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Skinner Hobbes Sobre Personas Autores y Representantes 3
Skinner Hobbes Sobre Personas Autores y Representantes 3
Quentin Skinner
Una persona es aquél cuyas palabras o acciones son consideradas, o bien como suyas, o bien
como representaciones de palabras o acciones de otro hombre o de cualquier otra cosa a la que
son verdadera o ficcionalmente atribuidas. Cuando son consideradas como suyas, entonces la
persona se llama persona natural; y cuando son consideradas como representaciones o acciones
de otro, tenemos entonces una persona fingida o artificial.
La sugerencia básica de Hobbes aquí es que las personas pueden ser definidas
esencialmente en términos de su capacidad de representar o ser representados. Una
persona es alguien que, al hablar o actuar, o se representa a sí mismo – desempeña su
propio papel – o representa otra persona o cosa. Si tú representas a alguien más – si
desempeñas su papel, hablas o actúas en su nombre – entonces cuentas como una
persona artificial; si hablas o actúas en tu propio nombre, entonces cuentas como una
persona natural.
Como este análisis deja claro, una persona artificial es meramente otro nombre para un
representante, y en la versión en Latín del Leviatán Hobbes usa los términos anteriores
como uno, prefiriendo simplemente contrastar personas “naturales” con “representantes”.
En contraste, una persona natural es alguien cuyas palabras y acciones, como lo pone
Hobbes, son “consideradas como suyas”: es capaz de “tener como suyas” estas, tomando
responsabilidad por su ocurrencia. A este análisis Hobbes añade entonces que a
cualquiera que le pertenezcan sus acciones puede ser dicho también que es su “autor”,
sea que las acciones en cuestión sean interpretadas (performed) por el agente mismo o
por un representante al cual ha concedido autoridad de actuar en su nombre. Como
Hobbes lo pone:
De las personas artificiales, algunas dicen palabras y realizan acciones que pertenecen a aquellos
a quienes representa. Y entonces la persona es el actor, y el dueño de esas palabras y acciones
es el AUTOR. En casos así el actor actúa por autoridad.
Para ser capaz de actuar en tu propio nombre, es necesario ser una persona natural.
Pero para ser capaz de actuar, no es siquiera necesario ser una persona en absoluto.
Pues como Hobbes comienza estableciendo, es posible para las acciones interpretadas
(performed) por representantes autorizados ser atribuidas no solamente a otras personas,
sino incluso a cosas – e incluso, añade luego en el capítulo, a meras ficciones del
cerebro. Como un ejemplo de la última posibilidad, él toma el caso de los dioses de los
paganos. No tenían existencia, pero eran, sin embargo, capaces de mantener y disponer
de propiedad por medio de agentes, los sacerdotes que servían como sus representantes
y eran autorizados a hacerlo por el estado.
es tanto como decir, para designar un hombre o asamblea de hombres a portar su persona, y
cada uno a poseer y conocerse a sí mismo como autor de cualquier acto que aquel que lleva a su
persona deba hacer, o que haga hacer, en aquellas cosas que conciernen a la paz común y la
seguridad.
El pacto (convenant) político, en otras palabras, es dicho ahora que toma forma no de un
acto de renuncia, sino de autorización, un acto por medio el cual cada miembro de la
multitud se hace a sí mismo el autor de lo que sea que sea dicho y hecho en su nombre
por su representante soberano.
Uno de las más impresionantes características de esta nueva forma de explicar el pacto
(convenant) es que toma y despliega el vocabulario distintivo originalmente puesto en
circulación por los escritores parlamentaristas y radicales de la década de 1640. Henry
Parker, por ejemplo, abrió similarmente sus Observaciones de 1642 declarando que el
hombre, no Dios, “es el Autor libre y voluntario” de cualesquiera poderes que son
“derivados” en las manos de reyes y magistrados. Las personas son siempre “los Autores,
o fines de todo poder” y, por lo tanto, “la causa final de la Autoridad Regia”. Las anónimas
Máximas desplegadas (1643) argumentan de la misma forma que “Dios no es tan exacto
en la elección de Magistrados como para ser sus Autores”, prefiriendo dejar a la gente
que decida por quien quieren ser gobernados. Él ha concluido - en una frase de forma
asombrosamente Hobessiana – que son siempre los hombres quienes actúan como “los
Autores, Instrumentos, materia, forma y fin del Gobierno.”
