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INTRODUCCION

Son tantas las implicaciones mutuas entre el mundo juridico y el de la psicología que no resulta fácil
seleccionar algunas y remitir otras a un cierto olvido. A fin de cuentas, el derecho y los sistemas de ~
~ministración de justicia no son más que intentos, decantados y cristalizados a través le un proceso
histórico, de regular la convivencia socíal, de reducir y resolver el con,'icto que la interacción
produce inevitablemente; incluso se podría decir que ello es a,' afortunadamente, dado que el
conflicto es a menudo factor de progreso, de cambio, ,'e movilización, frente a estructuras más o
menos anquilosadas. A través de su rol n, 'rfogenético, el conflicto aparece como creativo e
innovador, produciendo nuevas e~,"ucturas, nuevas pautas relacionales, nuevas representacíones
dominantes; nuevas legl,'midades que, casi siempre, acaban por traducirse en nuevas legalidades. Se
dibuja as! 'na especie de espiral en que la vida en comunidad provoca conflictos que el derech,
regula, aparecíendo nuevos conflictos que es necesario regular, y asi indefinidamem' en una carrera
en que la ley persigue ala realidad social, intentando abrazarlapara comp. 'nderlay normativizarla.
No hace falta ser muy psícologicista, ni caer en tentacionc' coorporativas, para concluir que los
conocimientos sobre el comportamiento deben ,:r una herramienta fundamental en el análisis y
comprensión de este proceso. La psico, 'o;ia se sítúa asi en una atalaya privilegiada desde la que
observar a sujetos, grupos e 'nstituciones implicadas. Y, desde luego, esa psicología que lleva lo
social por apellido ;~ pesar de las frecuentes discusiones sobre su parentesco con otras ciencias
sociales y 1, oropia psicología) no puede renunciar a tener como alguno de sus objetivos más
qut.'dos aquello que tenga que ver con la ley: su inspiración, su violacíón y castigo, la prevencíón del
delito, sus causas y explicaciones, las institucíones carcelarias, las posibilidades de reinserción de los
delincuentes, etc. Es nuestro propósito que con la lectura de este capitulo se pueda obtener una
perspectiva panorámica de algunos de los puntos de intersección más interesantes en que se cruzan
los caminos de psicologia y ley, con un énfasis especíal en aquellos aspectos más susceptibles de ser
abordados desde una óptica psicosociaL Sugiero al lector que me acompañe en una tarea de
visualización. Imaginémonos paseando por cualquiera de las calles de una de nuestras ciudades.
Repentinamente, nuestro deambular tranquilo se ve alterado: ruidos, detonaciones, tumulto. Acaba
de cometerse un crimen: un atracador quiere robar su bolso a una señora; su maniobra resulta más
dificil de lo previsto, la señora se resiste, el ladrón saca un arma, dispara e impacta en aquella,
dejándola malherida, intenta darse a la fuga en una motocicleta, chocando contra otro vehiculo. Al
fin, se aleja. Dias más tarde, un sujeto es detenido como sospechoso. Se trata de una escena
relativamente frecuente. Diseccionemos la~ escena en algunos de sus componentes e implicaciones:
a) Tenemos Un delito y un delincuente. ¿Puede la psicología ayudarnos a comprender mejor este
aspecto esencial de la situación, su «motivacióm), sus características, las causas y/o razones de su
comportamiento?, b) Tenemos testigos del suceso que narrarán lo sucedido, describirán al agresor,
tendrán que identificarlo posteríormente y, llegado el caso, convencer a jueces y/o jurados de la
credibilidad de su narracíón. ¿Tiene algo importante que

