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Transexualidad, transgénero, travestis: patologización a causa de la sexuación de

óptica binaria

Germán Gabriel Alvarenga


Universidad de Buenos Aires

El lugar u objetivo privilegiado para el travesti sería romper esa dicotomía malo-
bueno, hombre-mujer, obrero-terrateniente. Hay muchos caminos intermedios,
somos travestis como mismidad.
Marlene Wayar

El interés que recorrerá estos párrafos será el de evidenciar cómo algunos discursos
psicoanalíticos y, más precisamente, algunxs psicoanalistas recurren a abordajes
binarios de géneros que, desde su definición, se caracterizan por rebelarse a todo tipo
de dicotomía. Se hará foco en cómo este abordaje tiene un resultado patologizante
sobre las transexualidades, lxs travestis y lxs transgénerxs, dado que son forzadxs a
encajar en alguno de los dos factores. Se tomará como caso significativo a las fórmulas
de la sexuación, noción propia del psicoanálisis lacaniano. Consideramos que estas
categorías de diversidad de género dan cuenta de una heterogeneidad de sujetos
apropiándose de su identidad, y no de meras clases conceptuales y abstractas. Cabría
aclarar entonces que el marco base para este análisis es la teoría psicoanalítica, la
teoría queer y los estudios de género. Ubicamos como paradigmáticas a las
identidades transexuales, transgénero y travestis. Tres identidades (pero no las únicas)
que quebrantan el binarismo.
Para iniciar habría que delimitar a qué se hace referencia cuando se habla de
binarismo: se nombra así los términos identitarios en dos valores, antitéticos entre sí y
en los cuales se juega una interrelación jerarquizada (Fernández, 2013). Para
ejemplificar, podrían mencionarse los pares Blanco/No Blanco, Centro/Periferia,
Rico/Pobre, Normal/Anormal. En estos mismos pares el segundo término es
subordinado, oprimido, desvalorizado como identidad en falencia que se opone a la
“completud” supuesta de la otra, resultando así que no se la considere como una
lógica de identidad propia. Estos no son los únicos binarismos de los que se pueda dar
cuenta. Me centraré en los binarismos relativos al género: Masculino/Femenino,
Hombre/Mujer, Cisgénero/Transidentidad. Como plantea Tajer (2013), las fórmulas de
la sexuación son uno de los núcleos duros del psicoanálisis, definiéndolas como la
forma en que la teoría entiende las consecuencias de la diferencia entre los sexos
(diferencia en tanto presencia de pene o de vagina) como lugares donde se
apuntalarán las dos posiciones deseantes conceptualizadas (hombre-mujer).
Habiéndose afirmado lo anterior, remítase a las afamadas fórmulas de la sexuación
lacanianas pero, más precisamente, a un recorte que hace de ellas Godoy (2014)
estableciendo dos polos: el lado hombre y el lado mujer. Un análisis exhaustivo
excedería los propósitos del presente escrito, por lo cual me mantendré en la lógica
binaria expuesta, la cual resulta bastante obvia, lados hombre o mujer: uno organizado
en tanto “tener “el falo y el otro en tanto “serlo”, respectivamente. Así, el mismo autor
ubica que uno u otro ser parlante se ubicarán en uno de los lados, resultando una
mujer o un hombre en tanto goce y no en tanto género. Ahora bien, si de lo que se
trata es del goce, ¿por qué habría de llamar a ambos lados como un binomio de
género? Si uno u otro no corresponden necesariamente a los hombres o mujeres, ¿por
qué no llamarlos de otro modo? Se trata de una evidente posición política binaria.
Pero ese es un debate para otro momento. Mantendremos el foco en cómo se juega
esta dualidad en aquellxs sujetxs no binarixs. Hasta el momento, la hegemonía
psicoanalítica se mantiene con la idea de que “todo psiquismo normal y sano debe
articularse en torno al reconocimiento de la diferencia sexual y ésta se conforma de
manera binaria, con sólo dos casilleros: femenino o masculino” (Tajer, 2013, p. 126-
127).
Las personas que se identifican como parte del colectivo de las transidentidades
quedan por fuera de esta “diferencia sexual” en tanto no se asignan a sí mismxs ni de
uno ni de otro lado. En una entrevista, Marlene Wayar da cuenta en carne propia y con
una precisión inigualable lo que hemos firmado:
Las travestis en Latinoamérica tenemos muy en claro que no somos ni hombres ni mujeres y
que esos no son lugares a los que queremos llegar (…). En la escuela te patologizan y el
discurso más fácil para salir de eso es decir que soy una mujer encerrada en el cuerpo de un
hombre (Peidro, 2013, p. 72).
Si bien menciona solo a las travestis, podemos hacerlo extensivo también a las
configuraciones subjetivas tanto transgénero como transexuales, por ser identidades
que cuestionan el binarismo hombre/mujer. En estas personas podemos observar una
