Está en la página 1de 5

© Mario Martín Merino, 2017 

LA MINERÍA ROMANA EN HISPANIA


SEGÓBRIGA Y LA EXPLOTACIÓN DEL LAPIS ESPECULARIS 

Introducción
En las proximidades de la antigua ciudad romana de Segóbriga se han hallado importantes vestigios
arqueológicos que evidencian la presencia de una importante actividad minera durante época romana,
estrechamente relacionada con la explotación de un elemento mineral muy demandado en su tiempo para
fines constructivos: el lapis especularis, un tipo de yeso cristalizado que, en su estado natural, es posible
encontrarlo formando importantes concentraciones. Debido a la naturaleza de su composición, es
fácilmente exfoliable y es posible obtener lascas de tamaño considerable, llegando algunas de ellas hasta
los dos metros.  
La industria minera del lapis especularis alcanzó su mayor apogeo entre los siglos I y II de nuestra era y,
en el caso de Hispania, este elemento mineral destacó por su gran calidad y excepcionales cualidades.  
Su comercialización reportó grandes beneficios económicos, así como una notable prosperidad en
aquellas zonas en donde era explotado y, en muchos casos, servirá para afianzar la romanización de las
mismas. En el caso de ciudades como Segóbriga, posibilitará un importante desarrollo, tanto económico
como urbano, cuyos mayores beneficiarios serán sus élites locales. 
La minería romana en Hispania
La extracción de diversos metales tales como el oro, la plata y el cobre, así como de otros minerales
como mármoles o yesos, constituyó una de las más importantes industrias de época romana, que jugará un
destacado papel en el desarrollo económico y urbanístico de muchas de sus regiones. Gracias a su
expansión territorial, Roma logró apoderarse de ingentes y variados recursos mineros, y su interés por la
obtención de algunos de ellos llegará incluso a motivar acciones militares para hacerse con su control. En
muchos casos, esas explotaciones mineras ya se encontraban en activo, y en otros fueron ellos quienes
comenzaron a explotarlas a gran escala gracias a una concienzuda planificación global de los recursos del
Imperio, teniendo siempre presente la preservación de los recursos de la Península Itálica o bien la
política de acuñación monetaria de cada momento (Mangas y Orejas, 1999, 210).
La gestión y explotación de los distintos recursos mineros varió según la época y lugares en donde se
desarrollaba la actividad minera. En ocasiones era el propio Estado romano por medio de un procurator
metallorum, el encargado de explotarlas, tal y como sucedió con las importantes minas auríferas en el
noroeste de Hispania pero, en su mayor parte, se otorgaron concesiones de explotación a particulares,
comunidades locales o a societates publicanorum, especialmente en época republicana (1).  
Para trabajar en las explotaciones mineras se recurrió a obreros asalariados, colonos o bien a esclavos y
condenados a trabajar en ellas como castigo (damnati ad metalla).  
El hallazgo de los denominados como Bronces de Vipasca (2) en la localidad portuguesa de Aljustrel, que
constituyen una de las más completas y destacadas fuentes para el conocimiento del Derecho romano
vigente en Hispania , se detalla la organización de las explotaciones mineras comprendidas dentro del
distrito minero (metalla) de Vipasca (Domergue, 1983). 
Los recursos minerales más apreciados fueron exportados a gran distancia, siendo uno de los casos más
representativos y mejor estudiados el del mármol y sus distintas variedades (3), que llegaron en grandes
cantidades por vía marítima a importantes puertos del Imperio, lo cual nos permite inferir la existencia de
una estructura comercial bien desarrollada y planificada (De Nuccio, Ungaro, 2003). 
(1) En su obra Publicans and Sinner (Oxford, 1972) E.Badian plantea la hipótesis de que en época republicana, la práctica
totalidad de la minas hispanas estaban explotadas exclusivamente por grandes societates plublicanorum. 
(2) Se trata de dos tablas de bronce, datadas en el siglo II d.C., que recogen la legislación aplicada a la explotación de las minas
del distrito de Vipasca, La primera de ellas, encontrada en 1876, trata sobre los derechos que asisten a los arrendatarios de las
minas. La segunda, hallada en 1906, versa sobre la regulación jurídica de las concesiones mineras y establece una serie de
normas técnicas para su explotación.
(3) Los mármoles más apreciados en época romana eran las variedades conocidas como el pórfido rosso, giallo antico y
pavonazzetto. 
Durante el gobierno de Augusto (27 a.C. – 14 d.C.) se establecieron las directrices para lograr una
explotación más racional de las ricas minas de oro del noroeste hispano, que alcanzaron su mayor
productividad en tiempos de Vespasiano (69-79 d.C.), llegándose a obtener hasta 20.000 libras anuales de
oro cuyo valor estimado sería de unos 90 millones de sestercios. Tras la conquista y pacificación de la
mencionada zona, se encontraron importantes vetas auríferas al norte del río Duero, destacando las
explotaciones mineras de Trêsminas y Campo de Jales, ambas en territorio portugués, así como en los
Montes de León, en donde se puede ver un magnífico ejemplo de explotación minera de época romana,
las Médulas.

