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Recibido: 18/06/2013
Aprobado: 19/07/2013
Resumen
Este ensayo discute las visiones en torno a la guerra que el Perú ha tenido a través de su
historia. Se aborda la difícil tarea de definir la guerra propiamente dicha para
preguntarse sobre su papel en la historia. El ensayo se centra en las formas cómo las
experiencias bélicas han sido analizadas en nuestro país y qué lecciones se han obtenido
de ellas.
Abstract
This essay discusses the visions about war that Peru has had throughout its history. It
addresses the difficult task of defining the war itself to wonder about its role in history.
The essay focuses on the ways war experiences have been analyzed in our country and
what lessons have been obtained from them.
1
Historiador y marino. Estudios de Historia en la Pontificia Universidad Católica del Perú, con estudios
de especialización en historia marítima e imperial británica en la Universidad de Londres (Reino Unido),
y doctor en Historia Marítima por la Universidad de Saint Andrews (Escocia, Reino Unido). Es secretario
general de la Asociación de Historia Marítima y Naval Iberoamericana, y miembro correspondiente de la
Academia Chilena de la Historia y de la Academia de Historia Naval y Marítima de Chile, entre otras
instituciones. Ha ejercido la docencia en el Perú y en la Academia Naval de los Estados Unidos. Entre sus
publicaciones se pueden mencionar De los botes y la mar en la costa peruana (2012), Diccionario
biográfico marítimo peruano, con Alicia Castañeda Martos (2007), y Perú y Gran Bretaña: política y
economía (1809-1839), a través de los informes navales británicos (2005).
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En este mismo evento, Seminario Internacional: Historia, Ejército y Sociedad, tenemos
una mesa dedicada a la visión andina de la Guerra del Pacífico, lo que implica la
existencia de otras visiones, y obviamente otras guerras, que deberíamos analizar para
comprender cómo los peruanos hemos enfrentado los diversos momentos en que
vivimos ese fenómeno.
Para ello quizá debamos tener algunas definiciones de trabajo sobre la guerra
propiamente dicha. Hecho esto, habría que preguntarse si las lecciones de estas guerras
deben limitarse al periodo republicano o deben ir más atrás. Finalmente, habría que
abordar la forma cómo esas experiencias bélicas han sido analizadas y qué lecciones
hemos obtenido de ellas.
Los actores tradicionales de las guerras son los estados, pero no son los únicos que
participan en los actos bélicos, pues también lo han hecho y siguen haciéndolo diversos
grupos organizados. Las guerras surgen cuando los intereses de dos o más de estos
actores colisionan, pudiendo estar dichos intereses vinculados a lo económico, lo
ideológico, al entorno internacional, a las presiones internas o a la propia supervivencia
de uno de ellos. Difícilmente, una de estas razones explica, por sí sola, la decisión de
recurrir a la violencia. Por lo general, tal decisión se puede comprender mejor si la
analizamos desde varias perspectivas a la vez.
Cuando los intereses que colisionan son más importantes que los que están alineados,
surge un conflicto, que si no es adecuadamente manejado puede escalar y generar una
crisis. En ese proceso, los actores emplearán diversos medios para imponer su voluntad,
y eventualmente uno de ellos puede optar por la violencia, dando inicio a la guerra.
Las guerras son actos políticos, y en consecuencia su objetivo se ubica en ese ámbito y
ha sido definido de muchas maneras, pero para efectos prácticos denominaremos a
dicho objetivo político como el Objeto de la Guerra.
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Para el logro del Objeto de la Guerra se debe definir el tipo de guerra que se debe llevar
a cabo, pudiendo ser de naturaleza muy variada, como lo fueron la del Cenepa (1995) o
la del Pacífico (1879-1883), limitada la primera y cercana a lo total la última. Tanto la
diplomacia como la inteligencia y la fuerza, de manera estrechamente coordinada,
deben concebir objetivos específicos para contribuir a dicho logro, y diseñar estrategias
en sus respectivos ámbitos para alcanzarlos.
