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Charla Cecual – 2013

(Guillermo A. Vega)

Política y Espacio Público

El espacio público es concebido de múltiples maneras, dependiendo los intereses que se encuentran en juego. Por un lado, representa
el lugar donde la política puede ser ejercida por el pueblo a través de modos diversos, esto es, reuniones, deliberaciones, expresiones
de resistencia e incluso rebelión. Por otro, puede ser un lugar de ocio, esparcimiento, circulación de cosas y afectos, e incluso de
formación, en muchos casos permeado por el mercado y la permanente incitación al consumo. Pensar el espacio público para
determinar su vitalidad y funcionalidad contemporáneas implica partir del hecho de su producción social; el espacio público es un
producto social, confeccionado en función del modo que se encuentran entretejidas las relaciones sociales en nuestras sociedades.
Asimismo, resulta menester en su tratamiento no desatender el trasfondo urbano sobre el que el se inserta. La ciudad se traza en
paralelo a las formas y funciones de los espacios públicos y estos resultan ser enclaves fundamentales en las empresas de diseño y
rediseño urbanísticos, así como en los proyectos de gobierno político y económico de la sociedad.
Para esta ocasión, y con el objetivo de abrir un “espacio público” de reflexión sobre el espacio público, se formula una propuesta de
intercambio y diálogo entre la arquitectura y la filosofía política. Lejos de desentrañar sentidos ocultos o iluminar las conciencias de
los ocasionales asistentes se espera, en cambio, articular una serie de preguntas que motiven una reflexión colectiva sobre la temática
propuesta y sus diversas aristas.

Actualmente, por “espacio público” comprendemos muchas cosas. Sin embargo, y como ejercicio
de síntesis apretada y arbitraria, podríamos decir que bajo esta noción hacemos alusión a un lugar o
conjunto de lugares identificables geográficamente -esto es, plazas, paseos, calles, centros
comerciales, instituciones- que reúnen características específicas, como ser permitir o favorecer la
circulación de personas y cosas. Asimismo, los espacios públicos son objetos de disputa pública, de
apropiación sectorial y operativización en vistas a diferentes objetivos, sean económicos, sociales o
políticos. De esta presentación esquemática y un poco vaga de lo que es un espacio público
podemos extraer algunas consecuencias simples que aspiran a perfilar problemas un poco más
elaborados.

1.- Una de las primeras cuestiones que conviene subrayar es que el espacio público tiene su lugar o
su ubicación en la ciudad, por lo cual los problemas construidos en torno de esta noción deben ser
pensados en correlación con los modos de pensar y concebir la ciudad contemporánea. Esto parece
una obviedad, y lo es. A pesar de ello, y vinculada con algunos elementos que mencionaré más
adelante, resulta una “obviedad significativa”.

2.- La segunda conclusión que se puede extraer de la esquemática definición propuesta consiste en
señalar que al ser un lugar de circulación, de tránsito o bien de apropiación simbólica, el espacio
público se articula alrededor de una dialéctica que tensiona la política y el mercado en torno del
control social, la construcción de ciudadanía, la improductividad y la mercantilización.

Ampliemos un poco más este último punto. Recordemos que para ciertas concepciones políticas, el
espacio público es un lugar de construcción de ciudadanía. “En lo ideal es un espacio… donde la
ciudadanía puede ser practicada plenamente, esto es, un espacio político con el potencial de cambiar

1
la sociedad”.1 Quizá podamos encontrar los fundamentos históricos de estas ideas en el ágora
ateniense matizada, es claro, con una importante cuota de moderna y republicana virtud de
participación política. La ocupación del espacio geográfico, localizado, simbólico, expresa el
sentido de compromiso ciudadano, de expresión del poder cívico frente a los poderes arbitrarios del
Estado. El gesto político de la participación en el espacio público es la deliberación y la
interpelación al poder con la sola presencia y ocupación del mismo. Sin embargo, esta virtud
política representa, simultáneamente, un riesgo para los poderes de turno, especialmente cuando se
transforma en la apropiación del espacio bajo la modalidad de la revuelta o la rebelión ciudadana.
Un ejemplo claro de ello es la Plaza de Mayo en diciembre de 2001, así como las calles y avenidas
aledañas, colmadas de barricadas y refuncionalizadas para el enfrentamiento directo con la policía.
Las calles y las plazas son los lugares que definen la revuelta urbana, por ello, son también objeto
de preocupación y diseño para el poder político.

