ROSAS, ESTANCIERO
GOBIERNO Y EXPANSIÓN GANADERA
CAPITAL INTELECTUAL
Director general Ariel Granica
Director de la colección José Nun
Editor jefe Jorge Sigal
Edición Luis Gruss
Coordinación Cecilia Rodríguez
Corrección Alfredo Cortés
Dirección de arte Martín Marotta
Diagramación Verónica Feinmann
Ilustración Miguel Rep
Producción Néstor Mazzei
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PRODUCE:
Le Monde diplomatique. Edición Cono Sur • MLQTD.Mirá lo que te digo
Fem, femenina y singular • Mira Quién Vino, Vinos y Gastronomía
ROSAS. ESTANCIERO 9
lo para su gobierno autoritario y paternalista la experiencia que
había acumulado como patrón de estancias.
Allí había aprendido a tratar a los sectores populares y había
forjado su autoridad de caudillo, estableciendo un poder que
ejercía con mano de hierro, basado en la cercanía física pero a
¡a vez en una enorme distancia social y política en relación con
sus peones.
Según esta visión, Rosas construyó un poder en sus estan-
cias que le autorizaba a ordenar a su antojo todos los elementos
de la producción y el trabajo, en base al miedo y el paternalismo,
lo que le permitía la utilización discrecional de los recursos que
monopolizaba. Actuaría de la misma manera con el gobierno de
la provincia.
Esta relación entre la estancia -arcaica, bárbara y manejada
de manera despótica por el estanciero- y el sistema político pre-
dominante en la primera mitad del siglo XIX es común en la li-
teratura sobre la época. Sarmiento fue uno de los primeros en
resaltar este tópico en su gran obra, Facundo, que escribe desde
el exilio durante el gobierno de Rosas. Allí lo explica de diversas
maneras, como en este célebre párrafo sobre el gobernador de
Buenos Aires:
ROSAS, ESTANCIERO 11
les subalternos y negociar con ellos, fueron aprendidas por Rosas
en parte durante su experiencia como propietario rural. A la vez,
postulamos que la necesidad de restablecer la autoridad del Es-
tado y la paz social condicionó la capacidad de Rosas y de los
estancieros en general para imponer cambios radicales en la eco-
nomía agraria luego de la Revolución.
En su experiencia como estanciero, el restaurador de las leyes
tuvo que discutir las condiciones de explotación de los recursos y
los derechos de propiedad con los sectores medios y humildes
del entorno rural. Éstos tenían una larga experiencia como actores
principales de ese mundo agrario y disponían de un conjunto de
normas y prácticas que gozaban de una dilatada legitimidad, así
como nuevos bríos y expectativas derivadas de las condiciones
económicas y políticas creadas por la Revolución.
Es verdad también que el cambio económico favoreció el sur-
gimiento de un poderoso sector terrateniente que buscó alterar
de manera radical las formas de utilización de los recursos y
consolidar nuevos tipos de derechos de propiedad. Sin embargo,
su capacidad para hacerlo resultó seriamente limitada por las
propias condiciones estructurales en que se dio la llamada expan-
sión ganadera, así como por la situación política generada por el
proceso revolucionario.
ROSAS, ESTANCIERO 13
nos Aires, desde Europa y África, pasando por Brasil, hasta las
zonas más lejanas del interior del territorio hispanoamericano.
Ni siquiera durante la época del Virreinato del Río de la Plata,
desde 1776, este comercio tuvo como eje la exportación de los
productos del entorno agrario de la ciudad, sino la recolección de
la plata producida sobre todo en el famoso cerro rico de Potosí.
Esta plata se diseminaba por todo el territorio virreinal y los co-
merciantes de Buenos Aires trataban de recolectarla mediante un
intenso comercio con todas esas regiones. A cambio de ella traían
mercancías europeas y esclavos africanos, con los que se reco-
menzaba el circuito una vez más.
Es verdad también que desde los inicios de la colonización
española del territorio había una producción agrícola en Buenos
Aires destinada sobre todo al consumo de la población local, así
como una ganadería orientada al mismo fin y a proveer de anima-
les de carga (mulas) al espacio interior americano. Sólo una parte
de esta ganadería se destinaba a la exportación por el puerto, en
la forma de cueros vacunos y algunos otros derivados pecuarios
como la grasa, el sebo o las crines, incorporándose recién a ini-
cios del siglo XIX la carne salada.
Pero estas actividades nunca constituyeron el eje económico
de la ciudad puerto durante la colonia, en especial de sus podero-
sas elites comerciantes. Muchos de sus miembros tuvieron al-
gunas chacras y estancias importantes -más de aquéllas que de
éstas-, pero no jugaban todavía un papel destacado en sus inte-
reses. Y cuando tuvieron estancias era preferentemente en zonas
ganaderas más dinámicas a fines de la colonia, como Entre Ríos
o la Banda Oriental del Uruguay.
Un reflejo directo de ello es la escasa preocupación de la ad-
ministración local y de los grupos dominantes de la época en
expandir la frontera rural 'de Buenos Aires, que hasta fines de la
colonia se mantuvo prácticamente limitada por el río Salado. El
ROSAS, ESTANCIERO 15
trolar los límites de la posesión y convalidar derechos de propie-
dad muchas veces discutidos frente a otros vecinos o el Estado.
Estos sistemas, a su vez, se amparaban y mezclaban con una
larga serie de tradiciones y prácticas, algunas de origen peninsular,
otras inventadas localmente en la experiencia de vida fronteriza.
Así, por ejemplo, si agregarse o poblarse en tierras de otro po-
día tener una funcionalidad para el jefe de la unidad productiva
receptora -como forma de conseguir mano de obra eventual o al-
gún otro tipo de reciprocidad- esta acción se amparaba a la vez
en una vieja tradición por la que una persona que se encontraba
en situación de extrema necesidad tenía derecho a la protección
del más pudiente.
De este modo, muchas veces un propietario debía aceptar a
un poblador aunque esto no le sirviera para los fines de su ex-
plotación o incluso limitara el control de su propiedad y su capa-
cidad de producción.
Así, una larga experiencia -a veces legal, a veces fáctica- había
legitimado ciertas prácticas como el derecho a tener acceso a leña
de consumo o a las piedras -ambas tan escasas en la región-
en tierras de otro, a perseguir avestruces o cazar nutrias. Incluso
en ciertos contextos era aceptable alimentar los animales propios
a costa del pasto ajeno, en una ganadería a campo abierto donde
las alambradas eran inexistentes.
MIRANDO A POTOSÍ
Todo esto era posible en una sociedad en la que la propiedad
privada de la tierra no estaba generalizada ni tenía el mismo
sentido que en las sociedades contemporáneas.
El proceso de apropiación privada de la tierra estaba lejos de
haberse consolidado en la campaña, y este derecho coexistía con
el acceso bastante amplio a tierras públicas (en realidad realen-
ROSAS. ESTANCIERO 17
mantener la tranquilidad social y asegurar el abastecimiento de
los bienes de consumo imprescindibles para la ciudad. Y éstos pa-
recían asegurados con las condiciones existentes.
COLAPSO ESPAÑOL
La situación cambia bastante luego de la Revolución. El colapso
del Imperio español, la crisis de la producción minera potosina y
la ruptura del espacio interno de intercambios que constituía el
Virreinato provocan un cambio bastante drástico en los intere-
ses de la región porteña y de sus grupos dominantes.
Por otro lado, el fin del monopolio comercial y la apertura a
los mercados externos que demandaban cada vez más produc-
tos primarios como los cueros constituyen un fuerte aliciente
para que se produzca en Buenos Aires lo que se llamó la expan-
sión ganadera.
El primer síntoma de este cambio es la ampliación territorial
de la provincia, que pasa por primera vez la frontera del río Salado
de manera decidida y prácticamente triplica las tierras disponibles
entre mediados de la década de 1810 y los inicios de los '30.
Las nuevas tierras ganadas al sur de este río serán el eje de la
expansión vacuna que caracteriza a este período. En 1839, por
ejemplo, se pudo medir el crecimiento del stock ganadero y su
distribución regional: había unos tres millones de vacunos, dos
millones y medio de ovinos y 600 mil equinos. En el caso de los
bovinos, el corazón de la economía agraria de Buenos Aires de
la época, el stock se había triplicado en relación con el final del
período colonial. Y de aquellos tres millones de cabezas, dos
tercios se concentraban en el sur de la campaña, la mayor parte
en las nuevas tierras al sur del Salado.
