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Delimitación conceptual
o Control de la angustia
o El factor sexual
o Autonomía/dependencia
El cuerpo desvestido
Histeria y anorexia/bulimia
Introducción
¿El trastorno anorexia/bulimia que alcanza carácter epidémico en la actualidad tiene las
mismas causas que aquellos casos que la psiquiatría viene documentando desde hace más de
un siglo y que la historia de la psiquiatría remonta al Corpus Hipocraticum?
¿Tratándose de un síndrome que admite causas variadas podemos, no obstante, delimitar una
especificidad de la estructura y dinámica del síntoma?
¿Existe alguna semejanza entre las "epidemias" de histeria del siglo pasado y las de
anorexia/bulimia de la actualidad?
Pensamos que las diversas propuestas que se han dado para la delimitación
conceptual del cuadro: enfermedad psicosomática (Deutsch, 1940; Blitzer, 1961; Sperling, en
Wilson, 1983; Strauss, 1987), trastorno del comportamiento alimentario (DSM-IV), patología
del peso o fobia al peso (Crisp, 1970; Kalucy, 1977; Hall, 1986), desregulación del balance
narcisista (Jeammet, 1991), se refieren a distintos niveles de análisis del cuadro:
2.- La patogenia: los procedimientos extremos a los que se recurre para la pérdida de peso
-vómitos autoprovocados, laxantes, diuréticos- que generan una dinámica de
autocentramiento, rituales y aislamiento.
3.- Los síntomas: la pérdida de peso, la alteración del juicio sobre la imagen corporal, la
desnutrición a la que conduce tal pérdida como responsables de la afectación corporal y del
riesgo de muerte.
De manera que si bien la nutrición se halla tan afectada, ésta es una consecuencia
directa, clara, de una férrea determinación psíquica que se mantiene durante gran parte del
transcurso del trastorno como factor determinante. Si el lavado compulsivo de manos de un
trastorno obsesivo-compulsivo genera una seria afectación dermatológica, o insomnio por la
ideación recurrente, estos síntomas físicos no justifican su concepción como dolencia
psicosomática.
Para aquellos que tienden a considerar al trastorno como de índole psicosomática estos
rasgos no son sino la expresión de un defecto constitucional en la capacidad de formular las
fantasías, cuadro denominado alexitimia por Sifneos y Nemiah (1967), que lo describieron en
pacientes que padeciendo enfermedades orgánicas presentan dificultades para expresar
emociones. Lo consideraron, en principio, un defecto de origen neurológico que ocasionaría
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Marty y col (1992) también utilizan esta idea como una pieza clave en su concepción sobre
las enfermedades psicosomáticas: fallas en la constitución del aparato psíquico, una debilidad
del preconsciente que al no proveer el enlace representacional impediría la tramitación del
afecto por vía psíquica. El registro de las sensaciones corporales se hallaría alterado por
condiciones que pueden variar entre: 1) un cuerpo excesivamente narcisizado por la madre
con una imposibilidad de reconocimiento de los límites corporales propios y ajenos, base de
frecuentes expresiones tales como: "me siento llena, atascada, invadida, ahogada"; 2) un
cuerpo deficientemente libidinizado, no semantizado que se expresa a través de frases como "
estoy vacía, no llego al fondo, no conozco mi límite".
Hilde Bruch fue la primera en llamar la atención sobre los defectos en la autopercepción y
autorregulación de las sensaciones de hambre en los tratornos de la alimentación, lo que en la
actualidad constituye una de las subescalas del Cuestionario de Trastornos de la
Alimentación (EDI, Garner, Olmstead y Polivy, 1983), denominada: "conciencia intraceptiva",
que evalúa el grado de confianza para reconocer e identificar con precisión las propias
emociones y las sensaciones de hambre y saciedad. En su artículo titulado Hunger and
Instinct (1969) Bruch se esforzó en demostrar que la autopercepción del hambre no es
completamente innata, que el infante debe experimentar repetida y constantemente una
secuencia de sucesos: la emisión de señales, su reconocimiento por parte del adulto, la
respuesta apropiada y la sensación de alivio final. Remarcaba que lo que no se halla
garantizado por el instinto es la regulación postnatal. Se adelantaba unas décadas a las
actuales propuestas sobre la importancia de las respuestas confirmadoras, reforzadoras o
inhibidoras, de los componentes innatos por parte de las figuras de apego para el desarrollo
adecuado de la autopercepción y autoefectividad.
aproximadamente el 25% del peso original. La restricción de la dieta produjo una serie de
cambios que reproducían los observados en las anorexias: hablaban sólo de la comida, perdían
gran parte del interés por otros asuntos y actividades, estaban inquietos e irritables y era muy
difícil mantener un diálogo con ellos. Al finalizar la experiencia, un elevado porcentaje demoró
entre 8 meses a un año en recobrar su vida normal y un 3% continuó con la restricción
alimentaria.
A su vez, aunque muchas pacientes con bulimia aparecen físicamente con buen estado de
salud pueden presentar correlatos psicológicos y físicos de la semihambruna, como estados
depresivos, irritabilidad y tendencias obsesivas.
De manera que gran parte de los síntomas psíquicos como -por ejemplo: la tendencia
obsesiva en torno a temas vinculados con la alimentación, los estados distímicos, la
irritabilidad, el aislamiento social y el vaciamiento mental- los tenemos que correlacionar muy
estrechamente con los efectos de un estado de gran desequilibrio metabólico que la mente
trata de regular. Es decir, que si bien el síntoma es por lo general ego-sintónico, y las pacientes
anoréxicas/bulímias son reacias al tratamiento y desean controlar la ingesta, los efectos del
cuerpo en riesgo despiertan los sistemas de alarma psíquicos como lo pone en evidencia la
experiencia de los varones que no tenían otra motivación para la privación de alimentos que
participar en un experimento humano.
El continuo de la anorexia/bulimia
Aunque se han adoptado criterios clínicos específicos para el diagnóstico de pacientes con
trastornos alimenticios (DSM-IV), los síntomas, frecuentemente, se presentan como un
continuo entre aquellos de la anorexia nervosa y los de la bulimia nervosa. Pacientes con
anorexia pueden alternar entre períodos restrictivos y bulímicos en diferentes etapas de su
evolución. Y entre el tipo bulímico de anorexia nervosa están las que se purgan o vomitan
después de un atracón y las que sólo vomitan o se purgan sin atracón. Preocupación por el
peso y una sobrevaloración de la silueta y la delgadez se presentan por igual en la anorexia, así
como en la bulimia, y la mayoría de las pacientes presentan una combinación de
comportamientos bulímicos y anoréxicos (Practice Guideline, Am J Psychiatry, 2000).
