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La última obra de la noche trata de amor y de odio, una mezcla tan universal que
de ella no se salvan ni los dioses. Zeus sigue empeñado en sus conquistas
extramatrimoniales, cosa de la gran diosa Hera, su esposa, no puede tolerar.
PERSONAJES
HERA
ÁRTEMIS
ZEUS
HERMES
EROS
ATENEA
AFRODITA
Laralaralaralara…
HERA: (Sobresaltada) ¡Ay, qué susto! Ártemis, hija de Zeus y de Letona, ¿qué modo es
ese de entrar en el Olimpo, mansión de los inmortales? ¿Ni que estuviéramos con el
ganado! (Muy molesta y enfadada) ¿Cómo se nota que tu madre, la diosa Leto, y tu
padre -el desgraciado de mi marido- no te han educado como a una deidad veneranda y
respetable.
ÁRTEMIS: (Visiblemente molesta y herida por los comentarios de Hera) Mira, Hera,
(Se levanta en dirección a Hera), por mucho que respeto que sienta por ti, como esposa
de Zeus y madre de dioses y hombres, tú, la de blancos brazos y amplio pecho (Hera se
pavonea al escuchar estas palabras), aunque digas que no me entero, sí que me entero...
(Alzando la voz) ¡Y de cosas que no te harían ninguna gracia! (Se sienta en el otro
sillón, con una pose no exenta de majestuosidad, mirando para otro lado después de
decir las últimas palabras).
HERA: (Repentinamente seria) ¿De qué cosas hablas? Te lo suplico, habla, que no esa
yo la única en desconocer lo que hasta en los cerros de Arcadia saben. Cuéntamelo ya,
que ya sabes que es de diosas el ser chismosas y el querer saberlo todo.
ÁRTEMIS: Te lo contaré, pero a cambio quiero algo, pues el que algo quiere, algo le
cuesta.
ÁRTEMIS: (Mirando por el rabillo del ojo a Hera) Me dejarás que me bañe en tu
bañera y me regalarás un frasco de esas esencias aromáticas que llevas.
HERA: Así se hará si así lo deseas, mas dime, ¿qué es eso que tanto vacilas en decirme?
Hera se sienta en su trono. Ártemis, en pie, le habla dando vueltas por detrás.
ÁRTEMIS: Ten calma, Hera, no ha habido aún nada entre ambos, pero te aviso: Eros, el
amor, el hijo de Afrodita, tiene preparado su dardo amoroso contra tu marido, y ya sabes
cuán proclive es Zeus a los goces amorosos
HERA: ¡De oro y marfil, so basta! Vamos, ve y ponte bella como corresponde a una
deidad de tu rango.
ÁRTEMIS: Gracias, Hera. ¡Qué amable eres! (Se marcha, pero antes de salir de la
escena se vuelve) Oye, Hera, dime, ¿Qué vas a hacer? ¿Te vengarás? ¿Consentirás que
te ponga los cuernos?
HERA: (Sonriendo maliciosísimamente) No. (Rotunda) Los cuernos se los voy a poner
yo a ella (Recalca “a ella”).
ZEUS: (Visiblemente preocupado) Hermes, hijo mío, ven aquí, pues he de confiarte una
misión.
ZEUS: No, si no me refiero a la gordura, sino que es una vaca, una auténtica vaca, con
pezuñas, rabo, hocico… ¡y unos cuernos como los del Minotauro! (Hace los gestos
correspondientes para describir tal portento).
HERMES: ¡Qué evento tan horrible! Y, dime, ¿cómo se ha producido ese cambio?
HERMES: ¡Ya, ya! Una vaca… O sea, que has perdido la ocasión de un nuevo amor
¿eh? (Con tono y gesto de complicidad).
ZEUS: (Tras un pesado silencio contesta, muy angustiado) Eso es lo peor: Eros, el
amor, el hijo de Afrodita, ha clavado en mi corazón su áureo dardo, y no me cabe en el
cuerpo la pasión que siento por la muchacha.
ZEUS: Por lo que sea, pero Eros me domina y no puedo resistir sus embates.
ZEUS: (Se levanta, lleno de furia) ¡Ah, pero no acaba ahí la maldad de Hera! (Se pasea,
agitado y nervioso) Todavía ha tramado contra ella algo más terrible y extraordinario:
ha colocado junto a ella a un perro pastor arcadio, Argos de nombre, que tiene cien ojos,
y que apacienta la ternera sin cesar.
