198 Literatura Mexicana
—No, es el panadero.
oye, mama, le mandaremos un recado... Me quedaré sin horchata por tal que se
vaya en el tren la criada.
‘Asi se hizo.
“pero les juro, eso si, que si me deja plantada no le recibo las botas. Qué gente! Ahi
creo que esta. Vaya. ¢Quién es?
fa criada de aqui junto que venia a ver si le regalaban una ramita de cilantro.
Y no hubo remedio; estallé la célera de Jacinta en las palabras mas sonoras.
jEsa gente ordinaria sin formalidad!
‘A lo lejos se ofan repiques, toques de trompeta, musicas. Aquellos acentos alegres
desesperaban a la pobre muchacha, presentando a su imaginacion el aspecto de las
calles concurridas, erizadas de banderas, cruzadas por tropas y gentes endomingadas
y el Sol incendiando aquel océano de colores vivos, chispeando en las bayonetas y
arrancando relampagos a los trombones, pistones y demas latones de la musica.
Y la criada no volvia.
—iNo te apures, chula, no es para tanto!
—No me provoques, Eduvigis. Eso lo haces por pura envidia...
—iEnvidial, no sé de qué...
—De qué ti no sales...
—Mira, resignate —dijo el papd— hacemos aqui nuestra fiesta, les guiso unos frijoillos
de chuparse los dedos, v... que tortilla de huevos con sardinas!
—iQué tortilla ni qué nada
Jacinta salié al balcén y eran las diez y media. Los paseantes seguian transitando
con chillantes trajes; los nifios Urrutia de blanco con bandas purpura, y sus tres
‘cuidadoras, montaban en un coche. La mamé, les hacia advertencias desde el balcén:
“—iNo se asoleen, y vengan temprano! {No te empines y te vayas a caer, Romualdita!
jChucha, coja a ese nifio! ;Cuidado y no van quietos!
‘A las once volvié la criada diciendo que la zapateria estaba cerrada.
Jacinta se desvisti6 rompiendo los broches; la hermana, entre alegre y triste, sacu-
dié la sala, y el sefior, doblando tranquilamente su levita, dijo:
—Ai saldremos al pardear la tarde.
Volvié la familia de la otra vivienda empolvada, asoleada, sudorosa.
|Era un bolén atroz; les habian robado la bolsa con seis reales: no se podia andar...
a Jacintita? eJacintita?
Encerrada en una pieza oscura oia el dialogo, sollozando de rabia y diciendo que no
vale la pena sacrificarse un afo, para salir... primero, con la informalidad de un zapa-
tero, y después con tna jaqueca.
HERIBERTO FRIAS
TOMOCHIC
Caviruto XXXI
Los Perros de Tomochic
El crepaisculo, uno de esos creptisculos frios y répidos de la Sierra, se extinguid,
‘anegando el inmenso valle en una sombra glacial y melancélica... Se perfilaron las
crestas del anfiteatro de montafas, recortando la tenue y durea lividez del cielo, hastasta por tal que se
5. Qué gente! Ahi
ta de cilantro,
as-sonoras.
8 acentos alegres
el aspecto de las
os endomingadas
las bayonetas y
ela musica.
{go unos frijolillos
‘uian transitando
pura, y sus tres
desde el balesn:
caer, Romualdital
ey triste, sacu-
a
se podia andar!
# diciendo que no
lidad de un zapa-
ra, se extinguio,
Se perfilaron las
wzdel cielo, hasta
La novela realista 199
que arriba sélo queds el azul obscuro salpicado de trémulas gotas de luz, y abajo un mar
de tinta negra.
A veces, subitas réfagas del Noroeste venidas de las lejanas profundidades de los
bosques, resinosas y acres, pasaban prolongando una queja infinita... infinitamente
desolada.
Y esas réfagas frias, al atravesar el valle, anchuroso y hondo, levaban rumores
‘vagos y tristisimos, los halides de la selva, los estremecimientos de fos viejos érboles
crujiendo ante el invierno y la noche, como el doliente suspiro de la Sierra abrupta,
colosal y salvaje
Sentiase mas y mas intenso el frio de aquellos soplos mientras la sombra era mas
densa; y cuando por fin no quedé una sola claridad, se levant6 poderosamente la sin-
fonia de los ruidos nocturnos en el valle.
