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Presentación

¿Coaching espiritual? ¿Eso qué es? ¿Es que acaso es diferente al Coaching Ontológico?

Nuestro grupo de estudio comenzó con estas preguntas y pronto concluimos que sí, que el
coaching espiritual se diferencia porque incluye una dimensión adicional: el espíritu, capa
complementaria al pensamiento, la emoción, el cuerpo y el lenguaje, elementos constitutivos del
enfoque ontológico.

¿Es que el espíritu existe? ¿Es la misma “alma” de la que nos hablan las tradiciones religiosas?
¿Qué tanto de razón tienen quienes defienden su existencia contra los materialistas que proponen
que el concepto de alma es sólo una creación de la mente y la cultura humana para tratar de darle
sentido a una existencia sinsentido llena de paradojas e incertidumbres? ¿Se podría probar su
existencia, o ese esfuerzo ni siquiera valdría la pena?

¿Cómo se afecta la vida de una persona cuando se hace estas preguntas y finalmente asume su
dimensión espiritual?

Saberse con alma tiene, o debería tener, repercusiones directas en la vida de cada persona; en la
forma cómo se percibe a sí mismo, cómo se relaciona con los demás, cómo vive el devenir y sus
incertidumbres, cómo afronta los retos y conflictos de la existencia, y cómo se entiende inserto
en un organismo mayor que podríamos llamar comunidad, humanidad o universo, dependiendo
del nivel de trascendencia que quisiéramos abordar.

Partimos de que el coach espiritual indaga sobre estas cuestiones para que su coachee tome
consciencia de esta dimensión, le permita permear toda su vida, y acorde a ella realice sus
procesos de mejoramiento y transformación.

Después de debatir un rato sobre cómo presentar nuestras conclusiones acerca del coaching
espiritual decidimos usar la herramienta del storytelling por considerarlo idóneo para abarcar un
tema que en esencia tiene mucho de intangibilidad, subjetividad y amplitud. Dicho en otras
palabras, porque un ejemplo vívido puede comunicar muchos conceptos con mayor contundencia
y claridad, y al final de cuentas calar más hondo.
Los invitamos a leer la historia que traemos a continuación, que podría ser la de cualquier
coachee potencial tocando a nuestra puerta. La escribimos a cinco mano; cinco capítulos, cinco
puntos clave en la historia, cinco estilos.

Esperamos que la disfruten.

Capítulo 1. Y todo se desmoronó…

Cuando Antonio llegó a casa de su madre empezaba a llover. Eran más de las 9 de la noche y ya
Valentina, su hija de cuatro años, dormía abrazada a su caimán de peluche. El ejecutivo se acercó
sigilosamente y le besó la frente, luego le apagó la lamparita del nochero y le ajustó la puerta de
la habitación. Se dirigió a la cocina donde se comió un plato frío de lentejas, rechazando el
ofrecimiento de su madre de calentárselo. Escuchó como anestesiado lo que ella le enumeró del
día de la pequeña desde que había llegado de la guardería: jugar muñecas, pintar en su block de
arte, ver algo de televisión, comer y acostarse.

—Preguntó mucho por ti. ¿Por qué llegaste tan tarde?—le interrogó la madre.

—Estaba terminando unos pendientes en la oficina que quería dejar listos porque en la mañana
voy a ir al hospital; tengo reunión con el médico de Julia y sé que después ya que no tendré
ánimos para ir a trabajar.

La madre le puso la mano en el hombre y lo miró con amor. Sabía que su hijo estaba pasando por
una etapa terrible.

—Tienes que ser fuerte y pensar en Valentina, ella te necesita—le dijo después de pasarle el
dibujo que la niña había hecho esa tarde.

En el papel se veían tres monigotes: una niña con una lágrima en la cara tomándole la mano a un
hombre sin boca. Y atrás, más pequeña, una mujer dormida. El dibujo le trajo a la memoria la
pregunta que Valentina le hacía cada día: “¿Y mami cuándo se va a despertar?”. La misma
pregunta que él no sabía cómo responderle, que no le daba tregua y le asaltaba varias veces en el
día, sin importar dónde estuviera: en la sala de reuniones con el cliente más importante de la
empresa, dentro del carro en medio del trancón de la tarde, en el baño mientras se duchaba cada
mañana, en el almuerzo con sus compañeros. La misma pregunta que los médicos no sabían
responderle y que él ya no quería enfrentar mientras la niña lo miraba con los ojos abiertos
esperando una respuesta diferente al “muy pronto”, que era lo único que atinaba a decirle. No se
lo podía reconocer a su vieja, pero esa era la razón verdadera por la que cada día se quedaba
hasta un poco más tarde en la oficina.