¿Qué observamos como diferencia, además del número, entre las anorexias/bulimias del
pasado y las actuales? Que las adolescentes que presentan una severa patología asociada son
las menos, que la mayoría de ellas padecen el síntoma en forma más o menos aislada y que es
sobre esta última población -ya sea las que figuran en alguna estadística por tratarse de
consultantes en clínicas u hospitales, o las que forman el grueso de las estadísticas ocultas de
las consultas privadas- sobre las que se basa la idea de una epidemia en tiempo presente de
anorexia/bulimia.
El caso de Ellen West referido por Binswanger en 1945 -uno de los casos psiquiátricos
descrito con más detalle y que más comentarios ha merecido. Se trataba de una anoréxica
purgativa, con evolución a la bulimia y síntomas de gran aparatosidad que terminó
suicidándose; fue diagnosticada como histeria por un primer analista, de simple melancolía por
Kraepelin, esquizofrenia simple por Bleuler y Binswanger, una constitución psicopática de
desarrollo progresivo por otro psiquiatra, y algo endógeno endocrino parecido a una psicósis
endógena por Zutt (Chinchilla, 1994; Ruiz Lázaro, 1999).
Si comparamos el caso de Ellen West con los datos aportados por un trabajo reciente de
Goldner y col. (1999), de evaluación dimensional de 136 casos -abarcando el abanico
completo de trastornos de la alimentación- que describen tres agrupamientos: 18.4% con altos
puntajes en rasgos psicopáticos, neuróticos e impulsivos, diagnosticados como trastornos
borderlines; 49.3% con algunos rasgos compulsivos y dificultades interpersonales; y 32.4% de
personalidades que no se diferencian de otras consideradas como normales por el grupo
control. Nos encontramos ante el hecho que en los casos actuales, ese 18.4% de patología
severa asociada mantendría la presencia del trastorno anoréxico/bulímico en una proporción
aproximada a cómo venía apareciendo hasta el presente. El resto tendría que ver con nuevos
factores que agregan aún más interrogantes a un trastorno que continúa catalogándose de
enigmático.
De manera que el imperativo de la delgadez puede ser considerado como el factor que
diferencia a las anoréxicas/bulímicas actuales de las del pasado, lo que conduce al
planteamiento sobre la diversidad de configuraciones motivacionales que pueden
desencadenar el síntoma
Ante los datos clínicos que muestran un espectro tan amplio de cuadros -neuróticos,
psicóticos y borderlines en los cuales la anorexia/bulimia puede estar presente- son muchos
los autores que consideran la anorexia/bulimia como un síndrome. Las diversas causas suelen
dividirse entre las de orden individual, familiar y culturales (Risen, 1982; Selvini Palazzoli,
1999). ¿Tratándose de un síndrome que admite causas variadas podemos, no obstante,
delimitar una especificidad de la estructura y de la dinámica del síntoma?
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1.- Formas de equilibración del balance narcisista por medio del patrón estético de belleza
actual
Claramente el inicio es a partir del comienzo de una dieta para perder peso. En estos
casos, que son la mayoría de los que se presentan en la actualidad, la motivación prevalente
es la ganancia narcisista que se espera obtener mejorando la silueta. El grueso de la literatura
actual explica la prevalencia de 10 a 1 de este trastorno en las mujeres a partir de la cultura de
la delgadez imperante (Garner y col., 1983)
Dificultades en la tramitación adolescente del vínculo de apego, ya sea por el sólo hecho
del cambio de situación vital, que correspondería a un tipo de crisis adolescente (Selvini
Palazzoli las incluye en una tipología de personalidad previa dependiente, 1999, p. 196), o por
cambios de residencia por motivo de estudio o trabajo. Estos casos suelen ser de buen
pronóstico, con cuadros clínicos parciales o incompletos, a los que se tiende a llamar
"reacciones anoréxicas" (O'Kearney, 1996).
Factores de cronicidad
Muchas pacientes sufren este cuadro en forma crónica por décadas con recurrentes
ingresos hospitalarios, lo que conduce a pensar en la existencia de importantes factores de
mantenimiento del trastorno tanto de orden biológico como psicológico. El cambio de los
patrones nutricionales persiste a pesar de la normalización de la ingesta como quedó
comprobado en los trabajos de Keys en 1950, y de Garfinkel y Kaplan en 1985. A su
vez, aunque la motivación inicial no haya sido narcisista, una vez instalado el cuadro
encuentra un soporte de mantenimiento en el formato que la cultura idealiza para la identidad
femenina actual: un cuerpo delgado con aspecto adolescente que aporta una fuerte ganancia
narcisista interpersonal. Por otra parte, el probarse la capacidad de alcanzar y mantener un
estado físico que la mayoría de las mujeres aspiran les otorga una autovaloración que sostiene
el balance intrapsíquico.
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Nos unimos al planteamiento que sostienen Jeammet y Brusset (1991) al considerar que
es posible aplicar en este caso el conocimiento adquirido para las adicciones: "Cualquier
estructura mental puede conducir a comportamientos adictivos (visibles o latentes) en ciertas
condiciones afectivas o relacionales" (p. 84). Podríamos parafrasear la afirmación sosteniendo
que cualquier estado afectivo o relacional puede conducir a una mujer o a un hombre que
haga de su apariencia física el soporte privilegiado de su narcisismo a un comportamiento
anoréxico/bulimico. De manera que el único núcleo duro o condición indispensable y
presente para la producción del síntoma es la dimensión de la experiencia que sostiene el
narcisismo del sujeto: si es el cuerpo y su apariencia, la vía de entrada al trastorno está
asegurada. Los estudios demuestran que los varones que sufren el síntoma de
anorexia/bulimia en su mayoría son homosexuales o con problemáticas serias en torno a la
identidad masculina (Carlat, y col., 1997; Ruiz Lázaro, 1999), datos con los que coincidimos en
nuestro estudio sobre 153 adolescentes varones de la provincia de Valencia ( Martínez
Benlloch y col.,1999).
El cuerpo delgadamente bello es una oferta fácil al alcance de cualquier chica de nuestra
cultura actual para erigirse en una organizacción defensiva compensatoria. Frente al
displacer inconsciente de cualquier tipo de experiencias se pueden activar patrones de
conducta que producen placer inmediato.