‘Alla en un extremo de aquel abismo, el cerro de *Medrano” se alzaba como un enor-
me dromedario echado, mientras lamia su flanco derecho e! rio, teniendo a su frente el
valle de Tomochic... ¥ atin mas alld, erguido, cortado a pico, agresivo y hosco, el cerro
de la Cueva parecia contemplarlo, como un tigre sentado sobre su grupa...
Sobre la cumbre, dominando el profundo valle, un parapeto protegia el principal
puesto de observaciones... El largo hocico de acero del carién Hotchkiss avanzaba si-
hhiestramente en el vacio, saliendo par entre las rocas y los arbustes, acechando en las
tinieblas, rumbo a la muerte...
‘Noche plena. Los alegres rumores del vivac se habian extinguido y se cumplia con la
orden estricta de hacer guardar un silencio absohuto, El servicio de vigilancia estaba ya
nombrado... y sobre aquel gigantesco zig-zag del monte, sobre aquel lomo del cerro,
momentos antes tan animado por la soldadesca y la franca algazara al aire libre, no
hbo sino vagos rumores de voces quedas que avivaba 0 extinguia el viento, lejanas
risas, toses... tal cual voz enérgica —voz de mando, artificiosamente colérica— los rui-
dos secos de los fusiles golpeando en las piedras... alguna cancién tristisima —viejos
temas mexicanos con inflexiones casi salvajes—, y silbidos que se cxzaban de un
‘extremo a otro, entre acentos femeniles, chillones, que solian ser cortados bruscamen-
te... y nada, nada mds... pero todo ello en varia y tenue escala, esfumado: porque la
orden de silencio era terminante...
‘De vez en cuando el soberano viento de los bosques lejanos, saturado de fuertes
perfumes, pasaba con el susurro melancélico de las altas frondas..,. levando todos los
halitos de la Sierra, el coro solemne y épico que cantaba el himno de los ciclopes
americanos, bajo los eternos pinos sombrios..
Del fondo de Tomochie ascendian, distintos y labregos, otros rumores...
Oh... aquel extenso y profundo valle de Tomochic era espantoso en la noche, con-
tempiado desde la mas culminante plataforma del cerro Medrano!
Inmeévil, de pie tras el parapeto natural que protegia las posiciones, contempl6 un
instante Miguel, absorto, aquel mar de tinta negra... mar de olas de sombra, de donde
‘emergian con fantasticas oscilaciones puntos rojos a manchas de escarlata... como
goterones de sangre luminosa sobre un inmenso terciopelo obscure; como islas de
fuego...
Tslas, puntos, gotas, manchas de lumbre y sangre que en toda aquella negrura sur-
fia no se eclipsaban, palideciendo a veces, borrabanse luego con extrafios y tragicos
desvanecimientos,
‘Lagubres quejas.... vagos relinchos, aullidos que parecian hacer tiritar las sombras,
brotaban de aquel antro inmenso, profundo y negro, constelado por tragicas chispas de
fuego y sangre,
‘Tomochic ardia lentamente en las tinieblas... Sus ultimas pobres chozas, incendia-
das y desiertas, se consumian en las sombras, alld abajo... diseminadas en la vasta
extension, una en un extremo, otra més lejos en el confin opuesto, otras en el centro,
cerca de la iglesia,200 Literatura Mexicana
Y habia en aquel niicleo una mancha més amplia y brusca, aquélla que era mas
tragica, porque sus aluviones de chispas subian mas alto,
El pobre caserio ardia tristemente ya. jEran aus dltimos instantes de agonial
congue estuvo bueno el dia? No? —pregunté Mercado al sargento que acababa
de regresar a su puesto, después de haber hecho una ronda a los centinelas y parejas.
