11 FILOSOFÍA
Temario 1993
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1. Realismo y nominalismo
1.1. El argumento de lo uno sobre los muchos
2. Variedades de realismo
2.1. Platonismo
2.2. Conceptualismo
3. Nominalismo
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INTRODUCCIÓN
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1 Realismo y nominalismo
De manera preliminar, podemos caracterizar a los universales como cosas que, a diferencia de los
particulares, pueden tener distintas ejemplificaciones o «instancias». La blancura, por ejemplo, está
ejemplificada por la flor en mi escritorio, por la nube que ahora se ve desde mi ventana, por la pan-
talla del ordenador, etc. Al parecer, hay una misma cosa –un universal- que las tres cosas «tienen
en común». En cambio, ni la flor, ni la nube, ni la pantalla en cuestión pueden tener ellas mismas
ejemplificaciones, y son por tanto particulares más que universales. Lamentablemente, esta carac-
terización preliminar de los universales (y de los particulares) no nos lleva demasiado lejos, dado
que se apoya en la noción de ejemplificación, la cual es tan o más oscura que la de universal: si nos
preguntaran qué es la relación de ejemplificación, todo lo que podríamos decir en este nivel inicial
es que se trata de la relación que existe entre un universal y muchos particulares, generando así un
círculo vicioso.
En el apartado 2 discutiremos algunas teorías que rompen este estrecho círculo al ofrecer una expli-
cación más detallada acerca de qué son los universales y la relación de ejemplificación. De momen-
to, es suficiente con que seamos capaces de identificar algunos ejemplos paradigmáticos de uni-
versales. Hemos mencionado ya a la blancura, la fragilidad y la propiedad de pesar 2kg. Todas éstas
son «propiedades», características que una cosa particular puede tener o, en otras palabras, maneras
cómo una cosa particular puede ser. Pero la categoría de universales abarca, además de las propie-
dades, relaciones. Ejemplos de relaciones son estar junto a, ser padre de, ser equidistante de, etc.
A diferencia de las propiedades, que los objetos individuales ejemplifican por sí mismos, las relacio-
nes son ejemplificadas por dos, tres o más objetos en determinado orden. Por ejemplo, la relación
ser padre de es ejemplificada por el par constituido por el rey Juan Carlos y el príncipe Felipe (en ese
orden solamente). La relación ser equidistante de es ejemplificada por Madrid, León y Jaén, en ese
orden. Hay relaciones que un objeto puede mantener consigo mismo. Por ejemplo, la relación ser
tan alto como es una relación que todo objeto mantiene consigo mismo entre otros. Otras relaciones
son tales que un objeto nunca las mantiene consigo mismo: la relación ser padre de es un ejemplo.
Finalmente, hay una relación que todo objeto mantiene consigo mismo y con ningún otro: la rela-
ción de identidad.
Vale la pena hacer aquí un par de aclaraciones que pondrán de manifiesto el hecho de que hay más
universales de lo que puede parecer. En primer lugar, nótese que los universales que hemos men-
cionado hasta ahora son, en mayor o menor medida, especialmente importantes para nuestra vida.
Algunos lo son tanto que incluso tenemos nombres especiales para ellos, nombres como «la fragili-
dad» o «la blancura». Sin embargo, normalmente se considera que hay muchos más universales que
éstos, la mayoría de los cuales no tienen interés desde el punto de vista práctico. Considérese por
ejemplo la propiedad de ser algo amarillo en lo que algún habitante de Barcelona o de Beirut posó
su vista en un día martes, luego de haberse dado un baño, entre 1976 y 1987. Probablemente haya
muchas cosas que ejemplifiquen esta propiedad. O considérese la relación tener menos pelos blan-
cos, pesar más y estar al norte de. Seguramente existen muchos pares de cosas que mantienen entre
sí esta relación. Aunque menos interesantes desde el punto de vista de la vida cotidiana, en principio
estos universales «arbitrarios» son para nuestros fines tan relevantes como los más «naturales» que
hemos mencionado en el párrafo anterior.
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En segundo lugar, típicamente se considera que hay propiedades y relaciones que nada ejemplifi-
can: propiedades como la de ser una bruja, o la de ser un burro que habla, o relaciones como ser
la sucesora al trono de. Auque no haya brujas, ni burros que hablen ni ninguna mujer que sea la
sucesora al trono de ningún monarca, se considera normalmente que las propiedades y relaciones
correspondientes sí existen. La razón para esto será discutida más abajo.
Tal como hemos adelantado, en el apartado 2 nos ocuparemos de presentar distintas teorías acerca
de la naturaleza de los universales, tanto de las propiedades como de las relaciones. Pero hay una
cuestión previa a ésta: la cuestión de si las propiedades y relaciones existen o no. Llamaremos «rea-
listas» a quienes responden afirmativamente a esta cuestión, y «nominalistas» a quienes responden
negativamente. Nos ocuparemos de estas dos posiciones en los apartados 2 y 3 respectivamente,
pero vale la pena adelantar aquí que tanto el realismo como el nominalismo tienen muchas varie-
dades. Meramente aceptar que existen los universales es compatible con diversas explicaciones
acerca de su naturaleza, distintas explicaciones acerca de qué tipo de cosa son los universales. Esto
da lugar a las diversas variedades de realismo. Por otro lado, negar meramente que los universales
existan es compatible con diversos puntos de vista acerca de qué cosas sí existen, y también con
diversas estrategias para responder a los argumentos a favor del realismo. Esto da lugar a las diversas
variedades de nominalismo.
En lo que resta de este apartado, presentaremos brevemente los argumentos más importantes que se
han dado a favor del realismo en general, sin distinguir de momento entre sus distintas variedades.
¿Por qué debemos creer que hay universales? Una razón que se ha esgrimido desde la antigüedad es que
los universales permiten explicar el hecho de que distintas cosas son similares entre sí. Éste es el denomi-
nado «argumento de lo uno sobre los muchos». Según este argumento, debemos creer que la blancura
existe porque su existencia explicaría el hecho de que la nube y la flor son similares: las dos cosas son
similares, ambas blancas, en virtud de que existe un universal que ambas ejemplifican: la blancura.
Más esquemáticamente, el argumento puede ser presentado de la siguiente manera:
(P1) La similitud de color entre la nube y la flor debe ser explicada.
(P2) La mejor explicación de la similitud entre la nube y la flor es que tanto una como otra ejemplifican la
blancura (un universal).
(C) Existe un universal (la blancura) que tanto la nube como la flor ejemplifican.
