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Teresianum 61 (2010) 193-205

Los métodos del conocimiento en


Santa Teresa de Jesús

E duardo S anz de M iguel , o . c. d .

1. In tro d u cció n

Santa Teresa de Jesús es doctora de la Iglesia, lo que significa que


tiene u n a doctrina “em inente” que enseñar. Ella era consciente y, en
sus escritos, m uchas veces anota que un capítulo es de m ucho prove­
cho o contiene buenas enseñanzas, adquiridas por diversos medios:
la lectura de num erosos libros y la reflexión (ella la llam a "conside­
ración”), la confrontación con los m ejores intelectuales de su tiem po
(los "letrados”) y, principalm ente, la experiencia personal, a la que se
añaden las com unicaciones del Señor. Es doctora por las cosas que
enseña y tam bién po r cóm o las enseña: ha conquistado algunas verda­
des con m ucho esfuerzo y está firm em ente convencida de que pueden
ser útiles para los demás, por lo que las expone con entusiasm o.
Sufrió los prejuicios de la sociedad de su tiem po contra la posi­
bilidad de que una m ujer enseñara, por lo que tuvo que desarrollar
num erosos recursos para ganarse la aprobación de sus censores y
consejeros. Recordem os sus dificultades al inicio de su vida espiri­
tual, cuando buscaba luz para com prender lo que estaba viviendo:
«Me preguntaban algunas cosas; yo respondía con llaneza y descuido.
Luego les parecía que los quería enseñar, y que m e tenía po r sabia» (V
28,17). Por eso, añadirá: «A ellos no los osaba yo contradecir, porque
veía que era todo peor, que les parecía poca hum ildad» (V 29,4). Con
el tiem po, irá adquiriendo los m edios necesarios p ara poder tran s­
m itir su enseñanza sin despertar rechazos. Por ejemplo, cuando se
enfrenta a aquellos letrados que afirm aban que la verdadera oración
contem plativa consistía en olvidarse de todo lo creado (incluida la
hum anidad de Jesucristo) para subir a la desnuda esencia divina. Ella
escribe: «Yo no los contradigo, porque son letrados y espirituales, y
saben lo que dicen. Yo sólo quiero decir cóm o Dios ha llevado m i
alm a. En lo dem ás no me entrem eto» (V 22,2). Sin em bargo, dedica
todo el capítulo a expresar sus ideas y a refu tar las de sus contra-
194 EDUARDO SANZ DE MIGUEL

rios1. Sobre el tem a volverá varias veces, com o cuando afirma: «Esto
es u n a cosa sobre la que escribí largo en o tra parte, y aunque me han
contradicho en ella y dicho que no lo entiendo [...] a m í no m e harán
confesar que es buen cam ino [...] y m irad que oso decir que no creáis
a quien os dijere otra cosa» (6M 7,5). Los estudios contem poráneos
han dejado suficientem ente dem ostrado que Santa Teresa tiene una
intención didáctica al escribir, porque es consciente de que posee una
doctrina que transm itir2. Aquí no vamos a tra ta r sobre los contenidos
de sus enseñanzas, sino sobre el m étodo con que las ha conseguido.

2. El a so m b ro y e l d e s e o d e ap ren d er

Sabem os que el asom bro posibilita nuestro aprendizaje desde la


prim era infancia. Santa Teresa conservó esta capacidad hasta el final
(444 veces usa en sus obras el verbo “espantarse” con el sentido de
sorprenderse, asom brarse, m aravillarse). Sus descripciones de la na­
turaleza revelan que era una m ujer observadora, que sabía m irar con
atención. Lo vemos, p o r ejemplo, cuando escribe, hablando del agua:
«Soy tan am iga de ese elem ento, que lo he m irado con m ás adverten­
cia que otras cosas, que en todas las que crió un Dios tan sabio debe
haber m uchos secretos de los que nos podem os aprovechar (y así lo
hacen los que lo entienden), aunque creo que en cada cosita que Dios
crió hay m ás de lo que se entiende, aunque sea una horm iguita» (4M
2,2) y en o tra ocasión: «[además de los libros], me aprovechaba tam ­
bién ver cam po, agua o flores; en estas cosas hallaba yo m em oria del
Criador» (V 9,5). Como podem os ver, observa las cosas, se detiene en
ellas, convencida que en todas hay m ás de lo que se percibe a prim era
vista. De su observación atenta surgen los conocim ientos. Con el m is­
m o asom bro que m ira los objetos exteriores, reflexiona sobre el pro-

