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Seminario: Problemáticas del Mundo Mediterráneo

Año 2015

Cultura, religiosidad y representaciones en el espacio mediterráneo.

Carrera: Profesorado Historia

Profesora adjunta: Mgter Susana Fioretti

Ayudante 1°: Prof. Martín Cifuentes

Trabajo final

Alumno: Trombetta, Ma. Cecilia, Leg N° 104638

Mail: cecitrombetta@hotmail.com

1
La Querella Iconoclasta en el Imperio Bizantino

Resumen: La Querella Iconoclasta fue un proceso que tuvo lugar en el Imperio


Bizantino entre los años 717 y 843 e implicó el enfrentamiento entre iconoclastas e
iconodulos. Atravesó al conjunto de la sociedad bizantina y es considerado uno de los
períodos más críticos de su historia. Se inició a partir de que la nueva Dinastía Isaúrica
implementara una medida política que, en base a argumentaciones teológicas, intentó
llevar a cabo una transformación en el Imperio. Fue muy resistida por gran parte del
tejido social y la Iglesia, logrando esta resistencia suprimirla definitivamente y
restablecer la iconodulia.

Palabras claves: Bizancio, iconoclasta, iconodulos, Imperio, Iglesia, transformación.

Introducción

La Querella Iconoclasta fue un proceso que tuvo lugar entre los años 717 y 843 y
representó una profunda crisis para el Imperio Bizantino, atravesando al conjunto de su
sociedad. Se originó a partir de la instauración de una política imperial que prohibía la
representación de las imágenes religiosas y el culto a los íconos. Su puesta en práctica
fue llevada a cabo por los principales emperadores de la llamada dinastía Isáurica: León
III (717-741) y Constantino V (741-775), política que se extendió, con algunas
interrupciones en ciertos momentos, hasta el gobierno de Teófilo (829-842) y que halló
una tenaz resistencia tanto de la Iglesia como del gran parte del conjunto social.

La querella implicó un enfrentamiento entre dos bandos, los iconoclastas y los


iconodulos, que en base a argumentaciones teológicas, defendían sus posicionamientos.
Por un lado los iconoclastas, la postura imperial, que legitimando su accionar en las
Sagradas Escrituras, condenaban la producción y veneración de las obras de arte
religiosas, especialmente la representación de Jesús. Planteaban que el modo en que los
fieles se relacionaban con la imagen degeneraba en una adoración a lo material,
argumentando que el retrato sólo de la carne negaba la condición celestial de Cristo, que
retratar lo divino era un intento fallido de mostrar algo que estaba fuera del alcance de la
comprensión humana:

2
Cuán absurda es la idea del pintor que por el vil amor a las ganancias persigue lo inasequible,
es decir, dar forma con sus impuras manos cosas que solo se creen con el corazón y se
reconocen con el alma.1

Los iconodulos por su parte, defendían la producción y uso de estas representaciones


artísticas, creían que era licito la veneración de una imagen santa porque servía como
vínculo entre cualquier fiel y la realidad supra-material, la consideraban una
herramienta eficaz para el acercamiento del feligrés y para una mayor comprensión
religiosa por ejemplo de los analfabetos, ya que la imagen, sostenían, se había creado
para guiar el conocimiento y mostrar lo que se oculta.

Dos de los más fervorosos defensores de esta postura fueron el monje Juan Damasceno
(674-749) nacido en el seno de una familia de Damasco y el patriarca Germán de
Constantinopla (635-732), a través de sus palabras podremos comprender mejor esta
ideología:

Cuando no tengo libros o mis pensamientos (…) me impiden disfrutar de la lectura, voy a la
iglesia que es el asilo abierto a todas las enfermedades del alma. La lozanía de las pinturas
atrae mis miradas y cautiva mi vista como una risueña plegaria; e insensiblemente lleva mi
alma a la alabanza de Dios, (…) y me postro en la tierra para adorar y rezar a Dios por la
intercesión del mártir, con lo que obtengo mi salvación.2

