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HACIA UNA SEMÁNTICA DEL VOTO

Algunos están orgullosos de nuestra democracia. Pero ¿hay motivos realmente para ello? Quienes
afirman que vivimos en democracia esgrimen como argumento nuestro orden institucional y
cómo éste reposa sobre nuestro derecho a voto, que daría garantías de que se exprese la voluntad
ciudadana cada vez que se nos convoca para ello.
En términos generales, el voto podría ser efectivamente una demostración de voluntad popular si
se cumplieran los siguientes requisitos:
a) Que en cada elección haya propuestas “claras y distintas”1 acerca del orden social que se
quiere construir o de ámbitos de éste, representados por candidatos que a su vez encarnan
voluntades colectivas.
b) Que los electores tengan la capacidad y el interés de conocer dichas propuestas, pudiendo
discernir entre ellas y escoger aquellas que más se aproxime a sus ideales o requerimientos.
c) Que quienes resultan electos tengan la capacidad y la voluntad de implementar las propuestas
por las que fueron votados.

Pero ¿se dan estas 3 condiciones en nuestro Chile de hoy? Parece que no. En cada elección que se
desarrolla las propuestas programáticas son (generalmente) ambiguas, implícitas y/o
incomprensibles, por lo que no logran entender sus implicancias o distinguirlas de las demás.
Adicionalmente (o por lo mismo) nuestra ciudadanía está cada vez menos preparada y menos
interesada en escudriñar en las eventuales propuestas de los candidatos, y termina decidiendo su
voto, como veremos más adelante, por otros factores. Además, quienes resultan electos gobiernan
o legislan desde su particular voluntad e interés, desconectándose de los eventuales programas
que puedan haber esgrimido, si es que tuvieron alguno y sin volver a tomar contacto con su
electorado para fijar posiciones ante temas emergentes.
Adentrémonos un poco más en el fenómeno del voto y el cómo éste expresa –o no- algún tipo de
voluntad.
Solemos interpretar cada voto como la predilección del votante por determinado candidato, pero
¿qué significa realmente el voto que cada uno de nosotros emite? Si nuestro voto tiene, o se le
puede asignar, un significado ¿cuál es la carga semántica que lleva? ¿Qué le está diciendo,
señalando o insinuando a cada uno de los candidatos, o al sistema electoral, o a la sociedad en su
conjunto?
La conducta de emitir un voto, hasta hace poco precedida de la conducta de inscribirse en el
registro electoral, al igual que cualquier otra conducta, puede responder a muy diversas
circunstancias y motivaciones. Podríamos suponer que quien emite válidamente un voto, decide
su contenido en función de uno (o más) de los siguientes factores:

1
Como las ideas verdaderas que planteaba Descartes
1. Una opción ideológica (a veces expresada partidariamente): el elector adscribe al proyecto
ideológico del candidato.
2. Una opción programática, que supone que el elector conoce y entiende el eventual
programa o propuesta que el candidato (su lista, su pacto) ha hecho: el elector adscribe al
programa del candidato.
3. Una opción por la persona (simpatía, confianza, etc.) o por lo que ésta "representa" en
términos no ideológicos ni programáticos. El elector sintoniza con el candidato o se “compra”
la imagen de credibilidad, honestidad, inteligencia o integridad de éste.
4. Una opción de descarte, donde se evita, principalmente por temores (al comunismo, la
inestabilidad, los milicos, la derecha, etc.) que salga electo determinado candidato.2

El primero de los factores mencionados sería el sufragio reconocido como voto duro, y los demás
indican menores niveles de solidez o estabilidad en el tiempo, dando origen a los votos cruzados
o blandos.
Por otra parte, en la conducta de votar no sólo es posible reconocer el contenido de la elección
realizada. También parece posible distinguir en dicho acto un nivel de involucración o de
compromiso (una variable de fuerza o intensidad), que se expresa en una gradiente en la cual
podemos reconocer 2 polos.
1. En la primera de ellas el votante asume su conducta de sufragar como la expresión de su
congruencia con un proyecto vital (personal o colectivo). Es decir, este voto está cargado
de sentido (compromiso, mística o pertenencia). Tal vez los mejores ejemplos de este tipo
de voto en la historia reciente de nuestro país son el que favoreció a Allende (1970) y el
"No" (1988). Podríamos decir que aquí se expresa en plenitud el sentido ciudadano de
sufragar, donde el voto emitido es un vínculo de compromiso a futuro de co-construcción
de un tipo de orden social determinado.
2. En el segundo polo, el acto de votar puede ser asumido como una elección circunstancial
de entre varias ofertas posibles. En esta dimensión, el votar devela un acto de consumo
más que un acto ciudadano. Es decir, se elige un candidato de entre las varias
posibilidades, cuan catálogo, pero dicha elección no tiene necesariamente correlatos
ideológicos o conductuales anteriores o posteriores, que potencien o complementen la
opción marcada en el sufragio. De alguna manera, este voto es un acto de des-
compromiso, si es que no de des-responsabilización.

