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EPAF – SEGUNDO AÑO A y B

LENGUA Y LITERATURA
UNIDAD II: EL RELATO DE CIENCIA FICCIÓN
Desde el punto de vista literario se le
puede achacar cualquier cosa, pero desde el mitológico,
la ciencia ficción configuró el imaginario de todo el siglo xx.
Pablo Capanna1

La ciencia ficción: una literatura de exploración

Ya su nombre nos plantea una tensión al combinar dos términos que, a simple vista, parecen remitir a 1
dos polos opuestos: ciencia y ficción, realidad y fantasía, lógica y arte; el mundo racional y concreto de
las investigaciones mensurables frente al ámbito desmedido del ensueño y la creación estética. Tal vez
la propuesta sea disolver, o al menos cuestionar, esta falsa antinomia. ¿Qué puede tomar la literatura
de la ciencia? ¿Sus temas? ¿Su forma de ver el mundo? ¿Su posibilidad de dar respuestas? ¿Será acaso
que la literatura, libre de las ataduras de las demostraciones, puede formular lo que la ciencia aún no
ha probado? Tal vez, lo que la ciencia ficción nos propone sea un viaje de exploración, una exploración
en la que, mediante cierto carácter especulativo, nos permita un alejamiento que no haga sino
traernos de vuelta a nuestra realidad.

La exploración es siempre una búsqueda de respuesta a interrogantes, un apremio por descubrir si es


posible lo imposible, si se puede ir más allá de lo conocido (lo conocido por la Ciencia, por la Historia,
por la Filosofía, por nuestra experiencia cotidiana). Por eso, para Pablo Capanna, teórico argentino que
se ha dedicado de lleno a estudiar este género, lo que la ciencia ficción permite es “explorar campos
nuevos, aún no tocados por la investigación oficial”2.

Pero entonces, ¿qué es la ciencia ficción? El mismo Capanna ha intentado dar respuesta a este
interrogante que ha despertado numerosos debates. Por un lado, como género surgido de la cultura
de masa, sus detractores lo han considerado un género menor, comercial, sin valor artístico. Por otro
lado, sus defensores han demostrado su carácter más profundo, al tomar distancia con respecto a las
definiciones reduccionistas que limitaban la ciencia ficción a meras historias de extraterrestres. Por
eso, más que lograr definir qué es la ciencia ficción, muchos teóricos han comenzado por delinear
algunas ideas de lo que la ciencia ficción no es. O, al menos, de cuáles no son sus rasgos definitorios.
Revisemos entonces algunas ideas, ya sea refutadas o insuficientes, sobre la ciencia ficción, pero que
sin embargo nos permiten ir acercándonos a una idea sobre algunas recurrencias del género:

La ciencia ficción como literatura de evasión

Nacida en revistas y folletines, siendo sus lectores, en los comienzos, grupos reducidos de seguidores
de estas publicaciones y sin contar con un aval académico, la ciencia ficción fue (y todavía es) vista
como un mero entretenimiento pasatista. La idea de situar los relatos en otros planetas era criticada
como forma de alejarse de las problemáticas del mundo real. Las invenciones científicas y técnicas
fueron consideradas como delirios o soluciones mágicas, mientras que se acusaba a la ciencia ficción
de crear temores irracionales con visiones apocalípticas. Si bien nadie niega que, dentro del género,

1 Capanna, Pablo, en Manso, Diego, “Qué nos dejó la ciencia ficción (Entrevista a Pablo Capanna)”, en Revista Ñ, Diario Clarín,
sábado 2 de febrero de 2008.
2 Capanna, Pablo, El sentido de la ciencia-ficción, Buenos Aires, Columba, 1966, pág. 17.
existe una enorme variedad de textos y de propuestas, está comprobado que sus textos, muchas veces,
nada tienen que ver con la evasión. Por el contrario, sus temáticas suelen ser excusas para formular
espejos que extrapolan problemáticas sociales, económicas y políticas, y que incluso enfrentan a los
lectores a planteos filosóficos y éticos muy profundos sobre la identidad, la realidad y los alcances de
nuestras acciones.

Historias con aventuras espaciales u ovnis

Esta es, quizás, la definición más popular de ciencia ficción. Sin embargo, la presencia de escenarios o
elementos espaciales no es suficiente para convertirlos en ciencia ficción. Parte de la condena de la
ciencia ficción como pasatiempo se originó en confundirla con la space-opera, relatos de aventuras,
historias amorosas, traslaciones de los westerns del Lejano Oeste o de las historias de capa y espada 2
al mundo intergaláctico, con la presencia de algún ovni, o de algún personaje extraterrestre.

Historias que transcurren en el futuro

La creencia de que la ciencia ficción se ocupa de describir el futuro no es del todo falsa, pero reduce el
problema, ya que también hay relatos que transcurren en el presente, o en el pasado. Incluso en la
prehistoria. No se puede decir que la ciencia ficción sea literatura “futurista”, y si bien se emplean
nomenclaturas como “literatura de anticipación” o “literatura especulativa”, no son del todo exactas,
aun cuando no deja de ser cierto que la ciencia ficción muchas veces se anticipó a su tiempo (y también
pronosticó otros hechos que no se produjeron, y no por eso deja de ser ciencia ficción). Incluso, la
ciencia ficción ha sido en ocasiones la inspiradora de avances o proyectos científicos. El futuro, tanto
como los mundos extraterrestres o los universos paralelos, es para la ficción un terreno al que trasladar
ciertas observaciones sobre el presente y llevarlas al extremo, experimentar con ellas.

