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Teoría.
- El yo es inconsciente.
- La energía se da por medio de un impulso sexual biológico llamado la libido.
Carl Jung
Sin embargo, las asociaciones mentales insólitas y los simbolismos que poblaban la
mente del joven Jung no limitaban su reinado a las horas que este pasaba
despierto. Jung empezó muy pronto a tener sueños muy vívidos y con una
fuerte carga simbólica. Y, como era de esperar de alguien que dedicó gran
parte de su carrera a estudiar lo onírico, al menos uno de estos sueños lo marcó
de por vida.
TEORIA:
La primera es el Yo, el cual se identifica con la mente consciente.
Relacionado cercanamente se encuentra el inconsciente personal,
que incluye cualquier cosa que no esté presente en la consciencia,
pero que no está exenta de estarlo. El inconsciente personal sería
como lo que las personas entienden por inconsciente en tanto
incluye ambas memorias. el inconsciente colectivo. Podríamos
llamarle sencillamente nuestra "herencia psíquica". Es el reservorio
de nuestra experiencia, un tipo de conocimiento con el que todos
nacemos y compartimos.
El caso de Anna O, descrito por Sigmund Freud y Josef Breuer en “Estudios sobre
la histeria”, fue calificado por el propio Freud como el desencadenante del
surgimiento del psicoanálisis. La obra del padre de este movimiento, y por tanto en
cierto modo también de la psicoterapia en general.
Bertha von Pappenheim más conocida con el seudónimo de Anna o. era una mujer
muy atractiva, provenía de una familia vienesa acomodada, tenía un hermano
menor llamado Wilhelm y dos hermanas mayores. En 1867 cuando tenía tan solo 8
años, su hermana Henriette murió a causa de tuberculosis. Anna O se destacó por
ser una mujer inteligente, fue una feminista judía fundadora de la liga de mujeres
judías, de nacionalidad austríaca que alcanzó renombre como defensora y pionera
de los derechos de la mujer y del niño. tenía 21 años cuando sus síntomas la
lanzaron a la fama.
y por haber sido, la primera paciente tratada con el método catártico creado por
Joseph Breuer, método que a la larga se convertiría en el precursor del
psicoanálisis. Anna O es conocida como la persona que facilitó el descubrimiento
del método catártico, germen del futuro método psicoanalítico. A través de la
narración de su caso clínico, se observa con claridad como Breuer improvisa y
modifica el tratamiento de acuerdo con el extravagante cuadro sintomático de su
paciente. Se podría decir por tanto que Breuer no aplicó el método catártico con
Anna O. sino que lo fue improvisando sobre la marcha al tener que adaptarse a la
conducta y sintomatología de su joven paciente y gracias a sus observaciones y
comentarios.
Anna O era una mujer joven de notable inteligencia con una imaginación creativa y
soñadora. Que tiempo después fue diagnosticada de histeria.
Síntomas de Anna O.
Los síntomas exhibidos por la propia Anna durante todo el proceso fueron muy
variados, desde una tos a los síntomas comportamentales diversos, incluyendo el
sonambulismo. Estos son algunos ejemplos:
1. Parálisis: parálisis en el brazo y la pierna derecha.
2. Movimientos oculares involuntarios: Incluyendo problemas de visión y, en
diciembre de 1881, un estrabismo.
3. Hidrofobia: Una aversión a la comida y al agua (hidrofobia), que dejó a
Anna sin apenas poder beber durante días.
4. Letargo: Por las tardes se quedaba adormecida y luego presentaba un
estado opuesto de gran excitabilidad. Entre el 11 de diciembre de 1881 y el
1 de abril del año siguiente, Anna permaneció confinada en su cama.
5. Dificultades de lenguaje: A mitad de una frase, Anna repetiría la última
palabra y realizaba pausas antes de terminarla. Ella era políglota, y
comenzó a hablar en varios idiomas, incluyendo el inglés a sus cuidadores,
para su confusión. Sin embargo, la propia Anna lo hacía aparentemente sin
darse cuenta, y finalmente fue incapaz de hablar durante dos semanas.
En el año 1880 el médico y fisiólogo Josef Breuer acepto y trabajo en el caso de
Anna O.
CASO DE ECKSTEIN
CASO DE MISS LUCY
Miss Lucy, joven dama inglesa de 30 años, vivía en los alrededores de Viena y
se desempeñaba como gobernanta en la casa del director de una fábrica. Fue
derivada a Freud hacia fines de 1892 por un médico de su amistad, en razón de
que una serie de síntomas de la paciente excedían lo que la rinitis infecciosa
crónica de la cual la trataba podía explicar. El núcleo de estos síntomas consistía
en frecuentes alucinaciones olfativas penosas, caracterizadas como "olor a
harina quemada", que la perseguían de continuo. Un cuadro que podríamos
calificar de depresivo acompañaba esta sintomatología. Desazón, fatiga, pesadez
de cabeza, falta de apetito y una disminución en su capacidad de rendimiento.
Lucy tenia el proposito de abandonar esa casa, ofendida por las intrigas de las
otras mujeres que allí vivían: el ama de llaves, la cocinera y la institutriz francesa,
que incluso habían llegado al punto de ir con toda clase de murmuraciones al
abuelo de las niñas. A esto se sumaba la decepción de Lucy, por no haber
encontrado receptividad en los dos señores de la casa -el padre y el abuelo-,
cuando llevó ante ellos su queja por esta situación. Entonces presenta su
renuncia al director -Freud aclara en este punto: "el padre de las niñas",
subrayamos esto- con el propósito de volver a Glasgow junto a su madre. El
director la invita, "muy amistosamente", a reconsiderar su decisión. Finalmente,
Lucy decide quedarse.
Otra respuesta le ofrece Lucy a Freud cuando éste insiste: "¿Por qué no quería
confesarse usted esa inclinación? ¿Le daba vergüenza amar a un hombre?". Lucy
le espeta otra frase, también ejemplar, esta vez de lo que puede ser la
reivindicación histérica, tan frecuente en las múltiples y plásticas versiones
actuales del semblante de la histeria. Una reivindicación fálica en regla, es decir,
en regla fálica:
Podemos situar aquí la intriga histérica, esa trama que despliega por procuración
a través de escenas y personajes, el fantasma portador de los rasgos definitorios
de la histeria: el deseo insatisfecho y sus vicisitudes, la cuestión del amor al
padre en el que se juegan las complicidades del amor al amo idealizado y las
denuncias de su falta (3), la relación a la Otra mujer, etc. En la versión de Lucy,
nada infrecuente por cierto, la intriga era de esas otras mujeres de la casa,
desde las cuales su mensaje le retornaba invertido desde el lugar del Otro. Ello
producía una versión especial de la intriga histérica, donde el sujeto sustrae su
condición de agente de la intriga situándolo en el Otro, al mismo tiempo que el
alma bella se apodera de su conciencia, lo cual le da el particular matiz
paranoide, típico en estos casos.
