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Parece bastante claro que la sociedad patriarcal que imperó hace décadas (y lo sigue

haciendo ahora) va cambiando poco a poco (a pasos de tortuga) hacia una sociedad más
igualitaria e inclusiva en la que padres y madres tienen las mismas responsabilidades en
lo que a sus hijos se refiere. Va caminando, que no quiere decir que se haya conseguido
aún, y muestra de ello es cuando suceden casos tan inexplicables como el que os narramos
hoy.
Silvia Banegas es una mujer española que tuvo un hijo con un hombre mexicano. Lleva
dos años sin ver a su hijo porque un juez consideró que no se comportaba como debía
hacerlo una madre tradicional: ¿Y si te quitaran la custodia de tu hijo por no ser una madre
tradicional?
Tal y como leemos en Cadena Ser, un juez le retiró en el año 2010 la custodia de su
hijo porque consideró que no cumplía con el rol de madre tradicional. Además, le instó a
que recibiera terapia psicológica para poder ofrecer a su hijo "cariño y amor conforme a
las costumbres mexicanas y para que acepte los roles tradicionales de género".
Debía comportarse como una mujer de las de toda la vida
Todo comenzó hace diez años, cuando Silvia se casó en España con un mexicano.
Pasado un tiempo se fueron a vivir a México, donde nació su hijo. Cuando el pequeño
tenía dos años la pareja decidió separarse, y en la lucha por la custodia del pequeño, el
padre del niño relató en la demanda de divorcio sucesos que ella pensó que no le servirían
de nada:
Decía que yo hacía topless, que no quería bautizar al niño, que un día le mandé fregar
los platos, que le gritaba...
Sin embargo, al celebrarse el juicio, el juez 42 de lo Familiar del Tribunal Superior de
Justicia del Distrito Federal demostró que hay personas para las que el tiempo no pasa (o
mejor dicho, para las que el machismo no pasa):
El juez dijo que yo no podía cuidar a mi hijo porque soy atea, porque no tengo el rol
de mujer sumisa y que por lo tanto debía ir a terapia para asumir las tradiciones mexicanas
y los roles de género.
Un último intento en la justicia española
El acoso al que el exmarido y su familia sometieron a Silvia hizo que consiguiera una
orden de alejamiento antes del juicio, y esto le provocó aún más sorpresa al ver la
sentencia del juez, sintiéndose completamente desprotegida. Decidió entonces volver a
España con el pequeño y hacer un último intento aquí. Sin embargo, el magistrado del
juzgado número 24 de Madrid Juan Pablo González del Pozo decidió en 2014 que el niño
tenía que volver a México con su padre, dado que existía una denuncia del exmarido por
sustracción de menores. Le dieron cinco minutos para despedirse de su hijo y desde
entonces no lo ha vuelto a ver.
Ahora Silvia no puede viajar a México porque está acusada de haberse llevado al niño
sin tener la custodia, y no puede ver a su hijo porque, aunque el juez español estableció
que madre e hijo podrían comunicarse a diario, el padre no cumple estas obligaciones y
nadie hace nada por solucionarlo.
Premio Garrote de la Women's Link Worldwide
La sentencia de Silvia ha recibido el premio Garrote que concede anualmente la
ONG Women's Link Worldwide para hacer visibles y criticar las decisiones judiciales
que afectan negativamente a las mujeres en las que se aprecia discriminación hacia las
mujeres y niñas.
Además, está en contacto con una asociación mexicana de mujeres que está estudiando
la posibilidad de llevar su caso ante la CEDAW, la Convención de la ONU para la
Eliminación de toda forma de Discriminación contra la Mujer.
¿Le damos la vuelta?
A veces vale la pena dar la vuelta a la tortilla para imaginar lo absurdo que es que
personas que deberían ser imparciales no lo sean; que personas que deben juzgar en base
a la igualdad de derechos, pretendan que los interesados se comporten como a ellas les
parece correcto:
Una mujer se casa con un hombre y tienen un hijo. Ella tiene un trabajo con un salario
superior al del padre y deciden que lo más lógico es que sea él quien coja la baja para
cuidar del bebé. Cuando el niño tiene dos años se separan y ella argumenta en el juicio
que él no se comportaba como un hombre tradicional porque no traía un sueldo a casa,
fregaba los platos, hacía la comida, limpiaba la casa, sabía mejor que ella cómo calmar al
bebé y apenas le gritaba. Ella, en cambio, tenía que hacer todo lo que él no hacía: tener
un trabajo remunerado, sin que eso le permitiera limpiar su hogar, hacer la comida, ni
cuidar de su hijo, y que eso le había supuesto un serio problema de convivencia familiar.

El juez decide que ella tiene razón y debe quedarse con el hijo porque él no se comportó
en ningún momento como un hombre tradicional y le insta a que reciba terapia psicológica
para comportarse en base a las costumbres de la zona y pueda así trabajar, ver poco a su
hijo y gritar un poco a su mujer, evitando pasar por la cocina para cocinar ni fregar los
platos.

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