Historias que emplean datos científicos

Si bien esta idea parece acercarse bastante a la ciencia ficción, es necesario relativizar la demanda de
cientificismo que muchas veces recae (y se termina convirtiendo en crítica destructiva) sobre estos
textos. La ciencia ficción no es “literatura científica”, ni su función es la de divulgación de los saberes
comprobados en el campo científico. Por el contrario, por ser creación y por ser ficción, es una
literatura que va más allá de lo que la ciencia de la época puede afirmar, incursionando en lo hipotético,
en lo supuesto, en los interrogantes todavía irresueltos. “Cuando la ciencia ficción tiene tema científico
utiliza los datos de la ciencia y a la vez la ‘crea’”3.

Sin embargo, aun cuando no esté atado a temáticas meramente científicas, este género parece
caracterizarse por “cierta actitud metódica y cierta lógica consecuente, propias del ámbito científico,
para tratar aun las hipótesis más descabelladas o agotar las posibilidades implícitas en una situación
dada”4.

Es esta visión científica lo que nos permite aclarar otras confusiones frecuentes en el público lector en
general, que en ocasiones parece entender por ciencia ficción todo aquello que incluya fantasía. Es
común escuchar que se atribuye la categoría de ciencia ficción a textos fantásticos, maravillosos o de
fantasy. Es cierto que muchos escritores oscilan entre estos géneros, así como muchos lectores gustan
de todos ellos. También es cierto que en ocasiones las fronteras son difusas. Esto no quita que marcar

3 Capanna, Pablo, op. cit., pág. 16.


4 Capanna, Pablo, op. cit., pág. 20.
algunas distinciones nos ayude a comprender y profundizar el sentido de cada texto: no es lo mismo
que un cuento o novela nos presente un mundo mágico (maravilloso) o un mundo parecido al nuestro
en el que de pronto sucede algo asombroso e inexplicable (fantástico), a que un texto nos proponga
una explicación científica, aun cuando esa ciencia no exista (ciencia ficción). Veamos un ejemplo
comparando Drácula, de Bram Stoker, con Soy leyenda, de Matheson. En el primer caso, la existencia
de un vampiro es un elemento legendario, no se explica cómo los muertos pueden vivir o alimentarse
de sangre. En el segundo caso, en cambio, se trata de ciencia ficción porque la transformación de las
personas en vampiros se explica a través de la propagación de un virus que necesita sangre fresca para
reproducirse, el ajo es un antiséptico y la estaca de metal mata el virus porque lo pone en contacto
con el oxígeno5.

Es esta diferencia en la forma de construir la visión sobre lo que se cuenta lo que lleva a Pablo Capana 3
a proponer la ciencia ficción como un medio de comprensión y de simbolización de los conflictos
surgidos de la época industrial, a la manera de una mitología construida en una época en la que el
punto de vista científico no puede quedar fuera de cualquier intento de entender la existencia. Esta
mitología intentaría colmar ese abismo que existe entre la cultura científica y la humanística, sería una
forma experimental de indagar en la búsqueda de lo absoluto del hombre.

Un poco de historia: los orígenes de la ciencia ficción

Este nombre tan polémico, de ciencia ficción, se popularizó a partir de 1926, cuando el editor Hugo
Gernsback utilizó el término Science-Fiction en la tapa de la revista Amazing Stories para caracterizar
los textos que allí se publicaban. El hecho permitió a muchos escritores (y lectores) agruparse bajo una
denominación. Frente al éxito de esta publicación, otros editores de revistas siguieron los mismos
pasos.

¿Esto significa que antes de 1926 no existía la ciencia ficción? Por supuesto que
podemos rastrear numerosos antecedentes y precursores antes de esta
fecha, aun cuando no se los clasificara con esta terminología. Un hito
importante es, en plena Revolución Industrial, la publicación de
Frankenstein. Según opinan algunos especialistas, el relato de ciencia ficción
nació en la primera mitad del siglo XIX con esa novela de la escritora inglesa
Mary Shelley (1797 – 1857). Un científico da vida en su laboratorio a un ser
monstruoso con restos de cadáveres humanos. Aunque la autora no le
puso nombre al monstruo creado por Víctor Frankenstein, con el tiempo,
los lectores o los espectadores de las diferentes versiones teatrales y
cinematográficas llamaron a la criatura con el nombre de su creador.

En la segunda mitad del siglo XIX, el escritor escocés Robert Louis Stevenson
(1850 – 1894) concibió su novela El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, que
aportó al imaginario de la literatura otro científico. El respetado Henry Jekyll se
convertía en su doble, el siniestro Mr. Hyde, gracias a una droga que él mismo
preparaba en su gabinete.

En realidad, ambas novelas son muy complejas y difíciles de clasificar en


un género narrativo único, pero se puede reconocer en ellas un elemento

5 Ejemplo propuesto por Capanna, Pablo (op. cit.) y profundizado por Ábalos, Adriana en “Un fenómeno denominado Ciencia
Ficción”, en Revista Borradores, Universidad Nacional de Río Cuarto, vol. X/XI, año 2009-2010.
fundamental de lo que más tarde se llamará ciencia ficción: son relatos en los que los acontecimientos
insólitos, inquietantes o sobrenaturales se explican racionalmente con la ayuda de sorprendentes
hallazgos producidos en el campo científico.

La consolidación del género

La plenitud de la ciencia ficción llegó en el siglo XX. En Estados Unidos, el género se renovó,
tomó su nombre por primera vez y definió sus características, con autores como Ray Bradbury.

La ciencia ficción ubica los hechos que narra en un tiempo futuro y construye mundos posibles
a partir de los avances de la ciencia y de la tecnología. El relato quiere anticiparse a lo que podría 4
suceder, haciendo conjeturas. Así, el autor de ciencia ficción imagina la historia a partir de datos
provenientes de la realidad, de su época y narra hechos que son pensados como posibles en el futuro.