Hay muchas definiciones válidas sobre la estrategia militar, pero de todas ellas prefiero
la de Sir Basil Liddell-Hart, quien señala que es “el arte de distribuir y aplicar los
medios militares de modo de cumplir con los fines de la política”2. Para ello se debe
concebir objetivos específicos, a ser logrados mediante esfuerzos estratégicos
considerables, usualmente llamados operaciones militares, las que se desarrollan en un
2
Liddell Hart. Estrategia de Aproximación Indirecta. Buenos Aires: Editorial Rioplatense, 1973, p. 343.
A grandes rasgos, estas son algunas definiciones de trabajo sobre la guerra que nos
permitirán avanzar en este análisis.
Pero, finalmente, la guerra es fruto del quehacer humano, y si bien implica violencia,
también requiere creatividad. La materia prima de la guerra sigue siendo el individuo,
cuya imaginación y comportamiento no son siempre predecibles, aun cuando utilice
métodos y medios científicos con carácter instrumental. En consecuencia, aún cuando
pueda resultar chocante, la guerra es un acto cultural en tanto y en cuanto es la creación
de un conjunto social.
Claro que para estos análisis se requiere información, la que puede ser escasa en
determinados casos, que no son solo los más antiguos, pero es muy importante tener una
visión de conjunto que permita encontrar aquellos elementos que pueden llegar a
constituir las grandes tendencias peruanas en la forma de pensar y hacer la guerra.
Dicho esto, cabe señalar que resulta difícil precisar cuántas guerras hemos sostenido.
La arqueología brinda numerosas evidencias sobre el uso de la violencia por parte de los
pequeños señoríos, reinos o imperios en el gran espacio andino. Obviamente, la
información es menor mientras más atrás vamos, pero se va tornando más densa en la
medida en que nos acercamos al proceso de expansión inca. Pese a ello, podemos
extraer algunas lecciones. Por ejemplo, este último proceso permite analizar la forma
como se complementaron la acción diplomática y militar, alcanzando un adecuado
balance entre las estrategias de la acción y de la disuasión, y la imbricación entre las
estrategias ofensiva y defensiva llevadas a cabo en el sur de Chile.
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Guerreros Moche.
3
Jorge Ortiz Sotelo. Acción y valor (Historia de la Infantería de Marina del Perú). Lima: Forza-
Securitas, Asociación de Oficiales Infantes de Marina, 2010, pp. 23-33.
lograron conjurar las amenazas representadas por los corsarios isabelinos (1579-1594),
las incursiones neerlandesas en el marco de la Guerra de los Ochenta Años (1599-1643), 820
la de los franceses en el contexto de la Guerra de Sucesión Española (1700-1725) y la
presencia naval británica durante la Guerra de Sucesión Austriaca (1740-1748).
Asimismo, en el último cuarto del siglo XVII debió conjurar la amenaza de los piratas4.
Tras la desaparición de la Armada de la Mar del Sur, la defensa marítima del Pacífico
Sur estuvo a cargo de la Real Armada basada en el Callao. Apoyada y a veces sustituida
en parte por las naves de los comerciantes limeños, esta fuerza debió enfrentar las
secuencias locales de la guerra de los Siete Años (1756-1763), la de la Francia
Revolucionaria (1793-1795) y las tres sostenidas con Gran Bretaña (1779-1783, 1796-
1802 y 1804-1808); así como luchar contra el contrabando a partir de 17905.
La defensa en tierra contó con dos fuerzas permanentes, la primera estaba formada por
las reducidas compañías de alabarderos, arcabuceros y piqueros, que en esencia
formaban la guardia del virrey6; mientras que la segunda era el llamado ejército de
Chile, cuya función específica era controlar la frontera mapuche. El grueso de la
defensa descansó en las milicias ciudadanas, de pobre rendimiento en el caso de las
amenazas externas, pero de mejor comportamiento para atender las internas.