Uno de los elementos que definen el concepto mismo de histeria se juega en la
cuestión del amor al padre. Obviamente, el padre del que se trata en este
historial, a través del padre de las niñas, es el propio padre de Lucy.
Amor al padre con las paradojas que este amor presenta en la histeria. Amor a
un padre ideal, no por ello menos erotizado y seductor al extremo (4), cuya falta
será al mismo tiempo denunciada por la histérica allí donde la encuentra,
degradada a la forma de la impotencia.
Lucy se encarga ya a esta altura del historial de subrayar esta impotencia a
través de su decepción en relación al padre y al abuelo
Freud no está muy conforme con lo que considera una mera sustitución de un
síntoma por otro. Sin embargo, pensamos que no sólo no se trata de una mera
terapia sintomática, de lo que Freud se queja explícitamente, sino que leemos en
esta sustitución un claro indicio de la verdad de la interpretación y al mismo
tiempo de su insuficiencia. Se trata, aunque Freud no lo advierte en lo mas
mínimo, del amor de Lucy por ese padre, no tanto como padre de las niñas y
patrón, sino, como lo señalamos antes, en tanto allí estaba encarnado el amor a su
propio padre. Ello está en la letra del historial y, en especial, en lo que se sustrae a
ella (5) y puede situarse a esta altura de nuestro comentario a pesar de que las
diversas y contradictorias cuestiones que ese amor al padre le planteaba y que
relatamos hasta aquí no estaban, en ese tiempo del análisis, suficientemente
despejadas
Freud se propone abordar el análisis de este nuevo síntoma, pero esta vez Lucy
no sabía de donde provenía la alucinación, ya que en la casa se fumaba todos
los días y ella no podía situar en qué oportunidad el olor concomitante se había
constituido en la fuente de la alucinación. Apelando entonces a la maniobra ya
ensayada antes, Freud pone las manos sobre la frente de Lucy, modo de
intervención que usaba en esa época, y que provocaba en Lucy el recuerdo bajo
la forma de una escena visual, que iba detallándose y especificándose en
imágenes, personajes y situaciones, lo cual permitía el vencimiento de la
resistencia y el avance de la cura.
a través del efecto de esta maniobra de la presión con las manos sobre la
frente de Lucy. Las escenas visuales que se le presentaban como vía para el
recuerdo implicaban el recurso a la pulsión escópìca, cuya importancia es
notable en diversos puntos del historial. Recordemos, a título de ejemplo no
excluyente de otros, que ella se enamora en esa conversación en la que él "la
miraba de una manera particular".
La escena había ocurrido algunos meses atrás. Al despedirse, una dama amiga de
la familia que había ido a visitarlos había besado a las dos niñas en la boca. El
padre, que estaba presente, se dominó para no decir nada a la dama. Diríamos: el
padre se queda mirando, luego él también sería "visual", al menos en esta
oportunidad por demás significativa. Pero una vez que la dama se fue, descargó su
ira sobre Lucy. "Le declaró que la hacía responsable si alguien llegaba a besar a las
niñas en la boca; era su deber no tolerarlo, y faltaba a sus obligaciones si lo
consentía. Si volvía a ocurrir, confiaría a otras manos la educación de las niñas".
"Cuando Miss Lucy volvió a visitarme dos días después de este último análisis, no
pude menos que preguntarle qué le había sucedido de grato. Estaba como
transformada, sonreía y llevaba la cabeza erguida. Por un instante llegué a
pensar que había apreciado erróneamente la situación, y que la gobernanta de
las niñas era ahora la novia del director. ‘No ha sucedido absolutamente nada. Es
que usted no me conoce, sólo me ha visto enferma y desazonada. De ordinario
soy muy alegre. Al despertarme ayer por la mañana, la opresión se me había
quitado y desde entonces estoy bien’. – ‘¿Y qué opinión tiene sobre sus
perspectivas en la casa?’. – ‘Estoy bien en claro, sé que no tengo ninguna, y ello
no me hará desdichada’. – ‘¿Y se llevará bien ahora con el personal doméstico?’.
– ‘Creo que mi susceptibilidad tuvo la mayor parte en elllo’. – ‘Y ama todavía al
director?’. – ‘Sí, por cierto, lo amo, pero ya no me importa nada. Una puede
pensar y sentrir entre sí lo que una quiera’."
CASO DE LOS LOBOS
Historia de una neurosis infantil, más conocida como el caso del Hombre de los
Lobos, fue escrita en 1914 y publicada en 1918. Está incluida en el volumen XVII
de las obras completas. En ella Freud expone el caso de Sergei Pankejeff (1886-
1979), aristócrata ruso al que atiende de 1910 a 1914. Pankejeff, tras haber
contraído una infección gonorreica a los dieciocho años, había desarrollado una
severa neurosis caracterizada por la parálisis de los movimientos intestinales
necesarios para la defecación, depresión y trastorno obsesivo. Los diez años
anteriores al contagio sexual habían sido normales para el paciente pero durante
su infancia había sufrido una grave perturbación neurótica compuesta de zoofobia
y trastorno obsesivo de contenido religioso. Freud va a centrarse en los trastornos
infantiles del paciente pues está convencido de que las neurosis adultas tienen sus
raíces en el desarrollo de la sexualidad infantil. Este fue uno de los motivos
principales por los que se enfrentó a Jung y Adler, quienes consideraban la
sexualidad infantil como un factor no determinante de los trastornos.
