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PROCRASTINACIÓN

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10 DE FEBRERO DE 2017
BLANCA N RIOS ATAXCA
San Andrés Tuxtla, Ver.
Es un término que proviene del latín (pro, hacia, y cras, mañana, por oposición a
hoy) y es realmente un concepto con historia: Cicerón dejó dicho que "in rebus
gerendis tarditas et procrastinatio odiosae sunt" (“En la ejecución de los asuntos,
la lentitud y la procrastinación son odiosas”).

Una de las principales causas de ineficiencia en el trabajo del género humano, lo


que incluye, obviamente, a estudiantes y a quienes no lo son, al margen de que se
dediquen a la política, la literatura, la educación, las energías renovables o la
industria pesquera. E incluso a la consultoría sobre procrastinación.

Procrastinar es retrasar irracionalmente. Es dejar de hacer lo que realmente


tenemos que hacer y, en su lugar, hacer lo que no habría por qué hacer
precisamente ahora. Es decir, es dedicarnos a lo secundario, a lo irrelevante o a
pasar el rato, rompiendo así, a sabiendas, el orden de nuestras prioridades reales.
Y, de camino, causándonos a nosotros mismos perjuicios evidentes: retrasos,
incumplimientos, agobios, estrés, oportunidades perdidas, metas no alcanzadas,
etc.

¿Cuál es la principal causa de procrastinación? Respuesta simple y directa, en dos


palabras: la impulsividad. Los impulsivos extremos son aquellos que se dejan
arrastrar por el deseo inmediato, lo quieren todo cuanto antes y no controlan sus
impulsos. Por así decir, solo viven el momento. Rara vez se muestran metódicos,
ordenados y concienzudos, aunque, como dilatan tanto las tareas, y a veces saben
disimular, parezca justo lo contrario. Les cuesta esforzarse a corto plazo en pos de
un beneficio a largo plazo; es decir, se conforman con recibir menos ahora que más
después. En general son distraídos, poco previsores y no autocontrolados.

Cuando empiezan a trabajar, experimentan el síndrome del sacapuntas. Se ponen


a sacarle punta al lápiz, y a veinte lápices que tuvieran, antes de entrar en faena. Si
intentan empezar algo no demasiado motivante sienten ansiedad, como si
buscaran desesperadamente que algo les desvíe de sus débiles intentos de actuar.
El reloj avanza, el tiempo se agota y el agobio hace aún más duro arrancar, por lo
que alivian la presión haciendo como que hacen, ocupándose de cosas
insignificantes o refugiándose en el entretenimiento para anestesiar su malestar
difuso, siempre con la promesa ficticia de que “en cuanto acabe esto, ya me pongo
en serio”.
Uno de los principales problemas de la procrastinación para nuestros hijos es su
práctica invisibilidad en el momento en que está ocurriendo. Suele estar camuflada bajo
un montón de malas excusas. Y lo cierto es que, para combatirla, el primer paso es
evidente: reconocerla. Pero hay procrastinadores que no lo reconocerían ni a rastras.
Prefieren refugiarse en la cantilena de problemas e inconvenientes de todo tipo, y luego
buscar pseudoargumentos que enmascaren su problema. Veamos algunos de los más
frecuentes:

1. “Soy más creativo bajo presión y así me va bien”. Es indudable que toda la
creatividad que surja en estas personas será bajo presión, porque no tienen
alternativa. Esta creatividad podrá consolar, pero, en términos generales, no aguanta
la comparación con la que nace libre de coacción temporal. Las buenas ideas
necesitan reflexión, preparación e incluso su largo periodo de incubación, y eso no
suele ocurrir bajo presión.
2. “Soy más eficiente en el último minuto y así me va bien”. ¿Qué alternativa queda?
¿Optimizar esa supuesta eficiencia apurando plazos, pero arriesgándose a no llegar
a tiempo? ¿Cuál es el límite: el último día, la última hora, el último minuto? ¿Es esa
una opción o habría que convenir en que la acumulación gradual y temprana de
trabajo ofrece una seguridad que jamás podrá ofrecer el último minuto?
3. “Soy muy perfeccionista, por eso tardo en acabar, y así me va bien”. Los estudios
han demostrado que el perfeccionismo apenas produce una dosis significativa de
procrastinación. Por el contrario, los auténticos perfeccionistas, esmerados,
ordenados y eficientes, no tienden a desviarse de sus objetivos ni a distraerse así
como así. Es decir, la mayoría de las veces esa es una mentira piadosa.