Pero a pesar de la nobleza que la política le confiere al espacio público, sea desde la perspectiva de
un lugar de deliberación y participación ciudadana como la expresión del descontento popular y la
revuelta, también otras prácticas se emplazan, colonizan y definen estas geografías urbanas. Es el
caso del mercado, que hace del espacio público el lugar privilegiado del intercambio y, por ende, el
objetivo más seductor en cuanto a las posibilidades de visibilización de mercancías y consecuente
consumo. El mercado define los espacios públicos puesto que condiciona, muchas veces, el tránsito
y el sentido de la circulación de la población por los mismos. También acompaña, sigiloso, la
improductividad de aquellos lugares pensados para la recreación y la distensión ociosa, como son
algunas plazas y parques. Transformar el ocio improductivo y la elección de un modo de vida
menos ajustado a la velocidad crónica de las grandes ciudades en objetos de consumo masivo no
representa hoy en día los sueños utópicos de los empresarios del mundo, sino un drama que, lejos
de ser ficcional, constituye nuestra más cotidiana realidad. Decía Foucault que los sueños del
capitalismo, a diferencia de los del socialismo, tienen, generalmente, el mal tino de transformarse en
realidad. Dirían algunos geógrafos, como el inglés David Harvey, que los sueños del capitalismo
tienen el mal gusto de “espacializarse”. Por lo visto, pareciera que las utopías sólo son realizables
para el capitalismo, aunque quizá lo más adecuado sea señalar que las utopías son propias del
capitalismo; esto, claro, si las comprendemos en el más etimológico de los sentidos, es decir, como
“no-lugares”, espacios de indistinción absoluta, de plena circulación, de elocuente anonimato (el
supermercado, las terminales del transporte, los hoteles de paso, etc.). Para algunos antropólogos, la
utopía (no-lugar) sería la lógica de espacialización del capitalismo, pero ¿es acaso esta informidad,
propia de los flujos sociales, lo que caracterizaría los espacios públicos contemporáneos?
1
Valença, Marcio (2013). “Justicia social y la utopía dialéctica”, en Revista de geografia e ordenamento do territorio, p.
234.

2
Esta sencilla esquematización del espacio público y el breve seguimiento de algunas consecuencias
propias del modo actual de pensarlo permiten ampliar la primera definición ensayada y quizá
enriquecerla un poco más. De acuerdo con lo que venimos diciendo, podríamos afirmar que el
espacio público es, como primera medida, un producto de la interacción social. Se construye bajo
diferentes formas materiales, en distintos emplazamientos urbanos y cobra usos y modos de
ocupación y apropiación diferenciados en función de los modos en que los individuos se
interrelacionan entre sí. No existe “un” público para el espacio público, existen varios, y todos con
ideas diferentes acerca de lo que debe ser este tipo de espacio. Si seguimos al pensador francés
Henri Lefebvre, tendríamos que reparar en los modos en que se establecen las relaciones sociales
que caracterizan las ciudades actuales para pensar la constitución de los espacios públicos. De
acuerdo con una visión de la cual Lefebvre es partidario -marxismo-, las relaciones sociales
contemporáneas se caracterizan por la explotación sistemática de amplios sectores sociales en
beneficio de pocos. El espacio público constituiría, en principio, una expresión de dichas relaciones,
sería un producto del sostenido empobrecimiento de algunas vidas a costa del mejor pasar de otras.
Pero no es quizá este el aporte más sustantivo de Lefebvre, sino que del mismo postulado de la
producción social del espacio, el pensador francés infiere el carácter instrumental que el mismo
tiene en lo que hace a la reproducción de las relaciones sociales contemporáneas. Dice Lefebvre:
“es el espacio y por el espacio donde se produce la reproducción de las relaciones de producción
capitalista. El espacio deviene cada vez más un espacio instrumental”. 2 El espacio se produce
socialmente, pero su institución reproduce las relaciones sociales capitalistas en la que se encuentra
subsumido. Dicha reproducción no es una operación maquínica, matemática, absolutamente eficaz.
La reproducción de nuestra sociedad, a partir de la producción de espacios, es conflictiva, porque
los espacios mismos, instrumentos clave de la reproducción, son lugares articulados alrededor de
profundas contradicciones. Lefrebvre señala algunas. Afirma que la totalización y el fragmento
caracterizan al espacio público contemporáneo. Se refiere con ello al uso común y al uso privado
del espacio. Incluso el uso común que en ocasiones contribuye a elevar la renta privada, sobre todo
cuando se trata del mercado inmobiliario y la valorización del valor de los inmuebles o terrenos que
se encuentran en proximidades de espacios públicos socialmente significativos. Esta tensión
primaria entre la fragmentación -privatización y mercantilización- de la totalidad, del espacio
común, se articula con una segunda contradicción, la que para Lefebvre se manifiesta entre la
racionalidad y el caos en la producción de los espacios públicos. Frutos de la planificación urbana,
algunos guardan un vínculo estrecho con los programas y proyectos sociales que aspiran a refundar
permanentemente la sociedad, creando las condiciones geográficas del emplazamiento