Como ya lo han planteado diversos autores, este enfrentamiento de dos formas de


pensar durante más de un siglo, no solo se explicaría desde lo teológico, porque la
prohibición de la representación de las imágenes, la persecución de fieles iconodulos y
particularmente de monjes, fueron más bien una consecuencia de la política iconoclasta.
¿Cuál habría sido en realidad el propósito de la Querella? Para comprender esto es
necesario tener presente que este largo proceso estuvo acompañado de diversas crisis
económicas y políticas tanto internas como externas que afectaron a los miles de
habitantes del Imperio. Por otro lado y no menos importante, es entender la relevancia
de la fe en la sociedad bizantina: Dios era quien comandaba el devenir del Imperio, con
lo cual la religión y los designios divinos cobraban mucha importancia para los
dirigentes y para toda la sociedad. Este pensamiento era utilizado tanto por la política

1
Véase Apéndice documental Seminario: Problemáticas del Mundo Mediterráneo, N°1, p 13
2
Ibid, N° 2 p 14

3
como la religión para hacer valer su poder y manipular a las masas, así como para
justificar muchos acontecimientos políticos, económicos y militares.

Tras esto, y aceptando que la querella iconoclasta no fue solo una cuestión teológica,
entendemos que la principal finalidad de la política iconoclasta habría sido llevar a cabo
una transformación que fortaleciera y estabilizara al Imperio de Oriente, a partir de una
sucesión de reformas no solo en el aspecto religioso, sino también en aspectos políticos,
sociales y económicos. Esta transformación habría sido vista como necesaria ante el
antecedente mediato de la pérdida de territorios, el asecho continuo a las fronteras,
como también por una inestabilidad interna por la sucesión de emperadores de escasa
relevancia -Filipico (711-713), Anastacio II (713-715) y Teodosio III (715-716)- que
habrían debilitado más profundamente las estructuras imperiales durante el siglo VII.

A continuación lo que se intentará es detallar algunas de estas reformas en los diferentes


ámbitos, para clarificar cuál fue el análisis que se realizó que nos permitió deducir que
la pretensión de la nueva Dinastía era generar una transformación que ordenara al
Imperio y que fortaleciera al Emperador y a las magistraturas imperiales frente a la
sociedad y a la Iglesia tras un siglo de inestabilidad y de pérdidas.

Las etapas que se abarcarán corresponden principalmente a los gobiernos de León III
(717-741) y Constantino V (741-775). Para comenzar, expondremos algunos
antecedentes acontecidos en el Imperio Bizantino durante el siglo previo a la querella.

Imperio Bizantino del siglo VII

El siglo VII marcaría un giro decisivo en el desarrollo del Imperio Bizantino de los
siglos venideros. El constante asedio a que las fronteras imperiales estuvieron sometidas
terminó posibilitando las victorias de los persas en Siria, Armenia, Palestina y Asia
Menor; que Jerusalén fuera conquistada y saqueada (614); que Egipto también fuera
perdido (611-619) al mismo tiempo que los avaros y eslavos invadían las provincias
balcánicas, perdiéndose el control político sobre la península durante los siglos VII y
VIII. Todo parecía anunciar el final del Imperio en Oriente, sin embargo Bizancio se
reharía gracias a las reformas administrativas y militares de Heraclio (610-641), que
buscaron reorganizar el imperio rural a partir de la división del territorio en themas, en
los cuales cada campesino-soldado trabajaba una parcela de tierra, estando bajo la

4
subordinación de un strategos (jefe civil y militar). Esto habría fortalecido
temporalmente al Imperio y permitido a Bizancio reconquistar frente a los persas las
provincias imperiales de Asia y África (622-628).

Pero estas provincias orientales de mayoría monofisita no se sentían ya parte del


Imperio, no compartían con él ni siquiera la fe cristiana, hay que recordar que durante el
Concilio de Calcedonia (451), el monofisismo había sido rechazado.3 La decadencia e
inestabilidad interna mostrada por la Dinastía de los Heráclidas terminaría posibilitando
la perdida de estas provincias en manos del emergente poder de los ejércitos del Islam.
Aunque en las dos últimas luchas entre Bizancio y el califato Omeya (678 y 718), los
árabes fueron rechazados en Constantinopla, no se pudo impedir que se perdieran
finalmente a mediados del siglo VII, casi todas las provincias orientales, incluidas
Alejandría, Antioquía y Jerusalén.4

El siglo VIII encontraría a Bizancio como un nuevo Imperio más reducido


territorialmente, reorganizado y más estabilizado. Fue en este Imperio que durante los
siglos VIII y IX se experimentó una de las crisis más graves en torno al culto de las
imágenes.

Reformas en el ámbito religioso

En lo que respecta a lo religioso, la política iconoclasta no debe ser entendida como


antirreligiosa, sino más bien como una política en búsqueda de la corrección de ciertas
desviaciones en este ámbito, especialmente en la cuestión monástica.

