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UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA

FACULTAD DE CIENCIAS NATURALES Y MUSEO

"NUTRICION Y DIETA DE LAS POBLACIONES ABORIGENES


PREHISPANICAS DEL SUDESTE DE LA REGION PAMPEANA"

POR

GUSTAVO BARRIENTOS

DIRECTOR: DR. GUSTAVO G. POLITIS

CODIRECTORA: DRA. EVELIA E. OYHENART

TRABAJO DE TESIS PARA OPTAR POR EL TITULO DE


DOCTOR EN CIENCIAS NATURALES

-1997-
ÍNDICE

AGRADECIMIENTOS
INTRODUCCION
PARTE 1. MARCO TEORICO Y CONCEPTUAL
I. EL ESTUDIO DE LA EVOLUCION Y ADAPTACION DE POBLACIONES
HUMANAS PREHISTORICAS DESDE UNA PERSPECTIVA
BIOARQUEOLOGICA
I.1. Perspectivas evolutivas en arqueología
I.2. Adaptación
I.3. El rol de los estudios de restos humanos arqueológicos dentro de un
marco evolutivo
I.4. El registro arqueológico y el registro bioarqueológico: marco
conceptual
II. SALUD, STRESS Y NUTRICION
II.1. Los conceptos de salud y stress en antropología
II.2. La influencia de la nutrición sobre el crecimiento y el desarrollo
II.3. Malnutrición e infección
II.4. El estudio bioarqueológico de la salud y nutrición de poblaciones
prehistóricas
II.5. La naturaleza de las muestras esqueletarias de poblaciones
cazadoras-recolectoras y el alcance de la interpretación bioarqueológica
de los patrones de salud y nutrición.
III. NUTRICION, MORBILIDAD Y MORTALIDAD EN POBLACIONES
CAZADORAS-RECOLECTORAS
III.1. Estudios de poblaciones actuales
III.2. Estudios bioarqueológicos
PARTE 2. EL REGISTRO BIOARQUEOLOGICO DEL SUDESTE DE LA
REGION PAMPEANA
IV. EL AREA DE ESTUDIO
IV.1. Descripción ambiental y paleoambiental
IV.2. Antecedentes
V. ANALISIS DE LA COMPOSICION, DISTRIBUCION ESPACIAL Y
TEMPORAL DE LAS MUESTRAS DE ENTIERROS HUMANOS DEL AREA
V.1. Introducción
V.2. Materiales y métodos
V.3. Resultados
V.4. Discusión
VI. LOCALIDADES Y SITIOS ARQUEOLOGICOS MUESTREADOS
VI.1. Arroyo Seco 2
VI.1.1. Introducción
VI.1.2. Antecedentes
VI.1.3. Temporadas 1992, 1995 y 1996. Estrategia de excavación y
resultados
VI.1.4. Estructura sexual y etárea de la muestra
VI.1.5. Procesos de modificación post-depositacional de los restos óseos
humanos de Arroyo Seco 2
VI.1.6. Cronología de los entierros humanos del sitio Arroyo Seco 2
VI.2. Laguna Los Chilenos
VI.2.1. Introducción
VI.2.2. Antecedentes
VI.2.3. Prospecciones
VI.2.4. Sitio LCH1
VI.2.5. Los entierros humanos del sitio LCH1
VI.2.6. Procesos postdepositacionales de formación del registro
bioarqueológico
VI.3. Laguna Tres Reyes 1
VI.3.1. Introducción
VI.3.2. Antecedentes
VI.3.3. Temporada de excavación 1994-1995
VI.3.4. Estructura etárea y sexual de la muestra de esqueletos humanos
VI.3.5. Procesos de modificación post-depositacional de los entierros
humanos
VI.4. Laguna La Larga
VI.5. Túmulo de Malacara
VI.6. Estancia Santa Clara
VI.7. Península Testón
VI.8. Laguna de Puán
VI.9. La Segovia
VI.10. Los Huecos
VI.11. Napostá
VII. INTEGRACION DE LA INFORMACION BIOARQUEOLOGICA Y
FORMULACION DE UN MODELO REGIONAL ACERCA DE LA EVOLUCION
DE LAS POBLACIONES HUMANAS EN EL SUDESTE DE LA REGION
PAMPEANA
VII.1. Introducción
VII.2. Marco cronológico
VII.3. Variabilidad morfológica inter e intramuestral
VII.4. Deformación craneana artificial
VII.5. Prácticas mortuorias
VII.6. El modelo
VII.7. Expectativas biológicas
PARTE 3. EL ESTUDIO BIOARQUEOLOGICO DE LA SALUD, NUTRICION Y
DIETA DE LAS POBLACIONES ABORIGENES DEL SUDESTE DE LA REGION
PAMPEANA
VIII. HIPOPLASIAS DEL ESMALTE DENTAL
VIII.1. Introducción
VIII.2. Materiales y Métodos
VIII.3. Resultados y Discusión
IX. LINEAS DE HARRIS
IX.1. Introducción
IX.2. Materiales y Métodos
IX.3. Resultados y Discusión
X. HIPEROSTOSIS POROTICA
X. 1. Introducción
X.2. Materiales y Métodos
X.3. Resultados y Discusión
XI. PROCESOS INFECCIOSOS
XI.1. Introducción
XI.2. Materiales y Métodos
XI.3. Resultados y Discusión
XII. COMPOSICION ISOTOPICA ( δ13C) DE MUESTRAS HUMANAS,
FAUNISTICAS Y VEGETALES: INFERENCIAS PALEODIETARIAS
XII.1. Introducción
XII.2. Materiales y métodos
XII.3. Resultados y Discusión
XIII. DISCUSION
PARTE 4. CONSIDERACIONES FINALES
XIV. EL ESTUDIO ARQUEOLOGICO Y BIOARQUEOLOGICO DEL
SUDESTE DE LA REGION PAMPEANA EN PERSPECTIVA
BIBLIOGRAFIA CITADA
AGRADECIMIENTOS

Muchas fueron las personas que, a través de los años, hicieron posible
que el trabajo que dió origen a esta tesis pudiera ser realizado.
En particular, los Dres. Gustavo Politis y Evelia Oyhenart invirtieron
tiempo y esfuerzo en mi formación científica. Su constante estímulo,
asesoramiento, apoyo, confianza y dedicacion para corregir mis errores, han
sido la base del desarrollo de este trabajo.
Con el Lic. Fernando Oliva compartimos, desde el inicio de mi carrera,
muchísimas horas de enriquecedora discusión arqueológica, tanto en el
campo como en el laboratorio. Sin embargo fueron su amistad y su
permanente apoyo quienes más contribuyeron a la realización de esta tesis y
a quitar el tedio al trabajo de todos los días.
Los Lic. Marcela Leipus, Patricia Madrid, Gustavo Martínez, Cecilia
Landini, Marta Roa, María Gutiérrez y Jorge Moirano me brindaron su
amistad y discutieron muchos aspectos de este trabajo, efectuando valiosas
observaciones. En especial, Marcela sufrió los desvelos de mis primeros años
de investigación, por lo cual le estaré siempre agradecido.
Sugerencias y observaciones de singular importancia fueron efectuadas
por los Dres. Aníbal Figini, Clive Gamble y James Steele durante distintas
etapas de la investigación.
Esta tesis no podría haber sido terminada sin la inestimable colaboración
en los trabajos de campo y gabinete de Ana Carlotto, Florencia Pan, Mariano
del Papa, Paola Ponce, Catalina Peña, Iván Pérez, Fabricio Suárez, Marcela
Pinto, Andrés Izeta y Martín Vázquez, alumnos de la carrera de Antropología
de esta Facultad.
Los alumnos del curso 1995 del Taller de Osteología de la Facultad de
Ciencias Sociales de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de
Buenos Aires participaron activamente en las tareas de limpieza y
catalogación de la muestra del sitio Laguna Tres Reyes 1.
Numerosos alumnos de las carreras de Antropología de las Universidades
Nacionales de La Plata, Buenos Aires y Rosario participaron en los trabajos
de campo realizados en los sitios Arroyo Seco 2, Campo Brochetto, Laguna
Tres Reyes 1 y Laguna Los Chilenos 1 y 2.
Miembros de diferentes museos y particulares de los partidos
correspondientes al área de estudio desempeñaron una función destacada
durante las excavaciones, prospecciones y trabajo de laboratorio. Por su
activa participacion deben mencionarse la Sra. Marisa Martín, la Srta.
Imelda Andrieu y el Sr. Hugo Coronel.
La Sra. Patricia Sarmiento, del Servicio de Microscopía Electrónica de
esta Facultad, invirtió, con entusiasmo, tiempo y dedicación en la puesta a
punto de las técnicas de pretratamiento de las muestras óseas analizadas
histológicamente.
Las Dras. Adriana Casamayouret y Alejandra Baglivo, del Servicio de
Radiología del Hospital Interzonal de Agudos Gral. San Martín de la ciudad
de La Plata prestaron inestimable colaboración en la obtención de las
muestras radiográficas.
El Dr. Gustavo Politis y los Lic. Fernando Oliva, Cristina Bayón y Patricia
Madrid me facilitaron gentilmente el acceso a sus datos isotópicos (δ13C)
inéditos.
Las investigaciones estuvieron financiadas por el Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), a través de becas y
subsidios, y por subsidios de la Universidad Nacional de La Plata, de la
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, de la
Fundación Antorchas y The British Council. Las municipalidades de los
partidos de Saavedra, Tornquist, Puán, Gonzales Chaves y Tres Arroyos
prestaron también apoyo económico y logístico durante los trabajos de
campo.
La Facultad de Ciencias Naturales y Museo de La Plata me facilitó sus
instalaciones para poder llevar a cabo este trabajo. En particular, deseo
agradecer al Dr. Héctor M. Pucciarelli, Jefe del Departamento Científico de
Antropología por acojerme en el departamento a su cargo y brindarme todo
su apoyo.
Los técnicos del Departamento Científico de Antropología del Museo de La
Plata, Sres. Roque Díaz y Héctor Díaz colaboraron gentilmente en diversos
aspectos de mi trabajo.
A todas estas personas e instituciones deseo expresar mi más profundo
agradecimiento; sin su ayuda y aliento no hubiera sido posible la
presentación de esta tesis. Al mismo tiempo deseo remarcar que los errores
que pudiera contener este trabajo son de mi exclusiva y absoluta
responsabilidad.
INTRODUCCION

El objetivo del presente trabajo es abordar, desde una perspectiva


bioarqueológica, el estudio de la salud y la nutrición de las poblaciones
cazadoras-recolectoras del Sudeste de la Región Pampeana. Tal
investigación se fundamenta en la necesidad de aproximarse, mediante vías
alternativas a las tradicionales, al estudio de la organización de las
poblaciones aborígenes pampeanas, principalmente a nivel de la
subsistencia y uso del espacio. En este sentido, resulta importante resaltar
que en esta región, los restos humanos han contribuído escasamente a la
comprensión de la adaptación y evolución de las poblaciones prehispánicas,
a pesar de constituir una parte importante del registro arqueológico. La idea
sustentada en este trabajo es que la información derivada de su estudio,
integrada a aquella obtenida del estudio de otros componentes del registro
arqueológico (i.e. artefactos, ecofactos, estructuras, etc.), permite la
generación de modelos más complejos acerca de la trayectoria evolutiva de
las poblaciones humanas bajo diferentes condiciones selectivas.
El presente trabajo se organiza del siguiente modo: En la primera parte
(capítulos I a III), se proporciona el marco teórico y conceptual dentro del
cual se llevó a cabo el estudio de la salud y la nutrición de las poblaciones
aborígenes pampeanas. En la segunda parte (capítulos IV a VII), se analiza
la estructura regional del registro bioarqueológico del SE de la Región
Pampeana, detallando las características de las muestras de restos óseos
humanos recuperadas en distintos sitios del área, y se propone un modelo
acerca de la evolución de las poblaciones prehistóricas pampeanas a partir
del cual pueden derivarse expectativas acerca de las pautas de salud y
nutrición de las mismas durante el Holoceno. En la tercera parte (capítulos
VIII a XIII) se presentan y se discuten los resultados alcanzados a partir del
análisis de diferentes indicadores esqueletarios del estado de salud,
nutrición y dieta de las poblaciones prehistóricas del área de estudio.
Finalmente, en la cuarta parte (capítulo XIV) se discuten las implicancias de
este trabajo para el estudio de la evolución y adaptación de las poblaciones
aborígenes pampeanas, y se detallan las líneas de investigación que
resultaría necesario profundizar en el futuro.
PARTE 1. MARCO TEORICO Y CONCEPTUAL

I. EL ESTUDIO DE LA EVOLUCION Y ADAPTACION DE POBLACIONES


HUMANAS PREHISTORICAS DESDE UNA PERSPECTIVA
BIOARQUEOLOGICA

I.1. Perspectivas evolutivas en arqueología


Si el debate surgido en el seno de la arqueología durante la pasada década
y que, en mayor o menor medida, se prolonga hasta el presente (i.e. Binford,
1989; 1994; Hodder, 1982; 1986; Shanks y Tilley, 1987; entre otros) nos ha
de dejar alguna enseñanza, ésta reside en la necesidad de reconocer que, no
importa cuánto compartamos de las múltiples posturas defendidas en la
literatura, no existe una única forma correcta - y por lo tanto verdadera - de
hacer arqueología. Esto no implica adoptar una postura relativista extrema
que reclama la validez de todo discurso, pues reconocemos la existencia de
criterios éticos y científicos - por lo demás en permanente negociación y
reformulación - que ponen límites a la variación de ideas, argumentos,
teorías y paradigmas aceptables en un momento dado del desarrollo
histórico de una disciplina científica. Sin embargo, podemos pensar que
existen distintos órdenes de realidad a los cuales, desde nuestra perspectiva
particular, valoramos diferencialmente, considerando a algunos más
interesantes o más relevantes de ser explorados que otros. El fenómeno
humano - de carácter claramente multidimensional - puede, y nos
atreveríamos a decir que debe, ser abordado desde múltiples perspectivas.
La perspectiva que adoptamos en la presente investigación es evolutiva.
En un sentido muy amplio, una perspectiva evolutiva en arqueología implica
un intento de vincular la indagación arqueológica acerca de la evolución
cultural con el estudio de la evolución orgánica en general, con la finalidad
de generar una teoría inclusiva acerca de la historia de todos los organismos
vivientes (Jones et al., 1995).
En los últimos veinte años, una gran cantidad de arqueólogos han
abogado por la aplicación de la teoría evolutiva darwiniana para explicar la
variación en el registro arqueológico. En forma creciente, se han publicado
manifiestos programáticos, críticas a los modelos evolutivos tradicionales en
antropología, y consideraciones acerca de las diversas implicaciones de la
teoría evolutiva (i.e. Boyd y Richerson, 1982; 1985; Dunnell, 1978; 1980;
1982; 1989; Leonard y Jones, 1987; O'Brien y Holland, 1992; Rindos, 1984;
1989; Teltser, 1995a; entre otros).
En la literatura arqueológica existen por lo menos tres manifestaciones
programáticas que sostienen la pertinencia de la teoría evolutiva darwiniana
como marco general para el abordaje de los fenómenos arqueológicos. De
acuerdo a uno de estos programas, el desarrollado por Robert Dunnell y
otros autores (Dunnell, 1980; 1982; 1989; Leonard y Jones, 1987; O'Brien y
Holland, 1992; 1995; Ramenofsky, 1990; 1995; Teltser, 1995a), el cambio
cultural inferido a partir del registro arqueológico puede ser explicado a
través del principio darwiniano de "descendencia con modificación" (Mayr,
1988a). Más específicamente, este programa hace referencia a la acción de la
selección natural y de otros procesos evolutivos, sobre la variabilidad
fenotípica existente (principalmente a nivel artefactual), de modo que puede
dar cuenta en última instancia, de la persistencia diferencial de la
variabilidad en el registro (Boone, 1994). Otro programa, desarrollado por R.
Boyd y P. Richerson (1982; 1985) y denominado de "herencia dual", parte del
reconocimiento de que la mayor parte del comportamiento humano, y por lo
tanto la cultura, es el producto del aprendizaje. Sostiene que la cultura debe
ser entendida como un sistema de herencia al cual se aplican los requisitos
fundamentales de la evolución por selección natural (i.e. poblaciones
conformadas por individuos variables, un sistema de transmisión de la
información, etc.), pero en el cual los principios que gobiernan la
transmisión de la información difieren marcadamente de aquellos que
gobiernan la transmisión de los genes (Bettinger, 1991). Finalmente, el
tercer programa se basa en la aplicación del cuerpo teórico conocido como
ecología del comportamiento o, más comunmente, ecología evolutiva (Boone,
1992; Metcalf y Barlow, 1992; Mithen, 1989; 1990; Smith y Winterhalder,
1992; Winterhalder y Smith, 1981). La ecología evolutiva está interesada en
explicar la variabilidad fenotípica entre los humanos debida a la variabilidad
en las condiciones ecológicas, partiendo de la base de que los seres
humanos, como cualquier otra forma de vida, han evolucionado como
resultado de la selección actuando sobre la variabilidad. Utilizando como
punto de partida la asunción de una historia selectiva para las diversas
poblaciones humanas, los ecólogos evolutivos formulan y ponen a prueba
modelos formales basados en el individualismo metodológico y en el principo
de optimización (Boone, 1994; Foley, 1987; Smith, 1988; Smith y
Winterhalder, 1992).
De los tres enfoques mencionados, el que ha tenido una difusión y una
aplicación arqueológica más restringida, ha sido el segundo (i.e. Aldenderfer,
1993). Los otros dos programas han tenido desarrollos más bien
independientes entre sí, lo que se hace evidente al analizar la literatura y
comprobar la virtual inexistencia de inter-citas entre los diversos trabajos
(O'Connell, 1995; para una excepción, ver Borrero, 1993; Lanata, 1993;
Lanata y Borrero, 1994). Según Boone (1994: 2), esto se debería a una
tendencia a considerar a un desarrollo como irrelevante desde la perspectiva
del otro o, en el peor de los casos, a ambas perspectivas como mutuamente
excluyentes y antagónicas. Para este autor, desde un nivel general de
análisis y, de algún modo parafraseando a Hutchinson (1965), puede decirse
que los "dunnellianos" o "seleccionistas" ponen el énfasis sobre el juego o
proceso evolutivo, mientras que los ecólogos evolutivos lo hacen sobre el
teatro ecológico (Smith y Winterhalder, 1992: 5- 7). Debido a que ambos
focos de interés resultan, en el campo de la biología evolutiva, esenciales
para la comprensión de la diversidad de la vida, Boone (1994: 2) concluye
que lo mismo debería ser verdad respecto a las explicaciones evolutivas
acerca de la diversidad humana.
Sin embargo, a nuestro modo de ver, la principal diferencia entre estas
aproximaciones reside en la forma en que ambas conciben la relación entre
la teoría evolutiva y el registro arqueológico. Para Dunnell y otros
adherentes al enfoque seleccionista (i.e. Leonard y Jones, 1987), una
consecuencia directa de la adopción de la teoría evolutiva darwiniana en
arqueología es la necesidad de adecuar el lenguaje observacional y
descriptivo, de forma tal que los términos empleados en la descripción del
registro arqueológico sean los mismos empleados en la teoría, si se pretende
que la misma "... be able to explain a description" (Dunnell, 1995: 34). Para
Dunnell y otros seleccionistas, el objeto de estudio de la arqueología no es en
modo alguno el pasado, sino el registro arqueológico mismo. La explicación
de la variabilidad del registro arqueológico es el principal objetivo de
investigación, siendo el comportamiento humano pasado importante sólo en
tanto y en cuanto introduce variabilidad en ese registro. Patrice Teltser
claramente expresa:

"When the content of explanatory theory and the role of


research are stipulated in this way, the subject matter of
archaeological explanation is the archaeological record
rather than human behavior or motives. This does not
necessarily deny a role for human behavior but places it
in an explanatory role rather than the role of subject
matter" (Teltser, 1995b: 3).

La lógica dunnelliana establece que, como el registro arqueológico no


provee ningun acceso observacional directo al pasado, éste último no califica
como objeto del análisis arqueológico. Dentro de esta perspectiva,
prácticamente todo intento de construcción inferencial del pasado resulta,
virtualmente, objeto de anatema (Dunnell, 1971; 1978; 1982; 1989).
Las aproximaciones que se basan en el uso de la teoría ecológico-evolutiva
como marco teórico general, en cambio, no requieren que el registro
arqueológico sea descripto y explicado en los mismos términos de esa teoría
y, por lo tanto, no reniegan de un pasado inferencialmente construído como
objeto del análisis evolutivo. Esto implica que reconocen como necesario el
desarrollo de teoría en otro nivel, que trate acerca del registro arqueológico,
de su formación y de sus fuentes de variación. En una palabra, aceptan la
necesidad de una teoría "de alcance medio" (en el sentido de Binford, 1977;
1981) que vincule de algún modo las observaciones contemporáneas acerca
del registro arqueológico con argumentos acerca de la dinámica del pasado y
que sea, al menos en principio, intelectualmente distinta de la teoría general
utilizada para explicar ese pasado inferencialmente construído (i.e. Boone,
1994; O'Connell, 1995).
Para los seleccionistas, las cuestiones organizacionales - consideradas
como meros problemas funcionales - no interesan. Lo único que interesa son
las frecuencias empíricas continuamente variables en el tiempo y en el
espacio (i.e. artefactuales o "fenotípicas"; Dunnell, 1989; O'Brien y Holland,
1995). Estas frecuencias son consideradas medidas del "fitness", tal y como
se manifiestan por su "éxito replicativo" (Dunnell, 1989; Leonard y Jones,
1987; O'Brien y Holland, 1992; 1995). La persistencia diferencial de la
variación, que es en definitiva el proceso evolutivo, es considerada como el
resultado de la acción de la selección (Dunnel, 1980; 1989; Leonard y Jones,
1987; O'Brien y Holland, 1992).
Siguiendo a Binford (1992) podemos decir que, a pesar de las
proposiciones de numerosos autores, hasta el presente no existe una teoría
evolutiva que explique en forma anticipada y no simplemente de una manera
acomodaticia post hoc, los cambios en los productos organizados de la
experiencia humana. En términos de la evolución cultural, sabemos que el
cambio ocurrió y ocurre, pero no conocemos aun cuál o cuales son los
mecanismos de cambio que afectan a los sistemas culturales (cf. Dunnell,
1980; 1989). Así, nuestro desafío reside no meramente en documentar la
realidad del cambio o su plausibilidad, sino en explicarlo, como así también
en explicar las situaciones en las cuales el cambio no tuvo lugar,
produciendo situaciones de estabilidad. En este sentido, Binford sostiene
que:

"Without a germane theory, one that relates causes and


consequences in a predictable fashion, we cannot have
explanations. Causes, to my way of thinking, are the
relationships between impacted phenomena and
impacting forces. This means that one must give
consideration in theory building to the character of what
is said to be acted upon. A constant set of impacting
forces ("selective forces") operating on a population of mice
and a population of elephants will have different
consequences, depending on the organizational properties
(e.g., the "anatomy") of the units said to be acted upon.
Organization is important. Evolutionay changes occur
with respect to different organizational properties at
different tempos and at different rates. Different species
are organized differently and hence are subject to
selection in different ways" (Binford, 1992: 54; énfasis
agregado).

El punto central del desarrollo de una verdadera teoría evolutiva está


pues, en comprender el mecanismo de selección, y el modo en que impacta
diferencialmente sobre estructuras orgánicas de distinto nivel (i.e. unidades
organísmicas, en el sentido de Pianka, 1974), que se hallan diferencialmente
organizadas. A este respecto, resulta interesante notar que mientras
muchos arqueólogos interesados en aplicar la teoría evolutiva neodarwiniana
prestan poca atención a las propiedades organizacionales de las poblaciones
humanas cuya actividad generó el registro arqueológico, numerosos biólogos
evolutivos comienzan a interesarse cada vez más en los procesos de
complejización y auto-organización de los sistemas biológicos, y su relación
con la selección y el proceso evolutivo (i.e. Kauffman, 1993; Lewin, 1992;
Prigogine y Stengers, 1984; Ulanowicz, 1986; Waldrop, 1992; Wicken, 1990).
Dentro de la tradición darwiniana, la selección natural fue y es
mayoritariamente considerada como la única fuente de orden en la
naturaleza (Kauffman, 1993; Lewin, 1992). Sin embargo, la proposición de
que la selección es responsable de cada cambio adaptativo, falla en su
intento de explicar los problemas impuestos por los sistemas altamente
estructurados que poseen sus propias leyes de ensamblaje e interacción.
Según Kauffman (1993), la teoría darwiniana debe expandirse para
reconocer la existencia de otras fuentes de orden aparte de la selección,
basadas en los constreñimientos genéticos y de desarrollo de los organismos,
en los límites estructurales y en las posibilidades de las leyes físicas
generales. Kauffman retoma uno de los problemas que los evolucionistas
han estado evitando por mucho tiempo, es decir, el problema de la evolución
de los sistemas complejos y altamente organizados:

"The task of enlarging evolutionary theory would be far


for complete even if we could show that fundamental
aspects of evolution and ontogeny had origins in some
measure reflecting self-organizing properties of the
underlying systems. The present paradigm is correct in its
emphasis on the richness of historical accident, the fact
of drift, the many roles of selection, and the uses of design
principles in attempts to characterize the possible goals of
selection. Rather, the task must be to include self-
organizing properties in a broadened framework, asking
what the effects of selection and drift will be when
operating on systems which have their own rich and
robust self-ordered properties. For in such cases, it seems
preeminently likely that what we observe reflects the
interactions of selection processes and the underlying
properties of systems acted upon" (Kauffman, 1993: 22-
23; énfasis en el original).

En nuestro campo de estudio, las organizaciones son comunmente


sistemas extrasomáticamente integrados, no reductibles a simples
organismos individuales. En biología, se asume un isomorfismo entre la
unidad de reproducción biológica y la unidad a través de la cual la
información es transmitida y expresada en el fenotipo mediante la
interacción genético-ambiental. Por el contrario, la transmisión de los tipos
de información que afectan a los fenotipos "culturales" puede ocurrir
independientemente de la reproducción biológica, magnificando
enormemente la variedad de las unidades que pueden estar sujetas a
selección (Richerson y Boyd, 1995). Al mismo tiempo, el potencial para la
reestructuración organizacional dentro y entre unidades, excede a aquella de
su contraparte biológica (Binford, 1992). Por otra parte, los principios de
indeterminación (Wicken, 1979; 1985; 1990) sugieren que existirían
procesos sistémicos internos que podrían producir rápidos eventos de
reorganización, de un modo tal que incluso un completo conocimiento de
todas las condiciones iniciales del sistema termodinámico que creó los
fenómenos arqueológicos observados (i.e. un sistema social), no permitiría
una predicción exacta de la forma que ese sistema podría adoptar en un
momento posterior (Binford, 1994). Estas ideas son a su vez compatibles con
un cuerpo de teoría que puntualiza sobre la importancia del orden social
emergente (i.e. Hayek, 1967; 1983; Touraine, 1977). Por ejemplo, Touraine
ha argumentado que la sociedad, antes que nada, es un agente de su propia
producción (autopoiesis) y que, inmersas en este proceso, encontramos
formaciones sociales espontáneas y no planificadas. En este sentido,
debemos considerar las propiedades emergentes latentes en toda
organización social como un principio fundamentalmente de auto-
organización, dentro de un proceso de causalidad no lineal que implica la
capacidad de generar comportamientos emergentes no predecibles (McGlade,
1995: 114). Si tomamos en cuenta que un objetivo fundamental de muchos
modelos ecológico-evolutivos es, precisamente, la predicción de
comportamientos asumiendo ciertas estabilidades, resulta claro que la
existencia de caos determinístico (Prigogine, 1980; Prigogine y Stengers,
1984) interactuando con sistemas no lineales (McGlade, 1995; Walker y
Ford, 1969), presenta serios problemas que aún necesitan ser resueltos.
Llegados a este punto, y a modo de resumen, podemos decir que el
crecimiento de un enfoque evolutivo en arqueología depende
fundamentalmente de:
• Reconocer que la teoría evolutiva neodarwiniana, en su estado actual de
desarrollo, no es directamente aplicable al estudio del registro
arqueológico (Dunnell, 1989).
• Reconocer que la teoría evolutiva neodarwiniana debe ser expandida, no
sólo para incluir nuevos mecanismos de transmisión de la información
(Boyd y Richerson, 1985; 1992; Dunnell, 1989; O'Brien y Holland, 1995;
Teltser, 1995b), sino para considerar mecanismos generadores de orden
en la naturaleza diferentes de la selección natural (Kauffman, 1993).
• Comprender el modo en que diversas condiciones selectivas actúan
diferencialmente sobre entidades diferencialmente organizadas (Binford,
1992; 1994).
• Reconocer que los principios que rigen la organización de las entidades
biológicas y sociales responden a un sistema de causalidad no lineal, que
implica la capacidad de generar organizaciones y comportamientos
emergentes no predecibles (McGlade, 1995).
A pesar de las falencias que aún existen en el desarrollo de una teoría
evolutiva satisfactoria que tenga como principal referente empírico al registro
arqueológico, los recientes y crecientes intentos de explorar la potencialidad
de una aproximación evolutiva en arqueología constituyen un importante
avance respecto al marco conceptual sustentado por la Nueva Arqueología de
los años `60 y `70 y por gran parte de la arqueología procesual de los `80. Al
adoptar la idea de Leslie White (1959) de que la cultura es un medio
extrasomático de adaptación (Binford, 1962; 1968), la arqueología logró un
mayor acercamiento al campo más amplio de la antropología, donde al
menos tres importantes escuelas de pensamiento - la ecología cultural
(Steward, 1938), el neofuncionalismo (Rappaport, 1968) y el materialismo
cultural (Harris, 1968) - propugnaban por la adopción de un modelo
funcional y sistémico de la cultura concebido en términos adaptativos (i.e.
Kirch, 1980a). Sin embargo, al mismo tiempo, se encerró a sí misma dentro
de un marco conceptual no darwiniano en el cual el estudio de la
consecuencia del proceso bio-cultural (la adaptación), tomó precedencia
sobre el estudio del proceso evolutivo mismo. Y es en este sentido,
precisamente, que resulta paradójico que la arqueología procesual nunca
haya formalizado una teoría acerca de procesos, sino que más bien haya
explorado una, o varias, acerca de sus resultados.

I.2. Adaptación
El término adaptación, tanto en biología como en ecología evolutiva, se
halla asociado a una amplia gama de significados (ver Alland, 1975;
Dobzhansky, 1974; Dunbar, 1982; Little, 1982; Mazess, 1978; Medawar,
1951; Stern, 1970; entre otros). De los diferentes significados atribuídos al
término adaptación hay tres que consideramos significativos respecto de los
objetivos de este trabajo. En primer lugar, la adaptación puede ser entendida
como un proceso por el cual un organismo cambia, se ajusta o conforma a
las limitaciones o restricciones de su ambiente. En este sentido, la
adaptación puede ser el producto de la selección natural operando sobre
muchas generaciones de individuos, o puede ser una respuesta conductual,
fisiológica o morfológica, adquirida o aprendida durante el transcurso de la
vida de un organismo, constituyendo así una parte fundamental de los
procesos de intra e intervariación.
En segundo lugar, la adaptación puede ser conceptualizada como una
medida del grado de conformidad entre un organismo y su ambiente. Esta
concepción parte de la premisa que establece la inexistencia de la
adaptación perfecta o de absolutos adaptativos, lo que implica que el
carácter adaptativo de un rasgo puede ser establecido sólo en un sentido
relativo (Lewontin, 1978).
Finalmente, la adaptación puede ser considerada como un proceso de
resolución de problemas (Maynard Smith, 1978; Dunbar, 1982; Foley, 1987;
Foley y Dunbar, 1989; O'Brien y Holland, 1995). Todo ambiente plantea
problemas de supervivencia, de valor selectivo, que los organismos deben
solucionar. La selección natural opera sobre los caracteres morfológicos,
conductuales, fisiológicos y bioquímicos de un organismo, siendo su
resultado el éxito reproductivo diferencial. Las potenciales soluciones se
encuentran afectadas por factores limitantes (en el sentido de Dawkins,
1982) tales como la variabilidad genética, la impredictibilidad, los
constreñimientos históricos, etc, siendo el producto final la adaptación
(Foley, 1987).
Como puntualizamos en el apartado anterior, en años recientes se ha
cuestionado el rol del estudio de la adaptación dentro de un marco evolutivo
en antropología y en arqueología. Algunas de las objeciones elevadas contra
el uso del concepto de adaptación en estas disciplinas se apoyan en la crítica
de Gould y Lewontin (1979) acerca de lo que estos autores denominan
"adaptacionismo" o "programa adaptacionista" (i.e. Dunnell, 1989; O'Brien y
Holland, 1995). Este consiste, entre otras cosas, en la construcción de
explicaciones aparentemente plausibles acerca de las funciones de diferentes
rasgos (i.e. conductuales, morfológicos, tecnológicos, etc.), pero de un modo
que, en última instancia, no resulta posible de ser probado. La amplia
difusión de este tipo de construcciones en antropología y arqueología,
básicamente dentro de enfoques neofuncionalistas, condujo a algunos
autores a considerar como secundario el rol de la adaptación dentro de la
explicación arqueológica (i.e. Borrero, 1993; Dunnell, 1989; Rindos, 1984).
Siguiendo a Mayr (1988b: 149), podemos decir que no hay nada
inherentemente incorrecto dentro del programa adaptacionista, siempre y
cuando éste sea ejecutado de un modo apropiado. Según O'Brien y Holland
(1992: 44; 1995: 189), el único modo de escapar a la crítica de Gould y
Lewontin es tratar de discriminar entre adaptaciones y no-adaptaciones o
maladaptaciones de un modo correcto, y sólo entonces tratar de identificar la
función probable de cada adaptación. A diferencia de Gould y Lewontin,
Mayr (1988b: 151) y O'Brien y Holland (1995: 189) no pretenden que esto
último se logre al primer intento, ya que no existe nada malo en la estrategia
de prueba y error consistente en proponer diferentes hipótesis en forma
sucesiva cuando la primera, o las subsecuentes, fallan. El único "pecado"
consiste, en este contexto, en sentirse cómodo con una conclusión
simplemente porque los datos parecen ajustarse bien al argumento
propuesto. Sin embargo, hay que tener en cuenta que esta última objeción
es válida para cualquier construcción científica, ya sea ésta resultante o no
de la operación de un programa adaptacionista.
La posición sustentada en este trabajo es que el estudio de la adaptación,
entendida como un proceso de resolución de problemas, es importante y
debe ocupar un lugar acorde entre los objetivos de nuestra disciplina. La
reacción ante los enfoques neofuncionalistas no debe implicar
necesariamente el relegamiento del estudio de la adaptación a un segundo
plano, tal como ha sido recientemente sugerido por algunos autores (i.e.
Borrero, 1993: 15). El desarrollo de marcos conceptuales y metodológicos
que permitan el estudio conjunto de la adaptación y del proceso evolutivo
que conduce a ella, constituye uno de los desafíos más importantes que la
arqueología deberá enfrentar en los próximos años.

I.3. El rol de los estudios de restos humanos arqueológicos dentro de un


marco evolutivo
Las aproximaciones evolutivas mencionadas en el primer apartado, en
particular las denominadas seleccionistas, enfatizan en el componente
artefactual del registro arqueológico, no especificando el rol que debería
cumplir el análisis de restos humanos y de otros restos materiales
asociados, en la documentación y explicación de las situaciones de cambio y
estabilidad organizacional de las poblaciones del pasado.
Borrero (1993) propone que los restos humanos son útiles para evaluar el
resultado del proceso evolutivo, es decir, la adaptación. Según él, se puede
afirmar que "... la adaptación se mide en huesos humanos, y se discute con
estudios de la frecuencia de artefactos y ecofactos, y el efecto que confieren a
las poblaciones que los usan" (Borrero, 1993: 21). De este modo artefactos y
restos humanos constituirían, al menos en principio, conjuntos de
información independientes para evaluar proposiciones acerca del pasado
(cf. Borrero, 1994: 60).
El valor de los restos humanos como fuente generadora de información
acerca del proceso adaptativo de las poblaciones humanas fue comprendido
muy tempranamente en el desarrollo de la Nueva Antropología Física
(Washburn, 1951) o Antropología Biológica (Pucciarelli, 1989), es decir,
cuando la disciplina adoptó como teoría general los enunciados de la síntesis
neodarwiniana a comienzos de la década del `50 (Washburn, 1951; 1953).
Sin embargo, la exploración más profunda de la potencialidad informativa de
este importante componente del registro arqueológico fue bastante más
tardía. Sólo en los últimos treinta años se ha desarrollado, como resultado
de una significativa convergencia de objetivos programáticos (en el sentido
de Lakatos, 1983) entre la antropología biológica y la arqueología de raíz
principalmente neofuncionalista, lo que se ha dado en llamar el "enfoque
biocultural" (Boyd, 1996; Bush y Zbelevil, 1991; Dressler, 1995). Este
enfoque es concebido como una instancia superadora de las aproximaciones
tradicionales al estudio de los restos humanos de origen arqueológico, tales
como los análisis morfométricos y paleopatológicos, de naturaleza
marcadamente descriptiva y con frecuencia abordados sin una perspectiva
poblacional. El enfoque biocultural puede ser caracterizado como la
elaboración de los conceptos y relaciones desarrolladas en la ecología
cultural, aplicados dentro del contexto de la teoría evolutiva. Su principal
objetivo es tratar de comprender las relaciones dinámicas existentes entre
las poblaciones humanas, la cultura y el ambiente, enfatizando en la
necesidad de establecer la condición biológica de las poblaciones humanas y
sus consecuencias para la reproducción biológica y cultural de la sociedad, a
la vez que considerar los efectos selectivos de la cultura sobre la
supervivencia de estas poblaciones (Bush y Zvelebil, 1992; Relethford, 1994).
A la luz de este enfoque, se ha ido delimitando con el transcurso del tiempo
un nuevo campo de estudio, de carácter inter y, con frecuencia,
transdisciplinario, denominado bioarqueología (Buikstra, 1981; Larsen,
1987). Este comprende el estudio de los procesos de formación de las
muestras de restos humanos, de la demografía, de las relaciones biológicas,
de las pautas de salud, enfermedad, actividad, nutrición, crecimiento y
desarrollo, como un medio de lograr una mayor comprensión acerca de la
adaptación y de la evolución de las poblaciones humanas del pasado.
En el siguiente apartado propondremos una conceptualización del
registro bioarqueológico, y proporcionaremos una síntesis del estado actual
de los conocimientos acerca de sus principales fuentes de variabilidad y de
sus procesos de formación, principalmente en el contexto de sociedades
cazadoras- recolectoras.

I.4. El registro arqueológico y el registro bioarqueológico: marco


conceptual
El término registro arqueológico es un término ambiguo, debido a que es
usado por diferentes arqueológos de diferentes maneras. Esto ha llevado a
algunos autores a afirmar que, hasta el presente, el concepto de registro
carece de rigor como concepto teórico dentro de la disciplina (i.e. Patrik,
1985). En general, el concepto de registro arqueológico es utilizado por los
arqueólogos como un modelo de su evidencia, reconociendo que éste implica
algo acerca de esa evidencia que no es directamente observable (Sullivan,
1978). El registro arqueológico pues, se construye inferencialmente a partir
de la evidencia o conjunto de datos generados a través de distintos
procedimientos metodológicos. En el modelo de registro sustentado por la
arqueología procesual, la fuente primaria de datos y evidencia está
constituída por cosas físicas y estáticas (Patrik, 1985), que son los efectos
causales de lo que ellos registran (Binford, 1981). En este sentido, es
importante señalar que evidencia arqueológica y registro arqueológico no son
términos intercambiables (Yacobaccio, 1988). La evidencia arqueológica es el
conjunto de datos obtenidos a partir del análisis de ítems materiales, sean
estos artefactos, estructuras, ecofactos, huesos humanos, etc., que el
arqueólogo dispone luego de su recuperación en el trabajo de campo o de
cualquier otro modo posible. El registro arqueológico, en cambio, es el
modelo teórico de la evidencia, inferencialmente construído (cf. Yacobaccio,
1988). El registro arqueológico, como conjunto de enunciados de distinto
nivel, posee pues un referente empírico que es actual, es decir, que existe en
el presente.
Llegados a este punto, podemos conceptualizar al registro bioarqueológico
como la parte del registro arqueológico que modela las relaciones entre
referentes empíricos tales como: a) restos humanos, b) otros restos
materiales o rasgos (i.e. marcadores de tumba, mobiliario y ajuar funerario,
etc.), y c) diversos elementos del paisaje (en el sentido de Forman y Godron,
1986).
A través del tiempo, el registro bioarqueológico ha sido utilizado para
discutir una amplia variedad de tópicos. Estos incluyen, entre otros:
• taxonomía o clasificación de poblaciones humanas (Biasutti, 1912;
Imbelloni, 1938; Sergi, 1911; von Eickstedt, 1934);
• variación biológica y proceso microevolutivo (Konigsberg y Buikstra,
1995; Neves y Pucciarelli, 1991; Pardoe, 1994; Steele y Powell, 1992);
• rango y diferenciación social (Binford, 1971; O'Shea, 1984; Pearson et al.,
1989; Tainter, 1977; 1978);
• salud y nutrición (Buikstra y Williams, 1991; Goodman et al., 1984;
Huss-Ashmore et al., 1982; Martin et al., 1985);
• anatomía funcional y stress ocupacional (Merbs, 1983; Stirland, 1991);
• paleodemografía (Buikstra y Konigsberg, 1985; Cook, 1981; Horowitz et
al., 1988; Van Gerven y Armelagos, 1983);
• guerra, tensión social y canibalismo (Milner, 1995; Turner, 1983; Turner
y Turner, 1992; White, 1992).
El registro bioarqueológico ha sido utilizado para explicar diversas
características de las poblaciones humanas y de los sistemas
socioculturales, el modo en que éstos varían a través del tiempo y del
espacio, y el mecanismo por el cual se modifican o pasan de un estado a
otro. En una palabra, se lo ha utilizado para abordar cuestiones referidas a
las propiedades dinámicas de las poblaciones y sistemas socioculturales del
pasado. Sin embargo, una de sus principales propiedades - compartida con
los demás componentes del registro arqueológico - es su carácter estático y
actual (Binford, 1981; O'Shea, 1984).
Como arqueólogos o bioantropólogos, lo que analizamos no son
poblaciones, ni aún muestras de poblaciones - que en sí representan un
concepto dinámico - sino muestras de conjuntos óseos y otros restos
materiales asociados, preservados y recuperados en sitios particulares. Sin
embargo, hasta el presente no se posee una clara comprensión acerca de la
naturaleza de los vínculos existentes entre las propiedades del registro y las
propiedades dinámicas de las poblaciones humanas de las cuales deriva. A
este respecto, es importante destacar que en la actualidad permanecen aún
controvertidos algunos aspectos que resultan cruciales para la comprensión
de los mecanismos de formación del registro bioarqueológico, tales como:
• la contribución de la variabilidad biológica a la supervivencia y/o
mortalidad diferencial de los individuos dentro de las poblaciones
humanas (Wood et al., 1992; cf. Goodman, 1993; Jackes, 1993);
• el modo en que las muestras esqueletarias, que frecuentemente cubren
lapsos más o menos largos de tiempo, se ven afectadas por factores tales
como los cambios, a corto y largo plazo, en los parámetros demográficos
(Cadient et al., 1976; Wood et al., 1992; cf. Buikstra y Mielke, 1985);
• las implicancias sociales y conductuales de los perfiles de mortalidad de
muestras arqueológicas (Buikstra y Mielke, 1985; Lovejoy et al., 1977; cf.
Howell, 1982);
• los sesgos tafonómicos y conductuales que contribuyen a la
estructuración por sexo y edad de las muestras esqueletarias (Charles y
Buikstra, 1983; Walker et al., 1988);
• el grado en el cual las prácticas mortuorias están determinadas de un
modo diferencial por factores sociales, filosófico- religiosos,
circunstanciales y ecológicos (Binford, 1971; Brown, 1971; Carr, 1995;
Hodder, 1982; Kirch, 1980b; Pearson et al., 1989, Saxe y Gall, 1977;
Tainter; 1977; 1978).
En particular, el modo en que se forma y se estructura el registro
bioarqueológico de cazadores-recolectores ha permanecido en gran medida
inexplorado, a pesar de constituir una parte importante del registro
arqueológico de este tipo de sociedades. Es por ello que la interpretación y
explicación de los patrones observados - en términos de comportamiento y/o
biología -, resulta actualmente difícil de realizar en ausencia de una teoría
coherente y de una sólida metodología para evaluar la relevancia de, y dar
sentido a, nuestras observaciones acerca del registro. El registro
bioarqueológico, al igual que otros componentes del registro arqueológico,
durante su proceso de formación atraviesa por una serie de estadíos
análogos a los descriptos por diversos autores para el registro
arqueofaunístico (i.e. Clark y Kietze, 1967; Klein y Cruz-Uribe, 1984;
Meadow, 1980; Stiner, 1994) (Figura I.1). En tanto modelo teórico de nuestra
evidencia, el registro bioarqueológico se constituye a partir de la interacción
de distintos factores relacionados con: a) la dinámica demográfica de las
poblaciones humanas (i.e. fertilidad, mortalidad y supervivencia diferencial,
heterogeneidad en el riesgo de morbilidad y mortalidad, etc.), b) organización
social, económica y tecnológica, patrones de racionalidad, ideología y
creencias (i.e. movilidad, sistema de asentamiento, prácticas mortuorias,
construcción social y uso del espacio), c) procesos tafonómicos y
postdepositacionales (i.e. química de los suelos, agentes biológicos), d)
diseño de investigación arqueológica (i.e. muestreo, excavación y análisis), y
e) marco teórico, concepción paradigmática y factores de naturaleza
extracientífica que influyen sobre la generación y uso del conocimiento.
En los últimos años se han producido notables avances en la comprensión
de varios de los aspectos involucrados en la formación del registro, tales
como los procesos tafonómicos y postdepositacionales, técnicas de muestreo,
excavación y análisis, vías y perspectivas alternativas de conocer, construir y
dar significado al pasado. Sin embargo, entre los aspectos más desconocidos
se hallan aquellos que condicionan en forma determinante la formación del
registro y cuya comprensión es de fundamental importancia para su
interpretación. Ellos son: a) los procesos que intervienen en la formación - a
corto y largo plazo - del conjunto muerto o "población muerta" (ver Waldron,
1994), en especial la incidencia de la mortalidad y supervivencia selectiva y
de los cambios demográficos a través del tiempo (Cadient et al., 1976; Wood
et al., 1992); y b) los procesos que intervienen en la distribución espacial de
los muertos de una población, en particular, la influencia de las distintas
estrategias y tácticas de uso del espacio (i.e. grado y tipo de movilidad,
ocupación redundante, etc.).
A pesar de la virtual ausencia de investigaciones etnoarqueológicas
centradas en el estudio de las prácticas mortuorias, y al hecho de que las
fuentes etnográficas tradicionales contienen información insuficiente acerca
de la localización de las areas de entierro y de los factores que gobiernan la
elección de su emplazamiento (ver Chapman y Randsborg, 1981), numerosa
evidencia etnográfica sugiere que el principal factor influyente en la
distribución espacial de los cadáveres a nivel regional en poblaciones
cazadoras-recolectoras es la movilidad. Un reciente estudio transcultural
llevado a cabo por Carr (1995), dirigido a establecer los principales
determinantes de las practicas mortuorias, muestra que los denominados
determinantes circunstanciales y físicos - entre los cuales puede ser incluída
la movilidad -, tienden a ser más importantes para las sociedades de nivel
jerárquico y de bandas, y sistemáticamente menos importantes para las
sociedades de nivel sociopolítico intermedio, tales como los cazadores-
recolectores "complejos" y los horticultores (Carr, 1995: 171). Sin embargo,
ningún estudio fue dirigido a establecer las relaciones entre las distintas
formas de movilidad - un fenómeno multidimensional (Kelly, 1992) - y los
diferentes tipos de distribuciones de entierros resultantes.
Podría hipotetizarse que: a) el número de sitios que son utilizados para
enterrar a los muertos de una población tiende a variar en forma directa con
el número de movimientos residenciales anuales; y b) el número de
individuos enterrados en un lugar particular tiende a estar correlacionado en
forma negativa con el número de movimientos residenciales anuales. Dicho
en otras palabras, estas dos hipótesis predicen que, a medida que aumenta
el número de movimientos residenciales por año, tiende a haber un mayor
número de sitios destinados al entierro de individuos a nivel regional, cada
uno de ellos con un número progresivamente menor de entierros. Sin
embargo, diversos factores pueden influir en el hecho de que estos dos
enunciados no se cumplan en todas las situaciones. Entre los mismos
pueden mencionarse el tamaño de la región o "territorio" (en el sentido de
Binford, 1981) que es explotada por una población, y el grado y tipo de
redundancia en la ocupación de determinados puntos del espacio. Puede
esperarse que estas hipótesis tiendan a verificarse en forma positiva en
situaciones en las cuales el tamaño de los rangos anuales y el tamaño total
de la región o territorio explotados sea grande, y el grado de redundancia
entre las sucesivas ocupaciones de un mismo espacio sea bajo. Por otro
lado, estas hipótesis presuponen una congruencia relativamente alta entre el
lugar de muerte y el lugar de entierro, una situación que puede no darse, y
de hecho no se dá en todos los casos. Los individuos tenderían a ser
enterrados en lugares cercanos al lugar de muerte, cuando los costos de
transportar los restos a otro lugar - medidos en términos del tiempo y los
recursos invertidos - fueran mayores que los beneficios. La disposición de
los cadáveres es una actividad social que utiliza recursos y que, al igual que
actividades tales como la búsqueda de parejas, la adquisición de alimentos,
etc., sustrae tiempo al individuo para la realización de otras tareas de valor
adaptativo. La toma de decisiones que involucra, resulta susceptible
entonces de ser abordada en términos analíticos por estudios basados en la
teoría ecológico evolutiva, tales como los denominados de "asignación de
tiempo" ("time allocation studies", sensu Hames, 1992). Esta es una línea de
investigacion que aún no ha sido explorada, pero que resulta relevante para
analizar algunos problemas vinculados a las prácticas funerarias.
No obstante las objeciones expresadas precedentemente, una gran
cantidad de evidencia etnográfica indica que grupos móviles tales como los
Hadza, los Mbuti, los Baka, los !Kung (Woodburn, 1982); los Pintupi (Myers,
1991), los Gununa Kena (Bórmida y Casamiquela, 1958/1959), y los Nukak
(Politis, 1996a), con frecuencia entierran a los muertos en áreas cercanas a
los lugares utilizados para la realización de otras actividades (i.e.
campamentos), invierten poco tiempo y recursos en las actividades
funerarias, y tienden a no señalizar el lugar del entierro mediante la
construcción de estructuras conspicuas y/o permanentes. Por otro lado,
evidencia etnográfica igualmente numerosa, sugiere la existencia de una
correlación entre el decrecimiento en la movilidad y el surgimiento de áreas
formales de entierro o "cementerios". Siguiendo la definición operativa
proporcionada por Pardoe (1988), un área formal de entierro o cementerio,
en el contexto de sociedades cazadoras-recolectoras, se caracterizaría por ser
un área funcionalmente específica y exclusiva destinada al entierro de un
número significativo de individuos (del orden de decenas o centenas),
distribuídos dentro de límites acotados y con un alto grado de contigüidad
espacial.
Un estudio comparativo transcultural realizado por Goldstein (1976)
sobre una muestra de treinta sociedades, apoya la hipótesis adelantada por
Saxe (1970; 1971) acerca de la asociación existente entre la aparición de
áreas formales de entierro o cementerios, y el surgimiento de grupos
corporativos de descendencia lineal (i.e. linajes), que ejercen el control sobre
el acceso y uso de determinados recursos críticos.
El ejercicio del control sobre el acceso y uso de determinados recursos
define una conducta territorial. Dyson-Hudson y Smith (1978; cf. Cashdan,
1983; Layton, 1986), discutiendo el fenómeno de la territorialidad humana
en términos ecológicos y funcionales (Chapman, 1995), han propuesto que,
cuando la distribución espacio-temporal de los recursos es densa y
predecible y consecuentemente su defendibilidad económica es alta (sensu
Brown, 1964), existen mayores probabilidades de que se establezca un
sistema territorial de uso del espacio. Este sistema, según Ambrose (1984;
citado en Brandt, 1988), estaría caracterizado por un incremento en la
densidad de población y el tamaño de los grupos (Yellen y Harpending,
1972), una estrategia de asentamiento más sedentaria, con un patrón de
movilidad logístico (Binford, 1980; Kelly, 1983), un decrecimiento en el
intercambio regional de información (Hayden, 1982) y hábitats delineados y
controlados a través de la defensa y/o de la advertencia (Brandt, 1988). Los
correlatos arqueológicos del modelo propuesto por Ambrose incluirían
cambios a través del tiempo en la organización del sistema de asentamiento
a nivel regional e intra-sitio, cambios en las fuentes de materias primas,
función y/o estilo de los artefactos, dieta y prácticas mortuorias (ver Brandt,
1988). La disposición de los cadáveres en áreas formales de entierro, y/o la
construcción de monumentos funerarios, tendrían la función de actuar como
demarcadores territoriales. En este sentido, el reclamo permanente de uso y
control de los recursos críticos estaría establecido y justificado por la
presencia de los ancestros (Brandt, 1988; Chapman, 1981; Charles y
Buikstra, 1983; Hall, 1976; Pardoe, 1988; Renfrew, 1976; cf. Carr, 1995:
183). Si bien las hipótesis derivadas de este modelo aún no han sido puestas
a prueba en forma extensiva, datos etnográficos referidos a los Elmolo del
Lago Turkana (Scherrer, 1976, citado en Brandt, 1988), los Temuan de
Malasia (Saxe y Gall, 1977), los Mundas de la India (Chattopadhyaya, 1996),
y aborígenes australianos del norte de la Tierra de Arnhem (Berndt y
Johnston, 1942; Hamilton, 1982), parecen sustentarlo. Sin embargo, más
allá de su contrastación empírica, su principal valor es heurístico, al llamar
la atención acerca de la posible vinculación entre determinadas prácticas
culturales, tales como la disposición de los cadáveres, con variables
paleoecológicas relevantes tales como la territorialidad, la estructura regional
de los recursos, etc.
Las distintas formas de disponer los cuerpos - a través del entierro
primario, del entierro secundario, de la cremación, etc. - tampoco parecen
variar independientemente de la organización de cada sociedad. Numerosa
evidencia etnográfica (i.e. Bushnell, 1920; Hamilton, 1982; Peterson, 1972)
indica que la práctica del entierro secundario - que implica un tratamiento
complejo de los cadáveres, una cantidad variable de tiempo entre la muerte
del individuo y la depositación final de los restos y, usualmente, el
transporte de los mismos -, tiende a covariar positivamente con la creciente
complejización de la sociedad (en el sentido de Burch y Ellanna, 1994), con
un reforzamiento de la territorialidad y con una mayor competencia entre y
dentro de los grupos. De acuerdo con Goldstein (1989; 1995), el entierro
secundario de los restos puede deberse ya sea a factores circunstanciales
(i.e. cuando la muerte ocurre en un lugar alejado del campamento o de las
áreas de entierro habituales, o cuando se produce la reutilización de un
área de entierro), o a la afiliación social particular del individuo. En el
segundo caso, la aparición en una región de entierros secundarios puede
implicar un cambio en la actitud hacia los muertos, involucrando un gran
despliegue de labor creativa destinada a conmemorar al difunto, junto con la
realización de ceremonias funerarias más elaboradas (i.e. Hamilton, 1982).
Al mismo tiempo, la doble disposición de los restos tiende a estar
correlacionada con una mayor fijación de los asentamientos a determinados
puntos del paisaje (Goldstein, 1995), y al surgimiento de áreas formales de
entierro o cementerios (ver ejemplos en Goldstein, 1980; Hamilton, 1972;
O'Shea, 1984). Dentro de este contexto, los costos de la actividad funeraria
(i.e. descarne de los cuerpos, transporte, construcción de estructuras, etc.)
podrían ser menores que los beneficios, al proporcionar los medios de ejercer
un control territorial de relativamente bajo costo mediante el recurso de la
advertencia (ver Cashdan, 1992).
De lo expuesto, se sigue que la variación temporal y espacial en las
prácticas funerarias puede ser considerada una función de las variaciones
en el grado de diferenciación y especialización interna de los componentes de
un sistema sociocultural. Como tal, pueden constituirse en indicadores
sensibles para evaluar el estado y propiedades organizacionales de un
sistema en un momento determinado de su trayectoria a través del tiempo
(Binford, 1994). Sin embargo, las correlaciones empíricas observadas entre
la formación de cementerios, la práctica del entierro secundario, niveles
relativamente altos de complejidad organizacional, territorialidad, reducción
de la movilidad y aumento demográfico en sociedades cazadoras-recolectoras
contemporáneas o etnográficamente documentadas, no deben ser utilizadas
como convenciones a priori para la interpretación de casos arqueológicos
específicos. No debe perderse de vista el hecho de que las correlaciones no
son necesariamente informativas acerca de las causas de un determinado
proceso, sino sólo pruebas acerca de la operación de fenómenos sistémicos.
Lejos de ser explicaciones en sí mismas, constituyen aquello que necesita ser
explicado (Binford, 1990). Ello no obstante, deben ser tenidas en cuenta,
pues fuerzan a la realización de preguntas relevantes, a estudiar la
variabilidad del registro bioarqueológico desde una perspectiva ecológica y a
orientar, o reorientar, la investigación.
II. SALUD, STRESS Y NUTRICION

II.1. Los conceptos de salud y stress en antropología


El enfoque biocultural en bioarqueología considera a los restos humanos
esqueletales como remanentes de un sistema, el individuo, que estuvo en
interacción con el ambiente natural y social (Bush, 1991). El análisis de la
salud de las poblaciones del pasado permite evaluar dicha interacción,
debido a que el estado de salud influye significativamente sobre
características tales como la esperanza de vida, el potencial reproductivo y la
capacidad de trabajo y de aprendizaje.
La definición ecológica de salud, que concibe a los estados de salud y
enfermedad como intentos respectivamente exitosos y no exitosos de
adaptarse al stress producido por factores tanto del medio interno como del
externo, subyace al análisis de restos óseos humanos desde una perspectiva
biocultural. Esta definición enfatiza la naturaleza dinámica de esta
condición, específicamente la noción de ajuste a, o recuperación de,
influencias ambientales desfavorables (Audy, 1971; Dubos, 1965; Goodman,
1991; Wylie, 1970). Desde esta perspectiva, la salud es considerada como
parte de un continuum o de un espectro que incluye también a la
enfermedad. Según Dubos,

"States of health or disease are the expression of the


succsess or failure experienced by the organism in its
efforts to respond adaptively to environmental challenges"
(1965: xvii).