2
Lefebvre, Henri. La producción del espacio, “Papers. Revista de sociología”, 1974, Nº 3, p. 223.

3
circunstancial de sus miembros, de acuerdo con las características de la que se quiera revestir la
existencia. Así, las formas de vida saludables merecen parques y paseos debidamente
acondicionados para la práctica de ejercicios aeróbicos o tan sólo para la caminata al aire libre.
Como contrapartida, el caos se traduce en la colonización de edificios o lugares abandonados y el
trabajo de resignificación militante que, al volverlos a la vida urbana, transforma el sentido y la
función originaria en clave de nuevos deseos y sentidos. Estos espacios, frutos del caos de la
apropiación espontánea, resuman en las ciudades con la apariencia generalizada de centros
culturales, espacios de experimentación artística, lugares reformulados para ser habitados por lo
público.

Las contradicciones mencionadas vuelven al espacio un instrumento incierto en la reproducción de


las relaciones capitalistas de producción. Herramienta fundamental, según Lefebvre, para dar
continuidad al esquema productivo, pero, al mismo tiempo -y justamente por ello-, fuente de
disputas, lugar de tensiones, de entrecruzamientos de intereses, de altos niveles de volatilidad. Esta
“indocilidad” del espacio público obliga al poder político y a los proyectos privados de inversión
urbana a desplegar estrategias de disciplinamiento y de normalización para estos tipos de lugares y
acontecimientos. Podríamos decir que el espacio público es, en buena medida, un “espacio
policial”. Siguiendo al filósofo francés Jacques Rancière, lo policial es “…el conjunto de los
procesos mediante los cuales se efectúan las agregaciones y el consentimiento de las colectividades,
la organización de los poderes, la distribución de los lugares y funciones y los sistemas de
distribución de estas legitimación”.3 “La policía no es tanto un “disciplinamiento” de los cuerpos
como una regla de su aparecer, una configuración de las ocupaciones y las propiedades de los
espacios donde esas ocupaciones se distribuyen”.4 El espacio público pensado o capturado bajo el
estatuto de espacio policial, lugar de asignación de formas de sentir, estrategia de constitución de
modos de existencia, no representa una violación a o distorsión de una supuesta “naturaleza” del
espacio público, sino uno de los modos a través del cual este se emplaza, de acuerdo con lo que los
hombres pretenden hacer de él.
Para David Harvey el espacio policial de Rancière adquiere la forma de los flujos del capital o, al
menos, sigue el pulso de los procesos de acumulación y sobreacumulación capitalista. Comprender
el estatuto que determinados lugares adquieren en tanto espacios públicos en las urbes
contemporáneas exige pensar los procesos de expansión y reformas que viven las ciudades en
estrecho vínculo con las crisis capitalistas articuladas alrededor de la disminución de la tasa de
ganancia. Según Harvey, cuando una crisis de sobreacumulación genera capital ocioso y trabajo
ocioso, una de las alternativas más recurrentes a las que se echa mano resulta ser la inversión en
3
Ranciere, Jacques. El desacuerdo, 43.
4
Ibid., p. 45.

4
infraestructura, con el consiguiente impacto de reformulación urbana y espacial. Así, para decirlo de
manera simple, la ciudad crece y se reformula como consecuencia de las “mesetas” producidas en
los niveles de renta pretendidos para el capital. Si lo que se gana no es lo que se espera, entonces la
inversión se estanca y la economía se enfría. La salida segura en medio de estas crisis es, para
Harvey, la construcción urbana, lo cual impacta constantemente (puesto que las crisis de
sobreacumulación son cíclicas) en la disposición del espacio urbano. “La construcción y
reconstrucción de las ciudades debe situarse de pleno en este contexto de acumulación y
sobreacumulación”.5