Como puede verse, el argumento de lo uno sobre los muchos tiene la forma de un «argumento a
la mejor explicación». Ésta es una forma de argumento no deductivo que en el que la conclusión
recibe apoyo por ser ella lo que mejor explicaría la ocurrencia de cierto fenómeno.
El argumento de lo uno sobre los muchos apoya la existencia de relaciones no menos que la de
propiedades. Por ejemplo, considérense los siguientes pares de objetos:
<el Rey Juan Carlos, el Príncipe de Asturias>
<Julián Marías, Javier Marías>
<HG Bush, GW Bush>
Estos pares son similares entre sí en el siguiente aspecto: en cada par, el primer elemento es el padre
del segundo elemento. Esta similitud se explica por el hecho de que hay una única relación –la rela-
ción ser padre de—que los tres pares ejemplifican. Según el argumento de lo uno sobre los muchos,
esta explicación es la mejor disponible y, por tanto, apoya la existencia de la relación ser padre de.
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Es importante notar que el argumento de lo uno sobre los muchos simplemente apoya la existencia
de universales y no nos dice nada, o muy poco, acerca de qué tipo de cosa son los universales, siendo
en principio compatible con distintas teorías acerca de este punto –distintas variedades de realismo –.
Pero, ¿qué tan bueno es el argumento de lo uno sobre los muchos? ¿Cómo pueden responder a él
los simpatizantes del nominalismo? Hay al menos dos maneras de resistirse al argumento, consisten-
tes en negar o bien la premisa P1 o bien la premisa P2. Vemos cada una de estas dos respuestas con
algo más de detalle.
Quienes optan por la primera estrategia –negar la premisa P1- aceptan que la flor y la nube son simi-
lares en color, pero niegan que este hecho requiera explicación alguna. Es simplemente un hecho
inexplicado (o como suele decirse, un «hecho bruto») que no tiene explicación en otros términos
más básicos. La cuestión de si hay o no hechos brutos (es decir, hechos que no pueden ser explica-
dos en términos más básicos) es compleja y excede la presente discusión. Basta con notar que aque-
llos nominalistas dispuestos a aceptar hechos brutos bien pueden resistir al argumento de lo uno
sobre los muchos mediante esta estrategia. La plausibilidad de la misma es defendida por Willard V.
O. Quine (1908-2000) en «Quine» (1948) y por David Lewis (1941-2001), en «Lewis» (1983).
La segunda respuesta –negar la premisa P2- está basada en notar que la similitud entre la flor y la
nube puede recibir una explicación alternativa a la ofrecida por el realista, una explicación superior a
ésta y que no involucra, en principio, la existencia de universales. Dicha explicación es simplemente
la que un científico nos daría: la flor es blanca porque tiene ciertos pigmentos que en combinación
con la refracción de la luz producen tales y tales efectos en nuestro aparato sensorial. La nube es
blanca por razones similares. Esta explicación, dirá el nominalista, es mejor que la ofrecida por el rea-
lista: es más informativa, nos permite entender mejor el fenómeno explicado, puede ser extendida a
casos similares y está respaldada por la ciencia empírica (que es una empresa, po cierto, más exitosa
que la metafísica en lo que respecta a hallazgos bien establecidos). Crucialmente, esta explicación
científica no implica la existencia de la blancura. Por tanto, no es cierto que la mejor explicación de
los hechos de similitud involucre universales, tal como es presupuesto por el argumento de lo uno
sobre los muchos.
El segundo argumento a favor del realismo es más reciente, pero también más convincente. Para
explicarlo, debemos remitirnos primero a la idea de «compromiso ontológico», la cual se popularizó
a partir de la obra de Quine, especialmente su famosísimo «Quine» (1948). Podemos explicar la idea
de compromiso ontológico de la siguiente manera: diremos que una oración S está comprometida
con una entidad E sólo si E debe existir para que S sea verdadera. Por ejemplo; la oración:
(1) Barcelona es elegante.
Está comprometida con la existencia de una cierta ciudad, Barcelona. Si Barcelona no existiera, la
oración (1) no sería verdadera. En otras palabras: Barcelona debe existir para que (1) sea verdadera y
es por tanto una entidad con la que (1) está comprometida ontológicamente. Cualquiera que esté de
acuerdo con que (1) es verdadera, debe aceptar que Barcelona existe. Otro ejemplo:
(2) El presidente del gobierno es popular.
Esta oración está comprometida con la existencia del presidente del gobierno. Al menos una perso-
na debe existir y ser el presidente del gobierno para que (2) sea verdadera. Alguien que afirmara (2) y
se negara a aceptar que hay un presidente del gobierno, se estaría contradiciendo a sí mismo.
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A menudo es útil contar con algún criterio más explícito que nos diga con qué entidades una ora-
ción determinada está comprometida. Para nuestros fines será suficiente con el siguiente criterio
parcial, comúnmente aceptado por los filósofos contemporáneos que se ocupan de este tema: di-
remos que una oración simple de la forma «a es F» (donde «a» es un término singular y «F» un predi-
cado) está comprometida ontológicamente con aquella entidad a la que «a» pretende denotar. Por
«términos singulares» entendemos nombres propios (como «Barcelona», «John Lennon», «Pegaso»),
descripciones definidas (como «el presidente del gobierno», «la capital de España», «el actual rey
de Francia»), pronombres demostrativos (como «ella», «esto», «ahora») y expresiones como «la ele-
gancia», «la felicidad», «la popularidad», etcétera. Por predicados, entendemos expresiones como
«es elegante» o «es popular», «es el padre de», las cuales pueden dar lugar a una oración completa
con sólo ser combinadas de manera apropiada con uno o más términos singulares. Mientras que los
términos singulares de las oraciones simples acarrean compromiso ontológico con las entidades a
las que pretenden denotar, sus predicados no hacen lo mismo. Es decir, en una oración con la forma
«a es F» el predicado «F» no acarrea ningún tipo de compromiso ontológico. Por ejemplo, aunque (1)
está comprometida con Barcelona, no está comprometida con la existencia de algo como la elegan-
cia. La elegancia, a diferencia de Barcelona, no es algo que deba existir para que (1) sea verdadera.
En principio, todo lo que debe ocurrir para que (1) sea verdadera es que Barcelona exista, y que sea
elegante. Igualmente y por razones paralelas, (2) no está comprometida con la popularidad.
Una vez aclarada la idea de qué es el compromiso ontológico, podemos pasar al argumento a favor
del realismo. Consideremos las siguientes oraciones:
(3) La elegancia es una característica de Barcelona.
(4) La popularidad es un arma que el presidente del gobierno tiene consigo.
