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La novela corta.

Una biblioteca virtual


www.lanovelacorta.com
colección Índice
Novelas en Campo Abierto
México: 1922-2000

coordinación y edición

Gustavo Jiménez Aguirre


y Gabriel M. Enríquez Hernández
Hace tiempo
Dama de corazones
D.R. © 2012, Universidad Nacional Autónoma de México
Ciudad Universitaria, Del. Coyoacán
que estoy despierto... 5
C.P. 04510, México, D.F.
Instituto de Investigaciones Filológicas
Circuito Mario de la Cueva, s.n.
www.filologicas.unam.mx

D.R. © 2012, Fondo Nacional para la Cultura y las Artes


República de Argentina 12, Col. Centro
C.P. 06500, México, D. F.

Diseño de la colección: Patricia Luna


Ilustración de portada: D.R. © Andrea Jiménez

ESN: 5257112102964299201

Se permite descargar e imprimir esta obra, sin fines de lucro.


Hecho en México.
Hace tiempo que estoy despierto. No atrevo nin- 5
gún movimiento. Temo abrir los sentidos a una
vida casi olvidada, casi nueva para mí. Tengo
abiertos los ojos, pero la oscuridad de la pieza se
empaña en demostrarme que ello es completa-
mente inútil; al contrario, cerrándolos, apretán-
dolos, se encienden pequeñas lámparas vivas,
regadas, húmedas, pequeñas estrías coloridas
que me reviven las luces del puerto lejano, en la
noche, a bordo.
Me cargo en el lecho hundiéndome temero-
so y gustoso en los cojines, en las mantas, como
deben hacerlo los enterrados vivos a quienes la
vida les hace tanto daño que, a pesar de todo,
no quieren volver a ella.
Pienso no pensar en la situación desconocida
en que me hallaré al levantarme. Sin embargo, si
tardo demasiado, encontraré a Madame Girard
y a mis primas arregladas ya, esperando mi sa- el criado que me señaló anoche esta recámara
ludo para entrar en seguida al interrogatorio de venga a llamarme? Lo mejor será que me levan-
comedor, tan crecidas, tan inconocibles, como te. Abriré la ventana, miraré el jardín. Tendré
6 ya estará la mañana dorada y madura afuera. tiempo de arreglarme con cuidado y, si es tem- 7
¿Mme. Girard habrá dejado de pintarse el ca- prano, recorreré sin ruido la casa. Me decido.
bello? Aurora, Susana, apenas las recuerdo esfu- A tientas, tropezando con la silla que se inter-
madas en la infancia. ¿Cómo hacer para no equi- pone siempre, llego a la ventana, doblo las ma-
vocarme al nombrarlas? ¿De qué modo las debo deras y hago subir el transparente de tela opaca
tratar? ¿Tendrán buena memoria? Dios quiera que produce una fuga de erres. La moldura de la
que no. Yo, por mi parte, no lograría rehacer una ventana enmarca un trozo de jardín. Separo las
escena de aquel tiempo... Susana tenía entonces vidrieras. Entra un aire tibio de sol que me da
las mejillas pecosas de una fruta, pero ¿y Auro- la hora aproximada: antes de las nueve, después
ra? La podría reconocer por la cicatriz que debe de las ocho.
llevar en una pierna, de resultas de una caída. En los árboles, el follaje parece húmedo. En el
Creo que fue en la huerta. Aurora había subido prado, brilla el musgo. Desde el balcón domino un
a un manzano y me prometía un fruto; en vez de ala de la quinta. No es tan grande el parque que
dejar caer la manzana se dejó caer ella, distraída. no lo pueda recorrer de una sola vez; tendría
No recuerdo más. Supongo que serán las que descansar en el campo de tenis que desde
nueve, cuando menos. El reloj lleva más de una este segundo piso parece un libro de lujo aban-
hora de no sonar. ¡No vaya a tocar la media donado en un diván de terciopelo. Pienso en mil
hora! ¿Debo levantarme? ¿Debo esperar a que cosas de Harvard que doblan mi cabeza sobre el
hombro pero que no me hacen suspirar. Quiero tre la jabonadura y el resbalar de la gillette por el
distraerme. Miro el cielo de tela azul restirada, cuello. Es también el pretexto insensible para re-
sin adornos. cordar a Ruth que la prefería y bailaba con una
8 De pronto, una golondrina atraviesa el aire, ligereza increíble al grado que, al acompañarla, 9
ciega como una flecha que no sabe dónde queda cuando ella cerraba los ojos, tenía yo la impre-
el blanco. sión de que desaparecía y de que, al no sentir su
Pero la golondrina ha vuelto a aparecer. Toca contacto, danzaba solo entre todas las parejas,
el suelo, va, vuelve y, antes de partir para siem- haciendo el ridículo.
pre, firma con una rúbrica antigua, infalsifica- A Ruth la quería cuando escuchaba las pro-
ble. Sonrío. mesas que yo le vertía al oído y que ella sabía
Advierto que estoy en pijama y que pronto que olvidaríamos los dos la misma tarde. Al
saldrán los criados a sus quehaceres. Vuelvo a oírme, sus ojos se enternecían fijos en algo que
la media sombra del cuarto y me asomo al es- seguramente no miraba. Ahora pienso que esta
pejo del tocador. Su luz me traiciona un poco, americana romántica me sustituía entonces en
alargándome. Ya nos acostumbraremos los dos la imaginación por Jack o por Frank, a quien
a vernos. Repaso con el dorso de la mano, dis- adoraba cuando no estaban a su lado.
traído, las mejillas erizadas de pequeñas puntas. Escribiré a Ruth y pronto tendré cartas suyas
Tendré que rasurarme. El agua fría reanima, ale- y fotografías que la mostrarán risueña y libre
ja de las preocupaciones, del lugar. La navaja en en su jardín, o con los anteojos de cristales sin
la mano, frente al espejo, brota la misma melo- aumento que se pone al llegar a la Universidad
día traviesa que acompaña siempre la faena, en- para entrar en carácter.
No la quise. ¿La quiero? Soy tan débil que Apoyado en este barandal, miro el cuarto de
ahora creeré que la quiero. Sus cartas, trazadas estudio tapizado de un verde sombrío. Un cor-
con mano segura, parecen largo tiempo medita- tinaje le sale al paso a la luz que salta por la
10 das. Sin embargo, yo sé que las escribe con la fa- única ventana. La penumbra de esta habitación 11
cilidad que da una costumbre larga. A pesar de debe ser deliciosa al mediodía y a la hora de la
todo, me harán daño. Le escribiré sin darle mi siesta. Bajo la escalera lentamente, con miedo
dirección... pero entonces, si palidece, si adelga- de encontrar a alguien, con ganas de encon-
za, pensará que palidece, que adelgaza por amor. trar a alguien. Al pisar los tapetes blandos, como
Hasta para regresar a la patria es triste partir de musgo, comprendo que va llegando la hora de
de un lugar en el que, si todavía no nos sucede preparar frases de saludo, cortesías, preguntas,
algo importante, presentimos que un día u otro respuestas.
sucederá. Así en Harvard. ¡Y quién sabe si lo más Se alza una cortina e irrumpe, sí, irrumpe,
hermoso de esa vida era que no llegaba nunca el una joven que me abraza de pronto, sin darme
acontecimiento que se anunciaba todos los días! tiempo de sacar las manos enguantadas en los
Insensiblemente, mientras pienso, he acaba- bolsillos. Detrás de ella se asoma, tímida, otra
do de vestirme. Enciendo un cigarrillo que en- joven tan parecida a la primera que pienso si no
dulza mis recuerdos con su perfume conocido. habrá en el estudio un espejo que corrija a la jo-
En la pieza contigua el reloj suena, imperioso, ven impetuosa su abrazo. No hemos dicho una
las nueve. sola palabra, al pronto.
Los ruidos que escucho en el pasillo me dan Las he abrazado con el remordimiento de no
confianza. Salgo. sentir mucha emoción. Mi prima más atrevida
quisiera decirme algo, llamarme por mi nombre, que yo beso, y me expresa su contento con los
pero se ha quedado pensativa y yo adivino que ojos. Apenas mueve la boca al hablar.
en este momento lo olvida. Mientras esto pienso, La conversación se ensarta mal. Ya me han
12 oigo una voz lenta y segura que me aviva al oírle hecho algunas preguntas que yo he contestado 13
decir: con otras. Tres veces me han preguntado cuán-
—Qué grande estás, Julio. tos años tengo. Tres veces he contestado impro-
Hay tal aplomo en estas palabras que yo com- visando la cifra. Ni mi tía ni mi prima impetuo-
prendo al punto que con esta otra prima tendré sa han advertido que las tres ocasiones he dicho,