El paciente relata a Freud que, habiendo sido hasta los cuatro años un niño
totalmente normal, a partir de ese momento sufrió una alteración del carácter y se
mostraba siempre “descontento, excitable y rabioso; todo le irritaba y en tales
casos gritaba y pateaba salvajemente”. Esta transformación parece coincidir en el
tiempo con un miedo feroz a los animales que su hermana aprovechaba para
atormentarle. Solía mostrarle una estampa de un libro de cuentos en la que
aparecía un lobo andando a dos pies, estampa que desencadenaba en él
verdadero terror. Estos miedos se transformaron en un trastorno obsesivo de
contenido religioso. Antes de dormir tenía que rezar durante horas, santiguarse
numerosas veces y besar todas las estampas religiosas que colgaban de las
paredes. Sin embargo, al tiempo que rezaba no podía dejar de blasfemar, lo que le
obligaba por penitencia a prolongar infinitamente sus rezos. Así, por ejemplo,
asociaba a Dios con las palabras cochino o basura y a la Santísima Trinidad con
tres montones de estiércol. En aquella época también ejecutaba un curioso ritual:
cuando veía a algún mendigo o enfermo respiraba profundamente y luego
expiraba como para expulsar de sí su mala influencia.
Pankejeff comunica durante la terapia extraños sueños en los que aparece
agrediendo a su hermana y arrancándole sus velos o algo así. Estos sueños hacen
emerger un recuerdo verdadero antitético, es decir, un recuerdo en el que él era
agredido por su hermana y quedaba cuestionada su masculinidad. Había ocurrido
que a los tres años y medio su hermana le había cogido el miembro y había
jugueteado con él diciéndole que aquello era normal y que su amada chacha lo
hacía con todo el mundo. Cuando en la pubertad intentó aproximarse físicamente
a su hermana y esta lo rechazó, el sujeto, para vengarse de ella, rebajarla y
reafirmarse, se aficionó a las criadas, de inteligencia inferior a la suya.
DIAGNOSTICO
Ahora bien, ¿qué grado de veracidad tienen estos recuerdos construidos a partir de
sueños? ¿qué influencia pueden haber tenido en el desarrollo psicológico del
paciente estas dificultosas reconstrucciones? Muchos se apartaron de Freud, entre
ellos Jung y Adler, por insistir en que tener en cuenta estos supuestos hechos de la
infancia era el único camino válido del psicoanálisis. De todos modos, Freud está
dispuesto a admitir que Pankejeff sólo hubiera visto sexo entre animales y que
hubiese trasladado la escena a sus padres vestidos de blanco. Incluso así, la
fantasía reconstruida es fundamental para el tratamiento del paciente.
A los diez años, un nuevo tutor lo apartó de todas las supersticiones religiosas y
se convirtió en sustituto amigable de la figura del padre. Sin embargo, justo antes
de desaparecer los síntomas de la neurosis tuvo una grave reacción: no podía
dejar de pensar en tres montones de estiércol cuando pensaba en la Santísima
Trinidad. Esto es un fenómeno típico en los niños. Cuando se les regaña por hacer
ruido, lo hacen aún más insoportable justo antes de dejarlo. El objetivo es
demostrarse a sí mismos que lo dejan por su propia voluntad y no por habérseles
ordenado.
El nuevo tutor orientó su sadismo hacia la carrera militar, los uniformes, las armas
y los caballos. Esta obsesión castrense le proporciona, además, una reconfortante
sensación de virilidad y orienta su deseo hacia las mujeres. Sin embargo, la
neurosis había sido superada gracias a la represión de la homosexualidad
predominante en el sujeto y sólo cuando en el tratamiento con Freud consigue
liberarla es posible la verdadera curación.
El erotismo anal era el aspecto esencial en la sexualidad del sujeto. En este tipo de
neurosis normalmente se asocia el dinero con el excremento. Cuando Pankejeff era
generoso defecaba involuntariamente. Sin embargo, durante años el sujeto fue
incapaz de hacer una deposición voluntaria. Sólo defecaba mediante enemas.
Cuando al año y medio contempló la escena primordial interrumpió el acto de sus
padres mediante una deposición. En otro sujeto, probablemente la excitación
sexual habría producido una erección o una micción pero no en el caso de
Pankejeff . Este toma inmediatamente una actitud sexual pasiva.
TRATAMIENTO
En cualquier caso, según Freud, la curación de Pankejeff pasa por la liberación de
la libido homsexual. El siguiente texto es indicativo de ello, además de ofrecer una
visión sintética de la complejidad de la contemplación de la escena primordial:
El nuevo nacimiento [curación] tiene por condición que la irrigación le sea
administrada por otro hombre, y esta condición sólo puede significar que el sujeto
se ha identificado con su madre, que el auxiliar desempeña el papel del padre y
que la irrigación repite la cópula cuyo fruto es la deposición, el niño excremental, o
sea el paciente mismo. La fantasía del nuevo nacimiento aparece pues,
íntimamente enlazada con la condición de la satisfacción sexual por el hombre. La
traducción sería ahora la siguiente: Sólo cuando le es dado sustituir a la mujer, o
sea a su madre, para hacerse satisfacer por el padre y darle un hijo es cuando
desaparece su enfermedad. En consecuencia, la fantasía del nuevo matrimonio era
tan sólo, en este caso, una reproducción mutilada y censurada de la fantasía
optativa homosexual. Examinando más detenidamente la situación, observamos
que el enfermo no hace sino repetir en esta condición de su curación la situación
de la escena primordial: Por entonces quiso sustituirse a la madre, y como ya
supusimos antes, produjo, en la misma escena, el niño excremental, hallándose
todavía fijado a aquella escena, decisiva para su vida sexual, y cuyo retorno en el
sueño de los lobos marcó el comienzo de su enfermedad. La escena primordial ha
quedado transformada en una condición de su curación.
FINALIZACIÓN DE LA TERAPIA
Freud terminó la terapia con Pankejeff en 1914, justo antes de la explosión de la
primera guerra mundial. Cuando esta terminó, Pankejeff se instaló en Viena. A
pesar de que lo había perdido todo en la guerra, patria, fortuna y familia, tras el
tratamiento el sujeto “se ha sentido normal y se ha conducido irreprochablemente.
Es muy posible que su misma desgracia haya contribuido a afirmar su
restablecimiento, satisfaciendo su sentimiento de culpabilidad”. Sin embargo, los
enemigos del psicoanálisis aifrman que Pankejeff estuvo enfermo toda su vida y
recibía una subvención de la Asociación de Psicoanálisis a cambio de no dejarse
ver demasiado
CASO DE DORA
Ida Bauer mas conocida como Dora nacio el primero de noviembre de 1882 en
viena y muere en 1945 en nueva york, en 1903 se caso con Ernest Adler, unión de
la cual nacio su hijo Herth erber
A los 18 años Dora inica terapia con Freud, fue una de sus primeras pacientes y
fue tratada en octubre de 1900 y concluido abruptamente por la misma paciente el
31 de diciembre del mismo año
Dora, había llegado a ser, entretanto, una gallarda adolescente de fisonomía
inteligente y atractiva; pero constituía un motivo constante de preocupación para
sus padres.