HERMES: (Asombrada) ¡Qué malvadaa! ¡Qué malvadaaa! Pero, padre Zeus, aprovecha
cuando el perro esté dormido.
ZEUS: (Con sonrisa de enfado) Espera, espera, que aún no te he contado: como Argos
tiene cien ojos, ha hecho turnos como los guardias: cincuenta ojos vigilan de día,
cincuenta ojos vigilan de noche. ¿Cómo lo ves?
HERMES: ¿Cómo lo voy a ver? Pues con los ojos. Y… ¿cuál es, pues, mi misión?
ZEUS: ¿Aún no lo has adivinado? Vete volando (Señala a las alas de Hermes) a
Nemea, pues allí es donde Argos pastorea, lo matas y luego desapareces, que llega el
diestro (Avanza Zeus entre chulo y majestuoso) a completar su labor.
ZEUS: Sí, hombre: bajas por el monte Olimpo, y coges el camino de Delfos, luego
cruzas el golfo de Naupactos y llegas a una casilla, tiras derecho, y luego a mano
derecha, ¿no hay un olmo? Pues coges el camino del olmo todo derecho y vas a ver el
cartel: Nemea 15 estadios, Villarta 22.
HERMES: Bien, rápido como tus rayos y ligero como Iris cumpliré el encargo. ¡Voy
volandooo! (Sale volando, es decir, corriendo).
ZEUS: (Soberbio y engreído) Y yo, Zeus, señor del Olimpo, padre de dioses y hombres,
voy a prepararme para vencer nuevamente en la lid amorosa. Os lo voy a contar:
Y ese toro enamorado de la argiva
La Ío va a flipar en colores
ESCENA III
En el Olimpo, la diosa Atenea borda sentada.
te veo de amanecida
coronada de violetas.
es de marfil y coral,
es de Atenas natural.
AFRODITA: Atenea, querida, ¿qué haces? ¿Bordas acaso el ajuar para tu boda…, diosa
casta, virgen guerra?
ATENEA: (Picada por la indirecta, pero sigue bordando mientras habla) Para bordar y
lucir hermosas túnicas no es necesario recorrer todos los lechos masculinos desde el
Bósforo a Tartesos y más allá de las columnas de Hércules, como una que yo me sé.
AFRODITA: Mira, chica, lo tuyo no es más que envidia. Debido a que natura te privó
de los dones (Se mira y se remira) que a mí me fueron dados, por ello y solo por ello
(Con mohín y tono de desprecio) te dedicas a las artes.
ATENEA: (Para de bordar, muy ofendida, y se encara con Afrodita) ¿Qué mejor labor
para la mente que el cultivo de las artes y las técnicas? ¿Y qué mejor trato para los
cuerpos que su puesta a punto en la carrera y el combate?
ATENEA: (Con una mirada de reprobación) ¡Eres una diosa egoísta, que no tienes nada
que enseñar a los mortales!
AFRODITA: ¿Qué no enseño nada? (Se levanta, retadora) ¡Tendrías que ver qué caras
ponen algunos al admirar mi belleza al desnudo! (Hace un gesto simulando una pose
desnuda, al tiempo que se da una graciosa vuelta).
ATENEA: Creo que la conozco, una joven bella y virtuosa, experta en el bordado.
AFRODITA: Sí, ese, el que nunca va al oculista. Bueno, pues, como te iba diciendo, me
acaba de contar Ganimedes que ha visto a Hermes partir hacia Nemea con la intención
de matar a Argos.
ATENEA: Para que así, Zeus y la… Ío… (Gestos de unión sexual).
ATENEA: Sí, algo así como un culebrón pero en plan olímpico. Pero, cuéntame, ¿cómo
se lo ha tomado Hera?
AFRODITA: Mal, pero ya sabía a lo que se exponía (Pone un espejo ante ella y se
remira).
ATENEA: (Volviendo a su bordado) ¡Claro! Todo el mundo sabe que Hera aborrecía a
Zeus, y que este se convirtió en un pajarillo y apareció en una ventana del palacio de
Hera en Samos, mojado y temblando de frío, y que esto ablandó el corazón de Hera…
AFRODITA: (Con mirada ensoñadora) Quien lo puso en su pecho para darle el calor
que emanaba de su fogoso cuerpo.