La plata fue otro recurso mineral muy apreciado, y durante la República fue el metal hispano por
excelencia debido a su abundancia. Como ejemplo ilustrativo, de la mina de Baebelo, situada en las
proximidades de Carthago Nova, se llegaron a extraer hasta 300 libras de plata diarias. La riqueza
argentífera de Hispania era tal, que era posible encontrar menas de plata nativa (actualmente
completamente agotada en territorio peninsular) aunque lo más usual era hacerlo junto a otros minerales
como el plomo (4), el cobre (5) o el mercurio (6), así como ligada al oro. 
Además de esos dos metales mencionados, los romanos también obtuvieron de Hispania otros minerales
de interés económico variable, como el cinabrio de la zona de Sisapo (provincia de Ciudad Real),
utilizado para obtener minio y mercurio, siendo empleado para la amalgama del oro cuando este no
aparecía en estado puro. El cobre también fue muy apreciado, siendo usado en metalistería, bien en estado
puro o mezclado con otros metales, para obtener bronce, el metal industrial por excelencia de la época.
Breve historia de Segóbriga

Los restos de la Segóbriga romana se encuentran actualmente en el Parque Arqueológico de Segóbriga,


dentro del término municipal de la localidad castellano-manchega de Saelices, en la provincia de Cuenca.

Pese a que la ciudad se encuentra completamente en ruinas, su excelente estado de conservación, en


comparación con otros yacimientos de similares características en la Península Ibérica, hizo que sus restos
fuesen catalogados como Monumento Nacional el 3 de junio de 1931 por el gobierno Alcalá Zamora
(1931-1936). 
El nombre de Segóbriga denota claros orígenes celtibéricos y, probablemente en sus comienzos, pudo
tratarse de un oppidum celtíbero situado en lo que posteriormente sería la parte norte de la ciudad, cuyo
emplazamiento en las proximidades del rio Cigüela le sirvió para proteger su posición. Pese a que no se
han encontrado hasta el momento restos arqueológicos que confirmen fehacientemente la presencia del
mencionado castro u oppidum, el hallazgo de un fragmento de cerámica ática, datado en el siglo V a.C.,
parece confirmar la ocupación humana del lugar por aquellas fechas. 
El célebre geógrafo griego Estrabón (64 a.C.- 24 d.C) será quien nos proporcione las primeras referencias
sobre Segóbriga, al mencionarla brevemente (Estrabón, Geo. III, 4.13) en relación al enfrentamiento que
mantuvieron en sus proximidades Quinto Cecilio Metelo Pío (7) y Sertorio (8) dentro de la denominada
Guerra de Sertorio (82-72 a.C.). Como consecuencia del mismo, la Segóbriga celtíbera (9) sería destruida
y sobre sus restos se erigió la futura Segóbriga romana. 
 