El signo capital de su enfermedad consistía ahora en una constante depresión de
ánimo y una alteración del carácter. Se veía que no estaba satisfecha de sí misma
ni de los suyos; trataba secamente a su padre y no se entendía ya ni poco ni
mucho con su madre, que quería a toda costa hacerla participar en los cuidados de
la casa. Evitaba el trato social, alegando fatiga constante, y ocupaba su tiempo con
serios estudios y asistiendo a cursos y conferencias para señoras. Un día sus
padres se quedaron aterrados al encontrar encima de su escritorio una carta en la
que Dora se despedía de ellos para siempre, alegando que no podía soportar la
vida por más tiempo. La aguda penetración del padre le hizo suponer, desde el
primer momento, que no se trataba de un propósito serio de quitarse la vida, pero
quedó consternado, y cuando más tarde, después de una ligera discusión con su
hija, tuvo ésta un primer acceso de inconsciencia, del cual no quedó luego en su
memoria recuerdo alguno, decidió, a pesar de la franca resistencia de la
muchacha, confiarme su tratamiento. La historia clínica hasta ahora esbozada no
parece ciertamente entrañar un gran interés.
Presenta todas las características de una «petite hystérie» con los síntomas
somáticos y psíquicos más vulgares: disnea, tos nerviosa, afonía, jaquecas,
depresión de ánimo, excitabilidad histérica y un pretendido «taedium vitae». Se
han publicado, desde luego, historias clínicas mucho más interesantes y más
cuidadosamente estructuradas, de sujetos histéricos, pues tampoco en la
continuación de ésta hallaremos nada de estigmas de la sensibilidad cutánea,
limitación del campo
En el caso de Dora debí a la aguda comprensión del padre, ya varias veces
reconocida, la facilidad de no tener que buscar por mí mismo el enlace de la
enfermedad, por lo menos en su última estructura, con la historia externa de la
paciente. El padre me informó de que tanto él como su familia habían hecho en
B… íntima amistad con un matrimonio residente allí desde varios años atrás: los
señores de K… La señora de K… lo había cuidado durante su última más grave
enfermedad, adquiriendo con ello un derecho a su reconocimiento, y su marido se
había mostrado siempre muy amable con Dora, acompañándola en sus paseos y
haciéndole pequeños regalos, sin que nadie hubiera hallado nunca el menor mal
propósito en su conducta. Dora había cuidado cariñosamente de los dos niños
pequeños de aquel matrimonio, mostrándose con ellos verdaderamente maternal.
Cuando, dos años antes, el padre y la hija vinieron a visitarme a principios de
verano, estaban de paso en Viena y se proponían continuar su viaje para reunirse
con los señores de K… en un lugar de veraneo situado a orillas de uno de nuestros
lagos alpinos. El padre se proponía regresar al cabo de pocos días, dejando a Dora
en casa de sus amigos por unas cuantas semanas. Pero cuando se dispuso a
retornar a Viena, Dora declaró resueltamente su deseo de acompañarle, y así lo
hizo. Días después explicó su singular conducta, contando a su madre, para que
ésta a su vez lo pusiese en conocimiento del padre, que el señor K… se había
atrevido a hacerle proposiciones amorosas durante un paseo que dieron a solas. El
acusado, al que en la primera ocasión pidieron explicaciones el padre y el tío de la
muchacha, negó categóricamente el hecho y a su vez acusó a Dora diciendo que
su mujer le había llamado la atención sobre el interés que la muchacha sentía
hacia todo lo relacionado con la cuestión sexual, hasta el punto de que durante los
días que había pasado en su casa, sus lecturas habían sido obras tales como la
«Fisiología del amor», de Mantegazza. Acalorada sin duda por semejantes lecturas,
había fantaseado la escena amorosa de la que ahora le acusaban. «No dudo -dijo
el padre- que este incidente es el que ha provocado la depresión de ánimo de
Dora, su excitabilidad y sus ideas de suicidio. Ahora me exige que rompa toda
relación con el matrimonio K… y muy especialmente con la mujer, a la que
adoraba. Pero yo no puedo complacerla, pues en primer lugar, creo también que la
acusación que Dora ha lanzado sobre K… no es más que una fantasía suya, y en
segundo, me enlaza a la señora de K… una honrada amistad y no quiero causarle
disgusto alguno. La pobre mujer es ya bastante desdichada con su marido, del
cual no tengo, por lo demás, la mejor opinión; ha estado también gravemente
enferma de los nervios y ve en mí su único apoyo moral. No necesito decirle a
usted que dado mi mal estado de salud, estas relaciones mías con la señora de K…
no entrañan nada ilícito. Somos dos desgraciados para quienes nuestra amistad
constituye un consuelo. Ya sabe usted que mi mujer no es nada para mí. Pero
Dora, que ha heredado mi testarudez, no consiente en deponer su hostilidad
contra el matrimonio K… Su último acceso nervioso fue consecutivo a una
conversación conmigo en la que volvió a plantearme la exigencia de ruptura.