Esta expansión de la frontera y del stock ganadero se habían
dado en parte de manera espontánea por la iniciativa de vecinos
ROSAS, ESTANCIERO 19
dos internacionales en las mejores condiciones, a la vez que pre-
fieren la libre importación de mercancías extranjeras como modo
de incorporar bienes manufacturados (y eventualmente alimentos)
de calidad y a precios más bajos que los producidos localmente.
De esta manera pretendían asegurar el abaratamiento de los
consumos y, por la misma vía, permitir una baja de los costos
laborales. De todos modos, la postura a favor de la libre impor-
tación de bienes no será incompatible con políticas fiscales
que gravaban con impuestos más o menos importantes su en-
trada por el puerto, ya que éstos se habían revelado como la única
opción realista para conseguir ingresos consistentes para las
finanzas estatales, sin enfrentarse con los sectores económicos
en condiciones de pagar impuestos directos voluminosos.
TERMINA EL RECREO
Junto a estas políticas comerciales las elites promoverán una
reformulación importante en los derechos de propiedad sobre la
tierra y los bienes en general, como un modo de garantizar el
libre uso y goce de sus posesiones.
También impulsarán reformas orientadas al disciplinamiento
de la población más pobre y a la constitución de un mercado de
trabajo que les asegure una provisión razonable, y lo más barata
y dócil posible, de mano de obra dependiente.
Aunque parte de estas propuestas se empiezan a formular de
manera algo confusa y ecléctica desde la época colonial, es evi-
dente que adquieren mayor claridad y sobre todo mayor con-
senso entre las elites luego de la Revolución.
A lo largo de la década de 1810 se impulsan reformas en el
sentido de asegurar los derechos de propiedad y el libre comer-
cio, aunque la convulsión posrevolucionaria no ayuda mucho y
los propios ejércitos de las guerras de independencia y civiles más
ROSAS, ESTANCIERO 21
y tampoco la utilización de la leña de sus montes u otros recursos.
De la misma manera se prohibe la realización de actividades por
cuenta propia por parte de los empleados, erradicando sus culti-
vos, cría de animales, aun los de granja, así como se impide la
instalación y pasaje de pulperos volantes por sus propiedades,
1
considerados como aliados de "cuatreros y abigeos"1.
Muchos estudiosos han considerado estas Instrucciones como
una muestra clara de la construcción de un nuevo orden capitalis-
ta que terminaba de una vez y para siempre con las costumbres y
prácticas de origen colonial, aseguraba nuevos y plenos derechos
de propiedad y la constitución de un mercado de trabajo fluido.
Sin embargo, como intentaremos mostrar aquí mediante el
análisis de las estancias del propio Rosas, había una brecha muy
grande entre la voluntad de reforma del gran propietario y su ca-
pacidad para imponerla.
No caben dudas de que Rosas fue uno de los mayores y más ri-
cos estancieros de la primera mitad del siglo XIX. Provenía de una
familia de destacados propietarios del sur bonaerense y, siendo
muy joven, adquirió una importante experiencia como adminis-
trador de los campos de sus primos, los Anchorena. Casi simultá-
neamente comenzará a desarrollar sus propios emprendimientos
agrarios, en un primer momento como parte de una sociedad con
Luis Dorrego y Juan Nepomuceno Terrero, que funcionó con el
nombre de Rosas, Terrero y Compañía hasta 1837, cuando la so-
ciedad se divide y Rosas se independiza como propietario rural.
ROSAS, ESTANCIERO 23
La historia de esta asociación empresaria es bastante cono-
cida. Se funda en 1815 con la instalación de un saladero en Quil-
mes. En 1817 adquieren una propiedad importante en la Guardia
del Monte, sobre la margen interior del Salado, donde comenzará
a funcionar la mítica estancia Los Cerrillos, a la que es trasladado
también el saladero.
Según explica Rosas en 1818, la extensión de la misma es de
tres leguas de frente por otras tantas de fondo. En este último
año el estanciero, en nombre de la sociedad, solicita a las auto-
ridades un terreno al exterior del Salado para poder colocar el
ganado que dice tener y al mismo tiempo ocuparse de aplacar a
los "indios infieles".
En octubre de 1818 se acepta la denuncia y en enero del año
siguiente -un tiempo récord- se mensuran los nuevos terrenos ai
exterior del Salado, lindantes con Los Cerrillos. Estos terrenos
de 24 leguas cuadradas de superficie (cuatro leguas de frente so-
bre el Salado y seis de fondo) se conocerán inicialmente con el
nombre de Constitución (expresando probablemente el agradeci-
miento y sumisión a las autoridades que habían sido tan generosas
en todo este procedimiento) y, sumados a los que ya poseían del
otro lado del Salado, constituían un enorme territorio de 33 leguas
cuadradas (casi 90 mil hectáreas).,2
ROSAS, ESTANCIERO 25
que, con las otras propiedades, constituía un verdadero complejo
que realizaba las más diversas actividades agrícolas y ganaderas,
articuladas entre sí desde Buenos Aires, y que convirtieron al gober-
nador en uno de los mayores empresarios rurales del período. Sólo
se lo podía comparar a un puñado de personajes de la misma época.
Las actividades que se desarrollaban en las estancias de Ro-
sas eran de lo más diversas y tenían que ver, en cada una, con las
características del terreno, la cercanía relativa de los mercados y
a su vez con la articulación entre las mismas dentro del complejo.
Obviamente el destino final de la mayoría de los productos era
Buenos Aires: en primer lugar el ganado vacuno que terminaba
faenado en el matadero de Palermo. Este ganado era criado
en cantidades modestas en San Martín, en proporciones más
destacadas en Rosario, pero sobre todo fuera del Salado, en
Chacabuco, que se convirtió progresivamente en la estancia más
importante del complejo.
En San Martín, la más cercana a la ciudad, se criaba una
gran cantidad de ovejas y también se realizaban invernadas del
ganado que venía de las estancias más alejadas, antes de ser
enviado al matadero. Finalmente, en San Martín y Rosario se
realizaban actividades agrícolas, sobre todo hortícolas y tam-
bién madereras, que en ambos casos se complementaban con
la fabricación de ladrillos.
UN RICO STOCK
La estancia de San Martín estaba dividida en varios puestos, que in-
cluían una quinta/huerta importante cerca de la casa principal con
higueras, naranjos, olivos, nogales, peras, damascos, guindas, vid,
moras y duraznos. También había árboles de distinto tipo como ála-
mos, paraísos, sauces de diversas especies, que junto a algunos fru-
tales eran utilizados para madera. El resto del territorio se destina-
ROSAS, ESTANCIERO 27
de la estancia de Cañuelas, se comprende fácilmente que no era
ésta una actividad destacada en la frontera. La estancia San Mar-
tín, con una extensión quizá veinte veces más pequeña que las
estancias de Monte y Las Flores, tenía ya en 1838 un stock ovino
más importante que éstas dos juntas en 1846-47.
Por el contrario, lo que estos datos muestran de manera
contundente es la importancia que el ganado vacuno tenía en
ambas estancias. Sobre todo en Chacabuco. Dadas las caracterís-
ticas y dimensiones del patrimonio de estas estancias resulta
obvio que la principal preocupación de las mismas era mantener
el ganado en rodeo -recordemos que no había todavía alambra-
das- y procurar su engorde a lo largo de todo el año, así como las
tareas más estacionales de yerra y castración.
Sin embargo, a diferencia de muchas estancias coloniales,
el faenamiento no era una tarea importante ya que el desarro-
llo de los mataderos y saladeros en la primera mitad del siglo
hacía que esta actividad se realizara directamente en los mer-
cados. Por otra parte, las dimensiones del terreno y del stock de
estas estancias de Rosas provocaban el riesgo siempre presen-
te del alzamiento de los animales ante el menor signo de sequía,
ante la falta de trabajadores o ante cualquier otro fenómeno co-
yuntural frecuente.
De ahí la obsesión de sus administradores y de Rosas por
controlar estos problemas. En abril de 1845, para poner un ejem-
plo, Rosas le manda decir al nuevo administrador de Chacabuco
que es decisivo sujetar el ganado alzado a rodeo: "Éste es el prin-
cipal objeto que constantemente debe tenerse en vista porque
esto es el alma de todo, a cuyo cumplido efecto no deben dispen-
3
sarse esfuerzos"3.