Tratándose en un 90 a 95% de mujeres las afectadas por este trastorno, el único placer
posible, aunque escondido, que le atribuyen ciertas corrientes pareciera ser el sexual y no
un narcisismo vigoroso que las lleva a niveles de ascetismo, renuncia y desactivación de deseos
y necesidades rayanos en lo imposible. Esto es la regla en alpinistas y escaladores que se
someten a estados de privación, sufrimiento físico y riesgo de sus vidas en pos de un triunfo
narcisista poco habituales para el resto de los humanos, pero que a nadie se le ocurre
argumentar que estas conductas son expresión del orgasmo de la nieve.
Anna Freud (1946) fue la primera en llamar la atención sobre los aspectos evolutivos y
postuló una línea de desarrollo desde el lactante a la alimentación racional. Esta postura se
continúa en los trabajos de Chatoor y col.(1984;1985); Chatoor y Egan, (1987); Chatoor,
(1989), autores que explican el trastorno en base a la teoría del proceso de separación-
individuación de Mahler.
Se considera un trastorno evolutivo de una condición intrapsíquica del niño como ha sido
entendido el desarrollo de la libido. En este caso, es la necesidad intrapsíquica del infante de
conseguir una creciente diferenciación de sus representanciones fusionadas de las de la madre
durante un período anterior, el período considerado de "simbiosis normal". De manera que se
interpretan las conductas maternas de control e imposición sobre la voluntad del niño como
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maniobras que le impiden al infante diferenciarse normalmente, teniendo éste que recurrir al
oposicionismo como una forma extrema y sintomal de diferenciación.
La propuesta de Bruch, así como la teoría de Mahler descansan sobre el paradigma del
desarrollo vigente en esa época, la indiferenciacion perceptiva y, por ende, psíquica como una
etapa normal del desarrollo, cuando, como sabemos en la actualidad, las constantes
perceptivas primarias permiten al bebé y al infante una clara discriminación del afuera
(Ekman,1971; Meltzoff y Borton, 1979; Meltzoff, 1981).
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Las madres de los infantes con anorexia nerviosa infantil carecían claramente de
intercambio recíproco comparadas con el grupo de control, parecían más autodirigidas y
controladoras, tal como evidenciaba la desatención a las señales del infante, o el caso omiso
que hacían a dichas señales. Madres e infantes parecían estar descompasados entre sí durante
las interacciones, además, el afecto negativo de enfado, frustración y tristeza por parte de las
madres era captado por parte del infante. A pesar de la carencia de empatía de capacidades
para leer y responder a las claves que les proporcionaban los infantes, no obstante,
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eran madres con deseos de ser buenas madres y con altas expectativas hacia ellas mismas.
Muy angustiadas ante el comportamiento oposicionista del infante, se sentían muy inseguras
para cambiar estas conductas, incómodas con sus sentimientos negativos, tendiendo a erigir
defensas ante su emergencia directa. Muy pocas admitían tener sentimientos de enfado y
frustración intensos que las llevaban a la pérdida del control y, a veces, hasta a hacerle daño
al bebé. Los sentimientos de culpa posteriores las conducían a incrementar los esfuerzos por
ser "buenas madres" y poner límites a las demandas y conductas provocativas de los hijos.
Ocasionalmente el enfado creciente las paralizaba, o las llevaba a alimentarlos y castigarlos
por la fuerza. Estos incidentes las sumían en un estado depresivo por ser "muy malas madres",
lo que las impulsaba a recomenzar el ciclo, compensando al infante y siendo extremadamente
amorosas e indulgentes. Se convertían en base a esta dinámica en madres inconsistentes y
extremas en sus respuestas, que terminaban gobernadas por sus propios estados de ánimo y
no por las señales que emitían los infantes.
Un grupo se mostraba más cómoda con la autonomía del infante durante el juego, pero
habían desarrollado "un punto débil" en torno a la alimentación. Inseguras en su rol maternal
medían su nivel de competencia de acuerdo al buen comportamiento durante la
alimentación del infante. La ansiedad les impedía interpretar correctamente las señales.
Otro grupo de madres relataba intensos conflictos con sus propias madres, recordaban
sus propias batallas por la comida, o por el dinero en la etapa adulta, o bien, se trataba de
información recibida a través del relato oral de sus propias madres. Querían ser mejores
madres de lo que habían sido las suyas, pero sus propios conflictos con la autonomía y el
control en las relaciones con sus madres se reactivaban cuando sus infantes entraban en el
período asertivo.
La mayoría de las madres informaban acerca de un período dichoso en la relación con sus
infantes en los primeros 6 meses de vida, cuando éstos eran más dependientes, sumisos y
pasivos. Ante la emergencia de habilidades cognitivas y mayores competencias motrices que
permitían a los infantes tener deseos y voluntades propias, las madres no parecían preparadas
para negociar una mayor autonomía con sus infantes. No querían ser las madres ásperas,
punitivas que ellas habían sentido que habían sido las suyas, pero carecían de la experiencia
emocional de modelos alternativos. Incapaces de aceptar que el infante cogiera la cuchara, el
plato, o la comida con la mano, ellas tenían que alimentarles y llevarles la comida a la boca,
asumiendo que eran más efectivas para alimentarlos. Cuando el infante se negaba a abrir la
boca, o lloraba, o arqueaba la espalda en señal de protesta, se sentían rechazadas y frustradas
y redoblaban la ofensiva en lograr que se alimentaran. Los padres, o bien se encontraban
envueltos en la misma batalla lo que generaba discusiones y conflictos entre la pareja por las
dificultades de alimentación al niño, o, en la mayoría de los casos estaban física y
emocionalmente ausentes de la situación.
¿Por qué si el conflicto alrededor de la alimentación del lactante lo tienen las madres
con los varones y las niñas, la anorexia en la adolescencia es más frecuente en las
mujeres? La propuesta del origen temprano de la anorexia nerviosa basado en
la indiferenciación somatopsíquica tropieza con otras serias objeciones: ¿cómo sería posible
que las madres tuvieran ese problema sólo con las hijas mujeres y que ésta falta de
discriminación no afectara en forma estable y permanente durante toda la infancia y esa
frecuencia no se conservara en la adolescencia? Además, la clínica infantil muestra que
muchos infantes varones sufren de anorexia infantil. A su vez, el carácter rebelde,
oposicionista y de férrea voluntad del infante anoréxico está en contradicción con el perfil de
niña ejemplar que relatan los padres de las anoréxicas hasta el momento de la aparición del
síntoma en la adolescencia. Cuando parecen haber sido niñas con una sensibilidad especial
para observar y anticipar las respuestas parentales y una gran capacidad para acomodar su
propia conducta en consecuencia.