ATENEA: ¡Menos mal que fue con Hera! ¡Si llegas a ser tú…! (Mirada de odio) ¡lo
achicharras!
AFRODITA: (Vuelve a arreglarse el pelo y a mirarse en el espejo) Después de aquella
accidentada unión vino el embarazo y Hera pensó que no se estaría mal ser la reina del
Olimpo. ¡Y ahí la tienes, despotricando contra Eros! ¡Pues no haberse casado con Zeus!
ATENEA: (Enfrascada en su labor) Tienes que decirle a Eros que haga algo, si no el
Olimpo va a ser una vergüenza.
AFRODITA: Eros es un niño y a los niños les gusta jugar, pero esta vez se ha pasado.
Creo que voy a decirle que use sus flechas para que la cosa acabe… como tiene que
acabar (Se levanta ensimismada y camina hacia el tarimón, en el que se tumba).
AFRODITA: (Con naturalidad) ¡Pues en la cama! Sin el amor no hay nada que valga la
pena. Por eso creo que tú no haces nada que valga la pena.
AFRODITA: (Muy interesada, se pone de pie y se acerca a Atenea) ¿Por amor? ¿Por
amor a quién?
AFRODITA: (Desilusionada) ¡Anda ya! ¡Siempre igual! Venga, ven conmigo que te
voy a enseñar unas incitantes tuniquillas transparentes que me han ofrendado las
mujeres de Chipre.
ATENEA: ¡El arte al servicio del amor! (Se levanta y recoge la costura) Vamos, que te
dé mi parecer.
HERMES: No.
HERMES: ¿Por qué hablas así? ¿Por qué estás tan triste, oh Apolo?
APOLO: En parte sí que estoy irritado por tales desprecios, pero el culpable de todo es
Eros. Le vencí en una prueba con arco y....
HERMES: ¿Y qué?
APOLO: Pues que es tan mal perdedor que por haberme burlado de él, ahora cada vez
que me enamoro y me ve, lanza dardos de plomo contra el objeto de mi pasión, y me
tiene acabado. ¡Eros, criatura inmunda, como te pille...!
HERMES: ¿Y qué te parece a ti que ese Hefesto, feo y lisiado, herrero además, haya
desposado a la más bella diosa, a Afrodita?
APOLO: Suerte que tienen algunos. Lo que me extraña es que les agrade su compañía,
especialmente cuando viene sudoroso y con el rostro tiznado de hollín. Y a pesar de
todo, lo besan, lo abrazan y duermen a su lado.
APOLO: Para que veas las locuras que comete Eros. ¿Te has enterado, oh Hermes, de
las locuras que están cometiendo Zeus y Hera?
HERMES: Algo he oído. Por eso estas lo andaban buscando. Por cierto, ya vuelven.
Seguirán buscando a Eros.
(Acaba el añadido)
EROS: Vamos a ver, vamos a ver, ¿qué mal hago yo mostrándoos cuales son las cosas
bellas? Al final resulta que a vosotros no os gustan, pero no me echéis a mí la culpa de
esas locuras. (Picarón) ¿O es que tú, madre, no quieres ya estar enamorada?
AFRODITA: (Sin poderlo evitar) ¡Qué listo eres y cómo sabes pensar en todo! Pero
ahora hazme caso, deja en paz a Zeus y a Ío
EROS: Es que le tengo miedo, madre, porque resulta temible con sus ojos centelleantes
y además es terriblemente hombruna. Y así, cada vez que tenso el arco y me acerco a
ella (hace los gestos), agita su penacho y me asusta, me pongo a temblar y se me caen
los dardos de la mano.
ESCENA IV
Entran en la sala Hera, abatida, y Ártemis, vestida con ropas femeninas,
deslumbrante de joyas.
HERA: Lo que hace mi marido no es digno de un dios (Se sienta en un tarimón). Él, el
señor de todos los dioses, me abandona a mí, su esposa legítima, y desciende a la tierra
convertido en oro, sátiro, cisne, águila, o como ahora, en toro. (Solloza, con las manos
tapándole la cara; Ártemis le sujeta las manos y le obliga a mirarla).
HERA: Como lo oyes (se enjuga las lágrimas). Como sabes y te dije, en cuanto me
enteré –gracias a ti, querida- (suspiro de pesar) de que Zeus ardía en amores por Ío, la
convertí en una robusta ternera, ¡con unos cuernooos! (Entre sonrisas de Hera y risas
ahogadas y contenidas de Ártemis).