' E n la n ota 4 de la Carta sobre algunos aspectos de la meditación cristiana,


de la Congregación p ara la D octrina de la Fe, se cita este capítulo p ara exponer
la verdadera oración cristiana, frente a form as desviadas: «M ostrando a toda la
Iglesia el ejemplo y la doctrina de Santa Teresa de Jesús, que en su tiem po debió
rechazar la tentación de ciertos m étodos que invitaban a prescindir de la H um ani­
dad de Cristo en favor de u n vago sum ergirse en el abism o de la divinidad, el Papa
Juan Pablo II decía en u n a hom ilía el 1-XI-1982 que el grito de Teresa de Jesús en
favor de u n a oración enteram ente centrada en Cristo "vale tam bién en nuestros
días contra algunas técnicas de oración que no se inspiran en el Evangelio y que
prácticam ente tienden a prescindir de Cristo, en favor de u n vacío m ental que
dentro del cristianism o no tiene sentido. Toda técnica de oración es válida en
cuanto se inspira en Cristo y conduce a Cristo, el Camino, la Verdad y la Vida" (cf.
Jn 14,6)».
2 B asta recordar el estudio de J.A. M arcos, Mística y subversiva: Teresa de
Jesús. Las estrategias retóricas del discurso m ístico, M adrid, 2001.
LOS MÉTODOS DEL CONOCIMIENTO EN SANTA TERESA DE JESÚS 195

pió m undo interior. De su atenta observación surgieron los profundos


conocim ientos que transm ite sobre la naturaleza del alm a, sobre su
gran dignidad y sus grandes capacidades, entre las que subraya la
posibilidad de relacionarse con Dios.
E n cada página de sus escritos, Santa Teresa nos transm ite su de­
seo de aprender. Nos lo revelan sus continuas referencias a los libros
que leyó, a los sabios que consultó3 y a su afición a los serm ones (el
m edio de adquirir form ación en la época). En sus Constituciones, es­
cribe: «Tenga en cuenta la priora de que haya buenos libros [...] por­
que es tan necesario este m antenim iento para el alm a, com o el com er
p ara el cuerpo» (Cons 8). Y recom ienda, antes de tom ar decisiones
im portantes, asesorarse siem pre con personas de estudios, especial­
m ente en lo que se refiere a la vida espiritual:

A unque p a ra esto p are ce que n o son m e n e ste r letras, m i o p in ió n h a sido


sie m p re y se rá que to d o s los cristian o s p ro c u re n tr a ta r con q u ie n las te n ­
ga b u en a s, si pued e, y c u a n ta s m ás, m ejor. Y los q u e v an p o r ca m in o de
o rac ió n tie n e n de esto m a y o r n ec esid ad y m ie n tra s m á s e sp iritu ales son,
m ás [...] H e dich o esto p o rq u e alg u n o s p ie n sa n q ue la g en te d e o rac ió n
n o necesita de los letrad o s, si n o tie n en esp íritu . Ya d ije qu e es n ecesario
m a e stro esp iritu al; m á s si éste n o es letrad o , es u n g ra n in co n v en ien te. Y
tr a ta r co n letrad o s es de m u c h a ayuda, si so n v irtu o so s (V 13,18-19).

3. E l b u e n e n te n d im ie n to

Teresa quiere en sus com unidades m onjas que tengan «buen en­
tendim iento». Con esta palabra se refiere a las capacidades intelectua­
les, pero tam bién a la disposición p ara aprender y al sentido com ún.
Prefiere una m onja lista y pobre a una con buena dote, pero con pocas
luces. Por eso advierte que, para vivir en com unidad, no basta la bue­
na voluntad, si falta la inteligencia. E n la vida religiosa, u n a persona
inteligente siem pre puede ser útil, incluso si no es m uy espiritual (con
que no falte a sus obligaciones, po r supuesto), m ientras que o tra poco
inteligente puede crear serios problem as y envenenar las relaciones,
principalm ente porque m uchas veces no entiende lo que quieren de­
cirle, porque m alinterpreta las palabras de los dem ás y porque no se
deja enseñar ni corregir:

V a m u c h o en m ira r q u é ta le n to tien e la qu e e n tra y qu e no sea sólo p o r


rem e d iarse (com o a c ae ce rá a m u c h as). D ios p u ed e p e rfe c c io n a r este in ­
tento, si es p e rso n a de b u e n e n ten d im ien to ; qu e si n o, en n in g u n a m an e-

3 Sólo en la Cuenta de Conciencia 53, escrita en Sevilla com o defensa de su


m odo de proceder ante la Inquisición, cita 19 nom inalm ente.
196 EDUARDO SANZ DE MIGUEL

r a se acepte, p o rq u e ni ella se e n te n d e rá a sí m is m a n i e n te n d e rá desp u és


a las que q u ie re n ay u d arla. P o rq u e (p o r la m a y o r p arte ) q u ie n este m al
tiene, siem pre le p are ce q u e sab e m e jo r lo qu e le conviene qu e los m ás
sabios, y es m al q u e ten g o p o r in c u ra b le [...] U n b u e n en ten d im ien to ,
si co m ien za a aficionarse al b ien , se a g a rra a él co n fu erza, p o rq u e ve
que es lo m á s ac e rta d o y, a u n q u e n o ap ro v e ch e p a ra m u c h o esp íritu ,
ap ro v e ch ará p a ra b u e n consejo y p a ra m u c h a s o tra s cosas [...] C u an d o el
e n ten d im ien to falta, yo n o sé p a ra qué p u e d e a p ro v e c h a r y h a rá m u c h o
d añ o (CE 2 1 ,l-2 )4.

