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mantener su coraje
Cualquier negro que desee vivir debe vivir con peligro desde el primer día, y ninguna experiencia
puede ser nunca casual para él, ningún negro puede pasearse con alguna certeza real de que la
violencia no lo visitará en su camino. Los camafeos de seguridadpara el blanco promedio: la
madre y el hogar, el empleo y la familia, no son siquiera una burla para millones de negros; son
imposibles. El negro tiene la alternativa más simple: vivir una vida de humillación constante o de
peligro siempre amenazante. En semejante pase, donde la paranoia es tan vital para la
supervivencia como la sangre, el negro ha permanecido vivo y empezado a crecer siguiendo la
necesidad de su cuerpo adonde pudo. Al saber en las células de la existencia que la vida era
guerra, nada más que guerra, el negro (admitiendo todas las excepciones) rara vez podía
permitirse las inhibiciones sofisticadas de la civilización, y así mantuvo para la supervivencia el
arte de lo primitivo, vivió en el presente enorme, subsistió para los sacudones del sábado a la
noche, renunció a los placeres de la mente por los placeres más obligatorios del cuerpo, y en la
música dio voz al carácter y la calidad de su existencia, a la rabia y las variaciones infinitas del
júbilo, la lujuria, la languidez, el gruñido, el calambre, el pellizco, el grito y la desesperación de su
orgasmo.
Es que no todos tienen bastante luz interna para penetrar el corazon ageno en la vorágine de sus
instintos, y creen que, dibujando la vestimenta, puede reflejarse el tipo moral deduciéndolo por
la vulgaridad de lo común.
Su musa erraba con familiaridad en el período oscuro de la Edad Media, del que extraía aspectos
de una extrañeza comúnmente incomprensible, que la crítica mundana, al no entender nada,
había declarado salvajemente maravilloso.
«Ahora tengo una poesía de ABRIRSE LAS VENAS, una poesía EVADIDA ya de la realidad con una
emoción donde se refleja todo mi amor por las cosas y mi guasa por las cosas. Amor de morir y
burla de morir. Amor. Mi corazón. Así es. Todo el día tengo una actividad poética de fábrica. Y
luego me lanzo a lo del hombre, a lo del andaluz puro, a la bacanal de carne y de risa.» «La bella
carne del Sur te da las gracias después de haberla pisoteado. A pesar de todo, yo no estoy bien
ni soy feliz.»
Es obvio que hay una gran diferencia entre ser internacional y ser cosmopolita. Todas las buenas
personas son internacionales. Casi todas las malas personas son cosmopolitas. Si queremos ser
internacionales, primero debemos ser nacionales. Que quienes a sí mismos se llaman «amigos
de la paz» tengan tan poco peso en las naciones a las que pertenecen se debe en gran medida a
que no han reflexionado lo bastante en esta distinción. La paz internacional significa la paz entre
las naciones, no la paz después de la destrucción de las naciones, como la paz budista es la paz
después de la destrucción de la personalidad.
He de aclarar, por tanto, que si tengo algún prejuicio ha sido siempre a favor de la democracia, y
por tanto de la tradición. Antes de llegar a ningún principio lógico o teórico me alegra reconocer
esa ecuación personal: siempre me he sentido más inclinado a creer en la gente corriente y
trabajadora que en esa clase particular y fatigosa de los literatos a la que pertenezco.
Pero descubrir cómo ser bastante desdichado sin que eso nos impida ser bastante felices fue un
hallazgo psicológico. Cualquiera podía haber dicho: «No te pavonees ni te arrastres», y habría
sido un límite. Pero decir: «Aquí puedes pavonearte y arrastrarte» fue una emancipación.
“No es que finja ser un rante pa’ floriarme entre las grelas / con el clásico chamuyo que se estila
pa’ escribir / y después gaste samicas de poplín a la alta escuela / y la yire por Florida y las tire de
Petit.// No. Soy reo por esencia. Yo nací en un conventiyo / y escabié una leche amarga en los
pechos del dolor / y he crecido al son del canto secador de ese martiyo / que golpea sobre el
yunque del suburbio yugador.// Yo crecí a fuerza de biabas de la bruja mala pata / discutiéndole
al destino el derecho e’ ser mejor / y entre el fango de las almas, en el barrio de las latas, /
aunque pude ser un chorro, resulté ser un cantor.// (…) Pero yo tiro la bronca… No las voy con
los shushetas, / no pretendo sus halagos ni su gil admiración, / no me vendo a sus manguiyos
como alguno d’esos puetas / que son reos escribiendo y son cambas en la acción. // Yo me gano
el pucherete mano a mano con el yugo, / con el diario pataleo, ya escribiéndome un gotán, / ya
empuñando el martillito como mi jovie el tarugo. / ¡En el horno ‘e mi sesera yo me sé amasar el
pan! // (…) No la voy con los bacanes…, ni con los intelectuales, / no soy pueta de academia, ni
de libros en latín. / Soy cantor como es el pájaro, por impulsos naturales, / ¡porque a mí me sale
el verso como el perfume al jazmín!”
