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La ciencia.

Su método y su filosofía
Reporte de Lectura 4
Francisco Bedolla Cancino
En su afirmación «La ciencia como actividad —como investigación— pertenece a la
vida social» (Bunge, s/a:1), nuestro autor, con todo tino, coloca el dedo en la llaga
de un debate que todavía es actual: la naturaleza de la ciencia, un tipo de práctica
social dentro de un vasto universo de prácticas, cuya especificidad queda al
descubierto en las dos frases que sirven de complemento al título de su clásico
ensayo: su filosofía y su método.
En relación con los atributos que dan cuenta de la filosofía, Bunge () propone
una lista de 14 rasgos; y, por su parte, en relación con los rasgos del método de la
ciencia establece 10 atributos.
Tabla 1. Rasgos de la filosofía y el método de la ciencia
Rasgos de la filosofía de la ciencia Rasgos del método de la ciencia

1. Facticidad 1. Verificabilidad
2. Trascendencia de lo fáctico 2. Veracidad
3. Descomposición analítica 3. Proposiciones hipotéticas
4. Especialización 4. Inventiva (creatividad)
5. Claridad y precisión 5. Planteo y comprobación
6. Comunicabilidad 6. Experimentación
7. Verificabilidad 7. Métodos teóricos
8. Metódica 8. Sostenibilidad de la hipótesis
9. Sistematicidad 9. Tecnicidad y creatividad
10. Generalidad 10. Pauta general: A. Planteo del
11. Legalidad problema, B. Construcción del
12. Explicación marco teórico, C. Deducción de
13. Predicción las consecuencias particulares,
14. Apertura D. Prueba de hipótesis, y E.
Conclusiones
Fuente: con base en Bunge
Descontado el detalle sintomático de que la numeración, más que orden y
coherencia argumentativas, suelen erigirse en argucias de los autores para
subsanar dichas carencias, una primera revisión comparativa abona a la impresión
de que, sin menoscabo de las relaciones estrechas entre ambos, la línea de
separación entre ambos resulta poco afortunada e infructuosa, por decir lo menos.
En descargo de nuestro autor, abona el hecho de las limitaciones paradigmáticas
acusadas por la corriente positivista hacia finales de la década de los cincuenta del

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siglo pasado, que serían puestas al descubierto en el contexto del giro la filosofía
de la conciencia hacia la filosofía del lenguaje (Cf. Habermas, 1990).
Tal señalamiento desborda los alcances de un mero reclamo nominalista.
Dicho en el lenguaje actual, sin desatender la existencia de los vasos comunicantes,
la epistemología (filosofía de la ciencia, en el sentido de Bunge) ha tendido a
hacerse cargo de los reclamos en los más altos niveles de abstracción sobre el
estatuto ontológico de eso que solemos llamar “la realidad”y el significado de eso
que solemos referir como “la verdad” —científica—; mientras que la metodología
científica se endereza en especial a la cuestión programática: las instrucciones a
seguir para generar conocimiento nuevo, empíricamente y lógicamente sustentable.
La falta de precisión entre ambas dimensiones tiene serias implicaciones.
Desde la perspectiva actual, Bunge da por hecho lo que ha sido recientemente
materia de discusión y, sin exajerar, ha sido rebasada: la distinción sujeto/objeto y
el entender de que la verdad u objetividad del conocimiento científico se resuelve
como problema de la correspondencia entre el explanandum y el explanans; es
decir, entre el objeto o el fenómeno en observación y lo que el observador dice
acerca de éste.
Una revisión pronta a la formulación de Bunge sobre la filosofía y el método
de la ciencia basta para darse de cuenta de que nuestro autor resolvió sin
problematizar la cuestión de su postura filosófica nodal: que la realidad existe por
méritos propios y con independencia del sujeto que la experimenta y conoce. Luego,
ya asido a este supuesto, no tiene la menor duda en asumir que existe una base
“material” para decidir acerca de la verdad de lo que se dice acerca de la realidad.
Sin menoscabo de lo anterior, es digno de resaltar el apunte de Bunge, en el
sentido de que la ciencia es una práctica social entre otras muchas. Lo que, en
lógica estricta, supone el reconocimiento de que las prácticas científicas observan
un objeto —el universo de las prácticas sociales— siendo parte de él. ¿Pueden en
este sentido sostenerse las bases epistemológicas del positivismo? Respuesta: muy
difícilmente, por no decir imposible, al menos por dos razones de peso. Una, que
los hechos, eso que llamados realidad, como bien apuntan Cohen y Nagel (1968)
se refieren a elaboraciones lingüísticas, que la ciencia —otra elaboración
lingüística— convierte en objeto de su observación. Y dos, asumiendo la tesis de la
ciencia como producto social, es fácil de advertir que la tesis de la correspondencia
resulta insostenible, toda vez que un observador científico, por ser interno a la
sociedad, carece de posibilidad de “distanciarse” para evaluar la supuesta
correspondencia, punto por punto, entre la “realidad” y las creaciones discursivas
referidas a ella.

