabetización generalizada
y el desarrollo de un lenguaje escrito estandarizado que le permita a los sujetos adaptarse al
cambiante mundo moderno del constante crecimiento y la innovación, además de contribuir
en el imaginario de la entropía social, tan necesario para mantener el orden social vigente
como los demás imaginarios nacionales. La entropía ha de entenderse precisamente como
aquella capacidad de agencia intrínseca a todas las personas pertenecientes a la nación, es
decir, una movilidad social que deviene de los imaginarios de libertad e igualdad, sobre los
cuales se consolidó el sistema educativo gratuito, laico y obligatorio durante la Tercera
República en Francia a finales del siglo XIX, y que posteriormente alcanzaría escalas
internacionales.
En el caso latinoamericano, el sistema educativo surgió como un instrumento de las
élites criollas para homogeneizar y aculturar a las comunidades indígenas y afroamericanas a
través de valores e imaginarios en nombre de la modernidad y el progreso, los cuales en
realidad ocultaban una política racista que acompañada con la noción “cientificista” y
académica del mestizaje nacional buscaba subyugar las diferentes culturas a un régimen
cultural eurocéntrico (Loango, 2016) . De esta manera, en Colombia se pudo observar tras la
guerra civil de 1870 relacionada con el sistema educativo, como la iglesia católica, que

1
Véase Vega, R 2002 y Molando, A 1989
gracias al concordato obtenido durante la hegemonía conservadora, tuvo la tarea
evangelizadora no sólo de convertir moralmente aquellos pueblos “incivilizados”, sino
también de hacer de quienes habitaban estos pueblos, personas aptas para la vida en nación.
Consolidando un discurso sobre la otredad, en este caso indígena y afroamericana, sobre el
cual debía descansar la unión de la identidad nacional. La ambivalencia se refleja(ba) por un
lado en un discurso políticamente anticolonial, por el otro, en un discurso cultural claramente
colonial (Fernández,2000). Académicos y personajes públicos de diversa índole como
Salvador Camacho Roldán (Restrepo, 2013) o Luis López de Mesa contribuyeron en la
consolidación a través del discurso del mestizaje y la identidad nacional, el cual fue
hegemónico hasta entrado el siglo XX, de una unidad nacional que no solamente
invisibilizaba, sino que excluía y estigmatiza aquellos grupos culturales subalternos.
Al ser el sistema educativo una de las principales instituciones de socialización en la
modernidad, su importancia no radica únicamente en su contribución a la construcción de la
identidad nacional, sino que, atendiendo a lo planteado a lo largo del trabajo, ha de poseer un
papel sustancial en la reproducción cotidiana, performativa y banal de la cultura nacional. En
este sentido, los libros de historia que han sido y que son imperantes en la escuela
colombiana son vitales para entender la manera con la cual se empieza a construir aquella
narración histórica, que, ligada con la contemporaneidad, puede contribuir en perpetuar
imaginarios racistas y ficticios que buscan reproducir una visión “unitaria” del pasado.
Por más que diferentes figuras del espectáculo como jugadores de fútbol, cantantes, actrices,
etc, ocupen cada vez más la atención de la juventud colombiana, y aunque actualmente el
internet y la televisión compitan y pongan en tela de juicio la legitimidad del sistema
educativo y sus diferentes instrumentos disciplinares, lo héroes de aquel pasado nacional que
aparecen en la mayoría de los libros escolares, ocupan los lugares de la memoria2 de la
mayoría de los pueblos y ciudades. Desapercibidos y naturalizados, aquellos polémicos
héroes hacen parte de la cotidianidad de la nación colombiana. Valdría la pena preguntarse,
más allá de la concepción academicista de Bhabha, sobre diferentes maneras de construir y
reproducir diferentes narraciones que resignifiquen, y por tanto pluralicen aquella visión de lo
nacional, y que a su vez contribuyan en hacer de las “plazas de Bolívar”, algo más,
relacionado con aquella cultura nacional diversa y en constante tensión.

2
Sobre este concepto véase Gomez,T 2004.
​Referencias bibliográficas:
● Anderson, Benedict. (1993) Comunidades imaginadas; reflexiones sobre el origen y la
difusión del nacionalismo. 1a ed. en espańol de la 2a en inglés. México: Fondo de
Cultura Económica
● Bauman, Zygmunt. (1999) La globalización; consecuencias humanas. México etc:
Fondo de Cultura Económica.
● Bauman, Zygmunt. (2003) Comunidad; en busca de seguridad en un mundo hostil.
Madrid: Siglo Veintiuno de Espańa Editores.
● Bhabha, H. (2000). Narrando la nación. La invención de la nación. Lecturas de la
identidad de Herder a Homi Bhabha, 211-219.
● Bhabha, H. (2006). Diseminación. El tiempo, el relato y los márgenes de la nación
moderna. Naciones literarias, 69-112.
● Billig, M., & Núñez, R. (1998). El nacionalismo banal y la reproducción de la
identidad nacional. Revista Mexicana de Sociología, 37-57.
● Durkheim, E. (1982). Las formas elementales de la vida religiosa (Vol. 38). Ediciones
Akal.
● Gellner, Ernest. (1988) Naciones y nacionalismo. Madrid: Alianza Editorial.
● Fernández Bravo, Á. (2000). La invención de la nación: lecturas de la identidad de
Herder a Homi Bhabha.
● Renan, Ernest. (1957) ¿Qué es una nación? Madrid: Instituto de estudios políticos
● Restrepo Forero, Olga. (2013) “Trópicos, mestizaje y aclimatación: ‘leyes naturales y
hechos científicos’ en el discurso darwinista colombiano”. En: Rosaura Ruiz, Miguel
Ángel Puig-Samper y Graciela Zamudio (eds.) Darwinismo, biología y sociedad.
Madrid: UNAM-Ediciones Doce Calles, pp. 377-398. ISBN 978-84-9744-153-7.
● Smith, A. (2000). ¿ Gastronomía o geología? El rol del nacionalismo en la
reconstrucción de las naciones. ​La invención de la nación,​ 185-209.
● Loango, A. O. (2016). La nación, la escuela y “los otros”: reflexiones sobre la historia
de la educación en Argentina y Colombia en el imaginario civilizatorio moderno.
Nodos y nudos, 5(41), 35-46.

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