Necesitaríamos estudios por sexo para poder establecer si son las niñas las que padecen
ya en la temprana infancia una mayor prevalencia de anorexia sobre los varones, para otorgar
fundamento a esta hipótesis tan ampliamente sostenida (Kestemberg, 1976; Palazzoli, 1974;
Escrivá, 1999).
describe como "oral" tiene que ser considerado en términos de relaciones de objeto o de
vínculo de apego y se puede manifestar como deseo de ser querido, de ser apoyado, de recibir
dinero o consejo.
«El punto de vista que estamos intentado establecer es que cuando se describe un rasgo
como oral no quiere decir desde el punto de vista dinámico que se hallen implicados deseos
orales. Esto es de la mayor relevancia en la comprensión de trastornos neuróticos que se
describen como "orales" ( ciertos casos de tartamudeo psicógeno) y también debe de ser así
en ciertos trastornos psicosomáticos psicógenos» (p.215).
Por otra parte, si se tratase de una problemática en torno a la autonomía entre madres e
hijas la época de la adolescencia es uno de los períodos más críticos para la negociación de
este aspecto, pero en dimensiones mucho más amplias -libertad de acción, descubrimiento de
otras relaciones, contacto con el otro sexo- que el restringido a la alimentación. Déficit en la
autonomía y en la iniciativa figuran en forma muy frecuente como motivos de orden causal
para la anorexia en diversos autores (Goodsitt, 1977; Masterson, 1977; Sours,
1980). Minuchin (1978), describió cinco características básicas en las familias de chicas
anoréxicas, todas ellas antitéticas para el desarrollo de la autonomía: a) indiferenciación; b)
sobreprotección; c) rigidez; d) evitación del conflicto y cuando el conflicto se desencadena,
muy pobre resolución; e) involucración de la chica en los conflictos de la pareja.
Al revisar la literatura sobre el tema el papel otorgado a la madre resalta con tanta
contundencia que pareciera que la especificidad femenina de estos trastornos tuvieran como
única responsable a la madre. Lo perfiles maternos considerados patogénicos incluyen:
Madres rígidas y con baja autoestima: diversos autores Bruch (1971); Palazzoli (1978)
Bemporad y Ratey (1985); Gordon y col.,1989) ponen de relieve rasgos psicológicos
constantes y comunes entre la chica con anorexia y sus madres: baja autoestima y rigidez. A
menudo está casada con un hombre que es incapaz de darse a sí mismo, al igual que su esposa
es incapaz de valorarse a sí misma. El marido, incómodo con la dependencia de las mujeres,
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Madres narcisistas: hijas que completan la estructura narcisista de la madre más que
como objetos de sustitución edípica: "Otra madre relacionaba la anorexia precocísima de su
hija (desde el nacimiento) con el hecho de que en esta época había renunciado, como ella
decía, a su estatuto de mujer para poder entregarse preferentemente a actividades muy
específicamente masculinas, y que le proporcionaban una satisfacción muy considerable.
Jamás se había sentido ella tan realizada, pero su hija se hundía a ojos vista. La madre
relacionaba de algún modo la vivencia de no-castración que efectuaba mediante sus
actividades masculinas, a las que siempre había aspirado, y su hija, que se encontraba
derrotada, destruida, castrada, y que ella, en aquel momento será incapaz de satisfacer"
(Kestenberg, 1976, p.133).
La madre de la madre: algunas historias muestran madres que confiesan sus temores de
tener una hija, aún antes de la concepción de la misma, pues suponían de antemano que
tendrían muchas dificultades. Espontáneamente asociaba (sin darse cuenta de esto) que era
muy difícil ser una niña, que siempre había pensado así y había vivido una infancia de temores
( Kestemberg y col. 1976; p.132). "Por lo demás, casi todas las madres de anoréxicas relatan
con cierta facilidad, haber tenido malas relaciones con sus propias madres. Demasiado
autoritarias o demasiado sumisas y vulnerables, no han podido, en todo caso, tener contactos
íntimos tiernos con ellas, y han tenido que aprender, no sin haber sufrido. De este modo, han
tenido tendencia, de acuerdo con su marido, a asegurar a sus hijos la posibilidad de un
desarrollo autónomo que les ponga al abrigo de este sufrimiento que fue el suyo, aun
lamentando no haber conseguido establecer una intimidad cálida, a la que habían aspirado de
niñas" (p.134-135).
Los pocos estudios de control como son los de Halmi (1978) y Hall (1983), sobre las
afirmaciones acerca de la peculiar hiperpreocupación de las familias acerca de la dieta y la
apariencia sostenidas por Dally, 1969; Bruch, 1973; Selvini-Palazzoli, 1978, no los corroboran.
Por el contrario, la comparación entre 58 madres de anoréxicas y 204 madres control (de
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chicas de secundaria) muestran que la historia familiar de preocupación por el peso y la silueta
es tan común en las familias control como en las de pacientes anoréxicas (Hall, 1986, p.75)
Por nuestra parte, pensamos que habría que tener en cuenta cuál es la articulación que
se establece entre la fantasmática procesada en la infancia y el impacto de las consecuencias
de una puesta en acto de la sexualidad por parte de la adolescente, así como el
descubrimiento de la violencia asociada con la sexualidad. Pensar si esta articulación no
remodela la dinámica infantil de manera tal que el fantasma de escena primaria sádica deja
ya de ser sólo una teoría infantil sobre la sexualidad adulta para convertirse en amenaza real
y, por lo tanto, en factor traumático. Debiéramos reflexionar sobre el hecho que la fantasía
de escena primaria tiene un formato estable, un guión repetitivo: la victimización de la madre.
El sadismo presente en la escena, se considera aportado por el sujeto niño/a dueño del deseo
sexual que pone en marcha el fantasma. Indistintamente del sexo, se suele interpretar que
este sadismo es producto de los celos y de la situación de tercero/a excluido del niño/a. Ambos
se sienten excluidos de la madre por el padre. El padre sería el agente separador. Pero ¿por
qué la madre es atacada, dañada, ensangrentada, tantas veces años después en el fantasma de
la adolescente? ¿Por qué en la niña en el período de la latencia la fantasía de un hombre
oscuro que la ataca de noche se considera su fantasma sexual inconsciente normal? ¿Cuál es
la incidencia en los niños/a de los formatos permanentes de violencia doméstica, televisiva,
verbal, escrita, que observan sobre el papel femenino en la sexualidad? ¿Se podría pensar en
una amalgama de escenarios adultos, impulsos infantiles y el modelo de hombre fuerte y
agresivo, formato de género, como elementos básicos en la construcción del fantasma
sexual?
conflicto edípico, sino que introduce una nueva fuente de angustia severa. Jacobson (1976)
afirma: «.. el temor a la castración que experimenta el niño tiene su contraparte en el temor
que experimenta la niña a sufrir algún daño en los órganos genitales. Este temor a sufrir un
daño en los órganos genitales cobra una importancia mayor para la niña durante el período de
la menarca y esta angustia es el fundamento de la "ola de represión" a la que Freud hace
referencia» (p. 537).