Las más importantes de este segundo tipo de amenazas fueron la de Juan Santos
Atahualpa (1740-1750) y la iniciada por José Gabriel Condorcanqui en 1780. La
extensión de esta última motivo la reforma del sistema militar peruano, reforzado
inicialmente por unidades peninsulares, que pasó a estar integrado por unas pocas
unidades permanentes, basadas esencialmente en Lima pero con presencia también en
Chiloé.
Este fue el esquema general con el que el virreinato peruano debió enfrentar las guerras
de independencia americana. En el marco de las cuales los regimientos locales se vieron
envueltos en diversas acciones a partir de 1809, actuando en los actuales territorios de
Ecuador, Bolivia, Argentina y Chile. Solo a partir del segundo semestre de 1814, una
vez expulsados los franceses de España, comenzaron a llegar refuerzos peninsulares,
pero en la medida en que pasaron los años dichas fuerzas se fueron haciendo cada vez
más criollas y mestizas7.
4
Pablo Emilio Pérez-Mallaína Bueno y Bibiano Torres Ramírez. La Armada de la Mar del Sur. Sevilla:
Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1987. Peter T. Bradley. Spain and the Defence of Peru 1579-
1700 (Raleigh, NC, lulu.com, 2009).
5
Jorge Ortiz Sotelo. La Real Armada en el Pacífico Sur (1746-1824). México: Universidad Nacional
Autónoma de México, en prensa).
6
Guillermo Lohmann Villena. Las Compañías de Gentileshombres Lanzas y Arcabuces de la guarda del
Virreinato del Perú. Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, separata del t. XIII del Anuario
de Estudios Americanos.
7
Julio Albi de la Cuesta. Banderas olvidadas: el ejército realista en América. Madrid: Ediciones de
Cultura Hispánica, 1990.
Las lecciones que nos dejan esos tres siglos de gobierno virreinal son varias. La primera
y más obvia es que los medios militares disponibles resultaron insuficientes para 821
defender el amplio espacio del virreinato ante ataques de fuerzas extranjeras. Pero la
tarea primaria que eventualmente se asignó a dichos medios fue la protección de las
remisiones de caudales o situados, inicialmente en la ruta que unía Arica, Callao y
Panamá, y luego hacia las plazas con guarniciones militares. En tal sentido, podemos
señalar que la estrategia defensiva fue la prevaleciente, en concordancia con los medios
disponibles. Eventualmente se optó por una estrategia ofensiva, lográndose algunos
éxitos, como la captura de Hawkins en 15948, o de más de una docena de balleneros
británicos en 1797; pero no faltaron los desastres, como la derrota sufrida en Cerro Azul
en 1615 ante la flota de Spilbergen9.
Las lecciones de los conflictos internos pueden ser más interesantes aún. En primer
lugar, la clara división que existió entre el poder político y el poder militar, algo que se
quebró con el motín de Aznapuquio (1821) y se tornó más difuso durante la república,
permitió que se actuara con relativa eficacia para enfrentar ese tipo de situaciones.
Tras la reforma militar que siguió a esa rebelión, el mando militar estuvo usualmente en
manos de peninsulares, pero los criollos mantuvieron una presencia mayoritaria e
incluso llegaron a ejercerlo, como fue el caso del arequipeño brigadier José Manuel de
Goyeneche, al frente de las fuerzas que combatieron en el Alto Perú entre 1809 y 1813.
También hubo presencia indígena en los mandos militares, siendo uno de los casos más
conocidos el del cacique y coronel de infantería española Mateo Pumacahua.
8
Juan Gargurevich Regal. ¡Capturamos a Hawkins! Lima: La Voz, 2010.
9
Jorge Ortiz Sotelo. Nuevos detalles sobre la expedición de Spilbergen a la Mar del Sur. Derroteros de la
Mar del Sur n° 18-19 (2010-2011), pp. 97-119.
