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Resulta curioso que al gravar nuestra voz, si colocamos las dos manos al lado
de nuestra boca (como si fuera un embudo), se aprecia un sonido más dirigido,
pero si ahuecamos las manos y dejamos una pequeña boca (las manos hacen
una especie de rombo), lejos de apagar o frenar el sonido, comprobamos un
rápido incremento de los armónicos debido a su mezcla de los diferentes
resonadores. Estas vibraciones parásitas provocan una amplitud de la frecuencia
e intensidad del sonido. Eso es lo que posiblemente desearon y descubrieron los
helenos, la necesidad de una caja de resonancia en el interior de nuestro cuerpo
para amplificar el sonido al exterior. Quizá no fue un pitagórico el explorador de la
máscara interna, quizá su descubridor fue un actor del arte de la declamación
ávido de profesionalidad pero, seguro que por el estudioso griego docto en las
bellas artes, se iban a investigar estas nuevas cajas de resonancia: las propias
cavidades óseas pectorales y craneales como máscara armónica.
Ya se ha comentado al inicio de estos apuntes que son los propios huesos los
que van a convertirse en un aliado imprescindible para el sonido en máscara, el
sonido amplificado. Es muy posible que todo el esqueleto humano se convierta en
un eficaz conductor del sonido, pero por coherencia, el sonido se va a percibir más
claramente en las zonas más cercanas a las cuerdas vocales y los que disponen
de cierta predisposición a la resonancia, como son: el pectoral y el cráneo. Los
huesos no hablan, pero todos conocemos las virtudes de ciertos materiales para la
transmisión del sonido, alcanzando alguno de ellos mayor velocidad que en el
propio aire. Incluso no podemos olvidar la gentileza armónica de ciertas maderas
frente a otras en contacto con el sonido aéreo. Vamos, pues, a pensar que nuestro
sistema óseo pueda ser ese vehículo transmisor del timbre laríngeo, dado que los
huesos tienen las virtudes necesarias para ello. Sin embargo no entraré con
detalle en el tema, dejándolo reposar como el buen vino.
LA IMPOSTA BUCAL.
Antes de empezar con esta imposta, conviene puntualizar que solo la cavidad
bucal es capaz de articular la palabra, el resto de resonadores emiten diversos
sonidos o tonos paralelos, parásitos del timbre laríngeo, que apoyan y añaden
armónicos a esta emisión principal. La combinación de estos resonadores es la
que provocará la creación de nuestra máscara amplificadora de la voz, pero solo
con la boca podremos cantar. Emitir palabras es una virtud de la cavidad bucal y
los elementos que se ubican en la misma, como la lengua, los dientes, los labios y
la mandíbula.
EL RESONADOR POSTLARINGEO.
No se debe obsesionar el cantante con escupir la voz, ya que la voz saldrá por
defecto. Puede ocurrir que el cantante tenga un problema de continuo
engolamiento provocado por el cierre de la laringe al ascender en exceso y se
tienda a tragarse la voz, pero esto no es habitual y es fácilmente corregido por el
buen mentor. Lo que sí es claro que la voz es, y debe ser, creada por las cuerdas
vocales y, recordando la palabra proveniente del latín, la “imposta”, sería colocar
el sonido sobre las cuerdas vocales. Así pues teniendo en cuenta que el
descendimiento laríngeo resulta necesario para las notas elevadas, esto nos dará
paso al nacimiento de la caja de resonancia pos laríngea. La cavidad sonora que
nos va a ofrecer el nuevo camino de la voz, su pleno sentimiento…, se llama
Faringe. En ella provocaremos una cavidad de resonancia que nos va a ofrecer un
nuevo lugar de imposta, que suponemos desconocido para nuestro cerebro, pero
que anatómicamente es sobresaliente. En la faringe confluyen todos los
resonadores de la voz y los conductos de emisión de aire. De hecho, parece un
órgano tan predestinado para la función fonadora, como la propia laringe.
Comprobemos su ubicación:
Eso sí, esta caja se sitúa en un lugar peligroso, excesivamente cerca de las
cuerdas vocales. Los sonidos pueden saturarse con facilidad si no se tiene
cuidado con la apertura laríngea y con el exceso de un aire o una presión
innecesaria. No me refiero a la pérdida de la imposta bucal, dado que teniendo la
boca abierta es complicado que el sonido no salga, si no al efecto de cerrar la
laringe, de no bajarla lo suficiente manteniendo su apertura; y el hecho de
colapsar de aire el instrumento (recordar el silbido). Se podría decir que si en la
cavidad bucal la sensación era de bostezo, en la cavidad faríngea, la sensación
sería postura de vómito; sin embargo particularmente creo, pese a la apertura
bucal, si lo permitimos, el bostezo nace y muere en la faringe (aunque la
sensación del aire se sienta en la boca). En todo caso debe buscarse que la
posición se realice lo más relajadamente posible, evitando que la mandíbula se
tense hacia delante y perjudique la creación de la caja faríngea. Cantar con un
amplio ahuecamiento de la faringe, puede producir la llamada “cara de idiota”, en
los primeros estados de aprendizaje. Aunque es algo normal, esta postura debe
remitir en el tiempo, no por cuestiones vocales, sino por cuestiones puramente
estéticas (igual que evitar cualquier “tic” que puede producirse con el rostro para
alcanzar un grave o un agudo, que fisiológicamente son innecesarios, es una
cuestión mental).
Ciertamente esta posición no está exenta de tensiones, que tan solo cederán
con la práctica diaria, dado que los agudos van a requerir una mayor amplitud de
la cavidad faríngea, que puede contagiar a la cavidad bucal. Es un tema que
dependerá del cantante porque, en principio, solo son síntomas que predisponen a
un supuesto esfuerzo vocal que, en principio, no debería existir, sigue siendo una
cuestión de control del aire y presión, porque el tono agudo puede o no puede
ejecutarse, pero si puede realizarse no debe producir tensión. El sonido faríngeo
es más dulce y homogéneo, pero es necesario dominar el instrumento para que el
sonido fluya con elegancia.