Con frecuencia, el relato de ciencia ficción plantea diversas hipótesis acerca del futuro,
abordando los siguientes temas:

 la invasión de la robótica y de la informática, con el consiguiente peligro de deshumanización


 los viajes en el espacio y en el tiempo
 la descripción de planetas de características culturales absolutamente diferentes de las del
mundo actual
 la convivencia pacífica o no con otros seres como alienígenas, cyborgs, replicantes
 la aparición de fenómenos naturales imprevistos que alteran la vida de los humanos en la
Tierra o amenazan la subsistencia de las especies vivientes
 el fin del mundo y la soledad profunda de sus sobrevivientes

Estos relatos se basan en la atmósfera que ha creado el avance científico y tecnológico. Por
eso, es frecuente que la intención de sus autores sea advertir sobre el peligro de sus efectos. Entonces
encontraremos dos tipos de relatos de ciencia ficción:

Ciencia ficción UTÓPICA Ciencia ficción CONTRAUTÓPICA

Es optimista. Es pesimista.

Plantea una visión favorable del futuro como Plantea un futuro deshumanizado, un mundo
un lugar de progreso, en el que se abren dominado por las máquinas en el que el ser
múltiples posibilidades para la raza humana. humano se cosifica, pasando a ser un eslabón
más del engranaje tecnológico del que no se
puede escapar. Se pierde el valor de las
relaciones humanas.

Extraído de Stefani, Valeria (2015), “Puertas de acceso” a Cuatro cuentos de ciencia


ficción, Buenos Aires: Cántaro
TEXTO LITERARIO

El Peatón
Ray Bradbury

Entrar en aquel silencio que era la ciudad a las ocho de


una brumosa noche de noviembre, pisar la acera de cemento y
las grietas alquitranadas, y caminar, con las manos en los 5
bolsillos, a través de los silencios, nada le gustaba más al señor
Leonard Mead. Se detenía en una bocacalle, y miraba a lo largo
de las avenidas iluminadas por la Luna, en las cuatro
direcciones, decidiendo qué camino tomar. Pero realmente no
importaba, pues estaba solo en aquel mundo del año 2052, o
era como si estuviese solo. Y una vez que se decidía, caminaba
otra vez, lanzando ante él formas de aire frío, como humo de
cigarro.
A veces caminaba durante horas y kilómetros y volvía a
su casa a medianoche. Y pasaba ante casas de ventanas
oscuras y parecía como si pasease por un cementerio; sólo
unos débiles resplandores de luz de luciérnaga brillaban a
veces tras las ventanas. Unos repentinos fantasmas grises
parecían manifestarse en las paredes interiores de un cuarto,
donde aún no habían cerrado las cortinas a la noche. O se oían
unos murmullos y susurros en un edificio sepulcral donde aún
no habían cerrado una ventana.
El señor Leonard Mead se detenía, estiraba la cabeza,
escuchaba, miraba, y seguía caminando, sin que sus pisadas
resonaran en la acera. Durante un tiempo había pensado
ponerse unos botines para pasear de noche, pues entonces los
perros, en intermitentes jaurías, acompañarían su paseo con
ladridos al oír el ruido de los tacos, y se encenderían luces y aparecerían caras, y
toda una calle se sobresaltaría ante el paso de la solitaria figura, él mismo, en las
primeras horas de una noche de noviembre.
En esta noche particular, el señor Mead inició su paseo caminando hacia el
oeste, hacia el mar oculto. Había una agradable escarcha cristalina en el aire, que le
lastimaba la nariz, y sus pulmones eran como un árbol de Navidad. Podía sentir la
luz fría que entraba y salía, y todas las ramas cubiertas de nieve invisible. El señor
Mead escuchaba satisfecho el débil susurro de sus zapatos blandos en las hojas
otoñales, y silbaba quedamente una fría canción entre dientes, recogiendo
ocasionalmente una hoja al pasar, examinando el esqueleto de su estructura en los
raros faroles, oliendo su herrumbrado olor.
-Hola, los de adentro -les murmuraba a todas las casas, de todas las aceras-.
¿Qué hay esta noche en el canal cuatro, el canal siete, el canal nueve? ¿Por dónde
corren los cowboys? ¿No viene ya la caballería de los Estados Unidos por aquella
loma?
La calle era silenciosa y larga y desierta, y sólo su sombra se movía, como la
sombra de un halcón en el campo. Si cerraba los ojos y se quedaba muy quieto,
inmóvil, podía imaginarse en el centro de una llanura, un desierto de Arizona,
invernal y sin vientos, sin ninguna casa en mil kilómetros a la redonda, sin otra
compañía que los cauces secos de los ríos, las calles.
-¿Qué pasa ahora? -les preguntó a las casas, mirando su reloj de pulsera-. Las
ocho y media. ¿Hora de una docena de variados crímenes? ¿Un programa de
adivinanzas? ¿Una revista política? ¿Un comediante que se cae del escenario?
Era un murmullo de risas el que venía desde aquella casa a la luz de la luna?
El señor Mead titubeó, y siguió su camino. No se oía nada más. Trastabilló en un
saliente de la acera. El cemento desaparecía ya bajo las hierbas y las flores. Luego de
diez años de caminatas, de noche y de día, en miles de kilómetros, nunca había 6
encontrado a otra persona que se paseara como él.
Llegó a una parte cubierta de tréboles donde dos carreteras cruzaban la
ciudad. Durante el día se sucedían allí tronadoras oleadas de autos, con un gran
susurro de insectos. Los coches escarabajos corrían hacia lejanas metas tratando de
pasarse unos a otros, exhalando un incienso débil. Pero ahora estas carreteras eran
como arroyos en una seca estación, sólo piedras y luz de luna.
Leonard Mead dobló por una calle lateral hacia su casa. Estaba a una manzana
de su destino cuando un coche solitario apareció de pronto en una esquina y lanzó
sobre él un brillante cono de luz blanca. Leonard Mead se quedó paralizado, casi
como una polilla nocturna, atontado por la luz.
Una voz metálica llamó:
-Quieto. ¡Quédese ahí! ¡No se mueva!
Mead se detuvo.
-¡Arriba las manos!
-Pero... -dijo Mead.

