La forma que vemos a nuestros campesinos dice mucho respecto de nuestra cultura, como también de nuestro grado de educación, no solo formal y académica, sino también valórica. Los campesinos, en un continente tan rural y precario como América Latina, son uno de los grupos más numerosos e importantes de la región, con una historia profunda muy poco conocida incluso por ellos mismos. Sin embargo, es preciso señalar que es este uno de los grupos más afectados y azotados por el fantasma de la pobreza, la desigualdad y las injusticias que lamentablemente están más que presentes en nuestro continente. Si bien es cierto la precaria situación de varios campesinos en nuestros países, correcto es abordar esta temática no solo desde un punto de vista superfluo, sino también de uno que nos atañe a los profesionales de las ciencias de humanidades, y que tiene por misión entender el contexto en que se desenvuelven los individuos que componen esta masa social que se caracteriza, regla general, por vivir en sectores alejados de la ciudad, con contacto constante o no con esta misma y sus respectivos habitantes. Sin embargo, conviene señalar la relación existente entre el campesinado y las ciudades, que no es una simple conexión ligada a la compra de ciertos productos, sino también obedece a fenómenos sociales y culturales que están más que presentes en nuestra cultura; así también, sería conveniente señalar como nos liga un mundo tan conocido como el industrial capitalista, para los que vivimos en ciudades, con otro que pareciera ser profundamente distintivo, como el agrícola tradicional, y que sin duda tienen más de una simple conexión histórica. No deja tampoco de ser importante determinar qué es la esencia del “ser” campesino en una economía capitalista ¿Puede la antropología darnos respuestas de esto, respecto de que es esa entidad abstracta llamada “campesinado”? ¿Qué es esta idea llamada “reforma agraria”? ¿Qué es y cuál es la importancia tiene la economía campesina tanto en nuestros días como en la historia? ¿Existen acaso solo dos visiones de mundo irreconciliables de la vida en el campo y sus sistemas productivos? estas interrogantes dicen relación con aspectos poco conocidos, pero desde un punto de vista cultural, muy importante. Sin duda incógnitas dignas de analizar en base al informe de la CEPAL, de la cual Raúl Prebish es miembro fundamental, el cual en algún momento fue conocido como el “Keynes” latinoamericano. Abordaremos el presente ensayo haciendo referencia a los enfoques y puntos abordados en el documento principal, el que va desde los distintos enfoques hasta las luchas hoy persistentes en relación al tema estudiado.
¿Puede la antropología darnos respuestas respecto a lo que es el “campesinado”? La verdad es
que sí. Pero antes de abordar en la presente respuesta, es conveniente señalar que la antropología, al ser el estudio del hombre dentro de determinadas comunidades, admite múltiples visiones respecto del comportamiento del mismo, y en el caso de lo que conocemos como campesinado, no escapa al hecho de emitir juicios respecto de este grupo social. La antropología sostiene, y defiende, que el campesino se caracteriza por “sus actitudes, valores y sistemas cognoscitivos” (Heynig, 1982, pág. 117). Para muchos estudiosos del tema, chocan dos visiones respecto a este grupo social: muchos ven el campesinado un grupo conservador y carente de movilidad revolucionaria, otro en tanto lo observan como un grupo de utilidad revolucionaria para determinados fines. Más allá de la política, la antropología contemporánea ve a los campesinos con un estilo de vida económico, social e incluso de personalidad bastante parejo, en oposición otras formas básicas de agrupación como sociedades industriales o primitivas, con independencia de su ubicación geográfica o de época. Esto quiere decir que el campesinado comparte, pese a sus distancias entre países, características en común. Esto va más allá de una mera definición técnica de lo que significa ser campesino. Por ejemplo, para Kroeber, los campesinos constituyen sociedades decididamente rurales, aunque viven en relación con los pueblos y ciudades con los que estos comercian. Tienen como característica una falta de autonomía política y carencia de organización administrativa, aunque mantienen dentro de su núcleo su identidad, integración y costumbres. Pese a lo anterior, son grupos con una fuerte interdependencia con los grandes centros urbanos, lo que echa por tierra la teoría de que los campesinos son grupos aislados y