Espero que usted consiga llevarla ahora a un mejor camino.» No acababan de
coincidir estas confidencias con otras manifestaciones anteriores del padre
atribuyendo a la madre, cuyas manías perturbaban la vida del hogar, la culpa
principal del carácter insoportable de su hija. Pero yo me había propuesto, desde
el principio, aplazar mi juicio sobre la cuestión hasta haber escuchado a la otra
parte interesada. Así, pues, la aventura con K… -sus proposiciones amorosas y su
ulterior acusación ofensiva- habría constituído, para nuestra paciente, el trauma
psíquico que Breuer y yo hubimos de considerar indispensable para la génesis de
una enfermedad histérica. Pero este caso presenta ya todas aquellas dificultades
que acabaron por decidirme a ir más allá de tal teoría, agravadas por otra de un
orden distinto. En efecto, como en tantas otras historias patológicas de sujetos
histéricos, el trauma descubierto en la vida de la enferma no explica la peculiaridad
de los síntomas, esto es, no demuestra hallarse con ellos en una relación
determinante de su especial naturaleza. No aprehendemos así del enlace causal
buscado ni más ni menos que si los síntomas resultantes del trauma no hubiesen
sido la tos nerviosa, la afonía, la depresión de ánimo y el taedium vitae, sino otros
totalmente distintos. Pero además, ha de tenerse en cuenta, en este caso, que
algunos de estos síntomas -la tos y la afonía- aquejaban ya a la sujeto años antes
del trauma y que los primeros fenómenos nerviosos pertenecen a su infancia, pues
emergieron cuando Dora acababa de cumplir los ocho años. En consecuencia, si no
queremos abandonar la teoría traumática, habremos de retroceder hasta la
infancia de la sujeto, para buscar en ella influjos o impresiones que puedan haber
ejercido acción análoga a la de un trauma, retroceso tanto más obligado, cuanto
que incluso en la investigación de casos cuyos primeros síntomas no habían
surgido en época infantil, he hallado siempre algo que me ha impulsado a
perseguir hasta dicha época temprana la historia de los pacientes. Una vez
vencidas las primeras dificultades de la cura, la sujeto me comunicó un incidente
anterior con K…, mucho más apropiado para haber ejercido sobre ella una acción
traumática. Dora tenía por entonces catorce años. K… había convenido con ella y
con su mujer que ambas acudirían por la tarde a su comercio, situado en la plaza
principal de B…, para presenciar desde él una fiesta religiosa. Pero luego hizo que
su mujer se quedase en casa, despidió a los dependientes y esperó solo en la
tienda la llegada de Dora. Próximo ya el momento en que la procesión iba a llegar
ante la casa indicó a la muchacha que le esperase junto a la escalera que conducía
al piso superior, mientras él cerraba la puerta exterior y bajaba los cierres
metálicos. Pero luego, en lugar de subir con ella la escalera, se detuvo al llegar a
su lado, la estrechó entre sus brazos y le dió un beso en la boca. Esta situación sí
era apropiada para provocar en una muchacha virgen, de catorce años, una clara
sensación de excitación sexual. Pero Dora sintió en aquel momento una violenta
repugnancia; se desprendió de los brazos de K… y salió corriendo a la calle por la
puerta interior. Este incidente no originó, sin embargo, una ruptura de sus
relaciones de amistad con K… Ninguno de ellos volvió a mencionarlo y Dora
aseguraba haberlo mantenido en secreto hasta su relato en la cura. De todos
modos, evitó durante algún tiempo permanecer a solas con K… Éste y su mujer
habían proyectado por entonces una excursión de varios días en la que debía
participar Dora, pero la muchacha se negó a ello después del incidente relatado,
aunque sin explicar el verdadero motivo de su negativa. En esta escena, segunda
en cuanto a su comunicación en la cura, pero primera en cuanto a su situación en
el tiempo, la conducta de Dora, muchacha entonces de catorce años, es ya
totalmente histérica. Ante toda persona que en una ocasión favorable a la
excitación sexual desarrolla predominante o exclusivamente sensaciones de
repugnancia, no vacilaré ni un momento en diagnosticar una histeria, existan o no
síntomas somáticos. La explicación de esta subversión de los afectos es uno de los
puntos más importantes, pero también más arduos de la psicología de las
neurosis.
Dora no sintió tan sólo el abrazo apasionado y el beso en los labios, sino también
la presión del miembro en erección contra su cuerpo. Esta sensación, para ella
repugnante, quedó reprimida en su recuerdo y sustituída por la sensación inocente
de la presión sentida en el tórax, la cual extrae de la fuente reprimida su excesiva
intensidad. Trátase, pues, de un desplazamiento desde la parte inferior del cuerpo
a la parte superior. En cambio, la obsesión antes mencionada parece tener su
origen en el recuerdo no modificado. Dora evita acercarse a un hombre que
supone sexualmente excitado, para no advertir de nuevo el signo somático de tal
excitación. Es singular ver surgir en este caso, de un solo suceso, tres síntomas -la
repugnancia, la sensación de presión en el busto y la resistencia a acercarse a
individuos abstraídos en un diálogo amoroso- y comprobar cómo la referencia
recíproca de estos tres signos hace posible la inteligencia del proceso genético de
la formación de síntomas. La repugnancia corresponde al síntoma de represión de
la zona erógena labial (viciada, como más adelante veremos, por el «chupeteo»
infantil). La aproximación del miembro en erección hubo de tener seguramente,
como consecuencia, una transformación análoga del órgano femenino
correspondiente, el clítoris, y la excitación de esta segunda zona erógena quedó
transferida, por desplazamiento, sobre la sensación simultánea de presión en el
tórax. La resistencia a acercarse a individuos presuntamente en igual estado de
excitación sexual sigue el mecanismo de una fobia para asegurarse contra una
nueva emergencia de la percepción reprimida. II B)
EL PRIMER SUEÑO EN un momento en que el análisis parecía llegar al
esclarecimiento de un período oscuro de la vida infantil de Dora, me comunicó ésta
haber tenido de nuevo, noches antes, un sueño ya soñado por ella varias veces en
idéntica forma. Un tal sueño de retorno periódico había de despertar mi curiosidad,
y en interés del tratamiento debía ser interpolado en la marcha del análisis. Decidí,
pues, analizarlo con toda minuciosidad. Dora lo describió en la forma siguiente:
«Hay fuego en casa. Mi padre ha acudido a mi alcoba a despertarme y está de pie
al lado de mi cama. Me visto a toda prisa. Mamá quiere poner aún a salvo el
cofrecito de sus joyas. Pero papá protesta: No quiero que por causa de tu cofrecito
ardamos los chicos y yo. Bajamos corriendo. Al salir a la calle, despierto.» Como se
trata de un sueño reiterado comienzo por preguntar a Dora cuándo lo ha soñado
por primera vez. No lo sabe. Pero recuerda haberlo soñado tres noches
consecutivas durante su estancia en L… (la localidad junto al lago en la que se
había desarrollado la escena con K… ). Luego había vuelto a tenerlo hacía unas
cuantas noches aquí en Viena. Dígamelo usted. -Se trata de que papá ha tenido en
estos últimos días una discusión con mamá porque mamá se empeña en dejar
cerrado con llave el comedor por las noches. La alcoba de mi hermano no tiene
otra salida y papá no quiere que mi hermano se quede así encerrado. Dice que por
la noche puede pasar algo que le obligue a uno a salir. -¿Y usted pensó en seguida
en la posibilidad de un incendio? -Sí. -Retenga usted bien sus propias palabras.
