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J.

Álvarez Barrientos

Literatura y economía en España. El ciego


In: Bulletin Hispanique. Tome 89, N°1-4, 1987. pp. 313-326.

Résumé
Este artículo intenta acercarse a varios fenómenos de la literatura española entre los siglos XVI y XIX, teniendo la figura del
ciego como hilo conductor. Después de hacer un rápido recorrido por la organización gremial del ciego y tratar algunos asuntos
relacionados con él, se inicia el estudio de la influencia de la economía en el pensamiento creador, y se intenta conocer la
incidencia de fenómenos como el populismo y el resentimiento en la creación y desarrollo de la literatura popular. Es sabido que
ambos inciden socialmente en la creación literaria, pero la intención aquí es ver cómo y cuándo comienza a darse esta
interacción que auspicia después la valoración artística de una obra según criterios de carácter económico.

Resumen
Le présent article constitue une tentative d'approche de plusieurs phénomènes de la littérature espagnole entre le XVIe et le
XIXe siècle, en prenant l'aveugle comme fil conducteur. Après un rapide survol de l'organisation corporative des aveugles et de
certains sujets en rapport avec eux, vient une étude de l'influence des facteurs économiques sur la pensée créatrice et on tente
ensuite de déterminer l'incidence de certains phénomènes tels que le populisme et le ressentiment dans la création et le
développement de la littérature populaire. Il est bien connu que tous deux influencent du point de vue social la création littéraire,
mais notre intention est de montrer quand et comment apparaît cette interaction qui favorise par la suite la valorisation artistique
d'un ouvrage selon des critères de caractère économique.

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Álvarez Barrientos J. Literatura y economía en España. El ciego. In: Bulletin Hispanique. Tome 89, N°1-4, 1987. pp. 313-326.

doi : 10.3406/hispa.1987.4624

http://www.persee.fr/web/revues/home/prescript/article/hispa_0007-4640_1987_num_89_1_4624
LITERATURA Y ECONOMÍA EN ESPAÑA.
EL CIEGO.

Joaquín ALVAREZ BARRIENTOS


Instituto de Filología C.S.I.C. (Madrid)

Este artículo intenta acercarse a varios fenómenos de la literatura española entre


los siglos xvi y xix, teniendo la figura del ciego como hilo conductor. Después
de hacer un rápido recorrido por la organización gremial del ciego y tratar algu
nos asuntos relacionados con él, se inicia el estudio de la influencia de la econo
míaen el pensamiento creador, y se intenta conocer la incidencia de fenómenos
como el populismo y el resentimiento en la creación y desarrollo de la literatura
popular. Es sabido que ambos inciden socialmente en la creación literaria, pero
la intención aquí es ver cómo y cuándo comienza a darse esta interacción que aus
picia después la valoración artística de una obra según criterios de carácter
económico.
Le présent article constitue une tentative d'approche de plusieurs phénomènes
de la littérature espagnole entre le XVIe et le XIXe siècle, en prenant l'aveugle
comme fil conducteur. Après un rapide survol de l'organisation corporative des
aveugles et de certains sujets en rapport avec eux, vient une étude de l'influence
des facteurs économiques sur la pensée créatrice et on tente ensuite de déterminer
l'incidence de certains phénomènes tels que le populisme et le ressentiment dans
la création et le développement de la littérature populaire. Il est bien connu que
tous deux influencent du point de vue social la création littéraire, mais notre inten
tionest de montrer quand et comment apparaît cette interaction qui favorise par
la suite la valorisation artistique d'un ouvrage selon des critères de caractère
économique.

La figura del ciego nos resulta a todos familiar. Aunque no existen estu
dios específicos a él dedicados, salvo el de Botrel, prácticamente siempre
que se alude a la literatura de cordel es obligado referirse al mediador
que vende los pliegos y reza las oraciones. Estamos acostumbrados a
encontrárnoslo en las novelas picarescas, en las obras clásicas de nuestra
B. ///., T. LXXXIX, 1987, nos 1-4, p. 313 à 326.
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literatura, en comedias, entremeses, cuentos, etc. ', y ha sido un perso