La oración (3) dice de cierta cosa, de la elegancia, que es una característica de Barcelona, mientras
que (4) dice de otra cosa, la popularidad, que es un arma del presidente del gobierno. A diferencia de
(1) y (2), estas oraciones sí están comprometidas ontológicamente con la elegancia y la popularidad
respectivamente. Si (3) es verdadera, entonces la elegancia existe: si no existiera, no podría ser una ca-
racterística de Barcelona y por tanto (3) no sería verdadera. El mismo razonamiento se aplica a (4) con
respecto a la popularidad. (Por supuesto, es natural preguntarse en este punto qué tipo de entidad
son la elegancia y la popularidad y cómo se relacionan con las cosas elegantes y populares. Ésta es la
pregunta acerca de la naturaleza de los universales, de la que nos ocuparemos en el apartado 2).
Los realistas que presentan el argumento del compromiso ontológico señalan que, igual que (3) y
(4) muchísimas otras oraciones de nuestra habla cotidiana –igual que muchas oraciones de la cien-
cia- están comprometidas ontológicamente con universales. De hecho nuestro lenguaje contiene
expresiones (como «la propiedad de ser...») que permiten transformar una oración no comprometida
con universales en una que sí lo esta. La receta para esto es transformar una oración con la forma «x
es F» en una oración con la forma «la propiedad de ser F es ejemplificada por x», o más sencillamente,
«x tiene la propiedad de ser F». Véanse los siguientes ejemplos:
(5) La flor en mi escritorio es blanca.
(5’) La propiedad de ser blanca es ejemplificada por la flor en mi escritorio.
(6) La sal es soluble en agua.
(6’) La sal tiene la propiedad de ser soluble en agua.
Mientras que (5) no está comprometida con la propiedad de ser blanca (es decir, la blancura), (5’) sí
lo está. Si la propiedad de ser blanca no existiera, la flor en mi escritorio no podría ejemplificarla, y
por tanto (5’) sería falsa. Un razonamiento paralelo se aplica a (6), (6’) y la propiedad de ser soluble
en agua.
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La primera premisa del argumento del compromiso ontológico es, entonces, que como hemos visto,
muchísimas oraciones de nuestra habla cotidiana, igual que muchas de las oraciones de la ciencia,
están comprometidas ontológicamente con la existencia de universales. La segunda premisa es que
muchas de estas oraciones son verdaderas. Esta segunda premisa parece innegable: al parecer, es
verdad que la flor tiene la propiedad de ser blanca, que la sal tiene la propiedad de ser soluble en
agua, etc. De estas dos premisas se sigue que los universales existen.
Igual que con el argumento anterior, debemos preguntarnos en qué medida el argumento del com-
promiso ontológico es convincente y de qué manera podría ser resistido por un nominalista. Una
primera respuesta que el nominalista puede dar consiste en negar la segunda premisa: las oraciones
que, como (3) y (4), acarrean compromiso ontológico con universales no son realmente verdaderas.
Típicamente, los nominalistas que adoptan esta posición, complementan su respuesta con una ex-
plicación de por qué las oraciones en cuestión parecen verdaderas, dado que realmente no lo son.
Una segunda respuesta disponible para el nominalista consiste en negar la primera premisa del ar-
gumento: correctamente interpretadas, oraciones como (3) y (4) no acarrean realmente compromiso
ontológico con universales. Esta respuesta también debe ser complementada con una explicación
adicional, una explicación que nos diga al menos cuál es la interpretación que el nominalista consi-
dera correcta para las oraciones en cuestión. Discutiremos estas dos estrategias con más detalle en
el apartado 3, donde nos ocuparemos de presentar distintas variedades de nominalismo.
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2 Variedades de realismo
Como hemos visto, los argumentos a favor del realismo presentados en el apartado 1 apoyan la exis-
tencia de universales –la tesis realista general, pero son en principio compatibles con distintas teorías
más detalladas acerca de la naturaleza de los universales, con distintas variedades de realismo. En
este apartado presentaremos y discutiremos algunas de ellas.
2.1. Platonismo
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Todos estos pares tienen algo en común: el primer elemento de cada uno de ellos ejemplifica al se-
gundo elemento, que es un universal. Esta similitud sin duda ha de ser explicada, sobre todo luego
de que se ha demandado explicación para similitudes ciertamente más banales, como la que existe
entre las distintas cosas blancas. Una manera de explicar la similitud entre A, B, C consiste en decir
que hay un universal, la relación de ejemplificación, que los tres pares ejemplifican. Pero la dificultad
de esta explicación es evidente: tenemos ahora el problema de explicar la similitud entre los siguien-
tes tres pares:
D: <<flor, blancura>, ejemplificación >
E: <<florero, fragilidad>, ejemplificación>>
F: <<<el rey Juan Carlos, el Príncipe de Asturias>, la relación ser padre de>, ejemplificación>
Los pares D, E y F son similares en que el primer elemento (que en los tres casos es él mismo un par
de cosas) ejemplifica al segundo elemento, la relación de ejemplificación. Evidentemente, explicar
esta similitud apelando nuevamente a la relación de ejemplificación nos llevaría a un nuevo nivel de
similitud y así infinitamente. Este problema se conoce con el nombre de «el regreso de Bradley», por-
que fue el filósofo británico F. H. Bradley (1846-1924) quien lo formuló en su forma contemporánea.
Hay al menos dos maneras alternativas en que los platonistas pueden reaccionar ante esta dificultad.
La primera consiste en negar que la ejemplificación sea ella misma una relación y que deba por tanto
ser explicada en los mismos términos que ser padre de. Según esta respuesta, la ejemplificación es un
nexo de otra naturaleza, un nexo que une a particulares con universales de manera distinta a como
las relaciones unen a sus relata. De esta manera, el regreso queda bloqueado antes de que empiece.
En general, quienes adoptan esta estrategia son muy claros acerca de lo que la ejemplificación no es,
pero no tanto acerca de lo que sí es. El carácter no relacional de la ejemplificación es tomado como
un hecho primitivo no explicable en términos más básicos (Loux, 2002, p. 35). La segunda estrategia
consiste en aceptar que la ejemplificación es una relación, y que da lugar a un regreso infinito, pero
negar que este regreso sea problemático o vicioso. Al fin y al cabo, el platonista puede explicar cual-
quier similitud cuya explicación sea demandada. Que esa explicación genere un nuevo interrogante
similar no es problema, porque también para él habrá una explicación.
Un segundo importante problema del platonismo es el que podemos llamar «problema del cono-
cimiento», dado que tiene que ver con el hecho de que al parecer tenemos conocimiento acerca
de los universales. El problema del conocimiento puede ser presentado en términos de la siguiente
tríada de afirmaciones inconsistentes:
(i) Tenemos conocimiento de los universales.