Antonio se puso de pie y besó en silencio la cabeza canosa de su madre. Luego se dirigió a su
habitación, con el deseo de cerrar los ojos y escapar de la angustia por lo menos durante unas
horas.

Mientras daba vueltas en la cama tratando inútilmente de dormir, miraba los pósters de autos de
carreras que tanto lo habían emocionado en su juventud. Se auto-compadeció de verse a sí
mismo, un hombre de 45 años, viviendo en casa de su madre, en su misma habitación de
adolescente, mientras en la otra punta de la ciudad permanecía clausurado el apartamento que
con tanta ilusión y amor Julia y él habían buscado, comprado, decorado y acabado de pagarle al
banco. Cayó en cuenta de que hacía ya más de ocho días que no iba. La última vez, acompañado
de Valentina, fue de entrada por salida. Recogieron algunos juguetes de la niña, cuentas y
papeles que se amontonaban en la puerta y algo de ropa. Ni siquiera el deseo de la niña de
quedarse jugando un rato en su habitación fue suficiente para que él superara el miedo y la
tristeza que le generaban ese espacio, tan vacío desde que Julia había sido internada de urgencia
en el hospital, esa tarde en que repentinamente se desmayó.

Por fin, después de llorar un rato, Antonio pudo dormirse.

El siguiente día, cuando atravesó la puerta de la habitación del hospital y vio a Julia tendida en
la cama, rodeada de equipos sibilantes y atravesada por tantos tubos y mangueras, no pudo evitar
pensar que esa era una desconocida. No era su esposa, la mujer vivaz y alegre de la que se había
enamorado diez años atrás, la que quería tragarse el mundo, la amorosa y bondadosa, la que le
había enseñado que la vida era una aventura maravillosa, la madre y compañera ideal. No podía
ser que ese cuerpo inmóvil, tan pálido debajo de las luces blancas y brillantes del techo, fuera la
morada de su Julia.

—Buenos días Antonio—lo saludó a sus espaldas la voz del médico, sacándolo de sus
cavilaciones.
Hablaron unos minutos en los que el médico le hizo el mismo resumen del estado de la paciente,
prácticamente igual al de los dos últimos dos meses, tiempo que ya duraba su coma: que el daño
cerebral había sido por una embolia atípica, que sus signos vitales seguían estables, que las
máquinas hacían por ella todas sus funciones fisiológicas.

—¿Y cuándo va a despertar?—le preguntó de nuevo Antonio, con la angustia del recuerdo de los
ojitos de Valentina mirándolo.

—Ya se lo he dicho. En estos casos nunca se sabe. Podría despertar mañana, la semana entrante,
en seis meses o nunca. Lo siento mucho. No puedo darle falsas expectativas.

Hablaron otro rato y por primera vez el médico le mencionó la posibilidad de “dejarla ir” y el
acompañamiento psicológico que podían darle. Cuando terminaron, Antonio se dirigió a la
cafetería y se sentó en un rincón. Allí, con un vaso de tinto ya frío en las manos, se preguntó por
qué a él le estaba ocurriendo eso. La crisis espiritual que venía creciendo llegó en este punto a su
cénit.

¿Dios, dónde estás? ¿Por qué me haces esto? ¿No eres pues un Dios de amor? ¿Por qué tanta
gente mala está por ahí sana, mientras Julia, que tu sabes que es bondadosa, está tirada en esa
cama? ¿Dónde estás? ¿O es que ni siquiera existes y yo soy un estúpido? No podré seguir mi
vida sin Julia. ¿Qué voy a hacer con mi hija? ¿Para qué trabajo tanto? ¿Para morirme mañana o
pasado mañana? ¿Qué sentido tiene todo esto? El sabor amargo del café era dulce comparado
con lo amargo de su ánimo. Una voz lo sacó de sus cavilaciones:

—Antonio, ¿cómo estás, qué haces por acá?

Era Juan, un antiguo compañero de la universidad, muy cercano pero que luego se había ido del
país. No se veían desde hacía 20 años, pero Antonio guardaba de él el mejor recuerdo y el afecto
y la sensación de confianza surgieron de nuevo con la misma fuerza.