Hemos discutido con anterioridad en detalle (Dio Bleichmar, 1997) los estudios
diferenciales y los trabajos de observación entre varones y chicas que modifican el supuesto
consagrado de la envidia al pene como contrapartida femenina de la ansiedad de castración.
Por el contrario, la pubertad como lo demuestran no sólo los trabajos de Jacobson (1976), Koff
(1981) y Rierdan (1980) sino la clínica cotidiana genera una serie de ansiedades en la niña
sobre la integridad de su cuerpo y sobre las consecuencias indeseables que la satisfacción del
deseo sexual puede conllevar. Una revisión de la literatura psicoanalítica es una prueba de ello
ya que muestra como la pubertad es una fase del desarrollo del aparato genital que se ha
estudiado básicamente sobre el modelo femenino (Deutsch, 1944; Kestenberg,
1956,1961,1968), mientras que la etapa genital infantil lo ha sido sobre el modelo masculino.
El logro de un funcionamiento sexual adulto y la aceptación de una identidad de género
definitiva constituyen acontecimientos fisiológicos que tienen lugar más tarde y se presentan
de manera más súbita en las mujeres que en los hombres (Freud, 1925; Blos, 1957, 1970;
Kestenberg, 1956,1961,1968; Fast, 1978, 1979).
Stoller ya se preguntaba, en 1970, sobre el posible efecto que hubiera podido tener el
venderle pornografía a las mujeres que las estaba conduciendo a la hambruna, agregando que
no debiéramos seguir pensando en el carácter enigmático de la sexualidad para ella misma
sino que lo enigmático para las mujeres es, sobre todo, la sexualidad masculina
(Stoller, Pornography and Perversion, p. 499).
A.- Fuertes deseos de expansión narcisista de los modelos de feminidad hacia formas y
ámbitos tradicionalmente de dominio masculino, es decir una suerte de masculinización del
carácter y del comportamiento junto con deseos de extrema feminización de su apariencia.
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El cuerpo desvestido
El cuerpo desvestido, insistiré en este término, pues es el eje de la forma en que la mujer
debe ofrecer su cuerpo a la mirada, la mujer espectáculo y la publicidad actual lo reflejan
(Erens,1979; Kaplan, 1998). Las mujeres ya no pueden sólo manipular lo que adorna el
cuerpo, la apariencia, lo que se dió a llamar La Feminidad como Mascarada (Riviere, 1929), la
apariencia ya toca su propio ser, la intimidad de su cuerpo. Millones de mujeres en las últimas
décadas se sienten incómodas, no sólo con su peso sino insatisfechas con sus formas,
descubren defectos y odian su cuerpo. Se sumergen en un dilema entre el desnudo y el "estar
al desnudo", es decir, el dilema entre la intimidad de sus cuerpos y sus cuerpos desprovistos
de toda posibilidad de intimidad (Dio Bleichmar, 1997).
«Desde hace meses, comunidades enteras de niñas hacen régimen para que les quede
bien el corpiño transparente. Por fin. La comunidad alemana vuelve a tener un objetivo:
adelgazar para Berlín. En los últimos años se les ha grabado en la cabeza: ¡Desnúdate! Menos
es más. Los cuerpos semidesnudos se funden en este desfile por la paz y el amor. La celulitis, la
tripa-cerveza no pintan allí nada. Hasta el pueblerino es consciente de su cuerpo. El voyeur
berlinés no perdona defectos físicos. Aquí sólo celebramos gente guapa.
se les atribuye el poder de definir sus vidas, y si algo sale mal es el cuerpo, por lo general, lo
que las mujeres más se atacan y no se cuidan, como si fuera el culpable de sus desgracias
(Fisher,1986).
Remedios, 27 años, anoréxica crónica de 14 años de evolución tiene una obsesión por sus
pies a los que trata como un verdadero fetiche: «Me gustan mis pies, siempre llevo mis uñas
pintadas, y me gustan que me las miren y hasta me gustaría que me las besen. Y también me
gustan los zapatos, es lo único que me compro, tengo colecciones hasta de zapatillas y
siempre las llevo impecables, aunque sean zapatillas....También me gusta esta parte del
cuello, pero nada más hacia abajo, luego, sólo los pies».
Las adolescentes actuales se sienten compelidas a vivir una sexualidad muy activa. Y esto
constituye otras de las paradojas para la subjetividad femenina, el avance fenomenal que
significó la revolución sexual de los sesenta, una de las conquistas más claras en esta segunda
mitad del siglo XX: el mayor acceso y legitimación de la sexualidad, el derrumbe de las
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sanciones morales y las penalizaciones legales que recaían sobre la vida sexual de las
mujeres. Sin embargo, la mayor actividad sexual sin sanción que gozan las adolescentes en el
presente no ha eliminado los conflictos de la feminidad con la sexualidad. La oposición entre
pulsión sexual y narcisismo que caracterizaba la dinámica de la histeria freudiana, -en Estudios
sobre la Histeria si Isabel aceptaba el deseo hacia el cuñado, daba un mal paso y su narcisismo
de mujer honorable se veía afectado; si para el Sr K su mujer no significaba nada, el
narcisismo de Dora se sentía herido. Este es el conflicto de la feminidad que he descrito en el
texto El Feminismo Espontáneo de la Histeria (Dio Bleichmar, 1991) pero este conflicto se ha
invertido en la actualidad. Las adolescentes, a partir de los años 60, si tratan de escapar a las
exigencias y urgencias de la libido puberal deben enfrentar, o poseer poderosos recursos para
no verse amenazadas en su autoestima, ya que crecientemente se va imponiendo un
imperativo de signo contrario que ha sido denominado "la tiranía de la experimentación
sexual". Las chicas que no tienen romances o relaciones sexuales atraviesan crisis importantes
de malestar y microdepresiones. En los años 90 el imperativo no es sólo vivir la experiencia
sino que se pasa a lo que Devereux (1980) llama la "promiscuidad compulsiva".