3. Carta del 15/4/1845, Archivo General de la Nación (en adelante AGN), sala X,
43.2.8.
ROSAS, ESTANCIERO 29
de ovinos. Esto quiere decir que Rosas reunía entre el 1,5 y el 2
por ciento del total provincial.
Muy pocos personajes podían pretender acercarse a la rique-
za ganadera del gobernador; a lo sumo puede decirse que lo hi-
zo un pequeño puñado, como los Anchorena, sus primos, que pa-
recen haber llegado a acumular un capital territorial y ganadero
más importante aun que el del propio gobernador5.
Las estancias de Rosas, en definitiva, si bien siguen en su orien-
tación productiva un perfil similar al del resto de sus coetáneos, in-
troducen un elemento nuevo que es su enorme magnitud. En medio
de un paisaje social de la campaña que continúa estando dominado
por pequeños y medianos pastores y agricultores emerge un redu-
cido, pero muy poderoso, sector de enormes estancieros encabeza-
dos por el gobernador provincial, don Juan Manuel de Rosas.
Sin embargo, ese medio social dominado por pequeños y
medianos productores, la abundancia relativa de tierras y la fuerte
inestabilidad política del período aparecerán como condicionan-
tes severos de las actividades del gobernador y de los grandes pro-
pietarios en general. Si estudiamos la relación que Rosas estable-
ció con los pobladores de la campaña, el vínculo complejo con los
trabajadores de sus estancias y los problemas para hacer crecer y
sobre todo rentabilizar sus grandes emprendimientos, esta imagen
de dominación y control se puede matizar considerablemente.
ROSAS, ESTANCIERO 31
Pero como veremos a continuación, la actuación de Rosas
como estanciero y en especial la relación que establece con los
pobladores rurales que se vinculan con sus propiedades no pare-
cen confirmar este diagnóstico. Más bien lo que se observa son
las enormes dificultades que tiene para imponer sus planes como
propietario, sobre todo cuando éstos entran en conflicto con las
prácticas aceptadas por una sociedad rural compleja y movilizada
por la crisis posrevolucionaria.
Esto queda claro al analizar, por ejemplo, la correspondencia
entre Rosas y los administradores de sus estancias. A través de
ella se confirma que, a pesar de las leyes que el gobernador o sus
antecesores firmaron desde el gobierno y de las estrictas órdenes
que en su juventud dictara en las Instrucciones a los Mayordomos,
siguen reiterándose en sus estancias problemas como la sustrac-
ción de animales y las constantes mezclas de ganados, favorecidos
por la falta de alambradas, el recurso a la leña de los montes ubi-
cados en tierras ajenas o la tolerancia para la caza de avestruces
y nutrias en cualquier terreno.
En ocasiones, Rosas soportará estos y otros problemas
que le impiden aprovechar plenamente sus propiedades; otras
veces intentará reprimirlos. Así, por ejemplo, en 1844 escribe
al administrador de su estancia Chacabuco quejándose amarga-
mente: "Respecto a los hombres que se juntan en esos cam-
pos a correr avestruces: no los debes permitir jamás. Ese es un
escándalo que yo lo ignoraba. Pero lo más escandaloso aun es
que Don Basilio [el administrador de Rosario] lo haya silenciado
y que el Juez de Paz lo haya consentido. El Juez de Paz debe
prenderlos a todos ellos y bien asegurados con grillos debe man-
darlos presos al cuartel general" 6 .
ROSAS, ESTANCIERO 33
naza de castigo a este delito parece haber sido lo suficientemen-
te fuerte para que esta familia abandone sus tierras y pertenencias
para escapar de la justicia. Con todo, unos días mas tarde, el gober-
nador, dando muestras de paternalismo y de la necesidad de mo-
derar las consecuencias de un hecho quizá bastante frecuente en la
campaña, le informa a su administrador que "a la mujer de Ga-
bino Pardo [el vecino], si sabe Usted donde está puede usted ha-
cerle decir que se vea conmigo" 9 .
Rosas se seguirá quejando de la sustracción de animales de
sus estancias y más frecuentes aun resultan los perjuicios por
las mezclas de ganado y la invasión de sus tierras por animales
ajenos que comen sus pasturas y levantan sus animales. Las
cartas que refieren este tipo de situaciones son innumerables y
varias de ellas trasuntan además la sensación de impotencia de
los administradores para acabar con la situación.
De esta manera, parece que Rosas no puede disponer libre-
mente de sus propiedades y debe tolerar que este tipo de situa-
ciones se repita una y otra vez. Una de las soluciones principales
que intentará aplicar el gobernador para limitar estos problemas
es el recurso a los pobladores.
Como ya dijimos, el poblador parece haber sido un habitan-
te tolerado en tierras ajenas, que probablemente desarrollara allí
actividades autónomas como productor a cambio de una cierta
reciprocidad con el dueño de las tierras. Ésta podía ser su dispo-
nibilidad para conchabarse en ciertos momentos del año en la
explotación del propietario, o también cumplir la función de esta-
blecer un límite entre estas tierras y las de los vecinos, o incluso
sólo convertirse en un elemento que convalidara la propiedad
privada de quien le acogía. En la campaña bonaerense de la pri-
EVITAR CONFLICTOS
Esta necesidad de poblar los límites de las tierras implicaba que
el propietario no podía disponer de una parte de sus tierras y pas-
turas y que muchas veces, bajo la apariencia de un campo muy
poblado de personas y animales que suponemos son de su pro-
pietario, nos podemos encontrar con un enjambre de pequeños
o medianos productores que trabajan por su cuenta. Esto es lo que
sucede en las tierras de Rosas, no sólo con los pobladores sino in-
cluso con algunos de sus capataces y peones.
Un ejemplo de ello lo encontramos en la estancia que com-
pra en 1836 en el partido de Monte. El administrador le escribe
ROSAS, ESTANCIERO 35
a Rosas explicando que el campo está lleno de pobladores, al-
gunos de ellos arrendatarios, y que no será fácil deshacerse de
ellos: "Los que arrendaban a Videla están dispuestos a entregar.
Pero lo que sucede es que estos que arrendaban a Videla han lle-
nado el campo arrendando a otros que será lo que dará gran tra-
bajo para hacerlos mudar. También advierto a U. Señor que el
campo mejor para echar ganado es el que tiene menos poblado-
res, pues serán como ocho o diez los que ocupan el campo mejor,
que lo demás lo que está... hay más de cien chacras y con sem-
brados bastante grandes"11.
Si no tuviéramos esta preciosa carta del administrador de Ro-
sas, habríamos pensado que el enorme campo de Videla era la
típica gran estancia ganadera de la primera mitad del siglo XIX. Y
resulta que dentro de la "típica" estancia hay un centenar de chaca-
reros y algunos medianos y pequeños pastores, en su mayoría arren-
datarios del propietario, con sus propios subarrendatarios.
Y tan interesante como esto resulta la actitud del gobernador.
Evidentemente el hombre compró esta gran estancia de Monte
para ponerla en producción y obtener con ello un rédito. Por eso
le escribe a su administrador lo que sigue: "No quisiera perjudi-
carme teniendo parado un capital tan crecido sin poblar el campo
de hacienda". Pero a la vez advierte: "En este estado yo no quiero
violentar a nadie de los pobladores". Y concluye que "entre noso-
tros yo considero que a algunos de esos pobladores será preciso
irles buscando acomodo por otra parte, porque considero que
echando hacienda en la estancia del Rosario, en la Esperanza y en
el Seco podrán perjudicar. Por Lobos ha comprado el gobierno
unos terrenos a los Writte con el objeto de favorecer y colocar al-
gunos pobres de los muchos (criadores) que andan tirados y creo
ROSAS, ESTANCIERO 37 .
rrenos, Io creo oportuno, pues entonces servirán como barrera a
la hacienda que se introduzca"14.