Las circunstancias vividas por el Imperio en los últimos decenios del siglo VI y VII
habrían favorecido la veneración desmedida de las imágenes, dando lugar a que tanto en
los campos de batalla como en las ciudades sitiadas y los hogares, se colmara de
imágenes, propiciando la iconodulia. A esto habrían contribuido también los numerosos
monasterios en donde se conservaban las imágenes más populares a las cuáles se les
atribuían importantes milagros, lo que habría generado una corriente de peregrinaciones
y ofrendas con el consiguiente enriquecimiento de los monjes y los santuarios donde se

3
Vallejo Girvés M.; “El Imperio Romano en Bizancio. Conflictos religiosos” en Sotomayor, M. y Fernández Ubiña, J. (coord.);
Historia del Cristianismo. I El mundo antiguo, Univ. Granada, Ed. Trotta, 2006, pp 776-778
4
Obolensky, D. y Bouman, C.A.; Nueva historia de la Iglesia. La Iglesia en la Edad Media; Ediciones Cristiandad; Madrid; 1983; p
94

5
custodiaban. Por otra parte la vida dentro de los monasterios había sido alcanzada por la
corrupción, degenerando en una notoria inactividad y en un aumento de la superstición
relacionada con los íconos, lo que para algunos había llegado a un punto crítico.

Como el objetivo de la nueva magistratura imperial era alcanzar el perfeccionamiento


de la vida confesional, se vio como necesaria la corrección de estos desvíos.

Si bien como ya mencionamos antes, no podemos hablar de una política antirreligiosa,


sí podemos pensar que lo que especialmente se buscaba era contrarrestar el creciente
poder que los monasterios habían ido adquiriendo a lo largo de los siglos, y sobre todo
su cada vez mayor influencia sobre el pueblo que, gracias a la atracción de sus íconos y
reliquias sagradas, le disputaban a la estructura imperial las voluntades de los creyentes.
Al prohibir el culto a las imágenes, los monjes perdían su medio más eficaz de
propaganda religiosa y de atracción de recursos, recursos que también eran disputados
por el estado imperial. A lo cual, a la cuestión teológica habría que añadirle la cuestión
económica, pero esto lo trataremos más adelante.

León III realmente no llevó a cabo una política de persecución y de imposición de su


postura a cualquier precio. La radicalización, la mayor vehemencia y violencia en la
aplicación de la política iconoclasta llegaría con Constantino V, evidencia de que las
intenciones imperiales eran convertir la iconoclastía en el credo oficial de la Iglesia
Bizantina. Es así como se llevaría a cabo el primer concilio iconoclasta en el Palacio de
Hiera (754), en el cual resumidamente podemos decir que se ordenó la destrucción de
todas las imágenes sagradas y la condena a los iconodulos. Con esto se comenzó a
producir la violenta persecución y destrucción de las imágenes y de todos sus
adoradores, especialmente de monjes.

Pero ¿desde cuándo habían comenzado los monasterios a ejercer tanta atracción entre
los fieles? Si bien los ideales ascéticos del cristianismo estaban presentes desde sus
orígenes, cuando la comunidad judeo-cristiana de Jerusalén compuesta por los apósteles
y los nuevos convertidos, vivían como una comunidad monástica, no fue hasta
principios del siglo IV que se dio una eclosión del monacato, cuando los ideales
ascéticos, el clima espiritual de la época, la finalización de las persecuciones, la figura
del mártir reemplazada por la del monje, junto al crecimiento de la Iglesia y su

6
progresiva secularización, invitaron a algunos cristianos más devotos a separarse del
común de la gente y volcarse a formas de religiosidad más puras y exigentes. 5

Por otro lado y a diferencia de los monasterios occidentales, los orientales mostraban
más identificación con el pueblo que con las clases acomodadas de la sociedad
bizantina; los monjes recibían una especial consideración por parte del conjunto social,
tanto en las áreas rurales donde la población acudía a ellos no solo por las plegarias o
curaciones, sino también como árbitros de cuestiones cotidianas o como mensajeros
correspondidos por la autoridad imperial, como en las zonas urbanas, donde adquirieron
influencia en la sociedad citadina y en los círculos imperiales, llegando incluso a
imponer o deponer patriarcas de la ciudad, sobre todo en Constantinopla donde la mayor
cercanía física al emperador acrecentaba esta influencia. 6

Reformas en el ámbito político y social

Como ya lo mencionamos, lo religioso y los designios divinos eran muy importantes en


todos los ámbitos de la vida bizantina, incluido lo político, extendiéndose incluso a la
manera de gobernar. De modo que cuando ocurría un acontecimiento favorable o no al
Imperio, sus causas eran atribuidas a la voluntad de Dios.