najerepresentado en cuadros, grabados y películas.
La literatura nos lo presenta acompañado de un lazarillo, de una gui
tarra o una zanfoña, con un morral donde lleva su mercancía, y un bas
tón en el que apoyarse. A esta imagen visual se le suele acercar otra de
índole moral. Así, el ciego resulta, las más de las veces, un ser huraño,
sarcástico, cínico y con frecuencia cruel.
Y la verdad es que esta unanimidad en la forma de presentarlo en la
literatura debe responder a una realidad de características muy semejant
es. Si consideramos la forma de vida y el medio en que debía sobrevivir
una persona privada de la vista en la España de los siglos XV a XVII, y
aun después, comprendemos con facilidad la necesidad de cuidarse y
defenderse como lo hacían los ciegos.
Uno de esos mecanismos de defensa era la jerigonza de que hablan,
entre otros, Lázaro de Tormes 2, y Pedro de Urdemalas 3 en la comedia
de Cervantes. Este mecanismo les pone en contacto con los picaros y gente
de mal vivir a los que unía el hecho de poseer un lenguaje específico para
no ser comprendidos por los ajenos al ramo que ellos practicaban. Esto
puede verse en multitud de textos del Siglo de Oro y nos excusa de poner
ejemplos. Pero puede verse La desordenada codicia de los bienes ajenos,
donde hay un intento de sistematización.
Estamos hablando de uno de los principales elementos que salvaguardan
la entidad de cualquier organización de este tipo : el secreto, protegido
por el lenguaje. Los conocimientos de los ciegos, como todos sabemos,
pasaban de unos a otros de la misma forma que se hacía con los conoci
mientos mágicos, gremiales, etc. 4.
1. La bibliografía sobre el pliego de cordel es mucha. Remitimos a los trabajos capi
tales de Rodríguez-Moñino, a J. Caro Baroja, Ensayo sobre la literatura de cordel,
Madrid : Rev. de Occidente, 1969, p. 21-23 y 41-70 (también pueden encontrarse en
este libro abundantes referencias a las representaciones gráficas del ciego) ; Ma Cruz
García de Enterría, Sociedad y poesía de cordel en el Barroco, Madrid ; Taurus, 1973 ;
J. Marco, Literatura popular en España en los siglos XVlliy XIX, Madrid : Taurus,
1976, 2 vols ; S. Serreno Poncela, « Romances de ciego », Papeles de Son Armadáns,
XXV, 1962, p. 241-281 ; Teatro breve de los siglos xvi y xvu, comp. J. Huerta Calvo,
Madrid : Taurus, 1985 ; H. Recoules, « Cervantes, Timoneda y los entremeses del siglo
xvii », BBMP, XL VIII, 1972, p. 231-291 ; « El ciego », Los Españoles pintados por
sí mismos, 1844, II, p. 472-482.
2. Para el ciego en el Lazarillo y sus continuaciones, vid. A. Cea Gutiérrez y J. Álvarez
Barrientos, Fuentes etnográficas en la novela picaresca. I. Los« Lazarillos », Madrid :
CSIC, 1984, p. 49-50.
3. « Fuime, y topé con un ciego,/ a quien diez meses serví,/ que, a ser años, yo supiera/
lo que no supo Merlin./ Aprendí la jerigonza,/ y a ser vistoso aprendí,/ y a componer
oraciones/ en verso airoso y gentil. » (v. 708-715). Vid. M. Cervantes, El rufián dichoso.
Pedro de Urdemalas, ed. J. Talens y N. Spadaccini, Madrid : Cátedra, 1986, p. 289.
Lope tiene también una comedia titulada Pedro de Urdemalas, donde da información
sobre las prácticas del ciego.
4. Sobre el secreto en este sentido, vid. G. Simmel, « El secreto y la sociedad secreta »,
Sociología, 1 , Madrid : Rev. de Occidente, 1927, p. 357-424. Sobre la jerigonza, además
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El lenguaje adquiere un valor más, el de la jerigonza. Además de ser


un medio de comunicación, una forma de hacer arte, etc., resulta ser una
fuente de ocultación y uno de los elementos más importantes a la hora
de dar cohesión a un grupo social. El lenguaje de la jerigonza ordena la
realidad según unos parámetros ajenos a los habituales, pero al mismo
tiempo esas coordenadas específicas inciden sobre las características de
la jerigonza. Al actuar como preservativo, el lenguaje se carga de connot
aciones que enriquecen y matizan tanto a la propia habla como a los asun
tosde que se habla y, sobre todo, a la manera de referirse a ellos. La
jerigonza adquiere, entonces, además del valor referencial para con la rea
lidad, un valor simbólico y autorreferencial, pues en sí misma significa.
De manera que el empleo de tal sistema ya incluye en una categoría social
determinada a quien lo usa.
Esta condición del ciego, que participe de los caracteres de aquellos
que están inmersos en la mala vida, proviene de su carácter itinerante y,
por tanto, marginal, que le acerca a otros grupos también mal vistos, como
eran gitanos, actores y bandoleros.
El ciego es un hombre que basa su subsistencia en dos cosas principa
lmente : en la palabra 5 y en la movilidad. De esta segunda condición le
viene la fama de correveidile, de tercero en amores y de espía. Pero es
precisamente esta condición itinerante la que le va a permitir conocer mejor
que nadie el verdadero estado de la nación, los gustos de la gente, sus
formas de vida y todo aquello que valoran o desprecian. En la ciudad
ordena y da forma a lo que « ve » en el campo, pues en la ciudad están
las imprentas.
Por lo general, siempre se ha mirado con malos ojos a aquellos que
no tenían residencia fija, pues la permanencia es un valor positivo frente
a la movilidad de determinados grupos y a la forma de vida que esta movi
lidad ocasiona. El sistema de valores de unos y otros varía, pues atiende
a coordenadas distintas. Sin embargo, en el caso del ciego, quizá haya
que matizar la observación generalizada sobre la mala consideración. Los
testimonios muestran, recordemos por ejemplo el Lazarillo 6, que era una
de los trabajos de Salillas y del Diccionario de Hidalgo, vid. A. Moralejo, « Para la
etimología de la palabra « jerigonza », RFE, LX, 1978-1980, p. 327-333 ; L. Celthrap,
The Tongueofthe Tiritones : A Study ofa Criminal Argot, Alabama, 1965 ; AA. VV.,
Culture et marginalités au xvi' siècle, Paris : Klincksieeck, 1973 ; J.L. Alonso
Hernández, Léxico del marginalismo del Siglo de Oro, Salamanca : Universidad, 1977 ;
del mismo, El lenguaje de los maleantes españoles de los siglos xvi y xvn : La
Germanía (Introducción al léxico del marginalismo), Salamanca : Universidad, 1979 ;
J. Caro Baroja, Realidad y fantasía en el mundo criminal, Madrid : CSIC, 1986, p. 50-60
y la bibliografía allí citada.
5. Caro, Ensayo (p. 48); señala que « los ciegos, en sociedades muy variadas, a causa
de la falta de visión, concentran todo su ser en la expresión verbal o musical. El ciego
es el representante del Verbo, de la voz ».
6. Puede verse también en algunos entremeses de los que publica Huerta. Por ejem
plo,en el de Timoneda, y en otros citados por Recoules, art. cit. , p. 243, nota 30. Vid.
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figura querida y hasta cierto punto necesaria, dado que conocía recur
sos,poseía soluciones a problemas variados (sus oraciones), y era porta
dorde noticias, de información, de manera que se le esperaba con interés.
La itinerancia supone entrar en contacto con una realidad más amplia
que la de aquellos que permanecen en su lugar. El ciego conoce todos
aquellos elementos que intervienen en la vida de los que necesitan ir de
un lugar a otro para viajar : posadas, caminos, ventas, mercados, y conoce
a los que allí habitan y hacen uso de ese medio : posaderos, cómicos, via
jantes, arrieros, etc.
De esta forma, porque conoce lo que sucede en las ciudades, en los
pueblos y en los despoblados, tiene una idea más clara de los gustos y
de las espectativas del público potencial y hace que su trabajo los satis
faga. Si para la gente de la ciudad — para determinadas clases sociales —
el ciego podía ser un representante de la mala vida, de la marginalidad
(como veremos luego) ; sucedía lo contrario para aquellos que vivían en
la órbita de lo rural.
En cuanto a la mercancía del ciego, hay un problema de interés que
ha tratado la crítica. Me refiero al de la autoría de tales piezas. General
mentese está de acuerdo en que el autor es o un poeta o, en menos
ocasiones, el propio ciego. De ambas opciones hay numerosos datos
literarios 7. Sin embargo, parece más frecuente que sea autor de oracio
nes y letanías que de romances. Es precisamente en este hecho, donde
se percibe mejor el carácter secreto al que antes me referí. Las oraciones,
letanías, etc., más que los romances, son las que forman parte de esa
cultura cerrada para casi todos, que tiene expresión en una forma peculiar
de cantar y recitar.
El ciego, con sus textos, lo que hace es satisfacer los deseos de los otros.
Con los romances, cuenta, informa, divierte, contribuye a fijar la historia
de los lugares, sus tradiciones y leyendas. Con las oraciones y letanías
da esperanza, sobre todo a las mujeres, de que pueden hacer realidad sus
insatisfacciones. El aspecto mágico de la palabra, de la palabra cantada
o canturreada, propio del rito, está potenciado por el ciego, que pone
en relación la insatisfacción de la gente con el aspecto religioso (la plegar
ia),mediante una fórmula poco ortodoxa, más cercana a la de magos
y santeros.
también, para el área francesa, Le garçon et l'aveugle, éd. M. Roques, Paris : Champ
ion, 1911 y G. Cohen, « La scène de l'aveugle et son valet dans le théâtre français
du Moyen Age », Romanía, XLI, 1912, p. 346-372.
7 Vid. los trabajos citados en nota 1 y A. Rodríguez-Moñino, Construcción crítica
y realidad histórica en la poesía española de los siglos XVI y xvn, Madrid ; Castalia,
1968 ; Poesía y cancioneros (siglo xvi). Madrid : RAE, 1968 ; La transmisión oral de
la poesía española en los Siglos de Oro, Barcelona : Ariel, 1976. Un testimonio intere
santepuede verse en Quevedo, « Premáticas y Aranceles Generales. Premáticas del desen
gaño contra los poetas güeros », Obras satíricas v festivas, cd. J. M* Salaverría, Madrid :
Espasa-Calpe, (Clásicos Castellanos). l%<. p «4
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Y, desde el punto de vista de los romances, el ciego daba también carta