Desarrollando una línea de pensamiento muy similar, Hobbes comienza haciendo eco de
la cuenta dada por los escritores parlamentaristas sobre las personas como los autores de
todo el poder. Como hemos visto, el coincide totalmente que, cuando convenimos instituir
una Comunidad (Commonwealth), nos volvemos “por esta institución autor de todas las
acciones y juicios del soberano instituido”. El también coincide que, a menos que seamos
los autores de los poderes a los que nos sometemos, estos poderes mismos no serían
legítimos. La razón es que “ningún hombre es obligado por un pacto (convenant) del cual
no es autor, ni consecuentemente por un pacto (convenat) hecho contra o fuera de la
autoridad que él dio”.
Estos argumentos constituyen una extensión remarcable de los análisis más tempranos
de Hobbes en Los Elementos y De Cive sobre el pacto (convenant) como mera renuncia
de los derechos. Comentadores previos que se han enfocado en la forma bastante
diferente que tiene Hobbes de presentar su teoría en el Leviatán han generalmente
concluido que debe haber identificado algunas debilidades, dificultades o incluso
contradicciones en la exposición inicial de su teoría, y debe haber decidido reformular está
en un intento de hacer frente a estas dificultades. En contraste con esta, de cierta forma,
especulativa y vaga hipótesis, mi principal objetivo en lo que sigue será el sugerir un
diferente tipo de explicación para las modificaciones que Hobbes introdujo. Lo que veo
como crucial es el extenso uso que hace en la versión corregida de su teoría del
vocabulario distintivo desarrollado por los propagandistas parlamentaristas de la década
de 1640, los propagandistas que estigmatiza en el capítulo xxix del Leviatán como los
“escritores democráticos” y que denuncia por destruir la monarquía Inglesa. Lo que
Hobbes está haciendo, debo intentar mostrar siguientemente, es buscar desacreditar a
estos escritores demostrando que es posible aceptar la estructura básica de su teoría sin
al final endosar ninguna de las implicaciones radicales que ellos siguen de esta. Es esta
nueva estrategia retorica en el Leviatán, y la forma en que lleva Hobbes a enunciar una
fuerte teoría contrastadora de gobierno representativo lo que tiene que ser siguientemente
investigado.
II
Para ver como Hobbes sigue su nueva estrategia, debemos comenzar enfocándonos en
el momento en el cual el comparte con los escritores democráticos y sus visiones sobre el
génesis del gobierno legítimo. Ellos han invariablemente asumido que las asociaciones
civiles deben haberse elevado de comunidades libres y naturales y han inferido que todo
el cuerpo social debe entonces ser considerado (como Parker pone en sus
Observaciones) como “el Sujeto apropiado” del poder soberano. Esto, de acuerdo con
Hobbes, es un error enorme, y uno de sus propósitos básicos en presentar su descripción
melodramática del estado de la naturaleza en el capítulo xiii del Leviatán es poner este
error al desnudo. Simplemente no hay tal cosa, replica, como el cuerpo social. Si vemos
atrás de los límites de la asociación civil, lo que encontramos es nada más que una
muchedumbre o multitud de “hombres particulares”. Es más, es una multitud en la cual,
debido a lo similar de los deseos de todos y de sus poderes, estamos todos
“desvinculados” de cada otro y “cada hombre es enemigo de cada hombre”. Como
resultado, la condición natural de la humanidad no es meramente un estado de hombres
“en soledad”, un estado en el que “no hay sociedad” y “tampoco propiedad o comunidad”;
es realmente “una condición de guerra uno contra otro”, una perpetúa guerra “de todo
hombre contra todo hombre”.
