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LAS VENTAJAS DE SER UNA VÍCTIMA

Ser una víctima tiene abundantes ventajas. En especial que me descarga de toda
responsabilidad sobre mi vida. La víctima te dirá que es infeliz porque su pareja o familia le
hacen infeliz. Culpará al gobierno o a su empresa de su mala situación económica, vital,
emocional.

Y es que no importa cuánto haya de verdad o no en estas afirmaciones. El problema es que


entrego el poder de mis acciones a otras personas. Delego en otros la responsabilidad. En
todos los ámbitos de mi vida.

Los problemas están ahí, pero yo decido si quiero otorgarles el poder de control o no.

Tú no te comportas así porque tus padres te educaron mal. No sufres porque el jefe no te
valora o la empresa va de mal en peor. No estás deprimido porque hay crisis. Tu actitud está
derivada de lo que has decidido hacer con todas estas cosas. Si tu manera habitual de encarar
las cosas es la queja continua, culpar a otros, autoengañarte o justificarte, enhorabuena, estás
comportándote como una víctima.

Una víctima no soluciona problemas, sólo los padece. Y además, mayoritariamente


distorsionados. Se reconoce a la víctima porque siempre está esperando que los demás le
solucionen la papeleta, ya se trate de cuestiones económicas, de salud o de educación. De
verdad que no tengo nada en contra del estado del bienestar, pero gran parte del sufrimiento
que esta crisis ha generado, está basado en que nos hemos acostumbrado a que “papá
Estado” se haga cargo de nosotros en todos los ámbitos. Y ésta no tiene que ser la única
manera de vivir. De hecho, seguramente hay formas de vivir que no eliminan tan radicalmente
la voluntad y fuerza que siempre hemos tenido. Quizá hemos entregado nuestra pasión,
creatividad e independencia a poderes externos.

Deja de quejarte! No vas a solucionar nada y además a nadie le importa lo mucho o poco que
te quejes. Deja de esperar que un acontecimiento milagroso, producido por causas ajenas a ti,
va a restaurar tu equilibrio perdido. O que un mesías religioso o político va a hacer lo propio.
Deja de delegar el liderazgo de todos los ámbitos de tu vida.
Podemos empezar por hablar con un nuevo lenguaje. Un lenguaje proactivo. La víctima habla
un con un lenguaje reactivo. Todo lo que expresa, implica una programación mental llena
distorsiones, sobre todo en lo que tiene que ver con la responsabilidad de sus acciones.

¿Cómo se expresa este lenguaje reactivo?

Imagina que sales un sábado por la noche con tu amigo Javier y volvéis a casa los dos
borrachos. Como persona reactiva o víctima, me costará responsabilizarte de la parte que te
toca, por lo tanto expresarás cosas como :”Javier me emborrachó ayer”.
LAS VENTAJAS DE SER OPTIMISTA
El optimismo no es una manera pasiva de mirar al mundo. No es un modo autocomplaciente
de enfrentarte a la vida ni una forma de escapismo. Más bien al contrario. El optimista es
capaz de ver el mundo en todas sus dimensiones, con sus luces y sombras, con sus alegrías y
dificultades. Lo que hace optimista al optimista es el patrón de actitud con el que se enfrenta a
esta escala de grises.

El optimista inteligente sabe que la vida está compuesta de momentos dulces y amargos, pero
tiene la convicción de que los momentos amargos se pueden superar. Que las dificultades son
transitorias y circunstanciales. Piensa incluso que superar esas dificultades le puede ayudar a
ser más fuerte y más sabio. Y de esa forma conseguir sus objetivos con más eficacia.

El optimista sabe que la vida no es ni una misión imposible llena de obstáculos y desgracias, ni
un camino de rosas lleno de cosas maravillosas. Valora las cosas en su justa medida. Sabe que
las cosas que dependen de él que cambien, las puede cambiar. Y hará todo lo posible por
cambiarlas. Porque confía en cambiarlas. Y confía en sus propias habilidades para cambiarlas.

El optimista confía tanto en sus propias capacidades como en las de otros, o en la flexibilidad
del entorno o de sí mismo para amoldarse a sus necesidades.

El optimista acepta la realidad, pero cree que las cosas pueden mejorar. Esto le lleva, a veces
inconscientemente, a adoptar comportamientos que provocan que las cosas mejoren.

Lo más increíble de esta actitud es precisamente eso. Que provoca acción. Y, estadísticamente,
cuanto más haces, más posibilidades tienes de obtener buenos resultados. O al menos, de
obtener resultados, que aunque sean erróneos, te ayudarán a aprender de tus errores, de
nuevo gracias a esa actitud optimista.
El optimista se centra en lo que depende de él. En lo que puede cambiar. Y se da cuenta de
que casi todo lo que se puede cambiar está en uno mismo. En lo que uno hace. Por eso
destierra la queja de su vocabulario. La queja y la pasividad. El optimismo es una actitud de
acción, no de ver las cosas de color de rosa desde un sillón. Una persona optimista hace, se
arriesga, se equivoca, se cae, se levanta. Asume que las cosas pueden mejorar. No niega la
posibilidad de mejora del mundo y de sí mismo.

El optimista contagia con sus acciones y su ejemplo a los demás. Arrastra. Es otra de las
razones por las que consiguen sus objetivos. Porque arrastran consigo una cuadrilla de
seguidores que les ayudan en sus propósitos.

El optimista actúa para conseguir objetivos, no para huir del malestar.

El optimista cambia el “no puedo hacer esto” por “¿Cómo puedo hacer esto?”.

Cambia el “no estoy a la altura” por “Voy a empezar con lo que tengo”.

Convierte los problemas en ventajas.

No busca un lápiz mejor, sino que aprende a escribir mejor.

Sabe que las soluciones a veces se encuentran en los caminos menos transitados.

Las gafas con las que filtra la realidad están barnizadas de flexibilidad y empatía.

No sólo acepta que tiene que actuar, sino que actúa.

Sabe que la realidad no existe, sino sólo mi interpretación. Y decide filtrar de forma positiva e
inteligente.

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