solución de emergencia: forzarse a sí mismas para incluirse en esa dicotomía y evitar
cierta discriminación. Esto se replicaría a la hora de pensarlas desde las fórmulas de
sexuación: Pérez retoma el planteo de Pietro adjudicándole cierta obsolescencia a esta
manera de abordar la sexuación, puesto que no son capaces de dar una explicación
general y condena a las posiciones intermedias (como las transidentidades) a los
diagnósticos de psicosis, dado que incurren en un goce supuestamente femenino
(Pérez, 2013). Esta falla de las fórmulas tiene como corolario adjudicarle al sujetx no
binario una no adscripción a las leyes de regulación fálica. Siguiendo esto, algunxs
psicoanalistas arriban a una peligrosa conclusión: transidentidad es igual a psicosis
porque no hay regulación fálica. Sería importante aquí dar un ejemplo de ello,
remitiéndose de nuevo a Godoy (2014): destaca cómo las personas transexuales se
caracterizan por no poder apropiarse de su órgano (pene, vagina) y por demandar una
modificación quirúrgica sobre este, para realizar un salto de un sexo al otro (de nuevo
el binarismo), condenando, sin ningún tapujo, el no reconocer la cara psicótica del
“transexualismo”. He aquí esta sentencia que condena a la psicopatología a estos
sujetos por no encastrar(se) en una dicotomía.
Pérez (2013) ironiza: “Por favor, seleccione su género” (p. 37). En la misma línea, según
la óptica patologizante, podría decirse: “Por favor, seleccione su fórmula (hombre o
mujer), caso contrario usted será considerado psicótico”. Nuestra propuesta sería
evitar tal decisión hacia un par cristalizado hombre-mujer, planteándose la posibilidad
de una posición transexual, pero advirtiendo (como en cualquier posición sexuada)
que, al plantear fórmulas genéricas, se corre el riesgo de dejar de lado las
singularidades de cada sujetx, y los modos en que se configuró su identidad de género
y sexuada en cada caso. Hay que evitar con sumo cuidado que la noción teórica
modifique salvajemente la práctica con cada sujetx. De hecho cabría mencionar las
constantes deslegitimaciones de las que son objetos por parte de la sociedad,
fundamentalmente binaria (Pérez, 2013). La violencia que reciben debe ser tenida en
cuenta a la hora de comprenderles como sujetxs y de considerar sus posibles
presentaciones psicopatológicas, ya no inherentes a su identidad, sino a su situación
de abuso por parte del Otro.
El hecho de que las transidentidades no se identifiquen necesariamente con ser mujer
u hombre (y menos con estar entre medio de ambos), se puede precisar como un
“género fronterizo” que no demanda reconocerse en alguna categoría previa (Pérez,
2013), una categoría que no admite la lectura binaria, no admite que se le adjudique
un “por fuera de la ley” per se –que no es cualquiera, sino una ley “fálica”, lo que la
vuelve una ley patriarcal y cisheterocéntrica–. Di Segni (2013) lo plantea sobre el
travestismo: no se está frente a un varón que brega por parecerse a una mujer ni
viceversa, se rompe con el binarismo, sobre todo porque ser varón o mujer es terreno
cada vez más brumoso. Algunxs autores ubican a las identidades no dicotómicas como
sintomáticas de la época actual, donde el declive de la ley paterna provoca que ciertos
sujetxs deban recurrir a otra cosa para suplir la falta del significante de la ley paterna.
El diagnóstico estructural es inamovible: si no hay adecuación a una de las dos
fórmulas, entonces no hay Nombre del Padre, no hay neurosis. Y sin Nombre del
Padre, hay estructura psicótica. Pero como lo plantea Pérez (2013) estos discursos
psicoanalíticos binarios caerían en el error de que el síntoma tenga relación unívoca
con la estructura, es decir, un síntoma psicótico, en términos psiquiátricos, puede
darse tanto en estructuras neuróticas como psicóticas. Aunque indicar a las
identificaciones no duales como sintomáticas ya es una postura que da cuenta de la
pregnancia de las categorías hombre/mujer como absolutas. Además, se viola
directamente la Ley de Salud Mental (Ley 26657, 2010) que prohíbe hacer diagnósticos
en base a orientación o identidad sexual. Cabría preguntar entonces: ¿son estas
identidades fruto de un delirio/alucinación consecuencia de la forclusión del
significante legal? ¿O resulta que las categorías explicativas del marco teórico son
insuficientes y lo que hay allí es verdaderamente algo de la identidad que reclama ser
vista sin prisiones dicotómicas? Una persona transexual, travesti o transgénero puede
llegar a contar con una estructura psicótica, pero como lo puede llegar a ser cualquier
persona. Se deslinda de esto que la identidad de género no es en sí misma resultante
de una u otra estructura. Wayar es categórica sobre esto: “Me parece que cuando
hablamos de despatologización estamos en la emergencia de decir que no estamos