Hobbes está ahora en capacidad de descartar este aspecto del discurso de los escritores
democráticos. Antes de volverse sujeto del poder soberano, él replica, las personas “no
son una persona”; no son nada más que miembros individuales y hostiles de “una multitud
desunida”. Se sigue que la visión parlamentarista de “toda la multitud, como una parte en
el pacto” es, como Hobbes afirma categóricamente, “imposible”. Suponerlo de otra forma
es simplemente entender mal la condición natural de la humanidad.
“Una multitud de hombres”, como Hobbes resume, “son hechos una persona, cuando son
representados por un hombre, o una persona”. El resultado del pacto (convenant) es en
consecuencia “una unidad real de todos ellos, en una y la misma persona”, bastante
parecido a lo que los escritores democráticos mantenían. Como Hobbes continuamente
insiste, no obstante, esta es la única forma en la cual una multitud puede alguna vez ser
vista como un cuerpo unificado de gente. Concluye recordando el análisis parlamentarista
rival y repudiándolo al mismo tiempo. Es solamente “la unidad del representante, no la
unidad de los representados, que hacen la persona una”. A lo cual añade que, en
despecho de lo que es creído generalmente, “la unidad, no puede ser entendida de otra
forma en multitud”.
Hasta ahora estas clamas le habrán sido ampliamente familiares a cualquier lector de los
ataques previos de Hobbes a la teoría de la soberanía popular en Los Elementos y De
Cive. Aquí Hobbes ya había argumentado que la gente en su condición natural son una
mera multitud; que el pacto (convenant) político toma la forma de un acuerdo entre “cada
hombre”; y que el solo acto de instituir una soberanía tiene el efecto de convertir la
multitud en un cuerpo unificado de gente. Si nos devolvemos ahora al Leviatán, sin
embargo, encontramos que más allá de este punto el argumento de Hobbes comienza a
moverse a otro terreno completamente nuevo. Una vez reconocemos, sugiere ahora, que
aquí no hay tal cosa como el cuerpo social, podemos tener esperanza de desacreditar la
teoría entera de autorización y representación que los escritores democráticos han puesto
en circulación en el curso de la década de 1640.
Una segunda inferencia extraída por los escritores democráticos ha sido que, como lo
expresa Parker, cuando el cuerpo social autoriza un soberano, este “puede ordenar las
condiciones, y prefijar los límites que le plazcan”, colocando así a su gobernante bajo la
obligación de gobernar de acuerdo a los términos de una confianza “condicionada”.
Volviéndose a este argumento en el capítulo xviii, Hobbes busca demostrar que está
incluso más obviamente enredado en el absurdo. Supongamos que los miembros de una
multitud hacen un pacto (convenant) con un gobernante designado quien, después de su
institución, actúa de tal forma que produce “una brecha en el Pacto (Convenant)”, el cual
inicialmente acepto. En esta etapa el gobernante ya habrá entrado en posesión de sus
derechos soberanos, en consecuencia de lo cual todos los súbditos estarán obligados a
“poseer” y “reconocer” cualquieras acciones que él elija interpretar (perform) en sus
nombres, debido a que estaría interpretándolos (performing) “en la persona y por el
derecho de cada uno de ellos en particular”. Pero esto significa que, cualesquiera sean las
limitaciones en sus acciones que pueda haber aceptado antes, estos acuerdos serian
ahora nulos y vacíos por que “cualquier acto que pueda ser alegado por cualquiera de
ellos como infracción del convenio, será un acto tanto de sí mismo como de los demás”.
Cualquier súbdito que ahora se queja sobre el comportamiento soberano estaría
presentando una queja, ridículamente, contra sí mismo.
