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Álvarez Barrientos
Résumé
Este artículo intenta acercarse a varios fenómenos de la literatura española entre los siglos XVI y XIX, teniendo la figura del
ciego como hilo conductor. Después de hacer un rápido recorrido por la organización gremial del ciego y tratar algunos asuntos
relacionados con él, se inicia el estudio de la influencia de la economía en el pensamiento creador, y se intenta conocer la
incidencia de fenómenos como el populismo y el resentimiento en la creación y desarrollo de la literatura popular. Es sabido que
ambos inciden socialmente en la creación literaria, pero la intención aquí es ver cómo y cuándo comienza a darse esta
interacción que auspicia después la valoración artística de una obra según criterios de carácter económico.
Resumen
Le présent article constitue une tentative d'approche de plusieurs phénomènes de la littérature espagnole entre le XVIe et le
XIXe siècle, en prenant l'aveugle comme fil conducteur. Après un rapide survol de l'organisation corporative des aveugles et de
certains sujets en rapport avec eux, vient une étude de l'influence des facteurs économiques sur la pensée créatrice et on tente
ensuite de déterminer l'incidence de certains phénomènes tels que le populisme et le ressentiment dans la création et le
développement de la littérature populaire. Il est bien connu que tous deux influencent du point de vue social la création littéraire,
mais notre intention est de montrer quand et comment apparaît cette interaction qui favorise par la suite la valorisation artistique
d'un ouvrage selon des critères de caractère économique.
Álvarez Barrientos J. Literatura y economía en España. El ciego. In: Bulletin Hispanique. Tome 89, N°1-4, 1987. pp. 313-326.
doi : 10.3406/hispa.1987.4624
http://www.persee.fr/web/revues/home/prescript/article/hispa_0007-4640_1987_num_89_1_4624
LITERATURA Y ECONOMÍA EN ESPAÑA.
EL CIEGO.
La figura del ciego nos resulta a todos familiar. Aunque no existen estu
dios específicos a él dedicados, salvo el de Botrel, prácticamente siempre
que se alude a la literatura de cordel es obligado referirse al mediador
que vende los pliegos y reza las oraciones. Estamos acostumbrados a
encontrárnoslo en las novelas picarescas, en las obras clásicas de nuestra
B. ///., T. LXXXIX, 1987, nos 1-4, p. 313 à 326.
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figura querida y hasta cierto punto necesaria, dado que conocía recur
sos,poseía soluciones a problemas variados (sus oraciones), y era porta
dorde noticias, de información, de manera que se le esperaba con interés.
La itinerancia supone entrar en contacto con una realidad más amplia
que la de aquellos que permanecen en su lugar. El ciego conoce todos
aquellos elementos que intervienen en la vida de los que necesitan ir de
un lugar a otro para viajar : posadas, caminos, ventas, mercados, y conoce
a los que allí habitan y hacen uso de ese medio : posaderos, cómicos, via
jantes, arrieros, etc.
De esta forma, porque conoce lo que sucede en las ciudades, en los
pueblos y en los despoblados, tiene una idea más clara de los gustos y
de las espectativas del público potencial y hace que su trabajo los satis
faga. Si para la gente de la ciudad — para determinadas clases sociales —
el ciego podía ser un representante de la mala vida, de la marginalidad
(como veremos luego) ; sucedía lo contrario para aquellos que vivían en
la órbita de lo rural.
En cuanto a la mercancía del ciego, hay un problema de interés que
ha tratado la crítica. Me refiero al de la autoría de tales piezas. General
mentese está de acuerdo en que el autor es o un poeta o, en menos
ocasiones, el propio ciego. De ambas opciones hay numerosos datos
literarios 7. Sin embargo, parece más frecuente que sea autor de oracio
nes y letanías que de romances. Es precisamente en este hecho, donde
se percibe mejor el carácter secreto al que antes me referí. Las oraciones,
letanías, etc., más que los romances, son las que forman parte de esa
cultura cerrada para casi todos, que tiene expresión en una forma peculiar
de cantar y recitar.