¡Arriba las manos, o dispararemos!


La policía, por supuesto, pero qué cosa rara e increíble; en una ciudad de tres
millones de habitantes sólo había un coche de policía. ¿No era así? Un año antes, en
2052, el año de la elección, las fuerzas policiales habían sido reducidas de tres coches
a uno. El crimen disminuía cada vez más; no había necesidad de policía, salvo este
coche solitario que iba y venía por las calles desiertas.
-¿Su nombre? -dijo el coche de policía con un susurro metálico.
Mead, con la luz del reflector en sus ojos, no podía ver a los hombres.
-Leonard Mead -dijo.
-¡Más alto!
-¡Leonard Mead!
-¿Ocupación o profesión?
-Imagino que ustedes me llamarían un escritor.
-Sin profesión -dijo el coche de policía como si se hablara a sí mismo.
La luz inmovilizaba al señor Mead, como una pieza de museo atravesada por
una aguja.
-Sí, puede ser así -dijo.
No escribía desde hacía años. Ya no vendían libros ni revistas. Todo ocurría
ahora en casa como tumbas, pensó, continuando sus fantasías. Las tumbas, mal
iluminadas por la luz de la televisión, donde la gente estaba como muerta, con una 7
luz multicolor que les rozaba la cara, pero que nunca los tocaba realmente.
-Sin profesión -dijo la voz de fonógrafo, siseando-. ¿Qué estaba haciendo
afuera?
-Caminando -dijo Leonard Mead.
-¡Caminando!
-Sólo caminando -dijo Mead simplemente, pero sintiendo un frío en la cara.
-¿Caminando, sólo caminando, caminando?
-Sí, señor.
-¿Caminando hacia dónde? ¿Para qué?
-Caminando para tomar aire. Caminando para ver.
-¡Su dirección!
-Calle Saint James, once, sur.
-¿Hay aire en su casa, tiene usted acondicionador de aire, señor Mead?
-Sí.
-¿Y tiene usted televisor?
-No.
-¿No?
Se oyó un suave crujido que era en sí mismo una acusación.
-¿Es usted casado, señor Mead?
-No.
-No es casado -dijo la voz de la policía detrás del rayo brillante.
La luna estaba alta y brillaba entre las estrellas, y las casas eran grises y
silenciosas.
-Nadie me quiere -dijo Leonard Mead con una sonrisa.
-¡No hable si no le preguntan!
Leonard Mead esperó en la noche fría.
-¿Sólo caminando, señor Mead?
-Sí.
-Pero no ha dicho para qué.
-Lo he dicho; para tomar aire, y ver, y caminar simplemente.
-¿Ha hecho esto a menudo?
-Todas las noches durante años.
El coche de policía estaba en el centro de la calle, con su garganta de radio que
zumbaba débilmente.
-Bueno, señor Mead -dijo el coche.
-¿Eso es todo? -preguntó Mead cortésmente.
-Sí -dijo la voz-. Acérquese. -Se oyó un suspiro, un chasquido. La portezuela
trasera del coche se abrió de par en par-. Entre.
-Un minuto. ¡No he hecho nada!
-Entre.
-¡Protesto!
-Señor Mead...
Mead entró como un hombre que de pronto se sintiera borracho. Cuando pasó
junto a la ventanilla delantera del coche, miró adentro. Tal como esperaba, no había
nadie en el asiento delantero, nadie en el coche.
-Entre.
Mead se apoyó en la portezuela y miró el asiento trasero, que era un pequeño
calabozo, una cárcel en miniatura con barrotes. Olía a antiséptico; olía a demasiado 8
limpio y duro y metálico. No había allí nada blando.
-Si tuviera una esposa que le sirviera de coartada... -dijo la voz de hierro-.
Pero...
-¿Hacia dónde me llevan?
El coche titubeó, dejó oir un débil y chirriante zumbido, como si en alguna
parte algo estuviese informando, dejando caer tarjetas perforadas bajo ojos eléctricos.
-Al Centro Psiquiátrico de Investigación de Tendencias Regresivas.
Mead entró. La puerta se cerró con un golpe blando. El coche policía rodó por
las avenidas nocturnas, lanzando adelante sus débiles luces.
Pasaron ante una casa en una calle un momento después. Una casa más en
una ciudad de casas oscuras. Pero en todas las ventanas de esta casa había una
resplandeciente claridad amarilla, rectangular y cálida en la fría oscuridad.
-Mi casa -dijo Leonard Mead.
Nadie le respondió.
El coche corrió por los cauces secos de las calles, alejándose, dejando atrás las
calles desiertas con las aceras desiertas, sin escucharse ningún otro sonido, ni hubo
ningún otro movimiento en todo el resto de la helada noche de noviembre.