El vínculo que conecta el concepto ecológico de salud con su


reconocimiento y evaluación en restos esqueletales de poblaciones
extinguidas es la evidencia física de la respuesta adaptativa del organismo.
Esta evidencia está integrada por los denominados, en términos genéricos,
indicadores de stress (i.e. Huss-Ashmore et al., 1982; Martin et al., 1985).
El término stress presenta, tanto desde un punto de vista clínico como
antropológico, dificultades para ser definido (Bush, 1991; Hinkle, 1961;
Mason, 1975). Según Selye (1950; 1956; 1957; 1973), una situación de
stress es aquella capaz de provocar cualquier tipo de disrrupción en el
funcionamiento normal y en la homeostasis de un organismo. Ante una
situación de stress, se ponen en funcionamiento un conjunto de respuestas
conductuales y fisiológicas orientadas a restaurar las funciones biológicas
esenciales, en un intento de recuperar los niveles previos al estímulo
(Síndrome General de Adaptación, en el sentido de Selye, 1950). Los efectos
inmediatos y mediatos del fracaso en rectificar esta disrrupción abarcan un
amplio rango, que va desde el mínimo deterioro de una función, hasta el
costo más alto de la maladaptación al stress, es decir, la muerte del
organismo (Goodman y Armelagos, 1989; Powell, 1988). Entre las
principales fuentes de stress fisiológico figuran la malnutrición y las
condiciones patológicas, siendo los factores psicológicos y mecánicos, según
Dubos (1965) y Selye (1956), sólo fuentes secundarias (ver sin embargo
Bush, 1991 y Widowson, 1951).
El stress puede ser clasificado en agudo o crónico, de acuerdo con su
duración. El primero es experimentado por el organismo durante un período
relativamente corto y bien definido, como en el caso de un síndrome febril
breve (Dobyns, 1983). El stress crónico, en cambio, se manifiesta durante
períodos más largos de tiempo, sin una clara demarcación de su comienzo o
finalización, como en el caso de una nutrición subóptima resultante de un
déficit proteico (Garn 1972; Scrimshaw et al., 1968).

II.2. La influencia de la nutrición sobre el crecimiento y el desarrollo


Uno de los resultados biológicos más significativos de una situación de
stress es la alteración del crecimiento normal, que puede ir desde una
detención momentánea del mismo, hasta una modificación del ritmo de
crecimiento. Niños con inanición aguda pueden tener crecimiento
compensatorio, en virtud de su capacidad reguladora (Waddington, 1957).
Esto depende, entre otros factores, de la intensidad y duración del stress y
de la etapa de crecimiento en que éste actúa (Beck et al., 1983; Widowson y
McCance, 1960). Si el stress se transforma en crónico, el crecimiento tiende
a retardarse para mantener niveles funcionales aceptables. La mayoría de
los miembros de algunas poblaciones, y algunos de todas las poblaciones,
alcanzan de adultos una estatura inferior a la que debieran haber logrado a
causa de desnutrición crónica durante su niñez (Tanner, 1986).
Es necesario distinguir los efectos de la nutrición sobre el ritmo de
crecimiento, la estatura final, la configuración corporal y la composición de
los tejidos. El ritmo parece ser la primera variable afectada. El niño
subnutrido puede crecer con lentitud, en espera de mejores condiciones.
Este rasgo es una característica común a todos los mamíferos, lo que
indicaría el valor altamente selectivo de la oferta ambiental de recursos sobre
la capacidad de autorregulación del proceso de crecimiento. La estatura del
adulto parece ser afectada por un nivel de subnutrición menos severo que la
forma corporal adulta (Tanner, 1986). Sin embargo, se ha demostrado que
existe una relacion exponencial - alométrica - entre el crecimiento de los
distintos segmentos corporales, que provoca una dinámica de cambios
característicos en las proporciones corporales durante la infancia. Esta
dinámica puede ser alterada por desnutrición, por lo que las proporciones
corporales han sido frecuentemente utilizadas en estudios de crecimiento y
en la evaluacion del estado nutricional (Guimarey et al., 1993). En muchas
poblaciones, el período en que el niño se encuentra en mayor riesgo de
subnutrición, frecuentemente combinada con algún proceso infeccioso o de
parasitación, es el que va desde el nacimiento hasta los 5 años de edad. El
mantenimiento de un nivel nutricional adecuado resulta crítico para el
desarrollo fetal, no sólo durante el embarazo, sino también durante el
crecimiento y desarrollo de la futura madre (Newman, 1975). A este respecto,
se ha demostrado que existe una correlación entre el retardo del crecimiento
de las mujeres y el bajo peso de sus hijos al nacer (Mello et al., 1987). Por
ejemplo, la talla materna inferior a 145 cm aumenta el riesgo de
complicaciones obstétricas y de nacimientos de individuos de bajo peso
(Gopalan, 1987). Estudios de seguimiento han demostrado que los niños
nacidos a término pero pequeños para su edad gestacional (PEG), nunca
llegan a recuperarse de esta desventaja inicial (Gopalan, 1987). Sin embargo,
diversos estudios sugieren que la desnutrición durante el período gestacional
posee efectos más débiles que aquella actuante durante el período
lactacional (i.e. Barnes et al., 1973; Smart et al., 1973). Srebnick y Budd
(1981) encontraron, después de aplicar una desnutrición materna durante la
gestación, una restitución del peso corporal durante la lactancia y
postlactancia (cf. Widowson y McCance, 1960; Williams et al., 1974; Toews y
Lee, 1975).
El mantenimiento nutricional normal necesita de una ingesta y
metabolización adecuadas, en cuanto a cantidad, calidad y proporción, de
los nutrientes esenciales (i.e. calorías, proteínas, lípidos, vitaminas y
minerales). Las cantidades y proporciones de nutrientes requeridas
dependen de numerosos factores de naturaleza hereditaria, ambiental y
fisiológica (Wing y Brown, 1979). Debido a ello, en el estudio de poblaciones
extinguidas la adopción de estándares nutricionales elaborados para
poblaciones actuales resulta altamente especulativo, ya que existen pocas
bases para evaluar la existencia o no de adaptaciones nutricionales
específicas, o la posibilidad de cambio a través del tiempo de las necesidades
dietarias de las poblaciones humanas (Leone y Palkovich, 1985; Stinson,
1992).

II.3. Malnutrición e infección


La influencia de las enfermedades infecciosas sobre las poblaciones
humanas depende de la interacción dinámica de tres conjuntos de variables:
a) suceptibilidad y resistencia del huésped; b) presencia de organismos
patógenos; y c) el ambiente en el cual éstos interactúan (Alland, 1970:
Lilienfield y Lilienfield; 1980; Powell, 1988). La mera asociación física de los
húespedes y de los agentes patógenos crea las condiciones mínimas
necesarias pero no resulta inevitablemente en el desarrollo de síntomas de
enfermedad (Dubos, 1965; Scrimshaw, 1975). La resistencia a la enfermedad
del organismo se encuentra determinada por factores específicos e
inespecíficos (Youmans et al., 1980). Los factores específicos incluyen
aquellas respuestas proporcionadas por el huésped ante patógenos
particulares, con posterioridad a la infección (Hoeprich, 1977). Ejemplo de
ello es la formación de anticuerpos y el desarrollo de inmunidad celular. Los
factores inespecíficos, por el contrario, son aquellos que se hallan presentes
y en estado operativo en el momento del nacimiento, o inmediatamente
después. El tipo de resistencia proporcionado por los factores inespecíficos
es efectivo contra muchos tipos de patógenos, y es compartida por todos los
individuos de una especie (Hoeprich, 1977). Entre los factores inespecíficos
más importantes pueden mencionarse factores genéticos, niveles
hormonales, sindromes febriles, fagocitosis, inflamación y nutrición
(Hoeprich, 1977; Powell, 1988).
Numerosa evidencia indica que el proceso de crecimiento resulta
particularmente susceptible a la interacción sinérgica entre estados de
malnutrición e infección. Deo (1978) desarrolló un modelo acerca de los
efectos de la malnutrición proteico-calórica sobre la resistencia a la
infección. Los individuos con este tipo de malnutrición, cuya manifestación
extrema es el marasmo, son especialmente susceptibles a contraer
infecciones accidentales de variadas etiologías. Esto se debe a un amplio
rango de respuestas físicas de carácter inespecífico y específico: reducción
en la producción de macrófagos, lo que disminuye la capacidad de
fagocitosis, alteración de la respuesta inflamatoria, y compromiso de la
competencia inmunológica a nivel celular, lo que deriva en una respuesta
inmune deficiente. Al mismo tiempo, un desarrollo prolongado de este tipo
de malnutrición provoca alteraciones en las defensas mecánicas del huésped
(i.e. alteraciones cutáneas), lo que favorece la invasión de organismos
patógenos, como así también disfunciones a nivel del tracto gastrointestinal
(i.e. reducción de la motilidad intestinal), que disminuyen la tasa de
evacuación de micoorganismos. El rol de la nutrición en el
desencadenamiento de toda la serie de alteraciones descriptas, se pone de
manifiesto en el hecho de que la competencia inmune tiende a retornar a
niveles normales cuando se produce la rehabilitación nutricional.
Del mismo modo en que la malnutrición puede reducir la resistencia
efectiva contra las enfermedades infecciosas, estas últimas pueden afectar el
estado nutricional del huésped. Con frecuencia, el efecto combinado
resultante es más severo que el producido por una sóla de ambas
condiciones (Powell, 1988). Esto se debe a la clara interacción sinérgica de
estos dos factores de stress.
Los requerimientos de distintos nutrientes se elevan durante la
enfermedad debido al incremento de la tasa metabólica, la concentración de
nutrientes bajo formas no disponibles por el organismo (i.e. el hierro en el
hígado), y su derivación respecto a sus vías metabólicas normales, como en
el caso de una mayor necesidad de producción de fagocitos. La mayoría de
las enfermedades acompañadas por síndromes febriles, se caracterizan por
incrementar la excreción de nitrógeno, al igual que ciertas infecciones
subclínicas. En individuos subnutridos, estados de anemia pueden ser
inducidos por enfermedades infecciosas a través del mecanismo de secuestro
o captura de hierro. La invasión bacteriana y protozoaria estimula este
mecanismo, que constituye una respuesta protectora que inhibe la
proliferación de los organismos invasores, que necesitan del hierro para su
reproducción (Scrimshaw, 1992). Esta reducción en el hierro disponible
conduce, a su vez, a un decrecimiento en la efectividad fagocítica debido a
niveles inferiores en la secreción de peroxidasa, disminuyendo así la
capacidad inmunitaria.

II.4. El estudio bioarqueológico de la salud y nutrición de poblaciones


prehistóricas
Como expresáramos al comienzo de este capítulo, el vínculo que conecta
el concepto ecológico de salud con su reconocimiento y evaluación en restos
esqueletales de poblaciones prehistóricas, son los rastros físicos de la
respuesta adaptativa del organismo denominados, en términos genéricos,
indicadores de stress. La comprensión del modo en que responde el sistema
esqueletario a diversos estímulos ambientales resulta crucial para el análisis
de la salud y nutrición de poblaciones extinguidas a partir de restos óseos.
El esqueleto puede ser conceptualizado como un sistema orgánico en
constante comunicación y cooperación con otros sistemas. Las principales
funciones del esqueleto son brindar sostén a los demás sistemas del
organismo, posibilitar la locomoción, participar en el almacenamiento y
regulación de minerales, proteger al sistema nervioso central y producir
glóbulos rojos. El hueso cambia constantemente a través del ciclo vital,
siendo más susceptible a la influencia ambiental durante los períodos
críticos del proceso de crecimiento y desarrollo. El crecimiento óseo se halla
determinado principalmente por la interacción de dos procesos: la
depositación de hueso por la acción de los osteoblastos, y la remoción
selectiva de hueso por parte de los osteoclastos. Estos procesos pueden ser
alterados por desbalances fisiológicos y por la carencia o el exceso de
nutrientes. Debido a la mayor resistencia al stress que posee el sistema
óseo, enfermedades leves o deficiencias nutricionales leves o moderadas
pueden no manifestarse a nivel del esqueleto. Por el contrario, cuando son
observadas alteraciones de diversa magnitud en la morfología y estructura
del hueso, éstas pueden indicar que la situación de stress fue lo
suficientemente severa o prolongada como para agotar las respuestas
potenciales de otros sistemas orgánicos. Del mismo modo en que la
determinación de la intensidad de un factor estresante no siempre es
inferible a partir de la evaluación de los diversos indicadores óseos, su origen
puede resultar difícil e incluso imposible de dilucidar. Esto se explica por el
hecho de que varios factores, actuando sobre un mismo proceso, pueden
producir resultados similares (Huss-Ashmore et al., 1982), y porque el tejido
óseo posee una capacidad limitada de respuestas potenciales ante distintos
estímulos ambientales (Cohen, 1989; Goodman y Armelagos, 1989). Esta
propiedad del hueso permite clasificar a las lesiones óseas en: a) específicas;
y b) inespecíficas. Las lesiones específicas son aquellas que pueden ser
atribuídas a un sólo factor o entidad patológica (i.e. mieloma múltiple),
mientras que las lesiones inespecíficas pueden ser inducidas por una amplia
variedad de estados de enfermedad, es decir, que poseen un origen
multicausal (i.e. líneas de Harris, hipoplasias del esmalte dental,
osteoporosis juvenil, hiperostosis porótica) (Mensforth, 1991). La etiología de
una lesión específica puede ser establecida usualmente con un alto grado de
confianza, y puede brindarnos importante información acerca del estado de
salud de un individuo particular. Debido a esto, las lesiones específicas nos
proporcionan un escaso conocimiento acerca de los principales factores de
morbilidad y mortalidad de poblaciones prehistóricas, por lo que su utilidad
paleoepidemiológica se halla marcadamente restringida. Por el contrario, las
lesiones esqueletarias inespecíficas, si bien de naturaleza multicausal, son lo
suficientemente frecuentes como para proporcionar información
paleoepidemiológica sobre una base poblacional (Mensforth, 1991).
En bioarqueología, un importante avance en el estudio de la salud y
nutrición de poblaciones prehistóricas residió en el abandono de enfoques
basados en el uso de indicadores de stress únicos y aislados, tanto de
naturaleza específica como inespecífica, y en la adopción de aproximaciones
que utilizan múltiples indicadores analizados de un modo sistemático
(Buikstra y Cook, 1980; Huss-Ashmore et al., 1982; Martin et al., 1985;
Larsen, 1987; Saunders y Katzemberg, 1992). Este tipo de estrategia ha
demostrado ser muy útil para proveer conocimiento acerca del patrón
general de morbilidad y nutrición a nivel poblacional (Cohen, 1989;
Goodman y Armelagos, 1989).

II.5. La naturaleza de las muestras esqueletarias de poblaciones


cazadoras-recolectoras y el alcance de la interpretación bioarqueológica
de los patrones de salud y nutrición.
Históricamente, los estudios acerca de las pautas de salud y nutrición de
poblaciones prehistóricas se han centrado principalmente en el análisis de
muestras numéricamente importantes, derivadas de poblaciones agrícolas o
cazadoras- recolectoras tardías, éstas últimas frecuentemente en transición
hacia economías productoras de alimentos. El principal obstáculo que ha
impedido la construcción de una base de datos más amplia correspondiente
a cazadores-recolectores móviles ha residido en la naturaleza del registro
bioarqueológico generado por este tipo de poblaciones. Este se halla
caracterizado, en la mayoría de los casos, por hallazgos aislados y a menudo
fragmentarios. En particular, este registro presentó dificultades para ser
abordado desde la perspectiva reconstruccionista adoptada por la mayor
parte de los estudios paleodemográficos y paleonutricionales hasta los
primeros años de la década de 1990 (i.e. Buikstra y Mielke, 1985: 410).
Como expresamos en el apartado I.3., es posible diferenciar tres grandes
fuentes de variabilidad en la conformación del registro bioarqueológico: a) el
tamaño, estructura y dinámica de las poblaciones humanas, b) los procesos
postdepositacionales operantes a nivel local y regional, y c) las técnicas de
prospección, excavación y análisis de muestras esqueletarias.
Las poblaciones de cazadores-recolectores móviles son, en la gran mayoría
de los casos, de pequeño tamaño. La estructura etárea y sexual y los
patrones de morbi-mortalidad de poblaciones pequeñas se hallan sujetos a
procesos de variación de naturaleza estocástica, cuyo impacto resulta
inversamente proporcional al tamaño de la población (Paine y Harpending,
1996). Debido a la dispersión espacial y temporal de los restos de cazadores
recolectores con un grado moderado o alto de movilidad residencial y a
sesgos tafonómicos y de muestreo, las muestras disponibles para análisis
son con frecuencia pequeñas. A menudo también, éstas se hallan
compuestas por restos provenientes de un conjunto de sitios cuya
interrelación posee, en la mayoría de los casos, un alto grado de
incertidumbre. Puede decirse que todas las muestras esqueletarias, pero
especialmente las de cazadores-recolectores, manifiestan el llamado efecto de
"linaje" (Cadient et al., 1976). Esto es consecuencia de la acumulación, en
sitios o regiones particulares, de individuos a través de varias generaciones
bajo regímenes demográficos variables y con tasas de depositación
igualmente variables pero, por lo general, bajas (Steele y Olive, 1989). Se ha
argumentado que, en períodos suficientemente largos de tiempo, tales
muestras pueden promediarse para producir el efecto de poblaciones
estables, especialmente en ausencia de evidencia independiente acerca de la
posible expansión o declinación poblacional (Settenspiel y Harpending, 1983;
Trinkaus, 1995). Sin embargo, resulta aún incierto el efecto producido por
esta promediación sobre los perfiles de mortalidad resultantes, durante los
períodos de expansión, declinación u ocasional catástrofe poblacional (Paine,
1996; Paine y Harpending, 1996). Todos estos factores hacen que resulte
extremadamente difícil establecer el grado en que una muestra es
representativa de la o las poblaciones de las cuales deriva y establecer, de un
modo confiable, medidas de impacto poblacional de distintos estados
patológicos, y parámetros demográficos tales como esperanza de vida,
fertilidad, mortalidad y tamaño de la población (Paine, 1996; Paine y
Harpending, 1996).
En el estado actual de nuestros conocimientos, los resultados del análisis
de la distribución en muestras de restos óseos humanos de los distintos
indicadores asociados al estado de salud y nutrición deben ser considerados
como tendencias muy generales, influídas por la interacción compleja de
múltiples procesos, cuya contribución diferencial resulta muy difícil de
aislar. En este sentido, creemos que el abordaje conjunto de las principales
fuentes potenciales de variabilidad en el registro (i.e. estrategias de
muestreo, historia tafonómica de los conjuntos óseos, etc.) puede contribuir
a mejorar las posibilidades de interpretación y comparación de nuestros
datos.
III. NUTRICION, MORBILIDAD Y MORTALIDAD EN POBLACIONES
CAZADORAS-RECOLECTORAS

III.1. Estudios de poblaciones actuales


El avance durante la postguerra del proceso de industrialización y de
incorporación y desarrollo de nuevas tecnologías, con su consecuente
impacto ambiental, provocó durante la década de 1960 un marcado malestar
en algunos sectores sociales de los países desarrollados. La creciente
desilusión con la tecnología, las políticas industriales y el efecto negativo de
la industria y de la tecnología sobre el ambiente, provocaron el rechazo
social del concepto de progreso, lo que terminó por influir, entre otras cosas,
en la interpretación antropológica de los cazadores- recolectores (Friedman,
1979; Hawkes, citada por Lewin, 1988). Esto se hace evidente en los
frecuentes y crecientes intentos, a partir de mediados de los `60, de
comparar de un modo favorable a los cazadores-recolectores con la sociedad
industrial occidental (i.e. Sahlins, 1968; Lee, 1969) (ver Bettinger, 1991).
A partir de esa fecha, el resurgimiento de los estudios etnográficos generó
nueva información que condujo a desafiar la visión tradicional acerca de los
cazadores-recolectores. Esta concebía a su modo modo de vida como un
estadío primitivo dentro de la escala ascendente de la cultura, tal como era
sustentado por las concepciones evolutivo-progresistas forjadas a fines del
siglo pasado (i.e. McGee, 1899; Morgan, 1877; Powell, 1888; entre otros).
Las nuevas investigaciones pusieron en evidencia las enormes fallas en el
modelo de "cazadores-recolectores primitivos" (Bettinger, 1991). Este
describía a los cazadores-recolectores como existiendo, o subsistiendo, al
borde del hambre en una lucha constante por encontrar recursos
alimentarios adecuados. Dentro de esta perspectiva, las ventajas de una
economía agrícola sobre una basada en la caza y recolección eran
sumamente obvias, ya que la primera mejoraba la calidad, cantidad y
fiabilidad de la dieta, reducía los costos de obtención de alimentos, y
permitía disponer de mayor tiempo libre para la realización de otras
actividades (ver Cohen, 1977). Claramente, casi ninguna de las
consecuencias de este modelo fue confirmada empíricamente por los trabajos
producidos a partir de comienzos de la década de 1960. Según estos
estudios, que en muchos casos se basaban en la cuantificación de ítems
tales como la cantidad de trabajo, medido en términos de tiempo y energía,
el consumo de calorías y de proteínas, etc. (i.e. Barnicott, 1969; Dunn,
1968; Lee, 1968; 1969; McCarthy y McArthur, 1960; Woodburn, 1968), los
cazadores-recolectores parecían no morir jóvenes, ni estar en una constante
lucha contra el hambre y la naturaleza. Muy por el contrario, Lee (1969)
afirmaba que ellos se alimentaban bien, alcanzaban edades avanzadas y
poseían gran cantidad de tiempo libre fuera de sus actividades de
subsistencia. Eran, en una palabra, la verdadera imágen la "sociedad
opulenta original" (“original affluent society”, en el sentido de Sahlins, 1968;
1972), en la cual el esfuerzo del trabajo era bajo porque las necesidades eran
pocas y resultaban fácilmente satisfechas.
La principal contribución de estos primeros trabajos, y de otros
inmediatamente posteriores - en su mayoría llevados a cabo dentro de
perspectivas neofuncionalistas (Vayda y Rappaport, 1968) y materialistas
culturales (Harris, 1968) -, fue minar las bases del modelo tradicional de
cazadores-recolectores, y situar el estudio de estas sociedades dentro de un
marco ecológico. Sin embargo, al hacerlo generaron un estereotipo de los
cazadores- recolectores que dominó la disciplina durante buena parte de la
década siguiente. En tanto que los !Kung del NO del Kalahari, estudiados
originalmente por Lee y DeVore y luego por otros autores, se convertían en el
modelo quintaesencial de la sociedad cazadora-recolectora (Lewin, 1988),
siendo utilizados como pararámetro para casi cualquier tipo de comparación,
surgió una tendencia a realizar generalizaciones amplias acerca de las
características e implicaciones del modo de vida cazador-recolector. Se
defendió la visión de las sociedades cazadoras- recolectoras como
formaciones sociales con un acceso igualitario a la tierra y a los recursos
(Woodburn, 1982), con un alto grado de cooperativismo, donde la comida se
compartía ampliamente entre los miembros de la banda (Service, 1971).
Desde el punto de vista de la salud y de la nutrición, se sugirió que las
dietas de los cazadores-recolectores eran generalmente saludables, bien
balanceadas, ofreciendo proteínas cuantitativa y cualitativamente superiores
a las dietas de los agricultores, y que tales grupos presentaban menores
probabilidades de sufrir hambrunas (Barnicot, 1969; Yudkin, 1969; Yesner,
1980). Los epidemiólogos, asimismo, sostuvieron que el tamaño pequeño de
los grupos y la movilidad característica de los cazadores-recolectores
debieron haberlos protegido de las enfermedades infecciosas agudas
dependientes de la densidad, y disminuído el riesgo y las probabilidades de
contraer determinados tipos de parasitosis (Armelagos y Dewey, 1970; Black,
1975; Fenner, 1970).
Un conjunto de investigaciones desarrolladas bajo distintas perspectivas
teóricas a partir de la década de 1970 y, en especial, durante la de 1980,
condujo a desafiar nuevamente el modelo establecido, reconociendo la
enorme variabilidad existente entre las poblaciones cazadoras-recolectoras,
tanto presentes como pasadas, para casi cualquiera de las variables
consideradas.
Ya a mediados de los años `70, Cowgill (1975) había advertido que la vida
cazadora-recolectora quizá no estuviera tan exenta de tensiones como
postulaba el modelo imperante, y que quizá pudiera haber variabilidad a ese
respecto (ver también Hayden, 1975). A partir de esa década, se
desarrollaron una gran cantidad de proyectos de investigación
ecológicamente orientados sobre cazadores-recolectores contemporáneos,
entre los cuales pueden mencionarse el Harvard Kalahari Project y otros
estudios sobre los !Kung San (i.e. Lee y DeVore, 1976; Tanaka, 1980);
estudios en Australia e Indonesia (Meehan, 1977; Jones, 1980; Griffin y
Stokio-Griffin, 1985); en el Artico y Sub Artico (i.e. Binford, 1978; Smith,
1985); el Harvard Pygmy Project y otros estudios de pigmeos (i.e. Hart,
1978; Harako, 1981; Bailey y Peacock, 1988); el Utah-UCLA Hadza Project
(i.e. O'Connell et al., 1988; Hawkes, 1989); y diversos estudios en bosques y
selvas tropicales y subecuatoriales sudamericanas (i.e. Hill y Hawkes, 1983;
Hurtado y Hill, 1990; Politis, 1996b).
La lección más importante derivada de estos y numerosos otros estudios
es que, más allá de ciertas características generales, emergen muy pocos
patrones que puedan ser considerados como típicos de cazadores-
recolectores. Muy por el contrario, los diversos grupos varían en casi todos
los parámetros medidos: composición de la dieta, distribución de la comida,
división sexual del trabajo, estrategias de subsistencia, cuidado de los niños,
sistemas de asentamiento, sistemas de matrimonio, patrones de fertilidad,
morbilidad y mortalidad, etc. (Hill y Hurtado, 1989; Kelly, 1995; Larsen y
Kelly, 1995).
Desde el punto de vista de la composición de la dieta y de la nutrición, las
principales variaciones observadas entre cazadores- recolectores están en
relación a la estructura y accesibilidad (sensu Kelly, 1983) de los recursos de
la región explotada. Estos pueden variar de un modo bastante predecible en
función de la latitud y de otros factores relacionados, tales como la
tempertura efectiva (ET) (Bailey, 1960). Se ha observado empíricamente una
correlación positiva entre la ET y el porcentaje de alimentos recolectados en
la dieta de las poblaciones cazadoras-recolectoras (Binford, 1991). Dentro de
cada ecosistema, se han observado variaciones en la toma de decisiones
relativas a la elección de los alimentos que componen la dieta, en función de
factores tales como la estación, la tecnología disponible (que puede variar
individualmente, ver ejemplo en Hill y Hurtado, 1989), el tamaño del grupo,
etc. Se ha observado que, en general, los modelos desarrollados en estudios
ecológico-evolutivos (i.e. modelos de Prey Choice, Patch Choice, Linnear
Programming; Kaplan y Hill, 1992), basados en la asunción de que los
individuos intentarán maximizar su tasa de adquisición de alimentos
mientras realizan actividades de caza y recolección, resultan útiles para
predecir los patrones de subsistencia. Sin embargo, se han identificado
numerosos casos en los cuales la conducta de los cazadores- recolectores no
se ajusta a las predicciones de los modelos (Hill, et al., 1987; Hill, 1988). Por
ejemplo, se ha visto que ciertos factores ambientales (i.e. riesgo de hambre
inminente o reducción en la varianza de la adquisición diaria de alimentos),
pueden conducir a comportamientos no predichos por esos modelos.
Es probable que el logro de un balance de nutrientes sea una meta
importante en el proceso de toma de decisiones respecto a la composición de
la dieta. Por ejemplo, a apartir de observaciones entre los Ache del Paraguay,
Hill et al. (1987) concluyen que la división sexual del trabajo y la estrategia
de explotación de los recursos alimenticios por parte de los hombres pueden
ser predichas por los modelos de depredación óptima, sólo si se toma en
cuenta el valor más alto de los alimentos ricos en proteínas y lípidos sobre
aquellos más ricos en carbohidratos.
El hecho de compartir los alimentos, en particular la carne, ha sido
ampliamente considerado como uno de los principales sellos distintivos de
las llamadas sociedades igualitarias o de bandas (i.e. Lee y DeVore, 1968;
Service, 1971; Woodburn, 1982). El recíproco dar y tomar alimentos
provenientes de la caza, como así también de otros recursos, se halla en la
mayoría de las sociedades cazadoras-recolectoras asegurado por poderosas
sanciones sociales. Se piensa que juega un rol central en el mantenimiento
de relaciones amistosas y cooperativas entre los miembros del grupo. El
compartir la comida puede, asimismo, proveer a los cazadores-recolectores
de una red de seguridad o de un medio de evitar el riesgo durante períodos
interanuales o estacionales de escasez local de recursos (Cashdan, 1985;
Gould, 1981; 1982; Wiessner, 1982; Winterhalder, 1986; ver discusión en
Hawkes, 1993 y Hill y Kaplan, 1993).
Distintos estudios etnográficos muestran que las principales diferencias
observadas entre los cazadores-recolectores actuales en los patrones de
distribución intergrupal de los alimentos, pueden deberse a diferencias en la
varianza diaria de los principales tipos de alimentos adquiridos (Hill y
Hurtado, 1989). Compartir la comida tendería a ser una estrategia más
beneficiosa cuando, por su propia actividad, los individuos adquieren
algunos días más de lo que pueden consumir y, en otros, menos de lo
necesario (Hill y Hawkes, 1983; Kaplan et al., 1989). Entre los cazadores-
recolectores que poseen estrategias para almacenar alimentos (ver Binford,
1980), podría esperarse muy poca distribución intergrupal, debido a que el
almacenaje reduce la varianza en la disponibilidad diaria de alimentos (Hill y
Hurtado, 1989), lo que podría tener importantes implicancias para la
organización interna de estos grupos.
Speth (1990), señala que la concepción tradicional acerca del hecho de
compartir los alimentos entre cazadores-recolectores resulta en gran medida
normativa e idealista al asumir que, dado que todos los miembros adultos
participan en la red distributiva, todos deben por esto recibir porciones de
más o menos equivalentes en cuanto a su valor nutricional. Centrando su
análisis principalmente en los alimentos de orígen animal, Speth argumenta
que son las mujeres los blancos más obvios de la inequidad en la
distribución de alimentos. Numerosos estudios etnográficos muestran que
con frecuencia ellas reciben porciones de las presas de menor valor
nutricional relativo, al tiempo que la existencia de tabúes alimenticios
referentes al consumo de carne o grasa animal, puede afectarlas en
momentos de su ciclo reproductivo caracterizados por mayores
requerimientos nutricionales (Spielman, 1988; 1989). Estas inequidades en
las prácticas distributivas y la existencia de tabúes alimenticios, sumados a
las pesadas cargas de trabajo típicas de las mujeres en estas sociedades
(Bentley, 1985), pueden tener consecuencias reproductivas
significativamente negativas, particularmente durante períodos de stress de
recursos. Sin embargo, estas prácticas pueden tener efectos positivos sobre
las mujeres embarazadas, al mantener sus ingestas proteicas por debajo del
20% de las calorías, y reducir su exposición a las substancias
potencialmente teratogénicas (con toxicidad para el feto) presentes en los
tejidos animales (Luckey y Venugopal, 1977). Los efectos resultantes del
balance entre los aspectos positivos y negativos de los tabúes alimenticios y
de las prácticas distributivas entre las mujeres cazadoras-recolectoras
necesita aún ser explorado con mayor profundidad (Speth, 1990: 171).
Las inequidades en la distribución intergrupal de carne no afectan sólo a
las mujeres. Los cazadores más activos o más exitosos pueden tener un
mayor acceso a la grasa en los sitios de matanza y despostamiento primario
(i.e. Bunn et al., 1988; O'Conell et al., 1988). Asímismo, patrones altamente
estandarizados de despostamiento y distribución pueden asegurar que
ciertos cazadores y sus familias obtengan, de un modo consistente,
proporciones de carne de mayor valor nutricional (i.e. con mayor contenido
en grasas; Speth, 1990).
Otro aspecto importante a tener en cuenta al analizar la nutrición en
cazadores-recolectores es verificar la existencia o no de relaciones
mutualistas, principalmente con poblaciones agrícolas. La importancia de
este factor es tal, que se ha propuesto como una condición limitante para el
poblamiento inicial de ciertas áreas (i.e. las selvas tropicales o ecuatoriales;
Bailey et al., 1989; Headland y Bailey, 1991; cf. Politis y Gamble, 1996).
Speth y Spielman (1983) señalan que las poblaciones cazadoras-recolectoras
son particularmente susceptibles al stress nutricional durante las estaciones
en las cuales los animales de presa poseen sus reservas de grasa agotadas.
Más aún, si la escasez de alimentos vegetales ricos en carbohidratos ocurre
regularmente al mismo tiempo, la población puede desarrollar estrategias
basadas ya sea en el almacenamiento, o en el intercambio de carbohidratos y
grasas. Igualmente, las poblaciones que subsisten principalmente a partir
carbohidratos y grasas, pueden sufrir deficiencias proteicas en la dieta. Las
poblaciones con insuficiente consumo de proteínas deben obtener ya sea
proteína animal, o alimentos vegetales ricos en proteínas con combinaciones
de aminoácidos complementarias a la de los alimentos vegetales que
consumen (Gregg, 1988). La interacción mutualista más común, dentro del
rango de respuestas esperadas, es el intercambio de recursos proteicos por
grasas y/o carbohidratos (Spielman, 1982; 1986). Sin embargo, tales
relaciones mutualistas se producirán sólo cuando exista probabilidad de
repetición de la interacción, cuando los beneficios derivados superen los
costos, y cuando no se disponga de otras alternativas más satisfactorias
(Gregg, 1988: 50).
Respecto a la exposición y desarrollo de enfermedades infecciosas,
tradicionalmente los epidemiólogos sostuvieron que el tamaño pequeño de
los grupos y la movilidad característica de los cazadores-recolectores
debieron haberlos protegido de las enfermedades infecciosas agudas
dependientes de la densidad. Al mismo tiempo, este factor habría
contribuído a disminuir el riesgo y las probabilidades de sufrir determinados
tipos de parasitosis (Armelagos y Dewey, 1970; Black, 1975; Fenner, 1970).
Sin embargo, debe notarse que los conceptos de densidad y tamaño de los
grupos son conceptos relativos. En el caso de la densidad, particularmente,
debe especificarse si se trata de densidad regional, microrregional o
intracampamento. La densidad regional o microrregional puede ser baja,
pero la alta densidad intracampamento, sumada a otros factores tales como
el tiempo de permanencia en el sitio, la acumulación de basura, la estación
del año, etc., puede favorecer el contagio y la dispersión de ciertas
enfermedades infecciosas, principalmente gastrointestinales y respiratorias.
En su estudio de los G/wi del Kalahari central, G. Silberbauer (1983) señala:

"A los g/wi les gusta sentarse muy juntos y el contacto


interpersonal es frecuente y extenso. Como factor
infeccioso, este contacto queda reforzado todavía por el
gran número de artículos que circulan en la banda,
manteniendo así una red efectiva de vectores
interpersonales. Esta red se extiende hacia otros lugares
de acampada a causa de los movimientos de las personas
ya contagiadas y de los artículos que llevan consigo, pero
queda atenuada por la ausencia de polución, que
también reduce la propensión a nuevos contagios"
(Silberbauer, 1983: 324).

Una alta movilidad residencial, ya sea anual o estacional, reduce el tiempo


de permanencia en cada campamento, disminuyendo las posibilidades de
que se acumulen desechos en cantidad suficiente como para convertirse en
focos infecciosos. Entre los G/wi, al cabo de diez días de ocupación, los
campamentos se hallan notablemente polucionados, y luego de treinta días
resultan prácticamente inhabitables (Silberbauer, 1983: 324). Entre los
Nukak de la Amazonía Colombiana, la acumulación de basura se produciría
a una tasa aún mayor, influyendo sobre la toma de decisiones respecto a la
necesidad de mover el campamento (Politis, 1996b: 158).
La baja densidad regional, producto de la distribución de la población en
bandas separadas pero con un grado variable - pero siempre presente - de
intercontacto, en general tiende a reducir la propagación de ciertas
enfermedades. Entre los G/wi, este tipo de distribución regional de la
población tiende a localizar los brotes de enfermedades de curso
relativamente corto (i.e. influenza, catarro común, antrax), pero no actúa
como barrera efectiva para otras enfermedades, ..."como se pone en
evidencia por las proporciones de la epidemia de viruela de 1950"
(Silberbauer, 1983: 324).
Uno de los trabajos más comprehensivos acerca de la asociación entre
determinadas parasitosis y la diversidad ambiental entre cazadores-
recolectores es el de Dunn (1968). Este investigador utilizó medidas de
diversidad y complejidad biológica para comparar el número de helmintos y
protozoarios en diferentes grupos y en diferentes ambientes. Los resultados
del estudio indican que los Semang de Malasia y los pigmeos del Africa
ecuatorial son portadores de mayor número de especies de parásitos
intestinales que los aborígenes de los desiertos del Kalahari y de Australia
occidental. Dunn (1972) realizó también comparaciones generales entre la
densidad y la complejidad de las enfermedades infecciosas en ecosistemas
simples y complejos. Sus hallazgos sugieren que un mayor número de
infecciones se hallan asociadas a ecosistemas complejos (i.e. selva ecuatorial)
respecto a otros ecosistemas más "simples" (i.e. tundra, desierto, bosque
perenne) (ver discusión en Dillehay, 1991).
Hasta el estudio de Howell sobre la demografía de los !Kung, se conocía
muy poco acerca de la mortalidad y fertilidad entre sociedades cazadoras-
recolectoras. Howell (1979) sugiere que las tasas de mortalidad entre los
!Kung no son significativamente diferentes de aquellas observadas
frecuentemente en los países subdesarrollados. Estas se caracterizarían por
presentar una alta mortalidad en la infancia y en la niñez temprana, y una
baja mortalidad en la adultez temprana, con aproximadamente un tercio de
la población total sobreviviendo hasta edades mayores (i.e. más de sesenta
años). Sin embargo, comparados con otras poblaciones que no practican la
anticoncepción, las tasa de fertilidad de los !Kung son bajas, con una media
de 4,7 nacidos vivos por cada mujer, debido principalmente a un intervalo
entre partos cercano a los 4 años (Hill y Hurtado, 1989). Las tasas de
mortalidad de los Ache del Paraguay son muy similares a las de los !Kung,
excepto para las categorías etáreas superiores. En ambas poblaciones, cerca
del 20% de los infantes mueren antes de cumplir el año, y cerca del 60% de
los chicos sobrevive hasta los 15 años. Por el contrario, sólo el 40% de los
chicos Hiwi de la sabana venezolana alcanza esa edad (Hill y Hurtado, 1989).
Los Hadza de las sabanas del Africa oriental exhiben un perfil de mortalidad
intermedio entre el de los !Kung y el de los Ache (Blurton Jones et al., 1992).
Las principales causas de muerte para subadultos difieren en estas tres
poblaciones. Mientras que el 90% de las muertes reportadas entre los chicos
!Kung fueron debidas a enfermedades, el 62% de los niños Hiwi y sólo el
32% de los Ache murieron de alguna enfermedad. La principal causa de
muerte entre los chicos Ache es el homicidio, que da cuenta del 31% de la
mortalidad entre los Ache y 14% entre los Hiwi, pero sólo del 4% entre los
!Kung (Hill y Hurtado, 1989). Las diferencias en las causas de muerte entre
los individuos adultos de estas poblaciones muestran tendencias similares.
Entre los adultos Ache, la violencia interpersonal y los accidentes
(mordeduras de serpientes, caídas de árboles, ataques de jaguares, etc.) dan
cuenta del 73% de las muertes. Entre los Hiwi, la violencia interpersonal (i.e.
guerra) y accidentes, constituyen el 39% de las causas de muerte entre los
adultos, y entre los !Kung constituyen sólo el 11%. Para los !Kung, las
enfermedades causan el 88% de las muertes de adultos, mientras que entre
los Hiwi la proporción es del 56% y para los Ache es de sólo el 17%. Los
datos muestran claramente que, aunque las tasas de mortalidad totales son
similares para los tres grupos, los Ache y los Hiwi son más propensos a
morir violenta o accidentalmente, mientras que los !Kung de todas las
edades, tienen mayores probabilidades de morir por causa de enfermedades
de diversa etiología (Hill y Hurtado, 1989).
Las tasas de fertilidad también difieren de un modo significativo entre
estas y otras poblaciones (ver discusión en Campbell y Leslie, 1995). La
fertilidad media total (el número de nacidos vivos) para mujeres que han
cumplido su ciclo de crianza de niños es 4,7 entre los !Kung, 5,1 entre los
Hiwi y 7,2 entre los Ache. El intervalo promedio entre nacimientos es de 48
meses para los !Kung y de 38 meses para los Ache. Tres factores deben ser
tenidos en cuenta para explicar la variación en los intervalos entre
nacimientos entre distintas poblaciones. En primer lugar, los patrones de
lactancia entre poblaciones pueden diferir de un modo tal, que resulten en
ciclos no reproductivos o infértiles de mayor duración en algunas de ellas
(Cassidy, 1980). En segundo lugar, mayores niveles de actividad pueden
disminuir la fertilidad de algunas poblaciones, en las cuales las mujeres
trabajan más intensamente. Por último, el consumo nutricional puede
variar, dándose el caso de que las mujeres pertenecientes a aquellas
poblaciones que se alimentan mejor tengan una mayor probabilidad
promedio de quedar embarazadas, aún cuando la duración del período
lactacional y los patrones de actividad sean similares. En el caso de los Ache
y de los !Kung, las diferencias nutricionales, más que la duración del período
lactacional, pueden dar cuenta de la mayor parte de las diferencias
observadas entre los intervalos de nacimientos. Las mujeres Hiwi se hallan
en una posición intermedia entre los !Kung y los Ache respecto tanto de su
intervalo entre partos, como en su consumo calórico y peso corporal (Hill y
Hurtado, 1989; Hurtado y Hill, 1990).