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A propósito de lo anterior, tan cierto como el hecho de que Bunge atinó en su
comprensión de la ciencia como producto social resulta que nuestro autor no lo llevó
esa observación hasta sus máximas consecuencias. De cierto modo, Cohen y Nagel
(1968), con su entender de que los hechos no son “trozos” de realidad sino
descripciones acerca del mundo revestidas de un alto consenso, abonan a develar
el carácter falaz de la distinción sujeto/objeto, que Bunge asume tácitamente como
piedra angular de la filosofía de la ciencia. En la misma línea de argumentación se
sitúan Berger y Luckman (1972) con su tesis de la realidad como construcción
social, desde la cual puede replantearse la formulación de Bunge y sostener que la
ciencia es una práctica social que observa como las prácticas sociales constructoras
de la realidad.
En estos términos, el insight de Bunge echa luz sobre la necesidad de
reformular la filosofía positivista de la ciencia, que coloca a la observación científica
frente al imperativo de auto-implicarse como observador, a fin de poner en duda
tanto lo observado como las distinciones a través de las cuales observa (Luhmann,
2007; von Foerster, 1998; Günther, 1963; entre otros).
Bajo la premisa de que la ciencia observa la realidad socialmente producida,
adquieren nuevo sentido y profundidad las discusiones sobre el método científico.
A final de cuentas, apenas y vale la pena poner en cuestión el hecho de que la
observación científica procede bajo supuestos y protocolos sistemáticos y rigurosos,
que regulan los aspectos básicos de la producción del conocimiento nuevo: la forma
de preguntar y problematizar; de construir hipótesis y aplicar mecanismos de control
sobre ellas; de generar información pertinente y suficiente para discutir la
sostenibilidad de éstas; para arribar a conclusiones lógica y empíricamente
coherentes y sostenibles; y para comunicar los resultados.
Ciertamente, la posibilidad de replantear la filosofía y el método de la ciencia
no es una cuestión de cruda inteligencia, sino de condiciones sociales. La
diferenciación funcional, signo distintivo de la sociedad-mundo (Luhmann, 2007)
pone al descubierto que la ciencia contituye un sistema parcial dentro de un contexto
poblado de diversos subsistemas (economía, política, moral, religión, arte, derecho,
etc.), cada cual con sus respectivos modos de observar. Precisamente, la filosofía
y el método de la ciencia, como bien sostuvo Bunge, son los elementos que marcan
la diferencia de ésta respecto de otros sistemas.
I. Referencias citadas
- Berger, P. y T. Luckmann (1972) La construcción social de la realidad,
Buenos Aires: Amorrortu.
- Bunge, M. La ciencia. Su método y su filosofía.

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- Habermas, J. ( 1990) Pensamiento postmetafísico, México: Taurus.
- Günther, G. (1963) Tiempo, lógica intemporal y sistemas auto-referenciales
//www.univie.ac.at/constructivism/archive/fulltexts/3646.html
- Cohen, M. R. y E. Nagel (1968) Introducción a la lógica y el método científico,
Buenos Aires: Amorrortu.
- Luhmann, N. (2007) La sociedad de la sociedad. España: Herder
- von Foerster, H. (1998) Por una nueva epistemología. Metapolítica, vol 2.
Núm. 8, pp. 629-641.

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