de ciudadanía a esas insatisfacciones y esos deseos, imprimiendo en pliegos
composiciones que vivían en forma oral, sin ser producto necesariamente
suyo, ni de un poeta 8. En este sentido, la movilidad del ciego es import
ante, como se puede comprender. Como también era importante su
memoria y la forma de aprender los textos. El Padre Martín Sarmiento
habló de ello en un artículo sobre la educación de los niños, publicado
en 1786 en el Semanario Erudito :

a este tenor el ciego toma de memoria y a la letra una relación que oyó a otro ciego,
no habiendo visto los dos ciegos escritura alguna [...] ; pero esta relación siempre irá
a parar a la relación escrita. Quiero apurar el argumento. El ciego Pedro compone de
su cabeza una relación que toma de memoria ; relátasela repetidas veces a el ciego Juan
y éste la toma de memoria y a la letra 9.

Este ejemplo muestra el mecanismo de aprendizaje y fijación, desde


la oralidad, de un texto que nace, no del arte del poeta, sino de alguien
con menos conocimientos literarios, pero con más sabiduría del gusto,
del horizonte de expectativas.
De todas formas, es posible que, al hacer como hacemos esta distin
ciónentre poeta y ciego, y al adjudicar a cada uno, institucionalmente,
una condición literaria, cometamos un error. El Arcipreste de Hita
componía versos para ciegos y escribía el Libro de Buen Amor ; Góngora
componía las Soledades, y sus romances tienen un tono muy distinto ;
Rodríguez-Moñino ponía de manifiesto que a Cervantes se le tenía en su
época más por romancerista que por novelista 10. La separación entre lo
culto y lo popular en el Siglo de Oro no era tanta como a veces supone
mos, más bien sucedía lo contrario, ambos aspectos convivían a la par.
Valera, al hablar del casticismo de la cultura española, establece su sepa
ración en el siglo XVIII n. Precisamente cuando comienza a marcarse más
también el distanciamiento entre gobernantes y gobernados. En un
momento en que la noción de « clase » va tomando cuerpo y hay bas
tante movilidad social. El resultado de esta separación será el nacimiento
del interés « objetivo » por la cultura popular, por el folklore. Ya no se
participará como antes, se verá como algo ajeno, como un objeto de estu
dio. Y el ciego sufrirá este cambio de punto de vista.