que ser formal. torpemente, distinto número de años. La prima
—¡Ah sí, Julio, qué grande estás! —repite la serena sonríe bondadosa.
primera joven pensando en voz alta las primeras ¿Aurora? ¿Susana? Para salir de mis dudas
palabras. atrevo una pregunta, sin mirar fijamente a nin-
Voy a contestarles algo, a decirles que ellas guna, entrecerrando los ojos para advertir el
también han crecido, y que, además, han cre- efecto.
cido hermosas; pero la cortina del fondo se ha —¿Te acuerdas, Aurora, cuando caíste del
movido con majestad. Aparece entonces una árbol, en la huerta de la señora Lunn?
señora que yo reconozco al instante; avanza Pero las jóvenes, como si se hubieran pro-
con firmeza arrastrando su bata verde seco puesto burlarme, me han lanzado simultánea-
que yo al principio creo que es la cortina que mente los dardos de sus preguntas: —¿Dejaste
se ha enredado a su cuerpo y que la hará caer allá una novia?
si da un solo paso más. Me tiende la mano —¿Te quedarás en México siempre?
Mi tía mueve cuidadosamente la cabeza, com- sin respuesta las sonrisas interrumpidas de Mme.
padeciéndome con su sonrisa delgada. Empieza Girard. Me repongo y hablo interminablemente,
a hablar en una manera de monólogo que sienta satisfaciendo sus cuestionarios, aventurando al-
14 bien a su altivez, pero que no incita mi atención. gunas preguntas que pronto tendré que volver a 15
Entre tanto, la observo. El luto de su esposo no formular porque no consigo grabar las respuestas.
lo conserva sino en los cabellos. Se acaricia las La luz, dorada afuera, se tamiza suavemen-
manos como para convencerse de que su piel es te en los cristales y en las cortinas de ligera cre-
todavía hermosa, tersa. Mientras habla, lleva la tona.
mano a su tocado y me mira para que yo ad- Al levantarnos para salir del comedor, no po-
vierta sus cabellos negros, de un negro increíble. dría asegurar si he desayunado. En cambio, pue-
Olvida que hace diez años era yo quien la surtía do decir con certidumbre que mi prima Susana,
de pintura. que no ha dejado de verme el rostro un instante,
Por fin, en el comedor, salgo definitivamente solamente me ha escuchado de vez en cuando;
de la duda. Mi tía ha hecho una recomendación y que Aurora, a quien he sorprendido haciendo
a Susana, llamándola en voz alta. En seguida lla- saltar los ojos aquí y allá, sobre los frutos de la
mo a Aurora por su nombre cuando ella indica naturaleza muerta o sobre los dragones del ja-
con su grave confianza el sitio que me corres- rrón chino, no ha dejado pasar un instante sin
ponde en la mesa. escucharme.
Hay un anticipo del otoño en el tapiz naranja
maduro del comedor, que me hace divagar des- Naturalmente, me interesa Susana. Desde el día
atendiendo las atenciones de Susana y dejando siguiente al de mi llegada, ha cuidado de ocultar
con polvo las pecas que salpican sus mejillas. Miente naturalmente, como si no mintiera.
Es ligera, traviesa. Entra al salón de fumar y Debe de hablar durante el sueño y luego son-
a mi recámara sin anunciarse, como la prima- reír y llorar.
16 vera. Escribirá con rapidez, sin ortografía, en pá- 17
Al oír mi lenguaje impuro, mezclado con fra- rrafos interminables que habrían de estar llenos
ses en inglés, ríe, me imita, pero no me corrige de punto y coma, si cuidara de la puntuación.
nunca. Me ha dicho que no tiene novio y que el Es tan soñadora que, si la sorprendo con la
no tenerlo no la entristece. mirada vaga, pienso que está proyectando aque-
Finge estar enamorada de todos sus amigos; llo que me dirá en sus cartas cuando me ausente.
en esto se parece a Ruth, tan lejana... Me gusta el cobre rojizo de sus cabellos. Me
Ya me ha pedido que le refiera mis aventuras gusta el fleco que invade su frente y que parece,
y mis viajes. a los lejos, una peineta de dientes separados que
Cuando le dije que no había podido entrar al hubiera dejado prendida en su cabeza por des-
servicio dc Francia durante la guerra, por mi en- cuido. La querré siempre.
fermedad del corazón, no se ha mostrado seria; Aurora, ¿la quiero menos? No, pero la temo.
solamente, moviendo su cabecita con viveza, ha Frente a ella me siento como un impostor. Com-
puesto su mano en mis rodillas y ha cambiado prendo que mi conversación le parece ligera y
la conversación. que adivina todo lo que hay en ella de mentira.
Lee novelas, poesías. Se arregla cuidadosamente.
A su lado dan deseos de hacerle confidencias: Es lenta, grave. No entra al salón de fumar,
pequeños triunfos, pequeños fracasos. ni menos aún a mi recámara, sin dejar caer un
libro, sin antes toser varias veces, anunciándose,
como el invierno. Decididamente me equivoco. Susana no es tan
Se interesa por cuanto digo. Si necesito una diferente de Aurora. Como en la cabeza de Su-
18 palabra inglesa para llenar el hueco de mi dis- sana hay una mata de pelo de un color más cla- 19
curso, siento que me corrige y me reprocha sin ro, en la de Aurora se esconden o se muestran
palabras. bandós de pelo más oscuro. Así Susana en Au-
A su lado dan deseos de contarle algún secre- rora, así Aurora en Susana.
to terrible, con la confianza de que lo guardará Por momentos puedo confundirlas como
siempre. ellas confunden sus manos, entrelazándolas;
Lee obras de teatro. Cuando habla, advierte; como ellas confunden sus voces cuando cantan
cuando calla, advierte también. Estoy seguro de frente al piano que Mme. Girard apenas roza,
que pertenece a la flora punto menos que extinta como si en la habitación contigua hubiese algún
de mujeres que escriben con lentitud, en párra- enfermo a quien el ruido pudiera hacer daño.
fos largos, repintando la letra dos o tres veces, ¿Por qué mis ojos las diferencian al grado de
cuidando de la ortografía. hacer de ellas heroínas rivales de un novelista
Dice la verdad naturalmente, como si no la cualquiera?
dijera. Ahora se sobreponen en mi memoria como dos
Me gusta el cobre apagado de sus cabellos se- películas destinadas a formar una sola fotogra-
parados con una gracia serena. Con polvo ocre fía. Diversas, parecen estar unidas por un mismo
empalidece su rostro. También la querré siem- cuerpo, como la dama de corazones de la baraja.
pre. ¿La temeré siempre?
Madame Girard está, como siempre, ausente. un ramo de violetas, el día primero de su viudez.
Por la expresión de sus ojos, por el buen o mal El humo de un cigarrillo habano basta para que
tino de sus respuestas lanzadas al azar, sabemos entrecierre los ojos en una delicia que ya va sien-
20 si está viviendo una emoción dichosa o un suce- do impropia de su edad. Una tarde de primavera 21
so terrible. Inmóvil, viaja en el tiempo abando- la coloca en 1890. Un mediodía de verano, en
nándose a la memoria, sin itinerario, confiada 1895. Un atardecer de octubre la lleva a pensar
en las asociaciones de ideas que le despiertan las en la última puesta de sol del siglo xix. Sólo un
cosas, los sonidos, los colores, las horas, los pai- disco de jazz la hace abrir los ojos y temblar de
sajes. Un crepúsculo amarillo la traslada junto a pies a cabeza despertándola a otro mundo que
su esposo muerto. Las primeras notas de un an- no es el suyo porque no puede recordar nada.
dante de Beethoven le recuerdan aquella pasión
secreta —que no ignoró ningún contemporá-
neo— por un falso pianista belga fugitivo con el Desde la azotea miramos el jardín de un conven-
importe del abono a una serie de conciertos. Una to. Por el trazo simétrico de los prados, de las
copa de nieve blanca la hace pensar en el tiempo callecillas, de las cuatro glorietas de los ángulos,
feliz de sus cabellos negros auténticos. Un perfu- dan deseos de organizar un juego de parchís. Las
me seco le recuerda su viaje a Delhi. Un grabado monjas se mueven de un modo raro y distinto,
de Gainsborough la lleva al baile de máscaras en como si hubieran olvidado de qué manera cami-
donde, vestida de la honorable Lady Graham, na la gente del mundo. Sus pasos cortos y rápi-
