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ANTOLOGÍA DE SUS ESCRITOS 3

MARCELINO IRAGUI REDÍN, OCD

SÁNAME, SEÑOR
Jesús sana hoy

Monte Carmelo
4 M. MARŒA LUISA ZANCAJO

1ª Edición: Enero 2007


1ª Reimpresión: Julio 2007
2ª Reimpresión: Noviembre 2007
3ª Reimpresión: Febrero 2009
4ª Reimpresión: Octubre 2010
5ª Reimpresión: Octubre 2013

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ANTOLOGÍA DE SUS ESCRITOS 5

INTRODUCCIÓN

Jesús comienza su gran tarea de evangelización


sanando las enfermedades de su tiempo. Y Jesús
desea que sus discípulos continuemos su gran tarea
sanando las enfermedades de nuestro tiempo.
Con el progreso de la ciencia médica la enferme-
dad corporal está más o menos controlada. Pero con
el estrés de la vida moderna la enfermedad interior va
haciendo estragos cada vez mayores. El ser humano en
nuestros días se encuentra muy enfermo espiritual y
psíquicamente.
Todos nacemos con numerosos mensajes, tanto
positivos como negativos, escritos en nuestro interior:
mensajes que condicionan toda nuestra existencia
terrena. Muchos, en nuestra cultura de prisas, ambicio-
nes, decepciones, egoísmos y conflictos de proporcio-
nes globales, nacen con mentiras grabadas en su sub-
consciente, mentiras como: Nadie me quiere; soy un
estorbo; no sirvo para nada; todos me miran mal; yo
soy el culpable de todo...
Con frecuencia las tales mentiras van acompañadas
de propósitos dañinos, como: Tengo que brillar para
que me acepten; tengo que dominar para que no me
aplasten; no me fiaré de nadie; cuando pueda me ven-
garé...
6 SÁNAME, SEÑOR

Tanto los mensajes, como los propósitos, están


escritos en el subconsciente, no a nivel de razón, sino
de sentimientos. Una mentira en casa de buen grado
abre la puerta a otras. Eso explica por qué las masas se
tragan alegremente tantas mentiras como aparecen en
los medios de comunicación. Lo más alarmante de
nuestra cultura es el triunfo global de la mentira: felici-
dad igual a dinero, poder, placer incontrolado...
Aquí es donde Jesús nos urge hoy a sus discípulos:
Recordad a mis hermanos, que todos son una familia
con un Padre en el cielo. Decidles que, mientras pere-
grinan por este mundo pasajero, no olviden que al
final les espera la casa del Padre y la fiesta sin fin. Los
que tienen esa visión necesitan muy pocas cosas para
vivir en paz y ser felices. Los que de ella carecen con
nada podrán satisfacer su sed de felicidad.
Y Jesús nos urge hoy a sus ministros: Decid a mis
discípulos cuánto les amo y cómo deseo su felicidad
aquí y ahora. Explicadles que yo tengo las llaves de su
mundo interior y que soy capaz de borrar viejos men-
sajes, y de grabar nuevos, que pueden dar un giro de
180 grados a una vida humana.

Oremos

Señor Jesús, Creo que tú eres el Hijo de Dios, el


Salvador de toda la familia de Dios. Aumenta mi fe.
Entra en mi mundo interior y borra toda mentira que
anida en mí. Con el fuego de tu Espíritu graba en mí tu
verdad: dime cómo me ve nuestro Padre Dios. Haz que
yo pueda aceptar mi vida como un precioso don y
hacer de mi vida un don a ti y a mis hermanos; haz que
pueda ver a los demás como los ves tú, amarlos como
los amas tú.
INTRODUCCIÓN 7

Espíritu Santo, me ofrezco a ti, pobre como soy,


para que hagas de mí un instrumento tuyo portador
del amor del Padre, de la sanación de Jesús y de tu
consuelo. Sólo quiero vivir para el bien de mis herma-
nos y para la gloria de la Santísima Trinidad. Así sea.
8 SÁNAME, SEÑOR
1. EVANGELIZAR SANANDO 9

1 Evangelizar sanando

Profetas de esperanza

“¡Levántate, amor mío, hermosa mía, ven!