FIN
TEXTO LITERARIO

Marionetas S.A.
Ray Bradbury

Caminaban lentamente por la calle, a eso de las diez de la noche, hablando


con tranquilidad. No tenían más de treinta y cinco años. Estaban muy serios.
-Pero ¿por qué tan temprano? -dijo Smith.
-Porque sí -dijo Braling.
-Tu primera salida en todos estos años y te vuelves a casa a las diez. 9
-Nervios, supongo.
-Me pregunto cómo te las habrás ingeniado. Durante diez años he tratado de
sacarte a beber una copa. Y hoy, la primera noche, quieres volver en seguida.
-No tengo que abusar de mi suerte -dijo Braling.
-Pero, ¿qué has hecho? ¿Le has dado un somnífero a tu mujer?
-No. Eso sería inmoral. Ya verás.
Doblaron la esquina.
-De veras, Braling, odio tener que decírtelo, pero has tenido mucha paciencia
con ella.
Tu matrimonio ha sido terrible.
-Yo no diría eso.
-Nadie ignora cómo consiguió casarse contigo. Allá, en 1979, cuando ibas a
salir para Río.
-Querido Río. Tantos proyectos y nunca llegué a ir.
-Y cómo ella se desgarró la ropa, y se desordenó el cabello, y te amenazó con
llamar a la policía si no te casabas con ella.
-Siempre fue un poco nerviosa, Smith, entiéndelo.
-Había algo más. Tú no la querías. Se lo dijiste, ¿no es así?
-En eso siempre fui muy firme.
-Pero sin embargo te casaste.
-Tenía que pensar en mi empleo, y también en mi madre, y en mi padre. Una
cosa así hubiese terminado con ellos.
-Y han pasado diez años.
-Sí -dijo Braling, mirándolo serenamente con sus ojos grises-. Pero creo que
todo va a cambiar. Mira.
Braling sacó un largo billete azul.
-¡Cómo! ¡Un billete para Río! ¡El cohete del jueves!
-Sí, al fin voy a hacer mi viaje.
-¡Es maravilloso! Te lo mereces de veras. Pero, ¿y tu mujer, no se opondrá?
¿No te hará una escena?
Braling sonrió nerviosamente.
-No sabe que me voy. Volveré de Río de Janeiro dentro de un mes y nadie habrá
notado mi ausencia, excepto tú.
Smith suspiró.
-Me gustaría ir contigo.
-Pobre Smith, tu matrimonio no ha sido precisamente un lecho de rosas, ¿eh?
-No, exactamente. Casado con una mujer que todo lo exagera. Es decir,
después de diez años de matrimonio, ya no esperas que tu mujer se te siente en las
rodillas dos horas todas las noches; ni que te llame al trabajo doce veces al día, ni
que te hable en media lengua. Y parece como si en este último mes se hubiese puesto
todavía peor. Me pregunto si no será una simple.
-Ah, Smith, siempre el mismo conservador. Bueno, llegamos a mi casa.
¿Quieres conocer mi secreto? ¿Cómo pude salir esta noche?
-Me gustaría saberlo.
-Mira allá arriba -dijo Braling.
Los dos hombres se quedaron mirando el aire oscuro.
En una ventana del segundo piso apareció una sombra. Un hombre de treinta
y cinco años, de sienes canosas, ojos tristes y grises y bigote minúsculo se asomó y 10
miró hacia abajo.
-Pero, cómo, ¡eres tú! -gritó Smith.
-¡Chist! ¡No tan alto!
Braling agitó una mano.
El hombre respondió con un ademán y desapareció.
-Me he vuelto loco -dijo Smith.
-Espera un momento.
Los hombres esperaron.
Se abrió la puerta de calle y el alto caballero de los finos bigotes y los ojos
tristes salió cortésmente a recibirlos.
-Hola, Braling -dijo.
-Hola, Braling Dos-dijo Braling.
Eran idénticos.
Smith abría los ojos.
-¿Es tu hermano gemelo? No sabía que...
-No, no -dijo Braling serenamente-. Inclínate. Pon el oído en
el pecho de Braling Dos.
Smith titubeó un instante y al fin se inclinó y apoyó la cabeza
en las impasibles costillas.
Tic-tic-tic-tic-tic-tic-tic-tic.
-¡Oh, no! ¡No puede ser!
-Es.
-Déjame escuchar de nuevo.
Tic-tic-tic-tic-tic-tic-tic-tic.
Smith dio un paso atrás y parpadeó, asombrado. Extendió
una mano y tocó los brazos tibios y las mejillas del muñeco.
-¿Dónde lo conseguiste?
-¿No está bien hecho?
-Es increíble. ¿Dónde?
-Dale al señor tu tarjeta, Braling Dos.
Braling Dos movió los dedos como un prestidigitador y sacó
una tarjeta blanca.
"MARIONETAS, SOCIEDAD ANÓNIMA
Nuevos Modelos de Humanoides Elásticos.
De funcionamiento garantizado.
Desde 7.600 a 15.000 dólares.
Todo de litio."
-No -dijo Smith.
-Sí -dijo Braling.
-Claro que sí -dijo Braling Dos.
-¿Desde cuándo lo tienes?
-Desde hace un mes. Lo guardo en el sótano, en el cajón de las herramientas.
Mi mujer nunca baja, y sólo yo tengo la llave del cajón. Esta noche dije que salía a
comprar unos cigarros. Bajé al sótano, saqué a Braling Dos de su encierro, y lo mandé
arriba, para que acompañara a mi mujer, mientras yo iba a verte, Smith.
-¡Maravilloso! ¡Hasta huele como tú! ¡Perfume de Bond Street y tabaco
Melachrinos!
-Quizás me preocupe por minucias, pero creo que me comporto correctamente.
Al fin y al cabo mi mujer me necesita a mí. Y esta marioneta es igual a mí, hasta el 11
último detalle.
He estado en casa toda la noche. Estaré en casa con ella todo el mes próximo.
Mientras tanto otro caballero paseará al fin por Río. Diez años esperando ese viaje. Y
cuando yo vuelva de Río, Braling Dos volverá a su cajón.
Smith reflexionó un minuto o dos.
-¿Y seguirá marchando solo durante todo ese mes? -preguntó al fin.
-Y durante seis meses, si fuese necesario. Puede hacer cualquier cosa -comer,
dormir, transpirar cualquier cosa, y de un modo totalmente natural. Cuidarás muy
bien a mi mujer,
-¿No es cierto, Braling Dos?
-Su mujer es encantadora -dijo Braling Dos-. Estoy tomándole cariño.
Smith se estremeció.
-¿Y desde cuándo funciona Marionetas, S. A.?
-Secretamente, desde hace dos años.
-Podría yo... quiero decir, sería posible... -Smith tomó a su amigo por el codo-
. ¿Me dirías dónde puedo conseguir un robot, una marioneta, para mí? Me darás la
dirección, ¿no es cierto?
-Aquí la tienes.
Smith tomó la tarjeta y la hizo girar entre los dedos.
-Gracias -dijo-. No sabes lo que esto significa. Un pequeño respiro. Una noche,
una vez al mes... Mi mujer me quiere tanto que no me deja salir ni una hora. Yo
también la quiero mucho, pero recuerda el viejo poema: «El amor volará si lo dejas;
el amor volará si lo atas.» Sólo deseo que ella afloje un poco su abrazo.
-Tienes suerte, después de todo. Tu mujer te quiere. La mía me odia. No es tan
sencillo.
-Oh, Nettie me quiere locamente. Mi tarea consistirá en que me quiera
cómodamente.
-Buena suerte, Smith. No dejes de venir mientras estoy en Río. Mi mujer se
extrañará si desaparecieras de pronto. Tienes que tratar a Braling Dos, aquí presente,
lo mismo que a mí.
-Tienes razón. Adiós. Y gracias.
Smith se fue, sonriendo, calle abajo. Braling y Braling Dos se encaminaron
hacia la casa.
Ya en el ómnibus, Smith examinó la tarjeta silbando suavemente.