mereció un elogio de Sargent. Una sola orquídea dos, con los pies paralelos, levantan una arenilla
en un vaso le recuerda el día de su matrimonio; roja. Algunas llevan en las manos sus martillos
de críquet. Las que no juegan, mueven graciosa- como aspiran la bocanada de humo los viejos
mente los hombros y se quedan mancas a cada fumadores. Estoy seguro de que se aman menos
instante. Luego, sacan de las mangas sus brazos de lo que creen. Hay no sé qué de respetuoso en
22 de una blancura notable, y hacen girar rápida- el trato de ella; hay en M. Miroir no sé qué de 23
mente las borlas de su hábito. Hablan mucho, paternal confianza. Aurora ha de sentir seguri-
rápidamente. dad al lado de un novio tan fuerte, tan solemne.
Una nube atenta cubre al sol y hace de tra- ¿Estará contrariando su corazón? ¿Por qué se
galuz. me ocurre que M. Miroir la hará su esposa más
Súbitamente las borlas caen y las manos des- que por amor por pereza? Al lado de Aurora
aparecen. Un toque lejano pone a las monjas todos los hombres nos sentimos en la seguri-
en silencio. Con prisa, pero sin perder su gracia dad de que podríamos permanecer así un tiem-
maquinal, dejan los martillos sobre la arena y se po más largo que la vida. Pero esto sería de-
alinean obedientes, de dos en dos. Se abre una puer- masiado, y no es bastante. Desde que estoy en
ta y entran todas como si volaran a ras del suelo, México este pensamiento arraigado me hiere,
atraídas por una bomba aspirante de sombra. me inquieta, quisiera compartirlo con alguien a
Me quedo pensativo. Susana, distraída, son- quien dijera simplemente: “Aurora no ama a su
ríe algún recuerdo. Aurora calla. prometido, que se casará con ella sin amarla”.
Pienso en el novio de Aurora. Es alto, recio, Susana, al oír mi confidencia, se echaría a reír,
con una barba cuidada y negra, con una voz incrédula. Madame Girard no me oiría, ocu-
lenta hasta desesperar y hecha de largas pausas pada en contemplar los diez camafeos que le
que aprovecha aspirando fuertemente el aire copian sus uñas relucientes. Aurora me oiría
con gravedad, guardándome el secreto, y acaso Tendidos en el musgo tibio quedamos solos,
se creería en el deber de no sentirse aludida. en silencio.
Susana toma la raqueta y finge usarla a modo
24 de guitarra. La deja de pronto, como si pensara 25
Domingo. La mañana se ha levantado muy tem- que se equivoca. Se equivoca. Aurora, después
prano, sin los ojos llenos de sueño de otros días. de un examen, advierte que hay pequeños insec-
Desde la ventana miro a mis primas acompa- tos en el prado.
ñadas de algunos jóvenes, en el campo de tenis. En el agua del aire se desvanecen las ondas que
Se organiza un partido. Ellos se quitan los sacos hicieron, al caer, las palabras. El silencio se re-
surcados de gruesas franjas de cebra con el mis- hace como un espejo de agua, y cuando ya me
mo gesto con que el presidiario ha de dejar las está ahogando al punto de que voy a lanzar un
ropas de encierro el día de su libertad. Avanzan. grito cualquiera para romperlo, aparece M. Miroir.
A lo lejos, al principio, se diría que a este A Aurora le sube lentamente al rostro un vivo
juego le hace falta acompañamiento de música. rubor, como cuando se vierte vino rojo en una
Más tarde los ojos perciben ritmos graciosos, copa fina. M. Miroir nos saluda. Alarga la mano
musicales. El acompañamiento sería inútil. Bajo a su prometida. Se alejan. M. Miroir se apoya
a reunirme con ellos. en el brazo de Aurora como en el brazo de una
Los amigos de mis primas toman seriamente enfermera. Aurora le sonríe con la sonrisa que
el juego. Hablan poco, sonríen, se van. Pien- hace feliz a un convaleciente. Cuando entran a
san, tal vez, que soy el novio de Susana, que la casa, siento que una nube vela la mitad de
estorban. este sol de junio. Queda la otra mitad.
No odio al novio de Aurora, no tendría valor que. Porque no me miras, me encuentro solo a
para verter un veneno en su copa, ni para apre- tu lado. Y si me miras, te siento tan lejana que
tar el gatillo de mi revólver cuando a dos pasos cuando escucho tu voz me parece que está veri-
26 y sin razón me vuelve la espalda. Sin embargo, ficándose un milagro. ¿Por qué, Susana, te alejas 27
¿impediría que alguien derramara el veneno?... de ti, de mí, de todos? ¿Por qué yo mismo me
En qué piensas, Julio. Eres tonto, pierdes el tiem- alejo? ¿Por qué no me abandonas las manos?
po y dejas que tu prima entre a ese baño de sole- ¿Por qué yo no te las tomo? Tengo la certidum-
dad y melancolía del que no se sale sino tiritan- bre de que me dejarías apoyar mi mano en tu
do. No olvides que hoy te han regalado un día mano; pero la encontrarías de mármol y senti-
espléndido que habrás de partir y gustar como rías lo mismo que el apoyarte en el brocal de un
el fruto maduro al punto que no puede dejarse pozo bañado en sombra: nada.
para mañana. Daría un año de vida —¿un año? no, porque
Aurora ha vuelto a aparecer. Ahora es ella es mucho; ¿un mes? no—, un día que también es
quien se reclina en el hombro de M. Miroir del mucho, por oír lo que murmuras de mí durante
mismo modo que debiera apoyarse en el hom- el sueño. Pero esto es imposible. En cambio, si
bro de un hermano, si lo tuviese. ¿Cómo debiera te lo preguntara, me lo dirías tan claramente que
apoyarse en mi hombro? No, nunca. no me atrevo a pedírtelo.
Ahora me siento presa de un delirio erizado Siento que una niebla empaña mis ojos. Te
de preguntas, sin voz: ¿verdad que no me quie- miro esfumada y con una aureola de luz sobre
res mal, Susana? No cierres los ojos, que puedes la cabeza. Hago esfuerzos por decirte algo pero
encerrar bajo tus párpados toda la luz del par- del mismo modo que durante el sueño de la sies-
ta llega un momento en que precisa despertar
a riesgo de congestionarnos si no lo consegui-
mos y no obstante sentimos la angustia de no Qué delicioso trío de ópera entonamos Susana,
28 encontrar la puerta de la realidad, no puedo Aurora y yo. Sin sentido, en la media tarde que 29
decirte nada. Tengo alineadas las palabras: ¿en tiñe de ala de mosca el salón, mientras Mme.
qué piensas, Susana? o ¿por qué callas? Tengo Girard apoya las yemas de sus dedos en el tecla-
el tono y la temperatura con que quiero decírte- do como si temiera quemarse en cada nota, Au-
las, pero al llegar a mi garganta se desordenan y rora, descansando el codo en la caja del piano, y
siento miedo de lanzar un grito que te asuste o entrecerrando los ojos en una languidez que no
te haga reír. siente, se arregla el descote con un ademán me-
Estoy seguro de que si dentro de un instante cánico, esperando su turno para cantar.
no dices algo, envejezco. Siento que, ya de pie, Susana sigue la melodía a su manera: presin-
pones tu mano en mi hombro. Vuelvo a ser due- tiendo las notas próximas, repitiendo las pasadas,
ño de mí. Podría decir fácilmente muchas cosas. equivocando las presentes, inventando, mejoran-
Soy joven otra vez. Pero te has alejado ya. do. Su voz no difiere del vuelo aturdido de una
Aurora, Susana. Me encuentro dando vueltas mariposa. Si no me equivoco, es de soprano su
al mismo asunto, al modo del jugador que hace voz y tan contagioso su impulso que, de pronto,
girar en sus manos la única carta que le queda, me escucho seguirla a medio tono, del mismo
indeciso y obligado ineludiblemente a lanzarla. modo que cuando el tenor canta detrás de bas-
Sólo que mi carta tiene dos figuras. Sólo que mi tidores antes de irrumpir a escena. Aurora deja
carta es la “dama de corazones”. salir una voz de contralto, redonda y metálica
como una moneda. Tiembla la voz delgada de cambio, la soprano está perdida por el tenor y
Susana como una vibrante cuerda de violín. Mi canta por desesperanza. En Carmen, el tenor
voz se asegura y la oigo tan fuera de mí, tan ex- acaba por ser la víctima de la contralto. En cam-
30 traña, tan poco mía, que estoy a punto de vol- bio, en el Fausto, gracias al bajo, hace suya a la 31
ver la cabeza a mirar quién está a mi lado. La soprano. De cualquier modo la ética del tenor