III.2. Estudios bioarqueológicos


Como puntualizamos en el apartado II.5., la mayoría de los estudios
acerca de los patrones de salud y nutrición de poblaciones cazadoras-
recolectoras extinguidas se han llevado a cabo sobre grupos arcaicos o
preagrícolas tardíos, que pudieron haber adoptado rasgos que usualmente
son considerados característicos de grupos agricultores tales como: a)
sedentarismo o semisedentarismo; b) estratificación social; y c) organización
en relativamente grandes agregados poblacionales (i.e. Cohen y Armelagos,
1984; Charles y Buikstra, 1983; Goodman y Armelagos, 1989; Mensforth,
1991).
Muy pocos de estos estudios han sido llevados a cabo con el propósito
primario de obtener información acerca de los patrones de cambio y
estabilidad entre poblaciones cazadoras-recolectoras (i.e. Larsen y Kelly,
1995). La mayoría fueron realizados con el objeto de establecer
comparaciones con poblaciones agrícolas tempranas en diferentes áreas (i.e.
Angel; 1984; Cook, 1984; Goodman et al., 1984; Larsen, 1984). Estos
estudios sugieren en forma bastante consistente que la adopción de la
agricultura fue acompañada por un declinamiento generalizado en la calidad
de la nutrición. Evidencias tales como la reducción en el tamaño corporal,
en la estatura, y en la robustez esqueletaria (Angel, 1984; Kennedy, 1984;
Larsen, 1984), fueron mayoritariamente interpretadas en este sentido,
aunque existen interpretaciones alternativas, tales como cambios en los
patrones de actividad (i.e. Meikljohn et al., 1984). De los 16 estudios
comparativos publicados en Cohen y Armelagos (1984) que analizan la
prevalencia de hiperostosis porótica en poblaciones cazadoras-recolectoras y
agricultoras, 12 (75%) concluyen que hay un aumento significativo en las
tasas de prevalencia entre agricultores, sugiriendo que la anemia es
básicamente una enfermedad de grupos con economías agrícolas. Tres
estudios muestran tasas bajas de hiperostosis porótica en ambos tipos de
poblaciones, sin un patrón claro de distribución. El tipo de anemia
involucrado en el desarrollo de hiperostosis porótica es atribuído
comunmente a una nutrición deficinte, aunque puede también ser de orígen
genético o estar vinculada a parasitosis (ver apartado VI.5.). La distribución
de los marcadores óseos inespecíficos de stress generalizado, principalmente
líneas de Harris e hipoplasias del esmalte dental, muestran patrones
distintos. De 7 estudios comparativos de la distribución de líneas de Harris
publicados en Cohen y Armelagos (1984), 4 (57%) concluyen que la
frecuencia de líneas es mayor entre los cazadores-recolectores que entre los
agricultores que ocuparon las mismas áreas en momentos posteriores. Por el
contrario, la amplia mayoría de los estudios de hipoplasias del esmalte
dental muestran que la frecuencia y la severidad en la manifestación de este
indicador de detención del crecimiento se incrementa en las poblaciones
agrícolas tempranas y en las posteriores, en comparación con los cazadores-
recolectores, sugiriendo umás frecuentes y más severos episodios de stress
en los grupos más tardíos (Cohen y Armelagos, 1984: 589).
Un interesante contraste entre muestras de poblaciones preagrícolas del
Nuevo y Viejo Mundo es que, en general, las muestras del Viejo Mundo se
caracterizan por altas tasas de prevalencia de hipoplasias del esmalte dental
(Meiklejohn y Zvelevil, 1991; y'Edynak, 1992). Lukaks y Pal (1993: 760)
señalan que estas observaciones sugieren que disrrupciones en el
crecimiento y desarrollo ocurrieron en forma repetitiva y rutinaria en
poblaciones europeas y asiáticas, cuyas dietas eclécticas y diversificadas
pueden haber experimentado períodos de escasez, o cuya salud general
estuvo comprometida de una manera regular a través del tiempo. Estudios
comparativos de poblaciones mesolíticas de Europa y del norte de la India
(Lukaks y Pal, 1993) indican una gran similitud entre todas ellas en los tipos
y prevalencias de patologías orales (i.e. hipoplasias de esmalte, caries,
retracción alveolar, abscesos, etc.). En un estudio de 10 individuos
provenientes de 8 localidades arqueológicas del Holoceno temprano de
Norteamérica (ca. 8,400 a 10,400 años AP), Powell y Steele (1994)
encuentran una baja tasa de hipoplasia (0.06 hipoplasias por diente)
respecto a muestras de poblaciones correspondientes al Arcaico temprano,
medio y tardío (de 0.87 a 1.00 hipoplasias por diente). Del mismo modo, la
frecuencia de caries por persona y por diente en la muestra paleoindia es
menor a la de otras poblaciones cazadoras- recolectoras, siendo las tasas de
abscesos y reabsorción alveolar comparables a las de poblaciones cazadoras-
recolectoras más tardías.
En relación al impacto de enfermedades infecciosas sobre poblaciones del
Nuevo Mundo, existe evidencia indirecta proveniente del análisis de tejidos
blandos de momias y coprolitos de Chile y Brasil, que muestra la prevalencia
de ciertas enfermedades infecciosas y parasitosis sobre poblaciones
americanas tempranas. En el desierto del norte de Chile, Allison (1982,
1985) descubrió que la tripanosomiasis fue una enfermedad prevalente que
afectó a aproximadamente un tercio de la población, entre 8,000 y 7,000
años AP. Ferreira et al. (1980; 1987), trabajando sobre una muestra de
momias y coprolitos en Brasil, reportan la evidencia de helmintiasis en
individuos fechados en por lo menos 7,000 años AP, aunque la prevalencia a
nivel poblacional no fue determinada.
En Argentina, los estudios bioarqueológicos de poblaciones cazadoras-
recolectoras prehistóricas son escasos, poseyendo un muy bajo grado de
cobertura espacial y temporal. Los datos disponibles para poblaciones del
Holoceno tardío del extremo sur de Patagonia y Tierra del Fuego, SE de
Mendoza y cuenca inferior del Paraná (Guichón; 1993; Kozameh, 1993;
Novellino y Guichón, 1995), indican niveles bajos o nulos de caries,
hiperostosis porótica e hipoplasias del esmalte dental. Kozameh y Barbosa
(1988/90) reportan frecuencias altas de caries, infecciones alveolares,
retracción alveolar y pérdidas de piezas dentales en vida, en individuos
pertenecientes a poblaciones cazadoras-recolectoras del Holoceno medio de
la Cueva de Haichol, Neuquén. Se ha propuesto que, en este caso, la alta
frecuencia de patologías orales se halla asociada a altas tasas de desgaste
dentario y a una dieta rica en hidratos de carbono (Fernández y Panarello,
1991; Kozameh y Barbosa, 1988/90).
PARTE 2. EL REGISTRO BIOARQUEOLOGICO DEL SUDESTE
DE LA REGION PAMPEANA

IV. EL AREA DE ESTUDIO

IV.1. Descripción ambiental y paleoambiental


El Sector Sudeste de la Región Pampeana es definido aquí como la porción
de la Pampa Húmeda localizada al sur de la cuenca del Río Salado, entre los
34° y los 37° de Latitud Sur, y al sureste de la llamada Area Deprimida
Radial (sensu Frenguelli, 1950), que comprende la Depresión de Carhué y la
cuenca del arroyo Vallimanca.
La Región Pampeana es una extensa llanura ubicada en el este de la
República Argentina, entre los 31° y 39° de Latitud Sur. Las divisiones que
se han efectuado dentro de la subregión han tomado diferentes criterios
siendo posible, sin embargo, trazar una clara separación entre la
denominada "Pampa Húmeda" o "Pampa Oriental" y la "Pampa Seca" o
"Pampa Occidental" (Politis, 1984). Esta división estaría marcada por la
isohieta de los 600 mm, que corre en forma paralela al límite entre la estepa
o pseudoestepa (denominada fitogeográficamente como "Provincia
Pampeana"; Cabrera, 1976) y el monte del espinal (o "Provincia del Espinal";
Cabrera, 1976). De esta forma, la Subregión Pampa Húmeda se encuentra
limitada hacia el oeste por esta línea, mientras que los bordes orientales
están marcados por el Río Paraná, el Río de La Plata y el Océano Atlántico.
La subregión comprende más de 300,000 km2 de planicies y praderas
herbáceas con gradientes de pendiente extremadamente bajos, y dos
conjuntos de cordones serranos de baja altitud (hasta 1,200 msnm),
denominados sistemas de Tandilia y Ventania. Hay pocos ríos, de cauce
lento y ondulante, y numerosas lagunas de agua dulce o salobre. La mayor
parte de la Pampa Húmeda se halla cubierta de potentes depósitos de loess
de origen pleistocénico y holocénico, a expensas de los cuales se han
desarrollado suelos en distintos momentos del Cuaternario.
El clima es templado cálido, con lluvias distribuídas durante todo el año,
más intensas en primavera y otoño, escasas en invierno, e insuficientes en
verano. Las precipitaciones disminuyen de norte a sur, y de este a oeste,
variando entre 1.000 mm y 600 mm anuales. Hay heladas durante el
invierno y comienzos de la primavera. Las nevadas son raras en el extremo
sur de la subregión y excepcionales en el norte. Debido a las influencias del
cambio estacional de los anticiclones del Atlántico y del Pacífico Sur y a
sistemas frontales, el área se halla cruzada por masas de aire que viajan en
una dirección SO-NE todo el año. Durante el Pleistoceno final y el Holoceno,
la dirección predominante de los vientos fue aproximadamente la misma,
siendo éstos los responsables del transporte y acumulación de partículas
sedimentarias de origen volcánico y desértico, provenientes del Oeste y de
Patagonia (Rabassa, 1987).
La litogénesis holocénica en las planicies está caracterizada por la
acumulación de loess suelto y friable sobre las divisorias, y sedimentos
aluviales de grano fino en los valles. Alrededor de las sierras, los depósitos
de piedemonte y loess están atravesados por limos arcillosos con arenas
subordinadas, masivos y de coloración marrón, depositados en capas de 2 a
3 m de espesor, usualmente delimitadas por paleosuelos (Rabassa et al.,
1985; Rabassa, 1985; Rabassa, 1987).
El tipo de vegetación dominante es la estepa o pseudoestepa de
gramíneas, aunque se hallan presentes otros tipos tales como las praderas
de gramíneas, estepas psammófilas, estepas halófilas, matorrales, pajonales,
etc. (Cabrera, 1968; 1976). Se ha propuesto que las comunidades herbáceas
actuales corresponden a estadíos diferentes de una antigua sucesión (León
et al., 1984).
Las reconstrucciones paleoambientales disponibles se basan
principalmente en estudios geomorfológicos, bioestratigráficos y, más
recientemente palinológicos y geoquímicos (i.e. Bonadonna et al., 1995;
Iriondo y García, 1993; Páez y Prieto, 1993; Prieto, 1996; Prieto y Páez; 1990;
Tonni, 1992; Tonni y Fidalgo, 1978; Zárate y Blassi, 1993). Cuando se trata
de combinar la información paleoambiental obtenida por diferentes estudios,
debe tenerse en cuenta que cada uno de los registros climáticos obtenidos
representa la respuesta de uno o más parámetros distintos, y de un
ambiente específico, a un fenómeno general, por lo cual el riesgo de producir
una visión muy simplificada está siempre presente. Sin embargo, constituye
la única vía de proporcionar un marco ambiental adecuado al estudio del
desarrollo evolutivo de las poblaciones humanas del pasado. Diversos
estudios indican que durante el Pleistoceno final-Holoceno se produjeron
cambios climáticos de diferente magnitud. Estos estuvieron principalmente
vinculados a cambios en la localización e intensidad de los anticiclones del
Atlántico y del Pacífico y a cambios en el nivel del mar, que afectaron a la
distribución de las precipitaciones y al grado de continentalidad (Prieto,
1996). Estos cambios climáticos produjeron importantes variaciones en la
estructuración y funcionamiento del ecosistema pampeano a través del
tiempo.
Desde el punto de vista de la fauna, los limites dinámicos entre los
dominios Central, Patagónico, Pampeano y Subtropical (sensu Ringuelet,
1955) sufrieron modificaciones importantes durante el Pleistoceno tardío-
Holoceno (Tonni y Fidalgo, 1978). En base al análisis de conjuntos de restos
de vertebrados modernos característicos de los dominios Central y
Patagónico, asociados a mamíferos pleistocénicos extinguidos, se ha
sugerido que durante el Pleistoceno final las condiciones ambientales fueron
áridas o semiáridas, con temperaturas medias inferiores a las actuales, o al
menos con temperaturas medias invernales inferiores a los 10°C (Prado et
al., 1987; Prieto, 1996; Tonni y Fidalgo, 1978).
Información de diverso origen sugiere que alrededor de los 13,000 años
AP, se produjo un mejoramiento general del clima y un aumento en el
contenido de humedad atmosférico relacionado a un incremento en la
temperatura océanica (Clapperton, 1993; Markgraf, 1993; Lauer y
Frankenberg, 1984). En el Sudeste de la Región Pampeana, datos
geoquímicos y geocronológicos indican que entre 13,000 y 12,000 años AP,
se produjo la transformación de una "pampa seca" con fuertes vientos que
dispersaban cenizas volcánicas, a una "pampa húmeda" muy similar a la
actual (Bonadonna et al., 1995; Politis et al., 1995). El subsecuente cambio
hacia una vegetación característica de lagunas, pantanos y planicies de
inundación, o hacia ambientes con una humedad efectiva localmente mayor,
es inferible a partir de los registros polínicos a partir de alrededor del 10,500
AP (Prieto, 1996). Esto sugiere un clima subhúmedo-húmedo a húmedo, y
una precipitación anual cercana a los niveles actuales o a una mayor
disponibilidad de agua debido a un exceso de la precipitación sobre la
evaporación (Prieto, 1996). Los cambios ecológicos más significativos
coincidentes con el paso de una vegetación de estepa psamofítica a pradera
húmeda, entre 11,000 y 10,000 años AP son, por un lado, el ingreso de las
primeras poblaciones humanas (Flegenheimer y Zárate, 1993) y, por otro, la
extinción - al menos parcial (ver Politis et al., 1995) - de los mamíferos
pleistocénicos.
En la parte central de la Subregión Pampa Húmeda, el tipo de vegetación
hidrofítica subsistió hasta aproximadamente 8,000 años AP, en que fue
reemplazada por una pradera húmeda con predominio de gramíneas hacia
7,000 AP (Empalme Querandíes; Prieto, 1996). En el sudoeste, esta
vegetación se desarrolló antes del 7,0000 AP y persistió hasta cerca de 5,000
años AP. Información isotópica proveniente del estudio de gasterópodos
terrestres y dulceacuícolas de la serie de Paso Otero (Río Quequén Grande),
muestra que hacia 9,000 AP podría haberse producido un pulso más seco
(Bonadonna et al., 1995).
Durante este período de condiciones climáticas predominantemente
subhúmedas-húmedas, el mar alcanzó su nivel actual ca. 8,000 años AP,
llegando hasta 2.2 a 2.5 m más alto que el presente entre 6,000 y 7,000
años AP (Isla, 1989). Aguirre y Whatley (1995) señalan que en el sector NE
de la provincia de Buenos Aires, las líneas de costa del llamado Platense
Marino o Fm. Las Escobas (sensu Fidalgo, 1979) habrían llegado a alturas
entre 2.5 y 4.5 m por encima del nivel actual del mar, entre 7,600 y 2,500
años AP. Al mismo tiempo, estos autores expresan que las temperaturas
superficiales del mar más altas que las actuales reflejarían el Optimo
Climático, que sitúan entre 8,000 y 4,500 años AP (Aguirre y Whatley, 1995:
250). Para Isla (1989), la fase transgresiva holocénica vinculada al pico del
Hypsitermal se habría producido entre 6,000 y 6,500 años AP, mientras que
para Aguirre y Whatley (1995), la antigüedad de este evento transgresivo
estaría situada entre 8,000 y 6,000 años AP (ver discusión en Bayón y
Politis, 1996).
Un retorno a condiciones subhúmedas-áridas es inferible a partir de las
secuencias polínicas de las localidades de La Toma, Sauce Chico y Cerro La
China, situadas en los sistemas serranos de Ventania (LT, SCH) y Tandilia
(CLCH), a partir de por lo menos 5,000 años AP (Heusser, s/f; Madrid y
Politis, 1991; Nieto y Prieto, 1987; Prieto, 1996). En Empalme Querandíes y
Fortín Necochea, estas condiciones comienzan un poco antes del 3,000 AP y
alrededor del 4,000 AP, respectivamente (Nieto y Prieto, 1987; Prieto, 1996).
Las nuevas condiciones de aridez del Holoceno tardío no habrían sido tan
severas como las del Pleistoceno final (Zárate y Blassi, 1993). Estos autores
sugieren que el retrabajo y la redepositación de los sedimentos locales fue
sin embargo significativo, y que estos episodios erosivos fueron la causa de
la decapitación o truncamiento de los suelos que se formaron en muchas
áreas durante el período de estabilidad del Holoceno temprano (Zárate y
Blassi, 1993).
Alrededor de 5,000 a 4,500 años AP, comenzó un período de regresión
marina (Aguirre y Whatley, 1995; Isla, 1989; 1990), coincidente con el
deterioro climático posterior al Hypsitermal. Este evento puede ser
considerado como el principal factor de control del ecosistema, afectando a
la biota tanto marina como continental en esta área (Aguirre y Whatley,
1995).
De acuerdo a numerosa evidencia (i.e. Madrid y Politis, 1991; Tonni;
1992), las condiciones semiáridas permanecieron hasta aproximadamente
1,000 años AP. A partir de ese momento, las asociaciones faunísticas de
varios sitios arqueológicos indican un restablecimiento de condiciones
templadas y húmedas (i.e. Salemme, 1987; Tonni y Politis, 1980; Tonni et al.,
1988).
Durante la época de la conquista hispánica, la subregión se caracterizaba
por presentar el aspecto de una extensa planicie herbácea sólo interrumpida
por los cordones serranos de Tandilia y Ventania. Una cobertura continua
de gramíneas se extendía por toda su superficie. Si bien la ausencia de
árboles caracteriza actualmente al ambiente pampeano, en el siglo XVIII era
aún posible encontrar, en el sur y oeste de la subregión, espesos bosques
relictuales de especies pertenecientes al Distrito del Caldén de la Provincia
Fitogeográfica del Espinal (sensu Cabrera, 1976): algarrobo blanco y negro
(Prosopis alba y Prosopis nigra), chañar (Geoffroea decorticans) y caldén
(Prosopis caldenia) (Parodi, 1940; Politis, 1984a). Asimismo, unos pocos
árboles de sauce criollo (Salix humboldtiana) crecían en las márgenes de
arroyos y ríos en el sur (Politis y Salemme, 1989).
Finalmente, un muy corto pero marcadamente árido episodio ocurrió
durante el siglo XVIII (Politis, 1984), apoyando la hipótesis del decrecimiento
en la humedad durante la "Pequeña Edad del Hielo" (Rabassa; 1987).

IV.2. Antecedentes
En los últimos años se han publicado un número considerable de síntesis
acerca del desarrollo histórico de las investigaciones arqueológicas en la
Región Pampeana, que abordan el problema desde distintas perspectivas
(Boschín, 1991/1992; Boschín y Llamazares, 1986; Politis, 1988; 1992;
1995). En el presente trabajo nos centraremos en el desarrollo de las
investigaciones vinculadas a los restos humanos recuperados en la región,
remitiendo al lector a las obras antes citadas para la obtención de un
panorama más amplio acerca de los antecedentes arqueológicos generales.
Las investigaciones antropológicas en la Pampa Bonaerense han sido
pioneras dentro del contexto de los estudios arqueológicos y
antropobiológicos en la República Argentina y en América del Sur. Los
desarrollos intelectuales y la emergencia de nuevas ideas en Europa hacia la
segunda mitad del siglo pasado contribuyeron en forma decisiva al
surgimiento y desarrollo de la antropología y de la arqueología en el
continente americano. Entre los más significativos se hallan, sin dudas, el
descubrimiento de la gran antigüedad del género humano en el Viejo Mundo,
la publicación de la obra de Darwin El Origen de las Especies (1859), y la
consolidación de la geología como ciencia (Willey y Sabloff, 1980).
En nuestro país, estos acontecimientos coincidieron con el proceso de
consolidación jurídica, institucional y territorial del Estado Argentino. Tras el
logro de la unidad nacional hacia la década de 1870, todos los esfuerzos
fueron puestos en la resolución del problema indígena, debido a que la
existencia de una "frontera interior" atentaba contra el proyecto político,
económico y social impulsado por los miembros de la llamada "Generación
del '80" y compartido por la élite dirigente. Numerosos investigadores
contribuyeron directa e indirectamente, a través de la generación de
conocimiento acerca de distintos aspectos [i.e. Moreno, 1876; Zeballos,
1876; 1878a; 1881; Doering 1882; Ebelot, (1878) 1968], a la ocupación
definitiva de las regiones chaqueña, pampeana y patagónica, ya que sus
informes fueron tomados como base para el diseño de las operaciones
militares llevadas a cabo entre 1879 y 1885 (Podgorny y Politis, 1990/1992;
Walters, 1976). La formación de las primeras colecciones documentadas de
restos óseos pertenecientes a aborígenes pampeanos y nordpatagónicos de la
provincia de Buenos Aires data de esta época. Estanislao Zeballos, durante
la realización de su Estudio Geológico sobre la Provincia de Buenos Aires
(1876) y su Viaje al País de los Araucanos (1881), exhumó varios esqueletos
de indígenas presuntamente araucanos, que pasaron a integrar su colección
particular, parte de la cual fue luego donada al Museo de La Plata
(Lehmann-Nitsche, 1910). Al mismo tiempo, Moreno (1874), dió a conocer
los materiales arqueológicos y los restos humanos recuperados durante uno
de sus viajes por la zona de Carmen de Patagones y la cuenca del Río Negro,
algunos de ellos ya visitados por P. Strobel en 1867 (Fisher y Nacuzzi,
1992). La primera excavación intensiva y sistemática de una estructura
funeraria la realizó Zeballos, en colaboración con P. Pico, F. Moreno y H.
Burmeister, miembros de la Sociedad Científica Argentina, en el denominado
"Túmulo de Campana", situado en las proximidades de la localidad
homónima, en el NE de la provincia de Buenos Aires. En este sitio se
recuperaron veintisiete esqueletos humanos y abundante material
arqueológico (Zeballos, 1878b; Zeballos y Pico, 1878).
Estos primeros intentos sistemáticos de descripción y clasificación de
restos arqueológicos y antropológicos llevados a cabo durante la década de
1870, marcan los orígenes formales de la arqueología y de la antropología en
la región. En este sentido, constituyen la expresión local de un fenómeno
más amplio de diferenciación y expansión de las Ciencias Naturales, tanto
en Europa como en América.
En el plano biológico, la mayoría de los investigadores (i.e. C. Berg, H.
Burmeister, R. Lista) adscribía, al menos inicialmente, a una concepción
creacionista - y por lo tanto fijista - de las especies, incluído el hombre. Esta
postura, fuertemente influenciada por el dogma teológico tuvo, en Cuvier y
Agassiz, a sus principales sostenedores en Europa y en Estados Unidos
durante la primera mitad del siglo XIX. Respecto al género Homo, dentro de
esta concepción pronto se diferenciaron dos posturas: el poligenismo y el
monogenismo. La primera de ellas consideraba que la diversidad humana
actual era el resultado de diversas creaciones independientes ocurridas en
distintos lugares, tanto en el Nuevo como en el Viejo Mundo. La segunda,
por el contrario, afirmaba que el género humano no comprendía más que
una sola y única especie originada en el continente asiático, a partir del cual
se habría diseminado por todo el mundo. Las características divergentes
observadas entre los distintos grupos humanos eran explicadas como las
consecuencias de la acción de distintos factores ambientales (i.e. clima,
alimentación, modo de vida, vestimenta, etc.) (Vilanova, 1872).
Hermann Burmeister, un prestigioso naturalista de origen alemán,
radicado en el país a instancias de Mitre y Sarmiento a partir de 1862
(Fernández, 1982; Babini, 1986), tenía una concepción poligenista del orígen
del hombre [Ameghino, (1880) 1947: 115]. Su participación en el plano
oficial, como director del Museo de Buenos Aires y como director de la
Academia de Ciencias de Córdoba, permitió que sus ideas se impusieran y
que pronto fuesen seguidas por jóvenes investigadores locales tales como
Francisco P. Moreno, Ramón Lista y Estanislao Zeballos. La fuerte posición
antievolucionista de Burmeister y sus seguidores condujo a los mismos a
sostener un escaso interés por la estratigrafía, a desconfiar de las pruebas
acerca de la existencia de un probable hombre fósil pampeano, y a centrar
su interés en la recolección de restos arqueológicos superficiales y en la
excavación de túmulos, cementerios y tumbas aisladas (i.e. Moreno, 1874;
1876; Zeballos, 1878b; Zeballos y Pico, 1878) (Fernández, 1982).
No puede sorprender, entonces, la reacción de estos investigadores
ante las ideas expresadas por F. Ameghino a partir de 1875, referentes a la
gran antigüedad del poblamiento humano de la Región Pampeana.
Florentino Ameghino, de origen italiano pero radicado en Luján, en el
noreste de la provincia de Buenos Aires, desde muy joven tuvo acceso a las
obras fundamentales del geólogo inglés C. Lyell, considerado el padre de la
geología moderna (Márquez Miranda, 1951; Fernández, 1982). La lectura de
estos libros, y la de muchos otros pertenecientes a diversos naturalistas,
incentivaron su curiosidad acerca del origen y de la antigüedad del hombre.
Desde una perspectiva evolucionista o "transformista" enraizada, según sus
propias palabras, en la línea de Lammarck, Geoffroy Saint-Hilaire y Darwin
[Ameghino, (1880) 1947: 147-148], este investigador sostenía que el hombre
es el descendiente de un tipo único actualmente extinguido, y que su origen
se encontraba en una única región, a partir de la cual se había diseminado
por toda la superficie de la Tierra. Puesto que hasta ese momento no se
había podido determinar qué punto de la superficie del globo había sido la
cuna primitiva del género humano, no había razones, según Ameghino
[(1880) 1947: 149], para hacer emigrar a las poblaciones humanas del Viejo
al Nuevo Mundo, ya que tal emigración bien podía haberse verificado en
sentido contrario. La gran antigüedad del poblamiento de la Región
Pampeana, inferida a partir de la asociación recurrente de artefactos y restos
óseos humanos con huesos de animales extinguidos (i.e. gliptodóntidos y
megatéridos) en estratos atribuídos al Terciario era, según Ameghino,
equiparable a la antigüedad atribuída al hombre en el Viejo Mundo por
numerosos autores de la época (i.e. Bourgeois, Vogt, Ramorino, Gervais, De
Mortillet, de Quatrefages, Cartailhac, Worsaee, etc.). Esto no implicaba, tal
como fuera expuesto en La Antigüedad del Hombre en el Plata (1880), que el
género humano haya tenido a América por cuna. Sin embargo, en trabajos
posteriores (i.e. Ameghino, 1884; 1909; entre otros) desarrolló la tesis del
orígen autóctono del hombre, que defendió hasta el momento de su muerte
en 1911.
Muchas de las críticas realizadas a la obra de Ameghino, basadas
principalmente en los errores en la asignación de la edad a las unidades
geológicas por él estudiadas, frecuentemente dejan de lado el hecho del
insuficiente conocimiento geológico y bioestratigráfico de la época, a nivel
tanto regional como continental, y el carácter notablemente común de las
proposiciones de la alta antigüedad del hombre en América en base a
evidencias que actualmente se considerarían insuficientes (Politis, 1988).
Diversos autores norteamericanos contemporáneos de Ameghino, se
mostraban igualmente interesados en demostrar la gran antigüedad del
hombre en el Nuevo Mundo, entre ellos F. Putnam, C. Abbott y J. Whitney,
(Willey y Sabloff, 1980).
Los diversos árboles filogenéticos construídos por Ameghino a través de
los años (Ameghino, 1884; 1909), tuvieron como referente empírico
numerosos hallazgos de restos óseos humanos recuperados en distintos
puntos de la provincia de Buenos Aires, principalmente en el norte y en el
litoral atlántico (i.e. Arroyo Frías, Arroyo Siasgo, La Tigra, Arrecifes,
Banderaló, Fontezuelas, Chocorí, El Moro, el Puerto de Buenos Aires, etc.).
A comienzos de este siglo, en Estados Unidos se produjo un notable
avance metodológico que derivó en una mayor rigurosidad en los estándares
de prueba solicitados en relación al problema del hombre temprano en
América. Los principales responsables de este cambio fueron William R.
Holmes y Ales Hrdlicka (Willey y Sabloff, 1980). Ambos investigadores, desde
el campo de la arqueología y de la antropología física respectivamente,
defendían la idea de que el hombre no había alcanzado el Nuevo Mundo sino
hasta después del fin del Pleistoceno. Hrdlicka, en especial, fue implacable
en su crítica a todos los supuestos hallazgos que atestiguaban una alta
antigüedad del poblamiento americano debido a que, con frecuencia, éstos
habían sido recuperados con técnicas de excavación deficientes, y habían
sido datados mediante correlaciones estratigráficas poco confiables.
En 1910, con motivo de la realización del XVII Congreso Internacional
de Americanistas en Buenos Aires, arribaron al país Ales Hrdlicka y el
geólogo Bailey Willis, ambos pertenecientes a la Smithsonian Institution de
Washington. Entre los meses de mayo y junio de 1910 recorrieron con F.
Ameghino diversos sitios de la costa y del interior, recogiendo materiales
superficiales que luego fueron estudiados por W. Holmes (Daino, 1979).
Analizaron cada una de las evidencias utilizadas por Ameghino para
sostener su tesis del origen sudamericano del hombre, basándose en los
criterios empleados para rechazar la antigüedad pre-holocénica de algunos
sitios de Norte América (Hrdlicka, 1907). Estos criterios incluían una buena
documentación de las condiciones de hallazgo, la existencia de asociaciones
claras, de carácter primario, una identificación estratigráfica incuestionable,
algún grado de fosilización en los huesos y marcadas diferencias anatómicas
de los restos respecto al hombre actual (Hrdlicka, 1912:19; Fagan, 1987).
Mediante la aplicación de estos criterios, Hrdlicka concluyó que no existía
ningún tipo de evidencia que sustentara los reclamos de gran antigüedad
geológica de los restos humanos y de los materiales arqueológicos descriptos
por Ameghino (Hrdlicka, 1912: 386). Por el contrario, atribuyó a estos
hallazgos una edad reciente, lo que era concordante con su modelo de
poblamiento post-glacial del continente americano (Hrdlicka, 1925; ver
Politis, 1988: 68).
La refutación de la tesis de la existencia del hombre terciario en la
Región Pampeana, y la consiguiente demostración de la relativa modernidad
del poblamiento humano del área condujo, junto con la pérdida de la fluidez
en la comunicación entre la Argentina y el resto del mundo a raíz de la
Primera Guerra Mundial (Politis, 1988), a que la evidencia recuperada en la
Región Pampena en las décadas subsiguientes no fuera incorporada, salvo
raras excepciones (i.e. Boule, 1915; Obermaier, 1925), a la discusión acerca
de los orígenes de la humanidad.
Sin embargo, el impacto local de los trabajos de Hrdlicka y de sus
colaboradores no fue de igual magnitud que aquel producido sobre la
comunidad científica internacional. En nuestro país, numerosos
investigadores (i.e. J. Blanco, A. Castellanos; S. Roth, L. M. Torres, C.
Ameghino, F. Outes, M.A. Vignati, E. Boman, J. Frenguelli, etc.)
continuaron interesados vivamente en el tema, adoptando diversas posturas
respecto a la antigüedad del poblamiento de la Región Pampeana. El carácter
doméstico de la discusión, centrada principalmente en los hallazgos
efectuados en el litoral atlántico bonaerense con posterioridad a la muerte de
Ameghino (ver Daino, 1979), llevó a que ésta, con el transcurso del tiempo,
se agotara en sí misma, ya que los presupuestos teóricos y metodológicos
operantes conducían, muchas veces, a la obtención de resultados
francamente contradictorios (ver ejemplos en Politis, 1988: 70).
La excavación de sitios consistentes en estructuras monticulares o
"túmulos" ocupó también un lugar destacado en las investigaciones
arqueológicas y antropológicas durante las primeras décadas de este siglo.
Los trabajos de Salvador Debenedetti (1911) en Baradero y de Luis María
Torres (1907; 1911) y Samuel Lothrop (1932) en el Delta del Paraná,
permitieron la recuperación de aproximadamente ciento cincuenta
esqueletos humanos junto a abundante material arqueológico. Durante la
excavación del llamado "Túmulo de Malacara" (Torres y Ameghino, 1913),
una construcción monticular ubicada aproximadamente a doscientos metros
de la línea de costa, cercana a la desembocadura de los arroyos Nutria
Mansa y Pescado (Partido de Lobería), se recuperaron trece esqueletos
humanos, algunos de ellos con ajuar funerario, asociados a gran cantidad de
instrumental lítico y óseo (Vignati, 1960).
Los primeros estudios craneológicos efectuados sobre series
pertenecientes a aborígenes de la provincia de Buenos Aires fueron
realizados por F.C. ten Kate (1893), quien estudió la colección de cráneos
presuntamente araucanos perteneciente al Museo de La Plata. Los mismos
fueron continuados, en las primeras décadas de este siglo, por Carlos Marelli
(1909; 1914; 1919). Este autor fue el primero en utilizar técnicas
estadísticas y diseños experimentales sencillos para el análisis de datos
antropológicos (Carnese et al., 1992). Los estudios biométricos de Marelli
(1914; 1919), efectuados sobre series compuestas por aborígenes
patagónicos provenientes de Chubut y Río Negro, y por los cráneos
araucanos estudiados por ten Kate en 1893, se inscriben dentro de la línea
iniciada a fines del siglo pasado por A. Quetelet, F. Galton, E. Warren y A.
Fawcett, entre otros, cuyo objetivo era el estudio de la variabilidad y
correlación de caracteres mediante el uso de la bioestadística (ver Day, 1992;
Sober, 1992). A diferencia de lo planteado por los representantes de la
escuela morfológica, que por ese entonces comenzaba a desarrollarse en
Italia y Alemania (Sergi, 1900; 1911; Biasutti, 1912; von Eickstedt, 1934) y
que tan grande impacto tendría posteriormente en el desarrollo de la
antropología física argentina, estos autores enfatizaban el carácter continuo,
no tipológico, de la variación biológica (cf. Marcellino, 1994).
Desafortunadamente, ningún otro antropólogo local continuó con la línea de
investigación planteada por Marelli, siendo ésta poco menos que ignorada
por las principales figuras que a partir de entonces, y por muchos años,
dominaron el escenario de la disciplina. La crisis mundial del paradigma
evolucionista, ocurrida a comienzos del presente siglo, afectó por igual al
amplio espectro de las Ciencias Naturales. Dentro del campo de la naciente
antropología profesional, la reacción contra las fuertes influencias
Darwinianas y Spencerianas en la explicación del cambio cultural, tuvo
como consecuencia el eventual abandono de este paradigma y el surgimiento
de nuevas alternativas teórico- metodológicas, tales como las escuelas
funcionalista y estructuralista, surgidas en Francia e Inglaterra durante el
primer tercio del siglo XX; el particularismo histórico, que hizo su aparición
en Estados Unidos bajo la dirección de F. Boas; el difusionismo extremo en
Gran Bretaña, liderado por G.E. Smith y W.H. Perry; y, finalmente, la
"Escuela de Viena", surgida en Alemania y Austria, como una aproximación
histórico-cultural de raíz difusionista (Harris, 1968; Palerm, 1977; Politis,
1988). Esto condujo, entre otras cosas, a que las investigaciones
antropológicas paulatinamente abandonaran el enfoque materialista,
naturalista y positivista que las había caracterizado desde sus comienzos,
adoptando uno de naturaleza más humanista (ver Fernández, 1982: 172-
173). Una de las consecuencias más importantes de este cambio fue la
orientación histórica que adoptaron los estudios arqueológicos y
antropológicos. Desde un punto de vista metodológico, la investigación
etnohistórica se constituyó, en muchos casos, en un medio de contrastación
de hipótesis arqueológicas (i.e. Vignati, 1931). El interés por la
diferenciación étnica y racial de los restos óseos humanos, en tanto elemento
útil para el trazado de la historia cultural de los distintos grupos humanos,
se acrecentó notablemente durante este período (i.e. Vignati, 1937; 1938;
Imbelloni, 1937a; 1937b). El principal teórico local del historicismo cultural
fue José Imbelloni, quien a partir de la década de 1920 hizo su aparición en
el escenario científico del país (Carnese et al., 1991/1992; Arenas y Baffi,
1991/1992). De origen italiano, Imbelloni estaba fuertemente imbuído de las
ideas de la Escuela de Viena. A través de su cátedra de antropología de la
carrera de Historia de la Universidad de Buenos Aires y de la dirección del
Museo Etnográfico, pronto se transformó en el principal impulsor de esta
escuela en los medios científicos locales (Politis, 1992). A la luz del
paradigma difusionista, los miembros de la Escuela de Viena centraron su
interés en temas vinculados con el poblamiento americano, los fenómenos
migratorios y las razas (Carnese et al., 1991/1992). La construcción de
esquemas clasificatorios, cuadros taxonómicos y mapas distribucionales
constituyó uno de los principales intereses, pues se esperaba que éstos
revelaran las diferentes rutas de ingreso y la antigüedad relativa de las
diversas "olas migratorias" que, se suponía, habían poblado el continente
americano. El diagnóstico racial, imprescindible para llevar a cabo esta
tarea, era realizado a través del análisis de variables morfológicas con
técnicas escópicas y métricas. La concepción tipológica, eminentemente
esencialista de la variabilidad biológica (Hull, 1992, Mayr, 1959; Sober,
1992), condujo a considerar a las razas como entidades reales, discretas y
estables en el tiempo y en el espacio.
Las causas que motivaron que la Escuela de Viena a partir de la década
del '30 y hasta fines de los años '60, e incluso más allá (ver Politis, 1988;
Boschín, 1991/1992; Carnese et al., 1991/1992), alcanzara un desarrollo
tan notable dentro de la antropología argentina, son múltiples. Entre ellas
pueden mencionarse el espacio teórico vacante que se había producido por
la crisis del evolucionismo (Politis, 1992), y el espacio académico resultante
de la cesantía y eliminación mayoritaria de los antropólogos de la vieja
guardia - en su mayoría de tendencias liberales (i.e. Márquez Miranda,
Aparicio, Canals Frau, Salas, Frenguelli, Vega, etc.)-, tras el advenimiento
del peronismo al poder en 1946 (González, 1991/1992). La obra de Imbelloni
creó el clima intelectual propicio para la llegada de profesores e
investigadores que abandonaban la devastada Europa de postguerra. De este
modo, en 1946 arribó al país Marcelo Bórmida, profesor en Ciencias
Naturales y discípulo de S. Sergi y, en 1948, el famoso prehistoriador
austríaco Osvaldo Menghin, dos figuras importantes en el desarrollo de la
arqueología y de la antropología de las regiones Pampeana y Patagónica.
Imbelloni y Bórmida realizaron escasos estudios de restos óseos humanos
recuperados en la provincia de Buenos Aires. Imbelloni (1937; 1938) asignó
algunos de los hallazgos realizados en la provincia a los distintos tipos
morfológicos o razas por él definidos, y Bórmida (1953/1954) analizó series
de cráneos provenientes de diversos sitios ubicados entre los ríos Negro y
Colorado (i.e. Bahía San Blas). Sin embargo, ambos investigadores ejercieron
una fuerte influencia sobre los diversos autores que, en su momento,
abordaron el estudio de las poblaciones aborígenes prehistóricas del
territorio bonaerense (i.e. Gerber, 1966; Patti de Martínez Soler, 1967;
Fortich Baca, 1976; Colantonio, 1981; Colantonio y Marcellino, 1982; 1983;
Casamiquela y Noseda, 1970; Casamiquela y Moldes, 1980; etc.). A partir de
la década del `70, y sobre todo durante la del `80, se produjo en el país una
renovación a nivel teórico y metodológico en el ámbito de la antropología
biológica, que afectó también al campo del estudio de la biología de los
grupos prehistóricos, principalmente aquellos de las regiones Patagónica,
Central y Noroeste (i.e. Cocilovo, 1975; 1981; 1984; Cocilovo y Baffi, 1985;
Cocilovo y Di Rienzo, 1985; Bordach et al., 1985, etc.). Este cambio,
derivado de la adopción de un enfoque evolutivo neodarwinista, significó el
abandono de la concepción tipológica de la variación biológica. El concepto
de raza (tal como éste era entendido por los adherentes a la Escuela de
Viena), se tornó poco operativo pues se hizo evidente que, al no estar
definido en términos genético-poblacionales, poseía un escaso valor
explicativo y un elevado nivel de incertidumbre (Carnese et al., 1991/1992;
cf. Marcellino, 1994). En su lugar, se propuso el estudio de poblaciones o
grupos poblacionales (materiales provenientes de uno o varios sitios
próximos; Carnese et al., 1991/1992), para lo cual resulta imprescindible el
análisis de los factores de variación intramuestral (i.e. edad, sexo,
deformación artificial, etc.), que condicionan en forma directa la
comparabilidad entre las distintas series. El foco de interés se desplazó
desde la taxonomía hacia el estudio del proceso microevolutivo de las
poblaciones, principalmente a nivel morfológico (i.e. Cocilovo, 1984; Cocilovo
et al., 1982; 1987/1988). Sin embargo, esta renovación no tuvo impacto en
el estudio de las poblaciones aborígenes prehistóricas de la Región
Pampeana. En esta región, hasta fecha tan tardía como 1990 es posible
hallar en la literatura trabajos interesados en problemas clasificatorios,
abordados mediante el empleo de técnicas estadísticas multivariadas (i.e.
Méndez y Salceda, 1989; 1990).
El notable crecimiento que experimentó la arqueología pampeana a
partir de comienzos de la década de 1980, tanto en el número de
investigadores como en la diversidad de temas de investigación y modos de
abordaje (ver Politis, 1988; Barrientos et al., 1996), condujo a que se
prospectaran áreas extensas (en especial en las áreas Interserrana, Sur y
Serranas de Tandilia y Ventania) y se detectaran y excavaran numerosos
sitios arqueológicos, muchos de ellos con entierros humanos. El análisis
restrospectivo del desarrollo de la disciplina muestra que, en los últimos
ciento veinte años, han habido variaciones en el grado de cooperación entre
la arqueología y la antropología biológica en torno al estudio de las
poblaciones humanas prehistóricas. En general, ambos campos han
operado con objetivos de investigación paralelos (Guichón y Figuerero Torres,
1991). Sin embargo, es indudable que en el pasado han habido momentos
en los que éstos han trabajado sobre objetivos comunes. Los trabajos
producidos dentro del marco histórico-cultural de la Escuela de Viena, que
guardaron entre sí una notable coherencia teórico metodológica, partieron de
la premisa de la existencia de una estrecha asociación entre entidades
biológicas y culturales (i.e. Imbelloni, 1938; ver Carnese et al., 1991/1992).
Desde este punto de vista, tanto la arqueología como la antropología
biológica compartieron el objetivo común de trazar la historia, desde una
perspectiva mundial o "ecuménica" (ver Bórmida s/f; Imbelloni, 1937), de los
diferentes tipos biológicos o "razas" y de los diferentes tipos culturales de los
cuales, los primeros, eran "portadores". La reorientación de los estudios
antropobiológicos a partir de la década del '70 condujo a que, en el campo
del estudio de las poblaciones prehistóricas, se enfatizara en el análisis del
proceso microevolutivo de las mismas, principalmente desde un punto de
vista morfológico. Por otra parte, la renovación teórico-metodológica
experimentada por la arqueología argentina en general y pampeana en
particular a partir de los `80, llevó a que ésta se centrara en el estudio del
proceso adaptativo de las poblaciones aborígenes prehistóricas. Como
resultado de ello, los objetivos de investigación de ambas disciplinas
comenzaron a divergir nuevamente. La información generada por los
estudios antropobiológicos, referida principalmente a las afinidades
biológicas entre poblaciones prehistóricas medidas a partir del cálculo de
distancias biológicas interpoblacionales, no fue incorporada casi nunca a los
trabajos arqueológicos debido, principalmente, a que este tipo de análisis
escapaba a los intereses de la arqueología contemporánea (ver sin embargo,
Borrero, 1993; 1994). Sólo a partir de 1987 (Guichón y Figuerero Torres,
1991), antropólogos biólogos locales iniciaron líneas de investigación
orientadas al estudio de diversos aspectos del proceso adaptativo de las
poblaciones humanas del pasado, mediante la aplicación sistemática de
nuevas vías analíticas surgidas principalmente en Estados Unidos desde
mediados de la década del '60 (ver Cohen yArmelagos, 1984; Gilbert y
Mielke, 1985; Huss Asmore et al., 1982; Martin et al., 1985; Larsen 1987;
Saunders y Katzenberg, 1992; Sobolik, 1994; entre otros). De este modo,
comenzaron a explorarse aspectos no tenidos en cuenta por las
investigaciones tradicionales, tales como la evolución y adaptación de las
poblaciones, la anatomía funcional, el crecimiento, el desarrollo, la salud y la
nutrición (i.e. Baffi y Torres, 1991; Barrientos, 1994; Guichón, 1993; Yesner
et al., 1991).
A modo de resúmen, puede decirse que en la Región Pampeana en
general, las investigaciones antropobiológicas se caracterizaron, hasta fecha
muy reciente, por un fuerte énfasis en los estudios clasificatorios y por la
falta de consideración de la variable cronológica, especialemente debido a la
escasez de dataciones absolutas de restos humanos. Hasta el presente,
ningún estudio ha abordado el problema de la influencia de factores
medioambientales tales como los vinculados a la nutrición, en los procesos
de diferenciación morfológica y adaptación de las poblaciones aborígenes
pampeanas, no existiendo en consecuencia, información previa disponible al
respecto.
V. ANALISIS DE LA COMPOSICION, DISTRIBUCION ESPACIAL Y
TEMPORAL DE LAS MUESTRAS DE ENTIERROS
HUMANOS DEL AREA

V.1. Introducción
En la sección I.3. señalamos que el análisis regional del registro
bioarqueológico, en términos de la composición y distribución espacial y
temporal de las muestras de entierros humanos, puede contribuir en gran
medida al estudio de la variación en las propiedades organizacionales de las
sociedades del pasado. Las prácticas mortuorias constituyen sensibles
indicadores del estado de un sistema sociocultural en un momento dado de
su trayectoria a través del tiempo, por lo que un análisis regional de las
mismas resulta útil para el diagnóstico de propiedades tales como la
diferenciación interna y externa de los sistemas sociales, la movilidad, la
construcción social del paisaje, etc. Tal diagnóstico permite derivar, a su vez,
expectativas acerca de diversos aspectos de significación adaptativa y
evolutiva, tales como la salud y la nutrición de las poblaciones del pasado.
En la Región Pampeana se han registrado y publicado hasta el presente más
de cuatrocientos sitios arqueológicos, muchos de ellos conteniendo entierros
humanos. A pesar de la evidente importancia de los restos humanos en la
conformación del registro arqueológico a nivel regional, muy pocos intentos
se han realizado con el objeto de sistematizar la información bioarqueológica
disponible. Los escasos trabajos existentes sobre este tipo de problemas,
sólo abordan aspectos parciales, tanto desde un punto de vista espacial
como temporal (i.e. Traversa, 1983; Platania, 1984; Fisher y Nacuzzi, 1992).
El objetivo de este capítulo es analizar la información bioarqueológica
disponible para el sector bonaerense de la Región Pampeana, poniendo
especial énfasis en aquella proveniente de las áreas fisiográficas que
conforman el Sudeste de la Región Pampeana (áreas serranas de Tandilia y
Ventania, Interserrana y Sur; sensu Politis, 1984). La estructura del registro
- en términos del tamaño, composición y distribución espacial y temporal de
las muestras de entierros humanos - será discutida a la luz de los modelos
referentes a los procesos de formación del registro bioarqueológico,
resumidos en el apartado I.3. de esta tesis.

V.2. Materiales y métodos


Numerosos autores (i.e. Daus, 1946; Frenguelli, 1950; Rolleri, 1975) han
postulado la existencia de variaciones fisiográficas entre distintos sectores de
la Subregión Pampa Húmeda, utilizando diferentes criterios de
identificación. Más recientemente, Politis (1984) ha reconocido, sobre la base
de las caracterizaciones preexistentes, siete divisiones areales con
características físicas y ecológicas propias, denominadas Norte, Depresión
del Salado, Tandilia, Interserrana, Ventania, Oeste y Sur. Además de las
diferencias ambientales, se ha demostrado la existencia de una cierta
variabilidad en el registro arqueológico correspondiente a cada una de estas
áreas (Politis, 1988). Debido a que diferentes condiciones ecológicas pueden
plantear problemas adaptativos igualmente distintos, aún para un mismo
grupo humano, se ha sugerido que la diversidad observable en el registro
arqueológico podría ser consecuencia de la puesta en práctica de distintas
estrategias adaptativas por parte de las sociedades aborígenes que habitaron
la región, tanto a través del tiempo como del espacio (Politis, 1988). En este
trabajo adoptamos la subdivisión en áreas propuesta por Politis, con el fin de
establecer comparaciones entre las muestras disponibles de las poblaciones
aborígenes prehistóricas y examinar la distribución espacial de la totalidad
de los restos esqueletarios registrados. La única modificación realizada a tal
esquema es la subdivisión del área Norte en Norte propiamente dicha, y en el
área Delta del Paraná. Se agrega también un área no considerada por Politis,
la Costa Sur Pampeana (sensu Casal, 1964), que comprende el sector de
costa bonaerense situado entre los ríos Colorado y Negro (Figura V.1.). La
compilación de los datos necesarios para evaluar el tamaño, composición y
distribución temporal y espacial de la muestra de restos óseos humanos se
realizó a partir de la revisión de la literatura citada en la Bibliografía
Antropológica de la Provincia de Buenos Aires (Cigliano et al., 1964) y en la
Bibliografía Arqueológica de la Provincia de Buenos Aires (Barrientos et al.,
1996). Sin embargo, debido a que no todos los sitios con restos humanos
han sido reportados en publicaciones, se consultaron además los catálogos
del Departamento Científico de Antropología del Museo de Ciencias
Naturales de la Plata y se mantuvieron comunicaciones personales con
diversos investigadores.
Para cada sitio con restos humanos, se registró la información referente a
su ubicación geográfica, el número mínimo estimado de individuos (NMIe) y,
cuando ello ha sido posible, el o los tipos de entierro presentes, la
presencia/ausencia y tipo de deformación craneana, y la antigüedad
probable, ya sea establecida por fechados radiocarbónicos, por ubicación
estratigráfica o por asociación contextual. La información referida a la edad
y sexo no ha podido ser compilada debido a que los datos referidos a estas
importantes variables han sido consignados de una manera notablemente
fragmentaria en la mayoría de los trabajos revisados.
Los entierros fueron clasificados en dos tipos o categorías: a) primarios y
b) secundarios. En la conceptualización de ambos se han seguido las
definiciones operativas de Ubelaker (1982) enfatizando, en el caso de los
entierros secundarios, en la necesidad de la existencia de un orden o patrón
discernible en la disposición de los huesos dentro del entierro (ver Goldstein,
1989; 1995). En cada informe analizado, se prestó especial atención a la
descripción de las condiciones y características del hallazgo, con el fin de
determinar la probable existencia de un entierro secundario
independientemente, en principio, de la categorización proporcionada por el
o los autores del informe.
Respecto a las deformaciones craneanas, se respetaron en la mayoría de
los casos las asignaciones proporcionadas por los autores de los respectivos
informes. En los casos en que fue posible examinar personalmente las
colecciones, las determinaciones se efectuaron a través de la examinación
morfoscópica de cada cráneo, debido a la virtual inexistencia de vías
analíticas confiables con mayor poder discriminante. Debido a ello, es
posible la subestimación del número de individuos deformados, pues la
identificación de la existencia de deformación craneana es altamente
dependiente del grado de expresión de la misma. El diagóstico resulta
relativamente fácil, y por lo tanto más preciso, en aquellos casos más
extremos de alteración de la forma del cráneo, y más difícil y menos preciso
en los casos de menor alteración de ésta, como consecuencia de la
interacción de diversos factores (i.e. tipo de aparato deformador, duración de
la aplicación del mismo, edad de desarrollo, factores de variación individual,
etc.). Del mismo modo, la identificación de la existencia de deformación
craneana es altamente dependiente del estado de conservación de cada
espécimen, por lo que la presencia de alteraciones postdepositacionales
influye sobre la posibilidad de alcanzar un diagnóstico correcto. En los
casos en que la identificación fue positiva, se utilizaron las categorías
clasificatorias básicas de Imbelloni (1923; 1925; 1938), sin la discriminación
de subtipos. De este modo, se utilizaron sólamente tres términos
descriptivos: a) tabular erecta, b) tabular oblicua, y c) circular. Los subtipos
de cada una de estas variantes (i.e. tabular erecta planolámbdica, tabular
erecta planofrontal) no se utilizaron debido al carácter altamente subjetivo
de los criterios disponibles para su diferenciación. La información relativa a
la presencia/ausencia y tipo de deformación craneana sólo se registró para
las áreas que forman parte del Sudeste de la Región Pampeana.
La totalidad de las pruebas de significación fueron realizadas
considerando un nivel de probabilidad mayor a 0,05 (p>0,05).
Finalmente puede decirse que, debido a la estrategia de investigación
empleada, los números presentados a continuación deben ser considerados
sólo como aproximaciones tan precisas - y debiéramos agregar tan
imprecisas - como las fuentes consultadas. Sin embargo, consideramos que
tales valores proporcionan una idea aceptablemente aproximada de las
características del registro a una escala regional.

V.3. Resultados
En la Subregión Pampa Húmeda se han registrado hasta el presente un
total de aproximadamente cuatrocientos sitios y localidades arqueológicas.
De ellos, 87 presentan restos humanos pertenecientes a por lo menos 658
individuos. La Tabla V.1. muestra, para cada área, la información referida al
nombre de los sitios y localidades arqueológicas con restos humanos, el
NMIe recuperado en cada uno de ellos, el o los tipos de entierro presentes en
cada sitio, y la antigüedad probable de los mismos (Figura V.2.).
El área para la cual la información es menos confiable es la Costa Sur
Pampeana. En ella, los datos disponibles deben ser considerados en la
mayoría de los casos a nivel de localidad, debido a que la distinción entre los
sitios que constituyen cada una de estas localidades no resulta clara en los
diferentes informes existentes (i.e. Isla Gama, San Blas). Otro tanto ocurre
con la información referente al NMIe, ya que en los reportes disponibles los
datos acerca del número de individuos recuperado en cada sitio o localidad,
raramente se consignan con exactitud. Esta última es una situación que, en
mayor o menor medida ocurre en otras áreas, pero que en el caso de la Costa
Sur Pampeana posee un impacto mayor, lo que compromete seriamente las
posibilidades de comparación entre ésta y otras áreas de la Subregión
Pampa Húmeda. Asimismo, la cantidad de sitios y/o localidades con
entierros humanos, y el NMIe consignado para las áreas Sur y Costa Sur
Pampeana, deben ser considerados como subestimaciones de los valores
reales registrados. Félix Outes identificó un número grande pero no
especificado de sitios con entierros humanos localizados en el valle del Río
Colorado, entre el meridiano V y la costa atlántica, y en el interior del área
limitada por los ríos Colorado y Negro (Outes, 1926: 387-88). Algunos de
estos sitios, principalmente aquellos del valle inferior del río Colorado y del
litoral atlántico, se hallaban constituídos por numerosos entierros
("cementerios"), mientras que otros, aquellos ubicados en el interior del área
comprendida entre los ríos Colorado y Negro, sólo presentaban entierros
aislados asociados a áreas de actividades múltiples. En la mayoría de los
sitios localizados por Outes se identificaron entierros primarios y
secundarios. Con excepción de un caso en el área Interserrana, la
información registrada para ésta y las demás áreas puede discutirse a nivel
de sitio, lo que posibilita la comparación de los datos.
Las áreas Interserrana, Ventania, Tandilia y Sur, que conforman el
Sudeste de la Región Pampeana, poseen el 54% (47/87) de las localidades y
sitios arqueológicos con entierros humanos registrados en la Subregión
Pampa Húmeda. Por el contratrio, sólo dan cuenta del 31% (205/658) del
NMIe total registrado para la subregión. Las áreas que presentan NMIe más
altos son el Delta y la Costa Sur Pampeana (217 y 182 respectivamente). En
conjunto, ambas dan cuenta del 61% del NMIe total de la Subregión Pampa
Húmeda.
En cuanto a los tipos de entierros, en el Sudeste de la Región Pampeana
los sitios que presentan sólo entierros primarios constituyen el 68% (32/47)
del total de la muestra, los que presentan sólamente entierros secundarios el
4% (2/47), los que poseen ambos tipos de entierro el 9% (4/47), y los
indeterminados el 19% (9/47). Las áreas que presentan una mayor
proporción de sitios con entierros primarios y secundarios son las áreas
Delta (46%; 6/13) y Costa Sur Pampeana (71%; 5/7). En el total de la
muestra analizada, sólo el 2% (2/87) de los sitios o localidades arqueológicas
presenta sólo entierros secundarios, correspondiendo éstos a las áreas
Interserrana y Sur. La evidencia disponible hasta el presente indica que la
totalidad de los entierros secundarios registrados corresponderían al
Holoceno tardío. En relación a la distribución de los tipos de deformación
craneana, de los 47 sitios registrados en el Sudeste de la Región Pampeana,
en sólo 26 (55%) pudo obtenerse información pertinente. En el 92% (24/26)
de los casos se registró la presencia de algún tipo de deformación. En el 83%
(20/24) de los sitios se registró uno solo de los tres tipos de deformación
considerados, encontrándose en el 17% restante tanto la presencia de más
de un tipo, como la coexistencia de individuos deformados y no deformados.
Los tres tipos de deformación se hallan representados en distinta frecuencia,
no encontrándose sin embargo diferencias estadísticamente significativas
entre los respectivos porcentajes de representación. El tipo de deformación
más frecuente es la tabular erecta (52%; 13/25), seguida por la circular
(28%; 7/25) y la tabular oblicua (20%; 5/24).
Desde un punto de vista espacial, la deformación que presenta una
dispersión areal mayor es la tabular erecta (Sur, Ventania, Interserrana y
Tandilia). La circular y la tabular oblicua se hallan restringidas a las áreas
Ventania e Interserrana. Se observa una clara tendencia hacia el aumento
del porcentaje de representación de la deformación tabular erecta en
dirección NE-SO (Interserrana 25%; Ventania 40%; Sur 100%). Desde un
punto de vista temporal, la deformación circular se encuentra en sitios
anteriores al 3,000 AP (i.e. Arroyo Seco 2 y Laguna de Puán1) (Marcellino
s/f; Méndez y Salceda, 1990; Baffi y Berón, 1992), mientras que la tabular
oblicua y tabular erecta se hallan presentes sólo en sitios asignables al
Holoceno tardío. Dos de los 5 sitios con deformación tabular oblicua poseen
fechados radiocarbónicos cercanos a los 2,000 años AP (La Toma y Laguna
Tres Reyes 1) (Barrientos y Madrid, 1997; Madrid y Politis, 1991; Méndez y
Salceda, s/f), mientras que el único sitio con deformación tabular erecta
fechado hasta el presente (Laguna Los Chilenos 1) posee una edad
radiocarbónica de 476 ± 80 años AP (Barrientos et al., 1995).