Porque, mira, ha pasado el invierno,
han cesado las lluvias, ya se han ido.
La tierra se cubre de flores,
Llega el tiempo de las canciones” (Ct 2,10-12)

Estas palabras bíblicas son un himno a la esperan-


za, inspirado en el amor. El hombre vive de esperan-
zas. Por eso el mundo necesita profetas de esperanza:
personas que viven de cara a Dios y reflejan la luz de
Dios; personas llenas del amor de Dios y capaces de
transmitirlo a los demás; personas que creen en un
futuro mejor y, de algún modo, lo hacen ya presente
porque lo están viviendo.
Hace dos mil años resonaba, llena de esperanza, la
voz del gran profeta Jesús de Nazaret; y hoy sigue
resonando: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de
Dios está cerca; convertíos y creed la Buena Nueva”
(Mc 1,15).
10 SÁNAME, SEÑOR

De algún modo misterioso Jesús se acerca a todo


ser humano y dice: “Mira, estoy a la puerta y llamo; si
oyes mi voz y me abres, entraré en tu casa y cenaré
contigo” (Ap 3,20). A Jesús le encanta sentarse a la
mesa con pecadores arrepentidos. Y cuando Jesús
entra en tu vida, el Reino de Dios se hace presente en
ti. Jesús te ofrece el amor eterno del Padre y el don del
Espíritu, la gracia y el perdón, la sanación y la libera-
ción, la comunión de los hermanos, la vida eterna y la
fiesta que nunca acaba. Esa es la Buena Nueva. Tan
buena y tan nueva que nos parece increíble.
Sucedió hace 2000 años en Nazaret, y puede suce-
der hoy en tu vida, si después de leer Lc 4, 16-22, cie-
rras los ojos y oras en fe. Deja que la palabra de Jesús
resuene en tu interior: “El Espíritu del Señor sobre mí,
porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los
pobres la buena nueva, a proclamar la liberación a los
cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los
oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”.
Con toda la fe que Dios te ha dado, dile a Jesús:
“Señor, tú me ves por dentro: soy tan pobre que caigo
a cada paso, que nunca acabo de hacer el bien que
deseo, ni puedo saldar la enorme deuda de amor que
tengo; tan pobre que a veces sólo veo en mí un mon-
tón de basura, o un ser despreciable”. Y escucha a
Jesús que te asegura: “Mis predilectos siempre fueron
los pobres. Yo te amo como eres. Tu nombre está
escrito en mi corazón. Acepta mi amistad y acepta
también tu pobreza, que todos mis méritos son tuyos.
Ten paciencia: si cultivas mi amistad y confías en mí,
llegará el día en que todos puedan ver reflejada en ti
mi imagen”.
Con toda humildad dile a Jesús: “Señor, libera a
este pobre cautivo. ¡Cuántas veces me veo encarcela-
do en mi propio yo! Encadenado por mis miedos y
complejos a un pasado poco feliz, soy incapaz de
1. EVANGELIZAR SANANDO 11

moverme hacia un futuro mejor”. Y Jesús te dice: “No


temas; yo estoy contigo para romper tus cadenas. Mi
Palabra y mi Espíritu te liberarán de toda mentira; con-
migo vencerás a los enemigos que destruyen tu salud
y serás libre, hijo de Dios”.
Con toda confianza dile a Jesús: “Señor, aquí tie-
nes a un ciego de nacimiento, incapaz de percibir su
propia dignidad y destino como hijo de Dios, incapaz
de apreciar la belleza y dignidad de los demás”.
Visualiza a Jesús que se acerca, toca tus ojos y éstos se
abren a un mundo nuevo. En adelante tu vida será
como un viaje de descubrimiento, lleno de expecta-
ción, aventura y sorpresas. Una de las mayores será
descubrir el rostro de Jesús en todos tus hermanos: en
cada uno de ellos una faceta distinta.
Con corazón contrito dile a Jesús: “Señor, ya ves
cómo camino oprimido bajo el peso de mis propios
pecados, complejos, conflictos, sentimientos negati-
vos, enfermedades, achaques. A veces, todo ello agra-
vado por la incomprensión y rechazo de los demás”. Y
escucha a Jesús que te invita: “Deja tu carga a mis
pies. Toma mi cruz salvadora y sígueme; y hallarás des-
canso para tu alma. Porque mi yugo es suave y mi
carga ligera. Mi gracia te basta, porque mi fuerza se
muestra perfecta en la flaqueza”.
En sus días Jesús proclamaba la Buena Nueva con
palabras y con obras. Ungido por el Espíritu, anuncia-
ba el Evangelio con palabras llenas de gracia y sabidu-
ría. “Entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Y que-
daron asombrados de su doctrina, porque les enseña-
ba como quien tiene autoridad, y no como los escri-
bas” (Mc 1,21s). “Y todos daban testimonio de él y
estaban admirados de las palabras llenas de gracia
que salían de su boca”. (Lc 4,22)
La enseñanza de Jesús iba siempre acompañada, a
veces precedida, por obras de misericordia, conversio-
12 SÁNAME, SEÑOR