Habrá que volver a repetir que hablamos de la imposta del timbre (del sonido
laríngeo), no podemos cantar ni en el resonador nasal ni en el faríngeo (bajo
peligro de comernos nuestras palabras o nuestro canto). Mentalmente, podemos
pensar que, en el resonador nasal, el sonido se siente en la parte superior de la
cabeza, pero esto no es del todo correcto. Ocurre igual que con la cavidad
faríngea que el sonido parecía estar en la nuca. Igualmente el cerebro no percibe
otros órganos por encima de la cavidad nasal para sentir el sonido. Por tal motivo
el techo de la cavidad nasal nos va a parecer el centro superior de nuestra
cabeza, y por su parte Este se sitúa a la par de la faringe, como si colocáramos el
sonido en el cerebelo. Eso no quiere decir que el sonido pueda provocar cierta
vibración en nuestro cráneo, más perceptible en la zona del rostro, por estar más
cercana a la cavidad nasal, y cuyo singular efecto se ha dado en llamar “sonido en
la máscara”.
EL RESONADOR PRELARINGEO
Resulta lógico pensar que al vibrar las cuerdas vocales, puede producir sonido
a ambos lados de sus pliegues, con lo cual existirá un sonido pre laríngeo. Este
sonido se percibe mejor con el ahuecamiento faríngeo que mejora su creación.
Una vez creado no puede permanecer en la cavidad pre laríngea porque
colapsaría el sonido. Es como si tomáramos el sonido y lo pasáramos por detrás
de la imposta interna bucal para no entorpecer la misma, hacia el techo de la
cavidad nasal, que es donde inicialmente tomaremos la imposta interna de este
resonador. Si dejamos de sentir este contacto (que parece percibirse en el centro
superior del cráneo), el sonido se caerá, se perderá, y teniendo en cuenta su
potencia será muy perceptible.
Como primer paso para buscar este resonador, sería como si de un potente
murmullo se pasara a la colocación de la voz, si no basta, provoque el grito
faríngeo. Se trata de cantar una nota según lo expuesto en este capítulo e intentar
elevar la potencia del sonido, es como si la voz naciera en sus cuerdas con un
registro llamado de pecho, abrupto, varonil, y se mezclara dulcemente en su
cabeza. Ante cualquier duda el camino a seguir sigue siendo musitar, emplear el
murmullo cada vez más potente, hasta conectar con la zona. Después aunar el
sonido en la imposta faríngea, aunque tengamos que emplear cierta tensión al
principio, y sin perder la conexión con el techo nasal, luego habrá que relajarlo. Se
deberá tener precaución porque al ahuecar la faringe en el agudo, la barbilla
tiende a atrasarse arrastrada por la laringe –engolar- y cerrar la misma, cuando
debe estar siempre abierta (pensar en una columna relajada de aire ayuda a
mantener la apertura laríngea).
Llegados a este punto, el canto lírico sería utilizar este resonador pre laríngeo y
dejar que suene como en una campana en nuestro interior. Este sonido se funde
con el resonador pos faríngeo y se deja abandonar por la imposta bucal. No
debemos restar importancia a las imágenes mentales, a menudo un cantante se
ha creado con expresiones inviables físicamente, pero cuyo resultado mental, es
cuando menos, eficiente. En todo caso, recordar la imposibilidad de una
pronunciación nasal, capacidad designada a la cavidad oral, que se convierte en la
única imposta útil y, además, externa. Con lo cual deberemos buscar la
articulación bucal, pero sin perder conciencia de la imposta o resonancia
nasal/faríngea comentada, con el fin de evitar una pérdida considerable de aire y
sonido. Pero lo primordial es que la imposta bucal no arrastre a la imposta nasal
que, pese a cualquier presión aérea, debe mantenerse en el cavum faríngeo. Así
pues deberemos realizar el agudo más liviano (mas pensado que emitido),
evitando el “peso vocal”, que puede provocar el eclipse del cantante. No ocurre de
este modo en cualquier otro tipo de imposta que provoca una acción antagónica,
requiriendo un mayor apoyo y resonancia en el agudo.
LA PROYECCIÓN EN LA MÁSCARA
Así pues, la imposta interna de la máscara, por mucho que se sienta en toda la
cabeza o, preferiblemente, en todo el rostro, se va a situar en esta cavidad nasal,
aunque siempre dependerá del tono cantado. La cercanía del tracto bucal y su
referencia en el canto, situará al paladar como síntoma de imposta vocal. Sin
embargo, el sonido no se encuentra en el techo del paladar, sino justamente
encima de éste. Esta zona será la más ostensible de sentir el sonido, con lo cual
se convierte en una buena y correcta zona de entrenamiento. Así pues basaremos
nuestro canto en esta zona porque, aunque inevitablemente el resonador faríngeo
será el causante del canto (por la necesidad de pronunciación), ante la sonoridad
nasal, apenas percibiremos su trascendencia.
Si el resonador post laríngeo eliminaba la sonoridad nasal, el pre laríngeo no
solo la utilizará, sino que la convertirá en la base del canto lírico. Si descolocamos
esta zona, el sonido se derrumbará, por lo que necesitará un continuo torrente
aéreo o, mejor, un correcto control del aire, al menos durante el aprendizaje. Por
muy bajo que sea el tono ejecutado, el sonido deberá mantenerse en la zona de la
máscara. Se deberá pues buscar el canto sobre el timbre, abrir la laringe y dejar
que sonido óseo alcance la zona descrita de forma relajada. Si se hace
correctamente la potencia será notoria y solo tendremos que pensar en evitar
desengancharnos de esta zona y evitar nasalizarla, con la correcta mezcla del
sonido faríngeo.