—iAhora si estuvo bueno, mi jefe! —respondié el viejo soldado—, un oaxaquefio de
buena cepa para carne de victima; alma templada en largos y duros sacrificios, cara
redonda bronceobscura, frente estrecha y terca, pomulos salientes, ralos y erizados
pelos blancos en la barba; cuello nervioso y cuerpo chaparro, fornido y agil. Estaba
frente a él, bonachén y atento... —jPobre sargento, acaso ya no volveria a su querida
tierra del Surt
Y mientras abajo el mar de sombras extendia atin sus islas de sangre luminosa, y
surgian los coros lamentables de las bestias del valle, que aullaban desesperadas, él se
puso a contarle los episodios del dia, porque estuvo de fagina, incinerando los cadave-
res, las victimas en los tltimos combates.
Ya le habia referido, como pudo, el pobre diablo, mas de una escena conmovedora 0
épica, cuando de pronto salt6 con esta tirada que Miguel jamas olvidaria:
—iAh, senior... Y los perros!... iLos perros de Tomochic... nunca habia yo visto cosa
iguall.. jqué horrort... qué valientest.. qué buenos... si. qué chulos... qué lindos!..
le confieso a usted, lore... Ahorita ladran... No los oye?... Ladran, pero quejandose, es
que estén lorando cerca de sus amos difuntos|..jLloran, cuidando loa cuerpos, sin
separarse de ellos para nada! (Estos perros son mejores que nosotros los cristianos!...
iVelan a los que quisieron! Oye usted, mi subteniente? No ladran de célera... ifijese
bien, estén lorandol... Bueno... pues si. le decia, sefior, que me llamaron la atencién,
Porque cuando iba a amontonar los muertos, los animalitos se nos echaban encima,
ensenandonos los dientes y los colmillos... tuvimos que matar a muchos, dandoles con
Ja culata de los fusiles... y hasta a unos grandes les dimos de bayonetazos... y viera
usted que cuando quedaban vivos... ivalgame la Virgen Santal, otra vez se volvian a
echar cerca de su amo difunto 0 lo iban siguiendo hasta el montén donde los habiamos
de quemar... jlamian con sus lenguas secas de pura sed, la sangre de sus queridos
‘muertos! (Ay, pobrecitos animales!, va ve usted, mi jefe, como queremos nosotros a los
perros... la tropa, “la juanada” no esta a gusto sin sus perritos... ;Por que teniamos que
‘matarios también pensando que nos estorbaban y nos mordian! Los matamos y los
tiramos en el montén, revueltos con los de Tomochic y con los mismos de nosotros,
‘todos juntos, echandoles harta lefia y rastrojo para que ardieran mejort... Otros perros
corrian ladrando muy triste por la llanada, quejandose con gritos larguisimos que me
hacian parar los pelos como quien tiene mucho frio; y me dolia el estomago... iPobres
perritosl... Era que buscaban a sus amos... Subian por los cerros, bajaban, volvian al
rio, se echaban en el agua, salian sacudiéndose y volvian a correr, a correr por entre los
Jacales y los rastrojos y los escombros, saltando los “calaveres” de los nuestros, o sobre
los de Tomochic, sin hacerse caso, corre y corre, ladra y ladra, por que no encontraban
a los suyos... iy asi seguian volviéndose, locos, dando vueltas y vueltas!... zY sabe
usted que otras cosas habia alla, por las casitas de junto al rio?..., gno ve allé, donde
esti esa humareda colorada, donde se queman esas trojes 0 quién sabe qué?, pos por
allé, mismo me tocé de fagina llevando mi mera seccién... jHuuy!, jpor alla habian juido
los puercos...! pero qué puercos —yélgame Diost— amontoné... jhasta gusto daba ver-
lost..., ansina de gordos... pero tenian hambre... y los indinos marranos querian comer-
se a los mesmos difuntos... a los muertos de Tomochie... jeroque, croque, olian la san-
are, y con eso, como fieras se iban sobre los caldveres llenos de lodol... y vi entonces la
pelea,
Callé un instante el sargento, anonadado sin duda por el espantoso recuerdo. Lue-
g0, continué:nos y los
nosotros,
08 perros
que me
|Pobres
olvian al
entre los
0 sobre
ontraban
a¥ sabe
4, donde
1 POS por
ian juido
taba ver-
n comer-
nla san-
tonces la
do, Lue-
La novela realista 201
—Al ver venir los perros a los puercos, se les echaron encima... y aquello era una
batalla sobre los mismos muertos; los marranos grunian de hambre, los perros ladra-
ban con furia, jsiempre files... 'Y todos, marranos y perros, se hacian bola, entre
{rufidos espantosos y os chillidos de los perros, medio muertos de hambre, velando y
Sefendiendo a sus amos todavial Aquello me volvié a enderezar los pelos y a darme frio,
Y hasta quise lorar...jPobrecitos...;Oigalos, digalos usted, mi subtenientel.. ;Ahorita
Se han de estar peleando los marranos que se quieren comer a los difuntos, y los perros
ue velan a sus amos, defendiéndotos!... 2No oye usted?