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decir el conocimiento acumulado por la psicologia a este respecto?, e) El sospechoso detenido será
juzgado, bien por un juez que emitirá un veredicto e impondrá una pena, bien por un jurado que
emitirá un veredicto mientras el juez determinará la sentencia. ¿Sabe algo la psicologia sobre ese
proceso de juzgar y sentenciar, algo acerca de sus condicionantes y determinantes, algo acerca del
papel de los abogados en ese contexto, algo sobre el papel de los propios psicólogos como «testigos
expertos» en tales situaciones?, d) Tenemos también percepciones y reacciones ante la criminalidad.
¿En qué nos puede ayudar la psicología al respecto?, e) Uno de los posibles resultados del proceso
penal es que el acusado vaya a parar a la cárcel, una instítución a la que muchas constitucíones
progresistas y leyes penitenciarías de regímenes democráticos formulan la demanda un tanto
esquizofrenógena de servir al mantenimiento del orden social al tiempo que se pretende la
reeducación del interno, prep,\rándole para su vuelta a la libertad y para su reinserción social. ¿Nos
puede enseñar algo relevante la psicología sobre las prisiones, sobre esas posibilidades de
rehabilitación, sobre las cárceles como una organización?,j) Y, no lo olvidemos, en esa escena
tenemos una víctima, alguien que con frecuencia es solamente una preocupación secundaria para
los sistemas de administracíón de justícía. ¿Puede la psicologia ayudar a tales sistemas a diseñar
modos de actuación en que la víctima no sea la eterna olvidada, puede prevenir el proceso de
vietimización e inJervenir Con éxito razonable sobre algunos de los problemas causados a tales
víctimas? Espero que, tras recorrer las páginas de este capitulo, el lector pueda estar de acuerdo con
nosotros en que la respuesta a tales preguntas es afirmativa, aunque sólo sea parcialmente, pero
afirmativa; con ese tipo de afirmación suave y probabílística, no dogmática, tipica de las ciencias a
las que está impedido el control de todas las variables intervíníentes. Además, hay otras preguntas a
las que la psicología ha ido buscando respuestas y que ya no van a tener cabida aquí: necesidades de
la formación de policías, técnicas de mediación entre partes para la resolución de conflictos,
procedímíentos para evaluación de sospechosos, técnicas para valorar la responsabilidad legal
(imputabilidad) de determinados delincuentes, etc. Estoy seguro que si el lector encuentra
respuestas razonables a los interrogantes que aquí nos plantearemos no tendrá ningún problema en
buscar respuestas a esas otras preguntas. La bibliografla acerca de las relaciones entre psicología y
leyes ya abundante, rica en matices teóricos y hallazgos empíricos. Comencemos, pues, ese
recorrido prometido sobre esos diferentes aspectos representados en la escena del delito que
heP.'oc visualizado juntos. Recordemos que las primeras dudas nos asaltaban al considerar el delito
y su protagonista activo: el delincuerte.

SOBRE DELINCUENCIA Y DELINCUENTES

No sería díficil aburrir a nuestro compañero de viaje con una disertación pseudoculta sobre los
múltiples enfoques teóricos que se han adoptado para una mejor comprensión de la siempre
inquietante realidad de la delincuencia (patología social, desviación social, etiquetado social,
conflicto de valores, organización burocrática de la sociedad, personalidad y delincuencia, biología y
delincuencia, etc.). También sería fácil adornar ese desfile de modelos de muchas citas que hi.cieran
el texto tanto más «científico» cuanto más indigesto. Procuraremos no hacer ni lo uno ni lo otro,
sino, más bien, referimos a algunas de las cosas que sabemos razonablemente bien de esta compleja
problemática, de manera directa y sencilla. Veamos. Muchos comentarios críticos se refieren a que
todas esas teorías nos han conducido a ninguna parte, sin ofrecemos ninguna explicación
convincente del delito, además de cuestionar su capacidad para extraer de ellas pautas de
prevención o reducción de la criminalidad en nuestra sociedad. Es una visión bastante pesimista que
olvida el constante crecimiento de nuestro arsenal de conocimientos al respecto. Ciertamente, la
delincuencia, sobre todo en sus formas de criminalidad más severa, es un concepto
extraordinariamente versátil y multidimensional, implicando a menudo carreras criminales en las
que aparecen delitos con violencia contra las personas, delitos contra la propiedad, vandalismo y
abuso de sustancias prohibidas. Tal diversidad nos condllce a uná primera conclusión; las personas
siguen senderos causales diferentes en su camino hacia la delincuencia. No hay una sola causa para
todos los delitos, al igual que no hay una sola causa para todos los dolores de cabeza. Sin embargo,
la investigación acumulada sobre factores etiológicos en la génesis de la conducta delictiva ha
encontrado frecuentes, repetidas y significativas asociaciones de determinadas variables con
amplios conjuntos de conductas antisociales. En ocasiones alguno de esos factores podría constituir
una explicación suficiente para el delito, pero en general es necesaria una constelación de elementos
que se confabulan para propiciar los comportamientos delictivos. Es imposible un «recetario» en el
que consten qué combinación precisa de factores daría lugar a qué tipo concreto de delito, pero sí
sabemos cuales son los factores que incrementan notablemente la probabilidad de encontrarnos
con delincuentes como nuestro atracador anteriormente mencionado;