La última y más explosiva implicación extraída por los escritores democráticos ha sido
que, como William Prynne ha proclamado en El Poder Soberano de los Parlamentos y
Reinos (1643), cualquier rey que falle en honorar los términos de su pacto (convenant)
puede ser resistido por sus propios súbditos y removido del poder “por las Armas
defensivas necesarias”. Hobbes recurre al análisis de su rival de la autorización para
mostrar que este es la mayor absurdidad de todas. Dado que “todo súbdito es autor de las
acciones de su soberano”, cualquier súbdito buscando castigar a su soberano estaría
condenándolo a él, incluso más ridículamente, por “acciones cometidas por sí mismo”.
III
El análisis del pacto (convenat) político ofrecido por los escritores democráticos
generalmente formaba solo la primera parte de un análisis de dos partes de como los
gobiernos legítimos evolucionan a través del tiempo. Solían continuar postulando que, en
orden de controlar la tiranía de los reyes, la gente eventualmente encontraba necesario
instituir Parlamentos como un medio para representarse a sí mismos y sostener sus
intereses como un todo.
Cuando dicen que los Parlamentarios representan a la gente, algunos de esos escritores
enfatizan la idea de la representación como el acto de imaginar personas y cosas, y por
consiguiente hablan del Parlamento como una imagen o semejanza de la gente como un
todo. Henry Parker emplea exactamente este vocabulario, describiendo el Parlamento
como una “representación” del “cuerpo social real” y como una “representación” a menor
escala de “todo el cuerpo del Estado”. Él se encuentra muy cerca del autor de A
Soveraigne Salve, quien también habla del Parlamento como “representación” de “todo el
reino”, y de un numero de otros escritores parlamentaristas, incluidos John Godwin,
Charles Herle y Philip Hunton, todos los cuales describen las dos Cámaras como una
imagen o “representación” del reino, nación o gente en general.
Confrontando estos argumentos en el libro II del Leviatán, Hobbes no tiene problema con
la clama de que los Parlamentos pueden ser descritos como asambleas representativas, y
coincide con que las asambleas no menos que los individuos pueden estar autorizados a
servir como representantes soberanos. Lo que no puede aceptar es la sugerencia de que
los Parlamentos pueden ser considerados como imágenes o representaciones del cuerpo
total de la gente. Como él ya había explicado en el capítulo xvi, no hay tal cosa como el
cuerpo social esperando representación. Porque nada existe en la naturaleza excepto
“una multitud de hombres”, no hay nada para ser imaginado o representado excepto “cada
uno de esa multitud en particular”. Este compromiso estimula a Hobbes a cuestionar por
entero el análisis parlamentario de la representación de la gente. Una de sus
contribuciones es una negativa y puede ser dicha que toma la forma de un silencio
despectivo. Los escritores parlamentaristas, y luego los Niveladores, han discutido sin fin
la pregunta de cómo una imagen o representación satisfactoria de la gente se debe ver.
¿Cuántos grupos sociales deben ser incluidos en la imagen? ¿Qué tan largo debe ser el
cuerpo representativo para hablar y actuar efectivamente por el cuerpo social “real”?
¿Cómo puede ser mantenida la proporcionalidad entre las características del cuerpo
representativo y las características del cuerpo real siendo imaginado o representado?
Estas preguntas presuponen todas exactamente lo que Hobbes niega: que las
asociaciones civiles son creadas fuera de cuerpos de gente preexistentes y unificados. De
modo que ni siquiera reconoce los debates resultantes.
Hobbes contraataca que, dado que no hay nada a ser representado excepto los cuerpos
individuales “de todos y cada uno de la multitud”, no hay razón por la cual este acto de
representación no pueda ser interpretado (performed) igualmente bien por un cuerpo
individual como por un cuerpo de gente. El extrae esta inferencia lo más directamente
posible cuando se vuelve en el capítulo xix del Leviatán a considerar las diferentes formas
de gobierno legítimo: “Es manifiesto”, proclama, “que los hombres que están en absoluta
libertad pueden, si desean, dar autoridad a un hombre para representarlos a todos;
igualmente como para dar tal autoridad a una asamblea de hombres; y consecuentemente
pueden subyugarse a sí mismos, si piensa que es bueno, a una monarquía, tan
absolutamente como a cualquier otro representante.”