(ii) Si conocemos algo acerca de x, tenemos algún tipo de conexión causal con x.
(iii) No estamos causalmente relacionados con los universales.
La afirmación (i) parece verdadera. Sabemos, por ejemplo, que la relación ser padre de es asimétrica:
si x es el padre de y, y no es el padre de x. Esto es un ejemplo del conocimiento que tenemos acerca
de la relación ser padre de.
La afirmación (ii) parece estar bien avalada por la mayoría de las teorías epistemológicas contempo-
ráneas. Según estas teorías, el conocimiento presupone una conexión causal con lo conocido, por
más larga y mediada que esta conexión sea. Sabemos, por ejemplo, que César cruzó el Rubicón por-
que lo hemos aprendido de nuestros maestros y éstos de los suyos, y aquéllos de otros, etc. Pero si
realmente lo sabemos, alguien al final de la cadena debió de haber visto a César cruzando el Rubicón.
La conexión causal con César puede ser larga y compleja, pero debe existir para que podamos tener
conocimiento acerca de César.
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Finalmente, la afirmación (iii) es una consecuencia directa de la teoría platonista: los universales no
pueden afectarnos causalmente porque no se encuentran, como nosotros, en el espacio-tiempo, y
las relaciones causales son mantenidas únicamente entre entidades espacio-temporales. En suma,
los platonistas parecen estar comprometidos con las tres afirmaciones, pero éstas parecen ser mu-
tuamente inconsistentes y por tanto alguna de ellas debe ser abandonada.
Los platonistas pueden hacer frente a este problema ofreciendo una teoría epistemológica según la
cual hay ciertos tipos de conocimiento –como el que tenemos de los universales y de las entidades
abstractas en general- que no requiere de experiencia sensorial ni conexión causal con el objeto
conocido. En esta teoría el conocimiento acerca de los universales será presumiblemente a priori,
es decir independiente de la experiencia sensorial. Aquellos platonistas que no encuentren esta
salida satisfactoria deben abandonar la teoría, presumiblemente en favor de alguna otra variante del
realismo. La teoría conceptualista, que presentaremos a continuación, parece especialmente bien
posicionada para resolver el problema del conocimiento.
2.2. Conceptualismo
En tanto que es una variante del realismo, el conceptualismo mantiene que los universales –propie-
dades y relaciones– son entidades plenamente existentes. Pero no son abstractas, como sostiene
el platonismo, sino concretas. Más específicamente, son entidades de naturaleza mental, ideas o
conceptos que existen en nuestra mente. (Vale la pena reiterar aquí que, en general, los objetos
mentales satisfacen los criterios que caracterizan a las cosas concretas por oposición a las abstractas:
un dolor, por ejemplo, tiene cierta localización espacio-temporal, puede ser causa de nuestras accio-
nes y puede ser percibido por quien lo tiene). La blancura y la relación ser padre de, por ejemplo, no
son objetos que existan de manera independiente de nosotros. Son ideas o conceptos en nuestras
mentes, las cuales formamos a partir de la experiencia reiterada de cosas blancas, y de padres e hijos
respectivamente.
La teoría conceptualista se apoya en los argumentos generales a favor del realismo que hemos
considerado en el apartado 1, y también en el hecho de que permite dar una respuesta apropiada
al problema del conocimiento. Dado que los universales no son entidades abstractas, nuestro cono-
cimiento acerca de ellos no requiere de conexiones que trasciendan el reino de lo espaciotemporal.
Es más, dado que los universales son identificados con ideas en nuestras mentes, podemos acceder
a ellas y conocerlas mediante introspección, igual que como accedemos y conocemos nuestras
propias creencias, dolores, etc.
Sin embargo, la teoría conceptualista se enfrenta a serios problemas propios. En primer lugar, la iden-
tificación de los universales con ideas en nuestras mentes parece abrir la puerta a una indeseada
explosión numérica de universales: distintas personas tienen distintas ideas de blancura e incluso una
misma persona tiene distintas ideas de blancura a lo largo de su vida. Pero entonces hay al parecer
muchas blancuras, ¿a cuál de todas ellas nos referimos con afirmaciones como la siguiente?
(7) La blancura es una propiedad de la leche.
Probablemente, el conceptualista querrá decir que cuando Alicia profiere (7), ella está hablando de
la idea de blancura que ella tiene en ese momento en su cabeza, mientras que cuando Juan profiere
(7), él está hablando de la idea de blancura que él tiene en ese momento. Esto genera dos problemas
relacionados. El primero concierne a la posibilidad de la comunicación real. Considérese el siguiente
diálogo:
Alicia: (7) La blancura es una propiedad de la leche.
Juan: (8) No estoy de acuerdo contigo: la blancura no es una propiedad de la leche.
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Según el punto de vista bajo consideración, en este diálogo Alicia está hablando de una cosa y Juan
está hablando de otra –cada uno está hablando de «su» blancura propia, la idea que cada uno tiene
en su cabeza. No hay, por tanto, verdadera comunicación entre ellos. La comunicación requiere que
haya una única cosa a la que ambos se refieran igualmente mediante el término «la blancura», pero
esto difícilmente pueda ser el caso, dada la tesis conceptualista de que los universales no son otra
cosa que entidades mentales.
El segundo problema tiene que ver con la posibilidad del error: parece evidente que en este diálogo
Alicia está en lo correcto y Juan está equivocado. Pero según la teoría conceptualista que estamos
considerando, no es claro que Juan esté diciendo algo falso al proferir (8), y bien puede estar dicien-
do algo verdadero.
Según la teoría, el término «blancura» denota una idea en la cabeza de Juan. De manera que si Juan,
por contingencias de su vida y su experiencia, se ha formado una idea de blancura distinta a la que
la mayoría de nosotros nos hemos formado (por ejemplo, una idea similar a nuestra idea de rojez),
entonces su proferencia de (8) sería verdadera.
Aunque estos problemas relativos a la comunicación y el error surgen porque en un sentido hay
más universales de los necesarios, otro problema del conceptualismo es que, en otro sentido, hay
menos universales de los necesarios. En principio, parece que la cantidad de universales debería ser
infinita. Para apreciar este punto, recordemos la propiedad de pesar 2 kg., que fue mencionada más
arriba como ejemplo de un universal ejemplificado por mi ordenador.
Si este universal existe, evidentemente también ha de existir la propiedad de pesar 3 kg., y también
las propiedades de pesar 2,5 kg., 2,25 kg., 2,125 kg., etc. En suma, han de existir al menos tantas pro-
piedades como posibles cantidades de masa, es decir, infinitas. Sin embargo, si las propiedades son
ideas en nuestras mentes, no está claro cómo pueden ser infinitas en cantidad, ya que sólo hay una
cantidad finita de mentes y cada una de ellas es finita en sus capacidades.