a) Sabemos que ciertos ambientes son abundantes en oportunidades y tentaciones para delinquir, y
no sólo por la falta de oportunidades y recursos económicos (1H¡lOtesis.-<le la sociología tradicional
que no goza de buena reput~n destIe-que los estudios sobre delincuencia han recurrido a los
cuestionari.os-de· autoinforme sobre conducta antisocial en lugar de ir a las cárcelesy..comprobar el
estatus social de los que allí se encontraban) sino más bien por su empobrecimiento y
desorganización social, por una representación de habitualidad sobre el delito como recurso, que a
su vez genera valoraciones de tolerancia y hasta ensalzamiento del modo de vida delictivo, de la
búsqueda del conflicto como modo de generar una identidad personal, de singularizarse, en
definitiva, a través de una visión de la vida concebida como competición agresiva para el logro del
éxito y la evitación de la frustración. En tales ambientes hay facilidad para la búsqueda de objetivos
delictivos y potenciales víctimas disponibles. Pero no olvidemos que otros ambientes, menos
estudiados, son también propicios a la aparición del delito, aunque se trate de «otros delitos» cuya
percepción es menos ínmediata, la víctima no tiene. porque estarpresente y sus autores tienen
muchas menos probabilidades de ir a prisión: hablamos de esa delincuencia de cuello blanco:
financieros, políticos, empresarios, profesionales cualificados, etc. (Elliot, 1988; Romero, 1996). b)
Sabemos también que ciertas personas (personalidades) son particularmente propensas a la
conducta contraria a las normas. Ciertas peculiaridades psicológicas en interacción con ambientes
como los antes descritos son un cóctel explosivo. La tendencia a la delícuencia ha sido establemente
relacionada con: neuroticismo (inestabilidad emocional), psicoticismo, impulsividad, búsqueda de
sensaciones, escasa capacidad de empatia, incapacidad para la planificación de la conducta futura,
pobres habilidades sociales, baja inteligencia verbal y escasa capacidad de condicionamiento a las
normas en el proceso de socialización producida por un nivel de activación subóptimo. Este cuadro
suele ir acompañado por actitudes, modos de razonamiento y estrategias motivacionales que
ensalzan la conducta antisocial, resultando tales sujetos relativamente inmunes a las consecuencias
negativas de tal estilo de vida delictivo. e) También conocemos razonablemente bien una serie de
facton!s psicosociales que parecen jalonar el desarrollo de este tipo de carreras delictivas: fracaso
escolar, ambiente familiar proclive a pautas de conducta antisociales, control inadecuado por parte
de los padres y, en general, todos aquellos factores que propician una infancia de pobre control
conductual, sobre todo por 10 que se refiere al fracaso en el control de los primeros episodios de
desinhibición e impulsividad. Se ha probado también la importancia de los procesos de modelado,
sobre todo aquellos que tienen lugar en un grupo de iguales (pandilla) que presiQna a sus miembros
hacia la realización de conductas delictivas. En ocasiones es el propio sistema penitenciario el que
facilita este proceso, al poner en contacto a delincuentes primerizos u ocasionales con delincuentes'
más serios y estables. (Wrightsman, Nietzel y Fortune, 1994; Farrington, 1996). d) Asimismo, se ha
puesto de manifiesto la proclividad a la delincuencia como una consecuencia de la susceptibilidad a
la recompensa inmediata que ésta proporciona, diseñándose escenarios mentales en que la
posibilidad de detención y castigo se evalúa como algo lejano y poco probable. El alcohol y otras
drogas facilitan este modo «presentista» de regulación de la propia conducta. e) A estas alturas el
lector podria sugerir que, si hay bastantes cosas que se saben bastante bien, se podría intervenir en
este contexto con programas de prevención y reducción de conductas delictivas. Y, ciertamente, ello
es asi, aunque por desgracia los medios que se ponen a nuestra disposición por parte de aquellas
instancias políticas encargadas de financiar actividades de este tipo son ridiculos en relación con la
magnitud del problema a abordar. A pesar de todo, en los últimos años se han multiplicado los
intentos de psicólogos y educadores de intervenir positivamente en este contexto. Por referimos
sólo a algunode ellos, mencionaremos aquellos programas dirigidos a incrementar la competencia
social (Barth, 1986), como el desarrollado entre nosotros por Garrido (1996), cara a equipar a
adolescentes problemáticos con una serie de recursos personales que reduzcan el riesgo de que se
enganchen definitivamente en