Quizá hayamos de volver sobre ellas. Ha dicho usted, textualmente, que por la
noche puede pasar algo que le obligue a uno a salir de la pieza. Pero la sujeto ha
encontrado ya el enlace entre los motivos recientes del sueño y los que antes lo
provocaron, pues prosigue en la forma siguiente: -Cuando llegamos a L…, papá
expresó directamente su temor a un incendio
Una vez llevada a cabo la interpretación se podía sustituir el sueño por ideas
localizadas en un punto fácilmente determinable de la vida anímica despierta.
Hubiera podido proseguir, diciendo que este sentido del sueño se demuestra tan
vario como los procesos mentales de la vigilia. Unas veces es un deseo cumplido,
otras un temor, una reflexión continuada durante el reposo, un propósito (como en
el sueño de Dora), etcétera.
. Seguí, pues, preguntando: «¿Qué se le ocurre a usted con respecto al cofrecito
que su madre quería poner a salvo?» -Mamá es muy aficionada a las joyas, y papá
le ha regalado muchas. -¿Y usted? -Antes también me gustaban. Pero desde que
estoy enferma no llevo ninguna… Hace cuatro años (un año antes del sueño) mis
padres tuvieron un disgusto por causa de una joya. Mamá quería unos pendientes,
unas «gotas» de perlas. Pero a papá no le gustaban y le compró una pulsera.
Mamá se puso furiosa y se negó a tomarla diciéndole que podía regalársela a quien
quisiera, ya que se había gastado tanto dinero en una cosa que ella no quería. -Y
usted pensó que si su padre se la ofrecía la aceptaría encantada, ¿no? -No lo sé. Ni
tampoco cómo llegó mamá a intervenir en mi sueño, puesto que no estaba
entonces en L… con nosotros. -Yo se lo explicaré más adelante. ¿No se le ocurre a
usted nada más con respecto al cofrecillo? Hasta ahora me ha hablado usted sólo
de las joyas, pero no del cofrecillo. -Sí. K… me había regalado poco antes un
cofrecillo precioso. -Estaba, pues, justificado que usted le regalase algo en
correspondencia. Quizá no sabe usted aún que la palabra «cofrecillo» sirve
corrientemente para denominar aquello mismo a lo que antes ha aludido usted
jugueteando con el bolsillito, o sea el genital femenino. -Sabía que iba usted a
decirme eso. -Lo cual quiere decir que sabía usted la denominación indicada. El
sentido de su sueño se hace ya más claro. Se dijo usted: «ese hombre anda detrás
de mí; quiere entrar en mi cuarto; mi `cofrecillo' corre peligro y si sucede algo, la
culpa será de mi padre». Por ello integra usted en el sueño una situación que
expresa todo lo contrario: un peligro del cual la salva su padre. En esta región del
sueño queda todo transformado en su contrario. Pronto verá usted por qué. La
clave nos la da precisamente la figura de su madre. ¿Cómo? Usted ve en ella a una
antigua rival en el cariño de su padre. En el incidente de la pulsera pensó usted en
aceptar gustosa lo que ella rechazaba. Vamos a sustituir ahora «aceptar» por
«dar» y «rechazar» por «negar». Hallaremos así que usted estaba dispuesta a dar
a su padre lo que mamá le negaba, y que se trataba de algo relacionado con las
joyas. Recuerde usted ahora el cofrecillo que le había regalado K… Tiene usted
aquí el punto inicial de una serie paralela de ideas en la cual, como en la situación
de hallarse en pie junto a su cama, debe sustituirse K… a su padre. K… le ha
regalado a usted un cofrecillo y ahora debe usted regalarle a él el de usted. Por
eso le hablé antes de un regalo «en correspondencia». En esta serie de ideas
habremos de sustituir a su mamá por la señora de K…, la cual sí estaba entonces
con ustedes. Usted se halla, pues, dispuesta a dar a K… lo que su mujer le niega.
Tal es la idea que con tanto esfuerzo ha de ser reprimida y hace así necesaria la
transformación de todos los elementos en sus contrarios respectivos.
EL SEGUNDO SUEÑO POCAS semanas después del primer sueño emergió el
segundo, cuya solución coincidió con el prematuro final del análisis, interrumpido
en este punto por causas ajenas a mi voluntad. Este segundo sueño no pudo ser
tan plenamente esclarecido como el primero, pero trajo consigo la deseada
confirmación de una cierta hipótesis, ineludible ya, sobre el estado psíquico de la
paciente, cegó una laguna mnémica y descubrió la génesis de otro de los síntomas
que Dora presentaba. La sujeto hizo de él el relato siguiente: -Voy paseando por
una ciudad desconocida y veo calles y plazas totalmente nuevas para mí. Entro
luego en una casa en la que resido, voy a mi cuarto y encuentro una carta de mi
madre. Me dice que habiendo yo abandonado el hogar familiar sin su
consentimiento no había ella querido escribirme antes para comunicarme que mi
padre estaba enfermo. Ahora ha muerto y si quieres, puedes venir. Voy a la
estación y pregunto unas cien veces: ¿Dónde está la estación? Me contestan
siempre lo mismo: Cinco minutos. Veo entonces ante mí un bosque muy espeso.
Penetro en él y encuentro a un hombre al que dirijo de nuevo la misma pregunta.
Me dice: Todavía dos horas y media. Se ofrece a acompañarme. Rehuso y continúo
andando sola. Veo ante mí la estación pero no consigo llegar a ella y experimento
aquella angustia que siempre se sufre en estos sueños en que nos sentimos como
paralizados. Luego me encuentro ya en mi casa. En el intervalo debo de haber
viajado en tren, pero no tengo la menor idea de ello. Entro en la portería y
pregunto cuál es nuestro piso. La criada me abre la puerta y me contesta: Su
madre y los demás están ya en el cementerio.
Dora trataba de fijar, por aquellos días, la relación de sus propios actos con los
motivos que podían haberlos provocado. Se preguntaba, así, por qué en los días
siguientes a la escena con K… en los alrededores del lago, había silenciado
celosamente lo sucedido y por qué luego, de repente, se había decidido a
contárselo todo a sus padres. Por mi parte, encontraba también necesario aclarar
por qué Dora se había sentido tan gravemente ofendida por la declaración
amorosa, tanto más cuanto que empezaba a vislumbrar que tampoco para K… se
trataba de una liviana tentativa de seducción sino de un hondo y sincero
enamoramiento. El hecho de que la muchacha denunciase a sus padres lo
sucedido me parecía constituir un acto anormal, provocado ya por un deseo
patológico de venganza. A mi juicio, una muchacha normal hubiera resuelto la
situación por sí sola. Tal fantasía sería como sigue: ella abandonaría a sus padres,
marchándose al extranjero, y su padre se moriría de pena, quedando así vengada
ella. Comprendía muy bien lo que ahora le faltaba al padre hasta el punto de que
le fuera imposible conciliar el sueño sin beber coñac.