Para Hobbes, sin embargo, lo crucial es que, cuando hablamos de ofrecer una
representación de la gente, no podemos estar refiriéndonos al acto de imaginarse a un
cuerpo unificado, sino solamente al acto de imaginar los miembros individuales de la
multitud. Pero si esto es así, entonces no hay razón del por qué este acto de
representación no deba ser interpretado (performed) por un cuerpo individual con un
carácter representativo. El concepto clave de Hobbes es, así, representatividad. El
mantiene que un camino para representar a los miembros de una multitud (en el sentido
de hablar y actuar por ellos) será siempre apuntar a una persona individual que pueda
representar (en el sentido de ofrecer una imagen o semejanza de) a los individuos
envueltos. Un “representante” satisfactorio, en este análisis, seria simplemente alguien
quien pueda elevarse como una persona representativa, una persona representativa de
todos y cada uno de los individuos que está siendo representado.
Tan confiadamente Hobbes deja de lado la devoción corporativista que parece natural
preguntarse si es que puede haber obvios precedentes para su línea de pensamiento.
Una posibilidad intrigante es que tal vez haya sido influenciado por los teólogos
protestantes Ingleses de los principios del siglo diecisiete. Algunos puritanos divinos,
incluidos Paul Bayne, William Bridge y Richar Sibbes, desarrollaron de fuentes Luteranas
un argumento sobre Adán y Cristo como “personas normales” representantes de toda la
humanidad. El pionero de estos escritores fue William Perkins, pero quizás el desarrollo
más sugerente de sus ideas puede ser encontrada en el tratado de Thomas Goodwin de
1642 llamado “Cristo Expuesto”, a cual el análisis de la representatividad de Hobbes
guarda unas asombrosamente cercanas semejanzas.
A pesar de que estos son pasajes extremadamente sugestivos, la idea de Hobbes como
un lector cercano a tales textos teológicos puede verse implausible. Si es que hay una
fuente más probable de inspiración, puede tal vez ser encontrada en el análisis de Dudley
Digges de la representación política en su tratado de 1643, La ilicitud de los Súbditos
tomando las A rmas. Digges habla sobre la representatividad de los reyes en el curso de
oponerse a la sugerencia parlamentarista de que maior singulis sed minor universis. El
responde que esta doctrina es “evidentemente falsa” porque cualquier gobernador
supremo posee el poder entero de la multitud y es por lo tanto “el representante de todos”
y “legalmente toda la gente”. Posteriormente recurre al punto cuando resume sus razones
para creer que en el caso de Inglaterra “el Rey no es minor universes”. “Hay una gran
diferencia”, repite, “entre el todos real y representante”. Donde el rey es absoluto, “hay un
Populus Anglicanus, legalmente la Nación Inglesa”, y en ese caso debemos decir que “el
Rey es toda la gente, y lo que él hace es legalmente su Acto”.
Como revela este análisis, Hobbes toma por garantizado – como hicieron los teólogos
protestantes – que las características de la multitud que requieren ser imaginadas o
representadas son comunes a todos, hombres y mujeres por igual. Una implicación es
que la multitud puede igualmente ser representada por una reina gobernante como por un
rey. La portada del Leviatán parece sugerir que la propia preferencia de Hobbes podría
haber sido que la persona representante fuera un hombre. Pero es cuidadoso a permitir
que una mujer pueda elevarse igualmente bien como la persona representativa de todos
nosotros. El incluso sugiere que, debido a que las mujeres son a veces más prudentes
que los hombres, y debido a que la prudencia es auto-evidentemente un atributo deseable
en un representante, las mujeres pueden en algunos casos estar mejor capacitadas a
ejercer el dominio sobre otros.