Louise da bríos a Mme. Girard que afirma las es despreciable: no tiene iniciativa amorosa, lo
notas de la mano izquierda y suaviza la melodía enamoran y sufren por él la soprano, la media
al grado que Susana y yo tenemos que seguir a soprano, la contralto, y él se conforma con salir
Aurora que, si no sabe de memoria la partitura, airoso del aria de bravura: “la donna e mobile”.
la calcula con una seguridad milagrosa. A Mme. Y su única misión consiste en cantar hasta la
Girard la música le sirve de espejo y la rejuve- hora en que muere sin saber siquiera que muere,
nece diez años. Se encuentra feliz. El brillo de confiado en que la soprano quitará el plomo de
sus ojos la delata. Por el juego de sus hombros las balas y el veneno de los capones. El barítono
y de su cabeza comprendo que se estremece tiene una voz y una moral más dignas. Menos
frente a quién sabe cuántos recuerdos. Segura- suerte, seguramente. Su esposa o su hija lo enga-
mente sueña con la misma música que Susana ñan con el tenor, pero al menos procura vengarse,
sigue jugando o aniquila caprichosamente, con la aunque no lo consiga. Sin embargo, si ensayo la
misma música que Aurora despeja hasta la desnu- voz grave del barítono me queda como un traje
dez, como si resolviera una ecuación algebraica. prestado, embarga mis movimientos y me quita
En las óperas, el tenor está apasionado por la personalidad. ¡Qué diera por humanizar este
la contralto, pero la contralto lo desprecia. En trío de ópera! Entonces dejaría como un ropaje
viejo toda la tradición que envuelve de ligereza inundándose en una pasión artificial, recono-
y de fatuidad al tenor y correría hacia ¿Aurora?, ciéndose y amándose en ella como Narciso. Sale
¿Susana? Otra vez el dilema de la imagen bicá- ahogándose. Cada desengaño la entristece. Cada
32 pite, de las voces de soprano y contralto que no olvido la llena de sombra. Estoy seguro de que 33
me atrevo a partir en dos. una sola tarde de recuerdos poéticos bastaría
Mme. Girard termina la romanza, desfalle- para adelgazarla, para marchitarla. Yo le tomo
cida y cansada con la caminata de recuerdos. A la mano y la aparto de los recuerdos románti-
Susana le ha sobrado un compás. Sólo la voz de cos. Una letrilla de Góngora basta para hacerla
Aurora queda vibrando, perfecta, por el tiempo sonreír; un villancico, un cantar gallego, para
justo. infantilizarla nuevamente; un verso, un solo ver-
so de Racine para darle la impresión fría, pura,
griega, de la belleza; una línea de Mallarmé para
Susana y yo jugamos a la memoria y a la poesía. acariciarla con el roce de algo inmaterial. Sus
Recuerda entrecerrando los párpados, indecisa ojos, al oírme, repiten con su expresión todas
entre el acierto y el fracaso. De pronto, recita las etapas de la poesía. Si tuvieran oportunidad
con decisión. Yo no escucho las palabras, sino de verla, los estudiantes de literatura ahorrarían
la música. No me conmueve esa poesía llena de el repaso general de fin de año. Sonrío lleno de
fibras que sacuden el corazón como un muñeco triunfo melancólico. Susana se encuentra aver-
y lo hacen sangrar con un dolor innecesario. De gonzada de ser frágil, movediza, cambiante,
las poesías sólo me quedan, enredadas en la me- de merecer, en fin, todos los calificativos de la
moria, las metáforas. En cambio, Susana goza arena. Quisiera demostrarme que fingió todos
esos rostros. Quisiera demostrarme que la úni- no puedes pensar en mí tan contemporáneo de
ca poesía que la conmueve es la romántica. Lo Xavier Villaurrutia, tan invisible como él, aspi-
sé perfectamente. ¿Qué otra cosa puede conmo- rante a diplomático, negligente en el vestir; con
34 ver a una mujer como Susana, atenta a todas un cuerpo inclinado cada día más a desapare- 35
las cosas y, en consecuencia, distraída? Así la cer entre los millones de jóvenes de los Estados
busco. Así la quiero. Capaz de vivir en el dolor Unidos; con mis trajes holgados, con mis ca-
de un solo hombre el dolor de la especie; capaz de misas blandas, con mis movimientos de cabe-
sentir que acaricia todo el mundo, al frotar una za que acompañan el jazz que la victrola dicta
manzana pulida; capaz de sentirse imantada a invariablemente como un buen actor el día de
un llamado religioso o patriótico, como santa la centésima representación; con mis cigarrillos
Juana; capaz de hacerse añicos al golpe de una mojados en perfume, efímeros, perfectos, en vez
frase cualquiera de reproche; capaz también de de la pipa sabiamente gobernada que te hiciera
renacer nueva, distinta, tan sólo para volver a pensar en el hogar de tu poeta romántico. Pien-
morir al minuto siguiente. sa, Susana, que no puedo regresar un siglo en-
Ya sé cómo me quieres, Susana. Me atrasas tero para alcanzarte, que no puedo esperar otro
el corazón, el traje, el peinado, la voz, para lle- siglo para que tú me alcances. Quiéreme así, frí-
varme muy cerca de Lamartine y de Musset. Así volo, alegre, con mi concepto de la vida y del
me querrías, soberbio, alto, amante, dorado, ca- arte como un deporte distinguido y nada más.
paz de vivir novelas frenéticas, capaz de escribir No te sumerjas en ese túnel de agua de los años,
poesías más frenéticas aún. Te equivocas. Yo su- que puede al fin ahogarte, aunque bien sé que
fro porque no puedo complacerte. Imagino que nadie sabe nadar en ellos mejor que tú. Olvida.
La brisa que viene del bosque de Chapulte- se enmarañan como una red de cabellos. No tie-
pec y se ha mecido en los invernaderos de la ex- nen significación. ¿Jeroglíficos? No. Arabescos
posición de flores llega hasta Susana. Las aletas que juegan con sus ojos, burlándolos. La línea
36 de su nariz se hinchan, entre pequeñas pausas, de la vida se interrumpe para continuar segura y 37
reconociendo los olores: rosas, mosquetas, lilas, honda adelante. ¿Resurrección? La línea del co-
violetas blancas, magnolias. razón está oculta bajo un enrejado impenetrable.
Al fin, abandona mi mano. Interrogo sus resulta-
dos. Sonríe con tristeza y amargura. Sonrío con
Le alargo, indiferente, la mano izquierda, igno- amabilidad y sueño. Aplaudo con mi mano en la
rando que en ella se puede leer. Distraído, cuel- suya y suavemente le insinúo que ya es tiempo de
go la mirada en el perchero del rincón. Espe- dormir. Se despide. Sufre. Al llegar a su habita-
ro. ¿Por qué su mano hace temblar ligeramente ción se abandonará, como todas las muchachas,
la mía? ¡Qué extraña desnudez siento cuando decepcionada, en el lecho, apretando los cojines,
su mano toca mi mano rayada como una carta despeinándose, amplificando su desengaño. Vol-
geográfica! verá al espejo, corregirá sus cabellos. Mirará sus
Susana mira ávidamente la palma. Se turba. ojos próximos a deshacerse, lustrosos. Hará dos
Cierra los ojos. Vuelve a mirar. Más que una car- o tres muecas y sonreirá forzadamente.
ta geográfica, parece el plano ferroviario de una Llego a mi cuarto. Me siento en el lecho y
región industrial. Se anudan las líneas, se com- levanto la mano izquierda y quiero leer en ella,
plican, se interrumpen a trechos como si pasa- a mi vez. Imposible. Ahora siento que dejo caer
ran, subterráneas, por túneles bajo la epidermis; la mano… ¿Cuánto tiempo he estado así, inde-
ciso entre la realidad y el sueño? Mi mano está Una claridad incierta va humedeciendo las
roja, congestionada. La golpeo hasta empalide- cosas que forman el paisaje. El cristal se llena
cerla. Comprendo que he despertado para caer con pequeñas franjas de un amarillo tenue, con
38 definitivamente en el sueño. puntos de un rosa ligero, con pinceladas de un 39
Súbitamente, viajo. La noche inunda el pai- dorado débil. Las cosas se adivinan entre la
saje que corre tras el cristal de mi ventanilla sin niebla. Necesito entrecerrar los ojos para captar
conseguir ocultarlo por completo. El calor me una forma. Inútilmente. Todo se desdibuja en
hace arrojar a un lado las mantas de mi lecho el aire. Un viento fuerte basta para aniquilar to-