Las angustias vinculadas a las amenazas a la integridad corporal que se generan durante
la infancia y la adolescencia de las mujeres han sufrido un proceso de invisibilización y
desconocimiento por la importancia otorgada a la problemática narcisista,
reproduciendo en la teoría lo que sucede en el psiquismo de la mujer. La envidia al pene
como temática y conflicto directriz del complejo de Edipo de la niña y la hipótesis sobre la
pérdida de la bisexualidad en la pubertad han oscurecido la importancia de las
representaciones de vulnerablidad del cuerpo y las intensas ansiedades de autoconservación
vinculadas al cuidado corporal. Si la angustia de castración se define y entiende como el
peligro imaginario al cercenamiento de una parte del cuerpo, la idea que la niña no tiene nada
que temer y sí que envidiar, no ha contribuido a poner de relieve la intensidad de las angustias
persecutorias, vinculadas tanto a la fantasmática como a la experiencia sexual que se hace
real.
sus temores. En 1928, Melanie Klein, en Etapas tempranas del complejo de Edipo,
muestra material clínico de niñas que se identifican a sus madres y se sienten amenazadas en
su integridad física, con temor al daño de su cuerpo y genitales. En 1929 Sachs sostiene
en Uno de los factores motivacionales de la formación del superyó que las chicas se identifican
a los valores e ideales de forma dependiente. En el mismo año que Freud concluye sus trabajos
sobre la sexualidad femenina de corte fálico, Karen Horney publica uno de los pocos trabajos
psicoanalíticos existentes sobre la frigidez, Factores psicogénicos de los trastornos
funcionales (1933), trabajo en el que sostiene que el vaginismo, la frigidez, los trastornos
menstruales y muchos problemas ginecológicos se pueden explicar por conflictos de origen
infantil conectados con la ambivalencia hacia los hombres y temores a los genitales
masculinos.
A su vez, Kohut va a entender las diversas angustias, todas, incluidas las de castración y la
envidia al pene, como productos de desintegración de la personalidad ante las fallas del
objeto del Self. Y ya hemos mencionado como Melanie Klein, si bien, es la única que tiene en
27
cuenta los temores y fantasías de destripamiento en las niñas y mujeres, las interpreta sólo en
términos de ataques fantasmáticos hacia la madre.
Histeria y anorexia/bulimia
¿Son ambas condiciones exagerados extremos del estereotipo, o sea del rigor de los
mandatos de género? ¿Continúan siendo los mandatos de género limitantes y
deshumanizados a tal punto que las formas idealizadas de feminidad se constituyen en
trastornos severos que hipotecan la subjetividad y la vida de muchas mujeres? En la época
victoriana, el ideal femenino era la envolvente y distante suavidad de la honorable mujer que
mantenía la sexualidad bajo control y represión, pero que se caracterizaba por necesitar
protección. En el presente, este ideal ha girado hacia la silueta controlada por la dieta y la
tecnología, así como en pos del alto rendimiento académico y la autonomía. De modo que
tanto la histeria en su época como la anorexia/bulimia en la actualidad podrían ser
consideradas como expresiones de profundos conflictos que los imperativos de la feminidad
demandan a las mujeres Bemporad, 1988).
28
Raquel (26 años), chica brillante, políglota, periodista y escritora, comienza a los 11 años
con sínotmas de anorexia después de un viaje con el padre y su nueva pareja; es ingresada en
esa oportunidad y luego se mantiene en un peso límite para el alta médica. Al separarse los
padres, los fantasmas edípicos de Raquel toman vuelo ya que su preferencia por él es
manifiesta y la relación es altamente ambivalente, lo admira y lo desprecia por la forma en
que trata a las mujeres -"mi padre es el único que con una palabra me puede hacer llorar".
Sufre una verdadera catástrofe emocional y narcisista cuando conoce a la pareja de su padre,
mujer de exhuberante belleza. En la actualidad, el padre vive en otra ciudad y se ven
esporádicamente, pero no hay sesión que no hable de él. Raquel es una personalidad
fuertemente narcisista con claros rasgos de fobia social durante la infancia y que llegada la
pubertad rechaza enérgicamente toda curva de su cuerpo que la pudiera conectar con su
sexualidad.
"En mi adolescencia quité el espejo del baño, me estorbaba tanto mi pecho, no puedo con
ello aún hoy, cuando tengo la regla me pongo como Sabrina, me los cortaría con un cuchillo. A
veces me miro y me los veo bonitos porque son pequeños, no como "una vaca lechera",
cuando me hincho pienso en la cirujía. De adolescente iba en plan japonés toda apretada y
fajada para que no se me notara. No puedo verme con esas curvas, me veo Botera, una mujer
grotesca". Todavía hoy cuando recuerda la escena de su padre en la cama con su nueva pareja
(los sorprende por casualidad) tiene un estremecimiento corporal, se pone rígida y se toca sus
piernas y las caderas como queriéndoselas escurrir. En su diario escribe: «Desde los 11 años
tengo anorexia, nunca me he recuperado totalmente, he hecho atrocidades durante todo este
tiempo para mantenerme a raya. Delgada, muy delgada porque mi imagen en el espejo así lo
quería y yo en mi interior, también. No me veo, probablemente, como me ven Uds, pero no
me importa. Asumo mi ceguera e intento sobrevivir a base de empujones, amigos,
antidepresivos, viajes a muchas partes, conversaciones y entrevistas de diseño a medida,
30
barquillos y gominolas, poca cocina de puchero, pero sobre todo, a base de escribir... escribir
más que comer... y leer a otros entremeses. Ayunar no me impide narrar historias, ni recorrer
medio mundo, ni estudiar japonés, ni recorrer kilómetros...sobrevivo con poco. No es un buen
consejo no le deseo a nadie que viva como yo, atado a su cuerpo... La anorexia es mi cáncer y
me duele... como ahora que no estoy en mi mejor momento. 38 kilos y muchas cosas que
contar...aunque cansada estoy viva y tengo muchas ganas de luchar contra mi misma, contra
mi imagen en el cristal. Ojalá las modelos y la ropa de OK o Solana, fueran culpables de mi
enfermedad. Ojalá la anorexia fuera una cosa frívola y de fácil arreglo. Ojalá con unos potajes y
una talla trucada y el exterminio de la publicidad se erradicara como la viruela, con chasquear
los dedos...por desgracia no es así... moda y anorexia no son pareja. En algún caso puede que
se rocen... ojalá no dijeran tantas tonterías al respecto... portadas y desplegables..
cortometrajes sólo me cabrea.. ojalá la anorexia fuera una moda y no una tragedia».
Raquel percibe que en su caso la estética del cuerpo no es lo esencial, aún siendo incapaz de
detectar que la conflictiva edípica ha incidido en su enfermedad.