Pero si el ritmo de las crisis del capitalismo rige las mutaciones de la ciudad y, consecuentemente,
del espacio público, por motivos de inversión directa (o falta de inversión), también los descalabros
económicos provocan expresiones y manifestación populares que, en otros términos, movilizan los
sentidos de los espacios e impulsan la colonización y la fundación de nuevos lugares de acceso
público. Estos procesos públicos o populares de constitución de nuevos lugares pueden ser leídos de
diferentes formas. Una interpretación próxima al desarrollo de Rancière indicaría para estos
acontecimientos la necesidad de su inscripción en lo genuinamente “político”, esto es, la actividad
“…que desplaza a un cuerpo del lugar que le estaba asignado o cambia el destino de un lugar; hace
ver lo que no tenía razón para ser visto, hace escuchar un discurso allí donde sólo el ruido tenía
lugar, hace escuchar como discurso lo que no era escuchado más que como ruido”. 6 Desde una
perspectiva próxima a la de Rancière, el espacio público debería redefinirse en los términos de un
espacio político, a pesar de que la politicidad resulte una irrupción muchas veces fugaz dentro de la
normalidad del espacio público o policial. “La política actúa sobre la policía. Lo hace en lugares y
con palabras que le son comunes, aún cuando dé una nueva representación a esos lugares y cambie
el estatuto de esas palabras”.7

Para Harvey, disputar los espacios al mercado es ejercer un “derecho a la ciudad”, es decir, un
“derecho a comandar plenamente el proceso urbano”, a disponer de poder de decisión con respecto
a la utilización de los espacios, a la constitución de espacios públicos y al control sobre la
funcionalidad de los mismos. Afirma Harvey: “un paso hacia la unificación de estas luchas es la
adopción del derecho a la ciudad tanto como el lema y el ideal político, precisamente porque se
centra en la cuestión de quién controla la conexión necesaria entre la urbanización, excedente de
producción y uso.”8 Harvey aboga por una ciudadanía activa y fiscalizadora en los procesos de

5
“Las grietas de la ciudad capitalista. Entrevista con David Harvey”. Revista geográfica de América Central, p. 114.
6
Ranciere, p. 45.
7
Ibid., p. 49.
8
Harvey, 2008. The right to the city.

5
constitución de los espacios y direccionalidad de los flujos financieros. Sin embargo, para Rancière
esta ciudadanía no sería más que un nuevo emplazamiento de la forma policial que caracteriza la
dimensión de lo público. “…la representación de la comunidad que identifica la ciudadanía como
propiedad de los individuos, definible en una relación de mayor o menor proximidad entre su lugar
y el poder público, es propia de la policía.” 9 Se trate de que los excluidos tengan alguna injerencia
en los procesos de urbanización, como piensa Harvey, desde un punto de vista donde la
planificación y la organización son centrales, o de que los espacios públicos sean casi
permanentemente policiales, excepto por aquellos chispazos de la política que los redefinen y
transforman, al modo de Rancière, lo cierto es que las formas de pensar, organizar y disputar el
espacio urbano y el espacio público en particular exigen ser pensadas aún más.
Quisiera cerrar mi parte destacando el interés que me despiertan dos espacios públicos. Uno de ellos
extinto en los meandros de la historia y el otro, por momentos en extinción y por momentos
plenamente revitalizado. Me refiero a los baños públicos romanos y a los espacios de reflexión. Los
primeros, fueron lugares de intercambio de cuerpos y placeres, de conciliábulos políticos y en
ocasiones de meras tragedias domésticas. Lo cierto es que además de pegarse un baño uno podía…
hacer varias cosas. Pocos lugares quizá hayan conjugado de manera tan estrecha el placer con la
política. Por otro lado, quería subrayar la importancia de los espacios de reflexión, como el que creo
que esta noche hemos construido todos juntos en este centro cultural. Lo que uno normalmente ve
por todos lados son espacios de oclusión del pensamiento. Los medios de comunicación en general
han sabido reproducir exponencialmente estas instancias de “no-lugares” para el pensamiento. La
mera circulación a lo largo de góndolas cargadas de noticias enmarañadas, todos los días, a toda
hora, nos vuelve fieles consumidores de un mercado de ideas que jamás hemos contribuido a
producir. Lejos de pensar que multiplicar los espacios públicos de reflexión sea una utopía, en el
sentido tradicional del término, creo que sería interesante continuar explorando y ensayando las
formas de su reproducción social.

9
Ranciere, p. 47.

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