nes, curaciones y milagros. “La ciudad entera estaba


agolpada en la puerta, Jesús curó a muchos que ado-
lecían de diversas enfermedades y expulsó muchos
demonios” (Mc 1,33s). Mateo concluye: “Él tomó
nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermeda-
des” (Mt 8,17). Y Pedro comenta: “ Dios ungió a Jesús
de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder, y él pasó
haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por
el diablo, porque Dios estaba con él”. (Hch 10,38)
Las palabras de Jesús reflejan la sabiduría de Dios;
sus obras el poder de Dios. Y tanto sus palabras como
sus obras manifiestan el amor de Dios. “Porque tanto
amó Dios al mundo que envió a su Hijo único, para
que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga
vida eterna” (Jn 3,16). Cada conversión, cada curación
o liberación es una nueva conquista para Jesús, repre-
senta un nuevo avance del reino, y trae un nuevo anun-
cio de la Buena Nueva.

Jesús delega su misión y su poder

“Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi


Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros. Como el
Padre me envió, también yo os envío. Recibid el
Espíritu Santo” (Jn 14,20; 20,21s). Jesús resucitado
vive para siempre en sus discípulos. A través de sus
discípulos desea continuar su misión, por la fuerza del
Espíritu.
Ofrécete como su instrumento y dile que te revista
de esa fuerza divina. Los discípulos estamos llamados
a proclamar la Buena Nueva, no con la sabiduría de
este mundo, sino como canales del Espíritu. “El
Paráclito que el Padre enviará en mi nombre, os lo
enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he
dicho” (Jn 14,26). Para ello hay que escuchar larga-
mente en el silencio del corazón.
1. EVANGELIZAR SANANDO 13

Si oramos y confiamos en las promesas del


Maestro, la proclamación de la Buena Nueva irá acom-
pañada de obras de misericordia, de curaciones, libe-
raciones y otras señales de la presencia del Reino,
sobre todo de vidas cambiadas. “Id proclamando que
el Reino de los Cielos está cerca. Sanad enfermos,
resucitad muertos, limpiad leprosos, expulsad demo-
nios. De gracia lo recibisteis: dadlo de gracia” (Mt
10,7s).
Para recobrar la fe y la esperanza el mundo de hoy
necesita conocer que el Reino de Dios está cerca: que
el Salvador vive entre nosotros; que a través de su
Iglesia y sus discípulos continúa su misión de amor, de
perdón de sanación y liberación. El panorama de fe
cambiará totalmente cuando los ministros de Dios
podamos decir: “Mi palabra y mi predicación no tuvie-
ron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría,
sino que fueron una demostración del Espíritu y del
poder, para que vuestra fe se fundase, no en la sabidu-
ría de los hombres sino en el poder de Dios... Que no
está en la palabrería el Reino de Dios, sino en el
poder” (1 Cor 1,4s.4,20).
Cada sanación, sea de espíritu, de alma o de cuer-
po, es una demostración del poder de Dios; que anun-
cia de modo convincente: “El Reino de Dios está
cerca”. Sanar es evangelizar. Y evangelizar es sanar.
Nuestra misión es proclamar la Palabra, y orar para que
el Señor la confirme con conversiones, sanaciones y
otras señales de su amor y poder, como al principio.
“Ellos salieron a predicar por todas partes, colaboran-
do el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las
señales que la acompañaban” (Mc 16,20).
En nuestra sociedad actual, sobrecargada de ten-
siones y conflictos internos, el Señor muestra su poder
y su amor cada vez más a través de la curación interior,
o sanación de recuerdos. Y para continuar esta misión
14 SÁNAME, SEÑOR

el Señor busca hoy nuevos instrumentos. ¿Por qué no


te ofreces tú, a ser su instrumento? ¡Cuántos te lo agra-
decerán! El primero será Jesús, que sigue buscando
instrumentos humildes.

