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LA VERDADERA LIBERTAD – II

Hay quien es esclavo, de un hombre o de una mujer. Hay Herodes prisioneros de Herodías y
generales esclavos de Cleopatra. Hay pobres mujeres esclavas de un Don Juan, de un Rodolfo
Valentino o de los “Ídolos”. Dijo el gran apóstol Pablo: “No os hagáis esclavos a los hombres”
(1 Cor. 7:23). No hay servidumbre más vergonzosa que la voluntaria.

La masa tiene aún más influencia que el individuo aislado. Cuando menos razón tiene una
persona y cuanto más miedosa es, tanto más necesita de la muchedumbre para sentirse
fuerte; necesita gente.

Cuanta más razón tiene una persona y cuanto más valiente es, menos necesidad tiene de
todos estas muletillas; antes de le estorban.

En medio de la muchedumbre el individuo “se siente” fuerte. Lo que en realidad sucede es que
la masa anula al individuo; por eso son mucho más humanas las ciudades, las empresas, las
iglesias y las casas pequeñas que las grandes.

Las masas son temibles – como la historia lo demuestra – porque dejan sin dirección superior
al individuo y cosas que nunca habrían hecho, las hacen cuando se sienten embriagadas por la
masa. Los 100, 000 “enamorados” de María Antonieta se trasformaron en 100, 000 “fieras”
que rugieron contra ella hasta llevarla a la guillotina. La multitud que aclamó a Jesús un
domingo, el viernes próximo contemplo complaciente su crucifixión. Haz más caso del
dictamen de tu conciencia que todas las voces de la innumerable multitud (Vives).

¡Pobres los esclavos que siguen a sus dirigentes demagogos! Pero ya lo pagarán caro …
(continuará).
LA VERDADERA LIBERTAD III

Unos dicen: Muchos son esclavos porque hay un opresor ¡Odiemos al opresor!

Otros dicen: Uno es opresor por que muchos esclavos

¡ Despreciemos a los esclavos !

¿Quién tienen razón? ¿Cómo se llegaba hasta hace poco a ser esclavos ? Por la guerra, por la
venta o por el nacimiento.

¿Es posible volverse esclavo en pleno siglo XXI?

¿Cómo se vuelve uno esclavos de los demás?

Temiendo ser dominado, siguiendo las opiniones ajenas sin reflexionar, debiéndoles dinero,
haciendo promesas que no se pueden cumplir, aliándose con ellos en contra alguien, siendo
cómplice de sus faltas y viviendo en el mal. Nadie debe consentir en ser una simple máquina
accionada por la inteligencia de otro hombre. Hemos de vivir rodeados de gente pero hemos
de dejarnos dominar por la gente. ¡No seáis la sombra de otro persona!. La mayor pérdida
que una persona puede sufrir es la pérdida de su personalidad.

La mente que depende del juicio de otros, está segura de descarriarse, más pronto o más
tarde. Si dejamos que otros piensen por nosotros, muestra energía quedará mutilada y
limitadas nuestras aptitudes.

Esto es lo que sucede en los complejos maternos en los que se prolongan en la edad adulta la
actitud infantil de divinización de la madre. Ese hijo – ó esa hija – que adora a su madre, es
incapaz de adquirir una verdadera libertad de juicio, ni una entera responsabilidad de sí. Hay
padres que divinizan a sus hijos. Hay madres – sobre todo viudas o divorciadas – que hacen de
su hijo o hija única un dios para desgracia de ellos y, sobre todo de él o ella.

Hay hombres eminentes que divinizan a sus maestros y que aceptan servilmente todas sus
concepciones. Hay quien hace un dios de su guía espiritual o de su médico, sobre todo de su
psiquiatra.

Ser esclavos de los hombres es vivir pendientes sólo del que dirán. Es no preguntarse: ¿Qué
debo hacer? Sino: ¿Qué pensará la gente?
Es aceptar sin examinar las opiniones ajenas. Es creer a ciegos todo lo que nos digan de otros.
Es terriblemente peligroso previar al hombre de su propia voluntad.

Este es el final del camino de la esclavitud del hombre hacia el hombre: la desgracia presente
individual y colectiva y la eterna perdición, si el hombre no se levanta a tiempo de su
inclinación y de su postración: “No te inclinarás ” dice el Decálogo ¡DADME LA LIBERTAD O
DAME LA MUERTE !

Juan Manuel Buendía Fernández.


LA VERDADERA EDUCACIÓN

Cada ser humano creado a la imagen del Ser Supremo , está dotado de una facultad semejante
a la del Creador: la individualidad, la capacidad de pensar y hacer. Los hombres en quienes se
desarrolla esta facultad so los que llevan responsabilidades, los que dirigen empresas, los que
influyen sobre el carácter. La obra de la verdadera educación consiste en desarrollar esta
facultad, en educar a los jóvenes para que sean pensadores y no meros reflectores de los
pensamientos de otros hombres.

En vez de niños y jóvenes educados, pero débiles, las instituciones del saber debieran producir
hombres fuertes para pensar y obrar, hombres que sean amos y no esclavos de las
circunstancias, hombres que posean amplitud de mente, claridad de pensamiento y valor para
defender sus convicciones. Semejante educación provee algo más que una disciplina mental;
provee algo más que una preparación física. Fortalece el carácter de modo que no se
sacrifiquen la verdad y la justicia al deseo egoísta o a la ambición malsana. Fortalece la mente
contra el mal. En vez de que una pasión dominante llegue a ser un poder destructor, se
amoldan cada motivo y deseo a los grandes principios de la justicia.

El verdadero maestro no se satisface con un trabajo de calidad inferior. No se conforma con


dirigir a sus alumnos hacia un ideal más bajo que el más elevado que les resulte posible
alcanzar.

No puede contentarse con transmitirles únicamente conocimientos técnicos, con hacer de


ellos simplemente expertos, artesanos hábiles o empresarios de éxito. Su ambición es
inculcarles principios de verdad, obediencia, honor, integridad y pureza; principios que los
conviertan en una fuerza positiva para la estabilidad y elevación de la sociedad . Desea saber
sobre todo, que aprendan la gran lección de la vida, la del servicio abnegado.

El principal esfuerzo del maestro y su propósito constante deben consistir en ayudar a los
alumnos a comprender estos principios y a sostener esa relación que hará de ellos un poder
dominante en la vida

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