Es evidente que se trata de productores de diversa entidad y
que están causando un perjuicio bastante notable a la explotación
principal del gobernador. Este intenta enviarlos a los límites para
usarlos como "alambrada", pero no siempre lo consigue. Y a me-
diados de los '40 se ve obligado a reiterar disposiciones que ya
había establecido hace muchos años. Por otra parte, no todos
estos pobladores eran pequeños campesinos: algunos eran ver-
daderos estancieros sin tierra. En 1844 muere uno de estos pobla-
dores y el administrador de Chacabuco informa a Rosas del
recuento de sus bienes. Este hombre, el "finado Cuestas", tenía
unos 5.000 vacunos, 8 bueyes, 1.170 equinos y 2.000 ovejas. Eso
sí, le aclara que "los ranchos son del menor interés"15. Como se
ve, tenemos poblando en los campos de Rosas a un estanciero
más importante que muchos propietarios de la campaña.
Como dijimos, en muchos casos, el gobernador trata de sacar
una ventaja de estos pobladores utilizándolos como barrera para
las haciendas y estableciendo con ellos algunos mecanismos de
reciprocidad. Esto queda claro en una carta que escribe a un ad-
ministrador en la que le explica que "también debes fijarte en las
poblaciones que haya perjudiciales en mis terrenos y cuyos dueños
no corresponden al favor que reciben, o están mal situadas"16.
Pero también, como vimos, esta presencia de productores con
sus familias provoca problemas al propietario, al tiempo que ge-
nera ciertos derechos al ocupante, que al gobernador le resultan
difíciles de limitar. En el mismo caso del fallecido Cuestas, Rosas
le pide al administrador que mande a esos terrenos, donde hay
LÍMITES Y DERECHOS
Como se ve, los pobladores parecen cuestionar en cierta medida
los plenos derechos de propiedad del titular legal de la tierra, quien
con cierta frecuencia se ve obligado a recordarles quién es el due-
ño y señor del lugar. En 1838 uno de los pobladores de Chacabuco
decide irse de esos campos. El administrador le escribe a Rosas
que "el puesto del Gualicho todos saben Señor y aun el mesmo
poblador que está en campo de U. Señor y ahora anda por ven-
der la población al que se la compre".
Puede entonces observarse en este ejemplo que las poblacio-
nes se venden y se compran entre pobladores. Es decir que quien
estaba instalado de favor en las tierras del gobernador, se consi-
dera con el derecho de cobrar un precio para irse y dejar a otro el
espacio que le habían cedido con sus construcciones elementales.
Y el administrador le sugiere a Rosas: "Si U. señor gusta la
compraremos para que no la compre otro y luego sea de necesi-
dad sufrirlo"18. Al mes siguiente Rosas le contesta que la compre
"no sea cosa que venda a otro y en la venta nos perjudique" 19 .
Unos meses más tarde compran un rancho de otro poblador en
el puesto de Alto Redondo20.
Resulta claro, entonces, que los pobladores terminan adqui-
riendo ciertos derechos sobre las tierras que pueblan y la propiedad
plena de los bienes que allí tienen. Y el dueño de los campos, que les
ROSAS, ESTANCIERO 39
autorizó a instalarse allí, se ve obligado a comprarle esos bienes cuan-
do se marchan, si no quiere que se instale en las mismas tierras al-
guien que no responda a los mecanismos de reciprocidad acordados.
Entonces vemos que la población no se establece sólo como
un mecanismo funcional a los intereses del propietario, sino que
también genera situaciones que lo perjudican y pueden poner
en cuestión sus derechos de propiedad. En algunos casos se pue-
de verificar que muchas de estas poblaciones son el resultado
de las presiones de los vecinos que buscan y se consideran con
ciertos derechos a solicitar hacer población en tierras ajenas que
no estén plenamente utilizadas.
En 1838 se aparece por Chacabuco un personaje, Don Roque
Torres, quien le dice al administrador que Rosas le había autorizado
a instalarse en algún terrenito suyo. A los pocos días, el gran es-
tanciero le explica al administrador que esto no era verdad. "Sólo le
hice decir se viese con vos a ver si por las orillas de los terrenos
del otro lado del Salado... había como acomodarlo", escribe21. Ya ese
mismo año Rosas le había explicado al administrador el cuidado que
hay que tener en ocupar todos los terrenos "para asegurarlos, por-
que si no luego cuesta mucho el hacer desamparo de un campo, co-
mo ya de esto tenemos experiencia en el campo de las Perdices, que
ha estado tantos años ocupado por los pobladores porque obraban
naturalmente las consideraciones que en tales casos suelen tener-
se con los conocidos. Y por esta razón si el campo de La Posta es
bueno, luego que vean que se ha despoblado al instante me han de
, 22
ROSAS, ESTANCIERO 41
300 cabezas". Eso sí, le aclara a Rosas, si lo autoriza a conservar-
lo, los tendrá en rodeo aparte con "un muchacho conchabado
por mí"24. Como se ve, quiere constituir una unidad productiva
autónoma, con mano de obra dependiente, dentro de la estancia
del gobernador. Digamos al pasar que el tenor de la carta deja
entrever que en ocasiones anteriores se ha derivado trabajo de-
pendiente pagado por Rosas para atender los intereses particula-
res de algún administrador. También el responsable de Chacabuco
en los años '30 (Pascual Peredo) aparece como propietario de
ganado sin tierras.
Pero no sólo los administradores son autorizados a criar sus
animales en tierras del gobernador. A veces sucede lo mismo con
los capataces de los puestos que se instalan allí con sus familias.
En 1838 Rosas le escribe al administrador de Chacabuco que
"en cuanto a la licencia para las vaquitas de algunos capataces
hombres de bien que tenés en los puestos, podés permitirles que
las tengan en ellos de conformidad a lo que me proponés"25.
Obviamente esta tolerancia tiene que ver con otro problema,
que trataremos inmediatamente, que es el de las dificultades de
Rosas para conseguir y controlar la mano de obra que necesi-
taba para sus explotaciones. En todo caso, los resultados son los
mismos: para conseguir mano de obra más o menos controla-
ble, limitar un poco la evasión/invasión de ganado en sus tierras,
o simplemente por presión de los vecinos de sus estancias, de-
be permitir que una parte considerable de sus tierras sean utili-
zadas por pobladores o trabajadores para realizar sus propias
actividades productivas.
ROSAS, ESTANCIERO 43
Había asimismo un creciente despliegue del aparato estatal en
la propia campaña, representado por los jueces de paz y sus funcio-
narios subalternos, a su vez controlados o fuertemente influidos por
los grandes estancieros. Igualmente, la creciente militarización (o la
amenaza de reclutamiento) habría servido como instancia disciplina-
dora de esa población rural, que habría así aceptado el peonaje co-
mo un mal menor, de protección frente a las amenazas del Estado.
Una parte de la historiografía cuestionó estas imágenes. En
primer lugar, planteó la existencia de una concurrencia más que
una complementariedad entre el Estado y los estancieros por una
población masculina escasa, que aquél necesitaba convertir en
soldados y éstos en peones.
A la vez, se señaló la dificultad de pensar las estructuras militares
como instancias de control, ya que esas mismas estructuras respeta-
ban poco las leyes en general y la propiedad en particular. Finalmen-
te, se planteó que la escasez de trabajadores se imponía como un
tope muy preciso al control de los estancieros sobre esa población,
que por su parte supo aprovechar esta circunstancia para negociar
mejor las condiciones de trabajo en las estancias. También se de-
ben añadir otros elementos importantes en este cuadro revisionis-
ta, como son los condicionamientos que imponían a los estancieros
más importantes la existencia de una oferta de tierra abundante y la
persistencia de una población rural predominantemente campesina.
No sólo había una multitud de pequeños y medianos produc-
tores en las distintas regiones de la campaña. Estos ocupaban tie-
rras propias o del Estado; asimismo, como vimos en el caso de las
estancias del gobernador, en el interior de las grandes estancias ha-
bía productores por cuenta propia. Y esto significaba una dificultad
importante para el gran estanciero a la hora de encontrar mano de
obra, particularmente trabajadores más o menos permanentes.
El recurso que habían utilizado los estancieros a fines de la
época colonial para sortear este obstáculo era una población de
ROSAS, ESTANCIERO 45
RECLUTAMIENTO FORZOSO
En 1826 Rosas escribe una carta al administrador de las estancias
que regenteaba, explicándole cómo hacer para evitar que los peo-
nes sean reclutados. Como el gobierno iba a formar un regimien-
to de milicia con la gente del exterior del Salado, le recomienda
que diga que todos los peones eran de Los Cerrillos (del interior
del Salado) y además "los que puedan pasar por esclavos, no ne-
26
cesitan papeleta" .