La amenaza extranjera, las pérdidas de territorios, las crisis internas e incluso las
catástrofes naturales como la gran explosión volcánica de Thera (726) o el terremoto en
el año 740 pudieron parecer a la mentalidad de muchos bizantinos, que los íconos
estaban fallando y que la divinidad estaba ofendida por la extensión de la idolatría en su
pueblo elegido. Esto explicaría en parte el por qué del ataque a las imágenes sagradas
iniciadas por el primer Emperador iconoclasta León III, que lo habría visto como un
modo de revertir este destino y la ira celestial:

(…) ¿Por qué estaban siendo derrotados los bizantinos? La respuesta de León era que perdían
porque se estaban venerando íconos. El señaló que los emperadores que habían venerado
iconos habían tenido un trágico final. (…) él debía imitar a los emperadores exitosos y abolir

5
Mar, M.; “El monacato cristiano” en Sotomayor, M. y Fernández Ubiña, J. (coord.); Historia del Cristianismo. I El mundo
antiguo, Univ. Granada, Ed. Trotta, 2006, pp 639-667
6
Ibid; pp 794-796

7
los iconos, para que así él y sus hijo también pudieran vivir largas vidas y para que la dinastía
perdurara. 7

Pero también podemos pensar que fue un acto de afirmación del poder imperial. La
exaltación de la cruz y la persecución de otras imágenes se habrían convertido en las
expresiones religiosas de la nueva Dinastía para lograr más poder, perpetuarse en él y
para encarar una política reformista que comenzó reorganizando el Estado en tres
aspectos fundamentales:

En el derecho promulgó en el año 726 la Ecloga, una edición resumida del Corpus
Civilis de Justiniano con un reforzamiento del rol del emperador como legislador
inspirado por Dios. Se pretendía redefinir la figura del Emperador y de la magistratura
imperial frente a la Iglesia y a toda la sociedad, recuperar esa devoción popular cristiana
que se le había escapado al Estado oriental frente a la competencia de las cosas santas. 8

Con respecto a la administración territorial aumentó el número de themas, con el


objetivo de reducir su tamaño y su fuerza militar a fin de evitar que surgiera un jefe que
tratara de usurparle el trono.

Y en política religiosa impuso la iconoclastia.

Había una intensión de perfeccionar el funcionamiento del gobierno y lograr estabilidad


interior en un Estado que estaba adaptándose a una nueva situación territorial y con la
necesidad de reforzar la defensa en sus fronteras por el avance de pueblos extranjeros,
hay que recordar que además de la árabe surgiría una nueva amenaza, la de los búlgaros,
que se alzarían contra Constantino V.9

Fue durante el gobierno del primer emperador iconoclasta que se logró mantener por un
tiempo a los islámicos alejados de las fronteras. León III era un strategos (jefe civil-
militar) oriundo de la provincia de Anatolia que pudo hacerse del poder mientras
reinaba un clima de confusión por un nuevo asedio árabe sobre Constantinopla (717-
718). Su condición de stratego le habría permitido controlar el avance y legitimar la
adopción de un gobierno con carácter autocrático, recordemos que León III se
consideraba a sí mismo “emperador y sacerdote”:

7
Según análisis de Warren Treadgold en Treadgold, W., The Byzantine Revival 780-842, Stanford University Press, California, 1988, pp 207-208;
extraído en Barbé Paiva, J.E.; “Repercuciones de la Querella Iconoclasta en el Imperio Bizantino. Consecuencias en los ámbitos religioso, artístico
y político”; Revista Historias de Orbis Terrarum N°2, Santiago, Estudios Clásicos, Medievales, Árabes y Bizantinos, 2009, p128
8
Brown, P. El primer milenio de la cristiandad occidental, Barcelona, Crítica, 1997, cap 7 p 218
9
Barbé Paiva, J.E.; op.cit. p 89

8
El control en las fronteras posibilitó cierta estabilidad institucional y mejora de la
situación general del imperio, ahora más reducido territorialmente pero mejor
administrado: el nuevo Estado de los themata había terminado por triunfar, produciendo
el fortalecimiento de los poderes militares en las provincias, sobre todo las fronterizas,
evidencia de cierto logro de las políticas encaradas.