V.4. Discusión
Consideramos que los datos bioarqueológicos de la Subregión Pampa
Húmeda deben ser discutidos tomando en cuenta los siguientes puntos: a)
las estrategias de muestreo aplicadas por los distintos investigadores a
través del tiempo, tanto a nivel regional como intrasitio, b) los procesos
tafonómicos operantes a nivel regional, y c) el rango de procesos
responsables de la distribución de los cadáveres a una escala igualmente
regional.

a) Técnicas de muestreo a nivel regional e intrasitio


La revisión de la literatura muestra que, a lo largo de la historia de las
investigaciones arqueológicas y antropológicas en el área de estudio, no se
han puesto en práctica en forma sistemática diseños de muestreo orientados
a la detección y recuperación de muestras representativas de sitios con
entierros humanos a nivel regional, ni de entierros a nivel de cada sitio en
particular. La mayoría de los entierros humanos registrados, en particular
los realizados a fines del siglo pasado o en las primeras décadas de este
siglo, han sido el producto de hallazgos casuales, realizados por aficionados
o propietarios de campos. La mayoría de los entierros registrados en los
últimos años fueron el resultado de la realización de excavaciones
arqueológicas sistemáticas desarrolladas en sitios particulares, pero sin el
objetivo primario de localizar y recuperar muestras de restos humanos.
Debido a que ninguno de los sitios ha sido excavado en forma completa, la
cantidad de individuos detectados y/o recuperados puede no ser, y
probablemente no lo es, representativa de la cantidad real de individuos
presentes en cada uno de ellos. Por otra parte, existe una clara correlación
entre la cantidad de sitios arqueológicos detectada en cada área y la
intensidad de las investigaciones arqueológicas a través del tiempo.
Históricamente, las áreas que han recibido una menor atención por parte de
los investigadores han sido la Depresión del Río Salado y el área Oeste. La
casi total ausencia de prospecciones y de investigaciones intensivas, en
especial en la segunda de las áreas mencionadas, ha influido en las
probabilidades de detección de sitios con entierros humanos. El inicio de
investigaciones sistemáticas en la Depresión del Río Salado a partir de
mediados de la década del '80 (i.e. Frere, 1988; González de Bonaveri, 1988;
1990; González de Bonaveri y Frere, 1993) permite suponer que, en el
futuro, se irá ampliando el conocimiento arqueológico del área y aumentarán
las probabilidades de detectar nuevos sitios con entierros humanos (i.e.
Aldazábal, 1993).
Otro aspecto a considerar es la posibilidad de que las tendencias
observadas sean dependientes del tamaño de la muestra analizada. En este
sentido, la comparación con los datos provenientes de otra región de
similares características, pero con una cantidad de casos registrados
significativamente mayor, resulta sumamente útil para generar hipótesis
acerca de la influencia de este factor. La región elegida para efectuar tal
comparación comprende la zona Sur, Central y parte inferior del valle del Río
Pecos en el estado de Texas (E.E.U.U.). Esta región comprende una
superficie de 238.000 Km2 (Steele y Olive, 1989). Ecológicamente, se
caracteriza por presentar una diversidad ambiental similar a la de la
provincia de Buenos Aires (ver Steele y Olive, 1989), en parte debido a que
está situada a una latitud comparable. Al igual que en la mayor parte de la
Subregión Pampa Húmeda, el modo de vida desde fines del Pleistoceno, y
durante el todo el Holoceno, estuvo basado fundamentalmente en la caza y
en la recolección, con una tendencia a la sedentarización y a la adopción de
una economía mixta en ciertas áreas durante el Holoceno tardío (Hester y
Steele, 1989). La principal diferencia entre ambas regiones reside en la
intensidad de las investigaciones arqueológicas. En este sector de Texas, se
han reportado más de 14,000 sitios arqueológicos, 300 de ellos con entierros
humanos (NMIe= 1,999) (Steele y Olive, 1989). La Tabla V.2 muestra la
distribución del porcentaje de sitios incluído en distintos intervalos de NMIe,
en cada una de las regiones. Si bien las diferencias en el tamaño de ambas
muestras son significativas, las diferencias porcentuales no lo son, revelando
la existencia de una tendencia común en el registro de ambas regiones. Si la
muestra de Texas no presenta sesgos de diferente origen a los de la muestra
de la Subregión Pampa Húmeda, esto podría implicar que el patrón
registrado en la esta última probablemente no sea total o parcialmente
dependiente del tamaño de la muestra analizada. Del mismo modo, cabe la
posibilidad de que las distribuciones porcentuales de NMIe observadas
constituyan un patrón frecuente en regiones habitadas predominantemente
por cazadores-recolectores a través del tiempo. La comparación entre los
datos del Sudeste de la Región Pampeana (180,000 Km2) - una submuestra
de la Subregión Pampa Húmeda - y los del sector occidental de la Gran
Cuenca en E.E.U.U. (200,000 Km2; Larsen, 1995), muestra la recurrencia de
este patrón, independientemente del tamaño de la muestra (Tabla V.3.). El
análisis de un mayor número de bases de datos comparables permitirá en el
futuro evaluar mejor el grado de probabilidad de esta hipótesis.

b) Procesos tafonómicos
En ausencia de estudios tafonómicos a nivel regional, resulta difícil
establecer una relación entre la composición diferencial de las muestras de
restos humanos recuperadas por área, y la posible distribución e impacto
diferencial de distintos agentes tafonómicos, tales como mamíferos
excavadores, erosión hídrica, composición química de los suelos, etc.
Debido al sesgo impuesto por la dispar intensidad de las investigaciones
arqueológicas en las diversas áreas, la contribución diferencial al patrón
observado de los problemas de muestreo y de los procesos tafonómicos
resulta difícil de evaluar. Una vía para tratar este problema se basa en la
comparación de la razón o tasa entre la cantidad de sitios arqueológicos
reportados para cada área en los últimos treinta años (Barrientos et al.,
1995) con la cantidad de sitios con entierros humanos registrados en cada
área (Tabla V.4.). Los resultados sugieren que una de las áreas
potencialmente más afectadas por la acción de agentes postdepositacionales
podría ser Tandilia. El porcentaje de sitios con entierros registrados presenta
diferencias estadísticamente significativas respecto de los porcentajes
correspondientes a las otras áreas, con excepción del Oeste. La baja
representatividad de sitios con entierros humanos en Tandilia no puede
explicarse, pues, argumentando la ausencia o escasez de investigaciones
arqueológicas. La mala preservación de los restos óseos en varios de los
sitios arqueológicos de esta área, principalmente aquellos ubicados en el
sector centro-occidental del sistema serrano (Menguin y Bórmida, 1950;
Zárate y Flegenheimer, 1991) sugiere una acción intensa de procesos que
promueven el decaimiento óseo, probablemente vinculados a la composición
química de los suelos (i.e. pH). Claramente, este es un problema tafonómico
de escala regional que necesita ser investigado en forma detallada.

c) Factores determinantes de la distribución regional de cadáveres en


sociedades cazadoras-recolectoras
En la Subregión Pampa Húmeda, la cantidad promedio de entierros por
sitio es baja en todas las áreas (<6 individuos/sitio), con excepción del Delta
del Paraná y, probablemente, la Costa Sur Pampeana. Al mismo tiempo, se
observa una relación inversamente proporcional, a nivel regional, entre el
NMIe y la cantidad de sitios con entierros humanos. Los sitios con un sólo
entierro constituyen el 49% de la muestra total, los que presentan entre 2 y
9 individuos el 32% y los que presentan más de 10 individuos el 19%.
En el caso del Delta del Río Paraná, la alta densidad de entierros
humanos en los distintos sitios puede ser explicada por el hecho de que la
economía mixta de horticultura, caza, pesca y recolección implicó la
existencia de asentamientos estables, al menos durante una parte
importante del año (Politis, 1988). Esto seguramente permitió la
depositación de numerosos individuos en cada sitio, durante lapsos
relativamente cortos que probablemente involucraron pocas generaciones.
La submuestra correspondiente al SE de la Región Pampeana reproduce el
patrón observado en la muestra total de la Pampa Húmeda. Utilizando como
modelo interpretativo las hipótesis enunciadas en el apartado I.3., la
distribución de NMIe observada en el Sudeste de la Región Pampeana es
concordante con la esperable para cazadores-recolectores con un grado
relativamente alto de movilidad. La mayoría de los sitios presenta sólo uno o
una cantidad pequeña de individuos, muchos de ellos depositados en áreas
utilizadas para la realización de diversas actividades. Sin embargo, resulta
necesario tener en cuenta que el registro bioarqueológico - al igual que el
registro arqueológico - representa un conglomerado de eventos, producto de
la acción de múltiples generaciones de individuos participantes
de, posiblemente, diversos sistemas de asentamiento-subsistencia. Esto nos
alerta acerca del riesgo de realizar lecturas simples y directas del registro, y
nos conduce a la búsqueda de indicadores confiables de cambio en las
pautas de uso del espacio y organización interna de los sistemas sociales.
Numerosos autores (ver Apartado I.3.) postulan que la aparición de áreas
formales de entierro en el registro de una región, constituye uno de esos
indicadores. En nuestra área de estudio, en la mayoría de los casos no se
han aplicado criterios de análisis que permitieran la identificación de áreas
formales de entierro, basados en el estudio de: a) tipos, función, frecuencia y
densidad de artefactos, b) presencia/ausencia, composición y densidad de
muestras de restos faunísticos, y c) estructura espacial y distribución etárea
y sexual de los entierros humanos (ver Pardoe, 1988; Barrientos y Leipus,
1995; Barrientos y Madrid, 1997). De los sitios de los cuales se dispone de
información relevante, 4 pueden ser identificados como áreas formales de
entierro: Malacara (Torres y Ameghino, 1913; Vignati, 1960), Campo
Brochetto (Barrientos y Leipus, 1995), Laguna Los Chilenos 1 (Barrientos et
al., 1995) y Rinconada (N. Cinquini y F. Oliva, 1996, com.pers.). Todos
ellos corresponderían al Holoceno tardío, aunque posiblemente a distintos
momentos. Los entierros humanos del denominado Túmulo de Malacara
presentan similitudes formales a nivel de un grupo de rasgos (i.e. posición,
tipo de entierro secundario, deformación craneana, ajuar funerario) con
entierros correspondientes a otros sitios del área Interserrana. Dos de estos
sitios, La Toma y Laguna Tres Reyes 1, poseen fechados radiocarbónicos
situados alrededor de los 2,000 años AP (Barrientos y Madrid, 1997; Madrid
y Politis, 1991).
Por el momento, no se dispone de la información necesaria para poner
a prueba las hipótesis que relacionan la existencia de áreas formales de
entierro con una estrategia territorial en el uso del espacio (Pardoe, 1988).
Sin embargo, la asociación existente en algunos sitios entre áreas formales
de entierro y entierros secundarios constituídos por individuos
pertenecientes a distintas categorías de sexo y edad (i.e. Campo Brochetto,
Laguna Los Chilenos 1), podría ser interpretada como indicadora de la
existencia de grupos de descendencia lineal (i.e. patrilinajes; ver Saxe, 1970,
Goldstein, 1976; 1995).
La presencia de a) áreas formales de entierro, y b) sitios de actividades
múltiples con más de un entierro, indican asimismo una posible
redundancia en la ocupación de determinados sectores del paisaje (ver
discusión del caso de la Laguna Los Chilenos en Barrientos et al., 1995). Un
aspecto que resultaría apropiado investigar en el futuro mediante la
construcción de modelos de simulación, es el grado en el cual grupos con
una moderada o alta movilidad residencial y una tendencia a la reocupación
de ciertos lugares del espacio regional pueden producir, en una escala
grande de tiempo, diferentes "paisajes bioarqueológicos". Tales modelos, que
podrían también incluir simulaciones de los efectos de los procesos
postdepositacionales y de las estrategias de muestreo, constituirían
importantes herramientas para el análisis de datos regionales.
VI. LOCALIDADES Y SITIOS ARQUEOLOGICOS MUESTREADOS

VI.1. Arroyo Seco 2


VI.1.1. Introducción
El sitio 2 de la Localidad Arqueológica Arroyo Seco se encuentra
localizado en el Area Interserrana Bonaerense, a los 38° 21' 38" de Latitud
Sur, y a los 60° 14' 39" de Longitud Oeste (Carta Topográfica "Estancia Tres
Lagunas", I.G.M. 3960-9-2, E= 1:50.000, 1966), en proximidades de la
ciudad de Tres Arroyos. Se halla ubicado sobre una pequeña lomada, que
tiene una suave pendiente hacia el este y sureste en dirección al cauce del
Primer Brazo de los Tres Arroyos, y otra algo más pronunciada hacia el
oeste, donde se encuentra una pequeña depresión que funciona
temporariamente como una laguna.
Fitogeográficamente, el área corresponde al Dominio Austral de la
Provincia Pampeana (Cabrera, 1976) y, desde el punto de vista zoogeográfico,
pertenece al Dominio Pampásico de la Región Guayano-Brasileña (Ringuelet,
1955). El clima actual es del tipo C2 B'2 r á (subhúmedo-húmedo,
mesotermal), según el método de Thornthwaite, con poco déficit y
concentración estival de la eficiencia térmica menor al 48 % (Fidalgo et al.,
1986).
En la actualidad, el sitio funciona como Escuela de Campo de la Facultad
de Ciencias Sociales (Olavarría) de la UNCPBA, en virtud de un convenio
firmado entre esta Universidad y la Municipalidad de Tres Arroyos (Politis et
al., 1992).

VI.1.2. Antecedentes
La existencia de material arqueológico en la Localidad Arroyo Seco es
conocida desde hace aproximadamente setenta años, cuando el Sr. José A.
Mulazzi realizó recolecciones superficiales en el lugar. A comienzos de la
década del '70, un grupo de aficionados de la ciudad de Tres Arroyos realizó
excavaciones en lo que hoy se conoce como Sitio 1 y Sitio 2, recuperando
gran cantidad de materiales, entre ellos un total de cinco esqueletos
humanos (tres en el Sitio 1 y dos en el Sitio 2), y restos óseos de fauna
extinguida. Debido a las características excepcionales que presentaba el
Sitio 2, los Sres. A. Elgart, A. Morán y J. Móttola decidieron solicitar
asesoramiento al Museo de Ciencias Naturales de La Plata. El entonces jefe
de la División Arqueología de dicho museo, Dr. Alberto Rex González,
comenzó las investigaciones sistemáticas en el lugar en enero de 1977. Con
posterioridad, ante la necesidad de realizar un estudio integral del sitio, se
conformó un equipo multidisciplinario integrado por arqueólogos, geólogos y
paleontólogos, que llevaron a cabo excavaciones intensivas entre los años
1979 y 1981, abriéndose una superficie total de 183 m2 (incluyendo
cuadrículas, pozos de sondeo y una trinchera). Durante el trancurso de las
mismas se recuperó gran cantidad de material arqueológico, entre ellos
restos de megafauna extinguida y diecisiete esqueletos humanos con y sin
ajuar funerario (Fidalgo et al., 1986; Marcellino, ms).
Entre 1986 y 1988, se llevaron a cabo un nuevo conjunto de
excavaciones, abriéndose una superficie de 36 m2. En el transcurso de las
mismas, se exhumó el esqueleto de un niño con ajuar funerario compuesto
por un collar de colmillos de cánido (Politis et al., 1988a y 1988b). Entre los
meses de marzo y abril de 1992 se llevó a cabo una nueva campaña de
excavación, durante la cual se abrió una superficie de 24,5 m2. En las UE
"Z" y "S" se registró la presencia de catorce entierros humanos primarios e
individuales (Politis et al., 1992; cf. Barrientos, 1993). En abril de 1995 se
profundizaron las cuadrículas excavadas en 1992, recuperándose dos
nuevos individuos. Finalmente, en noviembre-diciembre de 1996 se
profundizaron las cuadrículas 42, 43, 44, 54, 55, 56, 63, 64, 65, 66 y 67,
iniciadas en diferentes temporadas entre 1980 y 1992, recuperándose restos
humanos correspondientes a por lo menos cuatro individuos.

VI.1.3. Temporadas 1992, 1995 y 1996. Estrategia de excavación y


resultados
En 1992 y 1995 se excavaron cinco cuadrículas contiguas de 2x2 m cada
una y dos sondeos de 1,5x1,5 m, totalizando un área de 24,5 m2. En el
sector de cuadrículas (Nros. 63 a 67) se excavó en 1992 hasta una
profundidad media de 1,45 m respecto del nivel "0", ubicado entre 13 y 24
cm sobre la superficie del terreno. En 1995, se profundizaron estas
cuadrículas, hasta alcanzar una profundidad media de 1,90 m y, en 1996,
de 2,20 m.
En las cuadrículas, los primeros 20 a 25 cm de sedimento
(correspondientes a la unidad estratigráfica "X", muy removida por la acción
del arado), fueron extraídos a pala. A partir de esa profundidad se excavó
con cucharín, siguiendo niveles artificiales de 5 cm de espesor respetando
las capas naturales. La totalidad del sedimento extraído se lavó con agua en
cernidores de malla fina (2 mm). Los pozos de sondeo fueron excavados más
expeditivamente, pero siguiendo también niveles de 5 cm de espesor. El
sedimento extraído se cribó a través de una zaranda de malla gruesa (5 mm).
Para obtener información acerca de los principales hallazgos efectuados
en las unidades estratigráficas "X" e "Y" (correspondientes a los componentes
Superior, Medio e Inferior)
remitimos a Politis et al. (1992).
Por debajo de la unidad "Y", en sedimentos asignados a las unidades "S"
y "Z", entre 1992 y 1996 se realizó el hallazgo de restos óseos humanos
correspondientes a por lo menos 20 nuevos individuos. Estos se hallaban
distribuídos en entierros individuales y múltiples que guardaban entre sí
una estrecha proximidad espacial (Figura VI.1.1.). Estas inhumaciones
estaban situadas a distintas profundidades, dentro de un rango de 70 cm
(desde 1,03 m hasta 2,20 m respecto del nivel "0"). A cada entierro y a cada
individuo se les asignó un número correlativo, comenzando la numeración a
partir del último entierro recuperado en la campaña de abril de 1988
(Entierro 11, Individuo 18; ver Politis et al., 1988a y 1988b).
A continuación, se describirá brevemente cada uno de los entierros
detectados siguiendo las recomendaciones generales de Bass (1971), y de
Ubelaker (1982).

- Entierro Nº 12
Entierro primario e individual. Individuo Nº 19 (AS19).
Cuadrículas: Nº 66 y 67.
Profundidad: Entre 1,20 m y 1,46 m.
Ubicación Estratigráfica: Techo de la Unidad "Z", en contacto con la Unidad
"S".
Depositación: Lateral izquierda.
Posición:
a) Cabeza: Apoyando parietal izquierdo sobre antebrazo derecho, con
órbitas orientadas hacia el Este.
b) Miembro Superior:
-Derecho: Dirigido hacia la cabeza.
-Izquierdo: Dirigido hacia la cabeza.
c) Miembro Posterior:
-Muslo Derecho: Semiflexionado.
-Muslo Izquierdo: Semiflexionado.
-Pierna Derecha: Muy flexionada.
-Pierna Izquierda: Muy flexionada.
Orientación: 105° respecto al Norte.
Dimensiones del Entierro:
a) Largo Máx.: 0,91 m Dirección: NO-SE
b) Ancho Máx.: 0,54 m Dirección: NE-SO
c) Espesor: 0,26 m
Asociación: Ninguna.
Estado de Conservación: Bueno.
Sexo Probable: Masculino.
Edad Probable: 50-54 años.

- Entierro Nº 13
Entierro primario e individual. Individuo Nº 20 (AS20).
Cuadrículas: Nº 64 y 65.
Profundidad: Entre 1,11 m y 1,29 m.
Ubicación Estratigráfica: Techo de la Unidad "Z".
Depositación: Dorsal.
Posición:
a) Cabeza: Apoyando parietal derecho.
b) Miembro Superior:
-Derecho: Dirigido hacia la cabeza.
-Izquierdo: Cruzado sobre la pelvis.
c) Miembro Inferior:
-Muslo Derecho: Muy flexionado.
-Muslo Izquierdo: Muy flexionado.
-Pierna Derecha: Muy flexionada.
-Pierna Izquierda: Muy flexionada.
Orientación: 100° respecto al Norte.
Dimensiones del Entierro:
a) Largo Máx.: 0,77 m Dirección: NO-SE
b) Ancho Máx.: 0,41 m Dirección: NE-SO
c) Espesor: 0,18 m
Asociación: Dos "toscas": una situada al lado del codo del brazo derecho, y
la otra al lado de la rodilla izquierda.
Estado de Conservación: Bueno.
Sexo Probable: Masculino.
Edad Probable: 40-44 años.
Observaciones: Se observó una clara articulación de los diferentes huesos ,
a excepción del cráneo, que presentaba una posición, orientación y estado
de conservación diferentes a los del resto del esqueleto. El macizo facial,
muy fragmentado, se hallaba separado de la calota, observándose la
presencia de piezas dentales dispersas alrededor del cráneo. Estos rasgos
constituyen claros indicios de pertubación postdepositacional debida a la
acción de algún agente no identificado.

- Entierro Nº 14
Entierro primario e individual. Individuo Nº 21 (AS21).
Cuadrícula Nº: 64.
Profundidad: Entre 1,17 m y 1,35 m.
Ubicación estratigráfica: Base de "S" y techo de "Z".
Depositación: Dorsal.
Posición:
a) Cabeza: Apoyando parietal izquierdo sobre hombro izquierdo.
b) Miembro Superior:
-Derecho: Cruzado sobre el pecho.
-Izquierdo: Cruzado sobre el pecho.
c) Miembro Inferior:
-Muslo Derecho: Flexionado.
-Muslo Izquierdo: Flexionado.
-Pierna Derecha: Muy flexionada.
-Pierna Izquierda: Muy flexionada.
Orientación: 10° respecto al Norte.
Dimensiones del Entierro:
a) Largo Máx.: 0,30 m Dirección: N-S
b) Ancho Máx.: 0,27 m Dirección: E-O
c) Espesor: 0,40 m
Asociación: Una lasca de sílice.
Estado de conservación: Regular.
Sexo Probable: Indeterminado
Edad Probable: 8 ± 2 años.
Observaciones: Por arriba y por debajo del esqueleto se observó la
presencia de abundante ocre en el sedimento. La distribución del
pigmento, sumada a la disposición de los huesos del esqueleto (columna
vertebral muy flexionada, muslos y piernas en una posición entre
flexionada y muy flexionada), sugiere que el cadáver, probablemente, haya
sido envuelto en forma ajustada con un material perecible (¿cuero?)
pintado con ocre. Al descomponerse y desaparecer el envoltorio, el
pigmento se depositó en el sedimento formando una capa sobre y debajo
del esqueleto. Este entierro fue considerado en el terreno como de tipo
secundario (ver Politis et al., 1992), extrayéndose en bloque. Al efectuar la
limpieza en el laboratorio, se arribó a la conclusión de que se trataba de
un entierro de tipo primario.

- Entierro Nº 15
Cuadrícula: Nº 64
Entierro primario e individual. Individuo Nº 22 (AS22).
Cuadrícula: Nº 64.
Profundidad: Entre 1, 23 m y 1,45 m.
Ubicación Estratigráfica: Techo de la Unidad "Z".
Depositación: Dorsolateral izquierda.
Posición:
a) Cabeza: Apoyando sobre el parietal izquierdo.
b) Miembro Superior:
-Derecho: Por debajo del muslo y pierna derecha, tomando muslo
izquierdo.
-Izquierdo: Por debajo del muslo y pierna izquierda.
c) Miembro Inferior:
-Muslo Derecho: Flexionado.
-Muslo Izquierdo: Flexionado.
-Pierna Derecha: Muy flexionada.
-Pierna Izquierda: Muy flexionada.
Orientación: 110° respecto al Norte.
Dimensiones del Entierro:
a) Largo Máx.: 0,81 m Dirección: NO-SE
b) Ancho Máx.: 0,73 m Dirección: NE-SO
c) Espesor: 0,22
Asociación: Cuentas de valva, subrectangulares, con doble perforación,
ubicadas alrededor del cuello.
Estado de conservación: Bueno.
Sexo Probable: Masculino.
Edad Probable: 50-54 años.
Observaciones: Se recuperó un cráneo de tuco-tuco (Ctenomys sp.) entre la
columna vertebral y el fémur derecho. El esternón se encontraba
desplazado respecto a su posición original, situándose a la izquierda del
húmero derecho.

- Entierro Nº 16
Entierro primario e individual. Individuo Nº 23 (AS23).
Cuadrículas: Nº63 y 64.
Profundidad: Entre 1,23 m y 1,48 m.
Ubicación Estratigráfica: Unidad "S".
Depositación: Lateral izquierda.
Posición:
a) Cabeza: Apoyando parietal izquierdo.
b) Miembro Superior:
-Derecho: Dirigido hacia las rodillas.
-Izquierdo: Dirigido hacia las rodillas.
c) Miembro Inferior:
-Muslo Derecho: Flexionado.
-Muslo Izquierdo: Flexionado.
-Pierna Derecha: Muy flexionada.
-Pierna Izquierda: Flexionada.
Orientación: 90° respecto del Norte.
Dimensiones del Entierro:
a) Largo máx.: 0,96 m Dirección: NO-SE
b) Ancho Máx.: 0,68 m Dirección: NE-SO
c) Espesor: 0,25 m
Asociación: Ninguna.
Estado de Conservación: Bueno.
Sexo Probable: Masculino.
Edad Probable: 25-29 años.

- Entierro Nº 17
Entierro Primario e individual. Individuo Nº 24 (AS24).
Cuadrícula: Nº 63.
Profundidad: Entre 1,32 m y 1,73 m.
Ubicación Estratigráfica: Unidad "Z".
Depositación: Ventrolateral derecha.
Posición:
a) Cabeza: Apoyando parietal izquierdo sobre rodilla derecha.
b) Miembro Superior:
-Derecho: Hacia la cabeza.
-Izquierdo: Indeterminada.
c) Miembro Superior:
-Muslo Derecho: Muy flexionado.
-Muslo Izquierdo: Muy flexionado.
-Pierna Derecha: Muy flexionada.
-Pierna Izquierda: Muy flexionada.
Orientación: 55° respecto al Norte.
Dimensiones del Entierro:
a) Largo Máx.: 0,55 m Dirección: E-O
b) Ancho Máx.: 0,36 m Dirección: N-S
c) Espesor: 0,41 m.
Asociación: Punta de cuarcita amarilla junto al fémur izquierdo.
Estado de Conservación: Bueno.
Sexo Probable: Masculino
Edad Probable: 30-34 años.
Observaciones: Alrededor del maxilar inferior se detectó la presencia de
ocre.

- Entierro Nº 18
Entierro primario. Individuo Nº 25 (AS25).
Cuadrícula: Aflora en la pared Sur de la cuadrícula Nº 63.
Profundidad: 1,10 m.
Ubicación Estratigráfica: Unidad "S".
Estado de Conservación: Bueno.
Sexo Probable: Masculino
Edad Probable: 35-39 años.
Observaciones: A nivel de la Cuadrícula Nº 63 sólo afloraban la pelvis, los
huesos del tarso y
metatarso, y los extremos proximal y distal de ambas piernas. El resto de
esqueleto aún no fue
extraído.

- Entierro Nº 19
Entierro primario e individual. Individuo Nº 26 (AS26).
Cuadrícula: Nº 65.
Profundidad: Entre 1,03 m y 1,18 m.
Ubicación Estratigráfica: Unidad "Z".
Depositación: Lateral izquierda.
Posición:
a) Cabeza: Apoyando Parietal izquierdo.
b) Miembro Superior:
-Derecho: Hacia las rodillas.
-Izquierdo: Hacia las rodillas.
c) Miembro Inferior:
-Muslo Derecho: Flexionado.
-Muslo Izquierdo: Flexionado.
-Pierna Derecha: Flexionada.
-Pierna Izquierda: Muy Flexionada.
Orientación: 45° respecto al Norte.
Dimensiones del Entierro:
a) Largo Máx.: 0,89 m Dirección: NE-SO
b) Ancho Máx.: 0,50 m Dirección: NO-SE
c) Espesor: 0,15 m
Asociación: Ovalo de "toscas" rodeando y cubriendo al esqueleto. Cuentas
de valva, subrectangulares, con doble perforación, alrededor del cuello,
por debajo del cráneo.
Estado de Conservación: Regular.
Sexo Probable: Femenino.
Edad Probable: 30-34 años.

- Entierro Nº 20
Entierro primario e individual. Individuo Nº 27 (AS27).
Cuadrícula: Nº 65.
Profundidad: Entre 1,23 m y 1,41 m.
Ubicación Estratigráfica: Unidad "Z".
Depositación: Lateral izquierda.
Posición:
a) Cabeza: Apoyando parietal izquierdo.
b) Miembro Superior:
c) Miembro Inferior:
Orientación: 80° respecto al Norte.
Dimensiones del Entierro:
a) Largo Máx.: 0,56 m Dirección: NO-SE
b) Ancho Máx.: 0,18 m Dirección: NE-SO
c) Espesor: 0,15 m
Estado de Conservación: Regular.
Sexo Probable: Indeterminado.
Edad Probable: 8 ± 2 años.
Observaciones: Se detectaron manchas de ocre en el sedimento a la altura
de la tibia derecha y del maxilar.

- Entierro Nº 21
Entierro primario e individual. Individuo Nº 28 (AS28).
Cuadrícula: Nº 67
Profundidad: Entre 1,08 m y 1,19 m.
Ubicación Estratigráfica: Techo de Unidad "S".
Depositación: Lateral izquierda.
Posición:
a) Miembro Inferior:
-Muslo derecho: ?
-Muslo izquierdo:?
-Pierna derecha: Flexionada.
-Pierna izquierda: Flexionada.
Dimensiones del Entierro:
a) Largo Máx.: 0,38 m
b) Ancho Máx.: 0,34 m
c) Espesor: 0,11 m
Asociación: Cúmulo de toscas sobre el entierro, que comienza a aparecer a
nivel del Componente Superior, extendiéndose en profundidad hasta el
techo de la base de la Unidad "Y".
Estado de conservación: Bueno.
Sexo Probable: Indeterminado.
Edad Probable: Indeterminado.
Observaciones: El fémur, la tibia, el peroné, los tarsianos y los
metatarsianos de ambas piernas aparecen articulados. Se hallan
ausentes las demás partes del esqueleto.

- Entierro Nº 22
Acumulación de huesos humanos, muchos de ellos fracturados, dispuestos
sin ningún orden aparente. Individuos Nº 29 (AS29) y Nº 37 (AS37).
Cuadrícula: Nº67.
Profundidad Media Aproximada: 1,00 m.
Ubicación Estratigráfica: A nivel de la base de la Unidad "Y", pero en un
sedimento diferente, de distribución muy localizada. La Unidad "S" se
encuentra ausente en este sector.
Sexo: Indeterminado
Edad: Indeterminada.

- Entierro Nº 23
Acumulación de huesos humanos desarticulados y fracturados,
probablemente pertenecientes a un mismo individuo.
Individuo Nº 30 (AS30).
Cuadrícula: Nº 65.
Profundidad Media Aproximada: 1,10 m.
Ubicación Estratigráfica: Unidad "S" y techo de la Unidad "Z".
Sexo: Indeterminado.
Edad: Indeterminada.

- Entierro Nº 24
Entierro primario e individual. Individuo Nº 31 (AS31).
Cuadrícula: Nº 66.
Profundidad: Entre 1,36 m y 1,63 m.
Ubicación Estratigráfica: Unidad "Z".
Depositación: Lateral izquierda.
Posición:
a) Cabeza: Apoyando parietal derecho.
b) Miembro Superior:
-Derecho: Hacia las rodillas.
-Izquierdo: Hacia la cabeza.
c) Miembro Inferior:
-Muslo Derecho: Flexionado.
-Muslo Izquierdo: Flexionado.
-Pierna Derecha: Flexionada.
-Pierna Izquierda: Flexionada.
Orientación: 69° respecto al Norte.
Dimensiones del Entierro:
a) Largo máx.: 0,90 m Dirección: N-S
b) Ancho Máx.: 0,86 m Dirección: E-O
c) Espesor: 0,27 m
Asociación: Un óvalo incompleto de toscas alrededor del esqueleto; y cinco
puntas de proyectil, tres de ellas incrustadas en el hueso.
Estado de Conservación: Regular.
Sexo Probable: Masculino
Edad Probable: 55+ años.
Observaciones: El esqueleto fue extraído en bloque y luego limpiado en el
laboratorio.

- Entierro Nº 25
Entierro múltiple.
Ubicación Estratigráfica: Unidad "Z".
Entierro primario. Individuo Nº 32 (AS32).
Cuadrícula: Nº 66.
Profundidad: Entre 1,53 m y 1,86 m.
Depositación: Ventrolateral derecha.
Posición:
a) Cabeza: Apoyando maxilar inferior, con órbitas orientadas hacia el NO.
b) Miembro Superior:
-Derecho: Dirigido hacia la cabeza.
-Izquierdo: Dirigido hacia la cabeza?
c) Miembro Posterior:
-Muslo Derecho: Flexionado.
-Muslo Izquierdo: Muy flexionado.
-Pierna Derecha: Muy flexionada.
-Pierna Izquierda: Muy flexionada.
Orientación: 39° respecto al Norte.
Dimensiones del Entierro:
a) Largo Máx.: 0,65 m Dirección: NO-SE
b) Ancho Máx.: 0,43 m Dirección: NE-SO
c) Espesor: 0,33 m
Asociación: 1 lasca grande de cuarcita amarilla apoyando sobre fémur
izquierdo; 1 lasca grande de cuarcita amarilla apoyando sobre lado
derecho del maxilar inferior; 1 lasca pequeña de cuarcita próxima al
húmero izquierdo; 1 lasca pequeña de calcedonia próxima al húmero
izquierdo.
Estado de Conservación: Regular.
Sexo Probable: Femenino.
Edad Probable: 55+ años.

Entierro primario. Individuo Nº 34 (AS34).


Cuadrícula: Nº 66.
Profundidad: Entre 1,66 m y 1,86 m.
Ubicación Estratigráfica: Unidad "Z".
Depositación: Lateral derecha.
Posición:
a) Cabeza: Apoyando parietal derecho, con órbitas orientadas hacia el SO.
b) Miembro Superior:
-Derecho: Dirigido hacia la cabeza.
-Izquierdo: ?
c) Miembro Posterior:
-Muslo Derecho: ?
-Muslo Izquierdo: ?
-Pierna Derecha: ?
-Pierna Izquierda: ?
Orientación: 40° respecto al Norte.
Dimensiones del Entierro:
a) Largo Máx.: 0,48 m Dirección: NO-SE
b) Ancho Máx.: 0,23 m Dirección: NE-SO
c) Espesor: 0,20 m
Asociación: Ocre rojo alrededor del cráneo.
Estado de Conservación: Regular.
Sexo Probable: Indeterminado.
Edad Probable: 1,5 ± 0,5 años.

- Entierro Nº 26
Entierro primario.
Individuo Nº 35 (AS35)
Cuadrícula: 67
Año de excavación: 1995
Observaciones: En el perfil N de la Cuadrícula Nº 67 afloraban algunos
huesos correspondientes al lateral izquierdo del individuo. El esqueleto
aún no fue extraído.

- Entierro Nº 27
Entierro múltiple (Figura VI.1.2.).
Ubicación Estratigráfica: Unidad "Z".
Entierro primario. Individuo Nº 36 (AS36).
Cuadrícula: Nº 64.
Profundidad: Entre 1,82 m y 1,98 m.
Depositación: Ventrolateral derecha.
Posición:
a) Cabeza: Apoyando región facial; con órbitas hacia abajo.
b) Miembro Superior:
-Derecho: Cruzado sobre el pecho.
-Izquierdo: Cruzado sobre el pecho.
c) Miembro Posterior:
-Muslo Derecho: Flexionado.
-Muslo Izquierdo: Flexionado.
-Pierna Derecha: Muy flexionada.
-Pierna Izquierda: Muy flexionada.
Orientación: 240° respecto al Norte.
Asociación: 1 punta de proyectil de cuarcita en la región dorsal de la
columna vertebral; 1 punta de cuarcita en la región lumbar; 1 punta de
cuarcita en la región intercostal derecha.
Estado de Conservación: Regular.
Sexo Probable: Masculino.
Edad Probable: 20-24 años.

Entierro primario. Individuo Nº 39 (AS39).


Cuadrículas: Nº 63 y 64.
Profundidad: Entre 1,66 m y 1,86 m.
Ubicación Estratigráfica: Unidad "Z".
Depositación: Lateral derecha.
Posición:
a) Cabeza: Apoyando temporal derecho, con órbitas orientadas hacia el SO.
b) Miembro Superior:
-Derecho: Cruzado sobre el pecho.
-Izquierdo: Cruzado sobre el pecho.
c) Miembro Posterior:
-Muslo Derecho: Muy flexionado.
-Muslo Izquierdo: Muy flexionado.
-Pierna Derecha: Muy flexionada.
-Pierna Izquierda: Muy flexionada.
Orientación: 275° respecto al Norte.
Asociación: Ocre rojo próximo a extremo distal del fémur derecho; 1 punta
de proyectil de cuarcita entre diáfisis de fémur derecho y fémur izquierdo;
1 punta de cuarcita región intercostal izquierda.
Estado de Conservación: Regular.
Sexo Probable: Masculino.
Edad Probable: 15-19 años.

Dimensiones del Entierro:


a) Largo Máx.: 1,05 m Dirección: NO-SE
b) Ancho Máx.: 0,95 m Dirección: NE-SO
c) Espesor: 0,32 m

- Entierro Nº 31
Entierro primario e individual. Individuo Nº 40 (AS40).
Cuadrículas: Nº 44 y 54.
Profundidad: Entre 1,26 m y 1,45 m.
Ubicación Estratigráfica: Techo de la Unidad "Z".
Depositación: Lateral derecha.
Posición:
a) Cabeza: Apoyando parietal derecho. Orbitas orientadas hacia el N.
b) Miembro Superior:
-Derecho: Dirigido hacia la cabeza.
-Izquierdo: Dirigido hacia la cabeza.
c) Miembro Inferior:
-Muslo Derecho: Muy flexionado.
-Muslo Izquierdo: Muy flexionado.
-Pierna Derecha: Muy flexionada.
-Pierna Izquierda: Muy flexionada.
Orientación: 60° respecto al Norte.
Dimensiones del Entierro:
a) Largo Máx.: 0,73 m Dirección: E-O
b) Ancho Máx.: 0,34 m Dirección: N-S
c) Espesor: 0,19 m
Asociación: 2 cuentas circulares pequeñas de valva sobre parietal
izquierdo, 3 colmillos de cánidos perforados alrededor del cráneo.
Estado de Conservación: Bueno.
Sexo Probable: Femenino.
Edad Probable: 55+ años.
Observaciones: Se observó probable marca de pozo alrededor del esqueleto.

VI.1.4. Estructura sexual y etárea de la muestra


Siguiendo las recomendaciones generales de Ubelaker (1982), Steele y
Bramblett (1989) y Buikstra y Mielke (1985), el diagnóstico del sexo fue
realizado tomando en consideración la totalidad del esqueleto, pero
asignando a cada indicador un peso proporcional a su potencial
discriminante. De esta manera, se privilegió el análisis de las distintas
estructuras de la pelvis por sobre las demás regiones del cuerpo, debido a su
reconocida confiabilidad como indicador sexual (Phenice, 1969; Stewart,
1979; entre otros). Otras estructuras relevantes para la determinación del
sexo consideradas en este estudio fueron el cráneo, el sacro y los huesos
largos, en especial el fémur y el húmero (Ferembach et al., 1979; Buikstra y
Mielke, 1985; Steele y Bramblett, 1989). Los datos utilizados para la
determinación sexual del esqueleto provinieron de dos tipos de fuentes
distintas: a) observaciones morfológicas (i.e. presencia/ausencia de arco
ventral, de la concavidad subpúbica, forma del arco subpúbico, forma y
extensión de las crestas occipitales, de las líneas temporales, etc.); y b)
determinaciones métricas (i.e. ángulo goníaco, ángulo de la escotadura
ciática mayor, diámetro vertical de la cabeza del húmero, índice de la
amplitud de la escotadura ciática y del acetábulo, etc.).
La determinación de la edad probable al momento de la muerte de los
individuos adultos se realizó, también, a través de la consideración de
múltiples indicadores. Entre los principales se encuentran los cambios en la
superficie articular de la sínfisis del pubis (sensu McKern y Stewart, 1973;
Gilbert y McKern, 1973), y los cambios en la superficie auricular y
periauricular del ilion (sensu Lovejoy et al., 1985). Entre los indicadores
secundarios utilizados para las determinaciones se encuentran el desgaste
dentario y la osteofitosis vertebral. Estos últimos considerados de manera
aislada, no son indicadores confiables de la edad, debido a su carácter
relativo y a su marcada especificidad intrapoblacional. Sin embargo, son de
gran utilidad para ser empleados como controles y medios de contrastación
independientes de determinaciones efectuadas por otras vías más confiables,
como las mencionadas en primer término (Brothwell, 1989; Mays et al.,
1995). En el caso de los individuos subadultos, los principales criterios
empleados fueron la madurez dental (en individuos infantiles), comparándola
con los estándares para amerindios propuestos por Ubelaker (1982) y el
desarrollo y cierre de las epífisis (en adolescentes) (Ubelaker, 1982). Debido a
problemas de preservación diferencial de las estructuras relevantes para
efectuar la determinación etárea, la edad infornada en cada caso debe ser
considerada como la mejor aproximación realizada a partir de la evaluación
de los diversos indicadores disponibles. Finalmente, cada individuo fue
asignado a una categoría etárea específica, tomando en consideración
intervalos de cinco años. Se utilizaron estos intervalos debido a que son lo
suficientemente largos como para contener la mayor parte del error probable
en la determinación de la edad, y lo suficientemente cortos como para
permitir que los patrones de mortalidad puedan ser discernidos con
precisión. La mayoría de los estudios paleodemográficos utilizan períodos de
igual duración, lo que permite la comparación de los resultados (i.e. Lovejoy
et al., 1977; Ubelaker, 1982).
Los resultados de las determinaciones de sexo y edad probables se hallan
expresados en la Tabla VI.1.1. La muestra del sitio Arroyo Seco 2 está
compuesta por un total de 19 individuos adultos (47.5%); 16 subadultos
(40%) y 5 indeterminados (12.5%). El sector adulto de la muestra se
compone de 12 individuos masculinos (63%) y 7 individuos femeninos (37%).
Con los datos de la Tabla VI.1.1. se construyeron dos curvas de mortalidad
para la muestra de Arroyo Seco 2. En la primera (Figura VI.1.3.), no se
discrimina el sexo en el sector adulto de la muestra. En la segunda (Figura
VI.1.4.), las curvas correspondientes a cada uno de los sexos se diferencian a
partir del quinto intervalo de edad (20-24 años). Cabe aclarar que estas
curvas no son consideradas aquí como una representación del perfil
demográfico de la población, sino más bien como una descripción de la
estructura de la muestra. Como tal, indican principalmente los posibles
sesgos de la misma, debidos ya sea a preservación diferencial, o al carácter
parcial de la excavación del sitio. Sin embargo, la comparación con curvas
construídas con muestras representativas de otras poblaciones cazadoras
recolectoras (i.e. Ubelaker, 1974; 1982; Lovejoy et al., 1977) muestra que el
porcentaje de individuos pertenecientes al primer intervalo (00-04 años) es
similar, lo que indica una baja o nula segregación etárea en el área de
entierro y la virtual ausencia de sesgo postdepositacional en detrimento de
restos óseos de baja densidad tales como los pertenecientes a individuos
infantiles (ver Gordon y Buikstra, 1981). No se observan diferencias
significativas en las tendencias de mortalidad entre los sexos, debiéndose
atribuir las variaciones entre los perfiles de mortalidad masculinos y
femeninos sólo a problemas de muestreo. Las curvas de los individuos
adultos presentan una clara tendencia bimodal, con un primer pico de
mortalidad hacia los 25-34 años, y un segundo pico más allá de los 50 años.
El pico de mortalidad general situado hacia los 25-34 años de vida
concuerda con el patrón descripto para otras muestras de cazadores-
recolectores (i.e. Ubelaker, 1974; 1982) cuyas edades de muerte fueron
determinadas mediante el uso de indicadores pélvicos, principalmente
sínfisis púbica, analizada ya sea con los estándares desarrollados por Todd
(Todd, 1921); McKern y Stewart (1957) y/o Gilbert y McKern (1973).
Ubelaker (1982) demostró que el uso de técnicas microscópicas para la
determinación de la edad de muerte (i.e. Kerley y Ubelaker, 1978) produce
un aplanamiento general de la curva como resultado de una reducción del
porcentaje de individuos asignados al intervalo 30-34, y un aumento del
porcentaje de individuos asignados a intervalos de edad mayores (45-49 en
adelante), sugiriendo una mayor longevidad que la indicada por el uso de los
estándares basados en el análisis de la sínfisis púbica. En un estudio
reciente, que utiliza como referencia la muestra de esqueletos humanos de
Spitalfields Christ Church, Londres (siglos XVIII y XIX), para la cual se
dispone de datos precisos acerca de la edad de muerte de cada individuo,
Aiello y Molleson (1993) demostraron que los estándares de Todd y Brooks
(Brooks, 1955; Todd, 1921); McKern y Stewart (1973) y Gilbert y McKern
(1973) consistentemente subestiman la edad de muerte. Según estas
autoras, ésto se debe a que todas las técnicas de determinación de edad,
incluyendo las basadas en análisis histológicos, reflejan la estructura de
edad y/o las condiciones de las poblaciones utilizadas como referencia en la
construcción de los distintos estándares (Aiello y Molleson, 1993: 702, ver
también Bocquet-Appel, 1986; Masset y Parzysz, 1985). Puesto que los
estándares desarrollados por Todd y Brooks, McKern y Stewart, y Gilbert y
McKern utilizaron como referencia muestras con edades medias
relativamente jóvenes, es factible que tales estándares sean más precisos en
los sectores más jóvenes de cada muestra. En consecuencia, el patrón de
mortalidad detectado entre los individuos adultos de Arroyo Seco 2 y de
otras muestras analizadas con el uso de los estándares de sínfisis púbica
mencionados, podría ser un artefacto estadístico y no reflejar fielmente la
realidad biológica de la o las poblaciones representadas en cada muestra.
Este aspecto deberá ser desarrollado con mayor profundidad en el futuro.
En el único estudio bioantropológico de los restos óseos humanos del
sitio Arroyo Seco 2 realizado con anterioridad al presente trabajo, A.
Marcellino (s/f) analizó una muestra compuesta por seis individuos (AS4,
AS5, AS6, AS7, AS8 y AS14), recuperados durante las campañas de 1979 y
1980. Como resultado de su análisis, Marcellino concluyó que, muy
posiblemente, en el sitio estarían representadas dos poblaciones distintas.
La estatura (calculada según fórmulas de regresión de Trotter y Glesser,
Manouvrier y Olivier) y la constitución física general del individuo AS14,
notoriamente mayor a la de los otros cinco individuos estudiados (AS4, AS5,
AS6, AS7 y AS8), condujeron a este autor a considerar la probabilidad de
que AS14 no haya formado parte "...del grupo o núcleo biológico de los
restantes individuos de Arroyo Seco" (Marcellino, s/f: 18). Los valores
métricos de los huesos largos de los individuos masculinos recuperados
durante la campaña de 1992 (AS19, AS20, AS22, AS23, AS24 y AS31), son
cercanos a los valores de AS14, mientras que los valores obtenidos para el
único individuo femenino recuperado en 1992 (AS26) son cercanos a los del
resto de los esqueletos analizados por Marcellino (AS5, AS6, AS7, AS8). Para
explicar esta aparente diversidad existente entre los individuos de Arroyo
Seco 2 pueden proponerse, pues, dos hipótesis alternativas:
H1: Las diferencias de tamaño entre los individuos que integran la serie
proveniente del sitio Arroyo Seco 2 son la expresión de diferencias biológicas
interpoblacionales.
H2: Las diferencias de tamaño entre los individuos que integran la serie
proveniente del sitio Arroyo Seco 2 son la expresión del dimorfismo sexual
intrapoblacional.
La evidencia actualmente disponible conduce a considerar a la segunda
hipótesis como la más probable. En particular, podemos señalar el hecho de
que dos de los individuos determinados por Marcellino como masculinos a
través del análisis de rasgos craneanos (AS5 y AS7), pueden ser asignados al
sexo femenino cuando son consideradas otras partes del esqueleto con
mayor o igual poder discriminante (i.e. pelvis, huesos largos). Asimismo,
tanto los individuos AS5, AS6, AS7 y AS8, como AS14 parecen corresponder
al mismo momento de inhumación (ca. 6,500-6,300 años AP; ver última
sección de este apartado), lo que hace altamente improbable su pertenencia
a poblaciones biológicamente distintas entre sí, al menos desde un punto de
vista morfológico.