8. Vid. J.-F. Botrel, « Les aveugles colporteurs d'imprimés en Espagne », Mélanges


de la Casa de Veldzquez, IX, 1973, p. 41 7-482 y X, 1974, p. 233-271 . Para el caso inte
resa la p. 259 del tomo X. Vid. también el trabajo de Gavira, « La Hermandad de cie
gos », RBAM, IV, 1927.
9 .Vid. J. del Álamo, « La educación de los niños, folleto inédito del sabio benedic
tino Fray Martín Sarmiento », RABM, XXXV, 1931, p. 67-82, 281-301 ; la cita en la
p. 287.
10. Vid. Construcción crítica y realidad histórica, p. 36-38.
11. Vid. Juan Valera, « De lo castizo de nuestra cultura en el siglo xvill y en el pre
sente », Obras completas, XX11I, p. 239-258.
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En otro texto, unas diligencias de 1790, vemos a un ciego engañado


por un joven a quien le había pedido ayuda para aprender una Sátira.
El mozo era gallego, « según conoció en su pronunciar », y al parecer
omitió leerle varios versos. Según consta en el legajo, le leyó « desde el
verso que empieza Otro con pasos grandes mide las tablas y le omitió leer
el verso que dice Un galán hay famoso, otro que dice Entre estos hay un
huerto », y varios más (AHN, Consejos, 51630/1).
El ciego recurre a los otros, los videntes, para aprender los textos, pero
también para verificar si lo que ha comprado son los pliegos que quiso
comprar. Botrel, en el artículo citado, reproduce varios casos de ciegos
que preguntan a sus lazarillos, a sus esposas o a los que pasan por allí,
para que les den fe de lo que han comprado (AHN, Consejos, 51 629/27).
Otros, quizá más expertos, se sirven del tacto para conocer el grabado
y las aguas del papel : « Por el tacto del papel y lámina conoció ser la
impresión de Gago diferente de la que [...] tuvo en su puesto » (AHN,
SACC. 1790/1248-1249).
El ciego, pues-, está expuesto a la mala voluntad del que ve, y genera
mecanismos de defensa. Por lo que se refiere al mantenimiento de su negoc
io,montado sobre la frustración de los demás, el ciego lo defiende pode
rosamente, saliendo de la legalidad unas veces, intrigando otras. En sus
problemas con las autoridades, se perfila como un tipo que vive a medio
camino entre la mendicidad y la legalidad, y cerca también del picaro.
Pérez de Herrera da ejemplo de esto cuando se refiere a la necesidad
« de atajar la manera de sacar dineros de unos ciegos, y otros que lo fin
gen no lo siendo » u. Pero donde se percibe mejor esta característica es
en los pleitos que mantuvieron con los impresores, por espacio de varios
siglos, en los que utilizan todo tipo de argumentos.
En este momento debemos hacer una distinción entre aquellos invidentes
que pertenecían a la Hermandad de la Visitación y los que iban por libre,
considerados mendigos por los ciegos de la Visitación. Estos intentaban
por todos los medios diferenciarse para mantener su estado y sus privile
gios.Por ejemplo, estaban eximidos del pago de impuestos y alcabalas

12. Vid. C. Pérez de Herrera, « Discurso Primero. De los inconvenientes que se siguen
en que pidan limosna los mendigantes fingidos, quitándosela a los verdaderos »,
Discursos del amparo de los legítimos pobres y reducción de los fingidos [...], éd. M .
Cavillac, Madrid : Espasa-Calpe, (Clásicos Castellanos), 1975, p. 44. En la p. 34 y en
las que siguen a la 44, Pérez de Herrera habla sobre los falsos ciegos y sobre las tretas
que empleaban para ganar dinero. Señala la importancia del perro. Puede verse tam
bién, para este aspecto, la nota de Rodríguez Marín a El coloquio de los perros, Madrid :
Espasa-Calpe, (Clásicos Castellanos), 1975, p. 279-281. Para la previsión social, vid.
el clásico A. Rumeu de Armas, Historia de la previsión social en España, Cofradías,
Gremios y Hermandades, Madrid, 1944.
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desde el siglo XIII, así como de la obligación de admitir tropas en sus


casas. Con razón fueron llamados « aristócratas de la pobreza » 13.
Junto a los problemas con los impresores, de los que tan culpables eran
unos como otros u, existía otro tipo de problema, menos importante
desde el punto de vista económico ; hace referencia a la distinta interpe-
tación del estrato social en que se encontraban los ciegos. Los que perte
necían a la Hermandad procuraban por todos los medios diferenciarse
del resto de los mendigos y de los ciegos no asociados, ya lo dijimos. Sin
embargo, para las autoridades, unos y otros eran iguales, de manera que
se veía natural recogerlos en el Hospital General de Madrid. Esto, que
al menos sucedió dos veces en los siglos XVII y XVlll provocó una fuerte
reacción de los ciegos hermanados para hacer valer sus prerrogativas, y
consiguieron que aquellos invidentes asociados, que habían sido encerra
dos, salieran del Hospital 15.
Estas anécdotas sirven para poner de manifiesto la lucha continua en
que se debatían los ciegos por ocupar un puesto activo en la sociedad.
Pero también indica la consideración en que ésta, la sociedad, les tenía.
Si ellos piensan que pueden ser actores, no entes pasivos limitados por
su ceguera ; los videntes casi les tienen por cosas. Y como señala Caro
Baroja, seguramente no sea ajeno a esta consideración, el rostro inexpre
sivo del ciego. Y de ello se han servido en numerosas ocasiones, para intro
ducirse allí donde un vidente no podía ser admitido. Así, el ciego era un
buen espía, pasaba inadvertido.
Las autoridades fueron conscientes de este peligro y de lo que repre
sentaba el ciego como amplificador de las quejas, como mediador de las
críticas y caja de resonancia que podía modificar, manipular o distorsionar
las noticias para darles un significado u otro. Por eso no es de extrañar que
desde el siglo XVIII se cercara, hasta hacerla desaparecer, a la Hermandad
de los ciegos. Protestaron contra su actividad, desde Campomanes y
Meléndez Valdés — Discurso sobre la necesidad de prohibir la impresión
y venta de las jácaras y romances por dañinos a las costumbres públicas — ,
hasta Quintana l6.