Con la mezcla de estos dos resonadores, el fiato debe aparecer sin mayores
complicaciones, tan solo gracias a la relajación y el correr del aire, porque, sin
duda alguna se necesita esa columna de aire. Y esto es importante, porque a
veces la sonoridad faríngea acomoda al cantante a situar su base cantora en esta
zona e, irremediablemente, se debe buscar la imposta vocal/nasal, la única, la
externa. Es decir, se debe cantar. Es una cuestión de intención. Parece un
absurdo decir que se debe cantar, pero la búsqueda de la resonancia interna
provoca esta consecuencia (y no solo esta resonancia, ocurre con cualquier
resonador utilizado). Por eso ayuda tanto la colocación adelantada, en máscara,
porque provoca esta necesidad de cantar afuera. Por ello, tras un profundo
aprendizaje de la zona máscara (sobre el paladar), se debe recordar el lugar de
las dos impostas bucal y nasal. Esta se situaba a unos centímetros de los labios.
Incluso la experiencia ayudará a situarla todavía más lejos, con ello se llegará a la
mayor sonoridad imaginable, aunque está reservada a unos pocos.
El aire es uno de los caballos de batalla del canto lírico y también es un trabajo
que ya ha debido ser realizado desde el aprendizaje inicial, dado que nuestra
incursión en el mundo operístico, provocará unas exigencias poco comunes. Por
otro lado, pretender realizar la articulación de las palabras igual que como
hablamos, supone un desperdicio de aire y sonido que pagaremos en cualquier
momento. Se debe mantener el sonido en la zona en máscara y articular mucho
pero sin la presencia de la proyección del aire de la articulación hablada, dado que
la pronunciación cantora es mucho más sutil, la mayoría de las veces. De haber
una proyección, y no me entusiasma la palabra porque produce cierta inquietud de
tensión, debe localizarse en la máscara, que creará suficiente sonido para que la
articulación bucal de las palabras tenga la suficiente sonoridad externa.
LA VOZ NATURAL
Nos encontramos, pues, ante el más alto reto del cantante lírico, los cambios
tonales. Estos cambios no solo implican una recolocación laríngea, sino también
diferentes lugares de imposta. Pero de nada sirven estos nuevos lugares si
finalmente no colocamos el sonido en máscara. La percepción de los lugares es
tan sutil, que una vez consolidada la técnica, solo subsiste la primera colocación
de la voz, desplazándose la intensidad a la imposta externa. A mayor potencia
sonora, mantener el sonido en una zona interna, es desacertado. Curiosamente la
tensión diafragmática y la tensión de la apertura de los resonadores, se mezcla
con una profunda relajación de la columna de aire (aunque me gusta hablar más
de intención que de tensión). Pero lo importante es ubicarla en el lugar adecuado y
relajarse…, cantar. Aptitud muy complicada, dado que, cualquier duda en el
aprendizaje, hará decaer el sonido, cerrarse, o romperse. Máxime para conseguir
el inicio de las notas más agudas, en las que se requiere un importante apoyo, o
presión del aire y, a su vez, un gran control del mismo.
Francisco Arbeloa.
LA RESPIRACIÓN INCONSCIENTE.
Además de esta subdivisión se van a realizar otras. Una mas racional, como la
división entre la inspiración y la espiración, y otra mas problemática en la que se
defenderán dos tipos de respiraciones paralelas, algo que puede resultar
incongruente y falto de rigor científico pero, para bien o para mal, es lo que se
mostrará en estos apuntes aun sabiendo de su posible repercusión, ante todo
porque su conocimiento, creo que tiene suma importancia para el cantante.
Por un lado se comentará la técnica para inspirar, dado que se debe enseñar al
cerebro el flujo de aire que debe necesitar para cada acción del canto y cual son
las mejores herramientas para ello. Por otro lado, la técnica para espirar (apoyar la
voz), dado que se debe controlar ese aire, saber que presión se debe utilizar para
cada nota de la tesitura, para cada tiempo que se alargue dicha nota y para el
color e intención de la misma. De las diferentes técnicas y de la capacidad de
control de los músculos que las desarrollan va a depender, en gran medida, la
eficacia y calidad del canto. No deberíamos olvidar que el canto es timbre; es
decir: para que se pueda cantar es imprescindible el sonido característico de las
cuerdas vocales y, éstas, son incapaces de vibrar sin aire, sin la subsidiariedad de
la espiración. Pero, además, requieren de una presión particular para cada sonido
que es necesario asimilar cuanto antes, porque sino se carecerá de afinación.
LA INSPIRACIÓN PULMONAR.
Se trata de una inspiración alta (si se le quiere dar ese nombre), en realidad es
una respiración pulmonar o, mejor aún, una respiración diafragmática. El
diafragma se tensa, y se contrae descendiendo y ampliando el espacio de la
cavidad pectoral, que será ocupado por los pulmones que, como un fuelle,
favorecerá la inspiración del aire.
Pero no debemos olvidar que, aunque los pulmones puedan parecerse a una
bomba (de aire), análoga al efecto que el corazón realiza con la sangre (de
líquido), el primer órgano no es un músculo como el segundo. Los pulmones son
como una esponja natural, al aflojarla en nuestra mano se llena de aire o agua y,
cuando volvemos a apretar se desprende de ella. Este órgano se aloja en la
cavidad torácica, así pues para la ventilación pulmonar se requiere de una serie de
músculos (que harán la función de la mano) que literalmente cambian el volumen
de esta cavidad y por consiguiente de los pulmones, creando presiones negativas
y positivas que mueven el aire adentro y afuera de éstos. Unos trabajan
verticalmente y otros lateralmente. Esta subsidiariedad muscular provoca que el
acto respiratorio pueda ser consciente; es decir: pueda ser forzado o entrenado
para el canto lírico.
LA ESPIRACIÓN DIAFRAGMÁTICA.