VI.1.5. Procesos de modificación post-depositacional de los restos óseos


humanos de Arroyo Seco 2
La adecuada interpretación de los patrones observados en la distribución
sexual, etárea y cronológica de los indicadores biológicos considerados en los
estudios paleonutricionales depende, en gran medida, del conocimiento de la
historia tafonómica de las muestras utilizadas. Sin embargo, con frecuencia
este es un aspecto poco tratado en este tipo de estudios (Mensforth, 1991).
Distintos procesos diagenéticos, tanto físicos como químicos, producen
importantes cambios a nivel macro y microestructural en los huesos que
pueden obstaculizar, o incluso impedir, el estudio de distintos marcadores
biológicos de interés, tales como líneas de Harris, composición isotópica de
los huesos, etc. (Katzemberg, 1992; Schoeninger y Moore, 1992; Stout,
1978). Con el fin de evaluar el impacto de los diferentes factores que
contribuyeron a la estructuración actual del conjunto óseo recuperado en el
sitio Arroyo Seco 2, se inició el estudio cuali-cuantitativo de diversos
indicadores con el fin de comprender la posible historia tafonómica del
conjunto. Este estudio está siendo llevado a cabo en colaboración con la Lic.
María Gutiérrez, perteneciente a la Universidad Nacional del Centro de la
Provincia de Buenos Aires.
En este apartado se presentarán sólo los resultados de las observaciones
cualitativas referentes al comportamiento de distintas variables, a partir de
las cuales se generaron las principales hipótesis que están siendo evaluadas
mediante los estudios cuantitativos actualmente en curso (Barrientos y
Gutiérrez, 1996; Gutiérrez y Barrientos, 1996).
El conjunto de restos óseos humanos recuperado en las unidades
estratigráficas "Z" y "S" del sitio Arroyo Seco 2 se caracteriza por : a) un alto
grado de carbonatación de la superficie y de los canales medulares; b) la
frecuente presencia de manchas de óxido de manganeso (Figura VI.1.5.); c)
un alto grado de fracturación y fragmentación postdepositacional (presencia
de fracturas tafonómicas, sensu Villa y Mahieu, 1991; Miotti, 1990/92)
(Figura VI.1.6.); d) un bajo grado de desarticulación y dispersión de los
elementos, restringida en su mayor parte a huesos de pequeño tamaño y
bajo peso (i.e. huesos del carpo y del tarso, metacarpianos, metatarsianos y
falanges), aunque sin embargo se registran casos excepcionales en los cuales
se ven involucrados elementos de mayor tamaño y peso (i.e. huesos largos,
cráneo); e) un grado variable, aunque extensivo, de modificación de la
superficie de cada hueso; f) deformación plástica de determinados elementos,
en especial de los huesos craneales; g) un mejor estado de conservación
relativo al de los restos de mamíferos depositados en las unidades "X" e "Y".
Las características mencionadas sugieren que la estructura actual del
conjunto es el resultado de diferentes procesos, causados por la acción de
múltiples factores cuya influencia relativa pudo haber variado a través del
tiempo. La Figura VI.1.7. es un diagrama que modeliza la probable historia
postdepositacional de los entierros humanos de Arroyo seco 2. En él se
diferencian dos tipos de factores, denominados de acción secuencial y no
secuencial. Los factores de acción secuencial son aquellos que, si bien
pudieron haber tenido influencia a lo largo de la totalidad de la historia
tafonómica del conjunto, su acción primaria tuvo un mayor impacto sobre
los huesos en determinados momentos de la misma (i.e. microambiente de
depositación influenciando sobre las primeras etapas de modificación
postdepositacional). Por factores no secuenciales entendemos a aquellos que
ejercieron una acción básicamente permanente sobre los huesos, aún
cuando ésta no haya tenido la misma intensidad a través del tiempo (i.e.
presión de los sedimentos).
Si bien no es posible observar en la actualidad las características del
microambiente en el cual fueron enterrados los cadáveres en Arroyo Seco 2,
éstas pueden ser inferidas a partir de ciertos indicadores presentes en los
huesos recuperados. La presencia de manchas de óxido de manganeso en los
huesos de la mayoría de los individuos analizados, permite suponer que el
ambiente que rodeó a los cuerpos cuando éstos fueron enterrados era lo
suficientemente rico en agua y oxígeno, como para permitir una intensa
actividad microbiana, principalmente de hongos y bacterias (Ecker, 1989;
Piepenbrink, 1986; Grupe y Piepenbrink, 1988). En ambientes aeróbicos y
con disponibilidad de agua aprovechable por microorganismos, puede
esperarse una mayor tasa de metorización de la fracción orgánica del hueso
- el colágeno -, respecto a la fracción inorgánica - la hidroxiapatita -, debido
a que esta última posee una menor solubilidad en sistemas ácueos alcalinos
o ligeramente ácidos (White y Hannus, 1983). En el suelo, el colágeno y
otros compuestos orgánicos presentes, son hidrolizados por la actividad
enzimática microbiana en péptidos más pequeños y grupos de aminoácidos.
Estos son más solubles que el colágeno, y tienden a abandonar al hueso por
medio de percolación (Ecker, 1989). Los ácidos, carbónicos y orgánicos,
producidos por el metabolismo microbiano durante el proceso de
descomposición del colágeno, inician el proceso de meteorización química de
la hidroxiapatita, al proporcionar protones (iones de H) que reemplazan a
algunos iones de Ca en la estructura de la hidroxiapatita, sin provocar su
destrucción (White y Hannus, 1983). Este es un proceso que ocurre dentro
del hueso, y es dependiente de la descomposición del colágeno e
independiente, al menos en principio, del pH y de los iones disueltos en el
suelo (White y Hannus, 1983). Sólo a partir de este punto, la composición
química de los suelos influye de forma directa en el modo en que se
desarrollan, los procesos de decaimiento, diagénesis y meteorización del
hueso (Ecker, 1989; Behrensmeyer, 1990; Price et al., 1992; Sandford,
1992). Diagénesis es un término de orígen geológico, que hace referencia a
la alteración física y química de los sedimentos durante y después de su
depositación. En tafonomía se utiliza para aludir a los cambios físicos y
químicos que ocurren en un hueso en su ambiente de depositación. Su
evaluación resulta de significativa importancia debido a que tales cambios
pueden enmascarar, parcial o completamente, la información biológica
requerida en estudios paleodietarios (Katzenberg, 1992; Sandford, 1992).
Los cambios químicos ocurridos a nivel de los constituyentes orgánicos e
inorgánicos del hueso son contemporáneos, y probablemente una de las
múltiples causas concurrentes, a los cambios en las propiedades físicas
(Behrensmeyer, 1978; 1990). Hasta el presente, se sabe muy poco respecto
de los procesos de meteorización sub-superficiales, a excepción de que
actúan a una tasa menor respecto a los que ocurren sobre la superficie
(Lyman y Fox, 1989). Los cambios físicos a nivel macroscópico incluyen
fisuramiento, lascado, descamación y fragmentación, como correlato de los
cambios a nivel microscópico que afectan la microestructura, tales como
rotura de los componentes orgánicos (principalmente colágeno), disolución,
recristalización y/o alteración química de los componentes minerales
(Behrensmeyer, 1990). Estos procesos tienden a alterar la rigidez del hueso y
a disminuir su resistencia a fuerzas de tracción y compresión. La influencia
en este momento de factores tales como la presión de los sedimentos y de
otros factores vinculados a la dinámica de los suelos, puede provocar el
fisuramiento y fracturación de los huesos. En Arroyo Seco 2 se observa una
incidencia moderada de procesos de meteorización y una actividad intensa
de agentes o factores productores de fracturas. Las observaciones realizadas
durante el proceso de excavación, muestran que los huesos fueron
fracturados in situ. En efecto, se pudo observar que: a) los fragmentos de un
mismo hueso se encontraban, en casi todos los casos, en posición
adyacente; b) la frecuencia de fracturas incompletas, prolongadas por líneas
de fisura, era alta y c) la mayor proporción de huesos fracturados
correspondía a aquellos apoyados sobre superficies cóncavas o convexas (i.e.
superpuestos a otros huesos que, al actuar como fulcros, produjeron un
efecto palanca que dirigió la fractura). Este fenómeno podría ser
considerado como el resultado de un lento proceso de compactación y relleno
de los espacios vacíos, acompañado por el decaimiento orgánico e
inorgánico, producido por la acción de distintos factores (ver Hare, 1980;
White y Hannus, 1983; Villa y Mahieu, 1991). El estado actual del conjunto
representa, con toda probabilidad, una etapa muy avanzada del proceso de
fracturación y fragmentación de los huesos, que debió comenzar poco
después de que la descomposición de los tejidos blandos creó espacios vacíos
que fueron lentamente colmatados con sedimento, determinando zonas de
presión diferencial. La presencia de líneas incompletas de fractura sugiere
que la ruptura de los huesos fue un proceso a largo plazo, actuante sobre un
conjunto diagenéticamente alterado y progresivamente debilitado. La acción
de fuerzas externas incidentes sobre el hueso desde muy poco después de la
depositación, tales como la presión de los sedimentos, puede eventualmente
provocar la deformación plástica del mismo. En Arroyo Seco 2, la presión de
los sedimentos sobre los huesos humanos parece haber sido intensa desde
momentos muy tempranos. Si se asume que la depositación de la mayor
parte de los entierros humanos es contemporánea con la depositación de al
menos una parte de los materiales que integran el Componente Inferior, es
posible inferir que los entierros estuvieron situados muy cerca de la
superficie, e inmediatamente por debajo de áreas destinadas en forma
recurrente a diversas actividades. La deformación plástica de ciertos
huesos, en especial de huesos del cráneo, se halla ampliamente
documentada en este sitio (Marcellino, s/f). Por ejemplo, el examen del
cráneo del esqueleto AS24 muestra que las curvaturas normales han sufrido
modificaciones, lo que sugiere la acción lenta pero continua de presiones
externas en un momento en el que el hueso aun retenía gran parte de su
contenido original de colágeno.
Los datos referidos a las variaciones en el pH a lo largo de la columna
sedimentaria (Barrientos y Gutiérrez, 1996), contribuyen a la explicación de
la preservación diferencial de los restos óseos de mamíferos localizados por
arriba y por debajo de la unidad estratigráfica "S". Los procesos
pedogenéticos que tuvieron lugar aproximadamente hacia el final del
principal período de depositación de cadáveres en el sitio (ca. 6,000 años
AP), provocaron la lixiviación de carbonatos, lo que condujo a una progresiva
alcalinización de los sedimentos y a la formación de una capa con alto
contenido de carbonato de calcio (U.E. "S"). La formación de esta unidad se
produjo hace por lo menos 5,700 años, con posterioridad al entierro de la
totalidad de los individuos fechados radiocarbónicamente [según las
siguientes dataciones de carbonatos: (LP-93)= 5740 ± 100 años AP; (LP-92)=
5,700 ± 120 años AP; Media Ponderada= 5,719 ± 95 años AP; Politis y
Beukens, 1991; Barrientos, 1993]. Este proceso de progresiva alcalinización
de los sedimentos pudo provocar un reemplazo de protones en la
hidroxiapatita por iones de Ca disueltos en el suelo, restituyendo de esta
forma el mineral original, estabilizando el hueso y favoreciendo la
conservación del conjunto de entierros humanos (ver White y Hannus,
1983). Por el contrario, los restos óseos de guanaco, venado y
megamamíferos pleistocénicos, localizados por arriba de la unidad "S",
presentan un estado de conservación general inferior al de los restos
humanos (Gutiérrez, 1995; Barrientos y Gutiérrez, 1996).
Las raíces, principalmente de gramíneas, pueden haber colaborado
activamente en los procesos de meteorización, fracturación y pérdida de
materia por parte de los huesos durante la mayor parte del tiempo de
formación del conjunto. Tal influencia pudo ejercerse a través del aporte de:
a) ácidos, que modificaron extensa e intensamente la superficie de los
huesos, y b) fuerza mecánica, ejercida al penetrar por fisuras al interior de
los huesos y provocar la profundización de las mismas y la destrucción del
tejido trabecular. Esta situación se observa principalmente a nivel de los
cuerpos vertebrales y de los huesos largos. Por otro lado, las raíces pudieron
colaborar con los procesos diagenéticos de intercambio de elementos, al
exponer sectores de los huesos normalmente inaccesibles desde la superficie
cortical (i.e. capas inferiores del tejido compacto).
La actividad de roedores u otros animales cavadores parece haber sido
intensa en algunos sectores próximos a los entierros, a juzgar por la
distribución de cuevas, galerías y restos óseos, principalmente de tuco-tuco
(Ctenomys sp.) (Gómez, 1996). Sin embargo, su influencia sobre la
alteración de la superficie de los huesos (i.e. marcas) fue mínima. La
principal consecuencia de la actividad de estos animales parece haber sido la
dispersión de huesos y fragmentos de hueso de pequeño tamaño y bajo peso,
tales como los huesos del carpo, del tarso, metacarpianos, metatarsianos,
falanges y dientes. La desarticulación, desplazamiento e incluso la
desaparición de elementos mayores, tales como cráneos, huesos largos y
pelvis, que afectó principalmente a los esqueletos AS8, AS14, y AS28, puede
ser atribuída a la actividad humana. En el caso de AS8, la desarticulación
de parte del esqueleto parece haberse producido como consecuencia de la
excavación del pozo en el cual fue depositado el esqueleto AS7. En el caso de
los otros dos esqueletos, la desaparición de algunos huesos está
correlacionada con la presencia de alteraciones en los sedimentos (i.e.
interrupción local de la UE "S") y de estructuras de piedra a nivel de la parte
superior de la UE "Y" (Figura VI.1.2.). Es probable que excavaciones llevadas
a cabo mucho tiempo después de la depositación de los individuos
localizados en la UE "Z", cuya finalidad no puede establecerse, hayan
interceptado accidentalmente los entierros mencionados ocasionando la
destrucción o remosión de las partes ausentes. Las acumulaciones de
piedras ubicadas exactamente por arriba de los sectores alterados, podrían
cumplir la función de señalizar la localización de entierros humanos,
evitando así su total destrucción.

VI.1.6. Cronología de los entierros humanos del sitio Arroyo Seco 2


Para el sitio Arroyo Seco 2 se dispone en la actualidad de un total de 27
fechados radiocarbónicos (Tabla VI.1.2.), de los cuales quince corresponden
a esqueletos humanos, diez a restos de megamamíferos extinguidos, y dos a
carbonatos pedogenéticos provenientes de la Unidad Estratigráfica "S", que
sella el nivel en donde se encuentra la mayoría de los entierros humanos
recuperados (para una discusión detallada acerca de la formación de esta
unidad, ver Fidalgo et al., 1986).
Los fechados radiocarbónicos de restos humanos corresponden a diez
individuos, y fueron obtenidos a partir de la fracción orgánica del hueso.
Con excepción de tres de ellos, tales fechados fueron obtenidos a través de la
técnica de AMS (Accelerator Mass Spectrometer). Esta técnica resulta
particularmente apropiada para fechar restos humanos, ya que se requieren
muestras de muy pocos gramos de peso (Gowlett, 1987; 1992), lo que
permite preservar la integridad del esqueleto.
La Tabla VI.1.2. nos muestra que el rango de edades radiocarbónicas de
los diez individuos fechados es amplio, situado entre 8,980 ± 100 años AP y
5,250 ± 110 años AP. Sin embargo, tanto las dos fechas más antiguas como
las dos más recientes, necesitan ser discutidas en profundidad. Tales
fechados, procesados en diferentes laboratorios y mediante el empleo de
diferentes técnicas, fueron obtenidos a partir de muestras provenientes de
los individuos AS5 y AS7.
En el caso del individuo AS7, el laboratorio informó la posible
contaminación y escaso contenido de colágeno de la muestra. Un fechado de
un hueso de Megatherium americanum, procesado junto con la muestra del
esqueleto AS7, proporcionó un resultado notoriamente anómalo (SI-5481=
1800 ± 110 años AP), lo que condujo a rechazar ambas dataciones (Politis,
1984a).
En el caso del individuo AS5, existe una marcada inconsistencia entre las
cuatro dataciones disponibles (Tabla VI.1.3.). La fecha más reciente (5,250 ±
110), obtenida en 1984 por el laboratorio Beta Analytic con el uso de técnica
convencional, no puede ser comparada directamente con las obtenidas por
otros laboratorios (LATYR e Isotrace), debido a diferencias en el
pretratamiento de la muestra. En la actualidad, la mayoría de los
laboratorios emplean un procedimiento en dos pasos para el aislamiento del
colágeno. El primer paso consiste en la separación de: a) la
carbonatoapatita, de b) un residuo compuesto por colágeno y ácidos
húmicos mediante un tratamiento con ácidos. El segundo paso consiste en
tratar al residuo compuesto por proteína y ácidos húmicos mediante
hidrólisis ácida, de forma tal que pueda separarse la proteína (en forma de
solución proteica), de los ácidos húmicos insolubles en medio ácido, o bien
tratarlo con un compuesto alcalino como el NaOH. En Beta Analytic se usó
para datar el residuo proveniente del primer paso (carta del Dr. Murry
Tamers al Dr. Tom Dillehay, 26/12/84). Esto implica que se utilizó una
muestra compuesta por proteínas y ácidos húmicos. De este modo,
aumentaron las probabilidades de obtener un fechado que subestima la
antigüedad real, ya que los ácidos húmicos producen un efecto de
"rejuvenecimiento" en la muestra (carta del Dr. Aníbal Figini al Dr. Gustavo
Politis, 25/2/85). Sin embargo, las diferencias en el pretratamiento de las
muestras no explican la totalidad de la variación encontrada.
Las figuras VI.1.8. y VI.1.9. son imágenes de la microestructura de
muestras tomadas de la diáfisis femoral de AS5 y AS7, obtenidas mediante el
uso de microscopio electrónico de barrido (MEB). AS5 presenta, en relación a
AS7, una marcada alteración microestructural producto de diversos
procesos diagenéticos. Esta consiste en el desarrollo de numerosos focos de
destrucción ("destructive foci", sensu Hedges et al., 1995) alrededor de los
canales de Havers, que constituyen los únicos remanentes identificables de
la estructura original. Estas zonas de destrucción microestructural
localizadas contribuyen a aumentar la porosidad del hueso, lo que facilita la
depositación de contaminantes y dificulta su eliminación. Es por esta razón
que puede proponerse, a modo de hipótesis, que tal alteración diagenética
posiblemente esté relacionada con las variaciones en las edades
radiocarbónicas obtenidas. Desafortunadamente, en la actualidad existe
una escasa comprensión acerca del modo en que dos parámetros
diagenéticos tales como el grado de preservación histológica y el contenido
de proteína se relacionan entre sí. Del mismo modo, existe escasa
comprensión acerca de la medida en la cual la alteración microestructural -
que afecta principalmente a la fracción mineral del hueso - influye sobre la
probabilidad de contaminación de la fracción orgánica. Un estudio realizado
por Hedges et al. (1995), indica que el ataque microbiológico (i.e. fúngico o
bacteriano; Ecker, 1989; Withe y Hannus, 1983) al componente orgánico del
hueso, no sería el principal determinante de la supervivencia del colágeno. El
proceso de pérdida de proteína parece ser más o menos independiente del
proceso de destrucción de la estructura histológica. Sin embargo, tales
resultados son aún preliminares y plantean interrogantes acerca de su
relevancia para contextos diferentes a los analizados por estos investigadores
(Hedges et al., 1995: 208). El mismo tipo de incertidumbre se plantea
respecto a la naturaleza del material que reemplaza a la estructura original
del hueso durante la alteración histológica, a su potencialidad contaminante,
y a su influencia sobre la exactitud de los fechados radiocarbónicos
obtenidos a partir del colágeno del hueso (Grupe y Dreses-Werringloer, 1993;
Grupe et al., 1989). Consideramos que en el caso de AS5, la obtención de
nuevos fechados realizados a un nivel molecular (i.e. aminoácidos del
colágeno), una técnica que permite un mayor nivel de purificación de las
muestras (Stafford et al., 1990; 1991; cf. Grupe, 1995; Grupe y Dreses-
Werringloer, 1993; Grupe et al., 1989), podría contribuir a la discusión de la
variabilidad en la determinación de la edad radiocarbónica de este individuo.
Los problemas arriba mencionados, algunos de ellos aún sin solución,
conducen a dejar de lado por el momento a los fechados del individuo AS5
en la discusión de la cronología de los entierros humanos de Arroyo Seco 2.
De este modo, el rango cronológico en el cual se distribuyen los demás
fechados de entierros humanos se reduce a aproximadamente 1,300 años
(ca. 7,800 a 6,300 años AP). Esto es coherente con la evidencia geológica
disponible, ya que para los carbonatos que integran la Unidad Estratigráfica
"S", que sella el nivel en donde se encuentran los entierros humanos, se
dispone de dos fechados que representan las edades mínimas esperables
para los esqueletos que se encuentran por debajo de ella (5,740 ± 100 años
AP y 5,700 ± 120 años AP; Media Ponderada= 5,720 ± 95 años AP; Politis y
Beukens, 1991).
Con el fin de efectuar comparaciones entre las distintas determinaciones
radiocarbónicas que integran la serie, se procedió a aplicar el procedimiento
estadístico propuesto por G. Ward y S. Wilson (1978). Este consiste en
determinar si las diferencias que se observan en la serie de fechados
provenientes de un mismo objeto o de objetos diferentes, son atribuíbles a la
incertidumbre estadística y a los errores inherentes al método de datación
radiocarbónico o si, por el contrario, son el reflejo de edades reales
diferentes. En los casos en que las diferencias observadas no son
estadísticamente significativas (test de χ2, p> 0,05) es posible promediar los
fechados a través del cálculo de la media ponderada (MP) de los mismos
(Figini et al., 1983). El valor resultante puede ser considerado como la mejor
estimación de la edad real de el o los objetos fechados.
Como resultado de la aplicación de este procedimiento, se observa que las
fechas se distribuyen en cuatro grupos (Tabla VI.1.4.): Grupo 1, MP= 7,625 ±
40 años AP; Grupo 2, MP= 6,940 ± 30 años AP; Grupo 3, MP= 6,530 ± 45
años AP; y Grupo 4, integrado por el fechado de AS3, 6,300 ± 70 años AP.
Cada uno de estos grupos podría estar representando períodos, de duración
variable, durante los cuales el sitio funcionó como un área para la
disposición de cadáveres.
Asumiendo como un hecho altamente probable que otros individuos para
los cuales no se dispone de fechados radiocarbónicos hayan sido inhumados
en alguno de los cuatro períodos identificados, se decidió analizar la
evidencia contextual disponible con el fin de establecer vinculaciones de
carácter hipotético entre la serie de esqueletos datados y algunos esqueletos
del conjunto no datado. Las variables consideradas fueron: a) tipo de
entierro (individual o múltiple); b) profundidad relativa de cada entierro; c)
presencia/ausencia de ajuar funerario; d) tipo de ajuar funerario; e)
presencia/ausencia de puntas de proyectil; f) presencia/ausencia de
estructuras de piedra asociadas a los entierros.
En relación al tipo de entierro, en el sitio se ha determinado la presencia
de cinco entierros múltiples (Nos. 1, 2, 10, 25 y 27). En cuatro casos se
dispone de fechados radiocarbónicos para al menos uno de los individuos
que integran el entierro. Esto permite, con un alto grado de probabilidad,
hacer extensiva la datación a la totalidad de los individuos de cada entierro
múltiple. De este modo, los dos individuos del Entierro 25 (AS32 y AS34)
pueden ser asignados al primer período de inhumación (7,625 ± 40 años AP);
los tres individuos del Entierro 10 (AS15, AS16 y AS17) al segundo período
(6,940 ± 40 años AP); y los tres individuos del Entierro 1 (AS1, AS2 y AS3) al
cuarto período (6,300 ± 70 años AP).
En relación al tipo de ajuar funerario, observamos que las cuentas
encontradas en distintos entierros están confeccionadas en dos clases de
materias primas: a) colmillos de cánidos (género y especie indeterminados); y
b) valvas de moluscos (Tablas VI.1.5. y VI.1.6.). A su vez, existen dos formas
básicas de cuentas de valvas: 1) circulares, y 2) rectangulares. La evidencia
disponible indica la contemporaneidad del uso de las cuentas circulares de
valvas y los colmillos de cánido (Figura VI.1.10). Ambos tipos co-ocurren en
dos individuos de entierros diferentes (AS9 y AS40). Su presencia se ha
detectado también en un mismo entierro múltiple (Entierro 1), pero en este
caso cada tipo de cuenta se halla asociado a individuos distintos (AS1,
colmillos de cánido, y AS2, cuentas circulares de valvas). Debido a la
demostrada contemporaneidad en el uso de ambos tipos de cuentas cuentas,
y a que dos de los individuos asociados a ellos han sido datados
radiocarbónicamente entre 6,495 ± 65 años AP (AS18) y 6,300 ± 70 años AP
(AS1), resulta posible considerar a los demás individuos asociados tanto a
cuentas de colmillos de cánidos como a cuentas circulares de valvas (AS2;
AS9, AS10, AS33 y AS40), como pertenecientes a un mismo período de
inhumación. Esto nos permite incluir a los grupos 3 y 4 de fechados
radiocarbónicos en el tercer período de inhumación, situado
cronológicamente entre los 6,495 ± 65 años AP y los 6,300 ± 70 años AP.
La presencia de estructuras de piedra asociadas en forma primaria a los
entierros constituye un rasgo de distribución muy restringida en el sitio
Arroyo Seco 2. De los tres esqueletos asociados a algún tipo de estructura
funeraria (AS20, AS26 y AS31), dos han sido datados radiocarbónicamente
(AS26 y AS31; Mp= 7,625 ± 40 años AP), haciendo posible la proyección de
esta fecha al otro individuo. De esta manera, los esqueletos AS20, AS26 y
AS31 pueden ser considerados contemporáneos e incluídos en el primer
período de inhumación.
La presencia de puntas de proyectil asociadas a distintos individuos
constituye también un rasgo relativamente poco frecuente (4/40; 10%), por
lo que constituye un indicador útil para establecer vinculaciones
cronológicas (Tabla VI.1.7.). Hasta el presente, se han obtenido fechados
radiocarbónicos de dos individuos asociados a puntas de proyectil (AS24 y
AS31). Estos fechados resultan indistinguibles desde un punto de vista
estadístico (Mp= 7,625 ± 40 años AP). La presencia de puntas asociadas a los
individuos AS36 y AS39, integrantes de un mismo entierro múltiple (Figura
VI.1.2), ermite considerarlos también como pertenecientes al primer período
de inhumación, conjuntamente con AS24 y AS31.
El análisis de la profundidad de cada entierro respecto al nivel 0 del sitio
puede proveer información útil para la diacronización de la serie
esqueletaria. La Figura VI.1.11 muestra que las profundidades medias de los
conjuntos de individuos asignados al primero, segundo y tercer período
inhumatorio (en negro, marrón y rojo respectivamente), se distribuyen en
una secuencia ordenada desde abajo hacia arriba (primer período: 155 cm;
segundo período: 135 cm; tercer período: 118 cm). Los individuos
representados en color verde, cuyo rango de profundidad se ubica por
encima de la media de los entierros asignados al tercer y cuarto período,
pueden ser ubicados provisionalmente en el tercer período. Para los
individuos representados en amarillo, cuyo rango de profundidad comprende
el sector abarcado por los entierros asignados a los cuatro diferentes
períodos (área delimitada por las líneas de puntos), no es posible formular
una hipótesis cronológica por este medio.
Finalmente, a partir de la comparación con otros sitios del área (La Toma,
Laguna Tres Reyes 1, Túmulo de Malacara), puede establecerse una
asociación entre los siguientes rasgos: a) entierros secundarios conformados
básicamente por cráneos y huesos largos; b) deformación craneana de tipo
tabular oblicua; y c) ajuar funerario compuesto por cuentas de valvas
rectangulares espesas. esta asociación de rasgos se ubicaría
cronológicamente hacia el 2,000 AP, en base a fechados de los sitios La
Toma y Laguna Tres reyes 1 (Barrientos y Madrid, 1997). En Arroyo Seco 2,
los individuos AS11, AS12, AS13 y AS38 poseen uno o más de esos rasgos
combinados, lo que permitiría considerarlos como pertenecientes a un
cuarto período inhumatorio situado hacia comienzos del Holoceno tardío.
Los cuatro períodos de inhumación identificados dan cuenta del 87.5%
(N=35) del total de los individuos registrados (N=40) (Tabla VI.1.8.). Cabe
destacar que los agrupamientos realizados son de carácter tentativo y
sujetos a verificación, a través de la obtención de nuevos fechados
radiocarbónicos. Sin embargo, resultan útiles al permitir el aislamiento de
subconjuntos muestrales compuestos por individuos probablemente
pertenecientes a una misma población, o a poblaciones estrechamente
vinculadas entre sí.

VI.2. Laguna Los Chilenos


VI.2.1. Introducción
La laguna Los Chilenos, que recibe también el nombre de Las
Encadenadas, es un cuerpo de agua permanente que en la actualidad posee
una superficie de aproximadamente 2000 has (Figura VI.2.1.). Se halla
ubicada en el límite de los partidos de Saavedra y Tornquist, a 38° 3' de
Latitud Sur, y 62° 30' de Longitud Oeste (Cartas topográficas "Felipe Solá",
I.G.M. 3963-4, 1966, E: 1:100.000 y "Tornquist", I.G.M. 3963-5, 1977, E:
1:100.000).
Esta laguna, situada a 230 msnm, integra la porción sudoccidental de la
parte superior de la cuenca del Arroyo Chasicó. Recibe el aporte del drenaje
de la ladera sur del cordón serrano de Curamalal a través de una red de
arroyos integrada por dos colectores principales (Concheleufú Grande y
Concheleufú Chico) y dos arroyos tributarios (Alfalfa y Agua Blanca)
(Bonorino et al., 1989). Se localiza a corta distancia (menos de 10 Km) de dos
pequeñas sierras pertenecientes al Sistema de Ventania, pero aisladas de los
cordones principales, denominadas Cortapié y Los Chilenos, y de un
afloramiento de granitos de edad precámbrica denominado Cerro Colorado
(Harrington, 1972).

VI.2.2. Antecedentes
Hasta el presente, no existen antecedentes éditos de investigaciones
arqueológicas realizadas en esta localidad. Austral (1968: 10), menciona los
sitios Meunier y Pagliaccio, que sitúa en la Laguna de los Chilenos. Sin
embargo, esta cita hace referencia a sitios ubicados en la laguna Las
Encadenadas (Carta Topográfica "Colonia La Himalaya", I.G.M. 3763-34-4,
1953, E: 1:50.000), localizada en el actual partido de Saavedra,
aproximadamente a quince kilómetros al NNO de la verdadera Laguna Los
Chilenos.
J. Zetti (Madrazo, 1973), R. Gilardoni y J. San Cristóbal (Oliva, 1994
com. pers.), recolectaron gran cantidad de material lítico en posición
superficial en distintos sectores de la laguna.
Las investigaciones arqueológicas sistemáticas en esta localidad se
iniciaron en febrero de 1993, con la excavación del sitio Laguna Los Chilenos
1 (Barrientos et al., 1995). Estas investigaciones se realizan en colaboración
con el Lic. Fernando Oliva (UNLP, CONICET).

VI.2.3. Prospecciones
Las investigaciones sistemáticas en la Laguna Los Chilenos comenzaron
en febrero de 1993, a raíz de un hallazgo realizado por grupo de aficionados
locales, en el campo perteneciente a la firma Mazzieri Hnos. El mismo
consistía en un conjunto de huesos humanos, algunos de ellos dispersos
sobre la superficie de la playa y en el interior de la laguna, y otros aflorando
en el perfil expuesto de la barranca. Este sitio fue denominado LCH1.
A partir de entonces, se han realizado prospecciones en diferentes épocas
del año en un sector de aproximadamente siete kilómetros de largo, situado
entre los puntos A y B de la Figura VI.2.1. Estas prospecciones se llevaron a
cabo bajo diferentes condiciones de visibilidad arqueológica. Las dos
primeras, realizadas en mayo y noviembre de 1993, se realizaron bajo
condiciones de baja visibilidad, debido al elevado nivel del agua de la laguna.
La última prospección, llevada a cabo en marzo de 1994, se realizó bajo
condiciones de alta visibilidad, en un momento en que el descenso del nivel
del agua expuso un sector de playa relativamente extenso, con un ancho
promedio de aproximadamente 9 mts.
Como resultado de estos trabajos, se localizó otro sitio arqueológico, de
mayores dimensiones que el ya registrado, denominado LCH2, y dos
hallazgos aislados (sensu, Schlanger, 1992) (Barrientos et al., 1995). (Figura
VI.2.1.).
VI.2.4. Sitio LCH1
Hasta el presente, se ha excavado un área de 21 m2. Desde el punto de
vista geológico, se reconocieron diez unidades estratigráficas:
A) Capa de arena fina no consolidada ("médano vivo"), de 0,90 m de espesor.
B) Capa de arcillas muy estratificadas de 0,03 m.
C) Capa de arena fina consolidada, de color marrón claro, de 0,20 m de
espesor.
D) Capa de arena fina no consolidada, muy semejante a la capa A, de
aproximadamente 0,10 m de espesor.
E) Capa de arena fina con alto contenido de materia orgánica, posible
horizonte A de un suelo enterrado. Su límite inferior es difuso, siendo su
espesor aproximado de 0,20 m a 0,50 m.
F) Capa de arena fina medianamente consolidada, de color marrón claro,
interrumpida en numerosos sectores por la presencia de cuevas de
roedores y hormigueros, que afectan también parte de la capa siguiente.
Su potencia aproximada es de 0,20 m a 0,40 m.
G) Capa de arena fina con arcillas subordinadas, de color castaño oscuro, de
aproximadamente 0,40 m de espesor.
H) Capa de sedimento con alto contenido de arcillas, de color castaño claro.
Elevada presencia de nódulos de carbonato de calcio.
I) Capa de carbonato de calcio muy consolidado ("tosca"). Forma la base de
la secuencia estratigráfica.
N) Capa de sedimento areno-arcilloso de color castaño oscuro, discontinua y
lenticular, con numerosos nódulos de carbonato de calcio en su base.
Posiblemente se trate de sedimentos redepositados como consecuencia
de fluctuaciones en el nivel de la laguna (Figura VI.2.2.).
La descripción de estas unidades, aunque con pequeñas variaciones,
resulta extensible a la mayor parte de la costa sur prospectada. Las mismas,
a excepción de las unidades "I" y "N", corresponderían a lo que De Francesco
(1992) definió como Fm. La Milagrosa.
La totalidad del material arqueológico se localizó en las unidades F, G y
N. Los hallazgos recuperados en las dos primeras unidades consistieron en
cuatro tiestos de cerámica pintada, de color rojo, de un diámetro promedio
inferior a 2 cm y con los bordes rodados; nueve cuentas circulares de valva,
de aproximadamente 4 a 5 mm de diámetro; un fragmento de valva de
molusco marino (Adelomelon sp.); y diez lascas de cuarcita y calcedonia.
Entre los 1,55 mts y los 1,95 mts de profundidad, en la denominada UE "N",
constituída por sedimentos posiblemente redepositados, se recuperaron
treinta huesos humanos - en su mayoría falanges, metacarpianos y
metatarsianos -, cuatro dientes humanos, tres desechos de talla, un tiesto
de cerámica y una punta de proyectil triangular mediano-pequeña de
calcedonia.
En las unidades G y H se localizaron dos entierros y numerosos restos
óseos humanos dispersos (Figura VI.2.3.).
Los taxa de mamíferos recuperados incluyen Ovis aries (un metapodio en
la unidad "E"), Ctenomys sp, Myocastor coipus y Dasipodidae indet.
(unidades "F", "G", "H" y "N"). No se registró la presencia de huesos de
guanaco y venado de las pampas. Esta situación contrasta claramente con la
que se verifica en el sitio LCH2, donde la primera de las especies
mencionadas se halla representada con una alta frecuencia (Barrientos et
al., 1995).

VI.2.5. Los entierros humanos del sitio LCH1


El sitio LCH1 se caracteriza por la presencia de entierros primarios y
secundarios perturbados por la acción de distintos agentes
postdepositacionales. Esto ha provocado, en el caso de los entierros
primarios, la desarticulación total o parcial de los individuos y la formación
de asociaciones superficiales secundarias entre los distintos elementos
óseos. Debido a que los estudios llevados a cabo en el marco de la presente
investigación tienen al individuo como unidad primaria de análisis, se puso
especial énfasis en la identificación a nivel individual de los restos óseos
humanos recuperados. El trabajo de identificación y re-ensamblaje de los
individuos representados en los entierros recuperados in situ y en el
conjunto de restos óseos registrado en superficie sobre la playa y en el
interior de la laguna, se efectuó en varias etapas, que se detallan a
continuación.

1) Entierros recuperados en las cuadrículas Nº 2 y Nº 3.


La descripción de los entierros humanos identificados en el terreno es la
siguiente:
- Entierro 1 (Figura VI.2.4.): Conjunto de aproximadamente 2000
elementos óseos desarticulados Cuadrículas: Nº 2 y Nº 3.
Profundidad: Entre los 1,80 m y los 2,05 m Ubicación Estratigráfica:
Unidad "G".
Dimensiones del Entierro:
a) Largo Máximo: 1,08 m Dirección: NE-SE
b) Ancho Máximo: 0,63 m Dirección: NO-SO
c) Espesor: 0,41 m.
Asociación: Dos toscas situadas en el borde NO del entierro.
Estado de Conservación: Bueno.
Datación radiocarbónica: (LP-501) 470 ± 40 años A.P. Muestra procesada:
fragmentos de costillas pertenecientes a un mismo individuo.
Observaciones: Los huesos pertenecientes a por lo menos tres individuos
(dos adultos y un infantil) se encontraban pintados de rojo, probablemente
con hematita. Numerosos huesos correspondientes a distintos individuos
se hallaban pintados de amarillo, probablemente con limonita..

- Entierro 2 (Figura VI.2.5.):


Entierro Primario e individual.
Cuadrícula: Nº 2.
Profundidad: Entre 2,00 m y 2,20 m.
Ubicación Estratigráfica: Unidad "H", en contacto con Unidad "I".
Depositación: Lateral izquierda.
Posición:
a) Cabeza: Apoyando parietal izquierdo.
b) Miembro Superior:
-Derecho: Dirigido hacia la cabeza.
-Izquierdo: Dirigido hacia la cabeza.
c) Miembro Inferior:
-Muslo Derecho: Flexionado?
-Muslo Izquierdo: Flexionado?
-Pierna Derecha: Flexionada?
-Pierna Izquierda: Flexionada?
Dimensiones del Entierro:
a) Largo Máximo: 0,57 m Dirección: N-S
b) Ancho Máximo: 0,42 m Dirección: E-O
c) Espesor: 0,20 m.
Asociación: Ninguna
Estado de Conservación: Muy bueno.
Sexo Probable: Femenino.
Edad Probable: 41,1 ± 10,0 años.
Observaciones: Sólo se recuperaron in situ el cráneo, los huesos del tronco
y de las extremidades superiores. Los huesos faltantes, que en el momento
de la localización del sitio afloraban en la barranca, habían sido extraídos
por los aficionados. A pesar de faltar la cintura pélvica y los miembros
inferiores, por los datos proporcionados por los mismos, pudo inferirse
que éstos se hallaban flexionados.

El estudio del entierro Nº 1, de tipo secundario, fue realizado siguiendo las


siguientes etapas analíticas: a) determinación del tamaño mínimo de la
muestra; b) Determinación de la composición de la muestra; c) Identificación
y re-ensamblaje de los individuos representados; d) Determinación de la
estructura etárea y sexual de la muestra; e) Determinación de los procesos
de formación del entierro.

a) Determinación del tamaño mínimo de la muestra. Para el logro de este


objetivo, se utilizaron las denominadas "medidas de abundancia taxonómica"
(Mengoni, 1988), desarrolladas por la zoología cuantitativa: NISP y NMI. El
NISP puede ser definido como el número de especímenes óseos, ya sea
enteros o fragmentados, pertenecientes a un mismo taxón (Payne, 1975). El
NMI, por su parte, es el número mínimo de individuos, cálculo introducido
en la literatura arqueológica por White (1953). Se han propuesto diferentes
formas de cálculo del MNI sobre la base del grado de dependencia
establecido entre el material (Mengoni Goñalons, 1988). Para la
determinación del MNI correspondiente al Entierro 1, se emplearon los
criterios de lateralidad (White, 1953), edad (Bökönyi, 1970) y tamaño
(Chaplin, 1971). En el Entierro 1 de Laguna Los Chilenos 1 estarían
representados un mínimo de 14 individuos (NISP = 2.033), determinados
mediante el análisis de huesos largos, elementos de las cinturas pélvica y
escapular, cráneos y maxilares.

b) Determinación de la composición de la muestra. Debido a que, en la


mayoría de los casos, no todos los individuos que forman parte de un
entierro secundario se hallan uniformemente representados en términos de
partes esqueletarias presentes, resulta necesario medir la abundancia
relativa de partes. Para ello se realizó el cálculo de los valores de MNE
(número mínimo de elementos) y MAU (unidades anatómicas mínimas),
desarrollados por L. Binford (1984). El MNE indica las veces que cada
unidad anatómica está representada en la muestra, independientemente del
lado del esqueleto de donde provengan. El MAU se calcula para cada unidad
anatómica dividiendo el MNE de cada una de ellas por las veces que esa
parte anatómica está presente en un esqueleto completo (i.e. dos para los
huesos pares). Finalmente, como el interés es medir la abundancia relativa
entre las diferentes unidades anatómicas y no sus frecuencias absolutas, se
estandarizan los valores, expresados como porcentajes de la unidad con el
valor de MAU más alto (100%). La Figura VI.2.6. muestra gráficamente la
distribución de los valores de MAU% correspondiente al Entierro 1. Puede
observarse que en este entierro se hallan representadas casi la totalidad de
los elementos esqueletarios, aunque en distinta frecuencia. Las unidades
anatómicas con mayor representación son el cráneo, las diáfisis de húmero,
radio, fémur, tibia y peroné, las clavículas, el íleon y el isquion. Entre las
menos representadas se hallan los carpianos, las falanges, tanto de la mano
como del pie, las epífisis distales del húmero, radio y peroné. Los únicos
elementos ausentes lo constituyen las epífisis distales del cúbito, y las
proximales del peroné.

c) Identificación y re-ensamblaje de los individuos representados en cada


entierro. La metodología más apropiada para la resolución de este problema
ha sido desarrollada en el contexto de la investigación zooarqueológica, y
consiste en la realización del denominado "ensamblaje anatómico" (Todd y
Frison, 1992). Dos tipos básicos de ensamblaje anatómico son posibles: a)
ensamblaje bilateral, consistente en la comparación visual y/o métrica de
elementos pareados provenientes del lado izquierdo y derecho del individuo
(i.e. ambas tibias); y b) ensamblaje intermembral, basado en la comparación
visual y/o métrica de elementos esqueletarios adyacentes (i.e. húmero y
radio) y no adyacentes (i.e. húmero y fémur). El procedimiento básico para
la realización del ensamblaje bilateral consiste en: 1) registro de los atributos
no-métricos y mediciones; 2) separación de los elementos por categorias de
sexo y edad; 3) comparación de las medidas de los posibles pares y selección
de aquellos cuyas medidas caen dentro de los rangos documentados de
variación individual y error de medición; 4) evaluación visual de los pares
potenciales. En el caso del ensamblaje intermembral de elementos
adyacentes, el procedimiento consiste en: 1) registro de las medidas
longitudinales y transversales de cada elemento (i.e. longitud diafisaria,
ancho de las epífisis); 2) comparación de las mediciones; 3) evaluación visual
de las potenciales asociaciones. Por el contrario, la técnica para el
ensamblaje intermembral de elementos no adyacentes no se halla bien
desarrollada. Aunque con frecuencia es posible determinar con suficiente
certeza la no pertenencia de un elemento a un determinado individuo, en
muchos casos varios elementos caen dentro de los rangos esperados de
variación individual y error de medición no pudiendo, por tanto, ser
diferenciados de un modo no ambiguo. Para el cumplimiento de este
objetivo, se procedió a registrar distintos atributos no métricos (i.e.
coloración y textura de la superficie cortical) y métricos, para lo cual se
diseñó un set de mediciones transversales y longitudinales para cada
elemento, compuesto por longitud diafisaria, ancho de las epífisis, ancho
máximo de la diáfisis. Posteriormente, se discriminó a los elementos por
categorías de sexo y edad, principalmente teniendo en cuenta la longitud
diafisaria (Hoppa y Gruspier, 1996; Merchant y Ubelaker, 1977) y el estado
de fusión de las epífisis (Brothwell, 1987). El siguiente paso consistió en la
comparación de las medidas de los posibles pares y la selección de aquellos
cuyas medidas caían dentro de los rangos documentados de variación
individual y error de medición. Finalmente se procedió a la evaluación visual
de los pares potenciales, teniendo en cuenta los atributos no-métricos
previamente registrados. En el caso del ensamblaje intermembral de
elementos adyacentes y no adyacentes, el procedimiento consistió en el
registro de las medidas longitudinales y transversales de cada elemento, la
comparación de las mediciones, y la posterior evaluación visual de las
potenciales asociaciones. Al mismo tiempo, se realizó una seriación de los
cráneos y maxilares en base al cálculo de la edad según el grado de
desarrollo dentario (Ubelaker, 1982). Posteriormente se establecieron
asociaciones hipotéticas entre cráneos y maxilares, y los diversos elementos
del esqueleto post- craneal identificados como pertenecientes a un individuo.
Para chequear la confiabilidad de las asociaciones establecidas, se procedió
a confrontar el rango de edades inferidos a partir del estado de desarrollo
dentario, con las edades inferidas a partir de la longitud diafisaria de tres de
los huesos largos más representados en la muestra (fémur, tibia y húmero).
Tales edades fueron derivadas mediante el uso de las curvas de crecimiento
desarrolladas por Merchant y Ubelaker (1977) para poblaciones Arikara
protohistóricas. Estas constituyen las únicas curvas construídas con datos
de poblaciones amerindias actualmente disponibles para ser utilizadas como
estándares de crecimiento. Los resultados obtenidos (Figura VI.2.7. a
VI.2.10.), muestran que las asociaciones establecidas entre cráneos y
maxilares y huesos largos, poseen un alto grado de probabilidad en todos los
individuos analizados, con excepción del individuo denominado D. En este
caso, se observa una marcada discrepancia entre los rangos de edad
inferidos a partir de la longitud diafisaria de los huesos largos y el inferido
mediante la evaluación del grado de desarrollo dentario. Este caso fue
considerado como una asociación probablemente incorrecta entre cráneo y
esqueleto post- craneal. Debido a que no se pudo localizar ningún elemento
del esqueleto post-craneal que por sus dimensiones y/o estado de fusión
epifisario cayera dentro del rango de edad inferido para el cráneo, se
concluyó que el individuo D sólo estaría representado por ese elemento, lo
cual hizo aumentar en uno el NMI previamente calculado (13), quedando
establecido en 14.

d) Determinación de la estructura etárea y sexual de la muestra. Para el


cumplimiento de este objetivo, se recurrió al empleo de las técnicas para la
determinación de sexo y edad mencionadas en el apartado VI.1.4. En el caso
de huesos no identificables a nivel de individuo, las determinaciones de sexo
y edad fueron realizadas en forma independiente para cada unidad
anatómica, siguiendo los criterios de Brothwell (1987), Merchant y Ubelaker
(1977) y Ubelaker (1982). Los resultados obtenidos se hallan representados
en la Tabla VI.2.1.

e) Determinación de los procesos predepositacionales de formación del


entierro.
Un aspecto fundamental del estudio de entierros secundarios es determinar
el conjunto de procesos pre y post-depositacionales que contribuyeron a la
conformación de las muestras recuperadas y analizadas. El análisis de tales
procesos puede proporcionar importante información referente a aspectos
del procedimiento funerario, tales como la manera y secuencia de
depositación de las unidades anatómicas que forman parte de cada entierro,
como así también de la posterior historia tafonómica del conjunto. La
comparabilidad de las muestras depende en gran medida del conocimiento
de estos aspectos. Además de las variables tenidas en cuenta para el estudio
de la historia tafonómica de los conjuntos de restos óseos humanos del área
(Barrientos y Gutiérrez, 1996), en el caso específico del Entierro 1 se puso
especial énfasis en el análisis de las siguientes variables:
1) articulación de partes esqueletarias: al excavar entierros secundarios, es
importante observar y registrar cualquier evidencia de articulación,
debido a que la disposición de los huesos en correcta posición anatómica
indica que tejido muscular, ligamentos, tendones u otros tejidos blandos
estaban presentes al momento del entierro (Ubelaker, 1982). La
articulación puede ser de dos tipos: 1) completa, cuando todos los
huesos del esqueleto están en correcta posición anatómica (i.e. en el caso
de entierros primarios); o 2) parcial, cuando sólo algunos huesos están
en correcta posición. Los restos parcialmente articulados no sólo indican
el probable lapso entre la muerte y el entierro, sino que pueden proveer
una base para estimar su duración (Bass, 1962; Ubelaker, 1982). En el
sitio Laguna Los Chilenos 1 se han identificado dos casos de
articulación:
- miembro inferior (fémur-tibia) de un individuo infantil (Figura
VI.2.11.).
- vértebras lumbares y costillas de un individuo adulto (45-50) de sexo
masculino (Figura VI.2.11.).
2) presencia y frecuencia de epífisis no fusionadas: al igual que la presencia
de partes anatómicas articuladas, una alta frecuencia de representación
de epífisis no fusionadas posibles de ser asociadas a las diáfisis
presentes en el conjunto, provee las bases para inferir la presencia de
tejidos blandos al momento del entierro final. En el Entierro 1 de LCH1
se ha recuperadado un gran número de epífisis no fusionadas, posibles
de ser asociadas a diáfisis presentes en el entierro. Esto podría indicar
que gran parte de los individuos subadultos identificados habrían
ingresado al sitio con partes de los tejidos blandos adheridos, en especial
ligamentos y tendones. No disponiéndose de datos observacionales o
experimentales referidos a la tasa de descomposición de estos tejidos
bajo las condiciones ambientales del área, y no conociéndose las
prácticas culturales involucradas en el tratamiento de los cadáveres (i.e.
exposición del cuerpo a los agentes aéreos o subaéreos, entierro
primario, etc), no puede realizarse por el momento una estimación del
tiempo probable transcurrido entre la muerte de los individuos y su
disposición final en este entierro.
3) presencia, frecuencia y distribución de marcas de corte:
la presencia, frecuencia y distribución de marcas de corte producidas
mediante el uso de filos cortantes (i.e. de artefactos líticos), proporcionan
evidencia para inferir el procedimiento de descarne y o desarticulación de
los huesos, característico de los entierros de tipo secundario. Shipman
(1981), Bunn (1981) y Shipman y Rose (1983) examinaron
microscópicamente la morfología de las huellas de corte, concluyendo
que en sección transversal las mismas tienen forma en "v", presentan en
la pared estrías múltiples, paralelas y finas. Este exámen debe
complementarse con la ubicación topográfica de las huellas en el hueso.
Binford (1981) sostiene que las marcas de corte resultan básicamente de
tres activividades: cuereo, desarticulación y fileteado o descarne, las
cuales son posibles de distinguir en base a su ubicación, ditribución y
orientación. Según este autor, las marcas de desarticulación y cuereo
tienden a concentrarse en las superficies articulares o en zonas próximas
a ellas y, en general, son relativamente profundas, cortas, subparalelas y
transversales al eje longitudinal de la diáfisis de los huesos largos. Las
marcas de fileteado o descarne se ubican en los extremos y partes
medias de las diáfisis, son poco profundas o se orientan generalmente en
forma oblicua o paralelas al eje del hueso. Para la identificación de las
marcas de corte es necesario tener en cuenta varios criterios
diagnósticos, como por ejemplo, el contexto del cual proviene el elemento
óseo, las características morfológicas macro y microscópicas y la posición
y frecuencia de las mismas en la topografía del hueso. La Figura VI.2.12.
muestra que las marcas de corte se hallan preferencialmente
distribuídas en la parte media de las diáfisis de los huesos largos y en los
extremos distales y proximales de los mismos. La posición y el tipo de
marca, principalmente marcas poco profundas, oblicuas o paralelas al
eje de la diáfisis, sugieren que una de las principales actividades
representadas sería el descarne, o eliminación de la masa muscular
adherida al hueso (Binford, 1981). Sin embargo, la distribución
observada se halla muy influenciada por un caso particular,
representado por el individuo A. En efecto, este es el individuo que
presenta el mayor porcentaje de marcas para la mayoría de las unidades
anatómicas (Figura VI.2.13.). Este hecho, sumado a evidentes
diferencias en cuanto a coloración y textura de la superficie cortical de la
mayoría de los huesos a él asignados, sugiere que éste individuo tuvo un
tratamiento diferencial respecto a los demás individuos presentes en el
entierro. La elevada frecuencia de marcas atribuíbles a la acción de
descarne indicaría que, al momento de ser procesado para su
inhumación, el individuo A presentaba aun la totalidad o gran parte de la
masa muscular. Esto podría implicar un lapso relativamente corto entre
la muerte de este individuo y el procesamiento y entierro de sus restos,
siendo probable que fuera el último individuo en morir antes de la
inhumación colectiva de los restos esqueletarios que conforman el
Entierro 1.

2) Elementos desarticulados depositados superficialmente sobre la playa y en


el interior de la laguna.
Las etapas analíticas aplicadas al estudio de los restos óseos recuperados
en superficie fueron: a) determinación del tamaño mínimo de la muestra; b)
identificación y re-ensamblaje de los individuos representados; c)
determinación de la estructura etárea y sexual de la muestra.
Los resultados obtenidos indican que la muestra proveniente de
superficie presenta un NISP de 173 y un MNI de 7. De los siete individuos
identificados, cinco son adultos (tres masculinos y dos femeninos) y dos
subadultos. Dos hemipelvis, dos fémures, dos tibias y un peroné pudieron
ser identificados como correspondientes al Entierro 2. Mediante la
aplicación de las técnicas de ensamblaje intermembral y bilateral descriptas,
pudieron reensamblarse tres individuos adultos masculinos, denominados
LCH1-X (30-50 años); LCH1-Y y LCH1-Z (30-50 años).