13. Vid. D. de Espejo, « Pleito entre ciegos e impresores (1680-1755) », RBAM, 11,
1925, p. 206-236.
14. Cfr. el artículo de Espejo y el de Botrel, X, p. 236 y ss.
15. Espejo, art. cit., p. 222-223, cuenta estos casos.
16. Vid. sus Discursos forenses, Madrid, 1821, p. 170-171 : Las jácaras y romances
relatan « guapezas y vidas mal forjadas de foragidos y ladrones, con escandalosas resis
tencias a la justicia y sus ministros, violencias y raptos de doncellas, crueles asesinatos,
[...] narraciones y cuentos indecentes que ofenden a una el recato y la decencia pública,
[...] historietas groseras de milagros supuestos y vanas devociones, condenados y almas
aparecidas », A. González Palencia, « Meléndez Valdés y la literatura de cordel »,
RBAM, 1931, p. 117-136 ; M.J. Quintana, « Las reglas del drama », Poesías, II, 1821,
vv. 552-557. Cfr. para el paso al siglo XIX, L. Romero Tobar, La novela popular
española del siglo XIX, Madrid : F. March/ Ariel, 1976, p. 31-70.
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Ahora bien, mientras se quería acabar con el instrumento difusor, se


estaba dando un movimiento de aceptación de la literatura popular, que
tiene sus primeros momentos en la época romántica. Desde José Joaquín
de Mora al escribir a Schlegel n, Fernán Caballero al recoger los Cuentos
y poesías populares, o Valera al publicar chascarrillos andaluces l8, hasta
el momento en que Milà y Fontanals les dedica el primer trabajo cientí
fico19, pasando por Bóhl de Faber, Gallardo y Duran 20, se da esta valo
ración de la poesía popular en detrimento de la figura del ciego, que va
siendo poco a poco sometido.
Un ejemplo conjunto de estas dos actitudes, lo encontramos en el caso
de don Saturnino de Olózaga, gobernador de Madrid en 1835, que pro
puso al Secretario de Estado un proyecto para acabar con la Hermandad
de la Visitación y para « sacar a nuestra poesía popular de la abyección
en que llegaron a ponerla por una parte la ignorancia y por otra los abu
sivos privilegios » de la dicha Hermandad.
El proyecto de Olózaga supuso la desaparición de la Hermandad, por
orden del 4 de abril de 1836 — aunque naturalmente no la desaparición
del ciego como mediador — y la creación de una

comisión compuesta del Duque de Rivas, Don Agustín Duran, Don José de Espronceda,
Don Ventura de la Vega, Don Mariano José de Larra, Don Manuel Bretón de los
Herreros, Don Joaquín Pacheco, Don Mariano Roca de Togores, Don Eugenio de
Ochoa, Don Ángel Iznardi y Don Antonio García Gutiérrez, [para que tomase] a su
cargo la patriótica tarea de elevar este género de literatura, destinado a popularizar
los hechos gloriosos y los rasgos cívicos dignos de imitación y alabanza [...I21.

Posteriormente nada se oye de la actividad de esta comisión, pero sí


mucho sobre denuncias a ciegos y escándalos por imprimir papeles sub
versivos. La tendencia es a acabar con ellos y con la venta callejera de
papeles. Parece que de forma natural el ciego se ha hecho eco de la injus
ticia y denuncia la situación política. De intentar satisfacer esos deseos
y de entretener, como parece que hacía prioritariamente en los primeros
siglos, ha pasado a denunciar. Ha dado, como veremos luego, una dimen-

17. Vid. C. Pitollet, La querelle caldéronienne de Johan Nikolas Bôlh de Faber et


José Joaquín de Mora reconstituée d'après ¡es documents originaux, Paris ; Alean, 1909,
p. 77-79, también G. Carnero, Los orígenes del romanticismo reaccionario español :
el matrimonio Bôlh de Faber, Valencia : Universidad, 1978.
18. J. Valera, Cuentos y chascarrillos andaluces, Madrid : F. Fe, 1896. Los publicó
en colaboración con otros autores. Vid. también Romero Tobar, op. cit., p. 21-22.
19. Vid. M. Milà y Fontanals, Observaciones sobre la poesía popular con muestras
de romances catalanes inéditos, Barcelona : Ramírez, 1853.
20. Duran, Romancero general, BAE, XII y XVI ; Gallardo, Ensayo.
21 . El informe de Olózaga se titula Informe sobre las ordenanzas de la Hermandad
de Ciegos de esta Corte, leído en la Sociedad Económica Matritense por el socio D...,
y publicado de orden de la misma, Madrid : Imp. del Colegio de Sordo-Mudos, 1835.
Vid. la Orden Ministerial en AHN, Consejos, leg. 11318, reproducida en Apéndice
por Romero Tobar.
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sión más a los asuntos que le sirven de materia literaria. Una dimensión
política. Al parecer, esta denuncia, no siempre se hizo de forma ceñida
a los hechos, y se abundó en expresiones groseras y llamativas. En lo que
hoy llamaríamos sensacionalismo, utilizando también las conexiones con
el folletín, la entrega, etc.
Se observa en esta lucha contra el ciego la distinta postura de las clases
ciudadanas y de los que viven en el campo. El interesado en la literatura
popular la siente como algo del « pueblo » y de los pueblos, no como
algo ciudadano. El folklore de las ciudades no está presente en estos estu
diosos, si no es mediante las aportaciones costumbristas, que se fijan más
en lo ciudadano que en lo rural. Son precisamente los políticos los que
quieren terminar con una figura que ven como la permanencia del pasado,
del antiguo mundo, en la ciudad. Una figura atípica en una realidad que
está cambiando y marcando más y más la separación entre clases y ambient
es. Y una realidad que empieza a incorporar una tecnología y una indust
ria en la que el ciego tiene poco lugar. Pero, mientras tanto, mientras
se intenta terminar con los ciegos, los mismos políticos los utilizan.
El problema fue que este grupo social tenía también sus intereses y,
sobre todo, una estructura económica. Si ésta no hubiera existido, reduc
ira los ciegos, mediante la beneficencia, habría sido muy fácil. Pero,
al no ser así, el proceso se complicó, porque, además, con esa estructura,
los ciegos se incorporaban a los nuevos paradigmas y sistemas de la
sociedad naciente, en la que el dinero era un valor por encima de cual
quier otro.
Antes vimos que el ciego vivía de la voz, de la palabra. Diremos ahora
que de hacer dinero esa palabra y esto va a suponer diversas cosas.
Desde el punto de vista literario es evidente que el hecho de ser litera
turade consumo impone una serie de restricciones de temas y una fidel
idadal enfoque y a las formas de presentar los textos. Supone acomodar
la creación literaria al gusto del receptor, gusto que se conoce muy bien,
y mantener siempre los elementos caracterizadores del punto de vista que
sirve para identificar como populares las obras vendidas por los ciegos.
Para ello tenían algunos trucos. Por ejemplo, con bastante frecuencia,
se remozaba el título de composiciones antiguas, manteniendo el texto
prácticamente inalterado.
La importancia del título era grande, pero también la forma en que
el ciego lo pregonara, pues de ella iba a depender que más o menos gente
se reuniera a escucharlo y le comprara la mercancía. En este sentido,
resulta interesante señalar cómo acaban convirtiéndose en características
del pliego las limitaciones físicas del que lo anuncia. Jean-Pierre Seguin n
22. J.-P. Seguin, Nouvelles à sensation. Canards du XIX' siècle, Paris : Colin, 1959,
p. 30.
322 BULLETIN HISPANIQUE