Hobbes también acepta que, debido a que una sola persona puede tipificar o ser
representante de todos nosotros, tal persona puede a su turno servir como lo que el
describe – de nuevo siguiendo a los teólogos protestantes – como nuestro “representante
común” o “representativo común”. Aquí Hobbes tiene una afirmación más general y
también más específica que hacer. Su afirmación general es simplemente que cualquier
persona natural puede ser asignada con el derecho para hablar y actuar en el nombre de
todos nosotros, y puede entonces servir como “un representante absoluto a todos los
efectos y propósitos”. Como hemos visto, no obstante, Hobbes cree que, cuando los
miembros de la multitud autorizan a alguien a servir como representante soberano, esta
decisión tiene el efecto de transformarlos en una Persona, dado que tiene el efecto de
dotarlos con una única voluntad y voz. Su afirmación más específica es así que la
Persona en cuyo nombre el soberano adquiere el derecho para hablar y actuar será la
Persona engendrada por la multitud fuera de su acuerdo para ser representada. Como
expresa el punto a comienzos del capítulo xviii, al soberano es asignado “el derecho de
personificar la persona” que la multitud, de este modo, trae a existencia.
Como hemos visto, el resultado del argumento presentando por los escritores
democráticos ha sido que la mejor forma de gobierno debe ser una monarquía mixta. La
gente de Inglaterra, añadieron, eventualmente triunfo en establecer justamente tal
monarquía, una en la cual la gente fuera capaz de instituir una asamblea representativa
para controlar y balancear los poderes de sus reyes. Volteándose a este argumento final,
Hobbes abandona su manera objetiva normal de escribir y se permite responder en lo que
parece ser un de verdadera indignación:
No me explico cómo una verdad tan evidente sea, en definitiva, tan poco observada; que en una
monarquía, quien detentaba la soberanía de una descendencia de 600 años, era solamente
llamado soberano, tenía el título de Majestad de cada uno de sus súbditos, y era
incuestionablemente tomado por ellos como su rey, nunca fuera, sin embargo, considerado como
representante suyo.
Una vez que reconocemos esta verdad cardinal, podemos fácilmente ver de acuerdo a
Hobbes que las teorías de monarquía mixta propuestas por los escritores democráticos
estaban peligrosamente confundidas. El comienza refiriendo a la versión más familiar de
la teoría, de acuerdo a la cual “el poder de hacer leyes” es hecha para depender (como
pone con desprecio) en “el consentimiento accidental” de un hombre con dos asambleas
representativas separadas. Este sistema requiere que “el rey porte la persona de la gente”
mientras “la asamblea general porta también la persona de la gente” y “otra asamblea
porta la persona de una parte de la gente”. Pero este arreglo no puede ser descrito como
un sistema viable de “monarquía mixta” debido a que no es un sistema viable de gobierno
si quiera. El efecto es instituir “no una persona, ni un Soberano, sino tres Personas, y tres
Soberanos”, creando de este modo “no una Comunidad (commonwealth) independiente,
sino tres facciones independientes”, una receta perfecta para el caos y la guerra civil.
Hobbes admite, sin embargo, que este no es la forma de entender la monarquía mixta
más favorecida por los escritores democráticos. Como hemos visto, ellos han mantenido
generalmente de que solo hay dos elementos en esta mezcla, rey y Parlamento, y que el
Parlamento, como la asamblea representativa de la gente soberana, debe predominar
sobre el rey. Hobbes replica que esto es simplemente repetir el mismo error. Cuando la
gente de Inglaterra instituyo su monarquía, ellos garantizaron a su rey “el derecho a
personificar la persona de todos ellos”. Pero “donde hay ya erguido un Poder Soberano,
no puede haber otro Representante de la misma gente, sino solo para ciertos fines
particulares, delimitados por el Soberano”. La razón, nos recuerda Hobbes, es que de lo
contrario el efecto será “de erigir dos soberanías, y que cada hombre tenga su persona
representada por dos actores”. La única salida posible seria de nuevo la guerra, una
salida “contraria al fin por el cual la soberanía fue instituida”.