de pulman. Una luz azulada me baña hasta la dos los colores, para deshacer todos los fantas-
cintura. Los muslos y las piernas desaparecen, mas de cosas, para acabar con el cuadro impre-
anestesiados de sombra. sionista.
En el cielo tiembla sin interrupción una estre- De pronto un nuevo paisaje se detiene, se
lla de utilería que acompaña todos los trozos de solidifica, se parte en bonitos trozos geométri-
paisaje. Cuando cierro los ojos, la estrella no deja cos superpuestos, aislados, que no recuerdan
de brillar en el firmamento que la retina regala nada humano y que producen idéntica sensa-
al cerebro para escenario de sus imágenes. Pasan ción agradable que la muda inteligencia de dos
grupos de árboles que voy reconociendo por su personas en un solo momento, frente a un su-
nombre: araucaria, chopo, nogal, cedro, álamo, ceso imprevisto, conectadas por un solo bri-
laurel, y luego una interminable fila de cipreses llo de la mirada. En seguida, forman el cua-
que me producen el mismo efecto que un corte- dro siete letras que hacen una palabra: Picasso.
jo de escribanos en el entierro de un banquero.
Estoy en la cubierta de un barco, en la noche. es un poco cascada, pero en el mar son tan en-
Me siento dichoso de observarme a poca distan- gañosas esas percepciones, por el viento y por el
cia sin que yo mismo lo advierta, como tantas ruido de las olas, que no le doy importancia a
40 veces lo he deseado. Ahora sé de qué modo ca- ese dato musical del mismo modo que no pro- 41
mino y cuál es mi estatura con relación a las per- testamos por la nota falsa que se le escapa al
sonas y a las cosas. Oigo el tono de mi voz y la pianista en un concierto de prueba porque no
prisa de mis palabras. Avanzo distraído. Ahora, estamos seguros de nuestro oído. En la sombra
como cuando en una novela saltamos las pági- se distingue apenas, tendido sobre el sillón, un
nas que empezaban a aburrirnos y encontramos claro zapato pequeño.
de pronto que el personaje se halla sumergido Ella conoce México, Guadalajara, Puebla,
en una aventura que ignoramos de qué modo Querétaro. Dice que Guadalajara “is a nice
y cuándo dio principio, vivo un episodio ilumi- spot, the most charming in the world”. Habla
nado por una claridad molesta, detallada como interminablemente sin necesitar la respiración.
una prueba sin retoque de nuestro retrato. Estoy Domina el monólogo. Al fin, después de un silen-
inclinado, con una cortesía que está a punto de cio que equivalió al tiempo que una mujer ocu-
ser ridícula, oyendo hablar en inglés, distinta- pa en desnudarse para entrar en la cama, queda
mente, a una sombra de mujer. dormida sobre el sillón. Y yo, adormecido, osci-
En la oscuridad, cubierta ella doblemente lando entre la vigilia y el sueño… Pobre joven.
con un velo y con la sombra, yo la miro como se Va a marearse y es la única simpática de todo el
mira un pleonasmo en la página de un estilista. pasaje. Tiene un pie delicado… un pie delica-
Comenzamos a charlar amigablemente. La voz do… delicado…
Y haciendo un nuevo esfuerzo para no caer Llegamos a un puerto. Nueva Orleans. Espío,
en el sueño: con la misma atención y la misma indiferencia
Al golpe del viento vuela su cabellera como aparente que los detectives asumen en las nove-
42 vuelan los deseos en la imaginación, al grado de las de aventuras, los pasillos y las puertas de los 43
hacerme pensar, por la sugestión de un cabello camarotes, el palo mayor y las nubes. Aparece
claro, en una muchacha hermosa. Me ha dicho para quedarse en Nueva Orleans una vieja ho-
cosas amables con palabras que no ha aprendi- rrible, arpía flaca, mitológica, con un juego de
do en los diccionarios. Al cabo, resumía yo mis arrugas en la cara propio para representar todas
pensamientos, tengo una compañera de viaje… las etapas de la vejez; mal vestida y con un pie in-
tiene un pie delicado… delicado… menso... Es ella. La mujer a quien estuve a punto
El día siguiente me despierta con un aire frío de contarle mis secretos. Sale mareada y parece
que parece haber arrasado la cubierta. Vuelvo tener la misma edad de las pirámides de Egip-
a mi camarote. Como Caín en el poema que to. Me reconoce, se turba y, sin saludarme, pasa.
nadie recuerda que es de Hugo veía en todas Yo no tengo valor de hablarle, de sonreírle. Una
partes el ojo de Dios, me asalta el recuerdo de mi sonrisa, una palabra, serían bastante para retardar-
amiga de noche. A la hora del desayuno la busco le una nueva arruga, pero yo me siento perseguido
en el comedor, en la cubierta, con el mismo ahínco por la imagen de un pie delicado descansando en
con que el poeta busca una consonante en “encio”. un cojín de sombra, que baila en mi cerebro como
Pero en el comedor, en la cubierta sólo encuentro en el umbral del sueño de aquella noche.
las mismas caras familiares como el poeta solo en- Ahora, estoy muerto. Descanso. Escucho. En
cuentra “confidencio”, “reverencio”, “silencio”. torno mío el silencio es tan puro que un suspiro
lo empañaría. Los recuerdos se me ofrecen dete- en vida partimos en mil pedazos cada minuto?
nidos, en relieve, con sus colores de entonces. Yo Así, muerto, lo siento intacto, claro, definitivo,
sigo, inmóvil, el juego de vistas estereoscópicas. sin un relámpago, sin una penumbra, como si
44 Cada minuto se detiene y cae para dejar lugar a estuviera bañado en el agua de un espejo que 45
otro más próximo. No es difícil morir. Yo había fundiera todo lo inútil con su luz. Morir equiva-
muerto ya, en vida, algunas veces. Todo estriba le a estar desnudo, sobre un diván de hielo, en
en no hacer un solo movimiento, en no decir una un día de calor, con los pensamientos dirigidos a
sola palabra, en fijar los ojos en un punto, cerca, un solo blanco que no gira como el blanco de los
lejos. Sobre todo, en no distraerse en mil cosas. tiradores ingenuos que pierden su fortuna en las
¿Qué importa la hora que marca la manecilla ferias. Morir es estar incomunicado felizmente
del reloj? ¿Qué la fecha del calendario? ¿Qué el de las personas y las cosas, y mirarlas como la
nombre de la novia de nuestro amigo? ¿Y qué lente de la cámara debe mirar, con exactitud y
la temperatura que rueda en la calle y tropie- frialdad. Morir no es otra cosa que convertirse
za en nuestras ventanas? ¿Qué importa lo que en un ojo perfecto que mira sin emocionarse.
dice Balzac sobre las corbatas, lo que Rimbaud Ahora me llevan, ¿adónde? Al cementerio.
murmura de los hijos de familia, lo que Cocteau No se han olvidado de cerrar la tapa del ataúd.
piensa del Narciso inundado de sí mismo? ¿Qué Ignoran que no estoy dentro de él. Sigo el cor-
importa la última noticia que consigna el diario, tejo. Para mi fortuna, nadie llora. Asisten a mi
y la hora de salida del tren que no tomaremos entierro como si acudieran a su décimo aniver-
nunca, y el nombre de esa obra de teatro que se sario. Mi amigo Jaime dice con la misma voz
representa con tan buen éxito? ¿Por qué razón conmovida que usa sólo en las grandes medias
horas, rimada con su corbata plastrón, la ora- una frase perfecta por lo breve, ofrecida en mo-
ción fúnebre. Me conoció menos de lo que yo vimiento lento como si su inteligencia la hubiese
pensaba. Confiesa que llegó a admirarme, pero obtenido fotografiándola con la cámara ultra-
46 yo adivino que no ha escrito el pensamien- rrápida. Calla. El dolor sustituye, en todos los 47
to siguiente: “a pesar de mi falta de virtudes”. rostros, las lágrimas con el sudor. Los señores
Me quiso más de lo que confesó siempre y un del cortejo sonríen hacia adentro, pensando que
poco menos de lo que ahora confiesa. Recuerda han ahorrado, para otra solemnidad, el esfuerzo
nuestras pláticas sobre literatura, y las frases de cinematográfico de producir dos o tres lágrimas.
novela moderna que jugábamos a inventar con
un arte próximo al vicio, con un arte perfecto.
Al llegar a este punto, arruga la frente como un Cartas de los amigos lejanos. Correo sordo, ciego
recién viudo. Sin duda recuerda que el matrimo- y puntual. Mis manos de prestidigitador hacen