Un testimonio

Una carta recibida mientras escribía la primera


redacción de este libro testifica: “Querido hermano:
Gracias porque me has llevado a Jesús, me has ense-
ñado a amarle y a confiar en él. Jesús me ha devuelto
las ganas de vivir. Él está rompiendo poco a poco
todas las cadenas, que muy fuertemente me ataban de
pies y manos a un pasado traumatizante. Durante
muchísimos años he vivido una constante agonía,
imposible de describir. De mi corazón día y noche sólo
salían voces de dolor, cantos de gemidos. Y quería
morir para descansar. Dentro de mí sentía cómo el
espíritu del maligno me ataba constantemente. No
puedes imaginarte qué tormento invadía todo mi ser.
Cuando el miedo, la angustia, la ansiedad, la tristeza,
el amargor, la soledad, hincan sus dientes en tu ser
como perros rabiosos, sueltas por completo los remos
de esta vida, y sólo se desea descansar. Y en esos
momentos para descansar es necesario morir”.
“Es verdad que aún vivo sentimientos fuertemente
negativos, ratos en los que desearía morir. Pero ahora
puedo reaccionar en fe; y en fe decirle a Jesús desde
el corazón, cuando no puedo pronunciarlo: “Jesús, te
amo. Haz de mí lo que quieras. Señor, no te entiendo,
pero te amo”. Y Jesús va llegando con su presencia
sanadora. Antes era muy frecuente que viviera esa
situación durante días seguidos. Ahora ya lo vivo
mucho más esporádicamente, y en unas horas me
recupero. Ayer, en un momento de los malos, Jesús
parecía decirme: “No tiembles, vive tranquila y segura
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porque yo, tu Señor, he salido a tu encuentro, para


demostrarte mi amor, para cobijarte en mi amor, para
protegerte y sanarte, para que nada ni nadie te hagan
más daño”.
“También puedo decir que ahora vivo días plena-
mente feliz. Vuelvo a gustar del deseo de vivir, antes
totalmente desconocido para mí. Hace unos meses ni
sospechar podía que este milagro iba a realizarse en
mí. Junto con el deseo de vivir, en mi corazón también
ha nacido el deseo de amar a todos como hermanos:
amar, como Jesús de manera especial, a los más nece-
sitados. Ahora encuentro mi gozo en ayudar a los que
están más solos o más enfermos, y menos capacitados
o menos privilegiados. Me extraña no sentir ningún
reparo al acercarme a ellos, pues siempre he sido
sumamente escrupulosa. De verdad que el Señor me
está cambiando. Me da un corazón nuevo, unos ojos
nuevos, un sentir nuevo, un cantar nuevo y (como
muchos me han dicho) una sonrisa nueva”.
“Te alabo Señor por lo maravilloso y sorprendente
que te muestras en nuestras vidas. Que sepa yo reco-
nocer y aceptar la realidad de mi pobreza, para que
puedas tú revestirme con un poquito de tu gozo y de
tu amor. Gracias, Padre Dios, porque cuando me miras
ya no miras lo que fui, sino que ves a Jesús”.
Junto con la crisis de fe, el mundo sufre hoy una
crisis de esperanza y de felicidad, un nerviosismo y
confusión que matan las ganas de vivir. Pero gracias a
Dios hay muchas personas como la que escribió este
testimonio. Personas que en medio del dolor van des-
cubriendo la Presencia sanadora de Jesús, y el gozo de
amar a los demás con el amor de Jesús; personas que
van descubriendo que la vida es un regalo de Dios, y
que es posible hacer de esta corta vida un regalo a los
menos afortunados. Y cuando lo hacen, su vida
16 SÁNAME, SEÑOR

comienza a ser una fiesta, y un anticipo de la fiesta que


nunca acabará.
“El Señor está cerca de los que tienen roto el cora-
zón, él salva a los espíritus hundidos. Ellos gritan, el
Señor escucha, y los libra de todas sus angustias” (Sal
34,18s). “Has cambiado mi lamento en baile, me ves-
tiste de alegría; por eso a ti cantaré, Gloria mía, y no
me estaré callado. Señor Dios mío, te alabaré, te ala-
baré para siempre” (Sal 30,12s).

Jesús solicita tu cooperación

Hay un aspecto de la Buena Nueva tan sorpren-


dente que no acabamos de aceptarlo. Y es una gran
pena, porque ello retarda la venida y el reinado de
Jesús, a quien amamos sinceramente, pero a quien no
comprendemos muy bien.
El Señor no necesita tu habilidad, ni tu fama, ni tu
elocuencia, ni siquiera tu santidad. Lo que sí necesita
es tu disponibilidad, tu humildad, tu simplicidad y
pobreza de espíritu; necesita tu confianza plena y tu
abandono total. Ante un mundo cada vez más sofisti-
cado y creído de sí mismo, el Señor busca personas
simples e imperfectas, como tú y como yo. A través de
ellas desea manifestar su poder y su amor, que llega a
lo más profundo del hombre para sanar y rehacer su
vida.
“Considerad si no, hermanos, vuestra comunidad
de llamados: no hay muchos intelectuales, ni muchos
poderosos, ni muchos nobles entre vosotros. Todo lo
contrario: lo necio del mundo se lo escogió Dios para
confundir a los sabios; lo débil para confundir a los
fuertes; lo despreciable, lo que no es nada, para anu-
lar a lo que es, para que nadie se gloríe delante de
Dios” (1 Cor 1,26ss).
1. EVANGELIZAR SANANDO 17