autosuficientes. En general, la antropología, hasta los años 80, sostenía determinadas visiones sobre los campesinos que muchas veces podían catalogarse de discriminadoras. Por ejemplo, se estimaba que los campesinos eran gente inculta, tímida y poco ligada al progreso; lo que podría cambiar, según Foster, con el fomento de la migración campo ciudad, a fin de cambiar los hábitos de ociosidad en la población campesina; por otro lado, se consideraba a la población campesina como personas poco cultas y carentes de oportunidades, que solo trabajaban para cubrir sus necesidades básicas sin ambición para tener una vida mejor. La crítica, por parte de los autores, se centra en el hecho de que se le ha dado una mala imagen por parte de ciertas corrientes de la antropología a los campesinos, catalogándolos como gente poco talentosa e inteligente. Es en este caso que la crítica de los autores es hacia ciertas posturas antropológicas y no hacia la antropología como ciencia, que en última instancia determina y estudia los comportamientos de los campesinos, que a nuestro parecer, explica ciertos comportamientos de sumisión que al menos vemos en el campo chileno, donde la gente más adulta que en su juventud y adultez vivió en un país agrícola como lo era Chile hasta hace ochenta años atrás, y donde la relación empleado peón era una relación que marcó fuertemente la idiosincrasia chilena no sólo del siglo XX, sino de los anteriores siglos, tanto en periodos pre y post independencia. Esta última observación la sostenemos en los dichos de Redfield, quien sostiene que los campesinos son “una fuerza conservadora al cambio social, un freno de la revolución” (Heynig, 1982, pág. 118). Sostenemos que la antropología ha sido bastante poco generosa en su visión respecto del campesinado, que si bien constituye una masa poco educada, no es tampoco regla general que todos los individuos que la componen sean tal como los describen, puesto que a nuestro parecer, siempre existirá la excepción.
¿Qué es eso del enfoque modernizante? El enfoque modernizante, básicamente, se sostiene
en la tesis de la existencia de una dicotomía existente entre dos sistemas productivos. Uno moderno capitalista, ligado al mercado y a la maximización de utilidades; y el otro tradicional agrícola, ligado a una vida ociosa y poco productiva, sin ánimo de lucro. Sin embargo, los autores sostienen que pese a la diferencia existente entre estos dos sectores, ambos poseen una relación de interdependencia, en la cual destacan dos hechos concretos: el campo brinda mano de obra a la industria, así también alimento a los operadores y funcionarios de la misma. Para los autores, esto va en desmedro de los campesinos y su producción, puesto que se ve afectada esta misma por el avance del capitalismo industrial. Esto sin duda, llevado al plano chileno de la primera mitad del siglo XX, se relaciona con los procesos de migración campo- ciudad (Memoriachilena, 2018), en donde Chile dejó de lado su pasado agrícola y comenzó, no exento de precariedades, su urbanización en gran parte del territorio. Sin embargo, los autores señalan una opción de progreso para el desarrollo del sector tradicional agrícola, que dependería básicamente del flujo de tecnología desde la industria capitalista a este. Esta idea de desarrollo, de industrializar el campo, se basa en la idea que la pobreza y baja productividad de los campos se debe a la falta de recursos y de capital. Sin embargo, el flujo de capital solo genera mayor desigualdad entre pequeños campesinos sin enfoque capitalista respecto de aquellos agricultores con ánimo de lucro. Siguiendo la lógica anterior, el capitalismo tendería a disminuir la pobreza, pero a generar gran desigualdad entre individuos y desgaste de los suelos productivos. Esta visión, con un marcado sello de carácter socialista, genera aversión por parte de los pequeños agricultores al capital. En este contexto de análisis intelectual, nacen en la década del sesenta y setenta los proyectos de reforma agraria, que buscan, por medio de la redistribución igualitaria de tierras a campesinos, generar incentivos de productividad y permitir a cada uno de los beneficiados progresar. Sin embargo, como comentan los autores y la realidad de esta iniciativa, esta fue rechazada por las oligarquías dominantes y por tanto, se perdió una oportunidad tremenda de desarrollo. El nuevo gobierno de Salvador Allende continuó el proceso de reforma agraria, utilizando los instrumentos legales promulgados por el anterior gobierno, con el fin