Podéis comprobar que el ejemplo del silbido es muy empleado para mis
exposiciones. Esto es porque el aire sale sin tener contacto con ningún resonador,
y su conexión con los músculos torácicos es muy apreciable, de hecho antes de
iniciar el sonido del silbido, uno se da cuenta de la ayuda diafragmática (del
apoyo), y los labios actúan como cuerdas vocales. La porcentual presión de aire
es la causante de una correcta columna de aire, que permite el mantenimiento
correcto del sonido. Además, el fin a conseguir es que la intervención
diafragmática sea un acto reflejo requerido por el cerebro con el fin incrementar las
necesidades de presión aérea de cada nota requerida. Es decir, se debe convertir
en un acto natural. De hecho, dudo que nadie sea capaz de controlar o conocer
cuanto aire necesita para que las cuerdas vocales emitan un do3 o un do4. La
nota se debe dar y el diafragma y los músculos que apoyan su acción acudirán al
llamamiento del cerebro para conseguir su correcta ejecución.
Dicho esto y centrándonos en la acción muscular de la espiración, una vez que
el aire se encuentra en el interior de los pulmones los músculos, que antes habían
incitado la inspiración provocarán, relajándose, la espiración. Así pues nos
encontramos con que éstos músculos inspiradores, van a regular la presión aérea
de la espiración diafragmática y, por lo tanto, de la fonación. El uso del diafragma
es una cuestión de eficiencia natural y de recursos. Se trata del mejor órgano para
controlar el aire, el más calibrado, el que mejor sabe controlar la presión de la
espiración, y que es capaz de saber dar un mayor partido al uso porcentual del
aire para el canto. Pero no existe en el organismo ningún músculo que trabaje
solo, por lo que no debe extrañar el auxilio de otros músculos, los cuales habrá
que conocer adecuadamente, así como la cuestión de si podemos hacer que estos
músculos trabajen adecuadamente para ayudar a su éxito fonador.
Primeramente habría que tener en cuenta que para espirar el aire, lo único que
hace el diafragma y los restantes músculos torácicos es volver a su ser, a su punto
de partida, una especie de tensión negativa (como cuando dejamos caer el brazo
lentamente, el bíceps mantendrá una tensión constante evitando que el brazo
caiga por la fuerza de la gravedad). Quiero decir que el diafragma no se tensa
para hacer salir el aire sino que se relaja. Lo mismo ocurre con el resto de los
músculos de la cavidad torácica. Esto conlleva a que estos músculos no
dispongan de la suficiente potencia como la que disponen cuando realizan su
acción positiva que es la ampliación del espacio torácico (esto no quiere decir que
no dispongan de fuerza, ya que generalmente el músculo es mas fuerte en su fase
negativa, de hecho siempre podremos aguantar y bajar más peso del que
podemos alzar). La capacidad de un músculo es mas vivaz, mas activa, mas
alegre en su fase positiva. Con lo cual para desalojar totalmente el aire inspirado o
para requerir una mayor presión (potencia aérea), tarde o temprano,
necesitaremos de un músculo que auxilie al diafragma.
LA INSPIRACIÓN GÁSTRICA.
Este capítulo puede causar cierta incredulidad, pero el cantante debe
encontrarse mas abierto a todo tipo de antinomias, sean pedagógicas o
fisiológicas. Como decía Kant…, cuando la razón rebasa la experiencia posible, a
menudo cae en varias antinomias, es decir, la razón no cumple la función de
establecer las verdades racionales porque rebasa la experiencia posible y se
vuelve trascendente. Siendo o no el caso, proseguiré. A menudo se habla de una
respiración baja creada por el descenso del diafragma; con diferentes
conclusiones respecto a la calidad de ejecución cantora. Personalmente no creo
que sean los pulmones o el diafragma los causantes de esta respiración…, sino el
estómago.
Aunque estemos seguros de que no existen otros órganos que los pulmones
para la absorción de oxígeno, deberíamos barajar la posibilidad de absorción de
aire por parte del estómago, una capacidad de la disposición de ciertos órganos
para cumplir varias funciones, a primera vista contrapuestas. Esta respiración
gástrica no deberíamos catalogarla como una respiración al uso. Llamar
respiración a esta ingestión de aire puede ser un error fisiológico a un nivel de
consideración pulmonar, pero no lo sería en caso de una especie de sistema
integumentario o una respiración cutánea interna o, quizás, no exista descripción
al efecto. Yo prefiero entenderlo, dentro del complicado engranaje fisiológico del
organismo, como una especie de aire acondicionado del fundus, una respiración
que no solo descongestiona los nervios emocionales sino que le sirve de
ventilación al ardiente estómago.
Para defender tal postura hay que reconocer, por ser notorio, que en el
estómago se acumula gran cantidad de tensión nerviosa, concentrándose multitud
de nervios sensibles a la ansiedad, a la angustia, etc. También habrá que
defender los beneficios que una respiración baja estomacal repercute en
conseguir un alivio de esta tensión, un momento de paz, hecho que no se
consigue con una respiración pulmonar. Por tal razón iniciar el canto con una
profunda respiración baja, solo consigue que el organismo quiera desalojarla
rápidamente, impidiendo el canto, porque es lo que por naturaleza realiza. Es
decir, cuando quieres calmarte, tomas una amplia respiración gástrica para,
inmediatamente, expulsarla con fuerza, relajando los nervios. Durante el sueño,
distinguimos este tipo de respiración, y conseguimos que en nuestro estomago se
produzca una necesaria distensión física relajante.
Por otro lado, tenemos que ser conscientes, de que el uso de esta respiración
baja, con diferentes técnicas de inspiración del aire (trago pulmonar, relajación
súbita, reacción, etc.), no nos evita la respiración pulmonar, dado que por más
respiraciones rápidas que realicemos nuestro organismo seguiría pidiendo su
dosis de oxígeno. Hablamos de esa sensación de que por mas que respiramos
nos falta oxígeno y nos obliga a un sin fin de nuevas inspiraciones que dificultan la
fonación. Por un lado no hemos dejado desalojar el anhídrido carbónico pulmonar
interno, atrapado por las incisivas respiraciones y, por otro, porque no hemos
recargado suficientemente los alvéolos pulmonares del necesario oxígeno. Ello
provocará necesariamente un colapso respiratorio que nos obligará a respirar
diafragmáticamente, incluso paralizando temporalmente la emisión de sonidos.