Rápidamente y sin titubeos produjo Dora una respuesta que resolvía ya, de una
vez, todas las dificultades: nueve meses después. No podía darse un plazo más
característico. Así, pues, la supuesta apendicitis había realizado la fantasía de un
parto, utilizando para ello los modestos medios de que la paciente disponía:
dolores y hemorragia menstrual. Dora conocía, naturalmente, la significación de
semejante plazo y no pudo negar toda verosimilitud a mi sospecha de que también
hubiese consultado la enciclopedia en lo referente al embarazo y al parto. Pero
¿qué podía significar aquella dificultad para avanzar una pierna? En este punto
tenía que arriesgarme a adivinar. Andamos así cuando nos hemos lastimado un
pie. Ahora bien, si los síntomas de Dora nueve meses después de la escena junto
al lago, transferían a la realidad su fantasía inconsciente de un parto, ello quería
decir que la muchacha había dado, en aquella otra fecha anterior, un «mal paso»,
o lo que es lo mismo, un «paso en falso». Mas para considerar acertada esta
adivinación mía me era preciso obtener de la paciente una determinada
confirmación. Tengo la convicción de que síntomas tales como éste del pie no
surgen jamás cuando la vida infantil del paciente no integra un suceso que pueda
servirles de antecedente y modelo. Los recuerdos de épocas posteriores no
entrañan, según toda mi experiencia en la materia, fuerza suficiente para
exteriorizarse como síntomas. En el caso de Dora no me atrevía casi a esperar que
la sujeto me proporcionase el material buscado, procedente de su vida infantil,
pues aunque el principio antes expuesto me parecía rigurosamente exacto, no
podía sin embargo atribuirle, con plena seguridad, alcance general. Pero
precisamente con esta enferma obtuve en el acto su confirmación. Siendo niña
había rodado por la escalera de su casa, en B…, y se había lastimado un pie, el
mismo que ahora le costaba trabajo avanzar. Se lo vendaron y tuvo que
permanecer en reposo semanas enteras. Ello sucedió teniendo la paciente ocho
años y poco antes de presentársele el primer acceso de asma nerviosa. Tratábase
ahora de utilizar el descubrimiento de la fantasía inconsciente antes descrita, y lo
hice en la siguiente forma: «El hecho de que nueve meses después de la escena a
orillas del lago simule usted inconscientemente un parto y arrastre luego hasta hoy
la consecuencia de aquel «paso en falso» demuestra que en su inconsciente
lamenta usted el desenlace de aquella escena, sentimiento que la ha llevado a
rectificarlo en su pensamiento inconsciente. Su fantasía de un parto exige como
premisa la condición de que por entonces hubiera ocurrido realmente algo y
hubiese usted vivido y experimentado en aquella ocasión todo lo que después
hubo de buscar en la enciclopedia. Ya ve usted como su amor a K… no terminó
con aquella escena y continúa vivo hasta hoy, como desde un principio sostuve yo,
contra su opinión, aunque no tenga usted consciencia de ello». Dora no me
contradijo ya. Esta labor encaminada a lograr la explicación del segundo sueño nos
llevó dos horas, o sea dos sesiones completas del tratamiento. Cuando al final de
la segunda hora manifesté mi satisfacción ante los resultados conseguidos, Dora
observó despreciativamente: «No veo que haya salido a luz nada de particular»,
preparándome así a la proximidad de nuevas revelaciones.
Ahora sé ya lo que no quiere usted que se le recuerde: que imaginó usted serias y
sinceras las pretensiones amorosas de k y creyó que no cejaría en ellas hasta
conseguirla en matrimonio. Dora me oyó sin contradecirme como solía. Parecía
impresionada. Se despidió amablemente de mí, deseándome toda clase de
venturas para el nuevo año… y no volvió a aparecer por mi consulta. El padre, que
aún me visitó varias veces, me aseguró que volvería, pues se la notaba deseosa de
continuar el tratamiento. Pero no creo que hablara sinceramente. Había
intervenido en favor de la cura mientras supuso que yo iba a convencer a Dora de
que entre él y la señora de K… no existía sino una pura amistad. Pero al advertir
que no entraba en mis cálculos tal cosa, se desinteresó por completo del
tratamiento. Yo sabía muy bien que Dora no volvería a mi consulta. La inesperada
interrupción del tratamiento cuando mis esperanzas de éxito habían adquirido ya
máxima consistencia, destruyéndolas así de golpe, constituía por su parte, un
indudable acto de venganza y satisfacía, al propio tiempo, la tendencia de la
paciente a dañarse a sí misma.
CASO DE JUANITO
En las vacaciones de 189... Freud emprendió una excursión por la montaña, con el
propósito de olvidar durante algún tiempo la Medicina, y especialmente las
neurosis, propósito que casi había conseguido un día en que dejo el camino real
para subir a una cima, famosa tanto por el panorama que dominaba como por la
hostería en ella enclavada. Repuesto de la penosa ascensión por un apetitoso
refrigerio, se hallaba sumido en la contemplación de la encantadora lejanía,
cuando a la espalda resonó la pregunta «El señor es médico, ¿verdad?», que al
principio no creyó que fuera dirigida a él. La interlocutora era una muchacha de
diecisiete o dieciocho años, la misma que antes le había servido el almuerzo, por
cierto, con un marcado gesto de mal humor, y a la que la hostelera había
interpelado varias veces con el nombre de Catalina. Por su aspecto y su traje no
debía de ser una criada, sino una hija o una pariente de la hostelera.