de expropiar todos los latifundios y traspasarlos a la administración estatal, cooperativas agrícolas o asentamientos campesinos. Este proceso también estuvo acompañado de una gran efervescencia campesina que se expresó en la ocupación o tomas masivas de predios, desatándose en el mundo rural un clima de violencia y enfrentamiento. Al producirse el golpe de Estado, el 11 de septiembre de 1973, la Unidad Popular había expropiado cerca de 4.400 predios agrícolas, que sumaban más de 6,4 millones de hectáreas. El viejo orden latifundista que había prevalecido por más de 400 años había llegado a su fin. En las dos décadas siguientes el modelo neoliberal irrumpió en el mundo rural, produciéndose el traspaso de la tierra a nuevos capitalistas, quienes modernizaron la producción agrícola y convirtieron en proletarios a los campesinos. Respecto al enfoque marxista, quisiéramos señalar en un comienzo de que Marx consideraba a los campesinos como “idiotas rurales” y “barbarie de la civilización”, lo que claramente demostraba un desprecio tremendo por parte de este, hacia una clase que consideraba tanto capitalista (por ser dueña de su tierra), como proletaria (por asalariada al depender de su trabajo). Lenin tenía otra postura no tan repulsiva de lo que era el campesinado. Sin embargo, buscaba capitalizar más aún el campo ruso, a fin de descomponerlo “vía farmer” (destrucción de la propiedad terrateniente) a fin de crear en el campo las condiciones que permitirán la existencia de un trabajo asalariado llevado a cabo por el proletariado. En vista de lo anterior, conviene señalar una tesis poco conocida por estudiantes y agricultores. Nos referimos a la teoría económica de Chayanov, ligada al mundo campesino. Chayanov fue opositor a Lenin durante la primera parte de la revolución bolchevique, en cuanto sostenía que las tierras del campesinado debían ser administradas por ligas de campesinos y no por el Estado en su totalidad. Chayanov desapareció en 1930 a causa de persecuciones en su contra por parte de Stalin. La teoría económica de Chayanov abordaba el concepto de economía campesina, el cual decía relación con que la actividad productiva agrícola era una forma de producción no capitalista, por tanto, no susceptible de apropiación estatal. Esta economía se caracterizaba por ser explotada por el grupo familiar, con el solo propósito de sostener las necesidades básicas del núcleo y sin afán de lucro. La motivación personal, contrapuesta al hombre económico capitalista occidental, no era más que satisfacer necesidades básicas y no maximizar ganancias. Este sistema, para Chayanov, estaba al mismo nivel del capitalismo, el feudalismo o el esclavismo. Los elementos fundamentales de esta teoría son el núcleo familiar, su trabajo y la motivación personal. Al ser entonces, la economía campesina ajena al capitalismo, puede sobrevivir en este sin mayor complicación. Esta teoría, que más que nada se refiere a la productividad tradicional como un sistema de producción a parte, tiene sus cuestionamientos por ser vista como imprecisa y simplista, sin embargo, explica en cierta manera la realidad de la economía campesina, incluso en América. La tesis que confirma lo anterior es la existencia en nuestro continente de “chayanovistas” (campesinitas) contra “leninistas” (descampesinistas), en cuanto estos últimos buscan la destrucción del capitalismo por medio de la expropiación de las tierras campesinas, y los primeros, buscan la permanencia de esta aun en una economía industrial capitalista, puesto que su objetivo es la supervivencia y no la competencia. En conclusión, y abstrayendo lo anteriormente expuesto, sostenemos que el campesinado, denostado incluso por aquellos que dicen representarlos, tiene una visión de progreso y desarrollo muy distinta de la que subyace dentro de la masa de población que nace en ciudades con desarrollo capitalista, puesto que en las últimas el objetivo es el ahorro y la máxima generación de utilidades para poder sobrevivir y llevar una vida placentera, en el campo el foco del trabajo tiene por finalidad suplir necesidades básicas de forma austera y poca ambiciosa, lo que está sin duda arraigado a una cultura exenta al parecer del ánimo de lucro y el materialismo.
Bibliografía Heynig, K. (1982). Principales enfoques sobre la economía campesina. Revista CEPAL, 115-142.
Memoriachilena. (2018). Migración campo ciudad (1885-1952). Obtenido de Memoria Chilena:
Biblioteca Nacional de Chile: http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article- 750.html