IV
La teoría del gobierno representativo de Hobbes puede parecer que le deja con una
incómoda dificultad. ¿De quién, en esta cuenta, debe ser predicada la soberanía? Para
poner la pregunta de otro modo – como Henry Parker lo hizo en sus Observaciones -
¿Quién es el “Sujeto (Subject) apropiado” del poder soberano? Los defensores del
derecho divino habían respondido que la soberanía es el atributo definitorio de los reyes.
Pero de acuerdo a Hobbes ningún rey disfruta un estatus más alto que el de un
representante autorizado. Los escritores democráticos habían replicado que el cuerpo
social es el sujeto original y natural de la soberanía. Pero de acuerdo con Hobbes no hay
tal cosa como el cuerpo social. Así que su la soberanía no es propiedad ni del rey ni de la
gente, ¿Quién puede reclamarle?
A este enigma Hobbes proporciona una respuesta que hace época. Para ver como arriba
a ella, necesitamos comenzar recalcando dos características distintivas de su análisis del
pacto (convenant). La primera es que, cuando los miembros de una multitud autorizan a
un hombre o una asamblea a servir como su representante, el efecto es el transformarse
de un mero agregado en una Persona debido a que están dotados ahora con una única
voluntad y voz. Otra aseveración distintiva de Hobbes es que el soberano es
representante de la Persona engendrada o “generada” por la multitud fuera de este
acuerdo para ser representados. Cuando, en resumen, los miembros de la multitud
instituyen un soberano, se vuelven una Persona y adquieren un representante para
“portar” o “llevar” o “personificar” esa Persona a una y la misma vez.
Lo que tenemos que saber, por lo tanto, es el nombre de la Persona engendrada por la
multitud fuera de su acuerdo para autorizar un representante. Este será conocido como el
verdadero sujeto de la soberanía que el representante soberano meramente tiene el
derecho de ejercer. Hobbes finalmente nos deja entrar al secreto en el pasaje esencial y
magníficamente resonante del capítulo xvii en el cual describe el momento en que el
pacto (convenant) toma lugar. Cuando los miembros de la multitud acuerdan “cada
hombre con cada hombre” a autorizar un individuo o una asamblea para representarle, el
nombre de la Persona que generan es “una COMUNIDAD (Commonwealth), en Latín
CIVITAS”. Hobbes, entonces, resume su doctrina en dos definiciones cruciales que siguen
inmediatamente. Primero se nos dice que “la COMUNIDAD (Commonwealth), o ESTADO,
(en Latín CIVITAS)” puede ser definido como “una persona, de cuyos actos una gran
multitud, por pactos mutuos unos con otros, se han hecho a sí mismos cada uno el autor”.
Entonces se nos es dicho que el nombre de la persona que “porta” o “lleva” esta Persona
es el soberano, quien puede consecuentemente ser dicho que “personifica la persona” de
la Comunidad o Estado. Como Hobbes confirme después, el soberano puede por lo tanto
ser descrito como “la persona publica” quien sirve como “el representante de la
comunidad”.
Hobbes nos dice en la Epístola Dedicatoria del Leviatán que “yo hablo no de los
hombres, sino (en Abstracto) de la Sede del Poder”. El concluye insistiendo que esta sede
es ocupada no por una persona natural o cuerpo de personas, sino más bien por la
Persona desencarnada y ficcional cuyo nombre genérico es Estado. De cualquier forma,
él es suficientemente convencional para creer que, como la descendencia de cualquier
unión legal, la Persona “generada” por la unión de la multitud merece su propio nombre
igualmente. Siguiendo con su metáfora del matrimonio y la procreación, en consecuencia,
realiza el acto del bautismo. Anuncia con su tono grave que “esta es la generación de ese
gran LEVIATAN, o mejor (para hablar con más reverencia) del Dios Mortal, al cual
debemos, bajo el Dios Inmortal, nuestra paz y defensa”.