VI.2.6. Procesos postdepositacionales de formación del registro


bioarqueológico
El conjunto de restos óseos humanos recuperado en las unidades
estratigráficas "G" y "H" del sitio Laguna Los Chilenos 1 se caracteriza por :
a) un muy bajo grado de carbonatación de la superficie y de los canales
medulares; b) la baja frecuencia de manchas de óxido de manganeso; c) un
bajo grado de fracturación y fragmentación postdepositacional, sobre todo en
el caso de los entierros primarios; d) un grado moderado de desarticulación y
dispersión de los elementos óseos, algunos de ellos gran tamaño y peso (i.e.
fémur, cúbito, mandíbula; e) un bajo grado de modificación de la superficie
de cada hueso. El conjunto óseo recuperado en superficie sobre la playa y en
el interior de la laguna se caracteriza por : a) un alto grado de fracturación y
fragmentación postdepositacional; b) un grado 1 de meteorización en la
escala de Behrensmeyer (1978); e) adherencia de algas sobre la superficie de
algunos huesos.
Los estudios llevados a cabo hasta el presente en el sitio LCH1 estuvieron
centrados, en una primera etapa, en la identificación de los potenciales
agentes postdepositacionales influyentes sobre la estructura del registro.
Entre los mismos pueden destacarse la erosión hídrica, la acción de raíces,
el pisoteo por ganado vacuno y la acción de roedores, de pequeño y mediano
tamaño. A continuación, se procederá a describir las observaciones referidas
a cada uno de estos agentes, realizadas durante los trabajos de campo y
laboratorio efectuados entre 1993 y 1994.
a) Erosión hídrica:
La erosión hídrica es un proceso de tipo anatáxico o de
reciclaje (en el sentido de Hesse y Wapnish, 1985), por el cual materiales
previamente enterrados quedan expuestos nuevamente a los agentes de
atrición (i.e. meteorización, pisoteo, transporte, redepositación, etc). Puede
ser responsable de la creación de asociaciones secundarias entre artefactos y
ecofactos, en especial en sitios multicomponentes. En el caso de los huesos,
puede acelerar su proceso de destrucción al exponerlos nuevamente a la
acción de los agentes subaéreos. Al actuar sobre conjuntos estructurados
de huesos (i.e. entierros primarios y secundarios), provoca la desarticulación
de los mismos dificultando, y a veces impidiendo, su reconocimiento. En el
sitio LCH1 se observó, antes de iniciar los trabajos de campo, una dispersión
de artefactos y ecofactos, incluyendo huesos humanos, sobre el lecho de la
laguna (la playa, de dimensiones variables a lo largo del año, es considerada
una parte del mismo). Las hipótesis de trabajo planteadas a partir de esas
observaciones fueron: a) la localización primaria de tales materiales
arqueológicos se hallaba en una de la unidades estratigráficas visibles en la
barranca adyacente; b) su distribución superficial era el resultado,
básicamente, de la acción erosiva del agua de la laguna que, al provocar la
erosión retrocedente de la barranca, produjo la subsecuente redepositación
de los materiales sobre el lecho de la laguna. Las excavaciones llevadas a
cabo demostraron la existencia de un único, aunque poco definido,
componente cultural localizado en la UE "F" (cf. Barrientos, 1993). El mapeo
de la línea de barranca realizado antes de comenzar las excavaciones de
1993 y 1994 permitió cuantificar la magnitud del proceso erosivo en este
sitio particular durante el lapso de un año. El total de la superficie excavada
en las temporadas de 1993 y 1994 fue de 17 m2. Entre marzo de 1993 y
marzo de 1994, el área de superficie excavable comprendida entre los puntos
A, B, C y D de la Figura VI.2.14. perdida debido a los procesos erosivos de
orígen hídrico, fue de 8 m2 (32%). Sin embargo, es posible que estos valores
estén influídos por la presencia en este sector de la costa de las unidades de
excavación planteadas en 1993. En efecto, las excavaciones dieron como
resultado la formación de dos promontorios a ambos costados de las
cuadrículas excavadas. La erosión hídrica, que tiende a uniformar la línea
de costa eliminando los accidentes que ofrecen más de un frente de ataque a
la acción de las olas (Thornbury, 1960), provocó la erosión de los mismos, lo
que aceleró el proceso de destrucción del sitio. Como medio de control, en
próximas campañas se realizará el mapeo periódico de la línea de barranca
en sectores no excavados. Esto permitirá evaluar el impacto diferencial
producido por las actividades de excavación arqueológica en sitios con
características similares a éste, conocimiento necesario para la elección de
adecuadas estrategias de excavación que tiendan a la protección y
conservación del sitio.
b) Depositación hídrica:
Los efectos de las inundaciones sobre el registro
arqueológico pueden ser tanto erosivos como depositacionales (Thurnbaugh,
1978). En el sitio LCH1 se ha detectado una unidad estratigráfica en la C1,
C2, C5 y C6 (UE "N"), que por su estructura, sus características
sedimentológicas y por presentarse en discordancia erosiva respecto a la UE
"G", ha sido interpretada como el relleno de una cubeta excavada en la UE
"G" por algún agente erosivo indeterminado (erosión hídrica?). La
distribución y el tamaño de los materiales arqueológicos recuperados en esta
unidad, en especial de los restos óseos humanos, estaría en concordancia
con el origen inferido (ver entre otros, Behrensmeyer, 1975; 1984; 1990a ;
1990b; Hanson, 1980). En marzo de 1994, durante las tareas de limpieza
del interior de las cuadrículas excavadas el año anterior, se observó la
presencia de una capa de fango de aproximadamente 10 cm de potencia,
depositada durante la creciente experimentada por la laguna en los meses de
otoño e invierno. Fenómenos similares al descripto podrían causar el
redepósito de materiales arqueológicos previamente expuestos sobre la
playa, creando de este modo asociaciones secundarias. Posteriores estudios
sedimentológicos y análisis de laboratorio efectuados sobre el conjunto de
artefactos y ecofactos recuperados deberán confirmar o rechazar la
interpretación propuesta para la formación de esta unidad.
c) Pisoteo:
El pisoteo de animales domésticos, un factor de alteración
postdepositacional frecuente en sitios pampeanos localizados en ambientes
lagunares (i.e. González de Bonaveri y Senatore, 1991) puede actuar como: a)
agente erosivo, provocando el derrumbe de las barrancas donde se hallan
depositados los materiales arqueológicos; b) agente atricional, provocando la
segmentación, movilización y/o destrucción de elementos óseos y c) agente
tafonómico en sentido estricto, produciendo la incorporación de huesos y de
otro tipo de materiales arqueológicos (i.e. artefactos líticos) al substrato. En
1993 se observó en el sitio LCH1 la presencia recurrente de ganado vacuno
sobre la barranca y sobre la playa de la laguna. A lo largo del sector de la
costa sur prospectado en 1993 y 1994, se registró la presencia de
numerosas "bajadas" o pasos a través de los médanos y de la barranca, que
son utilizados por el ganado para acceder a la playa y abrevar en el agua de
la laguna. El sector de las cuadrículas excavadas en 1993 fue utilizado por
los animales, con posterioridad a la finalización de las tareas de
investigación arqueológica, como uno de estos pasos o "bajadas". Esto
ocasionó el derrumbe de las paredes de las cuadrículas, en especial de la
arena friable que conforma el médano actual (Unidades estratigráficas A, B,
C y D), que se depositó en el fondo de las mismas (Figura VI.2.15.). Como
resultado de ello, el paisaje se modificó sustancialmente. En la Figura
VI.2.2., correspondiente a los perfiles de la cuadrículas excavadas en 1993 y
1994, se observan notables diferencias con respecto a la potencia del
médano situado en el techo de la secuencia estratigráfica, como
consecuencia de este proceso. El volumen total de arena extraído del
interior de las cuadrículas durante las tareas de limpieza efectuadas antes
de comenzar las excavaciones de 1994 fue de aproximadamente 8 m3. Esto
proporciona una idea de la magnitud del proceso erosivo sufrido por este
sector de la costa de la laguna en el lapso de un año como consecuencia,
principalmente, de la acción del ganado vacuno. Sin embargo, no se descarta
la acción conjunta de otro tipo de agente, tal como la erosión eólica, cuyos
efectos resultan difíciles de cuantificar por el momento.
d) Raíces:
Son agentes pertotáxicos (Hesse y Wapnish, 1985), que
contribuyen a la segmentación, movilización y/o destrucción de elementos
animales muertos (Mengoni Goñalons, 1988). El ácido de las raíces produce
marcas de variada morfología sobre la superficie del hueso (Binford, 1981)
que, eventualmente, pueden llegar a enmascarar , entre otras cosas, los
patrones de localización topográfica de ciertas huellas (i.e. marcas de corte)
(Borrero, 1988). Al penetrar al interior de los huesos a través de fisuras,
provocan la destrucción mecánica del tejido trabecular, llegando en algunos
casos a la fragmentación y destrucción total del elemento óseo. Sus efectos
destructivos pueden amplificarse al actuar sobre huesos diagenéticamente
alterados y progresivamente debilitados a medida que avanza el proceso de
decaimiento del tejido óseo (Hare, 1980; White y Hannus, 1983). En el sitio
LCH1 se observaron numerosas raíces en el interior de distintos huesos
humanos, en especial de aquellos que formaban parte del Entierro Nº 1. En
muchos casos, las raíces habían provocado la destrucción del tejido
trabecular y el consecuente colapso del tejido compacto externo. Los huesos
más afectados por este proceso fueron los cuerpos vertebrales y los huesos
del tarso, en particular el calcáneo y el astrágalo. Para el control y
cuantificación del impacto de este agente atricional sobre el conjunto óseo
recuperado en el sitio LCH1, se realizó la inspección escópica de la superficie
de cada hueso, asignándole un dígito correspondiente a su lugar en una
escala de alteración de la superficie basada en el porcentaje de la superficie
del hueso con marcas de raíces. La escala de modificación empleada fue la
siguiente: Nula, 0% (0); Escasa, 1%- 10% (1); Regular, 11%-70% (2);
Intensa, 71%-100% (3). Sobre un total de 124 especímenes analizados con
un tamaño superior a los 5 cm (Entierro Nº 1), el 87 % presentó improntas
de raíces, con el 79,8 % oscilando entre el 1 % y el 70 % de la superficie
cubierta.
e) Roedores:
Los roedores pueden cumplir tanto el rol de agentes
atricionales, segmentando, movilizando y/o destruyendo materiales
arqueológicos, como de agentes recicladores, reexponiendo materiales
previamente enterrados a los agentes de atrición subaéreos. Representan
uno de los agentes de perturbación del registro arqueológico más activos de
la Región Pampeana (Politis, 1988; Politis y Madrid, 1988; Salemme, 1987).
En el sitio LCH1, el método empleado para la evaluación de la magnitud de
las modificaciones producidas por roedores se desarrolló siguiendo los pasos
propuestos por Politis y Madrid (1988). Durante la excavación se
identificaron y mapearon cuevas, galerías, "nidos", y todo otro rasgo
potencialmente producido por la actividad de mamíferos cavadores. Se puso
especial cuidado en la recuperación de restos de roedores a través del uso de
cernidores de malla fina (2 mm), y en la determinación de la relación
espacial de los restos con respecto a las cuevas o galerías. En el laboratorio
se procedió al análisis macroscópico de los restos óseos recuperados, con el
fin de detectar la presencia de marcas atribuíbles a la acción de roedores. A
los fines descriptivos y comparativos, se utilizó la propuesta clasificatoria de
Politis y Madrid (1988), quienes analizaron el conjunto arqueofaunístico
proveniente del sitio Laguna Tres Reyes 1 (Pdo. de Adolfo Gonzáles Cháves),
localizado en el centro del Area Interserrana bonaerense. Se analizó una
muestra de 339 especímenes óseos provenientes del Entierro Nº 1 (17% del
NISP). De los huesos analizados, sólo 3 (0,88%) presentaron marcas
asignables a roedores. Como fuera puntualizado por Politis y Madrid (1988),
los criterios para la identificación específica de cada marca aún no han sido
establecidos debido a que, con frecuencia, las modificaciones producidas por
diferentes especies de roedores presentan similares características
(Behrensmeyer, 1990b). Múltiples observaciones actuales indican que la
morfología de cada marca no obedece sólamente a la morfología de los
incisivos de una especie o género de roedor particular - dentro de los cuales
existe gran variabilidad -, sino que depende también de la intensidad de la
acción, del angulo de ataque y de las características de la superficie roída
(Politis y Madrid, 1988). Los roedores identificados hasta el momento a
través del análisis del registro arqueofaunístico son el coipo o falsa nutria
(Myocastor coipus) y el tucu-tuco (Ctenomys sp.). El MNI de cada taxón aún
no ha sido calculado, aunque las observaciones realizadas en el terreno
indican que el correspondiente a tucu-tuco es muy superior al de coipo. La
morfología de las cuevas y galerías detectadas durante la excavación
corresponde a aquella descripta para estos dos géneros de roedores
(Contreras, 1968; 1984; Contreras y Maceiras, 1970; Sierra de S., 1960;
Politis y Madrid, 1988). En el caso del coipo, la determinación de una de las
cuevas localizada en el Testigo Sur de la Cuadrícula 1 (TS1) y con posibles
ramificaciones en la C1, C5 y C6, fue contrastada positivamente por el
hallazgo del esqueleto articulado de un ejemplar subadulto perteneciente a
este taxón. El hallazgo de huesos pertenecientes a tucu-tuco se realizó en
muy pocos casos en asociación a cuevas. Si bien estos animales tienden a
morir en el interior de sus madrigueras, haciendo esperable una mayor
asociación entre restos óseos y cuevas, la falta de correlación observada
puede ser atribuída al efecto combinado de las características particulares
de los sedimentos y de la baja resolución de las técnicas de excavación, que
conducirían a que en algunos casos los vestigios de cuevas no puedan ser
identificados. Las evidencias de cuevas atribuíbles a estos dos roedores se
hallan presentes en todas las unidades estratigráficas, con excepción de las
cuatro superiores correspondientes al médano de formación reciente (A, B, C
y D). Sin embargo, se observó que las asignadas a tucu-tuco son más
frecuentes en los niveles inferiores, en especial en la UE "H". En base a los
requerimientos ambientales del tucu-tuco (Contreras, 1984; Contreras y
Maceiras, 1970), se postula que cuando estos roedores ocuparon el sitio, las
condiciones locales eran más áridas que las actuales, permitiendo el
desarrollo de esta población en un lugar en el que actualmente, debido a la
elevación de la napa freática, no se observa su presencia. El coipo, en
cambio, aún habita algunos sectores de la laguna. En la C4, a una
profundidad de 1,60-1,80 mts respecto del nivel 0, se detectó la presencia de
un "nido" de origen reciente, con el piso aún tapizado con hojas secas de
gramíneas. La morfología del nido y de las galerías asociadas permiten inferir
su pertenencia a coipo. La baja frecuencia de marcas en los huesos, sugiere
que el principal efecto de la actividad de estos roedores no habría sido la
fragmentación o daño de los restos óseos, sino el desplazamiento horizontal
y/o vertical de artefactos y ecofactos. La presencia de artefactos en el interior
de cuevas y la distribución espacial de ciertos huesos, algunos de ellos
remontables, podría ser explicada por la acción de roedores de mediano
tamaño, tales como los coipos.
A modo de resumen puede decirse que, a diferencia de lo observado en
Arroyo seco 2, los huesos que permanecieron in situ sufrieron un bajo grado
de alteración a nivel macroestructural. Sin embargo, la proporción de
elementos desplazados por diversos agentes es mayor en LCH1 respecto a
Arroyo Seco 2, por lo que la integridad de cada entierro es menor en el
primer sitio. Los principales agentes atricionales y modificadores de la
estructura ósea - la erosión hídrica, el pisoteo y la meteorización -, tuvieron
una acción muy tardía, en momentos inmediatamente previos a la
recolección del material. Debido a ello, su impacto sobre la integridad del
conjunto fue relativamente baja, lo que se demuestra por la posibilidad de
reensamblaje en un 40% a 50% de por lo menos tres individuos adultos,
cuyos restos se hallaban dispersos en posición superficial. Los individuos
más afectados por estos procesos probablemente fueron los subadultos
(MNI=2), representados por muy pocos elementos. En el caso del entierro
secundario (Entierro 1) la historia predepositacional, en gran medida
desconocida, pude dar cuenta de algunas de las diferencias registradas
respecto a los entierros primarios, tales como la mayor frecuencia de
fracturación (Figura VI.2.16.).

VI.3. Laguna Tres Reyes 1


VI.3.1. Introducción
La Laguna Tres Reyes es un cuerpo de agua permanente de
aproximadamente 450 ha., ubicado a 4 Km al E del río Quequén Salado, a
los 37° 56' de Latitud Sur y a 60° 34' de Longitud Oeste (Carta Topográfica
"Pedro P. Lassalle", I.G.M. 3760-32-4, 1953, E: 1:50.000), en jurisdicción
del partido de Adolfo Gonzales Chaves).
Desde el punto de vista fitogeográfico, el área se incluye en el Dominio
Austral de la Provincia Pampeana (Cabrera, 1976) y zoogeográficamente
pertenece al Dominio Pampásico de la Región Guayano-Brasileña (Ringuelet,
1961). El clima es del tipo C2 B'2 r á (subhúmedo-húmedo, mesotermal),
según el método de Thornthwaite.

VI.3.2. Antecedentes
En la Laguna Tres Reyes, las investigaciones arqueológicas desarrolladas
durante la década del 80 condujeron a la detección, sondeo y excavación de
dos sitios localizados sobre las márgenes norte y este, denominados Tres
Reyes 1 y 2, respectivamente. Hasta el presente, en el sitio 2 sólo se han
realizado recolecciones superficiales y sondeos. El sitio 1 se encuentra en
una etapa más avanzada de investigación. Este sitio fue estudiado
inicialmente por el Lic. Luis Meo Guzmán, quien en 1981 excavó una
superficie de 16 m2 en un sector próximo al borde de la barranca.
Posteriormente, en 1986, un equipo integrado por los Dres. Gustavo Politis y
Mónica Salemme y la Lic. Patricia Madrid, con la colaboración de los Dres.
Francisco Fidalgo y Eduardo Tonni, reanudaron las investigaciones en el
lugar, ampliando el área de excavación en dos campañas realizadas en abril
de 1986 y octubre de1987.
Los distintos informes publicados e inéditos sobre este sitio,
puntualizaron aspectos particulares de la investigación, tales como la
tafonomía (Politis y Madrid, 1988); los análisis arqueofaunísticos (Salemme,
1987); la caracterización de lo que se denominó Componente Superior
(Madrid y Salemme, 1991), y el análisis tecnomorfológico y el estudio de los
procesos de formación del sitio (Madrid et al., 1991).
En el mes de noviembre de 1994 el Sr. Hugo Coronel, vecino de De La
Garma, población cercana al lugar, realizó el hallazgo de un cráneo y de
otros huesos humanos al pie de la barranca de la laguna, a
aproximadamente 3 m de uno de los sectores excavados en 1986 y 1987. La
presencia de posibles entierros humanos, un rasgo hasta ese momento aún
no registrado en el sitio, motivó la continuación de los trabajos de campo en
esta localidad arqueológica. Los mismos se realizaron en diciembre de 1994
y marzo-abril de 1995.

VI.3.3. Temporada de excavación 1994-1995


En diciembre de 1994 se excavó una cuadrícula de 4 m2 de superficie
sobre la línea de barranca (Cuadrícula Nº 12) (Figura VI.3.1.). La totalidad
del sedimento extraído se crivó en cernidores de malla fina (2x2 mm).
En el depósito, de aproximadamente 1m de potencia, se diferenciaron las
tres unidades estratigráficas ya identificadas en anteriores trabajos de
campo realizados en diferentes sectores de la costa de la laguna (Madrid et
al., 1991; Madrid y Salemme, 1991):
- Unidad A-A/B: De 0,25 a 0,40 m de espesor. Sedimento arenoso, gris
oscuro en seco, correspondiente al suelo actual. Se observan hacia la base
pequeñas motas de carbonato de calcio, pasando gradualmente a la unidad
siguiente a través de una zona de transición denominada A/B.
- Unidad B: De 0,15 a 0,35 m de espesor. Sedimento eólico marrón oscuro
con alto contenido de carbonato de calcio, que presenta una concentración
de nódulos de tosca hacia la base. Representa la parte más jóven de la
Formación La Postrera.
- Unidad C: Sedimento limo-arenoso, gris blanquecino con nódulos de tosca,
que forma la base de la secuencia estratigráfica. Representa al Miembro
Guerrero de la Formación Luján. En esta cuadrícula se recuperaron
artefactos y ecofactos en las unidades A-A/B y B.
Entre 0,60 m y 1,20 m de profundidad, en un sedimento de relleno de
color marrón oscuro, claramente diferenciable de las unidades estratigráficas
arriba descriptas, se realizó el hallazgo de restos humanos correspondientes
a un mínimo de 10 individuos de distinto sexo y edad (Figura VI.3.2.).
Si bien los huesos se hallaban en distinto grado de articulación, pudo
determinarse que se trataba de entierros primarios. En algunos casos, se
observaron superposiciones entre elementos esqueletales pertenecientes a
distintos individuos. Los restos pertenecientes a los tres individuos
enterrados a mayor profundidad (Nº 6, 9 y 10), se encontraban apoyados
sobre la tosca que forma la base de la secuencia estratigráfica (UE "C"). Las
dimensiones aproximadas del pozo que contenía los restos son:
a) Largo máximo: 2,10 m; Dirección: E-O
b) Ancho máximo: 1,65 m; Dirección: N-S
c) Espesor: 0,60 m.
No se recuperó ningún elemento asociado a los restos óseos. El estado de
conservación de los mismos era muy bueno.
En marzo de 1995, se excavaron dos nuevas cuadrículas, adyacentes a la
C12, denominadas C13 y C14. Se registró la presencia de artefactos líticos y
cerámicos, restos óseos de animales de importancia económica tales como
guanaco (Lama guanicoe), venado de las pampas (Ozotoceros bezoarticus) y
armadillos, en sedimentos correspondientes a las unidades estratigráficas A,
A/B y B. La mayor densidad de hallazgos se registró, como en anteriores
excavaciones, en la unidad A/B y en la parte superior de la unidad B.
Horizontalmente, se observó una mayor concentración de materiales en la
cuadrícula 14, la más próxima a uno de los sectores excavados en 1986 y
1987 (Figura VI.3.1.).

VI.3.4. Estructura etárea y sexual de la muestra de esqueletos humanos


Las determinaciones de sexo y edad probable fueron llevadas a cabo
siguiendo las pautas generales descriptas en el apartado V.1.4. La muestra
del sitio Laguna Tres Reyes 1 está compuesta por un total de siete individuos
adultos, dos subadultos y un indeterminado (Tabla VI.3.1.). El sector adulto
de la muestra se compone de cuatro individuos masculinos y dos individuos
femeninos. Cada individuo fue asignado a una categoría etárea específica,
tomando en consideración intervalos de cinco años. Por arriba de los 40
años, no fue posible utilizar intervalos inferiores a diez años.
Asumiendo que dentro de una misma población, el desgaste dentario
ocurre a una tasa aproximadamente igual en todos los individuos, éste
puede ser utilizado como un medio de contrastar las determinaciones
etáreas efectuadas mediante el uso de otros indicadores. Para obtener una
medida del desgaste dentario en la muestra de Tres Reyes 1, se procedió a
medir la altura de la corona de cada uno de los dientes presentes en los
cinco cráneos disponibles. Las mediciones fueron realizadas con un calibre
digital desde el punto medio de la unión entre el esmalte y la dentina en la
cara labial, hasta el punto más alto de la parte media de la corona, en la
cara labial de cada pieza dentaria. Se consideró esta medida de desgaste
dental debido a su rapidez de relevamiento y a su alta replicabilidad. Los
resultados obtenidos se hallan representados en las Figuras VI.3.3. y VI.3.4.
Las mismas muestran que el grado de desgaste relativo entre los individuos
coincide con el ordenamiento de edades producido mediante el empleo de
indicadores tales como las modificaciones en la sínfisis del pubis o en la
superficie auricular del ilion.

VI.3.5. Procesos de modificación post-depositacional de los entierros


humanos
El conjunto de entierros humanos del sitio Laguna Tres Reyes 1 se
caracteriza por : a) un bajo grado de carbonatación de la superficie y de los
canales medulares; b) la baja frecuencia de manchas de óxido de
manganeso; c) un bajo grado de fracturación y fragmentación
postdepositacional; d) un alto grado de desarticulación y dispersión de los
elementos, tanto de pequeño tamaño y bajo peso como de gran tamaño y
peso; e) un bajo grado de modificación de la superficie de cada hueso en
relación al registrado en huesos de mamíferos depositados en las unidades
A, A/B y B (Politis y Madrid, 1988).
La Figura VI.3.5. modeliza la probable historia postdepositacional del
conjunto de entierros humanos de Laguna Tres Reyes 1. La misma muestra
que los principales agentes postdepositacionales que influyeron sobre la
estructura del conjunto fueron las raíces, la actividad de mamíferos
excavadores - probablemente roedores -, la actividad humana prehistórica y
la erosión hídrica.
El principal factor formador del registro a nivel del sitio, y probablemente
de la localidad, es la actividad de animales excavadores, principalmente
roedores de pequeño y mediano tamaño tales como el coipo o falsa nutria
(Myocastor coipus) y el tucu- tuco (Ctenomys sp.) (Politis y Madrid, 1988). En
una muestra compuesta por 1014 huesos de mamíferos de la unidades A,
A/B y B, Politis y Madrid (1988: 33) identificaron marcas asignables a
roedores en el 25% de los casos. La morfología de las cuevas y galerías
registradas durante la excavación, la observación de cuevas actuales de
coipo en las proximidades del sitio, y la presencia de restos óseos de coipo y
tuco-tuco en los distintos niveles, apoyan también la inferencia de que
roedores pertenecientes a estos dos taxa fueron los principales responsables
de las modificaciones observadas en un elevado porcentaje de los huesos
analizados, y de los probables desplazamientos horizontales y verticales de
los materiales arqueológicos (Madrid et al., 1991; Politis y Madrid, 1988: 39).
En el caso de los restos humanos, menos del 1% presenta marcas
atribuíbles a roedores. Sin embargo, se observa un alto grado de
desarticulación entre las diversas partes esqueletarias de la mayor parte de
los individuos registrados, lo que sugiere la actividad de animales
excavadores capaces de desplazar elementos de gran tamaño y peso (i.e.
huesos largos). Hasta el presente, no hay datos que permitan estimar el
rango dimensional de los objetos potencialmente desplazables por la
actividad de los roedores de nuestra área de estudio. Según Bocek (1986), el
"pocket gopher" (Geomys bursarius), un roedor de América del Norte de
tamaño y hábitos similares a los del tuco-tuco, tiende a esquivar durante la
excavación de su sistema de cuevas y galerías obstáculos de más de 5 cm.
Esto indicaría la mayor probabilidad de que los coipos hayan sido los
principales responsables del dezplazamiento, y consecuente desarticulación,
de los restos óseos humanos de mayores dimensiones. La redundancia
específica en la utilización de un mismo espacio para actividades
inhumatorias probablemente haya constituído un importante factor en la
estructuración del registro. TR10, que es el individuo depositado a mayor
profundidad, presenta un alto grado de carbonatación, fracturación y
ausencia de partes del esqueleto apendicular correspondientes al lado
derecho. Su posición respecto al resto de los individuos sugiere que
probablemente haya sido depositado con anterioridad a éstos, y que el pozo
excavado para el entierro de la mayor parte de los individuos recuperados
haya intersectado su tumba, provocando la destrucción parcial del esqueleto
(Figura VI.3.2).
Finalmente, la erosión hídrica en momentos previos al momento de la
excavación, produjo la desarticulación y pérdida de elementos pertenecientes
a algunos individuos.

VI.4. Laguna La Larga


La laguna La Larga se halla ubicada en el Area Interserrana Bonaerense,
a los 38º 6' 21" de Latitud Sur, y a los 60º 31' 29" de Longitud Oeste (Carta
topográfica "La Sortija", I.G.M. 3960-2- 2, 1966, E 1:50.000). Su superficie
estimada es de aproximadamente 400 has. Sus orillas están limitadas por
sectores de playa que alternan con zonas anegadas y barrancas, las cuales
alcanzan alturas de hasta 2 m por sobre el nivel del agua en la margen Este.
El paisaje de la zona responde a las características típicas del área,
encontrándose la laguna en el centro de una depresión de mayores
dimensiones cubierta predominantemente por pastizales de gramíneas. Sólo
se divisan escasos sectores arbolados en las inmediaciones de los cascos de
los establecimientos agrícolas vecinos, ubicados en la cima de las pequeñas
lomadas que circundan la depresión mencionada. Entre los años 1949 y
1954, diversas excavaciones llevadas a cabo en esta localidad por parte del
Instituto del Museo de La Plata y del Museo Regional de Tres Arroyos
condujeron al descubrimiento de varios entierros humanos asociados a
material arqueológico (Sorgentini y Medina Zambelli, 1955). La deformación
craneana artificial de tipo circular de algunos de los esqueletos recuperados
fue considerada por estos autores como una característica morfológica
normal de la población a la cual pertenecían. Esto les permitió atribuírles
una gran antigüedad y, a la vez, asignar los restos a la especie Homo
caputinclinatus, definida por Florentino Ameghino en base a los hallazgos de
Arroyo Siasgo y Banderaló (Sorgentini y Medina Zambelli, 1955; Ameghino,
1910). Posteriormente, en el año 1981, un equipo de investigación integrado
por graduados y alumnos de la carrera de Antropología de la Facultad de
Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata, realizó
prospecciones y sondeos con el objetivo de ubicar el lugar de los hallazgos
descriptos por Sorgentini y Medina Zambelli y verificar la presencia de
evidencias de actividad humana en posición superficial y estratigráfica.
Estos objetivos fueron cumplidos sólo parcialmente, abandonándose con
posterioridad las investigaciones (Madrid, 1992 com.pers.) En 1984 se
publicó el estudio de un cráneo humano con deformación artificial de tipo
circular proveniente de esta localidad, perteneciente a las colecciones del
Museo de La Plata, del cual no pudo precisarse ni su contexto ni su
ubicación estratigráfica (Colantonio, 1984). En el año 1987, el Sr. Ferretti,
vecino de la localidad de De La Garma, Partido de González Chaves, notificó
el hallazgo de restos humanos (Tabla VI.4.1.) y de materiales arqueológicos
en la margen Este de la laguna. En compañía del Sr. Ferretti, el Dr. G. Politis
ubicó el lugar exacto de los hallazgos, obteniendo información adicional
sobre otros sectores de la barranca y de la playa de la laguna en donde
afloraban restos óseos, artefactos líticos, cerámicos, y varios objetos
históricos. Se identificaron entonces un total de tres sectores con vestigios
arqueológicos, que fueron denominados sitios 1, 2 y 3 (Politis et al., 1987).
Finalmente, en diciembre de 1991, el autor del presente informe, en
colaboración con la Lic. Patricia Madrid (CONICET), realizó tareas de
prospección arqueológica en la laguna, localizando el lugar del hallazgo del
Sr. Ferretti (Barrientos, 1993).

VI.5. Túmulo de Malacara


El sitio Túmulo de Malacara se halla ubicado a aproximadamente 200 m
de la confluencia de los arroyos Nutria Mansa y del Pescado, y a 100 m del
antiguo cauce del arroyo Malacara, en el partido de Lobería (Carta
topográfica "Mar del Plata", I.G.M 3957, 1972, E 1:500.000). El sitio fue
detectado por Carlos Ameghino y Luis María Torres en enero de 1913. El
mismo se hallaba constituído por una construcción tumular de
aproximadamente 2 m de altura y 22 m y 18 m de largo y ancho máximos,
respectivamente (Torres y Ameghino, 1913). En el interior del túmulo, fueron
recuperados un mínimo de trece individuos, que formaban parte de entierros
primarios y secundarios. Algunos de los individuos presentaban un ajuar
funerario compuesto de cuentas rectangulares de valvas de moluscos. Una
descripción parcial de los hallazgos fue realizada por M. Vignati (1960). Del
total del material recuperado en los trabajos de campo efectuados por Torres
y Ameghino, depositados en el Departamento Científico de Antropología del
Museo de La Plata, fue posible identificar cuatro individuos para este estudio
(Tabla VI.5.1.).

VI.6. Estancia Santa Clara


El sito Ea. Santa Clara se halla ubicado en las proximidades del arroyo
homónimo, en el partido de Benito Júarez. En él, el Dr. Guillermo Udaondo
recuperó en la década de 1880, un número indeterminado de restos
humanos, de los cuales se conservan tres cráneos en la colección del
Departamento Científico de Arqueología del Museo de Ciencias Naturales de
La Plata. Dos de ellos (SC404 y SC405) presentan vestigios de pigmento
rojo, probablemente hematita, lo que podría indicar que provienen de
entierros secundarios (Lehmann-Nitsche, 1910).

VI.7. Península Testón


La Península Testón se halla ubicada en la margen NE de la Laguna del
Monte, en el partido de Guaminí. En ella, el Sr. Ignacio Tazedjian, estudiante
de la carrera de Antropología de la UNLP, recuperó a comienzos de la década
de 1980 restos humanos (Tabla VI.9.1.). Estos se hallaban aparentemente
asociados a restos óseos de Equus caballus, aunque las técnicas de
extracción empleadas no permitieron establecer si tal asociación era de
carácter primario o secundario.

VI.8. Laguna de Puán


La Localidad Arqueológica Laguna de Puán comprende sitios ubicados en
la isla y en la costa norte de la laguna homónima, localizada a los 37º 34' de
Latitud Sur y a los 62º 48' de Longitud Oeste, en proximidades de la ciudad
de Puán (Carta topográfica "Puán", I.G.M 3768-28, 1966, E 1:100.000). La
isla de la laguna, compuesta básicamente por dos pequeños cerros en cuyas
cimas afloran cuarcitas pertenecientes a la Formación Mascota (Oliva et al.,
1991), posee un largo de aproximadamente 1000 mts en dirección E-O, y un
ancho de alrededor de 600 mts en dirección N-S.
Las investigaciones arqueológicas en esta localidad comenzaron en 1988.
Hasta el momento se han detectado seis sitios arqueológicos, cinco de ellos
ubicados en la isla (1, 2, 3, 4 y 6) y el restante en la costa norte de la laguna
(5) (Oliva y Barrientos, 1988; Oliva et al., 1991). El sitio que ha
proporcionado mayor información hasta el presente es el Sitio 1, ubicado en
la costa sur de la isla (Figura VI.10.1.). Los estudios en este sitio se iniciaron
en 1988, excavándose durante la primera campaña dos pozos de sondeo de
1 x 1 m sobre la barranca (Oliva y Barrientos, 1988). En febrero de 1989 se
realizó una nueva campaña en la que se excavó un total de 18 m2. En
setiembre de 1989 y febrero de 1990 se amplió el área excavada hasta los 43
m2. Las excavaciones se llevaron a cabo en tres sectores. Los sectores A y B
se ubican próximos al emplazamiento de los sondeos 1 y 2 excavados en
1988, y el sector C se ubica en el sector de la playa, donde se detectó una
concentración de huesos humanos (Entierro 1; Tabla VI.10.1.). Estos restos
fueron analizados desde un punto de vista morfométrico y comparativo por
G. Méndez y S. Salceda (1990). Una muestra de huesos humanos
procesada por el Laboratorio de Tritio y Radiocarbono (LATYR-UNLP) dió una
edad de 3,300 ± 100 años AP (LP - 253) (Oliva et al., 1991).
En el mes de diciembre de 1995, el Lic. Fernando Oliva realizó tareas de
prospección sobre la costa sur de la isla, recuperando restos humanos en
posición superficial sobre la playa, a aproximadamente doscientos metros
del Sitio 1 (Tabla VI.10.2.). Junto a los restos humanos, se recuperaron
artefactos líticos, también en posición superficial. Esta concentración se
denominó Sitio 6.
VI.9. La Segovia
El sitio la Segovia se halla ubicado al N del partido de Puán, a los 37 28'
de Lat. Sur, y a los 62 46' de Long. Oeste. En él, durante el desarrollo de
tareas de tendido de una red eléctrica, se recuperaron restos óseos humanos
(Tabla VI.11.1.), que fueron estudiados desde un punto de vista
morfométrico y comparativo por las Dras. Méndez y Salceda, del Museo de
Ciencias Naturales de La Plata (Méndez y Salceda, 1990). En mayo de 1988,
el Lic. Fernando Oliva realizó sondeos en el sitio, que permitieron la
detección de artefactos líticos y restos óseos de guanaco en posición
estratigráfica (Oliva, 1991) (Figura VI.11.1.).

VI.10. Los Huecos


El sitio Los Huecos se halla ubicado sobre la márgen izquierda del arroyo
Curamalal Grande, a los 37 41' de Lat. Sur y a los 62 12' de Long. Oeste, en
el partido de Saavedra. En él, durante el desarrollo de tareas de prospección
geológica, el Dr. M. Zárate (UNMdP) realizó el hallazgo de restos óseos
humanos (Oliva, 1991) (Tabla VI.12.1.; Figura VI.12.1.). Estos restos fueron
analizados desde un punto de vista morfométrico por Méndez y Salceda (ms).

VI.11. Napostá
El sitio Napostá se halla ubicado en las proximidades del arroyo Napostá
Grande, en el partido de Bahía Blanca. El mismo fue localizado por la Prof.
Nora Cinquini, quien recuperó en el lugar un conjunto de entierros humanos
de tipo secundario (Tabla VI.13.1.). Desafortunadamente, no se dispone de
datos acerca del contexto del hallazgo. Las Dras. Méndez y Salceda del
Museo de Ciencias Naturales de La Plata realizaron un estudio preliminar de
carácter morfométrico (Méndez y Salceda, ms).
VII. INTEGRACION DE LA INFORMACION BIOARQUEOLOGICA Y
FORMULACION DE UN MODELO REGIONAL ACERCA DE LA EVOLUCION
DE LAS POBLACIONES HUMANAS EN EL SUDESTE DE LA REGION
PAMPEANA

VII.1. Introducción
El objetivo del presente capítulo es formular un modelo de la evolución de
las poblaciones prehispánicas del Sudeste de la Región Pampeana, con el fin
de derivar hipótesis y expectativas acerca de su proceso adaptativo,
principalmente a nivel de la salud, nutrición y dieta. En la construcción del
mismo, se prestará especial atención a la información bioarqueológica del
área, como así también a la información arqueológica y paleoambiental
relevante.
En este contexto, se considera que un modelo es una construcción que
especifica, de una manera ideal y simplificada, el modo en que operan o se
relacionan ciertos componentes del mundo real. Los modelos integran
enunciados de distinto nivel teórico, y su finalidad es hacer explícita la
información acerca de un determinado problema, las interpretaciones que en
un momento dado pueden hacerse de ella, y permitir la derivación de
hipótesis contrastables. No deben ser vistos como explicaciones finales
acerca de la relación entre las variables consideradas, sino más bien como
organizaciones parciales de la información disponible, de las que a priori se
sabe que deberán ser substituídas en el desarrollo ulterior de la
investigación (Borrero, 1985; Bunge, 1972; Kaplan, 1974; Lakatos, 1983;
Politis, 1988).
Como paso previo a la formulación del modelo se revisará el marco
cronológico actualmente disponible para el área, y se discutirá la
variabilidad temporal de aspectos claves de la organización del registro
bioarqueológico regional.

VII.2. Marco cronológico


En el Sudeste de la Región Pampeana, se disponen en la actualidad de
alrededor de medio centenar de fechados radiocarbónicos provenientes de
diversos sitios del área. Estos últimos representan, en conjunto, menos del
20% del total de sitios registrados en los últimos 30 años (Barrientos et al.,
1996). La Figura VII.2.1. muestra la distribución de 45 fechados
radiocarbónicos pertenecientes a 23 sitios: Cerro La China (sitios 1, 2 y 3;
Cerro El Sombrero (Cima y Abrigo 1); Los Pinos; Arroyo Seco 2; Fortín
Necochea; Gruta del Oro; La Moderna; Caverna El Abra; La Olla (sitios 1 y 2);
Monte Hermoso 1; Cueva Tixi; Los Flamencos I; SA-17 Avestruz; La Toma 1;
Laguna Tres Reyes 1; Zanjón Seco 3; Laguna Los Chilenos 1; Lobería 1;
Laguna de Puán 1 (Austral, 1994; Barrientos y Madrid, 1997; Barrientos et
al., 1995; 1996; Bayón y Politis, 1993; 1994; 1996; Flegenheimer, 1994;
Mazzanti, 1993; 1997; Politis, 1996; Politis y Bayón, 1995; Politis y
Gutiérrez, 1996; Politis et al., 1994; 1995 y Capítulo VI de este trabajo). El
grado en que esta muestra se halla afectada por sesgos de diferente
naturaleza resulta desconocido, pero puede sospecharse que es alto. Las
posibles fuentes de error se relacionan con problemas de muestreo regional,
problemas de muestreo a nivel intrasitio, diferencias en el marco teórico de
los diversos investigadores, diseño e intensidad de la investigación,
financiamiento de los equipos de investigación, entre otros. Sin embargo,
analizados en conjunto con el resto de la información arqueológica,
bioarqueológica y paleoambiental disponible, permiten identificar algunas
tendencias significativas en el registro arqueológico a nivel macro y
microrregional.
La observación más obvia que puede hacerse a partir del análisis de la
Figura VII.2.1. es que el registro de fechados radiocarbónicos presenta
discontinuidades. Si tomamos como criterio de agrupamiento de fechas
distancias temporales menores o iguales a 500 años, lapso que en la mayoría
de los casos comprende dos desviaciones estándard respecto a la media de
cada fechado, pueden identificarse al menos siete segmentos temporales, con
una separación promedio entre cada uno de ellos de 923 ± 391 años (Figura
VII.2.2.). Gran parte de las soluciones de continuidad encontradas pueden
obedecer a los sesgos de muestreo arriba considerados, pero existe la
posibilidad de que una parte se relacione con discontinuidades reales en la
ocupación humana del área. En este contexto, discontinuidad no implica
necesariamente ausencia de ocupación, sino variaciones en la visibilidad
arqueológica de los sistemas socioculturales a nivel regional, debido a
numerosas causas, entre ellas diferencias en la movilidad, localización de los
asentamientos, densidad poblacional, etc. Un medio de establecer cuál o
cuales de tales discontinuidades tienen una mayor probabilidad de
corresponder a eventos vinculados con la ocupación humana prehistórica es
comparar la distribución de fechados radiocarbónicos de regiones vecinas
situadas a igual latitud. La Figura VII.2.3. muestra la comparación con la
distribución de fechados radiocarbónicos anteriores al 2,000 AP de sitios de
Pampa Seca y Norte de Patagonia, situados entre 37° y 42° de Lat. Sur
(Berón, 1997; Orquera 1987; Sanguinetti de Bórmida y Curzio, 1996). En
ella se observa que el registro del Norte de Patagonia presenta un número
menor de discontinuidades que las observadas en las otras dos áreas. El
mayor tamaño de la muestra de Nordpatagonia puede explicar en parte esta
diferencia, sugiriendo también que, al aumentar el número de fechados
radiocarbónicos en el Sudeste de la Región Pampeana, el número de
segmentos temporales identificables en ésta área muy probablemente se
reduzca. Sin embargo, existe un período para el cual la escasez o ausencia
de dataciones resulta evidente en los tres casos. En el lapso comprendido
entre 6,000 y 5,000 años AP, en la mayoría de las secuencias locales y
regionales no se registran fechados. La única datación disponible para ese
período proviene de una muestra de carbón de la cuadrícula 13B de la cueva
Haichol, en el Centro-Oeste de la provincia de Neuquén (Fernández,
1988/90). En otras secuencias microrregionales del Norte de Patagonia, el
hiato ocupacional durante este período resulta muy marcado (i.e. Piedra del
Aguila; Sanguinetti de Bórmida y Curzio, 1996a y 1996b). En base a esta
comparación, puede decirse que este es el único lapso durante el Holoceno
en el cual la ausencia de evidencias de ocupación humana excede los límites
regionales. De un modo hipotético podría postularse que la falta de
visibilidad arqueológica de las poblaciones humanas durante ese período
probablemente esté relacionada con cambios en las condiciones climáticas,
ambientales y ecológicas a escala global o, al menos, a escala continental. En
este sentido, cabe señalar que el lapso considerado es inmediatamente
posterior al momento del aumento máximo del nivel del mar ocurrido
durante el Hypsitermal (Isla, 1989; cf. Aguirre y Whatley, 1995). La escala
espacial apropiada para discutir los otros casos de discontinuidad parece ser
una de carácter mucho más local, en la cual los problemas de muestreo
seguramente deben jugar un papel muy importante en la estructuración del
registro. Sin embargo, puede demostrarse que por lo menos cuatro de los
siete segmentos temporales identificados (Nº 3, 5, 6 y 7) se asocian a
variaciones en distintas dimensiones del registro bioarqueológico. Estas son:
a) variabilidad morfológica inter e intramuestral; b) deformación craneana
artificial; y c) prácticas mortuorias. A continuación discutiremos la
evidencia vinculada a cada uno de estos aspectos.

VII.3. Variabilidad morfológica inter e intramuestral


En la Región Pampeana, hasta el presente no se han realizado estudios
de alcance regional destinados a analizar la variabilidad morfológica
intermuestral teniendo en cuenta los factores de variación intramuestral,
tales como la edad, el sexo, la deformación craneana artificial y
postdepositacional, entre otros. La consideración de estos factores resulta de
suma importancia, ya que condicionan en forma directa la comparabilidad
entre las distintas series de esqueletos humanos. El estudio más reciente y
de mayor cobertura espacial orientado a analizar la variabilidad morfológica
entre muestras de cráneos de la provincia de Buenos Aires, es el de Méndez
y Salceda (1989). Estas autoras estudiaron 104 cráneos provenientes de
distintos sectores de la provincia, la mayoría de ellos pertenecientes a
colecciones depositadas en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata.
Méndez y Salceda analizaron 38 variables métricas mediante la aplicación de
técnicas estadísticas multivariadas (Cluster Analysis, Minimum Spanning
Tree y Principal Component Analysis). Como resultado del estudio,
concluyeron que el 96% de los individuos podrían ser considerados como
miembros de una única entidad biológica, ya que no encontraron diferencias
estadísticamente significativas entre ellos. Sin embargo, consideramos que
los resultados de este análisis deben relativizarse, debido a que Méndez y
Salceda no estratificaron la muestra por sexo ni edad. De igual modo, si bien
consideraron la posible influencia de la presencia de deformaciones
craneanas artificiales y de diferencias cronológicas entre las series sobre los
resultados obtenidos (Méndez y Salceda, 1989: 103), no efectuaron ningún
tipo de control sobre tales factores de variación.
De todos los factores de variación intra e intermuestral mencionados, el
que consideramos crítico para dotar de un significado evolutivo al estudio de
las diferencias y similitudes entre muestras esqueletarias es la cronología.
La falta de un control cronológico adecuado de las muestras es un problema
del que adolecen muchos de los trabajos orientados a analizar distancias
biológicas interpoblacionales llevados a cabo hasta el presente. La principal
razón de ello es la notable escasez, en nuestra área de estudio y en otras
áreas del país, de fechados radiocarbónicos obtenidos directamente de restos
óseos humanos. Esta es una situación que sólo ha comenzado a revertirse
en los últimos quince años, en gran medida relacionada con el desarrollo de
la técnica de datación radiocarbónica de AMS y con la expansión de los
estudios arqueológicos y bioarqueológicos (i.e. Barrientos et al., 1995;
Berón, 1997; Novellino y Guichón, 1996; Oliva et al., 1991; Politis, 1984;
1995; 1996; entre otros).
En nuestra área de estudio disponemos de cuatro series esqueletarias
con un control cronológico adecuado (ver Capítulo VI). En tres de ellas se
han obtenido fechados radiocarbónicos a partir del colágeno de huesos
humanos (Arroyo Seco 2, Laguna de Puán 1-6 y Laguna Los Chilenos 1). La
serie restante ha sido cronologizada mediante la extensión de los fechados
radiocarbónicos de los componentes arqueológicos suprayacentes (Laguna
Tres Reyes 1). La muestra de Arroyo Seco 2 correspondería a fines del
Holoceno temprano y comienzos del Holoceno medio (ca. 8,000 a 6,000 años
AP); la muestra de Laguna de Puán 1-6 a fines del Holoceno medio (ca. 3,300
años AP); la muestra de Laguna Tres Reyes 1 a comienzos del Holoceno
tardío (ca. 2,000 años AP); y, finalmente, la muestra de Laguna Los Chilenos
1 a momentos inmediatamente previos a la llegada de los europeos a la
región (ca. 500 a 400 años AP). No se han desarrollado hasta el presente
estudios específicos dirigidos a establecer cuantitativamente el grado de
similitud o diferencia morfológica entre estas cuatro series esqueletarias.
Sin embargo, de un modo cualitativo puede establecerse un conjunto de
similitudes y diferencias entre ellas, tanto a nivel del esqueleto craneal como
del esqueleto postcraneal. Los únicos datos cuantitativos disponibles se
hallan referidos a las dimensiones lineales de los huesos largos. Las tablas
VII.1. y VII.2. muestran la comparación entre las estaturas probables
calculadas a partir del fémur de individuos adultos masculinos y femeninos
de las cuatro muestras (fórmula de regresión para mongoloides; Trotter,
1970). En el caso de los individuos masculinos de LCH1 y femeninos de TR1
y LCH1, sólo pudieron tomarse mediciones en un sólo individuo, lo que
afecta la validez de la comparación. Sin embargo, si se asumen esos valores
como representativos, no se observan, dentro de cada sexo, diferencias
significativas entre las estaturas medias correspondientes a cada serie. Si
bien las dimensiones lineales de los huesos largos parecen no diferir
significativamente, los individuos de Arroyo Seco 2 presentan huesos más
gráciles que los de Tres Reyes 1 y Laguna Los Chilenos 1. En particular, los
individuos masculinos de Laguna Los Chilenos 1 manifiestan una mayor
tendencia hacia la robustez ósea, muy similar a la encontrada en las series
esqueletarias del Norte de Patagonia.
La morfología craneana resulta difícil de comparar debido a la presencia
de individuos con deformaciones artificiales y postdepositacionales. Este
último tipo de alteración afecta particularmente a la muestra de Arroyo Seco
2 (ver Capítulo VI). En los casos en los que se verifica algún tipo de
deformación craneana, los componentes faciales resultan, en general, menos
afectados que los componentes funcionales del neurocráneo . La
comparación visual de los primeros sugiere la existencia de diferencias tanto
a nivel intra como intermuestral, que necesitan ser analizadas con mayor
profundidad en el futuro (Figuras VII.3.1. a VII.3.4.).

VII.4. Deformación craneana artificial


Como señalaramos en el Capítulo V, en nuestra área de estudio se hallan
presentes los tres tipos principales de deformación craneana artificial
definidos por Imbelloni (1923). Si bien en algunas localidades arqueológicas
se ha registrado la presencia de más de un tipo de deformación (i.e. Laguna
La Larga), en ningún sitio particular se ha verificado la existencia de más de
un tipo en entierros que puedan ser considerados como contemporáneos.
Por el contrario, la distribución temporal de los diferentes tipos de
deformación craneana presenta una clara tendencia (Figura VII.4.1.). La
deformación circular representa el tipo más antiguo y el de mayor
persistencia a través del tiempo. Su más temprana presencia se ha
registrado en algunos de los individuos correspondientes al segundo y tercer
momento de inhumación de Arroyo Seco 2 (ca. 7,000-6,300 años AP) (Figura
VII.4.2.). Su aparición más tardía se halla representada en Laguna de Puán
1-6 (ca. 3,300 años AP) (Oliva, et al., 1991) (Figura VII.4.3.). En Pampa Seca,
dos individuos con este tipo de deformación provenientes de la localidad
Tapera Moreira han sido fechados en 2,630 ± 60 y 2,960 ± 50 años AP
(Berón, 1997). La deformación tabular oblicua se halla representada en sólo
5 sitios (Figuras VII.4.4. a VII.4.6.). Dos de ellos, La Toma y Laguna Tres
Reyes 1, presentan dataciones radiocarbónicas situadas alrededor de los
2,000 años AP (Barrientos y Madrid, 1997). Por último la deformación
tabular erecta, la de mayor frecuencia y dispersión areal, ha sido fechada en
Laguna Los Chilenos 1 en 470 ± 80 años AP (Barrientos et al., 1995) (Figura
VII.4.7.).
En la actualidad, resulta difícil otorgar un significado preciso a las
distribuciones temporales, espaciales, intragrupales (sexuales o de algún
otro tipo) de las distintas clases de patrones deformatorios en poblaciones
cazadoras-recolectoras prehistóricas. Sin embargo, puede hipotetizarse que
estas prácticas jugaron un rol importante en los procesos de diferenciación
cultural o étnica entre y dentro de distintas poblaciones, posiblemente
vinculados a cambios en ciertos parámetros demográficos y
organizacionales.

VII.5. Prácticas mortuorias


Respecto de las prácticas mortuorias, se observan en el registro dos
rasgos particularmente significativos. Uno de ellos es el uso recurrente, a
través de milenios, de una misma área para el desarrollo de actividades
funerarias en conjunto con otras actividades no rituales. Esta situación se
halla representada en el sitio Arroyo Seco 2 (ca. 8,000 a 6,000 años AP). El
otro rasgo es la existencia de áreas formales de entierro, aparentemente a
partir de comienzos del Holoceno tardío (ca. 2,000 años AP). Arroyo Seco 2
no puede ser considerado como un área específica o formalizada de entierro,
debido a que no reúne dos de los principales criterios de definición
proporcionados por Pardoe (1988). En primer lugar, la distribución de las
tumbas no presenta un patrón discernible - al menos por el momento - ni en
cuanto a orientación ni en cuanto a distancia u otro tipo de relación
espacial. En segundo lugar, el componente arqueológico probablemente
asociado con los eventos de depositación de la mayoría de los entierros
registrados, el Componente Inferior, parece ser el resultado de múltiples
actividades, no todas ellas relacionadas con la disposición de cadáveres
(Politis, 1984; 1988). Si bien parece haber sido utilizado en forma
discontinua pero recurrente a través del tiempo para la inhumación de
numerosos individuos (ver Capítulo VI), después de los 6,000 años AP
aproximadamente deja de ser utilizado con ese fin. Sólo durante el Holoceno
tardío vuelven a producirse en el lugar eventos de inhumación.
Es durante este último período que aparecen en el registro regional
verdaderas áreas formales o específicas de entierro, caracterizadas por la
ausencia de evidencias de uso de esos espacios para la realización de
actividades no vinculadas con el ritual (i.e. Túmulo de Malacara, Laguna Los
Chilenos 1). En el Sudeste de la Región Pampeana, parece haber una
asociación estrecha entre la formalización de áreas de entierro y la práctica
del entierro secundario. Se han podido identificar dos tipos de entierros
secundarios a nivel regional. Uno de ellos (Tipo 1), asociado a la práctica de
la deformación tabular oblicua, se caracteriza por estar constituído
básicamente por el cráneo y los huesos largos, con una muy baja frecuencia
de otras partes esqueletarias (Arroyo Seco 2 y Túmulo de Malacara). En el
otro tipo (Tipo 2), asociado a la presencia de deformación tabular erecta, se
hallan representadas casi la totalidad de las partes esqueletarias, aunque
con distinta frecuencia. En la mayoría de los casos registrados (Campo
Brochetto, Laguna Los Chilenos 1, Napostá, La Petrona), se verifica la
presencia de pigmento rojo, y con menor frecuencia amarillo, sobre algunos
de los huesos que integran el entierro. En el primer caso el NMI calculado
varía entre 1 y 5, mientras que en el segundo caso, el NMI varía entre 1 y 14.
Las diferencias de MAU% entre los dos tipos de entierro secundario se
observan en la Figura VII.5.1.
A través de una correlación de diversos rasgos presentes en cinco sitios
del área (posición de los entierros, tipo de ajuar, tipo de deformación
craneana), se ha propuesto que el primer tipo de entierro secundario
descripto correspondería cronológicamente a comienzos del Holoceno tardío
(Barrientos y Madrid, 1997). En base a la gran similitud formal entre los
diversos casos, parece razonable considerar al fechado de Laguna Los
Chilenos 1 (470 ± 80 años AP) como indicador de la posición cronológica del
segundo tipo de entierro secundario (Barrientos et al., 1996) (Figura VII.5.2.).
La importancia de la recurrente asociación entre áreas formales de
entierro y entierros secundarios radica en que, empíricamente, ambos rasgos
se correlacionan con cambios en las relaciones ecológicas, tanto a nivel del
entorno natural como social (ver Apartado I.3.). Entre los cambios más
importantes implicados, pueden mencionarse un manejo más territorial de
los recursos críticos, mayor densidad demográfica, restricción de la
movilidad residencial y surgimiento de grupos de descendencia lineal, en
oposición a la banda bilateral característica de los cazadores-recolectores
más móviles. En el caso del Sudeste de la Región Pampeana, no se dispone
aún de un gran cuerpo de evidencia que apoye la hipótesis de que el
surgimiento de áreas formales de entierro y de los entierros secundarios se
halla vinculado a cambios sustanciales en la ecología de las poblaciones
humanas durante el Holoceno tardío. Sin embargo, en otras secciones del
presente capítulo se expondrán líneas complementarias de evidencia que
sugieren el alto grado de probabilidad de la misma.