Un último problema para el conceptualismo está dado por la fuerza de la intuición de que la blancu-
ra existiría aún si no hubiera seres humanos sobre la Tierra que tuviesen idea alguna. Da la impresión
de que si la raza humana se extinguiera, seguiría habiendo cosas blancas que serían similares entre
sí en virtud de ejemplificar la propiedad de la blancura, y sería verdad aún que la blancura es el color
de la flor que hay sobre mi escritorio. Pero esto no puede ser cierto si la blancura es simplemente
una idea en nuestras mentes.
Estos problemas hacen que el conceptualismo no sea realmente una alternativa muy atractiva y
de hecho la posición, aunque históricamente significativa, no cuenta con muchos adeptos en la
actualidad.
El realismo inmanente es la tercera forma de realismo que consideraremos. Según esta teoría, igual
que con el conceptualismo y en contra del platonismo, los universales son entidades concretas, en-
tidades que existen en el espacio-tiempo. Por otro lado, igual que con el platonismo y en contra del
conceptualismo, los universales son entidades no mentales y, más en general, entidades que en la
mayoría de los casos no dependen de nosotros para su existencia. La blancura existiría aún si la raza
humana no hubiera evolucionado y continuará existiendo una vez que nos extingamos.
Hay dos maneras más específicas en que el realista inmanente puede articular su tesis de que la
blancura –igual que las cosas blancas- es algo concreto y no-mental. Una primera manera consiste
en decir que la blancura es algo que está completamente presente en cada cosa blanca y es literal-
mente una parte de cada una de ellas. La blancura, por ejemplo, está completamente presente en
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la flor, en la nube y en la pantalla del ordenador, y es una parte de cada una de ellas. Esta manera de
articular el realismo inmanente tiene dos consecuencias a primera vista sorprendentes. La primera
tiene que ver con la idea de múltiple localización: normalmente pensamos que una cosa sólo puede
estar parcialmente presente en distintos lugares al mismo tiempo. Un tren que va de Barcelona a Ge-
rona, por ejemplo, puede en un momento dado estar parcialmente presente en las dos provincias,
en virtud de tener distintas partes –distintos vagones– en cada una. Pero no puede estar completa-
mente presente en las dos provincias al mismo tiempo. Lo que esta versión del realismo inmanente
nos está diciendo es que los universales son diferentes a los trenes en este sentido: la blancura, por
ejemplo, puede estar completamente presente en el cielo y en distintas partes de mi escritorio a la
vez ejemplificada por la nube, la flor y la pantalla del ordenador. Y no es sólo una parte de la blancura
sino toda ella lo que está en cada uno de estos sitios.
Aunque sorprendente, los defensores de esta versión del realismo inmanente creen que este don de
la ubicuidad es una característica propia de los universales, y de hecho una que nos permite distin-
guirlos de los particulares. La otra consecuencia sorprendente de esta primera versión del realismo
inmanente es que, en contra de lo que pueda parecer, la nube y mi ordenador se solapan, es decir,
tienen un parte en común: la blancura.
La segunda versión del realismo inmanente comparte con la primera la idea básica –que los univer-
sales son entidades concretas y no mentales–, pero difiere radicalmente a partir de ese punto. Según
esta segunda versión, los universales no son partes de las cosas que los ejemplifican, sino más bien
al contrario: las cosas que los ejemplifican son partes de los universales. Para comprender esta posi-
ción, conviene antes considerar brevemente lo que parece ser un punto de vista natural acerca de
algunos términos que denotan sustancias químicas, como «agua», «plata», «sal», etc. ¿A qué refiere
el término «el agua» en oraciones como «el agua apaga el fuego» o «el agua está compuesta por
oxígeno e hidrógeno»?
Un punto de vista natural parece ser que el término refiere a la totalidad de agua que hay en el uni-
verso: una entidad dispersa y desconectada cuyas partes se encuentran en distintos mares, lagos,
ríos, etc. Pues bien, la segunda versión de realismo inmanente que estamos considerando nos dice
que la blancura y demás universales son como el agua en este sentido. La blancura es una gran
entidad altamente dispersa y desconectada de la que cada cosa blanca (la flor, la nube, etc.) es una
parte propia. Nótese que en esta segunda versión del realismo inmanente, la blancura está sólo
«parcialmente» en muchos lugares al mismo tiempo, de la misma manera que un tren puede estar
en dos provincias al mimo tiempo.
Un problema de esta segunda versión del realismo inmanente es que difícilmente permite distinguir
entre propiedades coextensionales, es decir, propiedades ejemplificadas por exactamente los mis-
mos individuos. Para usar el famoso ejemplo de Quine, es un hecho que (descartando casos patoló-
gicos) todos los organismos que tienen corazón tienen también riñones, y a la inversa. La propiedad
de tener corazón y la propiedad de tener riñón son por tanto coextensionales. Sin embargo, parece
que tenemos aquí dos propiedades claramente distintas, y que es sólo un hecho contingente que
ambas vayan unidas en la naturaleza. Pero si la segunda versión del realismo inmanente es verdade-
ra, esta distinción entre dos propiedades difícilmente puede trazarse.
Nótese en primer lugar que, al parecer, no puede haber dos cosas concretas que tengan exacta-
mente las mismas partes: si resulta que mi escritorio y el escritorio preferido por mi mujer tienen
exactamente las mismas partes (esta tabla, estas patas, estos cajones, etc.) parece que mi escritorio
y el preferido por mi mujer son uno y el mismo. La regla parece ser «mismas partes, mismo objeto».
Ahora bien, esta regla debería valer también para las propiedades, si éstas son objetos concretos tal
como lo propone la segunda versión del realismo inmanente. Pero entonces, la propiedad de tener
riñón y la propiedad de tener corazón son también una y la misma, ya que tienen exactamente las
mismas partes –los mismos organismos que las ejemplifican.
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tema 11
filosofía
Dejando de lado ahora las diferencias entre estas dos variantes del realismo inmanente, debemos
preguntarnos qué razones hay para pensar que el núcleo de la teoría es verdadero. En primer lugar,
la posición recibe apoyo de los argumentos generales a favor del realismo mencionados en el apar-
tado 1. Por otro lado, la posición no parece vulnerable a los problemas que aquejan al platonismo.