Para convalidar esta situación, en septiembre del mismo año,
escribe al comandante que iba a enrolar, diciéndole que en las afue-
ras del Salado los peones que tiene no son vecinos del lugar, sino que
son sólo provincianos y como tales están exceptuados de la milicia27.
Nicolás Anchorena hacía cosas parecidas y en 1834 lo encon-
tramos recomendando a su administrador, Morillo, cuáles son las
categorías de trabajadores que están exceptuadas de reclutamien-
to. Y le indica que con aquellos peones de quienes no es posible
demostrar su excepción, que los deje "en libertad, para que cum-
plan o no cumplan, porque ni Usted ni yo tenemos obligación, po-
der, ni autoridad por la ley para obligar a los peones a que vayan"28.
Nos consta que Rosas llegó a ocultar reclutas evadidos que
utilizaba como peones en sus estancias. Es verdad, también, que
eso ocurre en 1839, en medio de una escasez enorme de peones
y una de las peores crisis políticas de su gobierno, cuando el go-
bernador advierte al administrador de Chacabuco sobre dos de-
sertores que habían vuelto a la estancia: "En cuanto a los individuos
Vicente Acosta y José Zapata, podés ponerlos en algunos de los
puestos que no están muy a la vista, sobre algún camino, hasta
que yo pueda indultarlos"29.
26. Carta de Rosas a Morillo, 1826, AGN, VIl, 16.4.7.
27. Carta del 12/9/1826, Ibid.
28. Carta del 28/12/1834, AGN, X, 16.4.8.
29. Carta a Peredo, 31/8/1839, AGN, X, 25.6.6.
ROSAS, ESTANCIERO 47
"La Revolución... agitó profundamente al país e hizo que los es-
clavos fuesen menos dóciles a la voz de sus amos"31.
Sea como sea, lo cierto es que los esclavos fueron cada vez
menos y los propietarios tuvieron que contentarse cada vez más
con los peones libres y por lo tanto éstos pasaron a conformar ca-
si la única fuente de trabajadores estables en las estancias.
Rosas fue un gran propietario de esclavos. En 1825 todavía los
utilizaba en grandes cantidades: poseía en esa fecha al menos
33 personas de esa condición jurídica. Sin embargo, desde me-
diados de la década siguiente parece ya no haber más esclavos
en sus estancias. Inclusive en estas últimas fechas varios de los
que habían sido sus esclavos diez años atrás aparecen en las lis-
tas de peones y capataces, trabajando por un salario al igual que
el resto de los trabajadores de sus estancias.
La excepción tardía parece haber sido un esclavo carpintero,
que trabajaba en Rosario hasta 1840 y que sólo parece darle pro-
blemas al gobernador. Ese año el esclavo visita a Rosas en Bue-
nos Aires y éste le cuenta al administrador de la estancia que "co-
mo yo no quiero esclavos ni caso le he hecho". Y luego agrega
que lo mandó de vuelta a Rosario y le explica a su administrador
que "si allí no anda bien le daré la libertad, para que vaya a bus-
car su vida donde Dios lo ayude, pues repito que ya no quiero más
esclavos". Y de inmediato agrega: "Espero no será desagrada-
ble ante los ojos de Dios"32. Más allá del intento algo tardío de que-
dar bien con su conciencia, lo que esto refleja claramente es el fin
de la esclavitud como método corriente de obtener mano de obra
estable en la campaña.
Entonces, por lo menos desde mediados de la década del '30,
las fuentes de mano de obra para la estancia eran más limitadas
ROSAS, ESTANCIERO 49
narios, con contratos mensuales. Ya mencionamos que en el pri-
mer caso algunos tenían derecho a sostener ciertas actividades
productivas propias. Pero en el caso de los capataces de puestos
y de los peones se trataba centralmente de trabajadores asala-
riados que se contrataban siguiendo las reglas ordinarias que im-
ponía el mercado: se les pagaba los salarios usuales en la campa-
ña y se ocupaban de las tareas ordinarias de la explotación. Eso
ocurría en San Martín, con los trabajos de la quinta y chacra, los
pastores de las ovejas y los cuidadores de los otros ganados.
En los casos de Rosario y Chacabuco los peones cuidaban prin-
cipalmente el ganado vacuno y equino, siendo su ocupación cen-
tral parar rodeo y evitar el alzamiento del ganado. Se trataba de
trabajadores bastante confiables para la explotación y los vemos
reaparecer una y otra vez en las estancias, aunque no tenían lazos
de sujeción demasiado estrechos con el propietario. Eran emplea-
dos caros debido a la escasez general de mano de obra en la cam-
paña de la época y sobre todo muy escasos en determinadas
coyunturas, como algunas de las ya referidas.
Para tratar de reducir los costos de la explotación, así como
para garantizar la presencia permanente de trabajadores, el go-
bernador recurrirá a métodos que se asimilan a las condiciones
en las cuales trabajaban los esclavos en la época más temprana,
y aquí es donde aparecen ios cautivos y los gallegos.
En un famoso memorial de Rosas de 1820, en el que explica-
ba su preferencia por establecer tratados de amistad con los in-
dios de la frontera, explicaba que con ello, además de permitir ase-
gurar las explotaciones de sus ataques, "los indios hasta llegarían
a suplir la presente escasez de brazos en la campaña. En mis es-
tancias Los Cerrillos y San Martín tengo algunos peones indios
pampas que me son fieles y son de los mejores"34.
ROSAS, ESTANCIERO 51
de la ciudad. Hacia finales de 1838 quedan en esta última cinco
mujeres cautivas y ocho varones, todos muy jóvenes. Pero in-
cluso aquí, a partir de estos años, la situación de los cautivos
empieza a cambiar y se transforman con rapidez en trabajadores
cada vez más libres y difíciles de retener.
Un ejemplo de la resistencia de los cautivos a continuar en su
situación servil lo encontramos en el año '38, cuando uno de ellos,
Felipe Castañeda -según cuenta el administrador-,"se me ha hui-
do en estos días por haberle pegado el capataz unos rebencazos
porque no cumplía con su obligación". Y luego agrega: "Se ha ¡do
en un caballo dé un peón"35.
La osadía de este cautivo no irá demasiado lejos, ya que se-
rá atrapado por el juez de paz de Las Conchas unos días más tar-
de; sin embargo, el resultado final indica la crisis de este sistema
de trabajo en las estancias de Rosas. El gobernador manda de vuel-
ta al "indio Castañeda" a la estancia, pero le dice al administra-
dor: "A este indio como ya va siendo mosito podrías señalarle
15 pesos por ahora al mes, y con el tiempo irle aumentando, según
su trabajo, y quizas así se sujete 36 .
Como se ve, el "castigo" al cautivo por su huida no es el cepo,
sino asignarle un salario. Por supuesto que todavía sigue siendo un
monto bajo en relación con los peones ordinarios; pero es una
muestra muy clara de las dificultades crecientes del gobernador
para conservar este sistema de trabajo coercitivo y de las posibi-
lidades progresivas de los cautivos de negociar su status y acer-
carse cada vez más al del resto de la población rural.
La transición será muy rápida y muy compleja y la información
que tenemos nos muestra a las claras la capacidad de estos cauti-
vos de comprender su situación y de presionar para modificarla.
ROSAS, ESTANCIERO 53
de esos años en un incremento notable de los salarios de todos
los tipos de trabajadores.
ROSAS, ESTANCIERO 55
por ahora", mientras que otro no sólo recibe un aumento salarial,
sino que además "quiere seguir su trabajo en la casa con don Basi-
lio en la quinta" y abandonar las tareas ganaderas41.
Como se ve de nuevo, y más fácilmente que en el caso de
los cautivos, estos trabajadores coactivos consiguen cambiar su
status y alcanzan condiciones de empleo parecidas a los demás
trabajadores libres. Es decir que en plazos mas o menos breves
las condiciones de trabajo de los empleados mensualizados ten-
dieron a igualarse y Rosas no tuvo más remedio que contentar-
se con los libres y las condiciones que imponía el mercado de tra-
bajo y la propia resistencia de esos peones.
Por otro lado, existían los trabajadores ocasionales, por día
o por tarea. La existencia de este tipo de trabajador se vincula por
un lado con algunas tareas de la estancia que tienen una deman-
da estacional muy aguda. Pero también aparece como una opción
de esas mismas personas que prefieren este tipo de contrato que
les otorga mayor libertad y sobre todo salarios mucho más al-
tos, aunque por períodos más cortos.