Hay tres claves esenciales para atajarla:


1. Saber que uno procrastina, reconocerlo, querer dejar de hacerlo y estar vigilante para
evitarla allá donde se presente.
2. Tener un modelo ágil y eficaz de asignación de prioridades a las tareas.
3. Manejar adecuadamente los factores que influyen en la motivación para elevarla, ya
que a más motivación, menos riesgo de procrastinación. Y a la inversa. Esta es una
idea esencial: motivación y procrastinación son conceptos contradictorios; una
crece cuando la otra disminuye.
La primera necesita pocas aclaraciones. Si no se reconoce o no se quiere cambiar, lo
demás sobra. Sobre la segunda hablaré probablemente en un futuro post. Pasemos a la
tercera: la motivación. Para analizarla y saber cómo gestionarla, los expertos han partido
de las ecuaciones de los economistas sobre la toma de decisiones.

Podemos decir que la motivación equivale a una fracción en cuyo numerador está
la expectativa y la valoración. La expectativa es la probabilidad de conseguir algo o la
confianza en ello. La valoración alude a lo que se estima o desagrada el resultado de lo que
se hace. Cuando suben estos dos factores, expectativa y valoración, se incrementa
la motivación. Y a la inversa cuando bajan.
En el denominador, tenemos otros dos aspectos: impulsividad personal y demora de la
satisfacción (o tiempo que tardaría la retribución). Cuando suben estos dos factores,
impulsividad y demora, la motivación baja. Y a la inversa.
Traducido a un lenguaje más simple, la motivación será mayor cuantas más
expectativas reales tengamos de conseguir algo y más valioso sea. Por el
contrario, disminuirá cuanto más alejada en el tiempo esté la posibilidad de
conseguirlo y más impulsivos seamos.
Como la procrastinación se mueve de forma inversa a la motivación, hagamos también
su traducción. Tenemos más peligro de procrastinar y desviarnos de nuestro camino
razonable cuanto más impulsivos seamos y más lejana en el tiempo esté la
posibilidad de culminar o conseguir algo. Evitaremos el riesgo cuando tengamos más
expectativas reales de conseguir algo y más valioso sea.

¿Cuáles son las situaciones críticas en las que todos, procrastinadores extremos y
quienes no lo son, podemos vernos enfrentados a situaciones de alto riesgo de
procrastinación que conllevan? Son estas:
1. Las tareas que no disfrutamos.
2. Las tareas para las que no tenemos habilidad.
3. Las tareas que no compensan por su gran dificultad.
4. Las tareas que no compensan por el escaso reconocimiento previsible.
5. Las tareas no previstas en nuestras agendas o planes.
6. Las tareas que no comprendemos bien.
7. Las tareas referidas a situaciones confusas y mal definidas.
Identificar bien que nos encontramos ante una de estas tareas envenenadas también nos
puede ayudar a estar atentos y superar el riesgo de procrastinación.
Hay también factores externos a la tarea en cuestión que pueden ser dañinos por su
tremenda atracción procrastinadora. No hay otro peor que la pantalla lúdica, cuya
tentación se ha convertido en un gigantesco obstáculo para que las personas desarrollen
sus tareas de forma puntual y eficiente. En eso coinciden todos los estudios: sea en forma
de televisión (también a través de ordenador u otros terminales), teléfono móvil, correo
electrónico, redes sociales, videojuegos o cualquier otra modalidad, nuestros hijos y no
pocos de los adultos, entregan media vida a la diosa pantalla. Obviamente, dejamos
aparte los casos en los que la pantalla es justamente un instrumento de trabajo (al menos,
durante el tiempo en que lo es).
Se han realizado estudios sobre la parte de jornada laboral degradada o inutilizada por
el correo electrónico. La conclusión es que casi la tercera parte de ella resulta afectada.
Se habla a menudo del spam (mensajes basura), en un sentido agresivo, pero a veces
olvidamos la enorme cantidad de spam amigo con el que nuestros propios círculos nos
castigan a diario. Además, el mail como factor de procrastinación presenta un problema
añadido: nos engaña haciéndonos creer que realmente estamos trabajando, algo que no
siempre es así.
10 formas de luchar contra la
procrastinación
Por: Carlos Arroyo | 14 de marzo de 2013