El problema del conocimiento claramente no surge aquí, ya que, al ser los universales entidades
concretas, no hay ningún misterio acerca de cómo podemos interactuar causalmente con ellos. El
problema del regreso de Bradley sí que surge también para los defensores del realismo inmanente,
pero al menos ellos pueden explicar la relación de ejemplificación en términos independientes, en
términos de la relación parte-todo. Si la flor ejemplifica la blancura, esto se debe a que la blancura es
una parte de la flor (según la primera versión de la teoría) o a que la flor es una parte de la blancura
(según la segunda versión).
Sin embargo, pese a estas ventajas, el realismo inmanente sufre de serios problemas. Además de los
ya mencionados, específicos para cada una de las dos variantes, cabe mencionar uno más general,
que surge para ambas. Si el realismo inmanente es verdadero, no parece haber lugar para universa-
les no ejemplificados. Hemos mencionado en el apartado 1 que, aunque no haya brujas, hay razones
para creer que la propiedad de ser una bruja sí que existe. Veamos ahora brevemente cuáles son
estas razones. Considérese la siguiente oración:
(9) La propiedad de ser una bruja fue atribuida a muchas mujeres de Salem.
¿Cuáles son los tres modos principales de realismo? Sintetízalos y trata de explicar
por qué uno de ellos, el conceptualismo, a veces se coloca en el mismo rango que el
realismo y el nominalismo.
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tema 11
filosofía
3 Nominalismo
Hemos considerado hasta aquí varias teorías realistas, es decir, varias teorías que comparten la tesis
básica de que los universales existen. La teoría nominalista niega esta tesis básica compartida por las
diversas variedades de realismo. Según el nominalismo, los universales no existen; sólo existen cosas
particulares. En otras palabras: la blancura no existe; lo único que existe son cosas blancas: la nube,
la flor, etc. La relación ser padre de tampoco existe: lo único que existe son personas, algunas de las
cuales son padres y otras hijos.
La posición nominalista está inspirada por el principio general, a veces llamado «la navaja de Oc-
kham» en honor a Guillermo de Ockham (1280/1288-1349), uno de los más famosos defensores del
nominalismo en la Edad Media. Según este principio, nuestra ontología (es decir, los objetos cuya
existencia aceptamos) debe ser lo más austera posible y no debemos aceptar en ella entidades a
menos que haya fuertes razones para hacerlo.
En otras palabras, en un debate ontológico –un debate acerca de qué cosas existen- la carga de
la prueba ha de corresponder siempre al defensor de la ontología más rica. Ahora bien, tal como
hemos visto en el apartado 1, los defensores del realismo típicamente asumen esta carga y ofrecen
argumentos a favor de la existencia de universales –los dos principales son el argumento de lo uno
sobre los muchos y el argumento del compromiso ontológico. Sin embargo, los nominalistas creen
que estos argumentos no son suficientemente fuertes y que pueden ser resistidos, de manera que la
navaja de Ockham hace su trabajo: no debemos aceptar la existencia de universales. En el apartado
1, ya hemos mencionado brevemente qué estrategias usan los nominalistas para resistir los argu-
mentos realistas, pero debemos ahora decir algo más acerca de este punto, ya que ello nos permitirá
distinguir entre distintas variedades de nominalismo.
Recordemos brevemente el argumento del compromiso ontológico a favor del realismo. La idea
central es que oraciones como
(10) La blancura es una propiedad de la flor en mi escritorio
son verdaderas y están comprometidas ontológicamente con universales –en este caso, con la blan-
cura. Hemos mencionado dos maneras en que el nominalista puede responder a este argumento.
La primera consiste en decir que, en contra de las apariencias, estas oraciones no son verdaderas.
La segunda consiste en decir que sí son verdaderas pero, en contra de las apariencias, no acarrean
compromiso ontológico con universales. Siguiendo una terminología relativamente estándar en la
bibliografía sobre el tema, llamaremos «nominalismo revolucionario» al tipo de nominalismo que
resulta de adoptar la primera estrategia, y «nominalismo hermenéutico» al que resulta de adoptar la
segunda. Un ejemplo adicional nos ayudará a entender estas estrategias y la diferencia entre las dos
posiciones. Considérense la siguiente oración:
(11) El español promedio consume 160 litros de agua al día
En principio, parece que la oración (11) es verdadera y que está comprometida ontológicamente
con la existencia del español promedio de la misma manera en que (10) está comprometida con la
existencia de la blancura. Por paridad de razonamiento con el argumento realista, deberíamos acep-
tar que el español promedio existe: además de los muchos españoles de carne y hueso que pue-
blan el país, existe también un español más, el español promedio, uno que consume exactamente
160 litros de agua al día. Si bien algunos realistas pueden abrazar esta conclusión como verdadera,
muchos la rechazarán como absurda. Una reacción natural para estos últimos es afirmar que hablar
del español promedio es simplemente una manera útil y expeditiva de hablar acerca de todos los
españoles en su conjunto. Lo que (11) realmente quiere decir –lo que realmente significa- es que la
cantidad total de agua consumida en España en un día dividida entre la cantidad de españoles es
igual a 160 litros. Correctamente interpretada, la oración no presupone la existencia de una entidad
17
tema 11
filosofía
tan misteriosa como el español promedio. Esta reacción con respecto a la oración (11) es similar a la
que los nominalistas hermenéuticos tienen respecto a (10): según ellos, la blancura es como el es-
pañol promedio. Oraciones aparentemente comprometidas con la blancura en realidad no lo están
cuando se las interpreta correctamente. Son simplemente una manera alternativa de hablar acerca
de particulares, las únicas cosas que realmente existen. Volviendo al ejemplo particular que estamos
considerando, (10) es una manera alternativa de hablar acerca de la flor en mi escritorio y decir de
ella que es blanca.
Pero también una segunda reacción respecto a (11) es posible. Según esta reacción alternativa, (11)
no es realmente verdadera. En otras palabras, lo que la oración dice no es otra cosa que lo que su-
perficialmente parece: que hay una entidad llamada «el español promedio» que cada día consume
exactamente 160 litros de agua, lo cual no es cierto, ya que dicha entidad no existe. Sin embargo,
según esta posición, aunque (11) sea falsa, no está completamente equivocada, y es distinta en este
sentido a otras que sí lo están, como (12):
(12) París es la capital de España.
Según el punto de vista que estamos considerando, aunque tanto (11) como (12) son falsas, hay una
diferencia evidente entre ambas. Mientras que (12) está «completamente equivocada», (11) es en
algún sentido «aceptable». La razón por la que (12) es aceptable es que está estrechamente ligada a
una oración verdadera, a saber:
(13) La cantidad de agua consumida en España en un día dividida por la cantidad de españoles es de 160
litros.