Yo ciertamente no me encuentro entre los intelec-


tuales, poderosos o nobles. Sí, entre lo necio, débil y
despreciable. Con todo, en innumerables ocasiones se
ha dignado el Señor, bendecir, sanar o aliviar a otros a
través de mi ministerio. Cientos de personas me han
dicho o escrito sobre curaciones y gracias sorprenden-
tes del Señor. En realidad nada de ello me sorprende,
conociendo la generosidad de nuestro Dios. “Donde
abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom 5,20).
Donde abundan nuestros fallos sobreabunda su amor.
Su fuerza se muestra perfecta en nuestra flaqueza,
“pues cuando soy débil, entonces es cuando soy fuer-
te” (2 Cor12,19s ).
Comparto todo esto como prueba de que los
caminos del Señor no han cambiado. Si tú también te
sientes en esta humilde compañía, no dejes de ofre-
certe al Señor como instrumento suyo. Confía y verás
la gloria de Dios. Él te llama porque te necesita. Y te
necesita porque quiere acercarse hoy a los pobres y
enfermos para bendecir y sanar. “La gracia de nuestro
Señor sobreabundó en mí, juntamente con la fe y la
caridad en Cristo Jesús. Él vino al mundo a salvar a los
pecadores; y el primero de ellos soy yo... Al Rey de los
siglos, al Dios inmortal, honor y gloria por los siglos de
los siglos. Amén” (1Tim 1,14ss).
En la Iglesia católica aceptamos sin dificultad el
perdón de los pecados en nombre de Dios, la consa-
gración del pan y vino en el Cuerpo y la Sangre de
Cristo. Pero nos cuesta aceptar otras manifestaciones
de la gracia y otras señales de la presencia del Reino,
como son las curaciones en nombre de Jesús. Nuestra
fe flaquea porque nos fijamos más en nuestras flaque-
zas humanas que en el poder y amor de Dios. Al limi-
tar nuestra fe, en la práctica ponemos límites al poder
de Dios, y no permitimos que su amor se derrame
libremente sobre los más necesitados.
18 SÁNAME, SEÑOR

¿No estamos, acaso, robando al Señor de su glo-


ria, y al enfermo de la misericordia de Dios? ¿No
hemos enterrado un talento precioso recibido del
Señor para ayuda de nuestros hermanos? “Me dio
miedo, fui y escondí en tierra tu talento” (Mt 25,25). La
gracia de Dios y nuestros hermanos enfermos nos lla-
man a arrepentirnos de nuestra falsa humildad y
modestia, a arrepentirnos de nuestra falta de amor y
valentía, y a desenterrar el talento de la curación. Sería
una verdadera desgracia pasar nuestra vida sin hacer
todo el bien que podemos a los demás como instru-
mentos del Señor y canales de su amor.
Nuestra mayor conquista es dejarnos conquistar
por el amor de Dios, hasta quedar inundados y sumer-
gidos en él. Nuestra mayor liberación es dejarnos inva-
dir por el Espíritu de Dios, pues “donde está el Espíritu
de Dios, allí está la libertad” (2 Cor 3,17). Nuestra
mayor ganancia es dejarnos ganar por Jesús y para él.
Y nuestra mayor contribución al Reino de Dios es ver
que Jesús se instale en nosotros según el plan del
Padre, y desde nosotros continúe su misión de amor y
salvación. Los planes de Dios son incomparables. Su
amor es imparable.

OREMOS: Señor, que te complaces en escoger


lo humilde, lo débil, lo que es nada, me presento
ante ti como soy, y me ofrezco sin reservas para tus
planes de salvación. Instálate en mí, Señor; dame tu
corazón y tus sentimientos hacia los que sufren. Y
desde mí continúa tu obra de evangelización y sana-
ción para gloria de tu nombre. Amén.
Sáname Señor.
Jesús sigue sanando hoy
Marcelino Iragui

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