ha señalado que la fragmentación de los títulos corresponde a una nece


sidad respiratoria de los que anunciaban. Seguramente, una vez que esa
necesidad fuera asimilada por los autores, se adaptaría la ordenación sin
táctica del título a las emisiones fónicas y respiratorias.
Entre las características externas del pliego se encuentra la de ser gene
ralmente anónimo — aunque haya ciegos que firmen sus obras y hagan
constar su ceguera, como el cordobés Cristóbal Bravo 23 — y no llevar
pie de imprenta ni licencia de impresión. Además de las razones de carácter
más o menos literario que se han aducido para explicar la tradicional ano-
nímia de la literatura de cordel, hay que añadir una de carácter econó
mico. Los ciegos no querían vender pliegos en los que figurara el nombre
del autor, ni la casa y calle del impresor. Los pliegos tenían una licencia
que permitía la venta en determinados reinos y el privilegio del impresor
era por unos determinados años. De esta forma se limitaba la venta en
el espacio y en el tiempo. Si consideramos el carácter itinerante del ciego,
en el que basa su subsistencia, esta obligación de vender en un reino o
no poder exportar mercancía, se convierte en un obstáculo para el desar
rollo del negocio. El resultado era que se editaban sin nombre de autor
para poder defenderlos como propios en los tribunales, y sin licencia de
impresión, ni año, para poder diseminarlos por todo el territorio nacio
nal,hacer válida la coletilla « del presente año » y no tener que pedir
licencia.
Hay que considerar también la lentitud con que se conseguían las licen
cias, que impedía ofrecer material actualizado. Por otra parte, si se mant
enía lo sustancial del texto, aunque se cambiara el título, y ya se tenía
licencia para el antiguo, no se volvía a pedir. O a la inversa, si se cam
biaba el texto, pero se mantenía el título, se hacía lo mismo. Esta práct
ica, y el hecho de emplear ubérrimamente el giro « en el presente año »,
motivó un bando de 7 de diciembre de 1820, en el que se exigía que el
título se ajustara al texto y que se anunciaran los papeles « con el preciso
título que tengan » 24.
El de la venta de « papeles públicos » era un buen negocio, al decir
de Estebanillo González (cap. V) 2$. Era convertir en dinero las palabras

23. Sobre Bravo, vid. Rodríguez-Moñino, « Cristóbal Bravo, ruiseñor popular del
siglo XVI (Intento bibliográfico, 1572-1963) », Transmisión de ¡a poesía española.
24. Vid. Botrel, art. cit., X, p. 260.
25. Según Botrel, art. cit., X, p. 233, papeles eran las gacetas y demás papeles dia
rios, los diarios, relaciones de buenos sucesos y novedades, de reos, de comedias, las
salves que cantan los presos, los romances, las canciones, coplas, jácaras, sátiras, calen
darios, motes nuevos para damas y galanes, oraciones, papeles de devoción, estampas.
Los libritos eran los catecismos, las novenas, las cartillas, los libros de cuentas ajusta
das,almanaques, guías de forasteros, pronósticos, comedias, historias. Iris Zavala nos
da un testimonio del siglo xvm, de gran valor : un escritor anónimo, « al conmemor
ar la llegada de Carlos III, en el texto Coloquio entre un poeta y ciego : Desengaño,
que ofrece como acuchillada D. Diego Armenteros a los poetas que han escrito a la
LITERATURA Y ECONOMÍA 323

