El astronauta estadounidense Scott Kelly y su equipo fueron
capaces de crear las condiciones ambientales necesarias para que una lechuga romana común pudiera llevar a cabo la fotosíntesis y crecer como lo haría en la Tierra irradiándola con LED rojo, azul y verde. La ensalada resultante que degustaron los navegantes espaciales fue todo un hito ya que probaba que la fotobioestimulación cromática con esta tecnología era capaz de provocar actividad celular. O lo que es lo mismo, de ayudar a la generación y regeneración de tejidos. Y la luz comenzó a curar Las terapias lumínicas tienen siglos de historia. Hipócrates recetaba a sus pacientes baños de sol para mejorar patologías de la piel y egipcios e hindúes practicaban la cromoterapia (el poder curativo de los colores basado en las diferentes longitudes de onda que emiten), sin base científica ninguna. La aparición de la electricidad hizo que la ciencia se interesara por ella.
Y, aunque el primer LED fue desarrollado en EE UU, en 1962,
por el ingeniero Nick Holonyak, no fue hasta 1988 cuando los físicos T. Ohshiro y G.R. Calderhead, —expertos en láser y pioneros en describir la técnica LLLT (en español Terapia Láser de Baja Intensidad)— mencionaron sus posibles efectos en las células.El potencial de la luz LED integrada dentro de las LLLT como herramienta médica y estética ya se vislumbraba, sin embargo, durante la década de los 90. Entonces, la fototerapia estaba dominada por los láseres convencionales, ya que los investigadores no eran capaces de generar luz LED de una longitud de onda específica (de un color determinado) como para alcanzar objetivos clínicos concretos.