Callé la ruda voz del sargento como desvanecida en un sollozo de piedad y de
espanto..
‘Miguel se estremeci6, y tendiendo el oido hacia el negro fondo del valle. escuchs..
De las tnieblas surgian desgarradores aullides, tristisimos ecos que repercutian,
lentos y apagados, las montafas de la Sierra.
‘Ya veces el viento del Noroeste avivaba los tragicos rumores de aquella lid animal
Disputa por un cadaver humano, entre perros y cerdos, allé en la siniestra soleded
tenebrosa de Tomochic.
DOMINGO F. SARMIENTO
FACUNDO
Cavtruvo VIEL
La edicién sali6, y los sanjuaninos federales, y mujeres y madres de unitarios, respi-
raron al fin, como si despertaran de una horrible pesadilia, Facundo desplegé en esta
‘campafia un espiritu de orden y una rapidez en sus marchas, que mostraban cuanto lo
habian aleccionado los pasados desastres. En veinticuatro dias atraves6 con su ejérci-
to cerca de trescientas leguas de territorio, de manera que estuvo a punto de sorpren-
der a pie algunos escuadrones del ejército enemigo que, con la noticia inesperada de su
proximo arribo, lo vio presentarse en la Ciudadela, antiguo campamento de los ejérci-
tos de la patria bajo las ordenes de Belgrano. Seria inconcebible el cémo se dejé vencer
un ejército como el que mandaba La Madrid en Tucuman, con jefes tan valientes y
soldados tan aguerridos, si causas morales y preocupaciones antiestratégicas no vinie-
sen a dar la solucion de tan extrafio enigma.
El general La Madrid, jefe del ejército, tenia entre sus stibditos al general Lépez,
especie de caudillo de Tucuman, que le era desafecto personalmente, y a mas de que
‘una retirada desmoraliza las tropas, el general La Madrid no era el mas adecuado para
dominar el espiritu de los jefes subalternos. El ejército se presentaba e la batalla medio
{federalizado, medio montonerizado; mientras que el de Facundo traia esa unidad que
dan el terror y la obediencia a un caudillo que no es causa, sino persona y que, por
tanto, aleja al libre albedrio y ahoga toda individualidad. Rosas ha triunfado de sus
enemigos por esta unidad de hierro que hace de todos sus satélites instrumentos pasi-
‘vos, ejecuitores ciegos de su suprema libertad. La vispera de la batalla el teniente coro-
nel Balmaceda pide al general en jefe que se le permita dar la primera carga. Si asi se
hubiese efectuado, ya que era de regla principiar las batallas por cargas de caballeria,
y ya que un subalterno se toma la libertad de pedirlo, la batalla se hubiera ganado,
porque el 2 de Coraceros no hallé jamés, ni en el Brasil ni en la Republica Argentina,
‘quien resistiese su empuje. Accedié el general a la demanda del comandante del 2, pero
un coronel hallé que le quitaban el mejor cuerpo; el general Lopez, que se comprome-
tian al principio de las tropas de élite que debian formar la reserva, segtin todas las