Esto es, generalmente, provocado por la realización de una respiración
consciente. No dejar al cerebro regular la respiración puede provocar estas
desagradables sorpresas tan nocivas para el canto. Tenemos que dejar que el
cerebro regule el porcentaje de respiración pulmonar necesario. También puede
producirse porque cuando a requerimientos técnicos (zona sobreaguda), o
simplemente por una técnica consciente que utiliza excesivamente la respiración
baja, está provocando un descenso excesivo de la laringe (posición de vómito),
que va a provocar un curioso efecto. Es como si al bajar en exceso la laringe se
produjera un parcial taponamiento del conducto traqueal, afectando la absorción
del aire necesario para la fonación por los pulmones, pero dejando expedito el
conducto esofágico (posiblemente un efecto protector que evitaría el peligro de
que el vómito entrase por la traquea hacia los pulmones).
Quizá lo mas complicado sea explicar como el estómago consigue inspirar aire.
Puede ser que al contraerse el diafragma y relajarse el músculo abdominal, se
ofrezca un espacio al estomago para expandirse y, para adaptarse a este nuevo
espacio, absorbe el aire existente en la traquea que es aspirado por la caja
torácica, por medio de una serie de presiones que se producen en el conjunto.
Con lo cual, aunque el estomago dispone de sus propios músculos, creo que es el
propio diafragma/abdominal el que provoca tan curioso efecto inspirador. En todo
caso, para el canto, lo mas sobresaliente de esta inspiración es la cantidad de aire
que puede absorber con el mínimo esfuerzo. Una especie de tanque de reserva
que puede convertirse en un importante aliado fonador. De dar por supuesto la
posibilidad de una segunda vía aérea, al igual que tras una inspiración pulmonar,
una vez cumple su función, se espira; en el estomago se ha producido una ingesta
de aire, que tras realizar su función descongestionante o refrigerante, procede
expeler, pero…, ¿será válida para el canto?
LA ESPIRACIÓN ABDOMINAL.
Lo que intento exponer son dos cuestiones de importancia: Por un lado que la
tensión abdominal positiva incide en el estomago vaciándolo de aire y, por otro
lado que esta tensión en la respiración alta, también parece incidir en el diafragma
favoreciendo la acción negativa del diafragma, creando una mayor presión aérea.
Por todo ello el abdominal se convierte en el músculo agonista de ambas
espiraciones no provocando, en caso contrario, una lucha de presiones internas.
Con todo lo dicho, primeramente, se puede descartar una artificialidad de esta
respiración, algo que estaríamos creando conscientemente para llegar a los
sobreagudos o simplemente cantar. No es así, dado que esta respiración paralela
se realiza siempre que se respira en mayor o menor medida. Dependerá de la
necesidad de oxigeno del organismo. Por ejemplo si nos acostamos, el cerebro
entenderá que te preparas para descansar, al necesitar menos oxigeno, la
respiración pulmonar se ralentizará y aumentará la gástrica, de esta manera da la
sensación que respiramos con la tripa y también, por ello, al levantarnos nuestra
laringe está tan reseca y tan poco apta para el canto. Si por otro lado, realizamos
una carrera, notaremos un mayor requerimiento de la respiración pulmonar.
Francisco Arbeloa
EL INSTRUMENTO
Tratar de detallar los elementos que conforman nuestro instrumento resultaría,
por ignorancia, bastante pretencioso. No andaría desencaminado afirmando que el
verdadero artífice fuera el cerebro y, el resto de medios coordinados, simples
accesorios para su éxito fonador (incluso la laringe). Cantamos con la mente y con
el cuerpo (como así exponía Laurie Anderson) y, si se me fuerza, fuera de él.
Tanto en su ejecución, como en el sentido de que nuestro cuerpo analiza
sensaciones: sonoras o no, internas o externas (con todos los sentidos posibles).
Nuestro sistema fonador puede ser el más maravilloso que la naturaleza haya
creado, pero ignoramos tanto de su correcto funcionamiento que nos resulta
también el más complicado de dirigir. A menudo nos encontramos con un número
ilimitado de voces, implorando saber cual es la nuestra, la que podemos ejecutar
con garantías líricas. Es como cuando nos ponemos delante de un ordenador, con
su multitud de programas, y tenemos claro que jamás sabremos todas las
funciones que dispone o pueda llegar a disponer. A veces, incluso de nuestro
móvil, deseamos que tan solo sirviera para conversar, evitando así algún mal rato
porque, sin querer, se haya conectado ¡sabe Dios con que o con quien!
Muchos cantantes llegan a hablar de la misma manera que cantan esto, sin
duda, es el mejor camino para que la imposta se mantenga relajada y el cerebro la
identifique como natural. En estos momentos no resulta interesante, aunque si
instructivo, quien descubrió la zona en máscara, si no como enseñar el cerebro su
ubicación y que ésta termine siendo realizada de forma natural. Su aprendizaje
requerirá recorrer un largo camino que deberemos estar dispuestos a recorrer.
En todo caso y por muy humano que sea nuestro instrumento, se debe ser
conscientes de que se tratan de una serie de músculos y órganos que se utilizan
para la función fonadora. Estos músculos deben ser entrenados a tal fin aunque,
quizá, uno no sea consciente de ello. Los músculos internos no son visualmente
perceptibles y por ello se refugian en un aura de pragmatismo vocal y fisiológico
que nos desconcierta y, peor aún, nos desorienta.
Habría que comenzar diciendo que una de las funciones más gratificantes con
que la naturaleza ha dotado a nuestro organismo, es la capacidad de emitir
sonidos. No todas las especies disponen de esta capacidad fonadora. Esta
función, en su primitiva disposición, parecía destinada a exteriorizar los diversos
estados de ánimo. Una especie de descongestión psíquica que, de hecho, se
sigue manifestando en la mayoría de los animales, también en la especie humana.