"Se ruega al señor cliente que no hable de su compra. Aunque ha sido
presentado al Congreso un proyecto para legalizar Marionetas, S. A., la ley pena aún
el uso de los robots."
-Bueno -dijo Smith.
"Se le sacará al cliente un molde del cuerpo y una muestra del color de los
ojos, labios, cabellos, piel, etc. El cliente deberá esperar dos meses a que su modelo
esté terminado."
No es tanto, pensó Smith. De aquí a dos meses mis costillas podrán descansar
al fin de los apretujones diarios. De aquí a dos meses mi mano se curará de esta
presión incesante. De aquí a dos meses mi aplastado labio inferior recobrará su
tamaño normal. No quiero parecer ingrato, pero... Smith dio vuelta la tarjeta.
"Marionetas, S. A. funciona desde hace dos años. Se enorgullece de poseer una
larga lista de satisfechos clientes. Nuestro lema es «Nada de ataduras.» Dirección: 43
South Wesley."
El ómnibus se detuvo. Smith descendió, y caminó hasta su casa diciéndose a 12
sí mismo: Nettie y yo tenemos quince mil dólares en el banco. Podría sacar unos ocho
mil con la excusa de un negocio. La marioneta me devolverá el dinero, y con intereses.
Nettie nunca lo sabrá.
Abrió la puerta de su casa y poco después entraba en el dormitorio. Allí estaba
Nettie, pálida, gorda, y serenamente dormida.
-Querida Nettie. -Al ver en la semioscuridad ese rostro inocente, Smith se
sintió aplastado, casi, por los remordimientos-. Si estuvieses despierta me asfixiarías
con tus besos y me hablarías al oído. Me haces sentir, realmente, como un criminal.
Has sido una esposa tan cariñosa y tan buena. A veces me cuesta creer que te hayas
casado conmigo, y no con Bud Chapman, aquel que tanto te gustaba. Y en este último
mes has estado todavía más enamorada que antes.
Los ojos se le llenaron de lágrimas. Sintió de pronto deseos de besarla, de
confesarle su amor, de hacer pedazos la tarjeta, de olvidarse de todo el asunto. Pero
al adelantarse hacia Nettie sintió que la mano le dolía y que las costillas se le
quejaban. Se detuvo, con ojos desolados, y volvió la cabeza. Salió de la alcoba y
atravesó las habitaciones oscuras.
Entró canturreando en la biblioteca, abrió uno de los cajones del escritorio, y
sacó la libreta de cheques.
-Sólo ocho mil dólares -dijo-. No más. -Se detuvo-. Un momento.
Hojeó febrilmente la libreta.
-¡Pero cómo! -gritó-. ¡Faltan diez mil dólares! -Se incorporó de un salto-. ¡Sólo
quedan cinco mil!
¿Qué ha hecho Nettie? ¿Qué ha hecho con ese dinero? ¿Más sombreros, más
vestidos, más perfumes? ¡Ya sé! ¡Ha comprado aquella casita a orillas del Hudson de
la que ha estado hablando durante tantos meses!
Se precipitó hacia el dormitorio, virtuosamente indignado. ¿Qué era eso de
disponer así del dinero? Se inclinó sobre su mujer.
-¡Nettie! -gritó-. ¡Nettie, despierta!
Nettie no se movió.
-¡Qué has hecho con mi dinero! -rugió Smith.
Nettie se agitó, ligeramente. La luz de la calle brillaba en sus hermosas
mejillas.
A Nettie le pasaba algo. El corazón de Smith latía con violencia. Se le secó la
boca. Se estremeció. Se le aflojaron las rodillas.
-¡Nettie, Nettie! -dijo-. ¿Qué has hecho con mi dinero?
Y en seguida, esa idea horrible. Y luego el terror y la soledad. Y luego el infierno,
y la desilusión. Smith se inclinó hacia ella, más y más, hasta que su oreja febril
descansó, firmemente, irrevocablemente, sobre el pecho redondo y rosado.
-¡Nettie! -gritó.
Tic-tic-tic-tic-tic-tic-tic-tic-tic-tic-tic-tic-tic-tic...
Mientras Smith se alejaba por la avenida, internándose en la noche, Braling y
Braling
Dos se volvieron hacia la puerta de la casa.
-Me alegra que él también pueda ser feliz -dijo Braling.
-Sí -dijo Braling Dos distraídamente.
-Bueno, ha llegado la hora del cajón, Braling Dos.
-Precisamente quería hablarle de eso -dijo el otro Braling mientras entraban 13
en la casa-.
El sótano. No me gusta. No me gusta ese cajón.
-Trataré de hacerlo un poco más cómodo.
-Las marionetas están hechas para andar, no para quedarse quietas. ¿Le
gustaría pasarse las horas metido en un cajón?
-Bueno...
-No le gustaría nada. Sigo funcionando. No hay modo de pararme. Estoy
perfectamente vivo y tengo sentimientos.
-Esta vez sólo será por unos días. Saldré para Río y entonces podrás salir del
cajón.
Podrás vivir arriba.
Braling Dos se mostró irritado.
-Y cuando usted regrese de sus vacaciones, volveré al cajón.
-No me dijeron que iba a vérmelas con un modelo difícil.
-Nos conocen poco -dijo Braling Dos-. Somos muy nuevos. Y sensitivos. No me
gusta nada imaginarlo al sol, riéndose, mientras yo me quedo aquí pasando frío.
-Pero he deseado ese viaje toda mi vida -dijo Braling serenamente.
Cerró los ojos y vio el mar y las montañas y las arenas amarillas. El ruido de
las olas le acunaba la mente. El sol le acariciaba los hombros desnudos. El vino era
magnífico.
-Yo nunca podré ir a Río -dijo el otro-. ¿Ha pensado en eso?
-No, yo...
-Y algo más. Su esposa.
-¿Qué pasa con ella? -preguntó Braling alejándose hacia la puerta del sótano.
-La aprecio mucho.
Braling se pasó nerviosamente la lengua por los labios.
-Me alegra que te guste.
-Parece que usted no me entiende. Creo que... estoy enamorado de ella.
Braling dio un paso adelante y se detuvo.
-¿Estás qué?
-Y he estado pensando -dijo Braling Dos- qué hermoso sería ir a Río, y yo que
nunca podré ir...
Y he pensado en su esposa y... creo que podríamos ser muy felices, los dos, yo
y ella.
-M-m-muy bien.- Braling caminó haciéndose el distraído hacia la puerta del
sótano.-Espera un momento, ¿quieres? tengo que llamar por teléfono.
Braling Dos frunció el ceño.
-¿A quién?
-Nada importante.
-¿A Marionetas, Sociedad Anónima? ¿Para decirles que vengan a buscarme?
-No, no... ¡Nada de eso!
Braling corrió hacia la puerta. Unas manos
dc hierro lo tomaron por los brazos.
-¡No se escape!
-¡Suéltame!
-No.
-¿Te aconsejó mi mujer hacer esto?
-No.
-¿Sospechó algo? ¿Habló contigo? ¿Está 14
enterada?
Braling se puso a gritar. Una mano le tapó la
boca.
-No lo sabrá nunca, ¿me entiende? No lo
sabrá nunca.
Braling se debatió.
-Ella tiene que haber sospechado. ¡Tiene que
haber influido en tí!
-Voy a encerrarlo en el cajón. Luego perderé
la llave y compraré otro billete para Río, para su
esposa.
-¡Un momento, un momento! ¡Espera! No te
apresures. Hablemos con tranquilidad.
-Adiós, Braling.
Braling se endureció.
-¿Qué quieres decir con «adiós»?
Diez minutos más tarde, la señora Braling abrió los ojos. Se llevó la mano a la
mejilla.
Alguien la había besado. Se estremeció y alzó la vista.
-Cómo... No lo hacías desde hace años -murmuró.
-Ya arreglaremos eso -dijo alguien.