nio es una larga conversación, frase de Nietzs- surgir de cada cubierta un trozo de las ciudades
che que yo volvía al revés diciendo que la con- del mundo. Londres, Sevilla, Nápoles, Brujas,
versación es un largo matrimonio. En seguida, París. Para no ahogar antes de tiempo la sorpre-
se desborda en párrafos abundantes, llenos de sa, he aprendido a dominar la curiosidad, a abrir
metáforas botánicas. Habla de la risa, del llan- las cartas sin ver la caligrafía y los sellos rojos de
to, y de todos los elementos que —ahora lo olvi- Inglaterra, azules de España y de Francia. Letras
da— hicieron del arte del siglo xix un arte impu- serenas, oblicuas, deshechas de Enrique, Eduar-
ro. De pronto, reacciona. Recuerda que siempre do, Carlos, han grabado en mi memoria, desor-
pusimos a Stendhal sobre Balzac y termina con denados, encima uno del otro, los párrafos más
extensos que he aprendido en toda mi vida… frutos, tienen foquillos eléctricos, maduros en-
Sevilla se ha adornado tanto con el sol, que los in- tre las hojas. Daría con gusto un año de mi vida
gleses se hallan sin deseo de volver a Londres. El por un mes en Brujas. El día de ayer lo pasé al-
48 parque María Luisa cría más claveles de los que macenando recuerdos para llevarlos conmigo a 49
necesitan las andaluzas para prenderse en el pelo. París. Muy de mañana, hacia las seis, me eché
Las mulas enjaezadas de las calesas hacen un rui- a la calle y fui a oír misa a San Basilio. No es
do endemoniado sobre el asfalto de las avenidas. posible resistir la atracción religiosa de una ciu-
La calle de las sierpes ¡oh milagro! se queda sola dad gótica dentro de otra medieval. Brujas tiene
de las cinco a las siete de la tarde. Cuatro co- encima un manto de silencio: silencio de cam-
rridas de toros y un percance a un banderillero. panas y de zuecos sobre las angostas banquetas.
¿Qué más? Juergas a todas horas en las ventas Tengo miedo de recorrer una vez más los lugares
de Eritaña y de Antequera. La Giralda se em- que visité ayer. No me agradaría encontrar des-
pina sobre la punta de los pies como si quisie- piertos los canales ni alternar con estos malditos
ra ver algo. El Guadalquivir sigue lamiendo los americanos turistas que salen al paso por todas
muelles del barrio de Triana. ¿Qué más? Can- partes con sus medias de golf, y con un librito en
taores, cantaoras y baile flamenco. La España las manos. Londres es una gran mancha negra
de pandereta ante mis atónitas miradas y mis salpicada de luces apagadas. También hay días
incrédulos oídos. Seco rumor de castañuelas en de claridad, delicados, tibios, de un sol íntimo,
las casetas. ¿Y qué más? Sánchez Mejías cabalga amistoso. Frente a mi ventana, vestido de verde,
su blanco potro andaluz junto a la yegua dorada un jardín. Asistí a la muerte de los árboles. Aho-
de la Duquesa de Alba. Los árboles, en vez de ra están, como los malos pintores, en Carriere.
Espero que mejorarán con el tiempo. Han lle- brotar la metáfora del lenguaje como un cohete en
gado a esta playa olas de Nápoles. En las nubes la sombra? Daríamos otro nombre a las cosas y a
está toda Venecia. En el mar se baña la familia los seres. Yo sería como Adán y como Linneo, y al
50 Tiziano. Un empleado aduanal se queja de la pri- mismo tiempo el mejor poeta dadaísta. Repetiría- 51
mavera. Me saluda desde su avión, Leonardo. Un mos el pecado original de modo que mereciera el
suspiro, otro suspiro. Atenas. epíteto, sin manzana ni serpiente. Y nos compor-
taríamos de tal suerte que el Génesis de la Biblia
futura fuera pródigo en anécdotas, pensamientos
Vivo solo; sin embargo, los nombres de mis y símbolos increíbles. ¡Qué rostros crearían para
amigos lejanos saltan en mi memoria como nosotros los pintores del tema ideal del paraíso!
los anuncios luminosos en el cielo de la ciudad. ¡Qué largos poemas se ilustrarían con nuestras
Escépticos. Irónicos. La fina trama de sus imágenes en falsos hexámetros, en endecasílabos
pensamientos, de sus palabras, de sus silencios, dactílicos, en alejandrinos cortados en dos como
me cubre y me reprocha. fichas de dominó cuando, mañana, los poetas re-
¡Qué delicada isla la del egoísmo para mí, gresen a las formas retóricas, cuando los nom-
náufrago voluntario! ¿Por qué no traer una mu- bres de Apollinaire y Reverdy no sean más que
jer conmigo? ¿Por qué no intentar la realidad de jeroglíficos de un extraño zodíaco.
una novela o de una película más: la novela o Sin embargo, ¿sobreviviríamos en la isla de-
la película del naufragio en la isla desierta, en la sierta? Yo, como todos los hombres, hice en la
que una pareja edifique su propia vida? ¿Por qué niñez, con la imaginación, el viaje y el naufra-
no revivir el mito donde la pareja edénica haga gio y fui el único superviviente. Pero ¡ay! no ten-
go la física de Robinson ni su memoria. Robin- le firmaré un cheque contra un banco donde
son era todo memoria y lo que a mí me resta nunca he tenido depósito, tan sólo para llenarle
equivale a este último sorbo de vino que tengo de alegría un instante; si ahora no quiero pensar
52 frente a mi sed terrible. Y es más fuerte mi sed. que vivo sostenido por los cambios atmosféri- 53
Bebo con fiebre y desesperación, como se gastará cos, por las franjas de color de la brisa, por los
la última moneda, como se firmará el testamento pequeños pensamientos fugaces, por los retratos
en el lecho de muerte, como se dirá adiós en el de las mujeres que conozco apenas, como cual-
muelle al amigo que parte en un navío de suicidas. quier personaje de Jean Giraudoux!
¿Por qué viviré en un mundo sin pasado, con ¡Si he pensado siempre en los cuarenta años
un presente indeciso, con miedo del vértigo que del mismo modo que en marzo se piensa en la
pudiera sentir al asomarme al futuro como a un llegada de octubre: aguardando sus tardes ama-
precipicio? rillas, viciosamente patinadas como falsas joyas
¡Qué será de mí, mañana, si ahora no quiero antiguas; si he pensado siempre en la vejez como
explicarme que vivo de imágenes enlazadas como en julio anticipamos las noches de invierno, con
las ruedas de humo de un cigarrillo; con el oro en las delicias de su chimenea, de su bata forrada
polvo que deja el sol de primavera en los prados; de pieles y de la nueva lectura más atenta de las
con la plata acuñada en las hojas de los álamos obras de Proust!
para que los poetas que no escriben poesías de
certamen se coronen las sienes!
¡Cómo viviré mañana, estando seguro de que Cuando la criada, después de mirarme con sus
si en este momento se me acerca un mendigo ojos llenos de asombro, me dice secamente: “La
señora amaneció muerta”, como si hubiera re- do lleguemos a preguntar “¿quién habla?” ya
cibido un golpe en el cerebro me siento aislado nadie responda a nuestras palabras hipócritas.
del mundo, incapaz de pensar en nada, en una Entro en la alcoba de Madame Girard. Mis
54 de esas caídas sin término dentro de un pozo de primas me miran como a un extraño. 55
sombra que, con una mezcla de estremecimiento Susana se acerca a explicarme. Aurora la re-
y de pavor, sufrimos en las noches de pesadilla. procha bajando los párpados como si dijera que la
Al fin, me apoyo en el respaldo del sillón y pien- explicación es inútil. Susana comprende y recha-
so que una palabra es bastante para dar valor, za con un movimiento de cabeza las lágrimas que
en un momento, a la vida. El espejo me echa a por un momento volvieron de vidrio sus ojos. Au-
la cara mi rostro descompuesto que no puedo rora está vestida toda de negro. Nada extrañaría a
menos de palpar y esculpir con las manos como nadie su luto imprevisto que en ella se vuelve natu-
si mañana fuese a dejar de ser mío para siempre. ral como si nos hubiera acostumbrado a él desde
Siento miedo al pensar que la muerte de Madame hace algunos meses. Susana se ha puesto un collar
Girard no me produce mucha pena y que sólo la de cuentas blancas, como si no quisiera creer to-
muerte de otra persona puede darme conciencia davía la realidad de la muerte y el traje negro fue-