Sirva de ejemplo que, ante el dolor, el cuerpo produce una fuerte tensión que
implica al diafragma, expulsa aire y provoca el sonido. Este acto reflejo parece una
aptitud más física que psíquica, pero todos sabemos la relajación cerebral que
produce ese grito, como una descarga de tensión interna. Lo mismo podríamos
decir de situaciones de peligro, rabia, alegría, etc. Otra cuestión es que
corresponda al intelecto el logro de convertir estos sonidos en palabras y, con
éstas, la posibilidad de emitir mensajes capaces de despertar los más variados
sentimientos.
No obstante, de lo que no cabe duda es que, el ser humano, dispone del único
instrumento musical capaz de transmitir palabras. Una virtud con tal poder
expresivo que pronto se relacionará con lo divino y, a partir de ese momento, no
serán pocos los seres humanos que abrigarán la idea de atesorar la capacidad de
controlar dicho instrumento. El canto ocupará un lugar de privilegio en la
convivencia humana, un sistema de comunicación con los dioses, que va a
impregnar los momentos sociales más relevantes y emotivos, haciendo de su
aprendizaje un status socialmente exclusivo.
Quiero decir con esto que, así como el aparato locomotor se volvió bípedo,
nuestra laringe se convirtió es un instrumento de canto. Con este precedente y sin
menoscabo de nuestra capacidad cerebral al efecto, deberíamos entender el
sonido como una función natural de nuestro organismo, no creado por la
inteligencia, sino intrínseca en nuestra constitución humana (un don de Dios… y
de la evolución). Así pues, el primer llanto del recién nacido, sería el sonido
humano contemporáneo más natural que podríamos encontrarnos; un sonido bien
impostado (timbre de amplia resonancia) y correctamente utilizado, de hecho
puede llorar durante mucho tiempo sin que apenas se vean afectadas sus cuerdas
vocales. Podríamos lamentarnos de que no podamos sonsacar al emisor su lugar
de imposta, pero serviría de poco dado los cambios estructurales que se
producirán en su instrumento antes de abandonar su edad lactante. El bebe
empleará este recurso innato ante cualquier anomalía interna (llorar para pedir
comida), como también dispone de otros recursos fisiológicos ingénitos (eructar,
respirar, orinar, comer…), adquiriendo posteriormente otros más conscientes o
madurando los implícitos en sus genes, pero lejos todavía de clasificarlos como
actos inteligentes.
Nacemos, en general, con un aparato fonador perfecto y los procesos
fisiológicos que se producirán en la laringe a lo largo de los años no serán la
causa del declive del aparato fonador, si no lo contrario. Lo que ocurre es que, a
partir del nacimiento, el sistema va a sufrir un sin fin de contagios ambientales
(aire, ruidos, ondas, etc.), físicos (infrautilización del apoyo y la impostación,
problemas posturales…), y psíquicos (voz de machote, timidez, etc.), que afectará
a la fonación. Es decir, el niño acabará absorbido por una nefasta enseñanza
generacional del sistema fonador y adquirirá, día a día, vicios que menguarán
sobre manera su fonación natural. Esta situación no será un acto individual o de
escasos individuos, de hecho, esta inadaptación auditiva discrecional provocará,
como se ha comentado, que la correcta colocación del habla de algunos cantantes
y profesionales de la voz, nos parezca artificial.
Mas peligroso sería si esta tensión fuera directa, es decir, que afectase
directamente al músculo vocal, culpable de la vibración, endureciéndose y
perdiendo su elasticidad. Es como cuando el organismo, ante un continuo roce
endurece la piel aumentando su resistencia (un callo), para evitar un mal mayor
(una herida). El músculo vocal esta recubierto de una serie de láminas, que
concluyen con el epitelio delgado y lubrificado (de tipo escamoso pluriestratificado
para protegerlo del continuo rozamiento producido durante la fonación). Este
epitelio mantiene la necesaria elasticidad de la cuerda vocal. Sin embargo, su uso
forzado, puede provocar un “gallo” o dañarnos y quedarnos afónicos. Si este
esfuerzo se repite habitualmente…, como imagen mental…, las cuerdas vocales
se protegerán formando un “callo” (nódulo) o, en su defecto, provocará otras
consecuencias que, sin duda alguna, van a suponer un serio perjuicio para nuestra
salud vocal (y para nuestras expectativas artísticas).
Por tal motivo, no se debe sentir dolor en la laringe después de los ensayos
(que no es lo mismo que cierto agotamiento), dado que nuestro cuerpo es sabio y
sabe cuando lo que se está haciendo le perjudica (deberemos “escuchar” a
nuestra laringe). Insistir sobre un sonido deforme, no solo perjudica mentalmente,
dado que damos al cerebro un sonido inadecuado para aprender, sino que puede
lastimar seriamente nuestro instrumento. En un entrenamiento se debe retomar el
comienzo del sonido (el más complicado), hasta que el sonido sea exactamente el
adecuado sino, el resto del ejercicio, será un trabajo absurdo e incongruente. Es
esencial que sepamos y registremos cerebralmente el primer sonido emitido, ya
que éste es el que mas enseña.
Creo que, salvando esta alarmista pero necesaria precaución, nuestra mayor
inquietud deberá ser salvaguardar la mucosa que protege las cuerdas vocales y
que evita este nefasto roce. Varios factores externos pueden castigar a esta
mucosa (bacterias, virus, polvo, etc.). La mejor maniobra de ataque de la mayoría
de estos agentes virulentos es la respiración bucal, que conlleva a que las
funciones de humidificación y filtración de las fosas nasales, deban ser resueltas
por la laringe. Esta acción que esta reservada a momentos puntuales, si se alarga,
produce sequedad en las cuerdas y los minúsculos cuerpos extraños
mencionados, que no pueden ser capturados por los filtros nasales, son
apresados en la viscosidad laríngea (protegiendo los pulmones) y formando la
famosa flema del cantante (casi inevitable en algunos procesos víricos o
bacterianos); tan molesta e incómoda que parece estar cosida a las cuerdas
vocales.
