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La política filosófica: intuición lyotardiana

“Life can only be led where political action is artistic in its sensibility” (Williams, 2000, p. 3)
[La vida solo puede ser llevada donde la acción política es artística en su sensibilidad]. De
esta afirmación podemos extraer por lo menos tres consideraciones: que la vida demanda
motivaciones o fuerzas que la jalonen -y la acción política es una de ellas-; esta fuerza que
contribuye radicalmente a forjar sentido es de carácter político no porque proponga o le
defina a la vida alguna causa histórica determinada o alguna forma de organización social
específica sino porque la torna resistencia, la mueve a la lucha contra “la imposición de un
campo común que no existe”; esta promesa unificadora tiene todo que ver con la manera
como se concibe y se presenta la justicia, pues ella se institucionaliza mediante discursos
que hacen creer que ella reune las partes en conflicto, que ella resuelve la tensión entre
partes enfrentadas; esta postura que goza de claridad racional y de lógica suficiente pasa
por alto “sentimientos que indican que una diferencia es
intransitable/infranqueable”(p.4). A esta altura, lo político adquiere un matiz sumamente
peculiar: se imbrica con lo artístico rompiendo con los criterios imperantes que lo
encerraban en la comprensión desde lo institucional, desde la condensación en formas
históricas.
¿Qué dice Lyotard acerca de la diferencia?

En su obra La Diferencia el autor se refiere a este problema como “un caso de conflicto
entre (por lo menos) dos partes que no puede zanjarse equitativamente por faltar una
regla de juicio aplicable a las argumentaciones”(Lyotard, 1996, p. 9).
La referencia al conflicto y a su dificultad de resolución demanda tomar la diferencia como
algo dramático pues afecta directamente:
1. a los que están implicados en la confrontación porque no encuentran una solución
equitativa para la disputa. De acuerdo a la argumentación lyotardiana, gran parte
del problema radica en que en la disputa sucitada entre los interlocutores se pasa
por alto una cuestión primordial: “cómo lograr el establecimiento de la realidad del
referente”(p.37).
2. a quien tiene la responsabilidad de plantear una solución, (el juez en el plano
jurídico), porque o bien toma en cuenta la argumentaciones de una de las partes en
conflicto como legítima y desestima las demás o bien aplica una regla de juicio sobre
todas las partes en conflicto procediendo como si todas las proposiciones
respondieran a un mismo género de discurso;
3. a quienes en el plano del conocimiento se arriesgan a pensar el problema; ellos
deben considerar seriamente la hipótesis de que no hay una regla universal de juicio
que pueda mediar entre géneros heterogéneos de discurso y, en tal caso, es
necesario explorar alternativas.

La postura lyotardiana pone de presente la enorme dificultad que representa la diferencia


pues entraña un conflicto para el cual no hay de entrada una regla eficaz que lo dirima
equitativamente. Y a esta carencia -la de un recurso eficaz para resolver la tensión- se suma
una situación dramática que Lyotard denomina ‘sinrazón’ y que tiene que ver con “un daño
acompañado por la pérdida de los medios de presentar la prueba del daño” (p. 17); en tal
caso, la víctima queda privada del derecho de testimoniar el daño; es decir, choca con la
imposibilidad de poner en conocimiento la sinrazón que ha sufrido porque no puede apelar
ni a unos testigos, ni a un juez, ni siquiera a su propio testimonio. Si la víctima intenta probar
la existencia del daño sufrido apoyándose en alguno de estos medios, todo deriva en una
‘querella’; y este camino es el menos indicado porque, a juicio de Lyotard, procede de
acuerdo al idioma de la contraparte; es decir, una tercera instancia, la figura mediadora del
juez, le exige a la víctima probar que el victimario le ha ocasionado un daño; la exigencia de
la prueba se ordena al reconocimiento, la validación y la vercidad, aspectos todos
determinados por el juez según los criterios del lenguaje magistral que él toma en cuenta
y a los que ordena todo el proceso; la víctima tiene que dar cuenta de todos esos requisitos
para que la instancia mediadora -el juez- se convenza de que en realidad existió el referente
(el daño) y, en consecuencia, poder condenar a la contraparte a aceptar su responsabilidad
venciendo su conciencia obligándola a pagar una pena que todas maneras no resuelve el
enorme obstáculo de la diferencia, activada en razón de un daño que la víctima no puede
probar.
Al alcanzar este plano de la reflexión hemos de reconocer que antes que aclarar algo, la
diferencia se oscurece aún más en razón a la dificultad tan abrumadora que se cierne sobre
la víctima; ¡ella no puede probar nada! Sin embargo, para Lyotard, en esa situación
dramática de la carencia, del no tener posibilidad inmediata de presentar la sinrazón que
ha sufrido se anuncia la condición de víctima.
Pero la condición de víctima por sí misma no logra desempantanar la situación de crueldad
o de horror al que un hombre o un pueblo es sometido por otro. En este drama de carencia,
de enorme dificultad para expresar el daño sufrido, cobra sentido y razón de ser la filosofía
y en concreto el compromiso del filósofo. El filosofar, entendido como el empeño de “salvar
el honor de pensar” (p. 11) es la apuesta lyotardiana; es una apuesta filosófica pero al
mismo tiempo es una apuesta política dado que se trata de erigir la política política
filosófica. Este ejercicio no es un acto institucional porque es algo diferente a lo que
promueven los intelectuales y a lo que realizan los autodenominados políticos; es un
enfrentamiento permanente contra dos amenazas que se ciernen sobre el filosofar y que
tradicionalmente se han estructurado en dos géneros discursivos: el género discursivo
económico y el género discursivo académico. El primero amenaza al filosofar porque lo
condiciona desde la lógica imperante del “ganar tiempo”, desde los criterios de la eficiencia,
del rendimiento y del progreso buscando acallar así lo más propio del filosofar: una
“reflexión que hace perder el tiempo, que no sirve para nada” (p. 14). El segundo amenaza
el filosofar porque lo condiciona desde la lógica del saber que se respalda en lógica que
supone que “el hombre se sirve del lenguaje como instrumento de comunicación” para
expresar lo que sabe del mundo y lo que sabe de su propia existencia; esta lógica opera
sobre el supuesto de que el hombre mediante el intrumento del lenguaje accede al
conocimiento y al control del mundo y de su propia existencia; supone que todo se puede
presentar de manera diáfana en conceptos; sin embargo, el filosofar, la política filosófica,
muestra que “los hombres son requeridos por el lenguaje para que reconozcan que lo que
hay que expresar en proposiciones excede lo que ellos pueden expresar actualmente” (p.
26). Todo este ejercicio implica llevar a cabo un ‘giro del lenguaje’ porque no solo chocamos
con los obstáculos antes mecionados sino que los mismo discursos en los que se ha fundado
la autoridad del saber han estrado en crisis; los discursos que pregonaban progreso,
abundancia, liberación, etc., están bajo sospecha pues en la realidad no se perciben avances
en la concresión de tales promesas.
Amparado en estas intuiciones Lyotard refiere como uno de los cometidos vertebrales “dar
testimonio de la diferencia” (p. 11) examinando casos en los que se presenta este problema
y rastreando reglas en los géneros heterogéneos de discurso que, al ignorarlas, se equiparan
como si fueran sinónimos o equivalentes,
En este orden de ideas introducimos una pregunta ¿de qué manera procede el filosofar
según la argumentación lyotardiana?