El ciego, con sus textos, lo que hace es satisfacer los deseos de los otros.
Con los romances, cuenta, informa, divierte, contribuye a fijar la historia
de los lugares, sus tradiciones y leyendas. Con las oraciones y letanías
da esperanza, sobre todo a las mujeres, de que pueden hacer realidad sus
insatisfacciones. El aspecto mágico de la palabra, de la palabra cantada
o canturreada, propio del rito, está potenciado por el ciego, que pone
en relación la insatisfacción de la gente con el aspecto religioso (la plegar
ia),mediante una fórmula poco ortodoxa, más cercana a la de magos
y santeros.
también, para el área francesa, Le garçon et l'aveugle, éd. M. Roques, Paris : Champ
ion, 1911 y G. Cohen, « La scène de l'aveugle et son valet dans le théâtre français
du Moyen Age », Romanía, XLI, 1912, p. 346-372.
7 Vid. los trabajos citados en nota 1 y A. Rodríguez-Moñino, Construcción crítica
y realidad histórica en la poesía española de los siglos XVI y xvn, Madrid ; Castalia,
1968 ; Poesía y cancioneros (siglo xvi). Madrid : RAE, 1968 ; La transmisión oral de
la poesía española en los Siglos de Oro, Barcelona : Ariel, 1976. Un testimonio intere
santepuede verse en Quevedo, « Premáticas y Aranceles Generales. Premáticas del desen
gaño contra los poetas güeros », Obras satíricas v festivas, cd. J. M* Salaverría, Madrid :
Espasa-Calpe, (Clásicos Castellanos). l%<. p «4
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a este tenor el ciego toma de memoria y a la letra una relación que oyó a otro ciego,
no habiendo visto los dos ciegos escritura alguna [...] ; pero esta relación siempre irá
a parar a la relación escrita. Quiero apurar el argumento. El ciego Pedro compone de
su cabeza una relación que toma de memoria ; relátasela repetidas veces a el ciego Juan
y éste la toma de memoria y a la letra 9.
12. Vid. C. Pérez de Herrera, « Discurso Primero. De los inconvenientes que se siguen
en que pidan limosna los mendigantes fingidos, quitándosela a los verdaderos »,
Discursos del amparo de los legítimos pobres y reducción de los fingidos [...], éd. M .
Cavillac, Madrid : Espasa-Calpe, (Clásicos Castellanos), 1975, p. 44. En la p. 34 y en
las que siguen a la 44, Pérez de Herrera habla sobre los falsos ciegos y sobre las tretas
que empleaban para ganar dinero. Señala la importancia del perro. Puede verse tam
bién, para este aspecto, la nota de Rodríguez Marín a El coloquio de los perros, Madrid :
Espasa-Calpe, (Clásicos Castellanos), 1975, p. 279-281. Para la previsión social, vid.
el clásico A. Rumeu de Armas, Historia de la previsión social en España, Cofradías,
Gremios y Hermandades, Madrid, 1944.
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13. Vid. D. de Espejo, « Pleito entre ciegos e impresores (1680-1755) », RBAM, 11,
1925, p. 206-236.
14. Cfr. el artículo de Espejo y el de Botrel, X, p. 236 y ss.
15. Espejo, art. cit., p. 222-223, cuenta estos casos.
16. Vid. sus Discursos forenses, Madrid, 1821, p. 170-171 : Las jácaras y romances
relatan « guapezas y vidas mal forjadas de foragidos y ladrones, con escandalosas resis
tencias a la justicia y sus ministros, violencias y raptos de doncellas, crueles asesinatos,
[...] narraciones y cuentos indecentes que ofenden a una el recato y la decencia pública,
[...] historietas groseras de milagros supuestos y vanas devociones, condenados y almas
aparecidas », A. González Palencia, « Meléndez Valdés y la literatura de cordel »,
RBAM, 1931, p. 117-136 ; M.J. Quintana, « Las reglas del drama », Poesías, II, 1821,
vv. 552-557. Cfr. para el paso al siglo XIX, L. Romero Tobar, La novela popular
española del siglo XIX, Madrid : F. March/ Ariel, 1976, p. 31-70.
