Pero todo no iba a ser un camino de rosas, una vez vencido el
escepticismo de los gobernantes sus patentes rápidamente se vieron cuestionadas por los otros pioneros que reconocieron lo ventajoso de su sistema de control, pero no estaban dispuestos a pagar por utilizar esos sistemas en sus aviones. Esto les llevó a juicios por defender esas patentes.
Tal magnitud alcanzó el litigio que Wilbur Wright enfermó de
fiebres tifoideas y murió en 1912. Según las propias palabras de su padre Wilbur tuvo que emprender innumerables viajes para consultar abogados y jueces lo que pudo ser la causa definitiva para contraer la enfermedad.
La batalla legal duró hasta 1914, cuando la corte suprema
de USA dio la razón a los hermanos Wright. Lo que pasa es que en ese momento la aviación había avanzado tanto que estaba a las puertas de convertirse en una de las armas más poderosas de la Primera Guerra Mundial.
Orville Wright vivió hasta el 30 de enero de 1948 y tuvo la
oportunidad de ver su invento pasar de una máquina rudimentaria que apenas se mantenía en el aire con mucho esfuerzo a convertirse en un arma muy poderosa en la Primera Guerra Mundial y un arma devastadora capaz de cruzar media Europa para arrasar una ciudad.
Incluso llegó a ver los primeros intentos por batir la barrera
del sonido, una quimera que detenía el progreso de la aviación y que suponía el último obstáculo para llegar al espacio. Algo totalmente inconcebible cuando daban aquellos pequeños vuelos en su máquina voladora en un páramo azotado por el viento llamado Kitty Hawk en Carolina del Norte.