Conocer la tipología del procrastinador, las causas biológicas de esta conducta y cuál es
nuestra principal arma contra ella, la motivación, es imprescindible.
Pero ahora trataré de ser más concreto al hablar de cómo afrontarla: ¿Qué podemos
hacer en el día a día para controlar poco a poco la procrastinación? No vale la respuesta
humorística: que pase el tiempo y el joven se convierta en adulto. No, porque la relación
entre jóvenes y procrastinación es indudable, pero no es una ley de hierro: ni todos
los jóvenes procrastinan por igual, ni todos los adultos han dejado de hacerlo (en realidad,
lo siguen haciendo la mayoría).
Lo que podemos hacer lo resumiré en 1+10 pautas. La pauta que va suelta, es la madre
de todas las pautas (en esta vida moderna). Suprimir las tentaciones electrónicas es la
técnica antiprocrastinación más eficaz, por encima de cualquier discurso sobre la
importancia de la motivación. El sonido de las llamadas telefónicas, los mensajes, el
correo, las redes, etc., nos han convertido en una especie de perros de Paulov, que
reaccionan ante estos estímulos como si interrumpir el trabajo decenas de veces no
tuviera la menor importancia. O como si estuviéramos bien dispuestos a pagar el
precio de esas interrupciones a cambio de la sensación de conexión permanente.
Una vez establecido esto, veamos la otra docena de pautas, que considero pueden ser de
utilidad para ayudar a nuestros hijos:
1. Establecer metas. Las metas generan espirales de éxito muy eficaces. ¿Cómo
deben ser? Específicas (no tan genéricas que no muevan a la
acción), secuenciadas (parciales, pero dentro de una senda
global), accesibles (pero no tan ínfimas que no supongan progresos) y
temporalmente realistas. Además, mejor de acercamiento que de evitación o
negativas.
2. Tomar decisiones y comunicarlas. Las decisiones formales y explícitas ayudan a
doblegar el sistema límbico: la parte planificadora de nuestro cerebro se impone así
a la impulsiva. El compromiso es más difícil de incumplir cuando hay una
resolución solemne y pública.
3. Apoyarse en rutinas positivas para automatizar el trabajo y alejar
tentaciones. Las rutinas son apoyos esenciales de los objetivos a largo plazo,
porque, al automatizar el trabajo, alejan tentaciones y distractores. Cualquier
procrastinador puede rendir tanto como quien no lo sea, siempre que se agarre a
las rutinas. Evitar las excepciones impide que se conviertan en reglas, porque la
primera dilación es un camino abierto a la segunda.
4. Romper la barrera del minuto -1. La verdadera barrera que hay que romper es el
minuto anterior a comenzar a trabajar. Ese es el gran obstáculo. Si se supera esa
gran barrera inicial, todo resultará más llevadero y se habrá evitado el mayor
riesgo de procrastinación.
5. Evitar las tentaciones para evitar los peligros. Distanciar las tentaciones (tareas
o distracciones alternativas) multiplica su demora de satisfacción y reduce su poder
motivador. Siempre es bueno interponer obstáculos entre el trabajo y la
tentación. La técnica del envoltorio consiste en pensar en la tentación como algo
lejano, abstracto, incierto, indefinido, sin dejarse atrapar por sus detalles más
atractivos (como si en lugar del sabor y la textura del chocolate fuéramos capaces
de visualizar solo una caja de bombones envuelta en papel opaco).
6. Anotar ideas para expulsarlas de la mente. Anotar las ideas ajenas al tema en el
que se trabaja evita un gran riesgo de desconcentración y de procrastinación. Como
es difícil suprimir los pensamientos a pura fuerza de voluntad (si nos obligamos a no
pensar en algo, probablemente acabemos pensando en ello más aún), necesitamos
la ayuda del taco de notas, que los echa de la cabeza y evita que se nos queden
flotando.
7. Buscar la cara agradable de lo desagradable. Así se eleva la valoración de las
tareas duras y, por lo tanto, su escaso poder motivador. Manipular mentalmente la
tarea y asociarla a algo que nos resulte agradable eleva la motivación.
Además, autopremiarse y autohalagarse potencia la autosatisfacción.
8. Visualizar los logros deseados para vivirlos por anticipado. Recrear situaciones
de forma intensa hace que nuestra mente se active y genere una especie de
imagen como si se hubieran producido tales logros. Si somos optimistas y
visualizamos activamente las metas, habremos dado un paso hacia ellas. Por el
contrario, tener miedo a fallar incrementa las posibilidades de fallo.
9. Evitar los argumentos autoabsolutorios o autopermisivos. Si decimos “no pasa
nada por un día que me retrase, tengo tiempo”; “miro Facebook, pero solo cinco
minutos”; “ya empiezo mañana, que es lunes”, no nos miramos en un espejo real ni
daremos pasos hacia el cambio correcto.
10. Combatir el aburrimiento. El aburrimiento empuja de cabeza hacia la
procrastinación. Hay pautas para inflar artificialmente el interés de las
tareas: cambiando la manera de abordarlas, marcando pequeños hitos,
recortando los tiempos de las tareas parciales como en una autocompetición,
conectando mentalmente la tarea pequeña en un todo mucho más importante.
Enganchar las tareas en otras de superior rango y de mayor importancia es eficaz.
Y, desde luego, el cansancio es un factor que multiplica el desinterés y reduce
la capacidad de esfuerzo.
Todas estas pautas son eficaces, lo que no quiere decir que sean sencillas de
implementar o manejar con maestría. Lo que interesa es que nuestros hijos las conozcan
y que, para su puesta en práctica, reciban nuestra ayuda. El tema no es simple, porque
la tendencia a la procrastinación está muy arraigada en nuestro cerebro; de hecho,
podríamos decir que es natural. Pero es una batalla que merece la pena emprender.
El premio es mejorar sustancialmente la forma de trabajar. Y sufrir mucho menos, para
qué negarlo.

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