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El tema de la cohesión interna de las fuerzas coloniales también deja algunas lecciones
de interés. No hubo mayores problemas hasta la época de la emancipación, pese a la
amenaza que representó la Gran Rebelión Andina. La cohesión comenzó a
resquebrajarse a raíz de la implosión del estado español, siendo quizá el elemento de
mayor importancia el liberalismo representado por la Constitución de 1812 y su
abolición por parte de Fernando VII al ser restaurado dos años después. Pero esta
situación se presentó esencialmente entre la oficialidad, tanto peninsular como criolla,
haya sido esta profesional o miliciana. Para el grueso de las tropas coloniales la
fidelidad a sus jefes continuó hasta el final, salvo casos puntuales como el del batallón
neogranadino Numancia, que se pasó a las fuerzas independentistas en diciembre de
1820. Cabe recordar que en la batalla de Ayacucho menos del 10% del ejército realista
era peninsular, y que no faltaron peninsulares en las fuerzas independentistas.
Las motivaciones para la fidelidad de la tropa americana a la causa realista son diversas.
La oficialidad tuvo un papel preponderante, los terribles castigos por deserción también
jugaron su rol, pero quizá podamos encontrar respuestas más complejas si nos
acercamos a este tema desde disciplinas como la sociología militar. El sentido de nación
era aún endeble, o al menos transitaba entre la idea de la nación española y la emergente
nación peruana/americana. No era pues un tema ideológico, sino quizá algunas
motivaciones más primarias, como la lealtad a un individuo determinado o la cohesión
del grupo primario, que se volverían a presentar una y otra vez durante el periodo
republicano.
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Esto se hizo evidente tanto en el caso de conflictos internos como externos, resultando
tristemente aleccionadoras las actuaciones de Andrés de Santa Cruz al frente de la
Esta actitud marcó la forma de relacionarse entre ambos poderes, en una etapa en que la
oficialidad militar no había logrado constituirse aún en un cuerpo profesional. El
surgimiento de un nuevo militarismo, luego de la Guerra del Pacífico, no hizo sino
ahondar la desconfianza entre la elite política y el creciente corporativismo militar,
fortalecido por la profesionalización del ejército facilitada por la misión militar
francesa. Esta situación se tornó más compleja con el surgimiento de los partidos
políticos populares, que fueron sumando a ese entorno de desconfianzas a significativos
sectores de las elites intelectuales y económicas.
El resultado de ese proceso fue una confusa dirección de las guerras recientes, en las
que nuevamente el objetivo político muchas veces cedía paso al objetivo militar.
Ejemplo de ello fueron las guerras con Ecuador de 1941 y 1981, la lucha contra las
guerrillas y la lucha contra el terrorismo, fortaleciendo la percepción de que la guerra
más que un tema político era un problema militar.
Distinto fue el caso del conflicto del Cenepa, pues se definió desde un primer momento
el Objeto de la Guerra, y aunque dicho Objeto impuso severas limitaciones al uso de la
fuerza, finalmente se logró hacer prevalecer nuestros intereses gracias a un adecuado
uso de otros medios.
La conformación de las fuerzas militares durante los primeros cincuenta años de vida
republicana siguió, en esencia, las estructuras adoptadas durante la guerra de la
independencia, reflejando en alguna media las lecciones de las guerras napoleónicas.
Las unidades proliferaron en función de las urgencias políticas, y obviamente sus
integrantes se vieron fuertemente influenciados por los caudillos a los que servían
durante las numerosas guerras internas que se vivieron. El punto culminante de ese
proceso de deformación militar fue la revolución de los hermanos Gutiérrez (1872), que
llevó a que el presidente Pardo redujera el ejército de línea de manera sustantiva, a la
vez que tratara de introducir algunos elementos modernos en su equipamiento y
preparación.
La crisis económica, y luego la Guerra del Pacífico, interrumpieron ese proceso, que 826
solo fue retomado luego de la guerra civil de 1895, cuando la misión militar francesa
inició una profunda reforma que tuvo su piedra angular en la formación de la
oficialidad10. Estos cambios tuvieron varios efectos, entre ellos la aparición de una
mentalidad militar enfocada en la construcción de la nación, el paulatino surgimiento de
un espíritu de cuerpo, la aparición de revistas profesionales y la mejora en la
preparación de los mandos militares en temas estratégicos.