De este modo se vio obligado a penetrar de nuevo en los dominios de la neurosis,
pues apenas cabía suponer otro padecimiento en aquella robusta muchacha de
rostro malhumorado. Interesándose por el hecho de que las neurosis florecieran
también a dos mil metros de altura, comenzó a interrogarla, desarrollándose entre
ellos que lo llevo a sacar muchas conclusiones, que transcribió sin modificar la
peculiar manera de expresarse de la interlocutora. Era, pues, necesario emprender
un análisis en toda regla. No se atraía a trasplantar la hipnosis a aquellas alturas,
pensó que quizá fuera posible llevar a cabo el análisis en un diálogo corriente. Se
trataba de adivinar con acierto. La angustia se me había revelado muchas veces,
tratándose de sujetos femeninos jóvenes, como una consecuencia del horror que
acomete a un espíritu virginal cuando surge por primera vez ante sus ojos el
mundo de la sexualidad. Una de las partes que más le llamo la atención a Freud de
la cual le relato la muchacha fue:
—Voy a decírselo. Hace dos años llegaron un día a la posada dos excursionistas y
pidieron de comer. La tía no estaba en casa, y ni mi tío ni Francisca, que era la
que cocinaba, aparecían por ninguna parte. Después de recorrer en su busca toda
la casa con mi primo Luisito, un niño aún, este exclamó: «A lo mejor está la
Francisca con papá», y ambos nos echamos a reír, sin pensar nada malo. Pero al
llegar ante el cuarto del tío vimos que tenía echada la llave, cosa que ya me
pareció singular. Entonces mi primo me dijo: «En el pasillo hay una ventana por la
que se puede ver lo que pasa en el cuarto». Fuimos al pasillo, pero el pequeño no
quiso asomarse, diciendo que le daba miedo. Yo le dije entonces: «Eres un tonto.
A mí no me da miedo», y miré por la ventana, sin figurarme aún nada malo. La
habitación estaba muy oscura; pero, sin embargo, pude ver a Francisca tumbada
en la cama y a mi tío sobre ella. —¿Y luego? —Enseguida me aparté de la ventana
y tuve que apoyarme en la pared, pues me dio un ahogo como los que desde
entonces vengo padeciendo, se me cerraron los ojos y empezó a zumbarme y a
latirme la cabeza como si fuera a rompérseme. —¿Le dijo usted algo a su tía aquel
día mismo? —No, no le dije nada. —¿Por qué se asustó usted tanto al ver a su tío
con Francisca? ¿Comprendió usted lo que estaba pasando, o se formó alguna idea
de ello? —¡Oh, no! Por entonces no comprendí nada. No tenía más que dieciséis
años, y ni me imaginaba siquiera tales cosas. No sé, realmente, de qué me asusté.
le relata a Freud, pues, que como su tía notase en ella algo extraño y sospechase
algún misterio, la interrogó tan repetidamente que hubo de comunicarle su
descubrimiento. A consecuencia de ello se desarrollaron entre los cónyuges
violentas escenas, en las cuales los niños oyeron cosas que más les hubiera valido
continuar ignorando, hasta que la tía decidió trasladarse, con sus hijos y Catalina,
a la casa que ahora ocupaban, dejando a su marido con Francisca, la cual
comenzaba a presentar señales de hallarse embarazada. Al llegar aquí, abandona
la muchacha, con gran sorpresa, el hilo de su relato y pasa a contarme dos series
de historias que se extienden hasta dos y tres años antes del suceso traumático.
La primera serie contiene escenas en las que el tío persiguió con fines sexuales a
la interlocutora, cuando esta tenía apenas catorce años. Así, un día de invierno
bajaron juntos al valle y pernoctaron en una posada. El tío permaneció en el
comedor hasta muy tarde, bebiendo y jugando a las cartas. En cambio, ella se
retiró temprano a la habitación destinada a ambos en el primer piso. Cuando su tío
subió a la alcoba ella no había conciliado aún por completo el sueño y le sintió
entrar. Luego se quedó dormida, pero de repente se despertó y «sintió su cuerpo
junto a ella». Asustada se levantó y le reprochó aquella extraña conducta, En esta
actitud se mantuvo cerca de la puerta, dispuesta a huir de la habitación, hasta
que, cansado el tío, dejó de solicitarla y se quedó dormido. Entonces se echó ella
en la cama vacía y durmió, sin más sobresaltos, hasta la mañana. De la forma en
la que rechazó los ataques de su tío parecía deducirse que no había reconocido
claramente el carácter sexual de los mismos. Interrogada sobre este extremo,
manifestó, en efecto, que hasta mucho después no había comprendido las
verdaderas intenciones de su tío. De momento se había resistido únicamente
porque le resultaba desagradable ver interrumpido su sueño y «porque le parecía
que aquello no estaba bien. Transcribo minuciosamente estos detalles porque
poseen considerable importancia para la comprensión del caso. A continuación,
Catalina le contó otros sucesos de épocas posteriores, entre ellos una nueva
agresión sexual de que fue objeto por parte su tío un día en que se hallaba
borracho. A la pregunta de si en estas ocasiones notó algo semejante a los ahogos
que ahora la aquejan, responde con gran seguridad que siempre sintió el peso en
los ojos y la opresión que acompañan a sus ataques actuales, pero nunca tan
intensamente como cuando sorprendió a su tío con Francisca.
Por el hecho de las escenas violentas en su casa, llevo a retraer el estado de
Catalina, el interés de la tía, absorbido totalmente por sus querellas domésticas,
pues por tales circunstancias fue esta una época de acumulación y retención para
la paciente, Aunque Freud no ha vuelto a saber de Catalina, Freud espera que la
conversación en la que desahogó su espíritu, tan tempranamente herido en su
sensibilidad sexual, hubo de hacerle algún bien.
Síntomas:
*Poca respiración.
*Ahogamiento en ocasiones.
*Peso en los ojos y en la frente.
*Le zumbaba la cabeza.
*Mareos.
*Sensación de aprieto en el pecho que sentía que no podía respirar.
*Sensación de que iba a morirse.
Técnicas:
*Asociación libre: Es el método descrito por Sigmund Freud como la regla
fundamental, constitutiva de la técnica psicoanalítica y que consiste en que el
analizado exprese, durante las sesiones del tratamiento, todas sus ocurrencias,
ideas, imágenes, emociones, pensamientos, recuerdos o sentimientos, tal cual
como se le presentan, sin ningún tipo de selección, ni estructuración del discurso,
sin restricción ni filtro, aun cuando el material le parezca incoherente, impúdico,
impertinente o desprovisto de interés.
MODELOS DE FREUD
1. MODELO ESTRUCTURAL
2. MODELO TOPOGRAFICO
3. MODELO ECONOMICO
4. MODELO GENERICO
5. MODELO DINAMICO
Ello (id)
1. Modelo Estructural: esta compuesto yo (ego)
Superyó (super ego)
superyo
yo
ello
inconsciente
2. Modelo Topografico: preconciente
consciente
b. Preconsciente: el