VII.6. El modelo
En los apartados anteriores hemos mostrado que el comienzo o
desaparición de rasgos asociados a la variación biológica y/o étnica de las
poblaciones prehistóricas de nuestra área de estudio coinciden,
aproximadamente, con algunas de las soluciones de continuidad en la
distribución de los fechados radiocarbónicos. Esto indicaría la posibilidad de
que algunas de las discontinuidades observadas en el registro no sean
solamente el resultado de sesgos de muestreo. En este sentido, la que
presenta mayores probabilidades de responder a otras causas (i.e.
paleoambientales), es la correspondiente al Holoceno medio, entre
aproximadamente 6,000 y 5,000 años AP. La ausencia de dataciones
correspondientes a ese lapso en ésta y otras áreas vecinas indicaría, o bien
la ausencia de ocupación humana (i.e. por migración o extinción local de
poblaciones), o bien la disminución de la visibilidad arqueológica de los
grupos debida a una significativa reducción de la densidad poblacional,
asociada a cambios en la organización de los sistemas de asentamiento y
subsistencia (i.e. mayor movilidad, menor redundancia en la ocupación,
diferente localización de las áreas de actividad, etc.). En cualquiera de los
dos casos, su efecto sobre el proceso evolutivo de las poblaciones pampeanas
prehistóricas pudo haber sido de gran magnitud.
En la Región Pampeana no parecen haber existido en el pasado
condiciones para el aislamiento de poblaciones (i.e. barreras geográficas),
como las que se infieren para ciertas áreas de Patagonia (ver Borrero,
1994/1995). Por ello, resulta poco probable que la variabilidad morfológica
que se observa a través del tiempo sea el resultado de la acción de
mecanismos evolutivos actuantes sobre poblaciones pequeñas y aisladas
desde un punto de vista reproductivo, tales como la deriva génica. Antes
bien, parece mucho más probable que tales diferencias sean el resultado de:
a) recambios poblacionales debidos a procesos de emigración y/o extinción
local de poblaciones, y/o b) flujo génico entre distintas poblaciones debido a
procesos de inmigración. El principal, pero de ningún modo único, factor
regulador de la acción de estos mecanismos pudo haber sido la alteración de
la estructura de los recursos como consecuencia de los cambios ambientales
ocurridos en la región en distintos momentos del Holoceno. Politis (1984)
propuso un modelo para el área Interserrana en el que postuló que la
densidad humana habría sido mayor durante aquellos momentos con
condiciones climáticas áridas o semiáridas, en la medida en que tales
condiciones habrían aumentado la capacidad sustentadora del área. Por el
contrario, la densidad poblacional habría sido menor durante los ciclos
climáticos húmedos-subhúmedos debido a la retracción de los principales
recursos hacia áreas vecinas (i.e. guanacos, vegetales de la Provincia del
Espinal). En base a la evidencia arqueológica y paleoambiental disponible
(Figura VII.6.1.), proponemos a modo de hipótesis de trabajo que los cambios
ecológicos asociados con el Hypsitermal habrían involucrado una notable
reducción de la densidad demográfica como resultado de reajustes
poblacionales debidos principalmente a procesos de emigración y/o
extinción local de poblaciones humanas. El paulatino incremento en la
densidad demográfica del área habría sido posible a partir de la instauración
de condiciones áridas-semiáridas (ca. 5,000 a 4,500 años AP; cf. Heusser,
s/f; Madrid y Politis, 1991; Nieto y Prieto, 1987; Prieto, 1996; Zárate y
Blassi, 1993). Sólo desde fines del Holoceno medio (ca. 4,000-3,000 años AP)
se habrían creado las condiciones para producir una ocupación efectiva del
espacio (en el sentido de Borrero, 1994/1995). Los mecanismos de
diferenciación biológica y étnica entre poblaciones humanas a partir de este
momento debieron involucrar, principalmente, procesos de inmigración y
flujo génico.
Desde un punto de vista arqueológico, no hay evidencias suficientes para
discutir la naturaleza ni los mecanismos de los procesos de diferenciación
temporal y microrregional entre las poblaciones de fines del Holoceno medio
y comienzos del Holoceno tardío. Por el contrario, sí disponemos de evidencia
para discutir estos procesos durante la última fase del Holoceno tardío,
previo a la llegada de los europeos a la región (ca. 1,000-400 años AP). Para
este período, hay evidencia arqueológica creciente acerca de la expansión de
poblaciones humanas desde el área Nordpatagónica (sector inferior de la
cuenca de los ríos Colorado y Negro, y Costa Sur Pampeana) hacia las
llanuras situadas a ambos lados del sistema serrano de Ventania. La
existencia y probable cronología de este proceso, definido como
"genenización" 1 de la Pampa Bonaerense, ya había sido sugerida con
anterioridad por R. Casamiquela, en base a evidencias lingüísticas,

1 De Gününa Kenna o Tehuelches Septentrionales, en el sentido de Casamiquela (1969).


genealógicas y etnohistóricas (Casamiquela y Moldes, 1980: 31; cf.
Casamiquela, 1969; 1990; 1991).
Si bien nuestro conocimiento de la arqueología del extremo sur de la
Región Pampeana y del área Nordpatagónica adyacente es aún escaso, hay
evidencia que indica que ésta fue probablemente un área en la cual el efecto
de saturación local del espacio se produjo con particular intensidad durante
el Holoceno tardío (Borrero, 1994/1995; Nacuzzi y Fisher, 1988). El registro
arqueológico y bioarqueológico de esta zona muestra que la densidad de la
ocupación humana fue, durante este período, probablemente superior a la
de las áreas adyacentes. En particular, esta situación está sugerida por la
gran cantidad de sitios con entierros humanos situados a distancias
relativamente cortas entre sí, una situación generalmente atípica entre
cazadores-recolectores (ver Fisher y Nacuzzi, 1992). La saturación local del
espacio pudo haber creado las bases para el surgimiento de diversos
mecanismos dependientes de la densidad, tales como reajustes territoriales,
conflictos a nivel intra e intergrupal, competencia por territorios de alta
productividad, etc. El registro arqueológico de esta área muestra que las
poblaciones cazadoras-recolectoras que la habitaron durante el Holoceno
tardío pusieron un mayor énfasis en la producción de cultura material no
directamente relacionada a las actividades de subsistencia, respecto a
grupos contemporáneos de otras áreas de la Región Pampeana (i.e. adornos
auriculares, botones labiales o tembetá, placas grabadas, hachas pulidas y
grabadas, etc.; ver Outes, 1926; Torres, 1922; Willey, 1946). Esto puede ser
interpretado como el resultado de un incremento en la diferenciación
cultural o étnica entre grupos sociales, el cual tiende a ocurrir cuando se
produce un aumento en los niveles de competencia intra e intergrupal
(Hodder, 1979; 1982; 1985), asociados a la existencia de hábitats más
controlados y mejor delimitados, a un incremento en la densidad poblacional
y a una reducción del tamaño de los territorios o rangos de acción (en el
sentido de Binford, 1982). El registro muestra, asimismo, un uso intenso de
productos vegetales, inferible a partir de la gran cantidad de artefactos de
molienda recuperados en estos sitios (Orquera, 1987; Outes, 1926). Un
conjunto de rasgos característicos de esta área se manifiesta, aunque con
una frecuencia menor, en lugares localizados más al norte, en la llanura
situada al oeste del sistema serrano de Ventania y en la llanura
Interserrana. En ellos se han identificado áreas específicas para la
disposición de entierros humanos, en las cuales se hallan presentes tanto
entierros primarios como secundarios (Laguna Los Chilenos 1, Campo
Brochetto; Barrientos y Leipus, 1995; Barrientos et al., 1995; 1996), y sitios
con gran cantidad de entierros humanos, situados a muy corta distancia
unos de otros (i.e. Cuenca del Sauce Chico y Napostá; N. Cinquini, com.
pers. a F. Oliva, 1988). Los entierros secundarios de estos sitios guardan
entre sí una marcada similitud formal y estructural (i.e. representatividad
de partes esqueletarias), con los entierros secundarios de las cuencas de los
ríos Colorado y Negro y con la Costa Sur Pampeana (entierros secundarios
de Tipo 2) (Barrientos et al., 1996). En sitios localizados en la llanura
situada al O. de Ventania, y en el área Interserrana, se han recuperado
placas grabadas y hachas pulidas similares a las del Norte de Patagonia
(Barrientos et al., 1995; Crivelli Montero, 1991; Kiehr y Medina Zambelli,
1973; Oliva, 1996 com.pers.). En los partidos de Guaminí y Adolfo Alsina se
han recuperado en superficie por lo menos cuatro tembetá igualmente
similares a los del Norte de Patagonia (Hiriart, 1997, com.pers.). La
distribución de la deformación craneana tabular erecta muestra también
una conexión entre el extremo sur de la Región Pampeana y Nordpatagonia
(Bórmida, 1953/1954), con las llanuras situadas a ambos lados del sistema
serrano de Ventania. Una explicación plausible de esta situación podría ser
la existencia de una expansión de los grupos localizados en el extremo sur
de la Región Pampeana y en Nordpatagonia hacia territorios ubicados al
norte de esta área, en algún momento durante los últimos 1,000 años
radiocarbónicos AP. En tal caso, cabe preguntarse cuáles son las bases
ecológicas que podrían permitir tal expansión. Bettinger y Baumhoff (1982),
basados en conceptos y modelos derivados de la ecología evolutiva (i.e.
Patch Models y Diet Models), dedujeron un continuum teórico de las
estrategias de adaptación y supervivencia de cazadores-recolectores, que
especifica relaciones precisas entre población, recursos, movilidad,
asentamiento y subsistencia. Este modelo es conocido como el continuum
travelers-processors (viajeros-procesadores). Al igual que el modelo foragers-
collectors (Binford, 1980), la distinción entre travelers y processors no debe
ser interpretada en términos tipológicos, sino como un conjunto ideal de
estrategias interrelacionadas, pero que pueden ser puestas en práctica con
una intensidad diferencial por distintos grupos, o aún por un mismo grupo
bajo condiciones ecológicas distintas. Una situación “traveler” típica implica
un conjunto de estrategias tales como: a) una duración breve de cada
asentamiento residencial; b) una larga distancia entre asentamientos; c) baja
densidad poblacional; d) una alta sensibilidad al cambio demográfico; e) un
espectro relativamente estrecho de recursos; f) una relación
mujeres/hombres (tasa sexual) baja; g) una concentración de los costos de
subsistencia en las actividades de viaje, búsqueda y exploración; y h) un
bajo fitness competitivo (Bettinger, 1991). El otro extremo de este continuum
de estrategias de movilidad, subsistencia, asentamiento y demografía está
constituído por el conjunto ideal de estrategias características de los
“processors”. Los “processors” se caracterizan por a) una permanencia
prolongada en los asentamientos; c) una distancia corta entre cada
asentamiento; c) alta densidad demográfica; d) una baja sensibilidad al
cambio demográfico; e) un espectro amplio de recursos explotados; f) una
tasa sexual enriquecida en mujeres; g) una concentración mayor de los
costos de subsistencia en las actividades de obtención y procesamiento de
alimentos; y h) un alto fitness competitivo (Bettinger, 1991; Bettinger y
Baumhoff, 1982; 1983). En el modelo traveler-processor, a medida que la
población aumenta su densidad, la amplitud de la dieta se incrementa y,
junto con ella, se incrementa el procesamiento, esto es, los costos del manejo
(tanto en términos absolutos como proporcionales) y el costo total de la
dieta. Al mismo tiempo, debido a que las tasas de retorno totales y las tasas
de retorno derivadas del tiempo invertido en actividades de caza y
recolección dentro de áreas de mayor concentración de recursos ("resource
patches") caen, los beneficios del desplazamiento entre áreas de mayor
concentración de recursos también decrecen. Consecuentemente, el tiempo
invertido en cualquier "patch" determinado aumenta y, por esta misma razón
y debido a que la selectividad de áreas de alta concentración de recursos
también declina, la proporción total de tiempo invertido viajando entre
"patches" altamente productivos decrece en forma concomitante. Debido a
que un incremento en la densidad de población necesariamente implica una
mayor utilidad (y por lo tanto demanda) para el tiempo invertido en el
procesamiento, se desprende que el incremento total en la población debería
ser seguido por un incremento en el tamaño y elaboración de los conjuntos
de artefactos vinculados al procesamiento (i.e. artefactos de molienda). Dado
que el procesamiento de alimentos es una tarea casi universalmente
femenina (i.e. cocción de los alimentos, molienda de semillas), el incremento
de la población podría producir una mayor demanda económica de mujeres.
Una expectativa clara derivada de esta situación sería un decrecimiento en
la tasa de infanticidio femenino. Este modelo ha sido desarrollado para dar
cuenta de la expansión de poblaciones de habla Numic del SE de California,
al área de la Gran Cuenca en el centro-oeste norteamericano (Bettinger y
Baumhoff, 1982; 1983; Young y Bettinger, 1992). Se ha argumentado que
este movimiento de población fue precipitado por una creciente presión
demográfica (sensu Keeley, 1988) en el SE de California, que eventualmente
condujo a los grupos de esta área a adoptar una estrategia processor que
implicaba una baja movilidad residencial en combinación con el uso
intensivo de recursos de baja calidad, que requieren de un procesamiento
intensivo (i.e. semillas de gramíneas). Con esta estrategia firmemente
establecida alrededor del año 1,000 AD, los grupos aborígenes del SE de
California estuvieron preadaptados para su expansión a las partes
adyacentes de la Gran Cuenca. Estas eran ocupadas hasta ese momento por
grupos con una alta movilidad residencial y un uso selectivo de recursos, en
particular mamíferos de gran tamaño (i.e. cabra montesa) (Larsen y Kelly,
1995). Bettinger y Baumhoff (1982; 1983) mostraron que, en general, grupos
con estrategias processor gozaban de una mayor ventaja competitiva sobre
grupos con estrategias traveler. Los grupos Numic competían por todos los
recursos que constituían la base de subsistencia de los grupos de la Gran
Cuenca, mientras que éstos competían sólo por algunos de los recursos
utilizados por los Numic, e ignoraban la mayor parte de los recursos con un
alto costo de procesamiento, que constituían sólo una parte del espectro
total de recursos explotados por los grupos de habla Numic. Debido a ello,
los grupos de la Gran Cuenca no pudieron detener la expansión territorial de
la adaptación Numic (Young y Bettinger, 1992).
El escenario planteado por Bettinger y Baumhoff podría presentar
importantes analogías con el caso pampeano, que merecen ser investigadas.
Hasta el momento, sólo hemos planteado la plausibilidad, sobre bases
ecológicas bien establecidas, de la expansión de grupos de Nordpatagonia y
del extremo sur de la Región Pampeana hacia las llanuras del norte en algún
momento durante los últimos 1,000 años radiocarbónicos. Esta debe ser
demostrada mediante la realización extensiva de investigaciones
arqueológicas y bioarqueológicas en la parte inferior de la cuenca de los ríos
Colorado y Negro, en la Costa Sur Pampeana y en las cuencas de los ríos y
arroyos nacidos a ambos lados del sistema serrano de Ventania (i.e.
Chasicó, Sauce Chico, Napostá; Sauce Grande).

VII.7. Expectativas biológicas


Para analizar y evaluar la composición de la dieta y el estado de salud y
nutrición de una población a partir del estudio de restos óseos, resulta
necesario disponer de una serie de expectativas iniciales acerca de la
probable distribución intra e intergrupal de los diferentes indicadores
analizados. La comparación entre los hechos esperados y los hechos
observados es uno de los principales medios con los que contamos para dar
significado a nuestras observaciones acerca del registro.
Las expectativas a partir de las cuales se puede interrogar al registro
bioarqueológico de nuestra área de estudio acerca de la salud, estado
nutricional y dieta de las poblaciones humanas durante el Holoceno,
provienen de dos fuentes principales: a) generales, y b) específicas. La
expectativas generales derivan de la información actualística (i.e. etnográfica,
demográfica, epidemiológica) y bioarqueológica acerca de cazadores-
recolectores contemporáneos y prehistóricos, en tanto que las específicas
derivan de la información arqueológica y bioarqueológica del área.
En el capítulo III señalamos que en la actualidad se disponen de muy
pocos estudios bioarqueológicos acerca de cazadores- recolectores con un
grado significativo de movilidad. La información etnográfica existente acerca
de este tipo de poblaciones indica que los diversos grupos analizados varían
en casi todos los parámetros medidos (i.e. composición de la dieta, patrones
de fertilidad, morbilidad y mortalidad, etc.), lo que implica que, más allá de
ciertas características generales, no es posible identificar un patrón
"típicamente" cazador-recolector. Todo esto hace que resulte difícil derivar
expectativas biológicas precisas para este tipo de poblaciones y evaluar el
grado en que cada caso particular se ajusta o aparta respecto a algún patrón
específico previamente identificado.
Desde un punto de vista muy general es esperable que las muestras
derivadas de poblaciones cazadoras-recolectoras pampeanas de diferentes
momentos del Holoceno muestren frecuencias bajas de hiperostosis porótica,
lesiones óseas debidas a procesos infecciosos, caries y enfermedades
periodontales, y frecuencias relativamente más altas de hipoplasias del
esmalte dental y líneas de Harris (Cohen y Armelagos, 1984; Huss-Ashmore
et al., 1982; Larsen, 1987; Luckacs, 1989). Al mismo tiempo son esperables
altos grados de desgaste dental (Hinton, 1981; Luckacs, 1989; Molnar,
1971). Los datos de prevalencia de hipoplasias del esmalte dental calculados
a partir del análisis de diversas muestras de poblaciones cazadoras-
recolectoras prehistóricas (Goodman et al., 1984; Guichón, 1993;
Hutchinson y Larsen, 1995 y bibliografía allí citada), muestran una gran
dispersión (16% a 99%) alrededor de una media del 55%. Respecto de las
líneas de Harris, los datos disponibles indican prevalencias medias
superiores al 50% entre cazadores-recolectores (Cohen y Armelagos, 1984).
La prevalencia media de hiperostosis porótica y de lesiones óseas debidas a
procesos infecciosos es de aproximadamente 20% en ambos casos (Cassidy,
1984; Cook, 1984; Huss-Ashmore et al., 1982; Guichón, 1993; Lallo et al.,
1978; Hutchinson y Larsen, 1995; Mensforth, 1991). En un nivel más
específico, resulta esperable identificar variaciones temporales pero no
espaciales en las frecuencias relativas de los distintos indicadores
mencionados. Más allá de las obvias diferencias fisiográficas en la
distribución y estructura de los recursos, los principales recursos utilizados
por las poblaciones aborígenes pampeanas parecen haber estado
distribuídos de un modo similar en áreas ecológicamente equivalentes (i.e.
llanura Interserrana y llanura al SO de Ventania). De igual modo, la
evidencia proveniente de los sitios arqueológicos situados en distintos
lugares del área muestran que las poblaciones humanas hicieron uso de los
recursos de los tres principales ambientes disponibles: llanuras, sierras y
costa (Oliva, 1997; Politis, 1984). Los diversos mecanismos posibles
empleados para la explotación o adquisisión de tales recursos (movilidad
residencial y logística, intercambio, etc.), seguramente tendieron a disminuir
los efectos de las incongruencias espaciales en su distribución y,
consecuentemente, su efecto sobre la salud y la nutrición de estas
poblaciones.
La probable reducción en la movilidad residencial y el probable aumento
en la proporción de alimentos vegetales en la dieta inferidos para el Holoceno
tardío, podría implicar un aumento en la prevalencia de los distintos
indicadores de stress ambiental (nutricional e infeccioso) respecto al
Holoceno temprano y medio. La magnitud de ese aumento, sin embargo, no
debería ser grande debido a que los probables procesos de cambio en los
sistemas de asentamiento y subsistencia de las poblaciones más tardías
respecto de las más tempranas pueden ser considerados sólo como procesos
de intensificación de ciertos componentes ya presentes en esos sistemas, y
no como procesos conducentes a organizaciones cualitativamente distintas.
En relación a la composición de la dieta, pueden generarse expectativas
en función de dos ejes principales: a) alimentos vegetales-alimentos animales
y b) alimentos terrestres-alimentos marinos. Respecto al primero de ellos, la
información específica disponible acerca de la importancia relativa de los
alimentos de origen vegetal y animal en la dieta de estas poblaciones se halla
profundamente sesgada. En el área de estudio, los diversos agentes y
procesos postdepositacionales actuantes sobre los restos orgánicos tienden,
en términos generales, a posibilitar la supervivencia de los restos óseos y a
promover la destrucción de los restos macrovegetales (i.e. hojas, semillas).
Esto ha conducido a sobreenfatizar en la literatura el rol de la caza y,
consecuentemente, del consumo de alimentos de origen animal en la
economía y subsistencia de las poblaciones prehispánicas (Politis y
Salemme, 1989: 354) (Tabla VII.3.). La principal evidencia a favor del
consumo de alimentos vegetales es de carácter indirecto, y proviene de la
presencia, en frecuencia variable, de artefactos de molienda en distintos
sitios del área (i.e. molinos planos, morteros, manos, etc.). Sin embargo,
debido a la posibilidad de usos alternativos de estos artefactos (i.e.
procesamiento de pigmentos minerales) y a la ausencia de análisis
específicos dirigidos a resolver este problema, los datos referidos a la
presencia/ausencia y frecuencia relativa intersitio de estos items materiales
no pueden ser usados de un modo simple para realizar inferencias acerca de
la proporción de alimentos de orígen vegetal en la dieta de las poblaciones
pampeanas durante el Holoceno. Una de las vías disponibles para alcanzar
este objetivo se basa en el uso del modelo de "dependencia de cazadores-
recolectores sobre alimentos recolectados" 2 desarrollado por Binford (1991).
Este modelo combina información etnográfica correspondiente a 143
sociedades (Binford, 1990; Murdock, 1967) e información geoclimática
correspondiente a la distribución latitudinal de los valores de "temperatura
efectiva" (ET) (Bailey, 1960). La ET mide la relacion entre la duración de la
estación de crecimiento de los vegetales y la intensidad de la radiación solar
al comienzo y al final de la estación de crecimiento. Sus valores oscilan entre
8°C (el valor mínimo posible), verificado en la Antártida, y 26°C en áreas
ecuatoriales con una duración de la estación de crecimiento de 365 días. El
rasgo más notable del modelo empírico presentado por Binford, que se halla
representado en la Tabla VII.4., es que los casos considerados se ordenan en
un claro patrón: para cada incremento en ET, existe un desplazamiento de
los valores hacia abajo en sentido diagonal, mostrando una mayor
dependencia de los cazadores-recolectores sobre alimentos vegetales, a
medida que nos aproximamos a los trópicos.
Bajo las condiciones climáticas actuales, para latitudes comprendidas
entre 37° y 39° (latitudes medias) en ambientes continentales y litorales de
llanura, como los representados en nuestra área de estudio, los valores de

2 Los alimentos recolectados incluyen también items no vegetales tales como moluscos
(Binford, 1991).
ET se aproximan a 14°C. Como un medio de controlar las variaciones en las
condiciones climáticas ocurridas en el área durante los últimos 12,000 años,
estimamos que los valores de ET pueden haber variado durante el
Pleistoceno final y el Holoceno entre 13°C y 14.5°C (clima templado
moderado a fresco, en el sentido de Bailey, 1960: 8). Empíricamente, el
modelo muestra que para 14°C de ET, el 58,8% (frecuencia modal) de las
sociedades cazadoras recolectoras consideradas (N=17) poseen una
dependencia cercana al 40% sobre alimentos recolectados. Para 13°C de ET,
el 35,7% (frecuencia modal) de las sociedades analizadas (N=28) posee dietas
basadas en un 50% de alimentos recolectados. Combinando ambas ET, el
rango de dependencia sobre alimentos recolectados varía entre 10% y 60%,
con una frecuencia modal situada en 40% (Figura VII.7.1.). De este modo, se
puede derivar una expectativa acerca de la proporción de alimentos vegetales
en la dieta de las poblaciones pampeanas tomando en consideración
variables climáticas. Sin embargo, resulta necesario tomar en consideración
las probables variaciones en las propiedades organizacionales de estas
poblaciones a través del tiempo. De acuerdo con el modelo propuesto, es
esperable que bajo condiciones de alta movilidad y baja densidad poblacional
como las inferibles para el Pleistoceno final y comienzos del Holoceno
temprano, el porcentaje de alimentos recolectados se haya acercado al límite
inferior del rango correspondiente a 13°C-14°C de ET. Por el contrario, es
probable que bajo las condiciones inferidas para los últimos 1,000 años
radiocarbónicos, sobre todo en el sector de llanura situado al SO del sistema
de Ventania (i.e. mayor densidad poblacional, uso de estrategias de
intensificación en el manejo de recursos), el porcentaje de alimentos
recolectados haya sido tan alto como el 60% o más del total de la dieta.
Respecto a la relación alimentos terrestres-alimentos marinos, los datos
tecnológicos y zooarqueológicos indican que la dieta de las poblaciones
pampeanas durante el Holoceno estuvo compuesta principalmente por
alimentos de orígen continental. Esta dieta estuvo complementada, en una
proporción desconocida, con algunos recursos de orígen marino,
principalmente mamíferos marinos tales como los lobos de uno y dos pelos
(Arctocephalus australis y Otaria flavescens) (Bayón y Politis, 1996; Politis et
al., 1994; Lorenzini, 1994). El consumo de moluscos marinos no parece
haber sido representativo en ningún momento durante el Holoceno, como
sugiere la escasez o ausencia de acumulaciones de valvas de origen
antrópico a lo largo del litoral marítimo situado entre Mar del Plata y Bahía
Blanca (i.e. Politis, 1984; Zabala et al., 1994). Por el contrario, hay
evidencias acerca de su explotación como materia prima para la confección
de artefactos ornamentales, tales como cuentas de collar (Oliva, 1987;
Politis, 1984). Los peces marinos aparentemente no fueron explotados
intensivamente con fines alimenticios. La única evidencia artefactual
posiblemente vinculada a la pesca, consiste en el hallazgo de dos anzuelos
de hueso recuperados en las barrancas de Necochea, actualmente
depositados en el Museo Nacional de Ciencias Naturales Bernardino
Rivadavia (Daino, 1970). Todo esto sugiere que, si los valores isotópicos de
restos óseos humanos (i.e. δ13C) indican consumo de alimentos marinos (ver
Tauber, 1981; Schwacz y Schoeninger, 1991; Katzemberg, 1992;
Schoenniger y Moore, 1992; Ambrose y Norr, 1993; Pate, 1994, entre otros),
la vía más probable de enriquecimiento en 13C de los tejidos humanos sería
a través de la ingesta de lobos marinos, un recurso explotable con tecnología
terrestre y posiblemente disponible, aunque en distinta densidad y
proporción etárea y sexual, en diferentes épocas del año (Politis, 1984).
PARTE 3. EL ESTUDIO BIOARQUEOLOGICO DE LA SALUD,
NUTRICION Y DIETA DE LAS POBLACIONES ABORIGENES
DEL SUDESTE DE LA REGION PAMPEANA

VIII. HIPOPLASIAS DEL ESMALTE DENTAL


VIII.1. Introducción
El término "hipoplasia del esmalte dental" debe ser considerado como el
nombre genérico aplicado a diversos disturbios en el desarrollo del esmalte
debidos a actividad ameloblástica anormal (Huss-Ashmore et al., 1982). En
general, una hipoplasia es el resultado de perturbaciones en la producción
de matriz del esmalte por parte de los ameloblastos. Estas pueden variar
desde una breve interferencia en el ritmo de crecimiento (o una breve
detención del mismo), hasta la muerte celular y el consecuente cese de la
producción de matriz (Hillson, 1990). Dos amplias categorías de stress
parecen dar cuenta de los distintos tipos de defectos en el esmalte: a)
insuficiencia de materiales necesarios para la formación o mineralización de
la matriz; y b) alteración del funcionamiento celular (Skinner y Goodman,
1992). El rango de posibles causas de defectos en la formación del esmalte
dental es muy amplio, incluyendo desórdenes cerebrales, raquitismo, tétano,
neumonia, sarampión, enfermedad gastrointestinal severa, nacimiento
prematuro, malnutrición, escorbuto, sífilis, desbalance hormonal,
hipovitaminosis A, exantema, alergia, trauma de parto, hiperparatiroidismo
materno primario, diabetes mellitus materna, asfixia neonatal, enfermedad
hemolítica del recién nacido, y escasa exposición a la luz solar (Pindborg,
1982; Skinner y Goodman, 1992 y bibliografia allí citada). Hasta el
momento, no resulta totalmente claro el modo en el cual diversos factores
(i.e. malnutrición, infección, etc.) afectan las actividades secretorias
normales de los ameloblastos. En consecuencia, resulta virtualmente
imposible establecer en cada caso cuál factor estresante particular es el
responsable específico de la formación de una hipoplasia. Sin embargo, como
bien plantean Skinner y Goodman (1992: 160), reconocer que las categorías
de stress conducentes a la formación de hipoplasias son amplias y no
mutuamente excluyentes, no implica necesariamente afirmar que las
hipoplasias son pobres indicadores de stress nutricional (Neiburger, 1990).
La clave reside en la proposición y evaluación de modelos que relacionen de
un modo preciso las distintas variables potencialmente influyentes en la
generación de hipoplasias, para lo cual resulta muy necesario ampliar la
base de datos experimentales y observacionales disponibles, a partir del
estudio de poblaciones actuales. Los trabajos experimentales existentes,
muchos de ellos desarrollados en las décadas de 1930 y 1950, han sido
realizados sobre ovejas (Suckling et al., 1983; 1986) y sobre roedores, cuya
fisiología de formación del esmalte es significativamente diferente de la de
otros mamíferos (Fejerskov, 1979). Los estudios epidemiológicos de
poblaciones actuales son relativamente más recientes. Estos estudios
muestran que las hipoplasias del esmalte tienden a ser más frecuentes bajo
condiciones de bajo status socioeconómico, una creciente exposición a las
enfermedades, y un decreciente acceso a los alimentos y a otros recursos
básicos (Dobney y Goodman, 1991; Goodman, 1993; 1994; Goodman et al.,
1991; 1992; Infante, 1974; Sweeney et al., 1971). El modelo de formación de
las hipoplasias del esmalte dental más reciente es el propuesto por Alan
Goodman (Dobney y Goodman, 1991; Goodman, 1994), basado en el
concepto de "punto crítico" o "umbral" de sensibilidad. De acuerdo con este
modelo, la fisiología de los ameloblastos se ve afectada por el estado
nutricional subyacente; sin embargo, una pobre nutrición raramente es
causa suficiente para ocasionar la detención de la producción de matriz del
esmalte y la formación de una hipoplasia. Es mucho más probable que se
produzca la formación de una hipoplasia cuando un evento fisiológico
severo, tal como un trauma o una enfermedad aguda (i.e. infección
respiratoria, diarrea) afecta a un individuo sin reservas nutricionales
adecuadas (i.e. calorías, proteínas, retinol, hierro, etc). El estado de
malnutrición, en este sentido, actuaría disminuyendo el umbral de
sensibilidad de un individuo y su capacidad de amortiguar el stress (Dobney
y Goodman, 1991; Goodman, 1994).
Mas allá de nuestra actual ignorancia acerca de distintos aspectos
vinculados a los mecanismos específicos de formación de las hipoplasias del
esmalte, el estudio de éstas resulta particularmente importante en la
interpretación bioarqueológica de la dinámica de las poblaciones del pasado.
La principal razón radica en el hecho de que las hipoplasias son indicadores
generales de stress metabólico durante la infancia, un período crucial en la
vida de todo individuo. Debido a que los restos esqueletales de subadultos
están frecuentemente sub-representados en el registro, las hipoplasias nos
proveen de una opottunidad única de observar la experiencia de stress
ambiental infantil a través del estudio de los individuos adultos de una
población (Wright, 1996).

VIII.2. Materiales y Métodos


Se analizó una muestra de 946 dientes correspondientes a 47 individuos
de distinto sexo y edad (Tabla VIII.1). La muestra total se dividió por
período, según su cronología: a) Holoceno Temprano: Arroyo Seco 2 (N= 18);
b) Holoceno Medio-Tardío: Laguna Tres Reyes 1, Túmulo de Malacara, y
Laguna de Puán 1 y 6 (N= 11); c) Holoceno Tardío: Laguna Los Chilenos 1,
Napostá, Los Huecos 1 y Laguna La Larga (N= 18).
Para el análisis de las hipoplasias del esmalte se han desarrollado tres
técnicas distintas, diferenciadas según la clase de dientes utilizada:
- a) La técnica "del diente único", que utiliza un sólo tipo de diente para el
análisis. El diente más frecuentemente elegido es el canino mandibular
(Schulz y Mc Henry, 1975), debido a su período de crecimiento relativamente
extenso (entre los 0,5 y los 6,5 años según Massler et al., 1941 y Goodman et
al., 1980; o entre los 0,7 y los 4,5 años según Fanning y Brown, 1971) y a su
alta sensibilidad al stress ambiental. Aunque esta técnica es muy exacta y
replicable, no puede distinguir entre hipoplasias debidas a stress ambiental
no sistémico (i.e. debido a trauma local), o a malformaciones congénitas
(Huss-Asmore et al., 1982).
- b) La técnica "de dientes múltiples", que se basa en el exámen de la
totalidad de los dientes presentes. Esta técnica ofrece un registro del
desarrollo más extenso, es capaz de identificar los defectos no sistémicos y
permite ampliar el número de la muestra. Su principal desventaja es su
mayor complejidad, lo cual disminuye su grado de replicabilidad (Goodman
et al., 1980).
- c) La técnica denominada "del mejor diente", que combina el uso de los
caninos e incisivos, en razón que estos dos dientes registran hasta el 95% de
las disrupciones cronológicas del crecimiento. Su principal ventaja es la
reducción del tiempo insumido en el análisis, con una pérdida mínima de
información (Huss-Ashmore et al., 1982; Danforth et al., 1994),
compartiendo las desventajas de la técnica "del diente único".
Considerando que las tres técnicas descriptas presentan tanto ventajas
como desventajas en su aplicación, se decidió poner a prueba aquella que
mejor se adaptara a las características de la muestra en estudio. Se procedió
a determinar cuál era el diente, dentro de las diferentes muestras
analizadas, que registraba la mayor cantidad relativa de eventos de
inhibición del crecimiento. Para ello se calculó un índice de sensibilidad
(Isen), empleando la siguiente fórmula:
(1) Isen = Nl/Nd x 100,
donde Nl es igual al total de líneas contabilizadas para cada clase de diente,
y Nd es el total de unidades examinadas pertenecientes a cada una de esas
clases. A partir de los resultados obtenidos, se ordenaron en un ranking las
distintas clases de dientes según su grado decreciente de sensibilidad para
registrar eventos de detención del crecimiento y desarrollo del esmalte,
denominado Ranking de Sensibilidad. Posteriormente, se calculó un índice
de supervivencia (ISup):
(2) ISup = Nt/Nd x 100,
donde Nt es el total esperado, en función del tamaño de la muestra, de
dientes pertenecientes a cada una de las clases. Con los resultados
obtenidos, se construyó un Ranking de Supervivencia, que proporciona una
idea del estado de conservación general de la muestra. Por último, se
cotejaron ambos rankings con el objeto de verificar el grado de
representatividad en la muestra de aquellos dientes con un mayor grado de
sensibilidad respecto a la formación de bandas de hipoplasia. Los resultados
obtenidos (Tablas VIII.2 a VIII.7) indicaron que, en concordancia con los
estudios llevados a cabo por diversos investigadores (i.e. Goodman et al.,
1980; Lanphear, 1990; Smith y Pérez, 1986), el diente que presentaba una
mayor sensibilidad para el registro de líneas de hipoplasia fue el canino
inferior o mandibular, seguido en orden decreciente por el canino superior y
los incisivos superiores e inferiores. Sin embargo, estos dientes presentaron
un índice de supervivencia reducido, en especial el canino inferior. Los
resultados del análisis indican que, en general, los dientes anteriores
presentan una mayor probabilidad de pérdida postmortem debida a procesos
postdepositacionales, en relación a la dentición postcanina (premolares y
molares con excepción de los terceros molares inferiores y superiores, cuya
baja representatividad está influenciada por factores tales como la edad de
muerte del individuo, la retención dentro del maxilar, la ausencia
genéticamente determinada y, en menor grado, la pérdida
postdepositacional). Estos datos indicarían que las técnicas denominadas
del "diente único" y del "mejor diente" no resultan apropiadas en este caso,
ya que la baja representatividad de los dientes requeridos por ambas,
reduciría drásticamente el número de la muestra. Se concluyó, pues, que la
técnica de "dientes múltiples" se adaptaba mejor a las características
particulares de la muestra en estudio. En consecuencia, se analizaron la
totalidad de las piezas dentales disponibles para cada individuo para
establecer la prevalencia en las distintas muestras.
En este análisis, las hipoplasias fueron definidas como depresiones
lineares y transversales del esmalte, tanto continuas como discontinuas
(Goodman et al., 1980; Sarnat y Schour, 1941) (Figura VIII.1). Para su
detección, se examinó macroscópicamente la superficie de la corona de cada
diente con la ayuda de un explorador dental. También se realizó un
relevamiento microscópico con lupa binocular hasta 20X. Se utilizó
iluminación oblicua, con el objeto de acentuar cualquier irregularidad en la
superficie de la corona. Para cada hipoplasia, se determinó la posición
respecto a la unión del esmalte con la dentina en el cuello de cada diente
(UED). Esta distancia fue registrada en centésimas de milímetro, utilizando
un calibre digital Lutron modelo Digilog DC-515, con una resolución de 0,01
mm y una precisión de 0,03 mm (Tablas VIII.8 a VIII.10).
Con el fin de minimizar la probabilidad de computar como hipoplasias
distintos defectos en el esmalte debidos a diversas etiologías, entre ellas el
trauma local, se excluyeron del análisis aquellos casos en los cuales sólo se
registró la presencia de sólo una banda de hipoplasia en una sola pieza
dentaria. Un criterio importante en el diagnóstico diferencial de hipoplasias
de origen sistémico y no sistémico es la existencia de simetría en la
localización de las bandas de hipoplasias en la corona de las diferentes
clases de dientes pertenecientes a ambas mitades de cada maxilar. En este
estudio, se fijó como límite de tolerancia en la variación métrica entre
bandas de hipoplasia de dientes opuestos de cada maxilar (i.e. caninos
superiores izquierdo y derecho), una diferencia menor o igual a 50
centécimas de mm. En consecuencia, dos bandas de hipoplasia situadas
respectivamente en cada diente opuesto de un mismo maxilar fueron
consideradas como resultado de un mismo evento de stress cuando la
diferencia métrica entre ambas no fue mayor de 50 centécimas de mm.
Basados en este criterio, las comparaciones entre individuos se realizaron
mediante el cálculo del Número Mínimo de Eventos de Detención del
Crecimiento Dental (NMEDCD), definido a partir del número máximo de
eventos diferentes identificados en la clase de diente (i.e. canino inferior) con
mayor número de líneas de hipoplasias contabilizadas. Como un medio de
evaluar la confiabilidad de las determinaciones y la probabilidad de haber
computado principalmente hipoplasias debidas a procesos sistémicos, se
procedió a la comparación entre el número de pares de líneas de hipoplasias
simétricas (NPHS) y el número total de pares posibles identificados (NPHT),
expresada en el cálculo del Indice de Simetría (IS):
(3) IS= NPHS/NPHT x 100
Valores del índice cercanos a 100, indicarían una alta confiabilidad en la
determinación de las hipoplasias, una alta probabilidad de registro de
hipoplasias debidas a la acción sinérgica de diversos procesos sistémicos (i.e.
malnutrición, infección, etc.) y una baja probabilidad de cómputo de
hipoplasias debidas a causas no sistémicas (i.e. trauma local). Un factor
importante a tener en cuenta al analizar las hipoplasias del esmalte dental
es la edad etiológica o de formación de cada línea. Recientes avances en el
conocimiento del proceso de formación de la corona a nivel microestructural
han demostrado que los esquemas cronológicos utilizados para estimar la
edad de desarrollo de las hipoplasias (i.e. Goodman et al., 1980) poseen
errores significativos (Skinner y Goodman, 1992). Estos esquemas
generalmente asumen que el nivel más oclusal de cada diente coincide
temporalmente con la mineralización inicial visible radiográficamente
(Massler et al., 1941), y que la velocidad de formación de la corona de cada
diente es constante (Goodman, 1988; Goodman y Rose, 1990; Goodman et
al., 1987). Los estudios microestructurales muestran que aproximadamente
el primer cuarto o primer tercio del tiempo de formación de la corona no se
halla expresado a nivel de la superficie externa de cada diente, y que la
velocidad de crecimiento del esmalte no es constante (Dean et al., 1993;
Liversidge, 1993; Skinner y Anderson, 1991), lo que indica que la asunción
básica de los diferentes métodos disponibles para la determinación de la
edad etiológica de cada línea son incorrectos. En este estudio, para analizar
las diferencias intermuestrales en la edad media de formación de las
hipoplasias del esmalte, los valores métricos correspondientes a la distancia
entre cada línea y la UED en C1, el diente con mayor sensibilidad, fueron
transformados en edad etiológica mediante el uso de la curva de crecimiento
de la corona dental publicada por Dean et al. (1993: 257). Con la excepción
de los datos presentados por Carlson (1944), el estudio de C. Dean y sus
colegas constituye la primera base de datos longitudinales acerca de la
altura de la corona y de la raíz que cubre una parte extensiva del período de
crecimiento y desarrollo dental. Sin embargo, debido a que se trata de un
estudio realizado sobre un solo individuo, no puede ser considerado un
standard de crecimiento dental en sentido estricto, por lo que su uso en este
trabajo es sólo de carácter exploratorio.

VIII.3. Resultados y Discusión


De los 47 individuos analizados, 25 (53,1%) presentaron al menos una
línea de hipoplasia en algún diente (Tabla VIII.1). De ese total, se
descontaron aquellos casos en los que se registró una sola línea de
hipoplasia en un solo diente, por lo cual el número de individuos utilizados
para el cálculo de prevalencia total se redujo a 18 (38,2 %). El IS calculado
fue igual a 95,65, lo que indica una alta confiabilidad en la determinación y
una alta probabilidad de registro de hipoplasias debidas a procesos
sistémicos.
No se observaron diferencias significativas en la edad media de muerte
de los individuos con y sin hipoplasias (25,9 ± 11,7 años y 28,4 ± 9,3 años,
respectivamente; t= 0,6704, P> 0,05). Para este cálculo, sólo se consideraron
aquellos individuos con edades comprendidas entre los 6 y los 45 años, es
decir entre la edad media de erupción del M1 y la edad aproximada del inicio
de la aceleración en la destrucción de la corona debido a los procesos de
atrición y desgaste (ver discusión).
En todos los períodos del Holoceno considerados se registraron
individuos con hipoplasias. La Tabla VIII.11 muestra que, considerando el
total de los casos, la frecuencia modal de NMEDCD por individuo es igual a
2 (N= 10; 55,5 %). Valores de NMEDCD mayores a 2 presentaron una
frecuencia muy baja, tanto en la muestra total, como en las submuestras
discriminadas por período.
No se registraron diferencias estadísticamente significativas en la
distribución etárea y sexual de hipoplasias tanto a nivel de la muestra total
como a nivel de las submuestras discriminadas por período (Test de χ2, P>
0,05) (Tabla VIII.12). Del mismo modo, la Tabla VIII.12 muestra que no es
posible identificar una tendencia temporal significativa en la variación de los
valores de prevalencia. La muestra de dentición decidua analizada,
compuesta por 43 dientes correspondientes a diez individuos, mostró
ausencia de hipoplasias, indicando la probable existencia de bajos niveles de
stress sistémico durante la vida prenatal y postnatal temprana.
Los eventos de disrrupción del crecimiento dental registrados en el C1
cubren el rango comprendido entre 1,20 y 3,65 años, con una edad
etiológica media de 2,64 ± 0,59 años. No se observaron diferencias
significativas en la edad etiológica media entre las muestras
correspondientes a los diferentes períodos (prueba t de Student, P> 0,05)
(Tabla VIII.13).
La conclusión más obvia, pero tal vez la más importante, que puede
obtenerse de este estudio es que, independientemente del período temporal
del que provengan las muestras, resulta evidente la existencia de niveles
moderados a altos de trastornos metabólicos, al menos de naturaleza aguda,
durante los primeros años del período de crecimiento y desarrollo posnatal.
En la mayoría de los casos, los eventos de disrruptivos en la formación del
esmalte producto de tales trastornos fueron recurrentes a través del tiempo.
El alto grado de simetría en la expresión de las hipoplasias del esmalte
podría implicar una alta probabilidad de que tales procesos disrruptivos
hayan obedecido a causas sistémicas, tales como la acción sinérgica de
estados de malnutrición y enfermedad (i.e. procesos infecciosos de distinta
etiología).
Las prevalencias calculadas para cada período no resultaron
significativamente distintas entre sí, posiblemente indicando la ausencia de
tendencias temporales a largo plazo, tanto en la experiencia como en la
capacidad de respuesta a situaciones de stress metabólico entre los
individuos pertenecientes a las distintas poblaciones consideradas.
En la actualidad, el aspecto más controvertido en el estudio de las
hipoplasias del esmalte dental reside en la determinación de la edad
etiológica de cada línea y del período dentro del proceso de crecimiento y
deasarrollo con mayor frecuencia de eventos disrruptivos en la formación del
esmalte. A pesar de reconocerse la falsedad de los presupuestos bajo los que
operan las diferentes técnicas para la determinación de la edad etiológica (i.e.
Goodman et al., 1980; cf. Skinner y Goodman, 1992), éstas continúan siendo
aplicadas en numerosos estudios (i.e. Hutchinson y Larsen, 1995; Stodder,
1997; Wright, 1997). Debido a que la técnica desarrollada por Goodman y
sus colegas, basada en los datos de Massler et al. (1941), ha llegado a
constituir una técnica estándar ampliamente representada en la literatura,
su uso sólo puede justificarse desde el punto de vista de la
intercomparabilidad de los resultados. Sin embargo, con frecuencia los
datos acerca de la cronología de las hipoplasias se emplean para discutir
eventos específicos del período de crecimiento y desarrollo, tales como la
edad del destete y del stress metabólico asociado al cambio de dieta durante
el período post-lactacional temprano (i.e. Corruccini et al., 1985; Lanphear,
1990; Powell, 1988; Stodder, 1990; Wright, 1997; ver discusión en Blakey et
al., 1994 y Katzemberg et al., 1996). Basados en Massler et al. (1941) y
Goodman et al. (1980), numerosos estudios bioarqueológicos muestran
frecuencias modales de hipoplasias entre los 2 y los 4 años y, más
frecuentemente, entre los 3 y los 4 años de edad (Skinner y Goodman, 1992;
Hutchinson y Larsen, 1995). Aún reconociendo que el destete puede ocurrir
a edades muy tardías, en la mayoría de las sociedades contemporáneas no
industrializadas éste ocurre, en promedio, a los 24 meses (Cassidy, 1980) o
36 meses (Dettwyler, 1995) de vida posnatal. El evidente desfasaje existente
entre la cronología inferida para las frecuencias modales de hipoplasias y la
documentada etnográficamente para el inicio del cambio de dieta asociado al
destete, indica que la evidencia bioarqueológica acerca de la edad de
formación de las hipoplasias difícilmente puede ser utilizada en la actualidad
para discutir el stress metabólico asociado a la finalización del período
lactacional. La principal razón para esto está relacionada, entre otras cosas,
con los presupuestos demostradamente erróneos sobre los que se fundan las
técnicas de determinación de la edad etiológica de las hipoplasias
actualmente en uso. En este estudio hemos utilizado, para derivar edades
etiológicas, la curva de crecimiento del C1 publicada por Dean et al. (1993).
La Tabla VIII.14 muestra la comparación entre las edades etiológicas medias
de las hipoplasias del C1 calculadas mediante el uso de Massler et al.
(1941)/Goodman et al. (1980), y Dean et al. (1993). Se encontraron
diferencias significativas entre ellas (prueba t de Student, P< 0,05),
resultando las edades medias determinadas mediante Dean et al. (1993) en
promedio 1,16 años más jóvenes que las determinadas mediante Massler et
al. (1941)/Goodman et al. (1980). Consideramos que los datos longitudinales
de Dean et al. (1993), si bien no representativos desde un punto de vista
poblacional, se acercan más a la realidad biológica del proceso de
crecimiento y desarrollo dental que el estándar de Massler et al. (1941), pues
reflejan un patrón de crecimiento empíricamente establecido obtenido a
partir de un estudio a nivel microestructural. Si bien resulta necesario
profundizar estos estudios, los datos obtenidos hasta el presente indican
que, al menos en parte, el desfasaje cronológico entre la edad media del
destete documentada etnográficamente y la edad media correspondiente a la
frecuencia modal de hipoplasias documentada bioarqueológicamente, sea
resultado de la sobreestimación de la edad etiológica de cada línea producto
de la aplicación de la técnica de Goodman et al. (1980), basada en el
estándar de Massler et al. (1941).
En relación a las diferencias que se observan entre las edades
correspondientes al primer registro de hipoplasias en las muestras de cada
período (Tabla VIII.13), consideramos que éstas se deben a las diferencias en
la estructura etárea de cada muestra. Debido a que las líneas de formación
más temprana se sitúan hacia el extremo distal de cada diente, éstas tienen
mayores probabilidades de desaparecer como consecuencia del desgaste
dental. La muestra que presenta la edad de formación más temprana es la
correspondiente al Holoceno tardío (1,2 años). Esta muestra se halla
integrada por un gran número de individuos subadultos, con relativamente
bajos niveles de desgaste dental. Por el contrario, las muestras del Holoceno
temprano y del Holoceno medio-tardío se hallan integradas
mayoritariamente por individuos adultos, con una edad media al momento
de la muerte situada entre los 35 y los 39 años. Para individuos con edades
comprendidas en ese intervalo temporal, el porcentaje promedio de corona
dental remanente en el C1 es del 56% (Tablas VIII.15 y VIII.16). Esto implica
que alrededor del 44% de la corona ha desaparecido como consecuencia de
los procesos de atrición y desgaste. En los dientes anteriores, la fase de
crecimiento aposicional del esmalte dental abarca el primer cuarto del
tiempo de desarrollo de la corona (Skinner y Anderson, 1991). Durante esta
fase no resulta esperable la formación de hipoplasias, debido a que las
estructuras incrementales del esmalte (i.e. estrías de Retzius), sustrato sobre
el cual las primeras se desarrollan, no alcanzan la superficie del diente
(Aiello y Dean, 1990; Ramírez-Rozzi, 1996: Rose et al., 1985). En el caso del
C1, y basados en los datos proporcionados por Dean et al., 1993, la longitud
de este segmento es de aproximadamente 5,5 a 6 mm, lo que corresponde a
aproximadamente 45% o 50% de la longitud total de la corona. Estos datos
indican que, en nuestra muestra, es esperable que en individuos de hasta 40
años el desgaste de la corona influya relativamente poco sobre el registro de
las hipoplasias. En los casos en que se produce pérdida de información por
desgaste de la corona, el principal efecto a nivel intramuestral posiblemente
consiste en un ligero sesgo en el límite inferior del rango de edades
calculado. En nuestra muestra, la destrucción de la corona se acelera
notablemente en la mayoría de las clases de dientes en ambos maxilares
después de los de 40 años. Este último aspecto afecta seriamente a la
calidad de la información obtenida, al tiempo que limita severamente la
posibilidad de análisis de los individuos pertenecientes a las categorías
etáreas superiores.
IX. LINEAS DE HARRIS

IX.1. Introducción
Las líneas de Harris, también llamadas "líneas transversas", "trabéculas
transversas", "líneas transversas radioopacas", "cicatrices óseas", "líneas de
detención del crecimiento" (ver discusión en Martin et al., 1985), son líneas o
bandas que pueden encontrarse en los extremos diafisarios de todos los
huesos de origen cartilaginoso. Son observables a través del uso de
radiografías debido a su gran radiopacidad. Esta última característica está
relacionada con su particular microestructura, conformada esencialmente
por trabéculas de mayor mineralización y densidad, orientadas
perpendicularmente con respecto a la superficie del cartílago de crecimiento.
Las líneas de Harris se forman durante cortos períodos de detención del
crecimiento óseo seguidos de una rápida recuperación, caracterizada por
una intensa actividad osteoblástica (Park, 1964). Las líneas de Harris han
sido producidas experimentalmente en ratas, conejos, cerdos y perros en
edad de desarrollo, mediante infección y malnutrición (Harris, 1931; Park y
Richter, 1953). En el hombre, su ocurrencia se halla vinculada a diversos
disturbios metabólicos, principalmente malnutrición proteico- calórica,
deficiencia de vitaminas A, C y D, y Kwashiorkor (Martin et al., 1985). Entre
otras posibles causas se encuentran numerosas enfermedades infantiles
tales como sarampión, bronconeumonia, influenza, laringitis, diabetes, y
stress psicológico (McHenry, 1968; Sontag y Comstock, 1938). Sin embargo,
no puede establecerse una correspondencia uno-a-uno entre episodios de
enfermedad o malnutrición y formación de líneas (Mays, 1995).
Park (1964) ha demostrado que la detención del crecimiento debe ser
completa o casi completa para que pueda formarse una línea, no resultando
suficiente para ello una mera disminución en la velocidad de crecimiento.
Asimismo, la reanudación del crecimiento longitudinal del hueso es
indispensable para la formación de una línea de Harris. Esto no significa que
tal crecimiento compensatorio o "catch-up" deba ser completo: un período de
detención del crecimiento seguido por una lenta recuperación puede ser
suficiente para producir una línea (Park, 1964). Esto implica que una
enfermedad o un stress metabólico o psicológico de carácter tanto crónico
como agudo tiene el potencial de producir la formación de una linea de
Harris. La asociación recurrente, pero no invariable, entre la formación de
líneas de Harris y estados de enfermedad o malnutrición ha conducido a
diversos investigadores a utilizar sus frecuencias como indicadores
bioarqueológicos inespecíficos de stress metabólico (i.e. Wells, 1961; Hatch
et al., 1983; Huss- Ashmore et al., 1982; Webb, 1989). Diversos problemas
interpretativos condujeron a un fuerte criticismo por parte de numerosos
investigadores a partir de la segunda mitad de los '80, quienes pusieron en
duda su validez como indicadores confiables de stress nutricional o
metabólico (i.e. Cohen y Armelagos, 1984; Larsen, 1987). En los últimos tres
años se han publicado una serie de trabajos (Hughes et al., 1996; Mays,
1995) orientados a determinar la relevancia del estudio de las líneas de
Harris como indicadores del estado de salud y nutrición de poblaciones
prehistóricas, analizando diversos aspectos acerca de su distribución dentro
del esqueleto (i.e. simetría) y su relación con otros indicadores (i.e. índice
cortical, longitud de los huesos largos, hipoplasias del esmalte. Estos
estudios concluyen que, siempre que sean analizadas en conjunto con otros
indicadores, las líneas de Harris representan útiles y relativamente
confiables indicadores bioarqueológicos del estado de salud de los individuos
de una población.