de que yo no estoy muerto también. ra tan sólo una elegancia de acuerdo con el marfil
Me arreglo lentamente, como para dar del collar. Sufren una pena sin transportes. Susa-
tiempo a que se vaya la desgracia, del mismo na quisiera estar muy lejos para ignorarlo todo.
modo que tardamos en acudir al teléfono con Yo comprendo que está al borde de un gran dolor
la esperanza de que nuestra tardanza haya im- que no ha sabido de qué modo estallar. Aurora
pacientado al importuno al grado que, cuan- parece haber comprendido en un instante la des-
gracia, y como sabe que Susana va a encontrarse Estoy seguro de que no saldrán de él en todo el
enteramente sola dentro de muy poco tiempo, se día. Las enlutadas cuchichean, deshacen el gru-
prepara a ser la madre, la Madame Girard de su po, recorren las habitaciones, hacen preparati-
56 hermana. La veo sonreír con la sonrisa helada que vos, ordenan a los criados y se quedan, en fin, 57
equivale exactamente a un sollozo. Me acerco a naturalmente, dueños acostumbrados de la si-
ella. Nada le digo. Me lo agradece con su silencio. tuación. Yo no conozco a ninguna de todas esas
Empiezan a llegar las amigas, las vecinas, y personas. Estoy seguro de que Aurora y Susana
los señores enlutados que no pierden una fun- apenas las conocen, pero ni siquiera lo advier-
ción de ópera o un funeral y que vienen desde ten. Una a una las repaso con la mirada. Salgo.
hoy a los preparativos como van a revisar los En el hall encuentro al doctor Batista, el médico
elencos y la lista de los abonados. Las mujeres, de la casa, ocupado en consumir más que en fu-
uniformadas en el traje, en la voz, en las palabras mar un cigarro enorme. En un instante recuerdo,
de duelo, en el pañuelo blanco que va y viene en por la primera vez, en una súbita iluminación de
todas las manos. Susana estalla al fin en llan- la infancia, el modo extraño que tenía de acari-
to entrecortado por la falta de respiración. Más ciarme cuando era niño. Me mira de reojo, sin
que la muerte misma que parece haberla dejado saludarme, reconociéndome. Comprendo que
atónita con la revelación de su secreto, le hacen ahora, al verme, recordándolo todo, se asombra
llorar las visitas y las preguntas. Aurora lo ad- de sí mismo.
vierte y toma serenamente a su hermana por el 1º de mayo. Me asustan las calles desiertas.
brazo y la aparta con delicadeza del grupo de El calor produce un zumbido que acrecienta el
enlutadas. Suben la escalera. Entran a su cuarto. silencio y lo hace profundo y solemne. Como
si estuviera en vísperas de un asalto revolucio- Los trabajadores imponen un sello trágico a
nario y las gentes hubieran emigrado, la ciudad su día de descanso, como si quisieran demostrar
parece deshabitada. Al llegar a la esquina de que sin ellos nada sería la ciudad. Vuelvo a pen-
58 cada calle, espero inútilmente encontrar un au- sar en Mme. Girard. Me parece que no ha muer- 59
tomóvil, un tranvía, un amigo, un desconocido. to y que solamente descansa un día para renacer
El ruido de mis pasos me sale al encuentro re- mañana, para darnos la misma lección de cosas
chazado por los muros. En la calle de Edison, que dan los trabajadores a la ciudad. Madame
el grito de un pájaro me hace temblar como si a Girard vivió nutriéndose con los recuerdos de
mi lado oyera una palabra en un idioma olvida- sus deseos. Ahora, claramente, comprendo por
do. Esta casa deja ver una recámara deshecha, qué explicaba, sin volver de esa ausencia espiri-
abandonada, con el hueco frío de la cama en tual, que le daba un aire inocente, cómo una ma-
desorden. Aquella otra ha metido a la sala un ñana, del mismo modo que otras mujeres ama-
trozo de la calle en su gran espejo que me obli- necen viudas, ella amaneció, sin darse cuenta,
ga a recorrer dos veces el mismo camino. Los casada con M. Girard. Su verdadero noviazgo
canarios, olvidados en los balcones, parecen de empezó con la súbita enfermedad de su esposo y
piedra mal pintada. Hojas de los árboles, duras, se afianzó en su agonía prolongada al grado que
brillantes o tornasoles del polvo que ninguna el día de la muerte de M. Girard fue para ella el
ráfaga de viento se atreve a limpiar. Cielo sin primer día de su matrimonio. Comparo su ros-
una nube, esmaltado de azul intenso, que el sol tro de dos momentos separados por diez años,
no deja ver sino a trechos. ¡Y este corredor de como se compara dos retratos de época. Las
la calle no lleva a ninguna parte! líneas de la cara conservaban la misma fineza.
En cambio, los ojos grandes, color violeta, iban Me recibe un señor enlutado con un luto de
nublándose ya con el sueño a deshora y pare- cortejo fúnebre, calvo, pálido, de pocas palabras,
cían parpadear solamente de abajo arriba. La que parece empleado expresamente para hacer
60 nariz, más afilada cada día, obligaba a pensar creer a los clientes que su dolor es comprendido 61
que un solo movimiento brusco de Madame al punto. Hay una desolación inexplicable en su
Girard, durante el sueño, bastaría para desper- mirada que por un momento me hace dudar si es
tarla herida en el hombro o en el brazo. él o soy yo quien viene a escoger el ataúd. Pasamos
gravemente de la oficina a la sala de exposición y
me deja, murmurando una cortesía o una condo-
Esta calle ancha que parece estar aún más de- lencia, al cuidado de un joven enlutado con un
sierta, es la de las agencias de inhumaciones. luto de sala de baile que me indica con un ade-
En fila, esperando, con sus rótulos: “open all mán lleno de confianza mi deber de seguirlo para
night”, “english spoken”, “abierto de noche”, escoger la caja en su compañía. Tiene una solici-
hacen pensar en restaurantes internacionales. tud artística más que una solicitud financiera. Me
Se ofrecen cuatro en la misma acera. Me decido conduce por entre los prismas negros del mismo
por el color de las fachadas, prefiriendo el mo- modo que el mánager guía al aficionado en una
rado al negro, el amarillo al morado. Al fin, una exposición de escultura avanzada, dando explica-
fachada azul y blanco corta de un solo golpe mi ciones, fijando calidades, aconsejando formas,
indecisión. Empujo la puerta de cristales. Entro. justificando precios. Los ataúdes han perdido en
En seguida tengo la impresión de que estoy bajo su cerebro toda significación. Camina entre ellos
una campana neumática. con mayor confianza que un domador entre sus
fieras y con la misma confianza que Daniel en la Aurora se acerca lentamente, como una imagen
cueva de los leones. Como si hubiera muerto en en la pantalla de un sueño. Su mirada penetra las
el cielo o en el infierno y Dios lo hubiera conde- cosas: las juzga, las acepta, las rechaza. En una
62 nado a la vida eterna, no piensa por más tiempo asamblea de mujeres nadie pensaría en otro can- 63
que uno de esos ataúdes puede ser el suyo. Entabla didato. Aurora presidiría sin asombro, sin extra-
una conversación indolente, rociada de humoris- ñeza, naturalmente segura de sí misma. Invitarla
mos y desdenes para con la muerte. Hace pensar, a presidir no sería distinto de invitarla a respirar.
en seguida, en el sepulturero convertido en agen- Esta mañana, mi mano se acomoda perfec-
te de inhumaciones que Shakespeare pondría en tamente a la suya. Nuestros ojos sonríen a un
su Hamlet si fuera contemporáneo nuestro. Se solo tiempo y nuestros silencios preparan el am-
diría que, para aumentar el número de ventas, biente para iniciar una de esas conversaciones
el gerente de la negociación le ha encargado de cercanas, directas, que hacen el vértice de las
hacer perder a los clientes el miedo a la muerte. novelas. Desde que volví a verla, sentí temor de
Nuevamente la calle. La calle larga por la so- llegar a este momento y quise aplazarlo, como
ledad que me obliga a no huir de mí mismo y a queremos aplazar el dolor y ese vacío, ese punto
pensar en mi situación sin aplazarla para maña- suspenso, esa falta de gravitación que los hom-