Es en este último campo donde se deben analizar las experiencias bélicas peruanas y las
lecciones que de ellas podemos extraer.
Los grandes pensadores sobre temas estratégicos han realizado procesos similares,
analizando tanto los conflictos en los que su propio país ha participado como los de
otros países, determinando de ese modo las grandes tendencias que rigen tanto la guerra
como la forma de enfrentarla para prevalecer. La construcción de modelos teóricos
puede remontarse varios miles de años si partimos de Sun Tsu, pero en tiempos
modernos los que más han influido en ese tipo de estudios son Karl von Clausewitz,
Antoine-Henri Jomini, Julian Stafford Corbett, Basil Liddell-Hart y André Beaufre.
La historiografía rescata los hechos heroicos de los soldados peruanos tanto en Pisagua
como en San Francisco y en Tarapacá, pero el heroísmo no gana las guerras. Esto solo
se logra con una adecuada combinación de concepción estratégica y conducción
operacional.
El primero, y hasta ahora el único en intentar un análisis crítico de nuestras guerras fue
el general Carlos Dellepiane. Su Historia Militar del Perú se inicia con una sugerente
10
Efraín Cobas. Fuerza armada: Misiones militares y dependencia en el Perú. Lima: Editorial Horizonte,
1982.
General Carlos Dellepiane, autor de Historia militar del Perú, el principal trabajo sobre
nuestras guerras del siglo XIX.
Luego, tenemos unos pocos, en realidad poquísimos, trabajos sobre estrategia, como el
del contralmirante Julio de los Ríos Rozas (La Estrategia), pero dichos trabajos
adolecen de una gran carencia, pues no surgen del análisis de nuestras propias
experiencias, sino de la cuidadosa lectura de los teóricos de la guerra. Algo válido, pero
insuficiente.
Asimismo, al analizar esos 60 años de la revista se ha podido detectar que muy pocos de
los que han escrito sobre temas estratégicos han perseverado, lo que atenta contra la
construcción de una escuela de pensamiento estratégico propia. Cabe precisar que si
bien la estrategia tiene conceptos más o menos permanentes y universales, su
planteamiento y concepción requiere de un sustrato nacional, tal como se puede percibir
en los trabajos de Clausewitz, Jomini, Corbett, Liddel Hart y otros.
La guerra, en síntesis, requiere ser estudiada como fenómeno global, pero a la vez con
las peculiaridades que, en cada caso, le imprime el ser colectivo nacional. Para
comprenderla cabalmente debemos estudiar su comportamiento a lo largo del tiempo,
tanto en el ámbito las élites (política, militar, académica, económica, etc.) como en el de
la población en general. No hacerlo puede llevarnos a perder perspectiva y a ser menos
11
Política y estrategia en la guerra de Chile; La política y la estrategia militar en la guerra contra
subversiva en América Latina; Relaciones entre la política y la estrategia militar; Seguridad, política y
estrategia; Geopolítica; La geopolítica en el tercer milenio.
12
Fuerza Armada y Sociedad en el Perú Moderno: un estudio sobre relaciones civiles militares 1930-
2000. Lima: Instituto de Estudios Políticos y Estratégicos, 2001.
Como señaló el político francés George Clemenceau, la guerra es algo demasiado serio
para dejarla en manos de los militares. En tal sentido, su estudio no es privativo de las
escuelas militares, sino que debe ser realizado en unas pocas instituciones universitarias,
que es donde al finalmente se deben forjar a los líderes que han de decidir sobre estos
temas.
Lamentablemente, los esfuerzos que al respecto se han llevado a cabo son limitados, y
no necesariamente enfocados a los temas de la seguridad nacional, que incluyen lo
referido a la posibilidad de decidir sobre la gran estrategia ante una guerra. En ello, la
Historia tiene un papel sustantivo, y le cabe llevar a cabo lo que se ha hecho en otros
lugares, analizar críticamente el pasado para sacar de él las lecciones que eventualmente
nos permitan enfrentar con éxito situaciones de conflicto.