Cualquier tipo de enfermedad que afecte las vías respiratorias afectará a las
cuerdas vocales por simpatía. Habrá que tener la precaución de no cantar en tales
circunstancias o extremar las precauciones. Respecto al sexo no encuentro
razones de peso para que pueda afectar a la capacidad tonal de las cuerdas;
salvo el propio gasto energético que afecte al estado físico y psíquico que, con
escasas dudas, entiendo que puede ser perfectamente resuelto por nuestro
organismo, con cierta aptitud positiva, siempre necesaria para el canto.
LOS REGISTROS
LA CLASIFICACIÓN VOCAL.
Perogullo comentaba con acierto que: "Los diferentes estilos o formas de cantar
marcan tanto a los intérpretes como a sus dotes innatas."
Así pues, digamos que conociendo la existencia de las diferentes
clasificaciones vocales y, sabiendo que cantar bajo una tesitura mal clasificada, o
en periodo de clasificación, como se ha comentado al inicio, puede perjudicar
gravemente el órgano laríngeo, deberíamos extremar el cuidado cuando
procedemos a la catalogación de nuestra propia voz. Resulta curioso como al
cantante novel le preocupa más su clasificación que su técnica. Les advertiría que,
sin duda alguna, es preferible enfocar su esfuerzo en el conocimiento de su voz,
antes de darle una clasificación vocal, dado que habrá que encontrar la correcta
ubicación lírica y la tesitura mas acorde a nuestro sentir, para posteriormente
clasificarla adecuadamente. A menudo, una absurda inquietud provoca que, el
alumno, ya en sus primeras clases, exija del profesor una rápida percepción de la
tesitura personal, bajo pena de desacreditar las cualidades del mentor. Esto va a
provocar dos grandes errores: el primero, una clasificación prematura que puede
ser errónea debido a que el alumno no canta con una voz técnicamente adecuada;
en segundo lugar, que el profesor, se verá obligado a trabajar vocalizaciones
acordes a esta prematura catalogación vocal, evitando ir en contra de su criterio.
Errores que pueden pagarse muy caro. Así pues, resulta necesario adecuar la voz
al patrón lírico, antes que proceder a su catalogación, tomándose el tiempo
necesario dentro de una zona media, para concentrarse en un adecuado
aprendizaje de los resonadores.
Por otro lado, podéis pensar en recuperar la tesitura soñada analizando los
movimientos musculares necesarios para buscar la tesitura de cada nota y, de
este modo, crear vuestra propia escala tonal. Podría deciros que la busquéis en la
conexión de los músculos laríngeos con el cerebro se produce por el nervio
laríngeo recurrente (izquierdo y derecho) y el laríngeo superior que se preocupa
del importante músculo cricotiroideo, bla, bla, bla... Sin embargo me limitaré a
deciros que para dar un paso, el organismo mueve cerca de doscientos músculos,
no podéis imaginaos los músculos que se pueden llegar a moverse durante una
canción. Si pretendéis controlar todos los músculos creadores del canto, laríngeos
o no, cargar bien vuestra mochila por que el camino será interminable. Otra cosa
es saber ciertas cosas como que, con respecto a la tesitura, algunos cartílagos
laríngeos, como el tiroides, cricoides y aritenoides son de tipo hialino y pueden
osificarse con la edad, causando cierta pérdida de calidad, que resultará
ostensibles en unos cantantes mas que en otros, en base a su técnica mas o
menos depurada.
Este es un proceso arduo y complicado que se torna sencillo una vez que el
cerebro asimila las posiciones óptimas de la fonación. Una vez el cerebro coordine
adecuadamente el sistema fonador en cierta clasificación vocal, se deberá volver a
la mayor naturalidad (utilizando una imagen poética de la voz, dejando que cante
el corazón). No obstante habrá que entender convenientemente el término cantar
con el corazón (que yo sepa el corazón ni piensa, ni padece), ya que el cerebro es
el único causante de todo cuanto ocurre en nuestro cuerpo. De este singular
órgano nos queda mucho por aprender, y aunque la mayoría de las veces
creemos controlarlo, no siempre es así. En todo caso, cantar con el corazón es
dejar que cante el cerebro no consciente, dejando que éste regule el instrumento,
y cantando sin controlar nada conscientemente.
MACHISMO EN EL CANTO.
Después de todo lo dicho, los amantes del canto lírico, podríamos manifestar
que, con éste, renace la pureza de la voz (que advertimos innatural por
desconocida). Un sonido fisiológicamente reorganizado, cargado de armónicos,
con la potencia tímbrica y fortaleza vocal de nuestro primer llanto y, por tanto, un
regreso al sonido natural. Lamentablemente…, y a pesar de defender esta forma
de utilizar el sistema fonador, considero que ésta puede llegar a ser una
consideración incierta. A la postre el sonido sobreagudo del tenor es una voz
innatural que provoca el desplazamiento de la imposta natural. Pero ahondando
en el tema, y para comprender esta apreciación, habría que hacer un poco de
historia, aunque sea fugazmente, derivando el estudio profundo de la misma a
publicaciones más específicas.
Otro episodio histórico importante se produjo hacia el final del siglo IX, cuando
la monodia vocal fue desplazada por una diafonía y posteriormente por la
polifonía, en la que una misma melodía se cantada a distancia de cierto intervalo
(octava, quinta o cuarta). Las voces agudas, ante la norma “Mulier Taceat in
Ecclesia”, serían interpretadas por niños que, ante la escasez de medios de la
época, debían memorizar las partituras. El problema surgía cuando el niño, que
había conseguido aprender un amplio repertorio, se veía acosado por la pubertad
y el consiguiente cambio laríngeo, dando al traste con todo lo aprendido y
provocando el desajuste grupal consecuente.
Esta situación provoca la llegada a los coros de los falsetistas, lo que hoy
denominaríamos contratenores, que cantaban una octava más alta y no tenían el
problema hormonal infantil. Su dominio duró hasta finales del siglo XVI, en el que
nuevas normas pontificias iban a discriminar a los cantantes casados. Dicho hueco
vendría a ser reemplazado por una nueva generación de cantantes, el castrado,
capón, o usualmente denominado castrati. Este cantante era sometido de niño a
una emasculación (presión cordal hasta la castración) para conservar su voz
aguda, que se ejercía a pesar de la tímida reacción en contra de la Iglesia. Estos
cantantes disponían de una laringe de niño y un sistema pulmonar de adulto, y el
resultado era una voz aguda femenina cargada de agilidades pero con la potencia
aérea de una voz masculina. No es de extrañar que su dominio, también en el
mundo de la ópera, perdurara hasta el siglo XVIII, dejando tras de sí una nutrida
composición musical contagiada de registros anormales para cantantes
masculinos, digamos…, completos.
