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identidad ilusoria se configuró gracias a la conciencia que la precedía y esta, a
su vez, surgió gracias al cuerpo. Por otra parte, “¿qué cosa es tu cuerpo sino el
tiempo mismo?”
Por consiguiente, medita bien mis palabras. ¿Qué dirías si la muerte no
representara sino una modificación del estado provisorio de tu existencia, es
decir, un nuevo pasaje a otro mundo y a otra forma de existencia?
¿Qué dirías entonces si tu cuerpo, tu “mundo” y tu identidad ilusorios ̶ a los
que ahora tanto te aferras con temor ̶ ya no fueran necesarios en esa futura
forma de existencia?
¿Qué dirías si esa nueva forma de existencia representara el fin de tus
temores a la soledad, a la enfermedad, a la desposesión, y de tantos otros
sufrimientos que ahora te acosan?
Más explícitamente aun: ¿qué dirías si tu actual condición de ser humano
fuera simplemente un estadio evolutivo?
¿Qué dirías si lo inmortal estuviera soñándote (o soñándose) como mortal?
¿Qué dirías si esto no fuera sólo tu caso, sino también el de todos tus seres
queridos o, mejor aun, el de toda la humanidad? Porque quizá la identidad
individual podría ser también la ilusión transitoria de un todo indiviso.
Querido discípulo Kong Fu Sao, no puedes negar esta hermosa posibilidad,
así como no lo has hecho hasta ahora con tus cotidianas y distintas formas de
existencia.
Por cierto, aún no lo sabes con certeza de experiencia. Lo sabrás al morir
para este mundo… o bien antes, gracias a tu diligente trabajo de experiencia y
meditación. Quizá por ello los antiguos sabios afirmaron: “Quien muere antes de
morir, no morirá jamás”. Hasta tanto eso suceda, te dejo tres preguntas para que
reflexiones. La primera: ¿Acaso no sería mejor que vivieras de acuerdo con esta
posibilidad, en vez del sinsentido de creer que todo termina con la muerte? La
segunda: ¿Cuál es tu peor temor, perder tu actual “yo” o dejar de existir? Y la
tercera: Pregúntate por quien medita; o sea, ¿quién eres en realidad?
Con estas palabras finales, el maestro Xiao Long Pao esbozó una sonrisa
ambigua, cerró sus ojos y se sumió en una aparente profunda meditación. El
absorto Kong Fu Sao, al ser alertado por el búho que la noche estaba avanzada,
salió de su estado con un sobresalto. Hizo rápidamente las tres reverencias de
respeto y, alzándose, abandonó el lugar de prisa.
Así fue que, cuando en la taza de porcelana el té se evaporó y la candela
se extinguió, el dragón con corazón de jade retomó su eterno vuelo.