En cuanto a los trabajadores por tarea, se trata centralmente de
los que se ocupan de la trasquila de las ovejas y reciben un salario
por cantidad de ovejas trasquiladas. Como es sabido, esta actividad
se realiza puntualmente en el verano, requiere importantes canti-
dades de trabajadores y no se puede retrasar, a riesgo de provo-
car un mal al animal pelado cuando se inician los primeros fríos.
Este tipo de trabajador no parece haber faltado en las estancias
de Rosas cuando se lo necesitaba. En todo caso, no hemos encon-
trado quejas por este motivo en la correspondencia. Por supuesto
que para ello había que pagarles bien y a su vez suministrarles algu-
nos "vicios" mientras duraba la faena. Así, en diciembre de 1838,
el administrador Bécar le informa a Rosas que con los peones de la
VIVIR AL DÍA
Existían también los peones por día. Éstos eran contratados ma-
yormente por unos cuantos días en algunos meses, cuando las
estancias los necesitaban para faenas extraordinarias como la ye-
rra y castración de animales.
En San Martín los encontramos entre abril y mayo realizando
la yerra. Pero en Rosario y Chacabuco no respetan una estaciona-
lidad, sino que aparecen contratados en distintos momentos y
para cumplir tareas diversas. Este comportamiento virtualmente
anómalo tiene que ver con un fenómeno del cual los administra-
dores y Rosas no dejan de quejarse, que es la escasez de peones
mensuales y la obligación de contratarlos por día. Y lo hacen sin
ROSAS, ESTANCIERO 57
lugar a dudas en contra de la voluntad de los patrones, ya que les
resultan menos confiables y mucho más caros.
Estos peones por día tienen varias armas para conseguir impo-
ner sus puntos de vista. La más importante era seguramente que
de la escasez general de peones de campo, la más acuciante era la
de los diestros en las faenas a caballo. Entre estos últimos se re-
clutaba la mayoría de los peones por día, en particular entre aqué-
llos que poseían sus propias tropillas de caballos y podían suplir
la escasez de animales de montar que padecían los estancieros.
Entre 1844 y 1849 Rosas y sus administradores se quejaron
frecuentemente de la imposibilidad de conseguir peones mensua-
les y de la necesidad de contratarlos por día, lo que resultaba
excesivamente caro. En 1844 Rosas escribió al administrador de
Chacabuco protestando por el excesivo jornal de esos peones y
diciendo que debía reemplazarlos urgentemente por mensuales.
Le sugería que les pagara solo quince pesos por jornal y no 20 y
"si les pagás 20 debe ser sólo por la necesidad, mientras puedas
hacerte de los caballos necesarios, pues esos jornales de los peo-
nes son tremendos y muy injustos para los hacendados, sin mas
causa que haber el gobierno dispuesto de sus caballos [de los ha-
cendados] para el ejército y haberse por ello alzado las haciendas.
Es pues conveniente ir comprando caballos para ir haciendo los
trabajos con peones por mes"43. A pesar de esta fuerte recomen-
dación, la presencia de trabajadores por día no cesa en los cuatro
trimestres de 1845 y los volvemos a encontrar en las fuentes de
Chacabuco en 1847. Por lo demás, no deja de llamar la atención
la queja de Rosas por las requisas de caballos que realiza el go-
bierno, siendo él mismo su titular.
El trabajo por día, entonces, aparece a veces como resultado
de la demanda estacional de las estancias, pero también como
ROSAS, ESTANCIERO 59
CAPITULO CINCO
COERCIÓN Y RESISTENCIA
ROSAS. ESTANCIERO 61
que este peón "se va sin licencia mía y como prófugo, a causa
de la reprensión que le hice en el trabajo".
Como se ve aquí, la amenaza no provocó la sumisión, sino la
huida del peón. Y el administrador explica muy bien la cuestión:
"Estos hombres se figuran son árbitros en sus [acciones] sin res-
petar a quienes están sujetos. Quiero pues me lo remita si llega
a esa, a que no queden acostumbrados a salir con sus ideas"47.
Resulta claro que hay una disputa entre los hábitos de los traba-
jadores rurales y los intentos de coaccionarlos para imponerles
normas distintas.
Y en este caso el triunfo resulta en el corto plazo para el go-
bernador. A los pocos días "el peón que se fugó, Ramón Gualpa,
luego que llegó lo puso preso en el cepo Calderón [el adminis-
trador del saladero de Rosas], y ahora lo he mandado traer para
acá, al cepo de acá para que lo tengan diariamente tres horas de
cabeza, y el resto del día y la noche de pies. Así seguirá hasta
que se conozca estar bien arrepentido de su delito y entonces le
ordenaré a Calderón que te lo mande"47. Por un lado, hay que des-
tacar que el peón fugado no dudó en dirigirse hacia el saladero de
Rosas, lo cual muestra sus expectativas de no ser castigado por
irse de la estancia; pero aquí el gobernador tampoco dudó en im-
ponerle un durísimo castigo para tratar de contener, con ese ejem-
plo, las actitudes de sus peones.
Sin embargo, como dijimos, este tipo de situaciones no apa-
recen reflejadas con frecuencia en las fuentes que llegaron hasta
nosotros. Lo que sí encontramos con mayor frecuencia son las
actitudes paternalistas y de protección hacia los pobladores como
una forma de lograr su mayor sujeción. Ya mencionamos cómo
Rosas disfraza a los peones para evadirlos de las obligaciones m¡-
ROSAS, ESTANCIERO 63
Laureano [el administrador de Chacabuco al otro lado del Salado]
para los pastoreos"50. Es decir que Rosas busca también por esta
vía retener a estos dos adolescentes que ya sirven como peones
mensualizados en una de sus estancias.
CAMBIAR ALGO
A pesar de todo esto, el éxito de Rosas en reclutar peones men-
sualizados es bastante relativo y deberá utilizar otros recursos, que
son sin duda los más frecuentes: los estímulos salariales y la
mejora en las condiciones de trabajo.
La correspondencia es reiterativa sobre esto y sobre las propias
exigencias de los trabajadores para conseguir esas mejoras. Ya en
1820, al referirse Rosas a las dificultades de mover a la "milicia del
sur" e incluso a la "peonada de mi hacienda", explica al gobierno
que muchos se van y que "para mover y entusiasmar... no debe
faltar el aliciente del interés cuando el honor no es estímulo. Por
lo tanto, creo que sin dinero nada podrá hacerse..."51.
En 1832, en medio de una fuerte sequía y el alzamiento de los
ganados, le escribe Rosas al administrador de las estancias de An-
chorena: "A los peones haláguelos del modo que crea más con-
veniente y anímelos. Por lo que importa el jornal no se pare en el
precio atendida la necesidad..."52.
Por supuesto que Rosas, al igual que cualquier estanciero im-.
portante, tratará de pagar los salarios más bajos posibles a sus
trabajadores. Sin embargo, su capacidad para hacerlo es limitada
por las opciones que éstos poseen y que les confiere una impor-
tante capacidad de resistencia. Esto se hará sobre todo evidente
ROSAS, ESTANCIERO . 65
Por supuesto, los administradores y Rosas tratarán de resistir
estos embates pero, sobre todo en determinadas coyunturas, ter-
minarán cediendo a las presiones ante la amenaza de quedarse sin
peones. 0 bien ante la alternativa de tener que recurrir masiva-
mente a la contratación por día, camino todavía más gravoso
para la explotación.
Muchos trabajadores rurales se resisten a ser contratados por
períodos prolongados, incluso a riesgo de carecer de libreta de
conchabo, lo que los volvía susceptibles de caer bajo las garras de
la autoridad. En una carta de 1838 el administrador de la estan-
cia de San Martín advierte al gobernador que no consigue peones
por plazos prolongados, que muchos se "han ido saliendo" y que
"yo los había querido conchabar bajo contrato. Pero ellos no lo
han querido admitir"54.
EVOLUCIÓN SALARIAL
Veamos someramente cómo incide todo esto en la evolución de
los salarios de los trabajadores de las estancias de Rosas y, sobre
todo, en su nivel de vida y en los costos de las explotaciones.
Si observamos a los capataces y peones libres, tenemos una
muy fuerte estabilidad en sus salarios nominales hasta 1842 y
luego subas bastante espectaculares; un poco más temprano bene-
fician a los capataces, pero son seguidos, luego, por los peones.