No obstante, igual que a los artistas griegos les interesó la resonancia vocal, la
búsqueda de la emisión sobreaguda se colaba entre los nuevos propósitos de los
profesores vocales de la época. Así llego el mítico “do de pecho”, y el hombre
volvió a reemplazar a las sopranos ligeras en sus papeles masculinos, absorbidas
por este nuevo tenor lírico, de voz potente y agudos brillantes, que popularizó
Duprez (aunque posiblemente fueran empleados anteriormente por otros tenores).
El nuevo tenor, reemplazante de los falsetistas, se enfrentaba ante unos registros
fuera de su tesitura natural, lo que provocó un exhaustivo estudio de una técnica
compleja y que nada tenía que ver con lo enseñado hasta el momento. La anterior
técnica más acorde a la impostación del sonido natural, no les ayudaba en
absoluto y, la nueva técnica que florecía entre bastidores, a duras penas era
asimilada con la corrección necesaria como para salvaguardar algunas cuerdas
vocales.
Por ello, los primeros tenores que se enfrentaban con estos agudos a plena
voz, eran sorprendidos por una prematura caducidad vocal y, a algunos, con
daños irreparables por descolocación. De hecho Rossini criticaba el “do de pecho”
de Duprez, calificándolo como de un grito de gallo degollado, corroborando la
insegura técnica vocal empleada. No obstante, el nuevo sonido heroico,
paulatinamente iba siendo mejorado y, por sobrenatural, acabó siendo del agrado
del público. Este nuevo poderío vocal hacían olvidar las florituras del canto del
castrati (que ya había comenzado a empalagar al oyente) y, por tal razón, terminó
siendo de inspiración para los nuevos compositores que, lejos de escribir obras
más acordes a la voz masculina, en mayor o menor medida, mantendrían los roles
de sus antecesores.
Alguien puede creer que a cantar se aprende cantando pero, aunque resulte
una paradoja, no es del todo correcto. Supongo que un alumno de medicina, futuro
cirujano, en su primer día de clase, no toma a su profesor y le dice: échese en la
mesa que le voy a extirpar los riñones. Pese a lo absurdo de esta última frase, no
falta el alumno que en su primer día de clase le pega un bocinazo al profesor
emulando a su cantante favorito y termina irritado porque el profesor/a le ha hecho
perder el tiempo con ejercicios respiratorios, haciendo caso omiso a su
esplendorosa capacidad vocal. Habría que recordar que muchas divas y divos de
la ópera, independientemente de lo acertado de la técnica, pasaron sus primeros
años practicando tan solo el apoyo y la impostación, antes de emitir cualquier nota
cantada. Podemos imaginarnos lo que pasaría por las mentes de estos bravos/as
cantantes en aquellos agónicos momentos de desconcierto, presos de una técnica
que constreñía sus pretendidas y, seguramente, presumibles facultades vocales.
Es lógico que se ansíe lo que no se tiene, pero se debe dar un paso detrás de
otro y, a veces, saber dar un paso atrás; sobre todo para asimilar lo conseguido y
evitar perderlo. Quiero decir que los alumnos sacrifican a un profesor ante la falta
del progreso esperado. Sin embargo, éstos, han podido hacer caso omiso a
infinidad de indicaciones de su pedagogo, que no han sabido entender ni estudiar
y, a veces, ni escuchar. Si se desea aprender es estrictamente necesario aprender
a escuchar, y en el canto esto es imprescindible; sino la estrecha relación
profesor-alumno se alejará sin remedio.
Estos apuntes darán una personal versión de esta técnica, así pues,
permítanme buscar en los próximos tres capítulos, un sentido didáctico basado en
los tres pilares pedagógicos romanos, de raíz griega, que impartían los phonasci
(apoyo para trabajar el volumen), los vociferarii (impostación como reforzador de la
voz), y los vocales (técnicas que se encargarán de la entonación, las
modulaciones y el perfeccionamiento del canto). En un deseo propio como
reconocimiento y respeto del conocimiento de la voz de los helenos. Conocimiento
que se deja entrever en la historia y al que no entraremos en la corrección teórico-
histórica de lo expuesto (por otro lado tan complicado de rebatir).
Francisco Arbeloa.
INTRODUCCIÓN
Este libro de apuntes, tratado, manual, compendio, síntesis, novela o como
quiera usted llamarlo, se adentra en una concepción del canto diferente que,
amparado en un fruto empírico, retará al cantante a la búsqueda de su propia
teoría, al estudio de su propio cuerpo, de su sistema fonador.
Adentrarse en el canto sin un pedagogo vocal puede ser hasta cierto punto
peligroso y totalmente desaconsejable, pero cada uno es dueño de su cuerpo y,
posiblemente, peores formas haya de castigarlo. Enfrentarse a este libro sin haber
consolidado unas bases mínimas resultaría prematuro, dado que se despreocupa
de exposiciones pormenorizadas sobre los órganos fonadores y su utilización que
sobreentiende conocidas, refiriéndose a ellos soslayadamente o, como se ha
comentado, de una forma empírica.
No se si encontrará en estas páginas ese maná vocal que acabe con todas sus
dudas. Pero yo le aseguro que esa panacea musical está escondida en su texto, o
delante o detrás de estas letras, ¡porque estar está!, ¡porque existir existe!, tan
solo es necesaria la suficiente paciencia y perseverancia para afrontar el reto del
canto lírico con elegancia, porque el secreto esta en sus manos o, mejor dicho, en
su cerebro ¡Búsquelo, encuéntrelo y lo habrá conseguido!