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una carrera delictiva; a través de tratamiento cognitivo y conductual, los resultados son muy
prometedores: una intervención de sólo cuarenta horas permitió mejorar significativamente la
capacidad reflexiva de los sujetos (antidoto contra la impulsividad), su capacidad para el desempeño
de roles y su habilidad cognitiva para la resolución de problemas. Tates variables se han mostrado
claves en mejorar el rendimiento académico de los sujetos, factor que ya hemos mencionadopomo
importante predictor de posterior ajuste social. Además, este tipo de programas ha mostrado su
buena adaptabilidad a niños, jóvenes, hombres, mujeres, diversos grupos étnicos y diferentes tipos
de delitos, siendo un instrumento eficaz en la reducción de la reincidencia. Queda mucho por saber
todavia, pero en este contexto hay una variable que está empezando a configurarse como
fundamental y que reclamará muchisima atención en un futuro inmediato: la capacidad de empatia;
esa aptitud para ponerse en lugar del otro, pensando como él, sintiendo como él (Sobral, 1996).
Ruego al lector interesado que permanezca atento a esta cuestión, pues oirá hablar mucho de ella
en los próximos años.

Sólo dos palabras más antes de pasar a ocuparnos de otros aspectos involucrados en esa escena que
visualizabamos al principio. La psicologia es muy importante; pero ruego al lector no caiga en la
tentación de «psicologizam el problema. La delincuencia, la violencia, la agresión, tienen mucho de
subsidiarios de un determinado orden social, de determinadas ideologías dominantes que nos
inundan de valoraciones positivas sobre la competitividad, la lucha por el éxito, la posesión y
consumo de bienes estrechamente ligados al ideal mediático de la «felicidad». En otro mundo, justo
y solidario, bonancible, la reducción del crimen y la violenciapodria llegar a ser un lujo superfluo.
Ojalá lo veamos.