Si comparamos estos movimientos de salarios con los de
los peones por día y los de la esquila por tarea, la situación tiende
a homologarse. Con todo, notamos alguna diferencia interesan-
te, como un leve aumento en el salario de los peones por día y
tarea en 1840, es decir antes que los mensualizados.
ROSAS, ESTANCIERO 67
este ejercicio reflejan una tremenda caída del poder adquisitivo
hasta inicios de los '40. Esa baja de los salarios comienza aproxi-
madamente en 1837, se agudiza en 1839 y 1840, para mantenerse
en niveles muy bajos hasta 1842-43.
La situación de los asalariados rurales entre 1838-39 y 1842-43
parece haber sido dramática, aunque quizá podemos matizar
estas conclusiones si recordamos que parecía haber muy pocos
asalariados rurales desde fines del '39 y por un tiempo bastante
prolongado. Probablemente los estancieros tuvieron que com-
pensar esto con sustanciosas raciones de carne y otros bienes
de consumo a sus pocos empleados.
En cualquier caso, esta situación, y sobre todo la combinación
del alza de la carne con la tremenda alza del trigo entre el '41 y el
'43, significaron un empobrecimiento absoluta de la población
asalariada y ayudan a entender la resistencia persistente de los tra-
bajadores en 1842-43 para conseguir una fuerte alza en los salarios.
Cuando en estos años el gobernador se proponga retener y
aumentar la dotación de trabajadores de sus estancias, deberá
aceptar fuertes aumentos en los salarios. Y la coyuntura de pre-
cios más favorable permitirá que la recuperación en términos rea-
les de esos sueldos resulte a veces impresionante.
ROSAS, ESTANCIERO 69
CONCLUSIONES
EL RÉGIMEN DE ROSAS
ROSAS, ESTANCIERO 71
mayores representantes, enfrentados a una población rural que
no quería someterse. Por este motivo se recurría cada vez más a
distintos métodos coercitivos, a la vez que se consolidaban nue-
vas formas de derecho de propiedad, menos condicionadas por
antiguas costumbres de origen colonial, muchas de ellas especí-
ficas de situaciones de frontera.
Este proceso de expansión ganadera parecía, de este modo, apro-
vechar la disponibilidad relativa de los factores de producción: mu-
cha tierra y poco trabajo hacían conveniente el desarrollo de la gran
estancia vacuna extensiva. Y en esto el Estado acompañó, facilitan-
do ese proceso de apropiación extensiva -sobre todo en la frontera-.
Esta experiencia se contraponía con bastante facilidad a otros
experimentos de frontera coetáneos, en particular a los realizados
en Canadá o Estados Unidos, donde las políticas de los Estados y
una mejor dotación de recursos humanos habrían favorecido un
proceso de colonización familiar que ocupaba y ponía en produc-
ción pequeñas y medianas parcelas.
Buena parte de estas imágenes han sido revisadas reciente-
mente en los estudios históricos. Así se ha puesto de relieve la
continuidad en la presencia de un número destacado de peque-
ñas y medianas explotaciones agrarias durante toda la primera
mitad del siglo XIX. Éstas dominaban todavía el paisaje social de
la campaña, aunque su participación en el reparto de la torta eco-
nómica se haya visto menguada.
Las cifras que hemos indicado aquí sobre la importancia eco-
nómica de las estancias de Rosas y sus stocks ganaderos no dejan
dudas sobre la aparición de algunas enormes fortunas vincula-
das a la expansión agraria de este período, a niveles insospecha-
dos a fines de la colonia. Por lo tanto, el nuevo peso económico del
puñado de grandes propietarios no puede ser subvalorado; pero
tampoco se pueden cerrar los ojos a esta testaruda persistencia de
la pequeña y mediana explotación familiar. El análisis de una do-
ROSAS, ESTANCIERO 73
período, los condicionamientos a su crecimiento y, paradójica-
mente, también, sobre la citada persistencia campesina.
LOS LÍMITES
La construcción del emporio estanciero de Rosas sigue unos pa-
trones que parecen bastante clásicos y que nos pintan al varias
veces gobernador como un práctico empresario. El hombre se ini-
cia tempranamente como saladerista, cuando esta actividad em-
pieza a despegar en la región. Al principio junto a sus socios y más
tarde solo, se va convirtiendo en un gran estanciero, aprovechan-
do las oportunidades que le brinda la expansión de la frontera para
ocupar terrenos a un costo muy bajo.
Con el tiempo solicita y obtiene enormes terrenos para la so-
ciedad en la frontera del Salado y los amplía más tarde a través
de la compra o los conocidos premios militares, hasta convertir-
se en uno de los mayores propietarios de la zona. Como vimos
también, a pesar de su tamaño poco frecuente, las estancias de
Rosas tienen una orientación productiva que se adecua a la de las
regiones donde se encuentran: la de San Martín sobre todo agrí-
cola y ovina, las de Rosario y Chacabuco más ganaderas, con un
claro énfasis en el vacuno al exterior del Salado.
Aunque difícilmente podamos afirmar que el gobernador se
encontraba en la vanguardia de la innovación agropecuaria del
período, podemos ubicarlo como un hombre de su tiempo,
preocupado por someter a rodeo el ganado vacuno, que intro-
duce en sus estancias la alfalfa para invernadas, que intenta me-
jorar la calidad del ovino, etc.
Lamentablemente el estado y la dispersión de las fuentes re-
lativas a las estancias del gobernador no nos permiten medir la
rentabilidad general de sus explotaciones. Pero el gobernador es-
taba muy preocupado por obtener ganancias de las mismas y a
veces se quejaba amargamente por no conseguirlas.
ROSAS. ESTANCIERO 75 .
Pero tanto o más importante que esto parece haber sido la co-
yuntura política, que también evoca Rosas. En primer lugar, los con-
flictos externos que incluyeron bloqueos del puerto y provocaron la
suspensión de las exportaciones por períodos bastante prolonga-
dos a lo largo de esta primera mitad del siglo. Y junto a esos conflic-
tos externos, la perenne crisis con la Banda Oriental, los conflictos
interprovinciales e intraprovinciales (cuya máxima expresión fue sin
dudas el levantamiento de la campaña sur en el '39). Éstos no sólo
alteraban el ritmo de las exportaciones, sino quizá sobretodo el con-
junto de las condiciones que necesitaba una estancia para producir,
en primer lugar, la disponibilidad de trabajadores para las estancias.
Con todos estos trastornos la voracidad del Estado en reclutar
hombres no tenía límites y se convertía en intolerable en los mo-
mentos de mayor crisis política. Y como ya señalamos, a pesar de
las reiteradas quejas de los estancieros, la víctima propicia de los
enrolamientos parece haber sido el migrante reciente, carente de
papeleta de conchabo y sobre todo de redes de contención local.
Este sector de migrantes se había convertido, cada vez más al avan-
zar el siglo XIX, en el grupo principal del cual podía obtener mano
de obra más o menos permanente la gran estancia.
En 1827 unos hacendados de Pergamino, en medio de la guerra
con Brasil y los consecuentes reclutamientos, se quejan amargamen-
te: "Los males que de este enrolamiento han resultado tan notorios...
es de necesidad hacer presente la horrorosa emigración que se no-
ta desde el día del enrolamiento; más de 70 familias se han traslada-
do a la provincia de Santa Fe, diariamente se van desapareciendo los
peones de las estancias y en breve nos hallaremos sin un solo
hombre, pues aun los del país [es decir los de Buenos Aires] se van..."56.
Ya señalamos anteriormente los efectos catastróficos que tiene
el levantamiento del sur en el '39, que se suma a los reclutamientos
RESISTIR Y NEGOCIAR
Los problemas coyunturales, que se reiteran una y otra vez en esta
etapa, no eran sin embargo los únicos ni los más importantes. O en
realidad su importancia se veía magnificada por la persistencia de
una estructura económica y social que venía de la colonia, que ha-
bía constituido a través del tiempo una serie de prácticas sociales
que los gobiernos antecesores de Rosas no habían logrado modi-
ficar sustancialmente y que el Restaurador de las Leyes deberá to-
mar seriamente en cuenta. Es más, la expansión en la frontera con
ROSAS, ESTANCIERO 79
suales y se tiene que recurrir a los carísimos peones por día para
completar algunas faenas ordinarias de la explotación. Estos peo-
nes por día son un sector muy peculiar del mundo del trabajo rural.