FIN
TEXTO LITERARIO

UNA MUERTE
Héctor Germán Oesterheld

Yo andaba investigando la muerte del Jon.


Las huellas, luego de contornear todo el pueblo, me llevaron hasta la pequeña casa
junto al río, casi perdida entre los juncos.
No hacía frío, pero igual me subí las solapas del abrigo y hundí las manos en los
bolsillos. 15
Subí cinco escalones no muy seguros, empujé la puerta, entré. Jaulas, pajareras por
todas partes. De fabricación casera. Pájaros de colores: cotorras, cardenales, pechos colorados,
canarios. Pájaros grises, pájaros marrones. Grandes y chicos. Avancé: fue como entrar en una
nube de píos, trinos, gorjeos. Y de olor denso, cálido.
De entre dos pajareras salió el hombre. Tricota agujereada, cabeza blanca. Ojos
curiosamente grandes y claros en el rostro ceniciento, lleno de arrugas; un rostro muy gastado,
pero abierto, cordial.
- Hace tres días... - empecé.
Y me detuve. Me miró por un momento. Miró al piso, volvió a mirarme. Ya nos
estábamos entendiendo.
- ¿Amigo suyo?
- Asentí.
- ¿Sabe lo que..., lo que le pasó?
Volví a asentir.
- Me lo imagino. Sé que estaba muy enfermo.
Me acercó una silla de paja. Él se sentó en un cajón
vacío.
- Ahora que lo pienso - se rascó la cabeza -, quizás
debí decírselo a la policía. Pero cuando sucedió no me
pareció necesario. No hubieran comprendido nada; usted
me entiende.
- Por supuesto.
- Ya todos me creen loco, sin necesidad de un
cuento semejante - sacudió la cabeza, tenía las manos sobre
las rodillas flacas; manos de dedos largos, delicados-.
Además, ¿por qué habría de elegir mi casa para morir? El
comisario no lo entendería nunca. Claro, podía haber ido
al médico. O a ver al cura. Pero no, tuvo que caminarse
toda la distancia hasta aquí.
Yo sólo sabía que el Jon estaba muerto. Lo dejé hablar.
- Aunque creo saber por qué me eligió a mí, al "Churrinche", el loco "Churrinche", el
pajarero... Él sabía que yo era el único en todo el pueblo que lo dejaría morir tranquilo y sin
preguntas. De tanto andar con animales uno termina por amigarse, por entender a todo lo
vivo, venga de donde venga...
Me miró con los ojos claros: tenían algo de charcos de agua quieta. Yo hubiera hecho
lo mismo que el Jon.
- Claro, al principio me tomó por sorpresa; yo no estaba preparado para verlo. Llegó
del lado del río, lo sentí chapotear en el juncal; cuando subió los escalones creí que era José o
el Negro, o cualquiera de los vagabundos de siempre. Tardó en entrar, el último escalón le
costó mucho trabajo; pensé que estaría borracho, no le hice caso. Pero, al llegar a la puerta se
apoyó en el marco, y recién entonces me di cuenta al verle la mano, tan verde y con los siete
dedos.
Se levantó, fue hasta un brasero donde temblaba una pava.
- ¿Un matecito?
- Dije que sí con la cabeza.
- Estaba que se caía - mientras hablaba puso yerba
en un jarrito enlozado -. Me di cuenta de que se moría,
pero no quiso que lo acostara; insistió en sentarse ahí,
donde está usted. Y se quedó medio caído, los ojos
cerrados.
- Sé que eres amigo - me dijo de pronto, marcando
mucho las letras -. Por eso hice toda la distancia hasta
aquí...Sé que cuidas pájaros... Por eso vine. 16
"- ¿Por los pájaros? - le pregunté.
"- Sí... Quiero pedirte un favor... ¿Podrías prestarme uno,
uno cualquiera, hasta... hasta que no lo necesite más?
" Contesté que sí y le traje a la Manolita, la cotorra, que es
la más mansita de todas. Se la ofrecí.
"- Gracias... - la mano le tembló cuando le puse el pájaro.
Y Manolita se quedó tan quieta, tan cómoda entre los siete dedos
-. Gracias... No tienes idea, pajarero, cómo tus pájaros se parecen
a los sicalos nuestros... Son tan iguales...
"Le costó levantar la mano pero igual se tomó el trabajo,
quería ver bien a Manolita.
" - Si uno sabe mirar, un solo pájaro..., un solo sicalo..., resume todas las bellezas de los
mundos...
"Yo no decía nada, me daba tanta pena verlo respirar tan mal; además, cuando uno
anduvo mucho entre animales sabe en seguida cuándo alguno se muere, así sea un perro o
una persona o..."
El pajarero me tendió el humeante jarrito. Lo tomé con cuidado, para no quemarme.
- Su amigo apoyaba ahora la mano en la mesa, y no dejaba de mirar a la cotorra. Y
volvió a hablar:
"- El pájaro..., el sicalo... es los días perdidos, es la infancia... Cuidar un pájaro es revivir
la infancia... Por eso tú, pajarero, cuidas pájaros... No quieres desprenderte de la infancia...
"- No lo sé - le dije por decir algo -. Pero... ¿y los chicos que cuidan pájaros?