Sarah (17 años). Niña que raramente se rebelaba ni presentaba problemas de disciplina,
parecía disfrutar de las amistades y de las relaciones familiares. Excelente estudiante,
mantenía un riguroso programa de entrenamiento en natación; a los 16 años comienza una
dieta por tener unos kilos de sobrepeso. No se preocupó ni por la pérdida de peso ni por la
31
"Me siento muy mal, sólo tengo ganas de llorar y no veo nada bueno en ningún sentido.
Creo que todo me va mal: mi casa es un desastre porque mi abuela está enferma, mi madre no
se ocupa de nada, se enfada con mi padre y yo me siento responsable de todo esto; mi
hermana creo que ha elegido la carrera incorrecta porque le fue muy mal en selectividad y
ahora no sabe qué hacer y yo me siento responsable. Estoy gorda, no consigo hacer el
régimen porque en algunos momentos me dan unas ganas bestiales de comer y no soy capaz
de controlarme, además no me va nada bien en los estudios, me siento torpe y yo soy
responsable de ésto. Por último con David, no estoy bien, porque yo, con mi afán de
responsabilidad apenas salgo de mi casa, él no ha ido a la playa por quedarse conmigo pero
ahora me agobia con que está aburrido, que no tiene nada que hacer y que yo no quiero hacer
nada. Todos los que me rodean tienen problemas, y yo también los tengo, pero mi gran
problema es que me siento responsable de todos ellos, intento solventarlos pero es
imposible, no están a mi alcance y me siento a morir. No sé lo que quiero, pero siento mucha
pena por dentro, y quiero llorar. Cuando pienso en cómo soy me odio, no me gusta mi forma
de ser, me gustaría ser como la gente normal, ir a lo mío y no intentar ser la madre del mundo
o la que siempre tiene que dar las respuestas o decir la verdad, seguramente no lo haga, pero
yo lo creo, que es aún peor. Hay otra cosa que me duele, que es menos importante que tener
problemas, pero que no puedo soportar: la hipocresía de la gente. Me irrita saber que hay
gente que se alegra de que las cosas ahora no nos vayan bien y lo que más me duele es que
algunas y algunos dicen ser nuestros amigos".
Isabel (27 años). Antecedentes de cierta obesidad infantil, a los 16 años comienza una
dieta, "no sé en qué punto pierdes el control, eso de que no te va bien en nada y luego la
gente te ve bien". Tiene una pareja con bulimia con quien convive pero no tiene relaciones
sexuales, y ella se queja de que él no tiene ganas de nada, ni de ir a una terraza. "Me he
pesado, estuve horas sin poder mirar el ticket, aterrorizada 44.500 kilos, ¿quieres ver el
ticket? Es que siento tanto placer en adelgazar. Me dió rabia mi novio que adelgazó 3 kilos
¡con lo que come! Personalidad narcisista con una historia de fuerte rivalidad con sus
hermanos mayores mantiene la relación transferencial en un constante desafío. Su terror es
correr el mismo destino de su madre, mujer sometida a un marido autoritario e impositivo
para quien sólo valían los hijos varones de la casa.
Carmen (26 años). Anorexia a los 20 años con sintomatología desde los 16 años, varios
ingresos hospitalarios. Antecedentes de dificultades alimenticias y vómitos en la infancia . El
relato materno es que cuando el esposo estaba ausente por motivos de trabajo ella se
angustiaba mucho y recuerda el momento en que Carmen viéndola angustiada vomitó por
primera vez. También relata que a los 4 años la escuchó decir: ¡ya me he salido con la mía!
32
Carmen sostiene que siempre le han dado todo lo que ha querido. Lo que más le angustia es
sentirse rechazada y excluida de la relación con su madre. No quería ir al colegio sólo
quería estar con su madre quien la hace su confidente de las quejas sobre su esposo " ¡si no
fuera por ti hija mía que sería de mí". A los 11 años la mandaron interna a un colegio: «No
estaba acostumbrada a estar separada de mis padres. Mi madre me hacía la comida que yo
quería. Yo comía muy mal y en este colegio me obligaban a comer, la echaba de menos, mi
madre me hacía la comida que yo quería. En el colegio tiraba la comida, no comía y vomitaba,
y pude con ella» (se refiere a una monja muy estricta).
Construcción de la identidad
la anterior por los profundos cambios que se han dado en las últimas décadas en torno a la
identidad de las mujeres. La ruptura o cambio con los modelos de feminidad de sus madres
redobla la crisis de la adolescencia, de manera que a los conflictos de la relación madre-hija se
suman los que provienen de la expansión del género. Debemos tener presente en la relación
terapéutica de las pacientes con anorexia y bulimia esta dimensión no regresiva, y que los
conflictos con la madre y/o con el otro sexo contienen un reclamo a la falta o carencia de
respuestas de los adultos para conflictos nuevos en la genealogía de la feminidad. Es en este
punto que el sexo/género del analista en tanto adulto de otra generación puede ser
interpelado, no así su capacidad de contención, de empatía y de figura de apego de relevo
para acompañar a la paciente en su travesía de construcción de una identidad femenina que
contenga una posición de sujeto de deseo, dejando atrás la identidad mórbida e ilusoriamente
autónoma de "la anoréxica" (Frankenburg, 1984).
La vigilancia sobre los gramos y las curvas es la temática sobre la cual el superyó
narcisista de estas chicas ejerce todo su rigor; se constata un desplazamiento de la moral a la
estrictez de las formas, y la perfección ya no radica en la virtud del alma sino en las medidas
del cuerpo. La intolerancia frente al mínimo apartamiento con respecto a lo deseado seguida
de duras críticas, autodesvalorización, reproches y sufrimiento lejos de contribuir a disminuir
la autoexigencia redobla la energía para la vigilancia. Si la pobre representación de sí misma
generó la búsqueda de reequilibración narcisista por medio del síntoma, la crueldad o
severidad de la conciencia crítica que toma como foco la conducta alimentaria convierte la
vida en un tormento permanente. El perfeccionismo, la tendencia autosacrificial, el ascetismo,
rasgos que se describen, principalmente en las anorexias restrictivas, son expresiones
del superyó narcisista que es necesario deconstruir en la terapia. Sin embargo, esta tarea se
convierte en una verdadera batalla transferencial/contratransferencial porque se trata de
personalidades en las que si bien la incidencia de los ideales de género juega un papel central,
las relaciones interpersonales -padres, amigos, terapeuta- no cuentan tanto para la
reequilibración del balance narcisista como el logro de las metas autoimpuestas. Por ello, la
condición que precipita la descompensación no suele ser una pérdida amorosa o un conflicto
interpersonal sino la falla en el sentimiento de dominio para alcanzar una meta, en el
sentimiento de autonomía y de poder controlar sus vidas. En este tipo de pacientes sólo el
análisis del superyó narcisista y de sus imperativos sacrificiales -superyó supuestamente
autónomo pero sometido a los dictámenes de la dictadura de la delgadez- son capaces de
introducir una brecha de cambio. Superyó narcisista que debemos diferenciar de la forma más
clásica -superyó moral- ya que los imperativos no tienen que ver con la obligación del
cumplimiento de preceptos morales -cuidado del otro, sentimientos de culpa- sino con la
imposición de metas que conduzcan a la identificación con un self grandioso (Bleichmar, 1997).