Pero este poder militar competía en las diferentes regiones con el poder de los monjes y
los monasterios: cuándo en el 786 Irene intentó reinstituir la posición iconódula como la
oficial y convocó a un nuevo concilio, no se pudo celebrar debido a la irrupción de
algunos militares partidarios de la política iconoclasta. El papel del ejército en la
dirección política sobre todo en los siglos VII y VIII, derivaba de la necesidad de hacer
frente a las continuas invasiones al territorio bizantino, lo cual volvía también
indispensable el consenso entre Emperador, ejército y demás cuerpos institucionales,
para mantener estable al Imperio y salvaguardar la continuidad dinástica. Sin embargo
este equilibrio resultó frágil a causa de la política iconoclasta, introduciendo una
profunda ruptura entre gran parte del tejido social en Bizancio. 10

En cuanto a la política exterior, las reformas iconoclastas apuntaron a un mayor control


sobre el papado, lo que terminaría teniendo sus consecuencias en la relación Oriente-
Occidente, significando un mayor distanciamiento entre ambos. León III aumentó los
impuestos en las tierras pontificales y forzó a las Iglesias del sur de Italia a depender del
patriarcado de Constantinopla. Además de que la doble concepción del poder de la
Dinastía Isáurica fue entendida como un desafío al de la Iglesia, siendo tomada como
una insubordinación y una intromisión del Emperador en las cuestiones dogmáticas:

Los dogmas, le advertía el Papa Gregorio II al Emperador León III alrededor del año 730, no
son cuestiones que deben resolverlas los Emperadores, sino los Obispos (…) Una cosa es la
autoridad de enseñar los dogmas eclesiásticos y otra muy distinta la capacidad meramente
humana del gobierno político de los pueblos. (…) Por tal motivo quiero exponeros la diferencia
que hay entre el palacio imperial y las Iglesias, entre Emperador y Obispo.11

Por otro lado, durante el gobierno de Constantino V se le restó apoyo a Occidente por
estar Oriente ocupado en dirimir cuestiones internas y en expulsar a los búlgaros, lo que

10
Barbé Paiva, J.E.; op.cit. p 96
11
Véase Apéndice documental Seminario: Problemáticas del Mundo Mediterráneo, N° 3, pp 15 y 16

9
forzó a Roma, amenazada por los Lombardos, a buscar auxilio en el rey Franco. Es así
como la querella y este acercamiento papal a Carlomagno, terminarían por dividir el
mundo cristiano en dos imperios: el carolingio en occidente y el bizantino en oriente.
Este distanciamiento estuvo así influenciado por situaciones políticas y religiosas.12

Reformas en el ámbito económico

La política de prohibición del culto a las imágenes además de un fin reformista en lo


religioso y político, tuvo un trasfondo económico y era que con esta prohibición, los
monasterios perdían su medio más eficaz de propaganda religiosa y de acumulación de
recursos. Muchos varones y mujeres bizantinas acudían a la vida monástica no por
vocación religiosa sino para evitar ciertas obligaciones con el Imperio, lo que terminaría
corrompieron al monacato, brindando a los iconoclastas un argumento válido para
alzarse sobre sus bienes. Hay que recordar que estas instituciones no pagaban ninguna
clase de impuesto por lo que no significaban ningún beneficio financiero para el Estado.

En períodos en los cuáles la defensa de las fronteras, las incursiones de los ejércitos y
los logros militares requerían cada vez más de recursos financieros, se volvió
imprescindible el incremento de la recaudación fiscal, lo que explicaría el afán de los
políticos iconoclastas de lograr un mayor control del poder político sobre el eclesiástico
y de encontrar un argumento religioso para legitimar el asalto a las arcas de los
monasterios. Fue durante el reinado de Constantino V, que los fieles iconodulos y muy
especialmente los monjes, resultaron más tenazmente perseguidos, encarcelarlos o
deportados, sus riquezas confiscadas y trasformados los monasterios en campamentos
militares.