y la música. Como observó en 1601 el economista John Wheeler, « todo


lo que el hombre discursa en su espíritu no es sino mercancía » 26, y éste
es el caso de los ciegos y de los poetas que escribieron para ellos. Pode
mospensar que todo escritor trueca en dinero su obra al venderla, pero
éste es un hecho más tardío. El escritor, como el músico, tiene un mecen
as,o un empleo ajeno a la literatura. En la época que nos ocupa, creo
que sólo los ciegos y los actores — aparte escultores y pintores — esta
blecían una relación mercantil con su arte.
Se estaba empezando a dar el cambio en las condiciones de producción
que acabarían instaurando un arte de masas, popular — y que acabarían
configurando el concepto. La relación mercantil que podían tener escul
tores, pintores, incluso los músicos, quedaba matizada por la función ritual
y de culto que con tanta frecuencia tenían sus obras. En las de ciegos y
actores este carácter no existe — aunque haya algo de ritual en la asisten
cia a un teatro y al escuchar al ciego — , y de esta forma comienza a darse
también un cambio en la función del arte, en su sentido. Si una estatua
o una pintura eran únicas y se instalaban en una determinada tradición
histórica, cumpliendo una función ; la obra del ciego era susceptible de
reproducirse y multiplicarse, revolviendo el marco y su función estética,
para dar paso a un interés nuevo predominante, el económico. Se da así,
gracias a un cambio en las condiciones de producción, un cambio esté
tico, y también un cambio social y de actitud 27.
De hecho, esta posibilidad de reproducir un texto muchas veces,
contribuye también a su anonímia, pues hace que pierda su carácter único,
rasgo este que es inherente a la obra de arte culta. Es lo que sucede con
las obras de Cervantes cuande se publican en pliegos de cordel : desapar
ece el nombre del autor.
Que el ciego tuviera que saber tocar la guitarra — hasta el punto de
que a varios ciegos « rezantes y matriculados para rezar oraciones devo-

aclamación de nuestro católico monarca Don Carlos III (con lie, en Madrid, en la Imp.
de Francisco Xavier García, calle de los Capellanes, año 1750, 12 p.), comenta en inte
resante diálogo que los ciegos vendedores ganan más que los poetas. Según el public
ista, el número normal de impresiones es de 1 000 a 1 500, el máximo de 3000 y el
mínimo de 500, a razón de cuatro cuartos el pliego. Pero no todas las ganancias las
devenga el creador, ni mucho menos : es necesario pagar un 20% al impresor, al cajista
y a los libreros. El precio usual de los ciegos es de seis cuartos, y ellos lo revenden a
seis reales. En resumidas cuentas, el ciego o buhonero o ciego cantor tiene una gananc
ia de diez u once cuartos por papel. Todo depende, por lo visto, de la oferta y la
demanda. » Cfr. Clandestinidad y libertinaje erudito en los albores del siglo XVlll,
Barcelona : Ariel, 1978, p. 333. En El Buscón, Quevedo nos da a entender que los cie
gos pagaban a los poetas.
26. Vid. J. Wheeler, A Treatise of Commerce (1601), ed. G.B. Hotchkiss, Nueva
York, 1931, p. 317.
27. Vid. el excelente trabajo de W. Benjamin, « La obra de arte en la época de su
reproductibilidad técnica », Discursos interrumpidos. I, Madrid : Taurus, 1973, p. 15-57.
Algo semejante sucedió también con el grabado, al poder ser reproducido masivamente.
324 BULLETIN HISPANIQUE

tas por las calles », se les negó el permiso por no saber tocar la guitarra
y no poderse acompañar — está poniendo de relieve estos cambios y es,
en cierto modo, consecuencia de ellos. Ser ciego era una profesión para
la que había que poseer determinados instrumentos, además de ciertas
cualidades. Y así, en 1723, la Sala de Alcaldes de Madrid añadió que todo
aquel que no supiera tocar algún instrumento fuera conducido al Hospicio.
Y más tarde se dio una orden, según la cual no se consideraba ciego leg
ítimo y pobre al que no supiera tocar algún instrumento 28.
Antes que ellos, mantuvieron esta relación mercantil sus antepasados,
los juglares 29, pero mucho antes aún, en Grecia, aquellos que hicieron
de la palabra su medio de vida : los sofistas y los presocráticos, a quienes
censuró Platón por haberse convertido en mercaderes del espíritu,

no sólo porque aceptaban dinero a cambio de palabras útiles o halagüeñas, sino tam
bién porque eran productores de un discurso cuyos intercambios internos de signif
icadoeran idénticos a los intercambios de mercancías en las transacciones monetarias 30.

Platón veía en esta actitud dos peligros, el de la destrucción de la sabi


duría, de la búsqueda de la sabiduría, y la creación de una tendencia polí
tica, demagógica, que podríamos llamar « populismo » 3I. En la actitud
de los ciegos de finales del siglo XVlll y del XIX creo que puede verse esta
tendencia « populista », en la forma de presentar la situación social y polí
tica y en su aprovechar las circunstancias para decir lo que se quería oír,
estando al servicio de un grupo político u otro. El sentido económico de
su actividad era el que primaba.
Estos dos factores, el populista y el económico, se apoyan mutuamente
en la construcción de un tipo de literatura de características definidas.
Algunas de las cuales hemos visto más atrás. El populismo del ciego, al
servicio de una facción política, asegura un beneficio económico (para
él) y un beneficio político para aquellos de quienes es mediador. El caldo
de cultivo está abonado, si tenemos en consideración un elemento poco
aprovechado al estudiar los movimientos sociales. Me refiero al resent
imiento. Nietzsche lo manejó al hablar del Cristianismo en Genealogía de
la moral. Y recientemente Caro Baroja y F. Jameson lo han aplicado a
realidades diferentes 32.
28. Vid. Gavira, art. cit., p. 438.
29. Vid. R. Menéndez Pidal, Poesía juglaresca y juglares, Madrid : Espasa-Calpe,
1942 y Martín de Riquer, Los trovadores.
30. M. Shell, Dinero, lenguaje y pensamiento, México : FCE, 1985, p. 13. Más espe
cíficamente sobre sofistas y presocráticos, vid. del mismo autor, La economía de la
literatura, México : FCE, 1981, p. 77-128.
31. Vid. F. Venturi, El populismo ruso, Madrid, 1975, 2 vols ; J. Caro Baroja,
« Reflexiones sobre el populismo », Escritos combativos, Madrid : Ed. Libertarias, 1985,
p.67-98.
32. Vid. de Caro Baroja, el artículo citado en la nota precedente y de F. Jameson,
The Political Unconscious, Nueva York : Cornell University Press, 1982, s.v.
LITERATURA Y ECONOMÍA 325