El civilizadísimo Occidente está padeciendo, antes que todos (o tal vez en beneficio de todos), las
consecuencias dramáticas de las partes oscuras de la secularización. Pero de momento insiste en
decir que se trata de una crisis de la economía y, por tanto, de la política
“Bien llegada, ¡Oh, vida! Salgo a buscar por millonésima vez la realidad de la experiencia y a
forjar en la fragua de mi espíritu la conciencia increada de mi raza.”
Los capiangos, según él, o según lo entendían los milicianos, eran unos hombres que tenían la
sobre-humana facultad de convertirse, cuando lo querían, en ferocísimos tigres, “y ya ve usted”,
añadía el candoroso comandante, “que cuatrocientas fieras lanzadas de noche a un
campamento, acabarán con él irremediablemente”.
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A la rosa,
a esta rosa,
a la única,
adulta rosa,
a su profundidad de terciopelo,
Creían,
sí,
creían
que no te canto,
sino ajena,
que yo
sin mirarte,
preocupado
sólo
del hombre
y su conflicto.
No es verdad, rosa,
------Me perteneces,
rosa,
como todo
--------
no me interesa saber quien eres y ni por qué estas aquí, quiero saber si te puedes parar en el
centro del guego sin encogerte. no me ineteresa dónde, qupe o con quipen has estudiado,
quiero saber si te sostienes desde adentro cuando todo se cae alrededor
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[noche.
[apetece el amor.
He sido y soy.
[mi corazón.
verso no me niega su
[música.
Parece haber sido un hombre risueño y juguetón, con gran aprecio por todas las cosas realmente
bellas y deliciosas que el dinero puede comprar, y no menos profundamente contento si tenía
que pasarse sin ellas.
Ahora bien, ¿qué es lo que pasa? Agustín es un militante, no importa de qué, pero él es un
militante. Es una de esas personas que necesitan una causa por la que vivir, no importa cuál;
pero cuando dejan de creer en una causa, se sienten tan mal como cualquier desempleado.
Entonces, cuando Agustín lee estos textos, sufre una especie de revelación filosófica, y por
primera vez admite la existencia de algo real e inmaterial al mismo tiempo. Yo no estoy segura
de que todos hallan comprendido realmente esta no incompatibilidad entre real e inmaterial.
Díganme, ¿la amistad existe porque existen los amigos? O ¿los amigos existen porque existe la
amistad? ¿Quién está a favor de la primera sentencia?
Muy bien. Los primeros son vocacionalmente aristotélicos y los segundos son vocacionalmente
platónicos.
Ahora, si quieren cancelar toda clase de responsabilidad, cancelen toda clase de libertad. Una
cosa sin la otra no va. “Libre como un pájaro”: el pájaro no es libre. En la Edad Media jamás se
entendió la libertad como espontaneidad natural. La libertad, en cambio, es un complejo
proceso interior del hombre y es lo único que lo hace hombre.
“El tilingo -dice Jauretche- es al guarango lo que el polvo de la talla al diamante. O la viruta a la
madera”. De tal modo, el polvo y la viruta resultan el producto de un exceso de pulido o de
garlopa. En consecuencia, “en el guarango está el contenido del brillante y también la madera
para el mueble. En el tilingo nada.” En otras palabras, en el guarango subyacen latentes los
posibles, la vida futura, lo que puede ser. En el tilingo, solo el polvo, lo que pudo ser y no fue:
“una decadencia sin plenitud”.
“El guarango es la cantidad sin calidad. El tilingo es la calidad sin ser. La pura forma que no pudo
ser forma. (…) Por eso el tilingo es un producto típico de lo colonial. Los imperios dan guarangos,
sobre todo cuando se hacen demasiado pronto. El caso de los Estados Unidos, por ejemplo”
« Y yo le dije: «Soy uno que cuando Amor me inspira, anoto, y de esa forma voy expresando
aquello que me dicta.»