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comisión compuesta del Duque de Rivas, Don Agustín Duran, Don José de Espronceda,
Don Ventura de la Vega, Don Mariano José de Larra, Don Manuel Bretón de los
Herreros, Don Joaquín Pacheco, Don Mariano Roca de Togores, Don Eugenio de
Ochoa, Don Ángel Iznardi y Don Antonio García Gutiérrez, [para que tomase] a su
cargo la patriótica tarea de elevar este género de literatura, destinado a popularizar
los hechos gloriosos y los rasgos cívicos dignos de imitación y alabanza [...I21.
sión más a los asuntos que le sirven de materia literaria. Una dimensión
política. Al parecer, esta denuncia, no siempre se hizo de forma ceñida
a los hechos, y se abundó en expresiones groseras y llamativas. En lo que
hoy llamaríamos sensacionalismo, utilizando también las conexiones con
el folletín, la entrega, etc.
Se observa en esta lucha contra el ciego la distinta postura de las clases
ciudadanas y de los que viven en el campo. El interesado en la literatura
popular la siente como algo del « pueblo » y de los pueblos, no como
algo ciudadano. El folklore de las ciudades no está presente en estos estu
diosos, si no es mediante las aportaciones costumbristas, que se fijan más
en lo ciudadano que en lo rural. Son precisamente los políticos los que
quieren terminar con una figura que ven como la permanencia del pasado,
del antiguo mundo, en la ciudad. Una figura atípica en una realidad que
está cambiando y marcando más y más la separación entre clases y ambient
es. Y una realidad que empieza a incorporar una tecnología y una indust
ria en la que el ciego tiene poco lugar. Pero, mientras tanto, mientras
se intenta terminar con los ciegos, los mismos políticos los utilizan.
El problema fue que este grupo social tenía también sus intereses y,
sobre todo, una estructura económica. Si ésta no hubiera existido, reduc
ira los ciegos, mediante la beneficencia, habría sido muy fácil. Pero,
al no ser así, el proceso se complicó, porque, además, con esa estructura,
los ciegos se incorporaban a los nuevos paradigmas y sistemas de la
sociedad naciente, en la que el dinero era un valor por encima de cual
quier otro.
Antes vimos que el ciego vivía de la voz, de la palabra. Diremos ahora
que de hacer dinero esa palabra y esto va a suponer diversas cosas.
Desde el punto de vista literario es evidente que el hecho de ser litera
turade consumo impone una serie de restricciones de temas y una fidel
idadal enfoque y a las formas de presentar los textos. Supone acomodar
la creación literaria al gusto del receptor, gusto que se conoce muy bien,
y mantener siempre los elementos caracterizadores del punto de vista que
sirve para identificar como populares las obras vendidas por los ciegos.
Para ello tenían algunos trucos. Por ejemplo, con bastante frecuencia,
se remozaba el título de composiciones antiguas, manteniendo el texto
prácticamente inalterado.
La importancia del título era grande, pero también la forma en que
el ciego lo pregonara, pues de ella iba a depender que más o menos gente
se reuniera a escucharlo y le comprara la mercancía. En este sentido,
resulta interesante señalar cómo acaban convirtiéndose en características
del pliego las limitaciones físicas del que lo anuncia. Jean-Pierre Seguin n
22. J.-P. Seguin, Nouvelles à sensation. Canards du XIX' siècle, Paris : Colin, 1959,
p. 30.
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23. Sobre Bravo, vid. Rodríguez-Moñino, « Cristóbal Bravo, ruiseñor popular del
siglo XVI (Intento bibliográfico, 1572-1963) », Transmisión de ¡a poesía española.
24. Vid. Botrel, art. cit., X, p. 260.
25. Según Botrel, art. cit., X, p. 233, papeles eran las gacetas y demás papeles dia
rios, los diarios, relaciones de buenos sucesos y novedades, de reos, de comedias, las
salves que cantan los presos, los romances, las canciones, coplas, jácaras, sátiras, calen
darios, motes nuevos para damas y galanes, oraciones, papeles de devoción, estampas.