Respecto a los ciegos, se puede pensar en la posibilidad de que canalice


el resentimiento de las clases menos privilegiadas al expresar las insatis
facciones, las injusticias, al potenciar admirativamente la imagen del ban
dolero y de todos aquellos que se revolvían contra un estado de cosas que
contribuía a la inmovilidad de la sociedad. Hay también otro camino para
el resentimiento, y es el del propio ciego, predestinado a la mala vida —
si no era un ciego de clase alta — y a ser vendedor de pliegos de cordel.
Este resentimiento actuaría contra aquellos que sí pueden ver y para los
que, en definitiva, no se ha cerrado la realidad y sus posibilidades.
Este sentirse agraviado, pues como dijo Saavedra Fajardo no es otra
cosa el resentimiento ", trae aparejado otro efecto : el desclasamiento del
agraviado. La lucha de clases encuentra con frecuencia en estos personaj
es un fuerte apoyo. Si estudiamos la literatura de cordel, observamos
que la producción de romances se centra en gran medida en protagonist
as que buscan la felicidad, que son objeto de injusticia por parte de los
representantes del poder y del orden establecido, de los que limitan. Hay
muchas mujeres, por ejemplo, que se vengan porque un hombre de clase
social superior las ha vejado. Son numerosos los casos que mantienen
esta estructura. Incluso considerando que esta situación fuera un tópico
literario, como era, el hecho de que se repitiera con tanta frecuencia nos
debe hacer pensar en su vigencia como reflejo de una situación de hecho,
o como expresión de un sentimiento compartido.
Estos sentimientos, muchas veces sin tener formulación clara, son los
que el ciego véhicula. Hay que suponer que la masa de oyentes y comprad
ores de sus pliegos, sin demasiada cultura como para formalizar una
teoría o para expresar de manera articulada sus sentimientos, al escuchar
los casos concretos narrados por el ciego, con nombres propios y en lugares
determinados, fijaría su sensación más o menos nebulosa y probable, en
esos casos conocidos. Aparte de que ya conocería casos « cercanos » que
contribuyeran también a esto mismo.
Así, el ciego y los que componen los romances dan expresión a ese resen
timiento latente, « inconsciente » en palabras de Jameson, y lo devuel
ven ordenado. Es decir, encarnado en un caso concreto y con una moral
ejafinal. Dan dirección política y social a un « magma », el de la opi
nión pública, que sólo espera un lider y un motivo para movilizarse. Las
denuncias sobre la forma improcedente y exagerada, facciosa, en que los
ciegos presentaban la información ponen de manifiesto el uso discrimi
nado de este medio. Me refiero a que los ciegos y todos los implicados
en el negocio manipulaban las noticias, las sensaciones de la gente, para
conseguir vender más y mejor sus creaciones. La noción de arte, el aspecto

33. Vid. Saavedra Fajardo, « Idea de un príncipe cristiano, representada en empres


as», (empresa XIV), Obras, BAE, XXV, p. 41 b.
326 BULLETIN HISPANIQUE

estético de su creación, quedaba anulado, como hemos dicho, al interpo


nerseotras intenciones.
La literatura y la economía se ven unidas, creo que por primera vez,
mediante el ciego. No me refiero ahora a las relaciones que con el naci
miento de la imprenta se dan entre autores e impresores. Queda claro que
los primeros llevan al impresor una obra de arte, de la que generalmente
no obtiene beneficios, o son mínimos, y que en cualquier caso se ha real
izado sin pensar en su venta. No es esto lo que sucede con el ciego y con
los autores para ciegos, que escriben considerando al destinatario de su
obra, igual que los dramaturgos componían sus piezas pensando en el
público.
Cuando llega el siglo XIX, la relación económica que mantenía el ciego
desde varios siglos atrás, se extiende a otros campos literarios y, respecto
a él, adquiere una dimensión más compleja, en parte porque se le suman
factores que complican la situación, y en parte porque se tiende a exter
minarlo como vendedor y resto de un mundo antiguo en extinción. De
modo semejante se fue acabando con otros vendedores ambulantes 34.
La paradoja quizá sea que, más o menos, cuando el ciego desaparece
como institución vendedora, se han instaurado en el mundo artístico y
literario aquellas características técnicas y económicas, también sus prio
ridades, que dieron carácter y singularidad a su actividad. Quiero decir
que se han establecido relaciones económicas fuertes entre autores y
editores, y se considera el éxito de ventas como una forma de valoración
artística. Se publica para vender y se venderá más si el objeto ofrecido
mantiene una determinada relación entre la realidad que ofrece y aquella
a la que se dirige. En este sentido, la relación palabra-dinero, se vuelve
inexcusable como reflejo de las nuevas formas de valoración artística 3í :
el éxito económico sería reflejo del valor artístico. Pero esto será ya objeto,
de otro trabajo.

34. Ecos de esto podemos encontrar en la sesión del 21 de enero de 1823, de la Socie
dadLandaburiana, en la que « Lacabra abogó porque se permitiese a los ciegos de nuevo
vocear los periódicos durante el día, mientras la nación no pudiese organizar su reco
gida en casas adecuadas ». Cfr. A. Gil Novales, Las Sociedades Patrióticas (1820-1823),
I, Madrid : Tecnos, 1975, p. 728.
35. Vid. más desarrollado este aspecto, y con referencia a Juan Valera, mi trabajo
« Ideas de Juan Valera sobre la novela romántica », Romanticismo, 3, Atti del IV Con-
gresso sul Romanticismo Spagnolo e Ispanoamericano (9-1 1 abril 1987), Genova, 1988
(en prensa).

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