De manera que el reto técnico que se presenta es cómo generar una relación terapéutica
en que la paciente mantenga algún grado de control sobre la relación -por medio de la
distancia u otros recursos- y, al mismo tiempo, generar condiciones que le permitan el
34
Es bastante frecuente que la batalla por la autonomía comience por dificultades en torno
al encuadre -cambios de horarios y de sesiones- que efectivamente son usados para poner a
prueba tal condición de control por su parte (Stern, 1992). La cuestión es cuánto uno se deja
usar para esos propósitos sin forzar a la paciente a que repare en la función que como analista
se está cumpliendo. Un verdadero reto contratranferencial pues la impersonalidad, la
devaluación implícita de la importancia del analista, puede inducir sentimientos de desinterés
o no compromiso, similares a los que ha tenido en su experiencia de niña con sus padres o,
por el contrario, una batalla y un forzamiento que son sentidos como intentos de control sobre
ella. Teniendo esto en cuenta es posible evitar actuar movido por la contratransferencia en
forma complementaria, siendo necesario por el contrario una más vívida apreciación y
reconocimiento de la fuerza del deseo de control que le es esencial a la paciente para
mantener su frágil cohesión del self.
Hay que tomar en cuenta al sostener que padecen de un serio trastorno de la autoestima,
que ésta, a su vez, es una dimensión que resulta necesario descomponer y saber cuáles de
sus elementos estamos tomando en consideración ya que, en lo que se refiere a la capacidad
de trazarse un objetivo y cumplirlo, parecen tener una gran confianza en sí mismas y
desarrollan rasgos marcados de perfeccionismo y compulsividad (Gordon, 1989; Peñas Lledó,
1999). Poseen, además, recursos para llevarlos a cabo como son las múltiples estrategias para
esconder o deshacerse de la comida y mantener su síntoma en secreto.
Garner y Bemis (1982) han demostrado claramente que estas pacientes no desean perder
el miedo a engordar porque esto las ayuda a mantener su autoestima. Se trata de una postura
de antagonismo frente a cualquier intento de cambio lo que crea enormes dificultades
contratranferenciales ya que para las pacientes el mundo se divide en "ansiosos rescatadores
y enemigos resentidos" (Jessner, 1960). Las anoréxicas, principalmente, han recibido
calificativos tales como "salvajes" (Gull, 1874); "perversas, manipuladoras y engañadoras".
Quizá estas características conducen a que muchos clínicos eviten y se opongan a la
psicoterapia. Si el trabajo psíquico de las pacientes se ha volcado a la autodemostración de su
capacidad para sostener un esfuerzo que genera una alta valoración, y en la necesidad de su
reconocimiento por los otros, cualquier desvío puede considerarse fatal y bien vale redoblar
35
los esfuerzos. Los grupos de anoréxicas han sido dejados de lado por muchos terapeutas al
comprobar que las chicas lejos de potenciarse unas a otras en su afán de cambio competían
por ser aún más capaces de resistir las imposiciones hospitalarias.
Interpretaciones transferenciales
Lo mismo sucede con las interpretaciones transferenciales que pueden ser consideradas
una suerte de intrusión, control excesivo o humillación. Bruch fue la primera en poner de
manifiesto la dificultad de estas pacientes para cualquier interpretación transferencial, ya que
es sentida como una forma del terapeuta de tener el control sobre ella, basada en la
experiencia temprana de haber constituido un objeto narcisista para sus padres. Bruch
modificaba su técnica de trabajo cambiando desde la tendencia interpretativa hacia la
especularización y el entonamiento positivo de manera de conducir el proceso de la paciente
hacia la autoexploración y autodefinición. Stern (1992) y Gedo (1979) preconizan un manejo
no verbal, no interpretativo de la relación transferencial y la interpretación de los conflictos en
las relaciones externas de la paciente hasta que se consolide la alianza terapéutica.
La competitividad puede ser tan generalizada que todas las mujeres son valoradas de
acuerdo a este parámero. Se suelen quejar de que los médicos y terapeutas - ya sean hombres
o mujeres- sólo quieren "cebarlas", "ponerlas como un cerdo", y la analista mujer como "otra
mujer" ante la cual la paciente tiene que sentirse más delgada, será reprochada con una
rudeza y hostilidad extra. El reproche es en parte una manera de poner a la analista a
distancia de la central y dolorosísima preocupación que es su autovaloración, que desconoce
en su extensión e importancia. Pelea por su delgadez en una desesperada y solitaria lucha
contra el mundo -su familia, sus amigos/as, y su terapeuta. La desconfianza y reticencia es la
regla y debemos entenderla como la extrema sensibilidad de la paciente para defender el ser
la única que pone las reglas para la constitución de esa identidad tan ansiada y tan extraviada
que persigue. Tolerar esta distancia y déficit de alianza, así como una infinita paciencia para
esperar el momento del encuentro, sin reproches ni culpabilización por nuestra parte, son
herramientas terapéuticas imprescindibles. Bruch sostiene que el objetivo fundamental es
ayudar a estas chicas a encontrar un sentido propio para sí mismas y una autonomía que les
permita darse cuenta de sus estados de ánimo e impulsos.
36
Cuanta inmunidad logre tener el/la terapeuta ante la presión sociocultural respecto a la
delgadez es otra situación intersubjetiva que puede crear una barrera para la formación de la
alianza, ya que la paciente puede sospechar que no será comprendida y que compartir sus más
íntimos secretos y procedimientos sólo encontrarán el eco del ridículo y del rechazo de la/el
analista. Es necesario estar muy atenta -si se trata de una terapeuta mujer- a las reacciones
contratransferenciales, si, efectivamente, está preocupada por su propio peso. Las pacientes
observan no sólo su propio peso sino el de la terapeuta mujer quien, por sus propias angustias,
puede intentar desviar la mirada que la convierte en foco de evaluación.
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