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Reseña biográfica de san Cayetano (1480-

1547)
Este santo de la Providencia, muy popular entre comerciantes y ganaderos porque les obtiene
protección de muchos males, nace en 1480 en Vicenza, cerca de Venecia, Italia. Su padre,
abogado y capitán de coraceros, es el conde Gaspar de Thiene, que muere defendiendo al Estado
Pontificio contra un ejército enemigo. El niño queda huérfano, al cuidado de su santa madre
María Porto, terciaria dominica, que se esmera intensamente en formarlo muy bien. Estudia en la
Universidad de Padua donde a los 24 años obtiene dos doctorados (Derecho Canónico y Derecho
Civil). Sobresale por su presencia venerable y por su bondad exquisita, que le gana muchas
amistades.
Dos años después se va a Roma, para trabajar en el Vaticano, como Protonotario Apostólico y
redactor de bulas pontificias; ayuda al Papa Julio II a hacer la paz con Venecia. Experimenta un
vivo rechazo por el estilo de vida de muchos consagrados y eclesiásticos de la corte papal. En una
carta de 1517, pedía a Laura Mignani rezar por Roma: «Te encomiendo a esta, alguna vez Ciudad
Santa, ahora Babilonia, en la cual hay tantas reliquias». A los 36 años es ordenado sacerdote,
aunque le parece con ello haber realizado un acto de "gran soberbia"; espera hasta la Epifanía
para celebrar su primera misa en la basílica romana de Santa María la Mayor. Es allí donde en la
fiesta de Navidad tiene una visión de la Virgen depositando al Niño Jesús en sus brazos.
En ese tiempo estalla la Reforma de Lutero contra la Iglesia de Roma. Muchos quieren seguir
ese ejemplo, atacando y criticando a los jefes de la Iglesia Católica, pero Cayetano les dice: «Lo
primero que hay que hacer para reformar a la Iglesia es reformarse uno mismo».
Cayetano proviene de una familia muy rica y se desprende de todos sus bienes y los reparte
entre los pobres. En 1521 se traslada a Venecia, donde con la ayuda de ciudadanos generosos
funda un hospital para incurables. Acostumbraba a decir que en el templo se rendía a Dios el
homenaje de la adoración, y «en el hospital lo encontramos personalmente». Viendo la actitud
de los venecianos, escribe: «Cristo espera, y nadie se mueve… Veo a mi Cristo pobre, ¿y me
atreveré a seguir viviendo como un rico? Veo a mi Cristo humillado y despreciado, ¿y seguiré
deseando que me rindan honores? ¡Oh, qué ganas siento de llorar al ver que la gente no siente
deseos de imitar al Redentor Crucificado!».
Siente un inmenso amor por nuestro Señor, y lo adora especialmente en la sagrada Eucaristía y
recordando la santa infancia de Jesús. Su imagen preferida es la del divino Niño Jesús.
La elección del Papa Clemente VII en 1523 es un buen presagio para la Iglesia, por lo cual
Cayetano vuelve a Roma madurando su proyecto de «reunir un grupo de sacerdotes, que viviese
en común y del común», asistiendo a los enfermos más abandonados y sirviendo a la Iglesia
desde «cualquier actividad sacerdotal». Así en 1524, junto a otros tres compañeros (Juan Pedro
Caraffa, futuro Papa Paulo IV; Bonifacio da Colle; y Pablo Consiglieri), funda a los Clérigos
Regulares Teatinos. Son los primeros clérigos regulares: no monjes, pues son de vida activa, pero
viviendo en obediencia y de la Providencia, bajo una regla, como los religiosos. Su
lema: «Busquen primero el Reino de Dios y su justicia. Lo demás se les dará por añadidura».
La gente lo llama «el padrecito que es muy sabio, pero a la vez muy santo«. Los ratos libres los
dedica, donde quiera que esté, a atender a los enfermos en los hospitales, especialmente a los
más abandonados y repugnantes.
En 1533 Cayetano llega a Nápoles y, a pesar de las primeras dificultades, gracias a su plena y
absoluta con- fianza en la Divina Providencia, encuentra el modo de proseguir, para bien de
tantos ciudadanos, el ministerio ejercido en otras ciudades: instrucción religiosa y litúrgica,
defensa de la fe, y servicio a «Cristo, que sufre en los pobres». Los teatinos realizan desde el
principio una inmensa tarea apostólica. Bajo la dirección de Cayetano, la comunidad crece
rápidamente y se vuelve el centro de la reforma católica: se cuida del decoro y del esplendor del
templo, se da un gran impulso a la vida litúrgica y a la frecuencia de los sacramentos, reflorece
la piedad en torno al misterio de Navidad, se restaura la devoción al santo Pesebre. Defensor de
una pobreza absoluta, Cayetano rehusa enérgicamente las generosas ofrendas que unos
napolitanos quieren asegurar a la comunidad para que goce de rentas fijas. Su confianza en la
Providencia será proverbial y muchos prodigios lo confirman. Su espíritu de penitencia es grande,
así como su despego de lo terrenal. Firma siempre: «Cayetano, miserable sacerdote».

Un día en su comunidad religiosa no hay nada para comer porque todos han repartido sus
bienes entre los pobres. San Cayetano se va al altar y dando unos golpecitos en la puerta del
Sagrario, donde están las santas hostias, dice con toda confianza: «Jesús amado, te recuerdo que
hoy no tenemos nada para comer». Al poco rato llegan unas mulas trayendo muy buena cantidad
de provisiones, y los arrieros no quieren decir de dónde las envían.
En resumen, Cayetano pasa toda su vida sirviendo a Jesús en sus hermanos: funda un hospital
para atender a los que padecían enfermedades infecciosas, crea un Banco (Montepío) que
concede créditos a los más necesitados, organiza una imprenta para dar trabajo a los
desocupados. Nadie que tuviera alguna necesidad le era indiferente.
En su última enfermedad, el médico aconseja que lo acuesten sobre un colchón de lana, y el
santo exclama: «Mi Salvador murió sobre una tosca cruz. Por favor, permítame a mí que soy un
pobre pecador, morir sobre unas tablas». Y así muere el 7 de agosto del año 1547, en Nápoles, a
la edad de 67 años, desgastado de tanto trabajar por conseguir la santificación de sus hermanos.
Su epitafio dice: «Aquí descansa el que ora insistentemente por su pueblo». En seguida empiezan
a ocurrir milagros por su intercesión. Cuando todavía falta tiempo para la canonización, el
Superior de los Clérigos Regulares dispuso: «La imagen principal del Beato, que se ha de exponer
en el templo, será representada con una vara de lirios en la mano y dos o tres pájaros posados
sobre la misma. También tendrá un libro en el que se leerá: "No se preocupen por lo que van a
comer o con qué se van a vestir. Miren los lirios del campo y las aves del cielo"». El Papa
Clemente X lo declara santo en 1671.

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