(4) Conocido como galena argentífera. La galena es un tipo de sulfuro de plomo que en su composición puede contener trazas de
otros minerales como la plata, llegando en ocasiones a contener hasta un 1% de contenido de esta. En estado natural es posible
encontrarlo formando cristales o macizo.  
(5) Se trata de un sulfuro compuesto en su mayor parte de azufre y hierro y es muy usada para la obtención de ácido sulfúrico.
Comúnmente fue llamada “el oro de los tontos” por su gran parecido a ese metal precioso. Es muy abundante en la serranía de
Huelva y en el Alemtejo portugués. 
(6) Se conoce como cinabrio. Es un compuesto sulfuroso compuesto, en su mayor parte, por mercurio y algo de azufre. En su
estado natural aparece formando cristales trigonales junto a rocas de tipo volcánico.
(7) (130-64 a.C.) Fue un político y militar romano de la República que participó en la Guerra de Sertorio en el bando de los
optimates, enfrentándose contra Cayo Mario y sus aliados. Logró derrotar a Sertorio en Hispania. 
(8) (122-72 a.C.) Desatacado militar y político romano conocido por su oposición a los intereses de Lucio Cornelio Sila desde su
posición en Hispania, en donde se desarrollaría el enfrentamiento con algunos de sus partidarios.
(9) Se cree que los olcades, una tribu de posible origen celtíbero que en la Antigüedad ocupó las tierras de la actual provincia de
Cuenca, habitaron en ella al estar incluida dentro de su territorio.
Sexto Julio Frontino (40-103), político romano del siglo I d.C. y autor de un tratado militar titulado
Strategemata, así como de un informe llamando De aquaeductu que trata sobre los acueductos que surtían
de agua a la capital del Imperio, nos dice que Segóbriga fue atacada por el rebelde lusitano Viriato hacia
el 146 a.C. debido a la alianza que esta ciudad, todavía celtibérica, había sellado con Roma (Frontino,
Strat. III, 11,4). 
Quien nos proporcionará mayor cantidad de datos sobre Segóbriga es Plinio el Viejo (23-79) en su
conocida Naturalis Historia, que la denomina “caput Celtiberiae” e integrada en el Convento Jurídico
Cesaraugustano (10) en calidad de ciudad estipendiaria (Plinio, Naturalis Historia III, 3.25). 
Hacia el 12 a.C. Segóbriga pasará a ser considerada como municipium de derecho latino, lo cual
propiciará su mayor desarrollo urbano y económico gracias a un ambicioso proyecto urbanístico de
carácter monumental que concluirá alrededor del año 80 d.C., ya bajo la dinastía de los Flavios. 
Segóbriga fue una de las pocas ciudades romanas de Hispania que gozó del privilegio de poder emitir
moneda, debido a la necesidad que tenía de ello al tratarse de una zona caracterizada por una destacada
actividad comercial, principalmente relacionada con la explotación del lapis especularis, que atraería
hasta la ciudad a gentes llegadas de varias partes del Imperio, tal y como se ha podido constatar mediante
el hallazgo de numerosas inscripciones en el propio núcleo de población.  
Debido a la pujante actividad minera y comercial presente en Segóbriga, y con el propósito de facilitar el
transporte y posterior comercialización del lapis especularis, la ciudad estuvo bien comunicada con otros
importantes núcleos hispanos y distritos mineros, como por ejemplo Carthago Nova, hasta donde se trazó
una calzada que la unió con esta última localidad mencionada. 
De acuerdo con las evidencias arqueológicas, parece ser que a partir del siglo III d.C. comenzó el declive
de Segóbriga, que será más acusado a lo largo del siglo siguiente debido a la inexorable ruralización y a la
menor pujanza de la explotación y comercialización del lapis especularis, que acabó siendo sustituido por
el vidrio. 
Utilización del lapis especularis 
Por sus características, entre las cuales cabe destacar su translucidez, el lapis especularis fue ampliamente
demandado como elemento constructivo para ser utilizado, en la mayor parte de ocasiones, a modo de
acristalamiento para cerrar vanos y permitir la iluminación natural de espacios interiores, al tiempo que se
lograba aislar a estos de las inclemencias y ruidos ambientales además de permitir la visibilidad hacia el
exterior. Para ello, piezas de lapis especularis eran convenientemente adaptadas para su inserción en
bastidores, generalmente realizados en madera aunque también en cerámica, empleados para cubrir vanos
de tamaño variable. Con anterioridad al empleo masivo del lapis especularis, los arquitectos romanos
habían utilizado otros materiales alternativos, tales como otros minerales o incluso pieles o vejigas de
origen animal, pero ninguno de ellos contaba con sus excelentes propiedades. Asimismo, se llegó a
emplear como material para invernaderos debido a sus propiedades aislantes y translucidez, que permite
el paso de la luz y el calor. 
Además de como acristalamiento, el lapis especularis fue usado para obtener escayola con la cual
confeccionar molduras o enyesar paredes, así como para estucados o confeccionar figuras decorativas
destinadas a ser colocadas en las fachadas y cornisas de edificios. Según Plinio el Viejo, el mejor yeso
procedía de la deshidratación de lascas de lapis especularis (Plinio, Naturalis Historia, XXXVI, 182), y
si era calentado hasta carbonizarlo, era posible obtener “yeso de fragua”, un aglutinante muy usado para
revestimientos y enlucidos. 
También fue empleado con fines ornamentales a modo de revestimiento de determinados edificios
significativos o superficies, atestiguándose su uso en forma de virutas para cubrir el piso del Circo
Máximo durante la celebración de algunos espectáculos (Plinio, Naturalis Historia, XXXVI, 162).  
 