IX.2. Materiales y Métodos


Se analizó una muestra compuesta por once individuos de distinto sexo y
edad provenientes del sitio Arroyo Seco 2 (Holoceno temprano). Sólo fueron
incluídos aquellos esqueletos que presentaban al menos una tibia, un fémur
o un radio completos, con el fin de disminuir el sesgo introducido por la
destrucción post depositacional del tejido trabecular. Se seleccionaron tibias,
fémures y radios debido a que, según diversos autores (Garn et al., 1968;
Martin et al., 1985), son los huesos que presentan la mayor sensibilidad
respecto a la formación de las líneas de Harris. En tibias y fémures sólo se
consideraron los extremos distales, mientras que en los radios se examinó el
hueso completo.
Se utilizó film industrial 3M tipo XDA 100 NIF Doble Emulsión, en una
máquina Toshiba de ánodo rotatorio. En todos los casos el foco fue de 200.
La línea de voltaje se mantuvo a 40 KW, excepto en un caso (tibia izquierda y
derecha de AS2), en que se mantuvo a 44 KW. Para tibias y fémures se
utilizó un tiempo de exposición de 0,10 segundos. Para radios, el tiempo de
exposición utilizado fue de 0,08 segundos, excepto en el caso de AS33 en el
que, debido a su pequeño tamaño y consecuentemente baja densidad ósea,
fue necesario reducir el tiempo de exposición a 0,06 segundos.
Se contabilizaron sólo aquellas líneas de orientación transversal o
subtransversal que, partiendo del borde endosteal, se extendían hasta por lo
menos 1/4 del ancho de la diáfisis.
Puesto que el objetivo perseguido era constatar la presencia/ausencia
y el número de líneas presentes, no se realizó ningún intento de determinar
la edad de formación de cada línea.

IX.3. Resultados y Discusión


Los resultados obtenidos están representados en la Tabla IX.1. Se
observó la presencia de líneas de Harris en el 72% (8/11) del total de
individuos examinados. Las tibias (14) registraron el 49,4% del total de
líneas contadas, en tanto que fémures y radios combinados (17) registraron
el 50,5 %, lo que concuerda con lo observado por numerosos autores
referente a la mayor sensibilidad de las tibias respecto a otros huesos (Park,
1964; Garn et al., 1968; Martin et al., 1985; Hughes et al., 1996).
Teniendo en cuenta que los procesos de remodelación ósea vinculados
con la edad producen la reabsorción de las líneas, en especial de las más
delgadas y menos densas (Garn et al., 1968; Huss-Asmore et al., 1982;
Clark, 1982; Hughes et al., 1996), la cantidad de líneas contabilizadas debe
considerarse como una subestimación del número total de bandas formadas
durante el proceso de crecimiento de cada individuo. Factores
postdepositacionales tales como la introducción de sedimento en el canal
medular a partir fracturas o de pequeñas fisuras, pueden también contribuir
a la desaparición de determinadas líneas.
Algunos individuos adultos [AS6 (Figura IX.1.), AS20] presentan un
número elevado de líneas, a pesar de la reabsorción esperada de ciertas
bandas. Los individuos subadultos analizados (AS2, AS3, AS8 y AS33)
registran un número relativamente grande de líneas en relación a la edad.
Por ejemplo, AS33, un individuo infantil de 18 ± 6 meses de edad, registra en
la tibia derecha seis líneas, lo que representa una frecuencia de formación
aproximada de una línea cada tres meses. Los problemas de malnutrición y
posibles estados infecciosos vinculados a la formación de las líneas de
Harris, actúan reduciendo la resistencia del huésped y aumentando
notablemente el riesgo de muerte en aquellos individuos que se encuentran
en las etapas críticas del proceso de crecimiento y desarrollo (i.e. primera
infancia y adolescencia).
Debido a que las hipoplasias del esmalte y las líneas de Harris poseen
etiologías parcialmente comunes, numerosos investigadores han intentado
examinar el grado en el cual ambos indicadores pueden co-ocurrir, arrivando
generalmente a resultados contradictorios. McHenry y Schulz (1976) no
encontraron una relación estadísticamente significativa (χ2 simple) entre
hipoplasias y líneas de Harris en una muestra compuesta por individuos
adultos jóvenes y subadultos pertenecientes a poblaciones prehistóricas de
California. Utilizando una aproximación estadística diferente (χ2 sobre una
tabla de contingencia de concordancia/ discordancia), Clarke (1982)
encontró una relación significativa entre ambos indicadores en una muestra
de esqueletos de adultos jóvenes provenientes de Dickson Mounds y Mesa
Verde, en el E y SO de los Estados Unidos. Mays (1995), analizando una
muestra proveniente del poblado medieval de Wharram Percy, situado en el
condado de North Yorkshire en Gran Bretaña, encontró una relación
significativa (test exacto de Fisher) entre líneas de Harris e hipoplasias en
una submuestra de individuos juveniles. Por el contrario, no pudo establecer
una relación estadísticamente significativa en una submuestra de
individuos adultos.
En Arroyo Seco 2, (N= 10) la tendencia observada es la de una
relativamente baja asociación entre estas dos variables (test exacto de Fisher
P= 0,33) (Figura IX.2.). Esta situación podría ser consecuencia de diversas
causas. Una de ellas podría ser la inclusión de individuos adultos y
subadultos en la muestra. En los individuos adultos, se incrementan las
probabilidades de que algunas o la totalidad de las líneas de Harris puedan
desaparecer como resultado del proceso de remodelación ósea. En general,
este factor ocasiona la reabsorción de las líneas menos densas y de
formación más temprana (i.e. aquellas formadas durante la primera década
de vida; Huss-Ashmore et al., 1982). Esta es, según Mays (1995), la principal
causa de la variación en los resultados de los estudios de McHenry y Schulz
(1976) y Clarke (1982). Otra posible causa es la mayor sensibilidad del tejido
óseo, en relación al esmalte dental, para registrar perturbaciones
metabólicas poco severas o de muy corta duración. Esto ocasiona que en la
mayoría de las muestras esqueletarias, la frecuencia de líneas de Harris sea
mayor que la de hipoplasias, hasta alcanzar proporciones tan altas como
10:1 (McHenry y Schulz, 1976). En el caso de Arroyo Seco 2, la evidencia
actualmente disponible resulta insuficiente para evaluar el impacto
diferencial y relativo de estas dos posibles causas.
X. HIPEROSTOSIS POROTICA

X. 1. Introducción
Hiperostosis porótica es un término descriptivo aplicado a lesiones
craneales caracterizadas por presentar una porosidad cribiforme, similar a
un tamiz (Angel, 1966). Estas lesiones se disponen con frecuencia en forma
simétrica, exhibiendo grados variables de hipertrofia osea, con canales
hipervasculares periféricos (Hengen, 1971). Estos cambios esqueletales son
visibles macroscópicamente.
La hiperostosis porótica puede ser considerada como una respuesta
inespecífica a la proliferación de la médula ósea. Diversos estudios han
demostrado que los cambios hipertróficos a nivel de la médula tienen como
causa principal la anemia por deficiencia de hierro (Mensforth, 1991).
Estudios epidemiológicos contemporáneos de alcance mundial muestran
que la anemia por deficiencia de hierro es tan común, que su incidencia es
considerada como uno de los mejores índices del estado de salud y nutrición
de una población (Organización Mundial de la Salud, 1968; Baker, 1978).
Numerosos estudios llevados a cabo en muestras esqueletarias indican que,
cuando son consideradas las relaciones sinérgicas existentes entre los
factores constitucionales y la dieta, así como otras variables (i.e.
enfermedades infecciosas), el análisis de la hiperostosis porótica constituye
una importante vía para determinar la incidencia del stress nutricional en
poblaciones prehistóricas (Mensforth et al., 1978; Mensforth; 1991; Martin et
al., 1985).

X.2. Materiales y Métodos


Se analizó una muestra de 46 individuos provenientes de diversos sitios
del área de estudio (Tabla X.1.). Se incluyeron en el estudio sólo aquellos
individuos que presentaban restos craneales, intactos o fragmentarios, lo
suficientemente bien preservados como para ser examinados
macroscópicamente. Siguiendo los criterios de Mensforth (1991), la totalidad
de las posibles lesiones fueron clasificadas inicialmente como orbitales o
extraorbitales. Las lesiones orbitales son aquellas que se encuentran
confinadas al techo de la órbita (i.e. criba orbitalia). Las lesiones
extraorbitales son aquellas que afectan a la superficie pericraneal de los
huesos frontal, temporal y occipital. Finalmente, todas las lesiones fueron
clasificadas como remodeladas o no remodeladas en base al análisis
cualitativo de la textura del hueso y a la actividad ósea formativa o
reabsortiva. Los criterios utilizados para distinguir entre ambos tipos de
lesiones pueden consultarse en Mensforth (1991) y Buikstra y Ubelaker
(1994).
Debido a que la hiperostosis porótica es una respuesta ósea inespecífica a
los estímulos de la hiperplasia de la médula eritropoyética, fue necesario
contar con un diagnóstico que permitiera diferenciar los roles de la anemia
por deficiencia de hierro y de las anemias hemolíticas en la patogénesis de
las eventuales lesiones. Con ese propósito, y siempre que ello fue posible
teniendo en cuenta el grado de integridad del esqueleto, tanto el material
craneal como el postcraneal fue examinado cuidadosamente con el fin de
registrar la presencia/ausencia de cambios esqueletarios considerados
patognomónicos de aquellas condiciones que constituyen los principales
factores en la etiología de la hiperostosis porótica en los grupos humanos
prehistóricos (Moseley, 1974; Steinbock, 1976).

X.3. Resultados y Discusión


No se observó en la muestra analizada ningún caso de hiperostosis
porótica, activa o remodelada, ni cambios esqueletales vinculados a anemias
hemolíticas genéticamente determinadas. A pesar de estar representados
tres de los cuatro principales grupos de riesgo respecto de esta condición
patológica (individuos infantiles entre los seis meses y los tres años de edad,
adolescentes de ambos sexos, e individuos femeninos adultos en
reproductiva; Finch, 1968; Scott et al., 1970. Ver tabla X.1.), ninguno de los
cráneos examinados presentó señales de lesión.
Los estudios comparativos efectuados en poblaciones prehistóricas
americanas con distinta base económica (i.e. cazadores-recolectores y
agricultores dependientes del maíz) predicen, en general, una baja incidencia
de hiperostosis porótica vinculada a anemia por deficiencia de hierro entre
las poblaciones con economía basada en la caza y recolección (El-Najjar,
1976). Por otro lado, se ha demostrado en base a numerosos estudios
llevados a cabo en distintas poblaciones modernas y prehistóricas, la
estrecha vinculación existente entre la anemia por deficiencia de hierro y
distintos estados infecciosos y de stress nutricional (Moseley, 1966; Hengen,
1971; El-Najjar y Robertson, 1976; Lallo et al., 1977; Mensforth et al., 1978;
Stuart-Macadam, 1985; 1987a; 1987b; 1989; Mensforth, 1991).
La ausencia de hiperostosis porótica en la muestra esqueletaria analizada
indicaría, en principio, una dieta lo suficientemente rica en hierro como para
permitir que la biodisponibilidad de este nutriente esencial sea la adecuada y
cumpla con los requerimientos diarios según el sexo y la edad. Al mismo
tiempo, sería indicadora de niveles relativamente bajos de infección. La baja
frecuencia de reacción perióstica observada en el conjunto de los esqueletos
examinados apoyaría esta inferencia.
XI. PROCESOS INFECCIOSOS

XI.1. Introducción
La gran mayoría de las enfermedades infecciosas no dejan marcas sobre el
sistema esqueletario. De aquellas pocas que afectan a los huesos, un gran
número son relativamente raras, poseen una distribución geográfica
extremadamente restringida, o afectan predominantemente a individuos de
una determinada categoría sexual o etárea (Powell, 1988). La mayor parte de
las pequeñas lesiones son de naturaleza inespecífica, y reflejan la
experiencia de un individuo a lo largo de su vida con situaciones
traumáticas, con infecciones transitorias, stress mecánico, o simples
variantes o deficiencias en el proceso de desarrollo. Los huesos normalmente
están protegidos por tejido muscular y se hallan localmente expuestos a
patógenos sólo en el caso de fracturas o penetración de objetos a través de
los tejidos blandos (i.e. proyectiles). Excepto en tales casos, los organismos
infecciosos pueden ser introducidos al hueso a través de los sistemas
linfático o circulatorio, lo que implica que puede verse afectado más de un
elemento óseo (Ubelaker, 1982). Los organismos patógenos más frecuentes
son bacterias (i.e. Stafilococus aureus, Salmonella), virus, y diversos hongos,
algunos de ellos endémicos en diversas regiones (i.e. Blastomyces,
Aspergillus, Histoplasma) (Ortner y Putschar, 1981; Poweel, 1988; Steinbock,
1976).

XI.2. Materiales y Métodos


Se analizaron restos de un mínimo de 74 individuos de distinto sexo, edad
y cronología. Se incluyeron en el análisis aquellos individuos representados
por al menos un hueso largo o clavícula, que en general son los elementos
con mayor sensibilidad para el registro de infecciones locales o sistémicas.
Todos los elementos fueron examinados macroscópicamente y con el empleo
de lupa binocular hasta 20X. En todos los casos, se discriminó la forma
básica de la lesión: destrucción osteolítica focal o producción osteoblástica
de hueso nuevo. En el caso de las lesiones osteoblásticas, el compromiso de
la superficie externa (i.e. poceado, estriaciones) fue distinguido de las
alteraciones más profundas (aposición subperióstica, o las respuestas
osteolíticas y osteoblásticas características de la osteomielitis piogénica;
Powell, 1988). Se registró también la localización y extensión de cada lesión
en cada elemento óseo.

XI.3. Resultados y Discusión


Los resultados obtenidos se hallan expresados en la Tabla XI.1. Se
observa una baja frecuencia general de evidencias de procesos infecciosos en
la muestra analizada, en comparación con otras series esqueletarias
(prevalencia total= 12.16%). En relación a la distribución cronológica de los
valores de prevalencia, la Tabla XI.2. muestra que sólo existen diferencias
estadísticamente significativas (test exacto de Fisher; P>0.05) entre la
muestra del Holoceno temprano respecto de la del Holoceno tardío,
existiendo proporcionalmente más casos en este último período. La mayoría
de las lesiones registradas son de carácter proliferativo (osteoblástico),
localizadas en la diáfisis de los huesos largos. Los huesos más afectados son
el fémur y la tibia, principalmente del lado izquierdo (Tabla XI.3.). La
mayoría de los individuos afectados (5/9) presenta más de una lesión,
localizada en diferentes unidades anatómicas. De los nueve individuos
afectados, cinco son adultos y cuatro subadultos.
Las lesiones osteoblásticas difusas y focales comprenden la mayor parte
de las lesiones observadas, lo que constituye un patrón frecuentemente
informado en la literatura (i.e. Cassidy, 1972; Lallo, 1973; Larsen, 1982;
Milner, 1982; Powell, 1988). La formación de hueso nuevo, resultante de un
incremento en la actividad de las células especializadas del tejido óseo
denominadas osteoblastos, es uno de los rasgos principales de la respuesta
inflamatoria del hueso ante un trauma, una infección u otro stress
patológico. Según Steinbock (1976: 13), los fluidos exudativos y el pus
alcanzan el periosteo desde el hueso, provocándole una irritación, que
estimula la formación subperióstica de hueso. El incremento en la
vascularización también favorece la producción de hueso, como así también
la reabsorción osteoclástica de hueso necrótico. La simple presencia de una
respuesta osteoblástica es un indicador inespecífico de stress patológico,
aunque su distribución a través del esqueleto y el perfil demográfico de los
individuos afectados permite con frecuencia el diagnóstico diferencial de
etiologías específicas.
Dos de los casos registrados muestran el desenvolvimiento extensivo
característico de la osteomielitis hematógena, combinando lesiones
reabsortivas y proliferativas. La presencia de canales supurativos
terminando en una cloaca a través de la región cortical del hueso indican
una infección piogénica (producida por el pus) de los tejidos más internos y
de la cavidad medular. Uno de los casos, un individuo adulto masculino de
40-50 años de edad al momento de morir (LCH1-1M), presentaba una
inflamación en el extremo proximal de la tibia que prácticamente duplicaba
la circunferencia normal de la misma, mostrando además indicios de
actividad osteoblástica. La destrucción postdepositacional parcial del área
afectada impidió la verificación de la presencia de una cloaca o de canales de
drenaje. El extremo distal anterior de la metáfisis del fémur izquierdo
mostraba una gran cloaca (23 mm), con márgenes bien remodelados. No se
detectó una respuesta osteoblástica aparente. La lesión probablemente
representa el último vestigio de osteomielitis de la metáfisis distal del fémur
sufrida en la adolescencia. La osteomielitis aguda resulta generalmente de
una contaminación directa (i.e. introducción traumática de patógenos) o
indirecta (i.e. dispersión hematógena de bacterias piogénicas desde algún
otro foco de infección en el organismo). Es más frecuente entre las edades de
3 a 15 años, cuando el crecimiento de los huesos es más rápido. La
localización típica es en las metáfisis de los huesos largos, debido a que el
flujo lento de sangre en los capilares metafisarios próximos al cartílago de
crecimiento favorece la proliferación bacteriana (Steinbock, 1976). La
infección se puede extender hacia la diáfisis, pero raramente consigue
atravesar la barrera cartilaginosa e invadir la epífisis. Los rastros de los
cambios destructivos en el hueso pueden persistir hasta mucho después de
terminada la infección, y lesiones bien curadas de osteomielitis en esqueletos
de adultos pueden reflejar a veces una experiencia temprana de enfermedad
(Powell, 1988). El otro caso (LCH1-Y), un individuo adulto masculino de más
de 30 años, muestra evidencias de lesiones activas al momento de morir.
Este individuo exhibe lesiones proliferativas osteoblásticas extendidas en la
región diafisaria de ambos fémures, tibias y peroné derecho (Figura XI.1.).
Las lesiones más severas se localizan en los elementos del lado derecho. Los
extremos distales de la tibia y peroné derechos, únicas porciones
recuperadas de esos huesos, presentan aposición de hueso nuevo en forma
espicular que cubre toda la superficie (Figura XI.2.). El extremo distal de la
tibia se halla profundamente modificado, presentando una cloaca también
en posición distal, con bordes irregulares. Claramente se trata de una
infección sistémica, que afecto numerosos elementos del esqueleto.
Desafortunadamente, no se recuperó el cráneo de este individuo, lo que
impidió verificar la posible extensión de la infección a esta estructura.
XII. COMPOSICION ISOTOPICA ( δ 13C) DE MUESTRAS HUMANAS,
FAUNISTICAS Y VEGETALES: INFERENCIAS PALEODIETARIAS

XII.1. Introducción
Los constituyentes orgánicos e inorgánicos del hueso proveen un registro
promediado a largo plazo de la dieta de un individuo. En los vertebrados, los
elementos y aminoácidos liberados por la digestión de los alimentos son
incorporados a la estructura de la hidroxiapatita y de las proteínas óseas,
entre ellas el colágeno, a través de la totalidad del período de vida. De este
modo, bajo condiciones favorables, la composición química del hueso puede
relacionarse cuantitativamente a la composición química de la dieta (Price,
1989; Schoeninger y Moore, 1992; Pate, 1994).
Las tasas de isótopos estables del carbono (13C/12C), expresadas como
δ13C3, han sido utilizadas ampliamente como un índice de la importancia
relativa de las plantas C3 y C4 en la dieta. Las plantas C3, que incluyen a
todos los árboles, a la mayoría de los arbustos y pastos de áreas templadas y
de estación fría, utilizan la vía fotosintética C3, o de Calvin-Benson. En este
patrón fotosintético, como primer producto del proceso se obtiene un
compuesto formado por tres átomos de carbono, denominado ácido
fosfoglicérico (Whittingham, 1974). Tales plantas poseen tasas bajas de
13C/12C (δ13C= -20 ‰ a -34 ‰ , con un valor modal de -26 ‰ ), como
resultado de la discriminación, por parte de la enzima carboxilasa, en contra
de la incorporación del isótopo 13C, de mayor peso que el isótopo 12C (Park
y Epstein, 1960). Las plantas que emplean la vía fotosintética de Hatch-
Slack o C4, son básicamente hierbas tropicales, o de estación cálida, junto
con unos pocos arbustos de las familias Euphorbiaceae y Chenopodiaceae
(Downton, 1975). Estas plantas producen, como subproductos primarios del

3 Los valores de δ13C se calculan como:


δ13C = [(13C/12C muestra/ 13C/12C estándard) - 1] X 1000 (%0)
Los resultados se expresan en partes por mil (%0) relativas al estándard internacional PDB
(Pee Dee Belemnite Carbonate).
proceso de fotosíntesis, compuestos de cuatro átomos de carbono, el ácido
málico y el ácido aspártico (Whittingham, 1974). Estos vegetales presentan
tasas de 13C/12C más altas que los de tipo C3 (δ13C= -9‰ a -16‰ , con
un valor modal de -12‰ )4.
En los ecosistemas marinos, por otro lado, las tasas de isótopos estables
del carbono se hallan en conjunto enriquecidas en 13C, en comparación con
los ecosistemas terrestres C3, debido a que la formación de bicarbonato en el
agua de mar a partir de la disolución del CO2 atmosférico, involucra
procesos termodinámicos que conducen al enriquecimiento de los isótopos
del carbono más pesados (Tauber, 1981; Schoenniger y Moore, 1992; Pate,
1994).
La tasa de isótopos estables del carbono en tejidos humanos, puede ser
utilizada para establecer si los miembros de una población consumieron una
dieta basada principalmente en plantas C3 y/o herbívoros consumidores de
plantas C3, o una dieta basada en plantas C4 y/o herbívoros consumidores
de plantas C4. Al mismo tiempo, puede ser usada para distinguir a los
individuos que se alimentaron principalmente de recursos C3 (vegetales y
consumidores primarios), de aquellos que utilizaron recursos marinos
(Ambrose y Norr, 1993; Katzemberg, 1992; Schwacz y Schoeninger, 1991,
entre otros). En regiones del mundo donde las plantas C3 dominaron o
dominan el paisaje terrestre, la tasa de isótopos estables del carbono puede
proveer información referente a la importancia relativa de los alimentos de
origen marino o terrestre, en la dieta de poblaciones prehistóricas que
ocuparon hábitats costeros o ambientes continentales adyacentes al mar
(Chisholm et al., 1982; Hobson y Coller 1984; Tauber, 1981, Walker y De
Niro, 1986, DeNiro, 1987; Pate y Schoeninger, 1993; Pate, 1995; entre otros).

4 Existe una tercera vía fotosintética, seguida por los vegetales con el metabolismo ácido de
las crasuláceas (CAM). Estas son plantas suculentas de ambientes áridos (cactus, ágave y
13
ciertas euforbeáceas), que producen valores de δ C que pueden asemejarse a aquellos de las
plantas C3 si fijan el carbono durante el día, o C 4 si lo hacen durante la noche en
13
respuesta, generalmente, a condiciones xéricas. Es por ello que su δ C depende de factores
ambientales particulares, cubriendo el rango de valores de plantas C3 y C4, incluyendo
también tasas intermedias (Bombin y Muehlenbachs, 1985).
En el ámbito de la Región Pampeana, Politis (1984) propuso un modelo de
ocupación prehispánica del área Interserrana bonaerense que incluye la
explotación de los recursos provenientes de los tres principales ambientes
disponibles: la llanura, los sectores serrano y periserrano de Tandilia y
Ventania, y la costa. El análisis del registro arqueológico de los sitios
costeros, y de cierta evidencia recuperada en sitios del interior (i.e. presencia
de rodados costeros y conchas de moluscos marinos), condujo a este autor a
proponer como altamente probable la hipótesis sugerida por Holmes (1912) y
Hrdlicka (1912), y apoyada por Aparicio (1932) y Orquera (1981), de que los
sitios de la costa y de la llanura interserrana, a pesar de las diferencias
cuantitativas en la estructuración de los conjuntos líticos de ambos sectores,
fueron producidos por los mismos grupos humanos, por lo menos a partir
del Holoceno Medio (Politis, 1984). La virtual desaparición de los posibles
sitios costeros formados durante el Holoceno temprano debido al avance
hacia el interior de la línea de costa y la fijación de la línea de costa actual a
partir, probablemente, del Holoceno Medio (ca. 7,000 a 5,000 años AP;
Fidalgo y Tonni, 1983; cf. Aguirre y Whatley, 1995; Politis y Bayón, 1995;
Bayón y Politis, 1996), dificulta la extensión del modelo a las poblaciones
humanas del Holoceno temprano y del Pleistoceno final.
El análisis de los valores de δ13C obtenidos a partir del colágeno de una
muestra de esqueletos humanos del sitio Arroyo Seco 2, y de huesos de
herbívoros y carnívoros, y también de vegetales provenientes de diversos
sitios continentales y costeros del área Interserrana, tiene por objeto proveer
evidencia relevante e independiente para la discusión del modelo
mencionado, a la vez que aportar a informacion útil para el estudio de la
paleoecología de las poblaciones aborígenes pampeanas del Holoceno
temprano.

XII.2. Materiales y métodos


Los valores de δ13C fueron obtenidos entre los años 1991 y 1997, durante
el proceso de datación radiocarbónica de las muestras mediante el empleo de
acelerador de partículas (AMS), en los laboratorios de las universidades de
Oxford y Arizona (NSF- Arizona Accelerator Facility for Radioisotope
Analysis, University of Arizona, USA), y en el laboratorio Beta Analytic Inc.,
de Miami, USA. Las muestras consistieron en: a) Arroyo Seco 2: fragmentos
de costillas de siete esqueletos humanos (un individuo no identificado del
entierro múltiple Nº1, AS5, AS19, AS24, AS26, AS31 y AS32); fragmentos de
hueso del autopodio de Toxodon platensis y Equus neogeus; fragmentos de
húmero de Glossoterium robustum; y un canino de Canidae, que formaba
parte del ajuar funerario del esqueleto AS18; b) La Toma: 2 huesos del
autopodio de Lama guanicoe; c) Laguna Tres Reyes 1: 2 huesos del autopodio
de Lama guanicoe; d) La Olla 1: un hueso de Otariidae, e) La Olla 2: un hueso
de Otariidae; f) Monte Hermoso 1: semillas de Ruppia sp. y restos
macrovegetales no identificados; g) Laguna de Puán 1: una falange de Lama
guanicoe; h) La Montaña 1: un fragmento de hueso indeterminado,
probablemente guanaco. De cada especimen óseo, se obtuvo un fechado
radiocarbónico y una determinación del δ13C a partir del análisis de la
fracción orgánica o colágeno. Recientes experimentos en ratas (Ambrose y
Norr, 1993; Tieszen y Fagre, 1993), apoyan el modelo propuesto
originalmente por Krueger y Sullivan (1984), que establece que los valores de
δ13C del colágeno reflejan principalmente la composición isotópica del
componente proteico de la dieta, mientras que los valores de δ13C de la
hidroxiapatita están más relacionados a la composición isotópica del total de
la dieta. En el caso de Arroyo Seco 2, no se dispone de valores de δ13C para
la fracción mineral de los huesos. Sin embargo, teniendo en cuenta los
resultados de los estudios tafonómicos realizados en esta muestra
(Barrientos y Gutiérrez, 1996), consideramos que la confiabilidad de las
determinaciones de δ13C en la hidroxiapatita presentaría un alto grado de
incertidumbre debido a la alteración diagenética, en algunos individuos, de
la microestructura ósea como consecuencia de la alteración
postdepositacional de la fracción mineral del hueso.

XII.3. Resultados y Discusión


Los resultados obtenidos están resumidos en la Tabla XII.1. y en la Figura
XII.1. La totalidad de las muestras analizadas poseía el suficiente carbono en
el colágeno (más del 5%), como para permitir determinaciones confiables
tanto de la edad radiocarbónica, como de la tasa 13C/12C (informe de los
laboratorios).
Los valores obtenidos para caballo (Equus neogeus) y para guanaco (Lama
guanicoe), son compatibles con los esperados para animales herbívoros con
una dieta basada entre un 80% a un 100% en vegetales de tipo C3 en
ambientes básicamente abiertos (Schoeninger y Moore, 1992; Pate, 1994;
Fizet et al., 1995). Sin embargo, se observa una diferencia de 1.9 ‰ entre
los valores medios correspondientes a estos dos taxa (caballo X= -21.3 ‰ ;
guanaco X= -19.4 ‰ ). La misma puede estar reflejando las diferencias
existentes en la composición de la dieta de uno y de otro animal. En tanto
los caballos se alimentan básicamente de hierbas, los guanacos presentan
una dieta más amplia, que incluye hierbas, arbustos, frutos de leguminosas,
etc., (Oporto, 1983; Raedecke, 1978). Por lo tanto, es posible que las
diferencias en los valores de δ13C estén reflejando diferencias en la
composición isotópica de los vegetales consumidos por estas dos especies.
Los valores de δ13C de Glossotherium robustum (X= -20.45‰ ), indican
una dieta basada en el consumo de vegetales C3. El valor de δ13C obtenido
para Toxodon platensis, un herbívoro pastador, graviportal (i.e. semejante a
los actuales elefantes y rinocerontes), y de hábitos probablemente
semiacuáticos (Tonni, 1989), indica una dieta basada en el consumo de
vegetales tanto de tipo C3, como de tipo C4.
Los valores de δ13C de lobo marino (Otariidae) (X= -13‰ ) resultan
compatibles con los teóricamente esperados para animales con una dieta
predominantemente marina (entre -13 ‰ y -11 ‰ ; Pate, 1995). Por el
contrario, el valor de δ13C obtenido para cánido resulta mucho más alto que
el teóricamente esperado para carnívoros terrestres (Schoeninger y Moore,
1992; Pate, 1994) . Si bien no ha sido posible obtener una determinación a
nivel genérico del especímen de diente analizado, es posible que el mismo
corresponda a zorro (Canis sp.) (Politis, 1989). Los zorros, a diferencia de
otros carnívoros tales como los lobos, tienen una dieta más omnívora que
puede incluir una alta proporción de frutos y hierbas, sobre todo en verano y
otoño. Esta amplitud de la dieta de los zorros podría dar cuenta del valor
obtenido, que cae dentro de los típicamente esperables para animales con
una dieta mixta basada en el consumo de alimentos derivados de C3 y C4
y/o alimentos marinos (Pate, 1995). Sin embargo, resulta necesario el
procesamiento de más muestras para evaluar si el valor obtenido es anómalo
o bien caracteriza la composición isotópica de la dieta de estos animales. En
el caso de las siete muestras humanas, los valores de δ13C obtenidos se
agrupan alrededor de una media de -18.2 ‰ ± 0.8 ‰ , próxima al límite
inferior del rango de valores teóricamente esperado para vertebrados con
una dieta basada en forma predominante (80+%) en plantas terrestres C3
y/o animales consumidores de plantas C3 (-21.0 ‰ a -17.8 ‰ ; Pate, 1995).
Sin embargo, tres individuos [AS19, AS24 y AS31; (X= -17.4 ‰ )], se hallan
ubicados próximos al límite superior del rango esperado para vertebrados
con una dieta mixta basada en el consumo de plantas C3 y C4, animales
consumidores de plantas C3 y C4 y/o alimentos de origen marino (-17.8 ‰
a -13.0 ‰ ; Pate, 1995).
No hay evidencias en lña región del consumo humano de vegetales de tipo
C4. Los valores obtenidos para los especímenes de guanaco y caballo
analizados, si bien no son contemporáneos a los entierros humanos de
Arroyo Seco 2, muestran que el ecosistema pampeano durante el Pleistoceno
final y al menos durante el Holoceno medio-tardío, estuvo dominado por
vegetales de tipo C3. Esto implicaría que la distribución de los valores de los
esqueletos humanos de Arroyo Seco 2 podría ser el resultado de una dieta
básicamente continental, fundamentalmente basada en el consumo de
plantas y/o animales consumidores de plantas C3, con algunos aportes de
alimentos de origen marino. Las proporciones relativas entre estos
componentes no pueden establecerse en términos porcentuales puesto que,
si bien existe evidencia de que el colágeno del hueso refleja principalmente el
contenido proteico de la dieta (Krueger y Sullivan, 1984; Ambrose y Norr,
1993), no existe actualmente forma alguna de saber en qué medida el
carbono presente en los diferentes componentes de los alimentos (proteínas,
grasas y carbohidratos) es transferido a los diferentes tejidos corporales
(Sealy y van der Merwe, 1992).
El componente animal de la dieta de las poblaciones del área ha sido bien
caracterizado a partir de la evidencia recuperada en distintos sitios
arqueológicos (i.e. Arroyo Seco 2; Tres Reyes 1; La Toma; Zanjón Seco 2 y 3;
Paso Otero 1; Politis, 1984; Madrid y Salemme, 1991; Politis et al., 1991;
Politis y Salemme, 1990; Salemme, 1987). Las especies explotadas
económicamente con una mayor representación en el registro son: guanaco,
venado de las pampas, ñandú, diferentes especies de armadillos y, en el
Pleistoceno final - Holoceno temprano, mamíferos extinguidos. Si bien sólo
se dispone de valores de δ13C para guanaco, caballo americano, glosoterio y
toxodonte, los resultados obtenidos - en especial para las tres primeras
especies - indican que la dieta de estos animales estuvo basada
fundamentalmente en el consumo de vegetales de tipo C3, lo que indicaría la
predominancia de este tipo de vegetación durante el Pleistoceno final y el
Holoceno. De esta forma, es esperable que otros herbívoros, tales como el
venado de las pampas, presenten una composición isotópica similar.
La evidencia recuperada en los sitio La Olla 1 y 2 (Politis et al., 1994;
Bayón y Politis, 1996), localizados en la costa del actual partido de Monte
Hermoso, indica que por lo menos hacia el 7,000 AP el consumo de lobos
marinos (Otaria flavescens y Arctocephalus australis) ya estaba bien
establecido entre estas poblaciones. Por ejemplo, en el sector excavado del
sitio La Olla 1, que ha sido interpretado como un locus de procesamiento
primario de lobos marinos, el NMI correspondiente a esta familia es de 41
(Politis et al., 1994). Si los valores de δ13C obtenidos para los esqueletos
humanos AS19, AS24 y AS31 son el resultado del consumo de alimentos
terrestres derivados de C3 y de alimentos marinos, tales como los
pinnípedos, esto indicaría que el uso del ambiente costero habría formado
parte de la estrategia general de adaptación y supervivencia de las
poblaciones aborígenes pampeanas desde por lo menos la transición entre el
Holoceno temprano y medio. En efecto, el esqueleto AS19 ha sido datado en
6,860 ± 60 AP, y los esqueletos AS24 y AS31 en 7,800 ± 115 AP y 7,615 ± 90
AP respectivamente. La evidencia paleonutricional sugiere que los episodios
de stress a nivel individual, probablemente asociados a una disminución
estacional o interanual en la oferta de recursos, habrían sido relativamente
frecuentes durante el Holoceno temprano-medio. El rol que cumplieron los
alimentos marinos en la compensación de probables deficiencias
nutricionales y en el balance general de la dieta de estas poblaciones, deberá
ser explorado con mayor profundidad en el futuro mediante el empleo de
múltiples líneas de evidencia (i.e. Lyman, 1989; 1991; Hildebrandt y Jones,
1992).
En resumen, puede decirse que los resultados obtenidos hasta el presente
tienden a apoyar el modelo arqueológico postulado para el área por Politis
(1984), referido a la explotación de los tres grandes ambientes disponibles -
llanura, sierra y costa - por parte de las sociedades cazadoras-recolectoras
prehispánicas del área Interserrana. En particular, proporcionan evidencia
para discutir el problema del uso temprano del ambiente costero. Hasta el
momento, éste había resultado un problema de difícil tratamiento mediante
el empleo de la evidencia arqueológica convencional, debido a la probable
destrucción de la mayoría de los sitios costeros formados durante el
Holoceno temprano, como resultado de los cambios en el nivel del mar
ocurridos después del Pleistoceno (Politis, 1984).
En el futuro será necesario analizar nuevas muestras de esqueletos
humanos del sitio Arroyo Seco 2 y de otros sitios del área, principalmente de
la costa (i.e. Túmulo de Malacara, La Tigra, Chocorí) y obtener
determinaciones de δ15N como un medio de evaluar por otra vía, la
influencia diferencial del consumo de alimentos de origen marino y derivados
de vegetales C4, en los valores de δ13C registrados.
XIII. DISCUSION

El patrón de distribución de los diferentes indicadores de estado de salud


y nutrición considerados en este trabajo se ajusta, en términos generales, al
perfil bioarqueológico de cazadores-recolectores emergente de los diversos
estudios existentes. Las prevalencias de hipoplasias del esmalte dental,
líneas de Harris, hiperostosis porótica y lesiones óseas debidas a procesos
infecciosos registradas en las muestras correspondientes a cada período y en
la muestra total de nuestra área de estudio resultan, en la mayoría de los
casos, inferiores a los valores medios obtenidos en otros estudios
bioarqueológicos de cazadores- recolectores (Tabla XIII.1.). En sólo tres casos
se observan valores de prevalencia superiores a los valores medios
registrados en otras muestras.
No se registraron, para la mayoría de los indicadores considerados,
diferencias estadísticamente significativas entre los valores de prevalencia
correspondientes a cada período. En el caso de las lesiones óseas atribuíbles
a procesos infecciosos, la casi total ausencia de lesiones debidas a infección
en la muestra de Arroyo Seco 2 (Holoceno temprano) resulta
significativamente diferente a la situación observada en la muestra del
Holoceno tardío. Este constituye el único caso registrado de existencia de
una cierta tendencia temporal en la variación de los valores de un
bioindicador. Sin embargo, en este contexto resulta necesario tener en
cuenta que la ausencia de diferencias significativas en los valores de
prevalencia de los diferentes indicadores a través del tiempo no implica,
necesariamente, la ausencia de tendencias temporales "reales" en el impacto
de determinados factores ambientales sobre las poblaciones humanas.
Existe una clara relación entre el tamaño muestral, la magnitud de la
expresión de un factor, y la probabilidad de registrar una diferencia
significativa en la distribución de ese factor entre dos o más muestras.
Cuando se trabaja con muestras grandes, la probabilidad de registrar
diferencias de escasa magnitud en la incidencia de un factor determinado es
mayor que la existente en el caso de muestras pequeñas. En éstas, sólo las
diferencias de relativamente gran magnitud tienen mayores probabilidades
de ser detectadas. Esto implica que, en nuestro caso de estudio, la ausencia
de diferencias significativas entre los valores de prevalencia de hipoplasias
del esmalte dental puede ser interpretada como debida o bien a la ausencia
real de tales diferencias, o bien, en el caso de haber existido estas últimas, a
su escasa magnitud. En ambos casos, los resultados obtenidos resultan
compatibles con las expectativas derivadas del modelo regional propuesto.
Este sugiere la probable existencia de variaciones en la prevalencia de
distintos indicadores de stress ambiental entre, principalmente, las
muestras del Holoceno tardío respecto a las de los otros períodos, debidas a
probables diferencias en la organización de las poblaciones de las cuales
derivan. Sin embargo, se ha propuesto también que tales variaciones no
deberían haber sido necesariamente de gran magnitud. Los probables
procesos de cambio en los sistemas de asentamiento y subsistencia de las
poblaciones más tardías respecto de las más tempranas podrían ser
considerados sólo como procesos de intensificación de ciertos componentes
ya presentes en esos sistemas (i.e. recolección, procesamiento y consumo de
vegetales), y no como procesos conducentes a organizaciones
cualitativamente distintas.
Independientemente del período temporal del que provengan las muestras,
resulta evidente la existencia de niveles moderados a altos de trastornos
metabólicos durante los primeros años del período de crecimiento y
desarrollo posnatal. En anteriores secciones de este trabajo puntualizamos
que las hipoplasias del esmalte son, básicamente, el resultado de la acción
combinada de diversos estados de enfermedad y malnutrición. Hemos
encontrado que la evidencia del impacto de infecciones inespecíficas resulta
muy bajo en todas las series analizadas. Sin embargo esto no implica
necesariamente una baja incidencia de enfermedades infecciosas en estas
poblaciones, sino sólo una baja incidencia de infecciones a nivel del tejido
óseo. Un gran número de procesos infecciosos que normalmente no se
manifiestan en los huesos pueden dar cuenta de la formación de líneas de
hipoplasia, siendo los más probables aquellos que comprometen las vías
respiratorias y el tracto gastrointestinal (i.e. diarrea) (Goodman, 1994;
Goodman et al., 1992). Debido a que las hipoplasias se forman sólo durante
el período de crecimiento y desarrollo dental, no hay posibilidad de usar esta
evidencia para discutir la incidencia de infección y malnutrición en los
individuos adultos de estas poblaciones. Sin embargo, parece razonable
pensar que los déficits nutricionales y los procesos infecciosos tuvieron un
mayor impacto relativo sobre los individuos infantiles y juveniles. En efecto,
la edad media de formación de bandas de hipoplasia en el canino
mandibular, el diente que registra la mayor cantidad de eventos en nuestra
muestra, es de 2,6 años. Si bien no se calculó la edad etiológica de las
líneas de Harris en la muestra de Arroyo Seco 2, su distribución en las
diáfisis de los huesos analizados (cuartos distales en individuos adultos),
indica que una parte significativa de ellas probablemente se formó durante
la segunda década de vida. Tanto las hipoplasias del esmalte dental como
las líneas de Harris pueden ser considerados como indicadores de disturbios
metabólicos de carácter agudo. No se encontraron evidencias de
malnutrición crónica en ninguna de las muestras analizadas. El dimorfismo
sexual, medido en términos de la estatura media probable de los adultos de
ambos sexos y de la robustez ósea, alcanza una buena expresión en todas
las series, lo que apoya la idea de una baja o nula incidencia de factores
estresantes de larga duración (Huss-Ashmore et al., 1982). El registro de
hiperostosis porótica muestra una prevalencia nula en todas las series, lo
que indica una baja probabilidad de que la deficiencia nutricional de hierro y
la existencia de parasitosis hayan constituído factores de stress ambiental
importantes a través del tiempo.
Respecto de la composición de la dieta, los datos de 13C de la muestra

correspondiente al Holoceno temprano indican una dieta básicamente


continental, basada en el consumo de alimentos animales y vegetales C3,
probablemente complementada con alimentos de origen marino en una
proporción no mayor del 25%. La proporción relativa de alimentos vegetales
y animales en la dieta de las poblaciones de distintos períodos del Holoceno
no puede ser estimada por el momento.
Tomando en consideración el conjunto de las líneas de evidencia
exploradas, pensamos que el estado de salud y nutrición general de las
poblaciones aborígenes pampeanas fue relativamente bueno, en
comparación, al menos, con el inferible a partir del análisis de otras
muestras esqueletarias de cazadores-recolectores americanos y de otros
lugares del mundo. Tal evidencia sugiere que, independientemente de las
posibles variaciones genéticas intra e interpoblacionales y de las variaciones
en las estrategias adaptativas puestas en práctica por los individuos
pertenecientes a las distintas poblaciones de nuestra área de estudio tanto a
través del tiempo como del espacio, todos ellos compartieron un rango de
adaptación fisiológica similar.
Si los indicadores de detención y/o recuperación del ritmo de crecimiento
analizados - hipoplasias del esmalte dental y líneas de Harris - se vinculan
estrechamente con la interacción sinérgica entre estados de malnutrición e
infección (Goodman et al., 1994; Hughes et al., 1996), puede proponerse que
uno de los principales factores de valor selectivo del ambiente pampeano a
través del tiempo fue la fluctuación temporal y/o espacial no predecible en la
disponibilidad de recursos.
Se ha propuesto que los principales recursos animales explotados por las
poblaciones humanas durante el Holoceno (guanaco y venado de las
pampas), y algunos de los complementarios (armadillos, lobo marino y
ñandú), se hallaban disponibles todo el año (Politis, 1984; Politis y Salemme,
1989). Sin embargo, variaciones regulares (i.e. estacionales o periódicas) y/o
estocásticas en su densidad local, estructura etárea y sexual de las
poblaciones, composición corporal (i.e. volúmen de tejido adiposo), etc.
pueden haber influído significativamente sobre el grado de disponibilidad de
un determinado recurso, tanto animal como vegetal. De particular
importancia para la organización y adaptación humana son las variaciones
aleatorias, y por lo tanto impredecibles, en la disponibilidad de un
determinado conjunto de recursos. No disponemos aún de evidencias
suficientes para caracterizar y evaluar el grado de predictibilidad de éstos ni
la variabilidad de las estrategias puestas en práctica por los individuos
pertenecientes a las distintas poblaciones pampeanas para su explotación
(i.e. de evitación o de toma de riesgo). Sin embargo, desde un punto de vista
muy general, puede decirse que en poblaciones cazadoras-recolectoras que
habitan áreas caracterizadas por a) una distribución temporal y espacial
heterogénea de recursos, en especial aquellos de naturaleza crítica, y b) una
baja densidad poblacional relativa respecto de esa estructura de recursos, la
movilidad constituye una de las estrategias más seguras para el
mantenimiento individual y colectivo del grupo. En forma independiente de
las posibles variaciones organizacionales a través del tiempo, la movilidad
parece haber sido la principal estrategia puesta en práctica para reducir las
incongruencias espacio-temporales, tanto predecibles como, suponemos,
impredecibles en la disponibilidad de los principales recursos. Dentro de este
contexto, la costa puede haber funcionado como una alternativa importante
en situaciones de disminución en la oferta de recursos de los demás
ecosistemas del área, en cualquier época del año. La evidencia de 13C no

parece sustentar la idea de un uso de la costa, al menos durante el Holoceno


temprano, sobre una base estacional regular. Los valores de 13C parecen

indicar un uso ocasional de recursos marinos. La profundización en el


conocimiento de los procesos de formación y estructura sexual y etárea de
las muestras esqueletarias de lobos marinos de los sitios costeros
correspondientes a este período (i.e. La Olla 1 y 2; Monte Hermoso 1), y la
obtención de nuevas determinaciones de 13C y otros isótopos estables (i.e.

δ15N) permitirá en un futuro discutir esta hipótesis sobre una base más
sólida que la actualmente disponible.
Por último, resulta importante señalar que la información bioarqueológica
extraída de las muestras analizadas, que indica una ausencia de diferencias
significativas en la variación cronológica en casi la totalidad de los
indicadores analizados, no debe ser interpretada como indicadora de una
estabilidad adaptativa de las poblaciones humanas durante el lapso total
comprendido por el Holoceno. Las muestras esqueletarias estudiadas
corresponden a tres períodos durante los cuales la ocupación humana a
nivel regional podría ser caracterizada como "efectiva" y "estable", en el
sentido dado a estos términos por Borrero (1989/1990; 1994/1995). Una
etapa de ocupación efectiva de tipo estable se alcanza cuando la mayor parte
del espacio regional es explotada y/o ocupada. Implica, entre otras cosas, la
existencia de poblaciones cuya estructura demográfica no fluctúa mucho
durante generaciones, lo que puede resultar en una estabilización real o
aparente (ver Capítulo III) en la distribución de los marcadores biológicos
considerados (Buikstra y Mielke, 1985; Guichón, 1993; Paine y Harpending,
1996; Sattenspiel y Harpending, 1983). El análisis de muestras
correspondientes a períodos en los cuales es esperable la existencia de
poblaciones con regímenes demográficos distintos y posiblemente más
sujetos a fluctuación (i.e. Pleistoceno final-Holoceno temprano; Holoceno
medio post-Hypsitermal), podría mostrar distribuciones significativamente
diferentes a las descriptas en este trabajo. Desafortunadamente, no se
dispone aún de series esqueletarias asignables a esos períodos, por lo que la
evaluación de esta hipótesis sólo podrá ser efectuada en el futuro.
PARTE 4. CONSIDERACIONES FINALES

XIV. EL ESTUDIO ARQUEOLOGICO Y BIOARQUEOLOGICO DEL


SUDESTE DE LA REGION PAMPEANA EN PERSPECTIVA

Los resultados de la investigación que hemos desarrollado hasta el


presente deben ser considerados como una primera aproximación al estudio
de la evolución y adaptación de las poblaciones aborígenes pampeanas desde
una perspectiva bioarqueológica. Esto implica que, afortunadamente,
existen muchas cosas que aún nos restan conocer y comprender acerca de
este proceso.
El estudio de la variabilidad intra e interregional del registro
bioarqueológico ha demostrado ser una vía útil para aumentar nuestro
conocimiento acerca de los posibles cambios a través del tiempo en las
pautas de organización de las sociedades cazadoras-recolectoras
pampeanas, y para generar nuevas preguntas y nuevos temas de
investigación. Entre los más importantes se halla el estudio de los
mecanismos microevolutivos implicados en la diferenciación morfológica de
las poblaciones aborígenes, tanto a través del tiempo como del espacio.
Hemos sugerido que procesos de migración, flujo génico y eventual
reemplazo poblacional podrían dar cuenta de la mayor parte de la
variabilidad encontrada. Este es un problema que puede ser abordado tanto
a través del estudio del registro bioarqueológico mismo (i.e. estudios de
distancias poblacionales entre variables métricas y no-métricas, análisis
paleogenéticos), como del resto de la evidencia arqueológica disponible (i.e.
cambios en las frecuencias artefactuales, patrones de explotación de
recursos, variaciones estilísticas, etc.). El proceso de migración, posible
competencia y reemplazo poblacional del cual disponemos en la actualidad
de mayor evidencia para su estudio y discusión, es el que probablemente
tuvo lugar en algún momento durante el último milenio anterior a la
conquista hispánica en las áreas Sur, Serrana de Ventania e Interserrana.
Este involucró poblaciones provenientes del área Nordpatagónica y,
posiblemente, poblaciones locales. La forma que adoptó la interacción entre
estas poblaciones, si es que la hubo, resulta actualmente desconocida. Sólo
un análisis comparativo detallado del registro arqueológico del Norte de
Patagonia y del SE de la Región Pampeana que focalice sobre el conjunto de
las estrategias de adaptación y supervivencia de las poblaciones de ambas
regiones durante el Holoceno tardío, podría contribuir al conocimiento de
este proceso. Desafortunadamente, el ritmo de crecimiento de la base de
datos en estas dos regiones no resulta actualmente equivalente. Mientras
que en el SE de la Región Pampeana las investigaciones arqueológicas han
experimentado un crecimiento sostenido durante los últimos veinte años, lo
que ha ocasionado un aumento significativo en el conocimiento de la
estructura del registro arqueológico regional, el conocimiento arqueológico
del extremo sur de la provincia de Buenos aires y NE de la provincia de Río
Negro prácticamente no ha experimentado variación desde los trabajos de
Bórmida en la década del '60. Esta situación hace que éste no sea un
problema fácil de abordar por el momento.
Otro problema que revela el estudio del registro bioarqueológico del NE de
la Región Pampeana es la probable variación temporal, y posiblemente
espacial, en la organización de las poblaciones aborígenes en distintos
momentos del Holoceno. La existencia de áreas formales de entierro y de
sitios que, aún sin reunir las características que definen un área de este tipo
han sido utilizados en forma recurrente para la disposición de cadáveres (i.e.
Arroyo Seco 2), necesita ser explicada. Una abundante literatura sugiere que
el surgimiento de este tipo de estructuración del espacio regional implica,
entre cazadores-recolectores, importantes cambios en la organización y en
las relaciones ecológicas entre y dentro de las sociedades. Debido a que,
como sostuvimos en la primera parte de este trabajo, toda aproximación
evolutiva debe tener en cuenta los aspectos organizacionales de las unidades
bajo estudio, resulta necesario profundizar el conocimiento de las
variaciones, a nivel multidimensional, en las pautas de organización de las
poblaciones prehistóricas del área.
En vinculación al objetivo específico de este trabajo, los resultados
alcanzados agregan una nueva dimensión al estudio de la subsistencia de
estas poblaciones. En tanto que el estudio de la evidencia arqueológica y
paleoecológica convencional no permite, en general, la discusión de las
fluctuaciones a corto plazo en variables tan significativas como la
disponibilidad de recursos nutricionales, el estudio de la distribución
individual y grupal de indicadores esqueletarios que resultan sensibles,
dentro de ciertos límites, a ese tipo de procesos sí permite su tratamiento. La
evidencia obtenida, principalmente del análisis de las hipoplasias del
esmalte dental, sugiere una frecuencia relativamente alta de individuos
afectados por disturbios metabólicos durante las primeras etapas del
proceso de crecimiento y desarrollo, entre cuyas probables causas se
encuentra la escasez periódica en la disponibilidad de los principales
recursos alimenticios. Este factor resulta importante para comprender la
estructuración del registro arqueológico regional, y los patrones de movilidad
y de explotación de los recursos de las diferentes zonas ecológicas.
Los análisis de 13C de restos humanos, restringidos a la muestra del

Holoceno temprano, parecen confirmar el uso del ambiente costero como


fuente de nutrientes por parte de estas poblaciones, aunque sobre una base
probablemente no estacional o periódica, sino ocasional. Sin embargo,
resulta necesario ampliar la muestra, tanto correspondiente a este período
como a otros períodos del Holoceno, y realizar análisis de 15 , antes de

extraer conclusiones de mayores alcances respecto a este problema.


Entre los numerosos aspectos que permanecen sin resolver se halla el
desarrollo de medios confiables para la evaluación de la importancia relativa
de los alimentos vegetales en la dieta de las poblaciones prehistóricas del
área. Los criterios para su análisis resultan aún elusivos, representando un
área de investigación que necesita ser abordada con mayor profundidad.
A modo de conclusión podemos decir que, a pesar de los problemas
señalados, las perspectivas derivadas del estudio del registro bioarqueológico
regional resumido en este trabajo resultan alentadoras. Si los resultados
alcanzados estimulan la profundización de los mismos en ésta y en otras
áreas de la Región Pampeana, el objetivo de esta tesis habrá sido logrado con
creces.
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