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LIBERTAD DE OPINIÓN NUMERO: 8 AÑO: I SEMANA: IV SEPTIEMBRE 2010

LA INJURIA Y LA CALUMNIA EN LOS


MEDIOS DE COMUNICACIÓN

José Bolívar Castillo V.

En una entrevista de replica a una inveterada


campaña denigratoria, que el Presidente del
Colegio de Periodistas de Loja denominó muy
acertadamente como “sicariato verbal” y que
fuera concedida la semana pasada en
Teleamazonas Guayaquil, la conductora del
noticiero Dra. María Josefa Coronel, aparte de
sacarse el clavo de la promoción de la Provincia
de Santa Elena, argumentó que es su criterio
compartido con muchas instancias
internacionales que se debe despenalizar la
injuria por parte de los informadores o
comentaristas de prensa.

Debo señalar al respecto que como persona


que ha ejercido el periodismo de opinión en
función del interés colectivo por muchos años, y
que también le ha tocado ejercer importantes
funciones o mandatos de representación
colectiva, comparto el criterio de que por
arriba del necesario acatamiento y respeto a la
autoridad, que justamente tiene su razón de ser
en la defensa del interés general, se encuentra
la necesidad absoluta de libertad de expresión
para que exista una democracia. El ejercicio de
autoridad no es un privilegio sino un servicio y la
sociedad requiere conocer con absoluta
transparencia como se administra la cosa
pública.

Ahora bien, ejercer autoridad siempre


consistirá en la dura tarea de ajustar a la
horma del interés colectivo los intereses
parciales o individuales que son esencialmente
contrapuestos ya que por lógica elemental lo que
beneficia a unos perjudica a otros. Un mundo
ideal sin contradicción dialéctica simplemente no
existe y las decisiones y acciones de una
autoridad son susceptibles siempre de ser
cuestionadas por la parte que siente afectados
sus intereses.

Poderosos círculos de poder, cuando se topan


con una autoridad que no se somete a sus
intereses aquí y en cualquier lugar del mundo,
optan por contratar lo que con razón se ha
denominado “sicariato verbal” periodistas,
seudoperiodistas o locutores con espacios
contratados que se encarguen de calumniar y
denigrar a la autoridad hasta someterla o
reemplazarla. Comparto por ello con la Dra.
Coronel que no es admisible penalizar la mera
injuria peyorativa, el insulto o el uso de términos
irrespetuosos respecto de una autoridad o
dirigente público, pero una cosa muy diferente es
la calumnia es decir la imputación de un delito, lo
cual constituye destruir la honra de una persona
que no por ejercer autoridad puede quedar
sometida a este tipo de atropellos, con el
agravante de no poder defenderse so pena de
ser señalada como contraria a la libertad de
opinión e información.
El periodista o el ciudadano que hace uso de los
medios colectivos de comunicación, no puede
asumir la condición de juez y no puede
ampararse en la libertad de expresión, para
hacer uso perverso de ella, mucho peor para
vender o cobrar a los interesados por la abyecta
tarea de destruir la honra de otro ciudadano o
autoridad, violando derechos humanos
fundamentales del afectado. En estos casos
tiene que haber responsabilidad y sanción penal
para quien por una paga, o simple audacia u
odios personales, roba o destruye algo que tiene
mayor valor que cualquier suma de dinero y que
es la honra y el buen nombre de un ser humano.
Mucho más grave aun es la reincidencia pertinaz
en estas actitudes practicadas inclusive con la
tolerancia sino el apoyo de otras autoridades y
hasta desde la misma cárcel en la que se cumple
una condena por injuria calumniosa para luego
armar una serie secuencial y sistemática de
actos de agresión destinados a burlar la justicia y
escarnecer aun más a la víctima de estos
atropellos.
Lamentablemente, algunos periodistas o
locutores labran su éxito, precisamente en su
fama de ser audaces para irrespetar y destrozar
sin clemencia ese bien jurídico esencial que es el
honor de las personas, y es tal su poder que los
ciudadanos temen enfrentarse a ellos,
especialmente cuando por el poderío de los
mecenas o contratantes del calumniador, la
víctima conoce que de proceder a denunciar o a
exigir una rectificación, será foco de nuevas y
peores agresiones periodísticas y de todo tipo en
su contra, o lo que es mas grave, cuando se
despierta una solidaridad de cuerpo en defensa
de la supuesta libertad de expresión que estaría
siendo afectada. Conocemos del caso de
autoridades a quienes hasta les han destrozado
el honor de su esposa y su familia y que han
decido por temor u oportunismo callarse,
dejando abierto el camino para que estas
inconductas se reproduzcan en la segura y
gloriosa impunidad.

Se habla ahora de posibles proyectos de


Ley que en defensa de un acaparamiento
excluyente del poder, se podrían convertir en
mordaza de la libertad de expresión y claro no
faltan los avivatos que han emprendido en la
tarea de aprovecharse de este debate para
defender e implantar la impunidad del sicariato
verbal, es decir el tiburón despotricando contra el
agua o el burro hablando de orejas.

Personalmente creo que es un deber cívico no


doblegarse ante estas circunstancias y luchar en
defensa del honor y sobre todo porque la justicia
esté en capacidad de sentar precedentes
eficaces y eficientes que eviten estas prácticas
perversas al servicio del que mejor paga y que
en la realidad obstruyen la libertad de expresión
y la convierten en un arma vil al servicio de
pasiones mezquinas e intereses abyectos.

Una cosa es lanzar una frase despectiva,


burlesca o peyorativa contra una autoridad o un
dirigente público y esto coincido con la Dra.
Coronel no tiene que ser penalizado, una cosa
es denunciar actos de corrupción o delitos y otra
muy diferente es la calumnia o la injuria
calumniosa destinada sin fundamento y hasta
bajo paga o compensación a cumplir la consigna
de destruir el honor de un ser humano y ese es
un delito grave que tiene que ser juzgado y
sancionado so pena de que el libertinaje en el
mal uso de los medios de comunicación colectiva
anule la libertad de expresión e información, sin
lo cual no hay democracia posible.

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