HERA: Y le puse un guardián infalible: Argos, un perro pastor arcadio de cien ojos.
ÁRTEMIS: (Se levantan las dos, más animadas) ¡Desde luego, Hera, no te falta detalle!
Con razón dicen luego en las comedias que las mujeres somos malísimas.
HERA: ¡En las tragedias tendríamos que estar! (Muy seria) No te lo vas a creer, pero…
¡me la ha pegado!
ÁRTEMIS: (Que no da crédito a lo que está oyendo) ¿Con… con… con… la vaca?
¿Cómo?
ÁRTEMIS: (Rostro y expresión de incredulidad) ¡En dos mil años que tengo no he visto
cosa igual!
HERA: ¡Cosas veréis, amiga Ártemis! (Con profundo desprecio) En cuanto a mí, loca
tendría que estar para convertirme en animal solo por gozar del amor.
ÁRTEMIS: Este Eros se pasa; seguro que ha inflamado el corazón de Zeus hasta hacerle
perder el sentido. ¿Cómo si no podría el señor del Olimpo dormir con una vaca,
teniéndote a ti Hera, la de blancos brazos y níveo rostro, hermosa como la estrella,
ínclita y veneranda señora, como esposa, como esposa? Piénsalo bien, y verás que solo
en un estado de enajenación mental pudo Zeus hacer eso.
HERA: (Tras una pausa reflexiva) ¡Pues pareces llevar razón! La verdad es que mi
marido es medio tonto, necio, ignorante y con mal gusto para las mujeres a las que ha
amado… menos a mí, claro…
HERA: (Rectificando) ¡Y tu madre, por supuesto! Pero caer tan bajo… ¡un toro! ¡Un
toro!
ÁRTEMIS: (Resuelta, la levanta del sillón) ¡Yo sí sé! Venga, utiliza las armas que
tenemos las diosas… (Se queda quieta, como si oyera algo) ¡Ssst! Parece que siento
pasos… (Sale y mira; vuelve corriendo) ¡Es Zeus, que viene! Me marcho. (Coge un
frasco de perfume de un estante) Échate de esto (La perfuma).
ESCENA V
Zeus entra con paso lento, cabizbajo y se sienta en su trono mirando de reojo a
su mujer, ante la indiferencia de Hera.
ZEUS: Eros debería reconsiderar su conducta, no solo por lo que hace en la Tierra, al
inducir a los mortales a hacer tonterías (Señalando al público), sino también (En voz
más baja) por lo que hace en el Olimpo, ultrajando sin cesar a todos los dioses. Todo es
tumulto y desenfreno en la olímpica mansión. (Silencio) ¿No lo crees así, Hera?
(Silencio incómodo)
HERA: Y… ¿qué es lo que ha hecho contigo, Zeus, esposo mío? (Con tono
marcadamente irónico).
HERA: No es menester que me cuentes lo que ya sé. ¿Lo saben ya los demás dioses?
ZEUS: ¡Los dioses y la diosas, los semidioses y las semidiosas, los héroes y las heroínas
y por si algo faltaba (Señala al publico) los mortales todos!
ZEUS: Sí hasta los niños van cantando “Zeus a la vaca se la mete y se la saca”
HERA: (Riéndose) ¡Los dioses sois tan ignorantes! ¡Qué tonto eres!
Se hace un silencio, que sirve de pausa reflexiva. Se oye una música dulce de
fondo, tierna y romántica. De pronto aparece eros en escena, dando saltitos: se para al
lado de los dos dioses y lanza su dardo amoroso sobre ellos. Los dioses acusan el
impacto, sienten la punzada del amor y endulzan súbitamente su mirada y sus
facciones.
ZEUS: (Se queda parado, pensativo) ¿Te acuerdas de cuando nos conocimos? (Sonríe
con dulzura) Estabas siempre en tu ventana, tan bella y tan blanca, en tu palacio de
Samos…
HERA: ¡Sí, claro que me acuerdo…! Me parecías tan hosco y tan fiero que rechacé
varias veces tus requerimientos.
HERA: Al poco tiempo las bodas. Y heme aquí, convertida en reina de los dioses.
ZEUS: (Tras un corto silencio, sonriendo) ¿Sabes? Creo que Eros actúa de nuevo sobre
mí.
ZEUS: Vámonos a acostar, Hera, que estos mortales (Mirando al público) están
cansados…
TELÓN