Los libritos eran los catecismos, las novenas, las cartillas, los libros de cuentas ajusta
das,almanaques, guías de forasteros, pronósticos, comedias, historias. Iris Zavala nos
da un testimonio del siglo xvm, de gran valor : un escritor anónimo, « al conmemor
ar la llegada de Carlos III, en el texto Coloquio entre un poeta y ciego : Desengaño,
que ofrece como acuchillada D. Diego Armenteros a los poetas que han escrito a la
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aclamación de nuestro católico monarca Don Carlos III (con lie, en Madrid, en la Imp.
de Francisco Xavier García, calle de los Capellanes, año 1750, 12 p.), comenta en inte
resante diálogo que los ciegos vendedores ganan más que los poetas. Según el public
ista, el número normal de impresiones es de 1 000 a 1 500, el máximo de 3000 y el
mínimo de 500, a razón de cuatro cuartos el pliego. Pero no todas las ganancias las
devenga el creador, ni mucho menos : es necesario pagar un 20% al impresor, al cajista
y a los libreros. El precio usual de los ciegos es de seis cuartos, y ellos lo revenden a
seis reales. En resumidas cuentas, el ciego o buhonero o ciego cantor tiene una gananc
ia de diez u once cuartos por papel. Todo depende, por lo visto, de la oferta y la
demanda. » Cfr. Clandestinidad y libertinaje erudito en los albores del siglo XVlll,
Barcelona : Ariel, 1978, p. 333. En El Buscón, Quevedo nos da a entender que los cie
gos pagaban a los poetas.
26. Vid. J. Wheeler, A Treatise of Commerce (1601), ed. G.B. Hotchkiss, Nueva
York, 1931, p. 317.
27. Vid. el excelente trabajo de W. Benjamin, « La obra de arte en la época de su
reproductibilidad técnica », Discursos interrumpidos. I, Madrid : Taurus, 1973, p. 15-57.
Algo semejante sucedió también con el grabado, al poder ser reproducido masivamente.
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tas por las calles », se les negó el permiso por no saber tocar la guitarra
y no poderse acompañar — está poniendo de relieve estos cambios y es,
en cierto modo, consecuencia de ellos. Ser ciego era una profesión para
la que había que poseer determinados instrumentos, además de ciertas
cualidades. Y así, en 1723, la Sala de Alcaldes de Madrid añadió que todo
aquel que no supiera tocar algún instrumento fuera conducido al Hospicio.
Y más tarde se dio una orden, según la cual no se consideraba ciego leg
ítimo y pobre al que no supiera tocar algún instrumento 28.
Antes que ellos, mantuvieron esta relación mercantil sus antepasados,
los juglares 29, pero mucho antes aún, en Grecia, aquellos que hicieron
de la palabra su medio de vida : los sofistas y los presocráticos, a quienes
censuró Platón por haberse convertido en mercaderes del espíritu,
no sólo porque aceptaban dinero a cambio de palabras útiles o halagüeñas, sino tam
bién porque eran productores de un discurso cuyos intercambios internos de signif
icadoeran idénticos a los intercambios de mercancías en las transacciones monetarias 30.
34. Ecos de esto podemos encontrar en la sesión del 21 de enero de 1823, de la Socie
dadLandaburiana, en la que « Lacabra abogó porque se permitiese a los ciegos de nuevo
vocear los periódicos durante el día, mientras la nación no pudiese organizar su reco
gida en casas adecuadas ». Cfr. A. Gil Novales, Las Sociedades Patrióticas (1820-1823),
I, Madrid : Tecnos, 1975, p. 728.
35. Vid. más desarrollado este aspecto, y con referencia a Juan Valera, mi trabajo
« Ideas de Juan Valera sobre la novela romántica », Romanticismo, 3, Atti del IV Con-
gresso sul Romanticismo Spagnolo e Ispanoamericano (9-1 1 abril 1987), Genova, 1988
(en prensa).