 Asumiendo que filosofar es sobre todo pensar en y sobre la dispersión en procura


de criterios rigurosos que sirvan para confrontar e interrogar las doctrinas
universalistas que creen poder allanar las diferencias.
 Y una forma concreta de hacerlo es “examinar casos de diferencias buscando en su
entraña reglas de los géneros de discursos heterogéneos que las ocasionan” (p.12).
 Se trata en últimas de poner al alcance del lector únicamente ‘el pensamiento’,
hacerlo comunicable; a la manera de lo que ejecutó Kant en la tercera crítica y en
los textos histórico-políticos y lo que vislumbró Wittgenstein en Investigaciones
filosóficas.

La primera expresión en la que se anuncia la diferencia es el silencio, entendido como


“recurso que le queda al sobreviviente” (p. 23). En principio, quien ha padecido un daño,
calla no porque no tenga nada qué decir o porque no tenga derecho a hablar sino porque
encuentra que “no hablar forma parte de la capacidad de hablar” (p. 23). A esta proposición
primigenia que es el silencio, “sustitutivo de proposciones porque está en lugar de
proposiciones” que todavía no se saben porque no están claras, debe seguirle “la
experimentación de proposiciones posibles movidas sobre todo por el ‘sentimiento’ que
hace sentir que uno no encuentra todavía las palabras adecuadas” (p. 26) para referir el
daño. A lo largo de todo este percurso agónico es fundamental convenir que aunque “la
persona lesada no pueda atestiguar el daño, no por ello deja de ser víctima” (p. 22).

Además, Lyotard ante lo difícil de la diferencia, problematiza el conflicto en procura de


elementos claves que posibiliten explicar porqué la tensión deriva en diferencia y qué
caminos se han de recorrer para no confundirla con un litigio. En concordancia con este
propósito el autor pone en marcha un proceso metodológico que parte de una
consideración básica: “la proposición1 es indudable”(p.9) porque continuamente
formulamos proposiciones, incluso cuando decidimos permanecer en silencio.
¿Qué entiende Lyotard por proposición y por qué la asume como elemento imprescindible
en la investigación sobre la diferencia?.

 las proposiciones se constituyen de conformidad con un grupo de reglas que definen


su régimen (“rasgo que incide en la configuración de una proposición diferente a
otra” p.10 ).

1
En filosofía se entiende por proposición el acto mental por el cual se expresa un juicio en el que se afirma o
niega la correspondencia entre un sujeto y un predicado dados. La proposición se expresa mediante una
oración o frase, pero no debe confundirse con ella, ya que la proposición se refiere al juicio que se emite, y
no a la expresión gramatical que se utiliza para expresarlo. Así, las frases "hoy es martes" y "hoy es el día
siguiente al lunes", expresan el mismo juicio, aunque con dos frases u oraciones gramaticales diferentes.
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