na, como siempre. Pero no sé por dónde empezar bres llaman felicidad. Ahora no siento ningún
y naufrago en mis ansias de ruidos mecánicos y miedo. Tranquilamente aguardo su voz firme,
de voces humanas. irisada y dura como un diamante que rompiera
Dentro de unos minutos, a las doce en punto, el cristal del aire y grabara en mi memoria sus
voy a quedarme enteramente solo, sin mi sombra. palabras.
Aurora no necesita, para entrar en materia, por lo mismo que tienen el deber de ser intensas,
hablarme del tiempo que nos envuelve, ni de las no pueden ser duraderas. Llegará al matrimo-
rosas perfectas que parecen haber brotado a su nio, que le parece todo lo contrario de un impre-
64 derecha para acompañarla, ni de la nube que se visto poema romántico, sin ninguna turbación 65
ha quedado inmóvil en el cielo, a la izquierda amorosa. Me confiesa que procede en la vida
de esta tarde sin brisa. De pronto, me asombra trenzando fatalmente las experiencias de todos
como si se confesara conmigo o, mejor, como si los días. ¿Vivir la vida? No entiende la práctica
hablara en alta voz a solas. Me ahorra palabras y de esta frase. Comprende que no hacemos sino
no advierte el efecto que me producen sus frases. vivir nuestras costumbres. Apenas si en el sue-
¿Por qué me aclara todas las penumbras? ¿Por ño, vertiginosamente, vivimos en intensidad, en
qué se adelanta milagrosamente a responder a solo un instante, lo inesperado, lo trágico, la feli-
todas las preguntas que yo quisiera hacerle? cidad, el azar. Para ella, todo lo que no es sueño
Se casará pronto, con M. Miroir. Sin amor, no es vida. Sonríe y añade que la más perfecta de
porque no ha sentido jamás algo que pueda lla- nuestras costumbres en nada difiere de la muerte.
marse de ese modo. Duda en seguida un instante Dormir sin soñar ¿qué otra cosa es sino morir?
pensando que tal vez el amor es en ella una cosa Aurora ha tomado una resolución como
fría, razonable, que bien pudiera confundirse un viajero perdido y resignado escoge indife-
con la simple estimación. Pero Aurora rechaza rentemente un camino u otro. Ni sus ojos, ni
este pensamiento como quien aparta un insecto. su boca, ni su frente revelan siquiera un ins-
No puede pensar en una pasión sin escepticismo, tante, en un parpadeo, en una contracción,
sin dibujar una sonrisa. Dice que las pasiones, en una arruga, un temblor indeciso, un sufri-
miento, una duda. Sin embargo, yo siento que tir en el tren que lleva quién sabe a dónde. Sonríe
hay en ella algo que se apaga sin remedio. temblorosa, con la sonrisa que le dictan sus ner-
Aurora lo siente y comprende que yo lo ad- vios. Se aleja segura de que mañana partiré. Y yo
66 vierto. Por eso su mano toca la mía poniendo so- me quedo seguro de partir mañana, para siempre. 67
bre ella el mismo peso que pone una nube sobre
una fuente cuando descansa un momento en la
superficie del agua, antes de volver a emprender Las siete. Hago mi equipaje con lentitud, procu-
su viaje. Sin embargo, es bastante para hacerme rando arrancarle a cada cosa el placer doloro-
temblar, para contraer mi mano que se apodera, so de un indicio, aunque sea pequeño, que me
nerviosa, de la suya. Aurora no protesta. Sola- ayude a fijar un momento de mi estancia en esta
mente se aleja inmóvil en el pensamiento. Pero casa. Ahora cada cosa es como una de esas fo-
hay algo, la mirada o la sonrisa, que me dice que tografías que conservamos sin querer y que, con
se aleja para pensar en mí en otro lugar, en otra el tiempo, al encontrarlas casualmente un día
forma. Por un momento, demasiado cerca, aquí, cualquiera, nos asombran porque han adquiri-
de ella; lejos ella de aquí; cerca de mí, lejos, toca- do un valor preciso, histórico, que hace daño.
mos ese punto de la felicidad que puede hacernos Dentro de mí empieza a nacer, hasta hoy, el pa-
un daño eléctrico. El silencio es como un espejo sado que no quise, que no pensé siquiera tener
cóncavo que deforma nuestros pensamientos. Lo jamás. También yo tengo ahora algo que contar
que al fin la despierta, me adormece. a los amigos con las mismas palabras que suenan
Aurora me tiende la mano que se ofrece a los a mentira, algo que no será la anécdota que más
amigos en la estación, un momento antes de par- tardaba en inventar que en olvidar.
Para mis primas, mi cuarto se quedará tan va- A poca distancia, modesta, amarilla, me abre
cío quizás como el de Madame Girard. Pensarán sus arcos la estación de ferrocarril con sus ruidos
que me llevo una buena parte conmigo. Tomo inconfundibles, con sus salas previas que hablan
68 el espejo pequeño y lo encierro rápidamente en el verdadero esperanto de todos los países: el si- 69
la maleta con la esperanza de que en otra parte, lencio, apenas acribillado por el aparato con que
al verlo otra vez, conserve todavía la última perfora los boletos el hombre de la ventanilla. Al
imagen, el trozo de tapiz color de tabaco que ha silencio de la sala de espera suceden los ruidos
copiado diariamente, durante tres meses. ¿Por qué del andén que cruzan los pasajeros con ojos muy
siento en los oídos el ruido como de enjambre abiertos que llevan ya, desde ahora, el paisaje del
que precede inmediatamente al sueño? ¿Por qué lugar de su destino. Éste lleva el mar de Veracruz
me encuentro pensando en mi edad exacta? ¿Por en sus ojos; ése, las casas de madera de Laredo; ese
qué me detengo a mirar cómo avanza la maneci- otro, las luces sensuales de la noche de Tampico;
lla de mi reloj, rápida, ciega, incontenible? aquel otro, la línea desolada y monótona de los
desiertos de Chihuahua.
Las casas que rodean el patio son trenes de-
Llueve. La sombra se adueña en este momento tenidos, cansados, paralíticos, a quienes no les
de la ciudad haciendo resaltar las luces encen- queda más tristeza ni más alegría que ver partir
didas inútilmente en la tarde. El agua barniza el a los trenes ágiles, desnudos, de aceitadas co-
asfalto de las calles llenas de los reflejos de las yunturas, de músculos de acero. El tren vibra
ventanas iluminadas que han caído de las casas un momento, eléctricamente, antes de partir.
al suelo. Subo al carro que me corresponde. Examino a
los pasajeros. Una señora pálida, con el ansia “Los débiles se quedan siempre. Es preciso
de llegar impresa en los ojos vivos, reprende a saber huir”. ¿Dónde leí esta frase? ¿En qué autor,
dos niños morenos que se asoman peligrosa- en qué libro, en qué revista? La veo claramente,
70 mente por la ventanilla, imantados por el pai- impresa en las primeras líneas, a la izquierda de 71
saje. Un hombre recio, alto, cambia totalmente una página. Hace muy poco tiempo que la leí.
de rostro al dejar su sombrero de fieltro por ¿Dónde? Por más esfuerzos que haga no podré
una gorra de viajero que ha hecho surgir de recordarlo ahora, tal vez jamás, pero se acomo-
una maleta de mano. Caras vulgares en las que da a mi situación como un chorro de agua al
va descubriéndose el cansancio impregnado del cilindro de un vaso, y poco a poco aquieta mis
sueño de los viajes, acompasado por el cabe- sentimientos como la misma agua se aquieta, y
ceo indispensable. Cuatro señores americanos acaba por ser mía, sólo mía, porque ahora soy
hablan de política inglesa. Estoy seguro de que fuerte y sólo los cobardes se quedan.
están al borde de una partida de póquer. Cie- El tren, que parece volar para no tener tiem-
rro los ojos como si con ello la “dama de co- po de arrepentirse, de volverse, me comprende,
razones” desapareciera de todas las barajas del me ayuda a huir. La máquina se despide de la
mundo. ciudad con un silbido largo, afilado, que perfora
el norte de la noche.

Susana, Susana. ¿La quiero? No sé, no sé. Los 1925-1926


afectos se me confunden siempre. A veces pienso
que la quiero como se quiere a un amigo.
Dama de corazones, de Xa-
vier Villaurrutia, se terminó
de editar el 13 de febrero de
2012. En su composición, a
cargo de Patricia Luna, se
emplearon tipos Sabon de
23 puntos.

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