SOBRE PERCEPCIONES Y REACCIONES ANTE LA DELINCUENCIA

No cabe duda que la delincuencia, sobre todo cuando alcanza determinados limites de violencia, se
ha convertido en un objeto de consumo. Los medios de comunicación han encontrado en la sangre
un seguro de audiencia, recreando con frecuencia y morbosidad determinados episodios criminales.
Todo ello ayuda a configurar determinadas representaciones acerca de múltiples cuestiones
relacionadas con la delincuencia. Y una de las más importantes es la que se puede generar en tomo a
la reincidencia. Alrededor de la reincidencia la gente tiende a formarse opiniones que pueden no
coincidir con la verdadera dimensión del problema. Ello está muy relacionado con los sentimientos y
creencias que la población tiene acerca del volumen de delincuencia que existe en la sociedad y
tiene mucho que ver con las expectativas generadas en la ciudadanía sobre el tipo de politica
criminal que se debería diseñar y practicar, acerca de la necesidad o no del incremento de la
severidad de las penas, con el nivel de confianza y apoyo que se está dispuesto a depositar en
programas de rehabiJitación y su consiguiente financiación a cargo de los impuestos de los
ciudadanos.

. La gente tiende a pensar que la reincidencia es un fenómeno de enorme amplitud. Por ejemplo, la
gente cree que la tasa de reincidencia de delincuentes detenidos por un primer robo es de uno de
cada dos, mientras que lo cierto es que tal cosa solo ocurre en uno de cada cuatro casos.
Algo muy parecido ocurre con los delitos contra las personas y con los delitos sexuales, llegando la
distorsión a ser enorme en los casos de delitos relacionados con el tráfico de drogas. Por si alguien
creyera que este es un problema de las peculiaridades de una sociedad como la española, los
autores nos muestran como en Canadá ocurren cosas muy parecidas. Se suele decir que el derecho
tiende a adecuarse a la realidad social. La pregunta que la psicologia social debe ayudar a responder
es si, a menudo, no ocurrirá que tal adaptación se pueda realizar respecto a una realidad social
falsamente percibida, a un mito, más que respecto a una realidad respaldada en criterios
objetivables. En otras palabras, espero que el lector, que amablemente ha llegado hasta aquí, pueda
estar de acuerdo con nosotros en que los legisladores no deberian prescindir de los conocimientos
que la psicología social pueda prestarles para su

Fases de una encuesta


Hay cuatro etapas o fases y, cada una de ellas, puede modificar a las previas, lo que origina
un movimiento de ida y vuelta.

Objetivo de la encuesta
Debemos determinar la información que deseamos obtener sobre el tema.
La información que se desea obtener vendrá determinada por los objetivos propuestos y
determinará cuál será la población a encuestar y cómo se va a recopilar la información.

Diseño
El diseño del estudio supone haber tomado decisiones concretas: definición de las variables
de interés, selección de la población, información que se requiere recabar y sistema de
recopilación. Se define qué tipo de encuesta será la más apropiada.
El diseño de la encuesta se refiere a la operativización de las variables (preguntas que
formarán parte del cuestionario, su construcción es un elemento clave). Si la transformación de
conceptos a preguntas no es adecuada es posible que no se estime lo que verdaderamente se
quiere valorar (amenaza a la validez y la fiabilidad).

Cuestionario
La construcción de un buen cuestionario o encuesta no es un trabajo sencillo, sobre todo si el
problema objeto de estudio es original o no hay cuestionarios elaborados para evaluarlo.
Lo que se hace con un cuestionario es medir de modo indirecto lo que las personas saben,
opinan o juzgan acerca de algo, y esto no es una cuestión sencilla.

Tipos de preguntas
Preguntas abiertas: Exigen la elaboración de la respuesta de modo libre. Quien investiga debe
realizar un trabajo posterior de clasificación y categorización de las respuestas.
Preguntas cerradas o de elección: Presentan alternativas de respuestas. Son fáciles de
responder y codificar.

Recogida de datos
Recpleccion de la información obtenida.

Explotación de la encuesta
En la fase de explotación de la encuesta, es importante el proceso de grabación de datos hasta
la codificación de los mismos. Unos datos precisos y completos nos van a permitir llevar a cabo
análisis más fiables y alcanzar unas conclusiones más validas.

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