Vemos que el voto que ha tendido a predominar en la última década es el segundo, y a ello
apuestan los candidatos cuando hacen sus campañas. Renuncian o reniegan de programas y de
sumar voluntades, jugándosela más bien por campañas de marketing, donde la imagen es más
valiosa que las ideas y las conductas del candidato.
Pero más allá aún, ¿qué pasa cuando aquellos que sí tienen definido el orden social que quieren
no se sienten interpretados o representados por los candidatos que figuran en la papeleta? Aquí se
expresa la cuarta alternativa mencionada anteriormente, con votos de rechazo o de castigo. Este

2
Aquí se inscriben el voto de castigo o el voto útil, donde se evita votar por aquel que representa lo que no se desea
o teme. Este tipo de voto suele canalizar emociones de rabia, frustración, descontento y/o decepción.
anti-voto, o voto de no adhesión, tiene –en la práctica- el mismo significado político que aquel de
adhesión a determinado candidato.
Si miramos con detención y profundidad ¿podríamos contestar con certeza qué significa que tal
candidato haya tenido una determinada cantidad de votos, desde el punto de vista de la voluntad o
deseo de sus electores? Las consecuencias del voto están claras, puesto que deciden quién asume
o no determinado cargo, pero ¿podemos decir lo mismo de su significado?
Tomemos como ejemplo la última elección presidencial. ¿Hasta dónde podemos distinguir
cuántos de los votos de MEO implicaban un respaldo a su programa, o más bien eran un rechazo
a Frei? ¿Cuántos votantes querían que efectivamente se implementara el programa de Piñera o
cuántos simplemente estaban cansados de la concertación? ¿Podríamos decir siquiera que quienes
votaron por Piñera conocían su programa o sabían diferenciarlo con claridad del de Frei?
Desde una perspectiva que a los días de hoy parece política ficción, planteamos las siguientes
interrogantes:
a) ¿Podemos tener un voto que permita entender mejor la real voluntad del ciudadano? ¿Qué
sucedería si, como en algunas encuestas, fuera posible expresar en el mismo voto, tanto la
adhesión como el rechazo a los candidatos? ¿Podría el voto tener una gradiente de
intensidad, que permita diferenciar la fuerza o intensidad de la convicción de quien vota?
b) ¿Se le podría dar un significado y un peso político a los votos “no válidamente emitidos”,
es decir, nulos y blancos? Por ejemplo, que el voto contenga alguna(s) de las siguientes
alternativas: “ninguno de los candidatos me representa”, “no tengo la suficiente
información” o “no me interesa quién salga”. Eso sería una información mucho más
valiosa para nuestro sistema electoral y nuestro ordenamiento político que simplemente
restar “validez” a quienes votan nulo o blanco.
c) ¿Qué pasaría si la Ley electoral obligara a que los candidatos informen (de manera clara,
accesible y creativa) sobre sus propuestas y programas e impidiera el marketing (palomas
y lienzos de rostros o consignas vacuas)?

A modo de síntesis, creo que la pseudo democracia chilena se sustenta en 3 premisas:


N° 1: lo correcto es que nuestro orden social, económico, político (y otros) sea decidido
(dibujado, construido, etc.) en base a la voluntad de las mayorías.
N° 2: El mecanismo para conocer lo que desean las mayorías se basa en el fenómeno de la
representación. Es decir, unos pocos traducen, interpretan, expresan o encarnan lo que proponen
y desean otros muchos.
N° 3: El mejor mecanismo para definir y canalizar dicha representación es la conducta del
sufragio, en que muchos somos conminados a traspasar parte de nuestro poder de decisión a unos
pocos.

En virtud de lo dicho, podemos concluir que:


1. El cómo se desarrollan los procesos electorales no nos permite saber (hoy, en Chile) qué
quieren realmente los ciudadanos (N° 1), ni nos garantiza que haya un proceso claro de
representación (N° 2 y 3), por lo que –más allá del deplorable sistema binominal- nuestro
ejercicio electoral ha perdido fuerza, sentido y legitimidad. Yendo más lejos, nuestra
democracia ha perdido pertinencia y consistencia, pues pisa sobre barro con pies de
barro. Es decir, difícilmente la implantación de un modelo electoral distinto
(proporcional u otro) devuelva por sí solo la capacidad de otorgar un sentido claro y
reconocible a nuestra conducta electoral, aunque no sería un mal comienzo
2. Ello se debe en gran parte a la creciente ausencia de propuestas ideológicas o
programáticas (tradicionalmente encarnadas por colectivos políticos o sociales), o a la
creciente desconexión que hay entre éstas y los proyectos de vida de los ciudadanos.
3. Que lo anterior se debe, muy probablemente, a que los partidos han dejado atrás sus
elementos ideológicos (programáticos) y sus estructuras orgánicas (modernas o
premodernas), mutando hacia la articulación de máquinas de poder internas, en una lógica
enferma de llevar al poder (interno o público) a aquéllos que mayor retribución darán
(desde su cargo de poder) a los operadores de tales máquinas y a sí mismos.
4. Quienes se han apropiado de los partidos3 promueven cada vez más el voto de consumo
por sobre el voto ciudadano. A su vez promueven el voto de des-compromiso (“vote por
mí y deje que yo me encargue de hacer lo que creo que usted quería. Confíe en mí, no me
juzgue ni critique, que yo me acordaré de usted en x años más”) más que un voto
comprometido (“si vota por mí, trabajemos codo a codo por lograr nuestro ideal, y si me
aparto de lo prometido enfrénteme y denúncieme”).

Ni la Concertación ni la Alianza quieren saber qué quiere realmente el pueblo, por lo que además
no han invertido en generar ciudadanía conciente, ni ha fortalecido la accountability.
Si se quiere que esta democracia tenga mejor sustento es necesario que la conducta de votar
vuelva a ser un satisfactor4 relevante en la vida de las personas, y no precisamente de la
necesidad de Subsistencia, sino que contribuya a satisfacer las necesidades de identidad,
pertenencia, participación, libertad y -por qué no- de creación.

Mauro Barrientos Orloff


Punta Arenas, abril de 2013

3
La palabra lo insinúa: los partidos se parten y se re-parten.
4
En el marco de la conceptualización que hace Max-Neef de necesidades y satisfactores.

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