La clave para ellos parece haber sido disponer de una tropilla de ca-
ballos aceptable, y contratarse con sus animales por unos días en
las estancias, ganando un salario que superaba en varias veces al
peón de a pie.
Todos estos elementos generaban para esa fracción de la
población rural susceptible de emplearse en una estancia, un es-
pacio de negociación y resistencia que a veces les resultaba into-
lerable a los grandes estancieros y que se reflejará todavía muy
fuertemente en los comentarios que algunos hacendados realizan
en los años '60 a raíz de la discusión por el nuevo Código Rural
que impulsa Valentín Alsina, el ministro de gobierno de entonces.
Estos espacios de negociación y resistencia fueron incluso
aprovechados por aquellos sectores más carentes de protección
social, como los cautivos indígenas o los inmigrantes endeuda-
dos, que rápidamente tendieron a conquistar la posición de los
otros pobladores locales.
ACCIÓN POLÍTICA
Si nos trasladamos ahora al terreno de la política resulta difícil pen-
sar, como lo hiciera Sarmiento y muchos otros después que él, que
el carácter autocrático, sanguinario y arbitrario que le atribuyen a
Rosas como gobernante era el derivado del estado de barbarie de
la campaña y de la experiencia de Rosas como gaucho-estanciero.
Aunque sería necio negar la utilización de la violencia por parte
del Restaurador y sus seguidores -sobre todo en ciertas coyuntu-
ras de crisis-, o su personalismo rayano con la obsesión, resulta
difícil pensar que esos rasgos fueron los únicos -y los principales-
de su actuación política. Menos todavía que fueron el resultado
de la experiencia de nuestro personaje como patrón de estancias.
ROSAS, ESTANCIERO 81
de los intereses ganaderos/exportadores de los cuales él mismo
era un actor importante. Para ello creía que debía pasar por enci-
ma de la ceguera y las tendencias suicidas de estos mismos sec-
tores de la elite que habían gobernado hasta entonces, no habían
entendido los cambios aportados por la Revolución y habían apo-
yado las experiencias unitarias y aristocratizantes.
Aunque Rosas añoraba el orden perdido bajo el régimen co-
lonial y había apoyado en el '20 la salida propuesta por el grupo
de los centralistas/rivadavianos, en 1829 se proclama heredero del
federalismo dorreguista que hasta hacía poco repudiaba, adopta
el republicanismo y establece una acción política destinada a re-
construir el consenso social perdido y a orientar a los sectores po-
pulares movilizados.
La conclusión que parece sacar, luego de la crisis de la experien-
cia del Partido del Orden en los años '20, es que no se puede gober-
nar de espaldas a los sectores populares, a los que se necesita mo-
vilizar constantemente para las guerras y a los que se apela como
fuente de soberanía en las elecciones para legitimar los gobiernos
o en la frontera para contener a los indígenas hostiles. En este sen-
tido resulta una experiencia muy parecida a la que venía haciendo
(¿sufriendo?) en sus propias estancias con los pobladores y peones.
El conocido relato que hace el agente oriental en Buenos Aires,
Santiago Vázquez, describiendo su entrevista con Rosas en 1829,
es un buen resumen de la ideología que fundaba la acción política
rosista en ese momento y que parece poner en un mismo plano su
autoridad como hombre de campo y como dirigente o administra-
dor general. El recién nombrado gobernador le habría dicho:
"[C]onozco y respeto mucho los talentos de muchos de los se-
ñores que han gobernado el país, y especialmente de los señores
Rivadavia, Agüero y otros de su tiempo; pero a mi parecer, todos
cometían un grande error, porque yo considero en los hombres
de este país dos cosas, lo físico y lo moral; los gobiernos cuidaban
61. Citado en José María Ramos Mejía, Rosas y su tiempo, Ed. Científica y Litera-
ria Argentina, Buenos Aires, 1927, Tomo 1.
ROSAS, ESTANCIERO 83
incluyendo en ellos a buena parte de los terratenientes. Esto llevó a
Rosas -en esas circunstancias- a apoyarse más en los sectores me-
dios y humildes rurales, en los subalternos urbanos, en los grupos de
indios amigos y en redes clientelares, definidas, más que por su po-
sición social, por su adhesión incondicional al federalismo rosista.
En ese afán Rosas debió entablar transacciones diversas, que
incluían desde prácticas discursivas que exaltaban valores com-
partidos por esos sectores y de denuncia de las elites, hasta con-
cesiones más costosas en términos materiales.
Así por ejemplo, en medio de una crisis del partido federal en 1833,
cuando su poder estaba amenazado por el sector más liberal de ese
partido, Rosas recomienda a uno de sus principales operadores en la
campaña, Vicente González, que ofrezca terrenos de sus estancias en
Monte y Azul a pobladores humildes con la evidente intención de ga-
nar su simpatía y apoyo a la causa política que encarnaba:
"Para neutralizar alguna seducción de este nombre funesto [Es-
pinosa, que militaba en la fracción contraria a Rosas], entre los pay-
sanos se me ocurre lo siguiente, que usted verá si conviene empe-
zar a echar la voz e ir formando la lista. En todos los fondos de los
terrenos de los Cerrillos pueden colocarse hasta cincuenta pobla-
ciones de chacras con los animales que tengan de dos a trescien-
tos, los pobladores. Además en el campo que sigue hasta el arroyo
Azul, pueden también colocarse otros cincuenta o más. Esta obra a
favor de algunos pobres ha mucho que la tengo pensada, y si ha
estado demorada es tan solo por la falta de tiempo para poderla ha-
cer yo personalmente. En tal estado quizá convendría que usted
echase la voz por Lobos, que yo le he encargado, que a todos los
paisanos pobres que han servido en la restauración, o sus padres
o viudas o madres, que no tengan donde poblarse para sembrar y
les convenga hacerlo en las tierras de los Cerrillos a sus fondos, los
tome en lista, para colocarlos yo por allí a mi regreso de campaña.
Si le parece bueno puede usted hacerlo, y esta comisión puede en-
62. Ernesto Celesia, Rosas, aportes para su historia, dos tomos, Ed. Goncourt, Bue-
nos Aires 1969. pg 587 y sig.
63. Ibid, carta del 23/11/1833.
ROSAS, ESTANCIERO
igual modo, en el resto del interior, es importante su alianza con
Facundo Quiroga, el caudillo riojano que había conquistado una
importante influencia en toda la región andina.
Aunque la desproporción de recursos a favor de Buenos Ai-
res y la ambición y habilidad política de Rosas le permitirán ir avan-
zando sobre la autonomía de las provincias en el futuro cercano,
el gobernador bonaerense deberá ganar inicialmente el apoyo de
sus socios del interior con acciones concretas que a veces podían
afectar los intereses inmediatos de la provincia que gobernaba.
En un sentido similar se puede describir la política indígena y
de fronteras del gobernador, que venía impulsando y parcialmente
implementando antes de acceder a este cargo en tanto comandan-
te de campaña y como propietario destacado de las regiones de
frontera. Se trataba centralmente de una combinación de fuerza,
amenaza y negociación, por la cual consigue derrotar a una serie de
grupos y entablar negociaciones con varios de ellos, quienes se es-
tablecen en territorios autónomos como "indios aliados" o en la
misma frontera, como "indios amigos", a cambio de ciertas conce-
siones y recursos que les otorga el Estado de Buenos Aires.
El llamado negocio pacífico entablado con un grupo impor-
tante de pueblos indígenas significa erogaciones importantes pa-
ra el fisco bonaerense e implica la aceptación de ciertas pautas so-
ciales y culturales por parte del gobierno y los pobladores criollos,
además de un constante y delicado juego de negociaciones con
los indígenas.
Pero gracias a esa estrategia Rosas consigue armar un factor
de poder clave, tanto para proteger la frontera como para dirimir
conflictos internos en la sociedad criolla. Grupos de indios ami-
gos tuvieron una actuación destacada en la agitación rural que ter-
mina por deponer a Lavalle y favorecer el acceso de Rosas al poder
en 1829. Y todavía de manera más nítida van a intervenir para
derrotar a los enemigos del gobernador en la crisis de 1838-40.
ROSAS, ESTANCIERO 87
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