Por fuera del ámbito monacal, la organización del Estado Bizantino en unidades
conocidas como themas iniciadas por Heraclio, habían resultado a largo plazo efectivas
económica y defensivamente. Los soldados de estos themas, estabilizados en sus
parcelas militares, se habrían convertido paulatinamente en elementos eficaces
defensivos y habrían dinamizado la economía agraria, convirtiendo a las aldeas
campesinas en unidades productivas que satisfacían las cargas fiscales, relegando en
importancia a las ciudades que dejaron de ser los centros neurálgicos. León III
mantendría este tipo de división territorial pero reduciendo su tamaño y por tanto el
poder de los jefes militares de cada uno, con el fin de controlar posibles
12
Barbé Paiva, J. E.; op. cit. pp 93-136

10
insubordinaciones que atentaran contra el poder central y así corregir ese destino de
sucesiones violentas de emperadores que se había dado durante los últimos años de la
Dinastía de los Heráclidas.

Conclusión

La querella iconoclasta formó parte de una serie de reformas políticas llevadas a cabo
por la nueva Dinastía Isaúrica, cuya connotación religiosa debe ser entendida en el
marco de una sociedad como la bizantina donde todos los ámbitos son atravesados por
este aspecto. Este proceso reformista, tras un siglo VII agitado, habría apuntado a una
transformación en el Imperio que les permitiera recuperar la estabilidad, el orden y la
unificación político-religiosa sobre la afirmación del poder imperial, eliminando
herejías que pudieran escindir al pueblo cristiano. Pero la puesta en práctica de esta
política originó una fuerte división social. Por un lado había una sociedad que
continuaba manteniendo ese vínculo tan fuerte con lo religioso y sus imágenes, por otro,
un Imperio con la necesidad de reforzar lo más terrenal: lo estatal, lo militar, para
repeler las amenazas internas y externas y generar una estabilidad política, económica e
ideológica.

La persistencia de esta política y su Dinastía en el poder durante un siglo podría hablar


de cierto éxito, pero con lo que no contaron los emperadores Isaúricos fue con la
capacidad de resistencia y fortaleza de los grupos que defendían las imágenes. Tenían
enfrente una jerarquía eclesiástica más aguerrida dispuesta a hacer valer su autoridad y a
su lado, un monacato con fuerza creciente. Todo el poder imperial no bastó para acallar
a los partidarios de los íconos que lograrían finalmente y por voluntad de Dios
restablecer la iconodulia. El Imperio volvería tras el año 843 a percibirse como un
Imperio único y cohesionado.

11
Bibliografía:

Bravo, A.; Bizancio, perfiles de un Imperio, Madrid, Akal, 1997, pp 6-23

Barbé Paiva, J.E.; “Repercusiones de la Querella Iconoclasta en el Imperio Bizantino.


Consecuencias en los ámbitos religiosos, artístico y político”, Revista Historia de Orbis
Terrarum N° 2, Santiago, Estudios Clásicos, Medievales, árabes y Bizantinos, 2009.

Brown, P.; El primer milenio de la cristiandad occidental, Barcelona, Crítica, 1997.

Brown, P.; El mundo Mediterráneo en la Antigüedad Tardía, de Marco Aurelio a


Mahoma, Madrid, Taurus, 1989, Cap IV.

Elliade Mirceade; Historia de las creencias religiosas. De Mahoma a la era de las


reformas, Barcelona, Paidós, 1984, pp 63-91.

Faci Lacasta, J.; La consolidación de la sociedad bizantina, Territorio, Sociedad y


Poder, Anejo N°2, 2009, pp 105-122

Mar, M.; “El monacato cristiano” en Sotomayor, M. y Fernández Ubiña, J. (coord.),


Historia del Cristianismo. I El mundo antiguo, Univ. Granada, Ed. Trotta, 2006

Obolensky, D. y Bouman, C.A.; Nueva historia de la Iglesia. La Iglesia en la Edad


Media, Ediciones Cristiandad, Madrid, 1983.

Vallejo Girvés M.; “El Imperio Romano en Bizancio. Conflictos religiosos” en


Sotomayor, M. y Fernández Ubiña, J. (coord.), Historia del Cristianismo. I El mundo
antiguo, Univ. Granada, Ed. Trotta, 2006

12
Apéndice documental:

N°1: Concilio iconoclasta (siglo VII-754)

13
N°2: Palabras de Juan Damasceno pronunciadas en el VII Concilio de Nicea (siglo VII-
787)

14
N° 3: Carta del Papa Gregorio II al Emperador León III (Siglo VIII) en el marco de la
implementación Querella Iconoclasta.

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