—¿Me puedo sentar contigo un rato?—le preguntó Juan.

Se pusieron al día con la vida de ambos pero fue Antonio quien más habló; se desahogó y le
abrió su corazón. Le explicó la situación de Julia y lo que él sentía, todos sus miedos y dudas.
Incluso mencionó que estaba por pensar que Dios ni siquiera existía. Juan le escuchaba y después
de un rato, juntos llegaron a la conclusión de que Antonio no quería darse por vencido, no quería
“desconectar a Julia”. Lo que quería en realidad era encontrar fortaleza para superar esa crisis,
para hacer lo correcto con su hija, para esperar con amor el regreso de su esposa, para no
desesperar. Hablaron de filosofía y espiritualidad, y al final Juan le sugirió que buscara ayuda de
algún coach espiritual.

—Ellos pueden ayudarte a encontrar esa fuerza interior que necesitas en este momento—le dijo
Juan antes de empezar a buscar en el celular los teléfonos de unos coachs que le quería
recomendar. —Mira, este es un coach cristiano. No sé si tú crees en Cristo, pero pienso que
hablar con él te puede ayudar mucho. Y esta otra es una coach más “alternativa”. Yo los conozco
a ambos y te puedo decir que son excelentes personas, que están comprometidos con ayudarle a
quien lo necesite. Habla con ellos, a ver cómo te sientes después. Luego me cuentas. Apunta
también mi número y me llamas cuando quieras.

Antonio apuntó los tres teléfonos y le agradeció a su amigo. Se abrazaron antes de decir adiós.

Esa tarde Antonio sí fue a la oficina. Lo primero que hizo fue llamar a su madre y le pidió que le
pusiera al teléfono a Valentina, que acababa de llegar de la guardería. Le dijo que la amaba
muchísimo y que esa noche iba a llegar temprano para jugar con ella y leerle un cuento antes de
dormir. Luego despachó un par de correos urgentes y respondió la llamada de un cliente. Cuando
terminó se reclinó en su silla gerencial y pensó en lo que había conversado con Juan. ¿Debía
llamar a esos coaches? Hasta donde él sabía eso sólo servía para ayudar a los equipos de ventas a
alcanzar las metas. ¿En qué podían ayudarle a él en un tema tan complicado? Seguramente es
pura paja, pensó. Pero antes de ocuparse de la siguiente tarea le entró la duda: ¿Y si después de
todo sí sirve? Miró el portarretratos con la foto de Julia y Valentina que tenía en el escritorio. Era
el impulso que necesitaba para decidirse. Revisó su agenda, tomó el teléfono y marcó el número
del coach cristiano. Vale la pena, vamos a darle una oportunidad, pensó mientras sonaba el
timbre de espera. Reservó una sesión para la siguiente tarde.

¿Y si con el coach cristiano no van bien las cosas? —dudó. —Mejor oigo las dos versiones.

Buscó el segundo recomendado y también separó una sesión para dentro de dos días.
Ya con las dos citas marcadas en la agenda, abrió Internet para investigar un poco y hacerse una
idea más clara sobre lo que podía esperar de los coaches. Se llevó una sorpresa.

Capítulo 2. Cuanta información. Cuánta confusión.

Acá va la parte de Marce. Antonio busca en Internet. Encuentra una gran oferta de coaches
espirituales. Muchas herramientas. Presentación de un poco de cada una. ¿Termina confundido?
¿Escéptico? ¿Tranquilo? ¿Qué opinan?

Capítulo 3. Sesión de coaching cristiano

Acá va la parte de Juli. ¿Cómo sería la sesión de coaching entre un coach cristiano y Antonio?

Capítulo 4. Sesión de coaching espiritual alternativo

Acá va la parte de Moni. ¿El nombre de esto si es coaching espiritual “alternativo”? A mi no se


me ocurre ningún otro nombre… ¿Qué piensan? ¿Cómo sería la sesión de coaching entre el
coach “alternativo” y Antonio

Capítulo 5. Al final, todo encaja en su lugar

Acá va la parte de Luis. ¿Cómo se remata la historia? ¿Qué le ocurre a Antonio adentro? ¿Cuál
es el punto B al que llega después de las preguntas detonadoras de las dos sesiones de coaching?
¿Qué descubre en su interior? ¿Qué final usamos: un final feliz donde la esposa sale del coma, un
final abierto donde la situación se queda igual pero el cambio es a nivel interno de Antonio?

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