locas” (Peidro, 2013, p. 79). Aquí ella evidencia con las palabras justas de qué va su
lucha: no están locas por ser quienes son. Como ya hemos afirmado, no hay locura en
ecuación directa con la identidad sexual.
¿Qué podía haber detrás de algunos psicoanálisis que persisten en la patologización de
las transidentidades? Fajnwaks (2013) sostiene que el hecho de que algunxs
psicoanalistas estén en contra de la transformación social, que cuestiona las
identidades binarias cristalizadas, solo puede deberse a la añoranza de aquellos
tiempos en que estas posiciones eran inviolables, cuando dominaba el Padre. Aquí se
hallaría un verdadero remake de la patologización de la diversidad de género (Herón,
2016). Dicho de otro modo, el propio heterocentrismo internalizado de estxs analistas
interferiría a la hora de considerar a quien se salga del binomio hombre/mujer. Esta
postura se asemejaría más al binarismo de la modernidad: la no división tajante de
estxs sujetxs, respecto a su identidad de género, es algo que molesta e incomoda, y las
transidentidades son uno de los casos paradigmáticos de esta no categorización
naturalizada entre género masculino o femenino (Di Segni, 2013). Como resultante,
algunxs psicoanálisis (y sus practicantes) compelen a aceptar el sexo con el que se ha
nacido, ya sea varón o mujer, aun cuando ello resulte causa de sufrimiento para el
sujetx, ya que hay adaptarse a aquello en lo que unx nace (Di Segni, 2013). De este
modo se confunden groseramente las diferencias entre género y sexo. Pineda (2013)
reconoce algunos psicoanálisis como abogados de las posturas irrestrictas en torno al
género binario, defendiéndolo a toda costa y tildando con celeridad a quien sea trans,
travesti o transgénero como perteneciente a la estructura psicótica. También
recomienda no apurar diagnósticos, no apurarse en definir el lado en las fórmulas de
sexuación, no acelerarse a declarar que le sujetx en cuestión cuente con tal o cual
estructura. Esta posición resulta superadora de las interpretaciones mencionadas
según las cuales no pertenecer a la dicotomía tajante del goce da como resultado
obvio una estructura psicótica.
Finalmente, retomando la pregunta acerca de si prevalecen aún tendencias
patologizantes, habría que responder que sí: desafortunadamente, existen
profesionales de la salud mental bajo la teoría psicoanalítica que hallan que quien no
se defina a si mismx como hombre o mujer (ambos factores jugados en términos
disyuntivos) es porque hay detrás una estructura psicopatológica operando. Con esto
se pierde la capacidad de escucha subjetiva, donde lo que importa es el diagnóstico,
una verdadera sordera subjetiva, la sordera psicoanalítica. Sin embargo no todo es
mala noticia: lxs psicoanalistas en diálogo con la teoría queer y la perspectiva de
género están advertidos de la necesidad de alojar a aquello que hace desencajar a las
fórmulas de dos términos. Allí encuentran un potencial único, una lógica propia que no
es patológica por sí misma. Existirían así quienes permiten a sus pacientes superar las
imposiciones de estos órdenes generalizadores y dicotómicos. Como diría Wayar: “No
quiero invisibilizarme detrás de una mujer” (Peidro, 2013, p. 69). Esto representa una
denuncia a la imposición que ejerce lo social (encarnado también en esos
psicoanalistas binarios) para adaptarse a una categoría, lo que implica dejar por fuera a
la otra categoría, y además significa no poder ser apreciada en su singularidad
identitaria. De esta manera se cuestiona, en la misma línea que Tajer (2013), las
intervenciones en función, y solo con esa función, de adaptarse al binarismo. Esta
posición solo es cuestionable en tanto funcione como aparato de dominación
biopolítica de ese cuerpo y no a quien lo hiciese por una necesidad de identidad de
género.
En conclusión, es necesario formar futuros agentes de salud mental que aboguen por
la escucha a lxs sujetxs más que a las estructuras, que tengan un compromiso con los
cambios de época y que las novedades que estos traigan sean analizados lejos de las
añoranzas pasadas, lejos de la idea de que “todo tiempo pasado fue mejor”. De este
modo se constituirían psicoanalistas comprometidxs con la ética del caso a caso, de la
subjetividad y la singularidad, potenciando las novedades y las nuevas configuraciones-
reconfiguraciones resultantes del dinamismo histórico cultural de lo humano, en el que
lo psíquico se pone en juego. Esto debe ser evaluado con ojos desprejuiciados, donde
no se incurra en análisis salvajes vía el forzamiento de la teoría por sobre le sujetx.

Bibliografía

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http://www.laizquierdadiario.com/Schejtman-y-el-remake-de-la-patologizacion-de-la-
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