"- Los chicos que cuidan pájaros... Tienes razón... Los chicos no pueden recordar la
infancia... - hizo una pausa, se quedó mirando largamente a la cotorra, que seguía quietecita
en su mano; y de pronto agregó: - Los chicos que cuidan pájaros están recordando, reviviendo,
sin saberlo, los días perdidos, la infancia de la especie...
"Volvió a callar, siguió mirando a Manolita. Y mirando, también, vaya uno a saber qué
imágenes de otros tiempos, de otros lugares.
" - ¿Quiere agua?¿Está realmente cómodo?
"No me contestó.
"Afuera se acababa la tarde igual que ahora.
"Pensé que alguno podría venir, la sorpresa que se llevaría al verlo allí.
"Manolita se alborotó de pronto, aleteó, se me vino hasta el hombro.
"La mano verde seguía igual, apoyada sobre la mesa.
"No tuve que tocarlo para saber que ya estaba muerto.
"Cavé una fosa en el albardón, lo enterré en el mismo lugar donde entierro a los pájaros
que se me mueren.
"Y allí está ahora. Pensé ponerle una cruz, pero no... ¿Qué mejor cruz para él que la
misma de los pájaros, el sol de cada día?" Me levanté. Ya sabía todo lo que quería sobre la
muerte del Jon.
- Gracias - le devolví el jarrito enlozado.
El Jon, después de todo, había tenido una muerte buena.
El pajarero se levantó también.
- ¿Eran muy amigos?
- Mucho.
Me tendió la mano.
Vacilé un momento, le tendí la mía.
Sonrió al sentir la presión de los siete dedos. Me dio
una palmada en el hombro, me acompañó hasta la puerta.
Bajé los escalones, me fui por el juncal. 17
Ya había estrellas. Pero no, el Gelo no se veía.
Demasiado distante.
Aunque no está tan lejos, pensándolo bien.
Un pájaro nocturno pasó volando bajo, en vuelo
silencioso.
¿Un pájaro o un sicalo?

FIN

Vocabulario:

Tricota: pulóver de lana.


Albardón: loma que sobresale de las costas explayadas, o entre lagunas o charcos.
Gelo: planeta inventado por Oesterheld, que también aparece en otros textos del autor.
TEXTO LITERARIO

Exilio
Héctor Germán Oesterheld

Nunca se vio en Gelo algo tan cómico. Salió de entre el roto metal con paso vacilante,
movió la boca, desde el principio nos hizo reír con esas piernas tan largas, esos dos ojos
depupilas tan increíblemente redondas. 18
Le dimos grubas, y linas, y kialas.
Pero no quiso recibirlas, fíjate, ni siquiera aceptó las kialas, fue tan cómico verlo
rechazar todo que las risas de la multitud se oyeron hasta el valle vecino.
Pronto se corrió la voz de que estaba entre nosotros, de todas partes vinieron a verlo,
él parecía cada vez más ridículo, siempre rechazando las kialas. La risa de cuantos lo miraban
eran tan vasta como una tempestad en el mar.
Pasaron los días, de las antípodas trajeron margas, lo mismo, no quiso ni verlas, fue
para torcerse de la risa.
Pero lo mejor de todo fue el final: se acostó en la colina, de cara a las estrellas, se quedó
quieto, la respiración se le fue debilitando, cuando dejó de respirar tenía los ojos llenos de
agua.
Sí, no querrás creerlo pero los ojos se le llenaron de agua, d-e-a-g-u-a, como lo oyes.
Nunca, nunca se vio en Gelo nada tan cómico.

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