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Santiago, Chile.
Diciembre 2019
Autor: Pato H.
Diseño: Caro Odette
Contacto: papelucho.primeralinea@protonmail.com
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Pato H.
Población La Pincoya, Diciembre 2019
Con los días se volvería popular la frase “No son 30 pesos, son
30 años” como reflejo del malestar popular acumulado. Esa es
la frase que el gobierno nunca tuvo en cuenta, desde sus pala-
cios de cristal, alejados de la realidad del pueblo, creyeron que
cerrando las estaciones y obligando a los trabajadores y traba-
jadoras a volver caminando a sus hogares los pondrían en con-
tra nuestra. Una vez más se equivocaron.
Con el Luchín nos fuimos a juntar con los cabros para buscar
neumáticos y hacer unas barricadas en nuestra población. En
esas faenas nos encontramos con el Miguel y el Ronald, los
cabros más movidos de la pobla, que estaban organizando un
cacerolazo junto a la Rosita, la dirigenta de la junta de vecinos.
- Qué pasa con los subversivos – nos dijo el Ronald saludando.
- Aquí juntando neumáticos para la protesta po’ – le contesté.
- A las 9 cabros, a esa hora será el caceroleo. Ojo con los pa-
cos que andan medios sospechosos – nos dijo antes de irse en
bicicleta.
Es el canto universal
Cadena que hará triunfar
El derecho de vivir en paz...
Era el inmortal himno de Víctor Jara que por esos días sonaba
en marchas, edificios y plazas, como un escudo frente a la vio-
lencia estatal.
Sentado frente a la tele tuve tiempo para poner el frío mis pens-
amientos y darme cuenta de lo que estaba pasando. Había sido
todo tan rápido, tantas acciones, tantas sensaciones, tantos
cambios políticos, que mis ideas parecían girar en una licuado-
ra. Las distancias parecían distintas, los tiempos transcurrían
de otra forma y parecía que en cada minuto estaba pasando
algo trascendental, esa sensación la mantuvimos varios por
mucho tiempo, semanas, meses incluso. Pero, en ese momen-
to, tuve tiempo para comprender que el estallido recién estaba
comenzando, que no era un simple día de furia y que maña-
na no vendría nuevamente la calma y la normalidad. Porque
era esa misma normalidad de deudas, bajos salarios, colas en
los consultorios, comunidades contaminadas, niños y niñas vul-
neradas, pegas abusivas, pensiones miserables y el menospre-
cio de una minoría privilegiada, la que había generado esa rabia
acumulada durante décadas que ahora irrumpía violentamente,
sin líderes, sin partidos, pero con una inigualable dignidad.
- ¡Me los paso por la raja! – gritó el Chiko Terry mientras les
hacía un cara pálida y salía corriendo. Esto provocó risas gen-
eralizadas y la gente que había arrancado volvió para seguir
peleando.
El cántico de “El baile de los que sobran” daba más color aún a
las postales eternas de ese 25 de octubre que llenarán los libros
de historia y quedarán como un rebelde legado para las futuras
generaciones.
- Mi familia llego aquí cuando esto eran puras chacras sin dueño
– narraba la Rosita en una Asamblea – Aquí llegaron organi-
zados junto a un montón de gente sin casa. Con una bandera
chilena, cuatro palos y una manta se tomaron estos terrenos y
forjaron esta población. Y así mismo surgieron todas las pobla-
ciones de esta comuna. Aquí nadie nos ha regalado nada, todo
ha sido fruto de la lucha. Así que yo no necesito permiso para
estar en esta plaza, ni para tomarme una calle, ni para nada,
porque yo y todas ustedes somos dueñas de esta comuna. Aquí
los políticos, los pacos, la iglesia, son invasores, están en una
tierra que nos pertenece a nosotras. Ellos nos nos van a dar
ninguna solución porque ellos son parte del problema. Aquí ten-
emos que aprovechar este estallido para generar la consciencia
de que es nuestra autorganización como pobladoras lo que nos
hará surgir. No el poder de ellos, ni su Estado, ni sus leyes, sino
que nuestro propio poder, solidario, horizontal, desde abajo, sin
intereses mezquinos ni regido por la lógica del dinero.
La Rosita tenía razón. En los talleres aprendimos que en nues-
tras manos estaban gran parte de las soluciones. ¿Para qué
necesitamos a usureras empresas eléctricas si podemos gener-
ar nuestra propia energía con el poder del sol?¿Por qué necesi-
tamos depender de los monopolios de alimentos si en nuestra
comuna hay suficientes cerros para producir nuestra propia
comida?¿Para qué necesitamos al alcalde o a los concejales
si nuestra Asamblea es mucho más representativa y quienes
participan en ella están mucho más capacitados que cualquier
político?¿Por qué seguimos contaminando con toneladas de ba-
sura si buena parte de eso lo podemos reciclar?
La batalla ese día era sin cuartel, los pacos estaban absoluta-
mente arrinconados cuando aparecieron tanquetas y zorrillos a
toda velocidad directo hacia nosotros. Intentamos retroceder los
más ordenadamente posible pero los pacos empezaron a dis-
parar con todo y las líneas se desordenaron.
A la calle salieron las señoras que han tenido que aguantar los
golpes de sus esposos o que este las tenga como una simple
empleada que hace las tareas del hogar; en la calle estaban las
abuelas sometidas durante toda su vida por el conservadurismo
religioso; gritando estaban nuestras compañeras acosadas en
la calle, las que aguantan las miradas descaradas en la micro,
las que son toqueteadas en el Metro, las que no pudieron jugar a
la pelota porque les dijeron que eso era para hombres; ahí esta-
ban las trabajadoras que ganan menos que los hombres a pesar
de realizar el mismo trabajo, las que son vistas como un mero
objeto sexual, las que reciben los enfermos piropos en la calle,
las que son acosadas en el trabajo por sus jefes; alzando la voz
estaban las madres solteras a las que dejaron cuidando solas
a sus hijos e hijas o a las que el papito corazón no les pagan
la pensión, las que sufren cuando alguien imbécil les dice en la
calle “te haría otro hijo”; en definitiva, ahí estaban elevando su
voz rebelde al mundo todas las mujeres víctimas del machismo,
del micromachismo, de las violaciones, los abusos, el acoso, la
violencia; ahí estaban también por todas aquellas asesinadas
que no podían alzar la voz.
- Grande cabros!
- Aguante la Primera Línea!
- Héroes!
Los vidrios estallaron por los aires y las bombas de pintura bor-
raron rápidamente el verde del recinto policial. Desde dentro,
parapetados, comenzaron los disparos de perdigones y las lac-
rimógenas. Pero nos mantuvimos firmes. Éramos 10 veces más
que el resto de las noches y no estábamos dispuestos a irnos
antes de darles su merecido a los pacos.
Pero el dolor no llegó, solo gritos y vítores. Abrí los ojos y mire
hacia arriba buscando un milagro y lo encontré. Frente a mí, dán-
dome la espalda, con sus dos piernas firmes, estaba el Luchín
con su escudo deteniendo los perdigones.
- Te dije que no te iba a dejar tirado – me dijo con una leve son-
risa y su ojo ensangrentado.