La relación estrecha que hay entre (12) y (13) es presumiblemente la siguiente: cuando un hablan-
te profiere (12), logra que su audiencia capte el mensaje expresado por (13). Es decir, mediante la
manifestación de una oración falsa, logra comunicar a su audiencia un mensaje distinto, uno que sí
es verdadero. Este fenómeno –la comunicación de algo verdadero mediante la preferencia de algo
literalmente falso- es muy frecuente en la comunicación lingüística. Por ejemplo, alguien que en cir-
cunstancias normales dice «estoy muerto» está diciendo algo claramente falso, pero logra transmitir
de esa manera otro mensaje relacionado que sí es verdadero, a saber: que está cansado.
Pues bien, este tratamiento de la oración (11) es similar al que los nominalistas revolucionarios dan
a oraciones como (10) para resistir el argumento del compromiso ontológico. Igual que (11) y que
«estoy muerto», oraciones como (10) son falsas –en contra de lo que sostiene el nominalista herme-
néutico. Lo que ocurre es que (10) –igual que (11) y a diferencia de (12)- está estrechamente relacio-
nada con una oración verdadera, cuyo mensaje es el que se logra transmitir mediante su enuncia-
ción. ¿Cuál es esta oración verdadera que según el nominalista revolucionario se logra comunicar
mediante la exposición de la oración falsa (10)? Ésta es una pregunta acuciante para el nominalista
revolucionario. Presumiblemente, para este ejemplo particular se dirá que (10) está estrechamente
relacionada con (y trasmite el mensaje verdadero expresado por) la siguiente oración (13):
(13) La flor en mi escritorio es blanca.
Pero dar una explicación sistemática de estas relaciones entre oraciones, es decir una explicación
que pueda ser fácilmente aplicada a cualquier ejemplo particular, no es tarea fácil y es uno de los
principales retos que deben enfrentar los nominalistas.
Las dos variantes de nominalismo que hemos considerado hasta ahora se diferencian entre sí por la
manera en que responden al principal argumento realista: el argumento del compromiso ontoló-
gico. Pero hay otro aspecto en que distintas posiciones nominalistas pueden diferir entre sí: por dar
diferentes respuestas a la cuestión de qué entidades particulares existen. Mencionaremos aquí sólo
las dos posibilidades centrales: lo que llamaremos «nominalismo de sustancias» y la llamada «teoría
de tropos».
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tema 11
filosofía
Como toda posición nominalista, ambas variantes comparten el rechazo de universales y la idea de
que sólo existen entidades particulares. La diferencia está dada por el tipo de entidades particulares
que una y otra aceptan. Los nominalistas de sustancias aceptan que existen cosas como la flor, el or-
denador, Barcelona, la nube, las moléculas de agua que componen la nube, los átomos de hidrógeno
y oxígeno que componen estas moléculas, etc. Es decir, diversas cosas materiales de mayor o menor
tamaño, muchas de las cuales son especialmente importantes para nosotros, hasta el punto de que
tenemos nombres determinados para ellas, las clasificamos de distintas maneras, etc. Los defensores
de la teoría de tropos aceptan que todas estas cosas existen, pero afirman además la existencia de
otras entidades particulares a las que llaman «tropos» o a veces «atributos particulares». Cosas como
la blancura de esta flor, la masa de este ordenador, la elegancia de Barcelona, etc. son usualmente
presentadas como ejemplos de tropos. Nótese que los tropos son parecidos a las propiedades, pero
difieren de ellas en que no son realmente universales, ya que están esencialmente ligados a un único
portador y no son por tanto capaces de múltiple ejemplificación. A diferencia de la propiedad de
ser blanca (un universal), la blancura de esta flor (un tropo) no puede ser ejemplificada por otra cosa
que no sea esta flor. La elegancia de Barcelona no puede ser ejemplificada por otra cosa que no sea
Barcelona, etc. Muchos defensores de la teoría sostienen además que los tropos son entidades más
básicas que las reconocidas por los nominalistas de sustancia. La flor, por ejemplo, no es otra cosa
que un compuesto de muchos tropos co-presentes: su blancura, su masa, su elegancia, su redon-
dez, etc. Nótese que las dos distinciones entre tipos de nominalismo que hemos hecho responden
a criterios de clasificación independientes, y por tanto dan lugar a cuatro posiciones en principio
coherentes: nominalismo de sustancias hermenéutico, nominalismo de sustancias revolucionario,
teoría de tropos hermenéutica y teoría de tropos revolucionaria.
Los argumentos para preferir un tipo de nominalismo sobre otro exceden los límites del presente
tema. En cambio, debemos decir algo acerca de la plausibilidad del nominalismo en general, como
alternativa al realismo. La suerte de esta posición depende de qué tan exitosa resulte la empresa de
dar respuesta al argumento del compromiso ontológico. Las dos estrategias que hemos señalado
más arriba –la hermenéutica y la revolucionaria– pueden parecer promisorias, pero llevarlas a cabo
exitosamente no es tarea en absoluto sencilla. La dificultad estriba en que el discurso comprometido
con universales está sumamente extendido, tanto en el habla cotidiana como en la ciencia, mucho
más de lo que a simple vista puede parecer. El nominalista debe dar una explicación –ya sea revolu-
cionaria o hermenéutica– para todas las oraciones verdaderas comprometidas con universales, y es
muy difícil que esa explicación sea sistemática, es decir, que la explicación dada para un fragmento
del lenguaje pueda ser extendida de manera más o menos mecánica al resto. Aunque se han hecho
algunos intentos nominalistas en este sentido, la tarea es tan enorme que no parece que pueda lle-
varse a cabo. Esta dificultad hace que muchos filósofos se sientan atraídos por el realismo, más aún
aquéllos que no comparten con el nominalista la simpatía por el principio metodológico que hemos
llamado «la navaja de Ockham».
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filosofía
CONCLUSIÓN
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tema 11
filosofía
BIBLIOGRAFÍA
ARMSTRONG, D. M. (1988): Los universales y el realismo científico. México: Universidad Autónoma de México.
ARMSTRONG, D. M. (1989): Universals: an opinionated introduction. Boulder: Westview Press.
Introducción al problema de los universales desde un marco descriptivo distinto al ofrecido en el presente
tema, pero muy influyente en discusiones recientes.
BALAGUER, M. (2004): «Platonism in metaphysics». En ZALTA, E. N. (ed) (2004): The Stanford Encyclopedia of
Philosophy (Summer 2004 Edition).
Artículo introductorio acerca del platonismo y sus alternativas. El platonismo es entendido en este artículo
como una posición que se puede tener con respecto a los universales, pero también con respecto a otros su-
puestos objetos, como números, conjuntos y proposiciones.