 
(10) Subdivisión administrativa de la Tarraconense que incluía dentro de su territorio buena parte del actual Aragón y del valle
del Ebro, cuya ciudad más importante fue Caesaraugusta (actual Zaragoza).
El lapis especularis de Hispania 
Plinio el Viejo afirmó en sus escritos que el lapis especularis de mayor calidad era obtenido en Hispania,
destacando especialmente el obtenido en torno a “cien mil pasos (11)” de la ciudad de Segóbriga (Plinio,
Naturalis Historia, XXXVI, 160).  
Aunque en otros lugares del Imperio también existían explotaciones de lapis especularis, como por
ejemplo en Chipre, Capadocia o Sicilia, ninguno de ellos alcanzó la excelencia y prestigio del hispano,
que llegó a ser considerado un importante recurso estratégico de indudable valor comercial que fue
destinado principalmente a la exportación, lo cual motivó, especialmente a fines de la República y a
comienzos de época imperial, la construcción y trazado de nuevas calzadas que serían llevadas a cabo por
el propio Estado romano o bien por particulares o sociedades que explotaban y gestionaban las minas en
régimen de concesión, con el fin de facilitar y permitir su adecuado transporte hacia los puertos
mediterráneos, en donde sería embarcado en naves mercantes hasta otros puntos del Imperio. 
Pese a la gran importancia e intensa explotación de las minas de lapis especularis, es difícil hallar restos
arqueológicos significativos fuera de sus principales zonas de explotación, y cuando así ha sido, son
meramente testimoniales, incluso en aquellos lugares estrechamente vinculados con esta actividad minera.
Entre las posibles razones que pueden explicarlo se encuentra la fragilidad y la propia composición del
lapis especularis, además de su tendencia a reintegrarse nuevamente en el entorno con el paso del tiempo,
lo cual le ha hecho pasar inadvertido en multitud de ocasiones y no ser considerado como un resto
propiamente arqueológico. 
La explotación del lapis especularis en Segóbriga 
Las minas de lapis especularis de la zona de Segóbriga solían estar gestionadas directamente por el fisco
romano, mientras que la ciudad se encargó de la organización de los trabajos a realizar en las mismas,
aunque no obstante, hubo momentos en los que algunas de ellas fueron cedidas en régimen de concesión a
particulares o sociedades, siendo lo más usual el arrendamiento de pozos. 
Antes de llevar a cabo cualquier trabajo minero, era primordial localizar donde se encontraban los
yacimientos del mineral que se deseaba explotar, y para ello, los prospectores romanos se ayudaron del
conocimiento de los habitantes de la zona. Una vez hallado el yacimiento, para acceder al mineral se
podían hacer entradas en rampa, aunque lo más usual fue la realización de pozos que permitían comunicar
el exterior e interior del complejo minero, así como sus distintos niveles de explotación, además de
proporcionar luz y aire.
Los pozos solían ser cuadrangulares o rectangulares debido a las facilidades que estas formas
proporcionaban en el supuesto de que se hubiese tenido que afianzar el terreno mediante entibaciones de
madera con el fin de evitar posibles derrumbamientos. En el caso de aquellos pozos que habían sido
excavados en roca viva, no fue necesaria su entibación. La profundidad media que solían alcanzar los
pozos oscilaba entre los 20 y 30 metros, mientras que su diámetro era de entre 2,5 y 2 metros.
Frecuentemente, en las paredes de los pozos, se realizaban pequeñas incisiones que eran utilizadas como
asideros para facilitar el ascenso y descenso por los mismos. La distancia entre unos pozos y otros era
bastante reducida, para así permitir el trabajo simultáneo en distintos lugares de la explotación minera.
El interior de las minas estaba estructurado a partir de varias salas, desde las cuales se excavaban galerías
en múltiples direcciones, siendo este sistema de distribución muy utilizado durante la Antigüedad en la
llamada minería de interior. La forma más usual de iluminar el interior de las explotaciones mineras fue
mediante lucernas que utilizaban aceite como combustible, dispuestas en intervalos más o menos
regulares en unos pequeños huecos realizados en las paredes a modo de lucernarios, aunque en algunas
ocasiones se recurrió también a antorchas o teas. 
En lo que respecta a las herramientas y utensilios empleados, como por ejemplo cinceles, martillos o
piquetas, predominaron los realizados en metal. Para la apertura de nuevas galerías o de salas se utilizaron
preferentemente piquetas, usadas también para esculpir peldaños que, en algunos puntos, facilitaron el

(11) Un paso romano (passus) equivalía aproximadamente a 1,47 metros de longitud, por lo que la distancia señalada por Plinio
corresponde a unos 147 kilómetros. 
acceso a determinados lugares, así como para realizar huecos en las paredes que serían usados para
instalar en ellos poleas, tornos o anclajes.
Antes de sacar el lapis especularis al exterior, y tras haber sido convenientemente cortado con serruchos
al tamaño y forma deseadas para facilitar su extracción, los bloques eran conducidos a través de las
distintas galerías hasta los pozos, desde donde eran alzados mediante poleas y tornos dispuestos en el
exterior, aunque también podían ser sacados por las rampas con ayuda de animales de tiro.  
Una vez en el exterior, los bloques de lapis especularis eran desbastados y posteriomente seleccionados
siguiendo unos determinados criterios de calidad y tamaño, para ser nuevamente cortados en piezas
cuadradas o rectangulares con el fin de permitir un mejor almacenamiento y transporte, aunque
posiblemente, y debido a requerimientos de clientes o de mercados específicos, fuesen cortados siguiendo
otras formas. 
Conclusión
Como breve conclusión, se podría afirmar que, en el caso de la Segóbriga romana, la explotación y
comercialización del lapis especularis constituyó un destacado, cuando no primordial, vehículo para su
desarrollo tanto urbanístico como económico gracias a la gran demanda y aprecio por ese elemento
mineral a lo largo y ancho de todo el Imperio. Además, la intensa actividad minera ayudó, directa e
indirectamente, al desarrollo y aparición de otras industrias, lo cual potenciará aún más su dinamismo
económico.  
Esa prosperidad atraerá a gentes llegadas de otras partes del Imperio, siendo especialmente significativa la
presencia de itálicos, que lograron controlar, junto a las élites autóctonas, el proceso de explotación y
comercialización del lapis especularis. Su enriquecimiento les permitirá formar parte de la élite urbana de
Segóbriga y acceder a sus magistraturas, y por ende, al control sociopolítico y económico de la zona. 

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS Y FUENTES DE INTERNET

ALFÖLDY, G. – SPAIN, en BOWMAN, A.K.; GARNSEY, P.; RATHBONE, D. (eds.) The Cambridge
Ancient History (vol. XI), Cambridge University Press, Cambridge (2000) Págs. 448-452 

BERNÁRDEZ GÓMEZ, M.J.; GUISADO DI MONTI, J.C. – La minería romana del lapis especularis.
Una minería de interior, en ABAD CASAL, L. (…et al.) Investigaciones Arqueológicas en Castilla-La
Mancha 1996-2002, Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, Servicio de Publicaciones, Toledo
(2003) Págs. 245-256  
FERNÁNDEZ URIEL, P.; MAÑAS ROMERO, I. – La Civilización Romana, UNED, Madrid (2013)  
Págs. 246-248
GOZALBES CRAVIOTO, E. – Caput Celtiberiae. La tierra de Cuenca en las fuentes clásicas, Ediciones
de la Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca (2000) 
LEVEAU, P. – The Western Provinces, en SCHEIDEL, W.; MORRIS, I.; SALLER, R. (eds) The
Cambridge Economic History of the Greco-Roman World, Cambridge University Press, Cambridge (2007) 
Págs. 659-660
SÁNCHEZ MORENO, E. (coord.); GÓMEZ PANTOJA, J.L. – Protohistoria y Antigüedad de la Península
Ibérica vol.II (La Iberia prerromana y la Romanidad), Sílex, Madrid (2008) Págs. 555-563 
SAYAS ABENGOCHEA, J.J. – Historia antigua de la Península Ibérica, UNED, Madrid (2003)  
Págs. 290-291
Diccionari de geología – Institut d´Estudis Catalans: http://cit.iec.cat/dgeol/default.asp?opcio=0 
(acceso diciembre 2016)
Parque Arqueológico de Segóbriga: http://www.patrimoniohistoricoclm.es/parque-arqueologico-de-
segobriga/ (acceso diciembre 2016) 

También podría gustarte