JUBIEN, M. (1997): Contemporary metaphysics. Oxford: Blackwell.
Los capítulos 2 y 3 son los más relevantes para los temas aquí tratados. Excelente introducción al tema, con
ejemplos y actividades que lo hacen especialmente apropiado para estudiantes. La exposición del tema se
hace en el contexto de una defensa de la posición platonista.
LEWIS, D. K. (1983): «New work for a theory of universals». En LEWIS, D. K. (1999): Australasian Journal of
Philosophy. 61/4, pp. 8-55.
LEWIS, D. K. (1999): Papers in metaphysics and epistemology. Cambridge: Cambridge University Press.
LOUX, M. J. (2002): Metaphysics: a contemporary introduction. New York: Routledge.
Los capítulos 1 y 2 de esta introducción a la metafísica son una excelente presentación del problema de los
universales, muy citada en artículos recientes sobre el tema.
MELLOR, D. H., OLIVER, A. (eds.) (1997): Properties. Oxford: Oxford University Press.
Compilación de artículos clásicos sobre el tema, con una útil introducción de los autores.
OLIVER, A. (1996): «The metaphysics of properties». Mind,105: 1–80.
PAGÈS, J. (2000): «Tropos: teorías monocategoriales versus teorías bicategoriales», Teorema, XIX/2, pp. 33-56.
PAGÈS, J. (2000): «Universales y substratos». Análisis filosófico, 20, 1-2, pp. 73-115.
QUINE, W. O. (1948): «On what there is». Quine (1961: 1-19).
Obra de referencia clásica para comprender la noción de compromiso ontológico. Lá última parte del artículo
contiene también un interesante comentario del problema de los universales y su relación con cuestiones
ontológicas en la filosofía de las matemáticas.
QUINE, W. O. (1961): From a logical point of view. New York: Harper and Row.
Hay traducción castellana: QUINE, W. O. (1961):Desde un punto de vista lógico. Barcelona: Paidós, 2002.
RODRíGUEZ-PEREYRA, G. (2008): «Nominalism in Metaphysics». En ZALTA, E. N. (ed)(2008): The Stanford
Encyclopedia of Philosophy (Spring 2008 Edition).
Artículo introductorio acerca de las diversas variedades de nominalismo. Se distinguen aquí dos tipos de no-
minalismo: el nominalismo como rechazo de universales y el nominalismo como el rechazo de entidades abs-
tractas.
SZABO, Z. (2003): «Nominalism». En: LOUX, M. J. y ZIMMERMAN, D. W. (eds)(2003): The Oxford handbook of
metaphysics. Oxford: Oxford University Press.
Presentación del nominalismo y sus problemas. El nominalismo es entendido en este artículo como la nega-
ción de entidades abstractas más que la negación de universales, pero muchos de los argumentos pueden ser
fácilmente extrapolados de una discusión a otra. Artículo introductorio, pero de nivel avanzado.
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filosofía
RESUMEN
Conocimiento y lenguaje:
el problema de los conceptos universales
2.2. Conceptualismo
Tesis básica del conceptualismo.
Motivación para el conceptualismo.
Problemas del conceptualismo: más universales de los ne-
cesarios.
Problemas del conceptualismo: posibilidad de la comuni-
cación y el error.
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filosofía
AUTOEVALUACIÓN
1. En la introducción, hemos mencionado la opinión de que en una lista de las cosas que hay sobre mi
escritorio deberíamos incluir cosas como la blancura. ¿Cuál de las siguientes posiciones está mejor
caracterizada por sostener esta opinión?
a. Platonismo.
b. Conceptualismo.
c. Realismo inmanente.
d. Nominalismo de sustancias.
2. En la introducción, hemos mencionado la opinión de que la blancura existe, pero no está realmente
sobre mi escritorio. ¿Cuál de las siguientes posiciones está mejor caracterizada por sostener esta
opinión?
a. Platonismo.
b. Realismo inmanente.
c. Nominalismo de sustancias.
d. Nominalismo hermenéutico.
5. Si la ejemplificación fuera una relación, cuál de los siguientes pares de objetos la ejemplificaría.
a. <rey Juan Carlos, príncipe de Asturias>.
b. <rey Juan Carlos, G.W. Bush>.
c. <sal, solubilidad en agua>.
d. <flor, tener masa de 20kg>.
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filosofía
6. ¿Para cuál de las siguientes posiciones es un problema el no poder aceptar la existencia de la propie-
dad de ser un unicornio?
a. Conceptualismo.
b. Platonismo.
c. Realismo inmanente.
d. Nominalismo.
7. Dada la oración «la honestidad es una característica compartida por Juan y Cristina», qué posición de
las mencionadas abajo ofrecería el siguiente diagnóstico: «la oración es verdadera, pero la honesti-
dad no existe; lo que la oración quiere decir es que Juan y Cristina son honestos».
a. Nominalismo hermenéutico de tropos.
b. Nominalismo hermenéutico de sustancias.
c. Nominalismo revolucionario de sustancias.
d. Nominalismo revolucionario de tropos.
8. Dada la oración «la honestidad es una característica de Juan», qué posición de las mencionadas aba-
jo ofrecería el siguiente diagnóstico: «la oración es verdadera, pero no hay ninguna característica
compartida por Juan y Cristina; lo que la oración significa es que Juan ejemplifica una honestidad
particular, y Cristina ejemplifica otra honestidad particular».
a. Nominalismo hermenéutico de tropos.
b. Nominalismo hermenéutico de sustancias.
c. Nominalismo revolucionario de sustancias.
d. Nominalismo revolucionario de tropos.
9. Dada la oración «la honestidad es una característica de Juan», qué posición de las mencionadas abajo
ofrecería el siguiente diagnóstico: «la oración es falsa, pero hay otra oración relacionada que es ver-
dadera, a saber: «Juan y Cristina son honestos».
a. Nominalismo hermenéutico de tropos.
b. Nominalismo hermenéutico de sustancias.
c. Nominalismo revolucionario de sustancias.
d. Nominalismo revolucionario de tropos.
10. Dada la oración «la honestidad es una característica de Juan», qué posición de las mencionadas abajo
ofrecería el siguiente diagnóstico: «la oración es falsa, pero hay otra oración relacionada que es ver-
dadera, a saber: «Juan ejemplifica una honestidad particular, y Cristina ejemplifica otra honestidad
particular».
a. Nominalismo hermenéutico de tropos.
b. Nominalismo hermenéutico de sustancias.
c. Nominalismo revolucionario de sustancias.
d. Nominalismo revolucionario de tropos.
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