También quiere que los m aestros y confesores sean inteligentes


(tengan buen entendim iento), espirituales y, si es posible, estén bien
formados: «Así que im porta m ucho que el m aestro sea avisado - digo
de buen entendim iento - y que tenga experiencia; si con esto tiene le­
tras, es grandísim o negocio» (V 13, 16). De hecho, alaba a San Pedro
de Alcántara porque «era m uy afable [...y] tenía m uy lindo entendi­
miento» (V 27,18). Palabras sim ilares dedica a su "Senequita”, San
Juan de la Cruz: «Es cuerdo [...] tiene m ucha oración y buen entendi­
miento» (Carta 13, de 1568 a Francisco de Salcedo).
Su alta estim a por la inteligencia y la form ación no le impiden,
sin em bargo, tom ar partido a favor de los “espirituales” frente a los
"letrados” en las polém icas de su época sobre la oración y sus m éto­
dos5. Tras afirm ar que «gran cosa es el saber y letras p ara todo» (4M
1,5), añade que «para aprovechar en este cam ino [de la oración] y
subir a las m oradas que deseam os, no está la cosa en pensar m ucho,

4 «Era extrañam ente am iga del buen entendim iento. Fuera del llam am iento
de Dios, lo que m ás sin com paración m iraba en las que había de recibir, aunque
fuese com o herm anas legas, era el entendim iento que tenían. Los que conocían su
santidad y cuán am iga era de la oración, procu rab an alab ar m ucho la devoción de
las que traían y el ejercicio que tenían de oración; porque p o r aquí pensaban que
la habían de g anar la voluntad, p ara que las recibiese. Y ella hacía tan poco caso de
eso, que todo se le iba en inform arse del entendim iento que tenían. Yo fui uno de
esos, y m aravillándom e de ello le pregunté la causa, y m e dijo: "Padre, la devoción
acá se la dará n uestro Señor, y la oración acá se le enseñará; pero si no tienen buen
entendim iento, no se le darán acá. Y fuera de esto, u n a m onja devota y sierva de
Dios, si no tiene entendim iento, no sirve m ás que p ara sí; si tiene entendim iento,
aprovécham e p ara gobernar a otras y p ara todos los oficios que son m enester”.
También daba o tra causa: "que la que tiene m al entendim iento, ni cae en las faltas
que tiene ni las sabe conocer, aunque se las avisen y siem pre piensa que acierta, y
no hay quien la saque de allí ni la haga rendir a su juicio”», F. R ibera, La vida de la
M. Teresa, libro 4, cap. 24.
5 «Los teólogos y los escritores espirituales, sobre todo a p artir del s. XII, se
preocuparon de solucionar el problem a de las relaciones entre el entendim iento y
la voluntad, entre el conocim iento y el amor. La diversa p o stu ra ad o p tad a dividió
a los pensadores, m ísticos y escolásticos, en dos grandes corrientes: los intelectua-
listas y los afectivistas, según diesen la precedencia al conocim iento o a la volun­
tad», D. de P ablo, A m or y conocimiento en la vida mística, M adrid, 1979, p. 211.
LOS MÉTODOS DEL CONOCIMIENTO EN SANTA TERESA DE JESÚS 197

sino en am ar mucho» (4M 1,7). De hecho, hablando de la unión con


Dios, contrapone el am or y la hum ildad de la Virgen, que dejó libre a
Dios para que realizara su proyecto en ella, a la soberbia de algunos
letrados, que parece que quieren indicarle a Dios cóm o tiene que ac­
tuar. Para ella, la verdadera sabiduría com ienza po r aceptar que Dios
es m ás grande que nuestros razonam ientos:

A quí h a y q u e re n d ir n u e stro s e n te n d im ie n to s y p e n s a r qu e p a ra e n te n d e r
las g ran d e zas de D ios n o sirven. A quí viene b ien a c o rd a rn o s có m o ac tu ó
la V irgen, n u e s tra S eñora, co n to d a la sa b id u ría q u e tuvo. E lla p reg u n tó
al ángel: “¿C óm o se rá eso?”. Él resp o n d ió : “E l E sp íritu del S eñ o r v en d rá
so b re ti y el p o d e r del A ltísim o te c u b rirá co n su so m b ra ”. E lla n o cu ró
de m ás d isp u tas. C om o te n ía ta n g ra n fe y sa b id u ría, en seg u id a e n te n ­
dió que, in te rv in ien d o estas dos cosas, n o h a b ía m á s qu e sa b e r o d u ­
d ar. N o co m o alg u n o s le trad o s (que no les lleva el S e ñ o r p o r este m o d o
de o ració n , ni tie n e n p rin c ip io de esp íritu ) q ue q u ie re n llevar las cosas
p o r ta n ta raz ó n y ta n m e d id as p o r sus en te n d im ie n to s qu e se cre en qu e
ellos, co n sus letras, p u ed e n c o m p re n d e r algo d e la g ra n d e z a de D ios. ¡Si
ap re n d ie se n algo de la h u m ild a d de la V irgen! (M editaciones sobre los
Cantares, 6,7).

Su cam ino de oración privilegia la afectividad, el amor. El enten­


dim iento conserva su im portancia, pero es siem pre una instancia al
servicio de la voluntad, que es el único m edio p ara alcanzar el verda­
dero conocim iento de Dios y la unión con Él.4*

4. E l ca m in o d e la o ra ció n

Todos sabem os que Santa Teresa es m aestra de oración y tam ­


bién que la define com o «un trato de am istad» (V 8,6). Al hablar de
su práctica especifica que «la puerta p ara en trar en este castillo es la
oración y consideración, no digo m ás m ental que vocal, que como
sea oración ha de ser con consideración; porque la que no advierte
con quién habla y lo que pide y quién es quien pide y a quién, no la
llam o yo oración, aunque m ucho m enee los labios» (1M 1,7). Palabras
sim ilares dice cuando explica la diferencia entre oración vocal, ora­
ción m ental y contem plación. La segunda es «pensar y entender qué
hablam os y con quién hablam os y quién som os los que osam os hablar
con tan gran Señor, pensar esto y otras cosas sem ejantes de lo poco
que le hem os servido y lo m ucho que estam os obligados a servirle es
oración m ental. No penséis que es o tra cosa m ás difícil ni os extrañe
el nom bre» (CE 41,3).
Es decir, que la oración, para ser verdadera, ha de ir acom paña­
da de la “consideración" (verbo usado 150 veces en sus obras, con el
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sentido de pensar, reflexionar, discurrir, m editar) sobre quién es el que


habla (conocim iento de sí) y a quién habla (conocim iento de Dios).
Aunque m ás adelante verem os que la "consideración” sirve p ara el co­
nocim iento de Dios sólo hasta cierto punto, en que h a de ser dejada de
lado para pasar a un conocim iento que se consigue sólo con el am or
(pero conocim iento, al fin y al cabo).

5. La h u m ild a d o e l c o n o c im ie n to d e sí

Quienes tratan y escriben de oración, m uchas veces no dedican


ninguna atención al conocim iento del propio yo. En nuestros días, pa­
rece que estas cosas se deberían dejar sólo a la psicología. Sin em bar­
go, p ara Santa Teresa, el conocim iento de sí (o conocim iento propio,
del que habla en 20 ocasiones) adquiere una im portancia fundam en­
tal en la vida de oración, hasta el punto de que no puede h ab er verda­
dera oración si esto falla6. El conocim iento de sí es el prim er grado de
la oración (las prim eras M oradas) y no hay verdaderas gracias m ís­
ticas sin previo conocim iento propio. Para justificar que no se deben
buscar las experiencias extraordinarias, si Dios no las da, ofrece seis
razones, de las que «la prim era, porque es falta de hum ildad querer
vos que se os dé lo que nunca habéis m erecido [...] porque así como
un bajo labrador está lejos de desear ser rey, pareciéndole imposible,
porque no lo m erece, así lo está el hum ilde de cosas sem ejantes; y creo
yo que nunca se darán [esos deseos] porque prim ero da Dios un gran
conocim iento propio que hace esas mercedes» (6M 9,16).
Pero el conocim iento de sí no se reduce a una práctica de los
inicios, sino que debe acom pañar todo el proceso oracional y crecer a
m edida que la oración es m ás profunda:

E sto del co n o c im ien to p ro p io ja m á s se h a de d ejar, n i en este cam in o


h ay alm a ta n g igante que n o h ay a m e n e ste r m u c h a s veces to rn a r a ser
n iñ o y a m a m a r (y esto ja m á s se olvide, q u izás lo d iré m á s veces, p o rq u e
im p o rta m ucho); p o rq u e no h ay estad o d e o ra c ió n ta n su b id o , qu e m u ­
ch as veces n o sea n ec esario to m a r al p rin cip io , y en esto de los p ecad o s y
co n o c im ien to p ro p io , es el p a n con q u e se h a n d e co m er to d o s los m a n ­
jares, p o r delicados q u e sean, en este c a m in o de o ració n , y sin este p an
n o se p o d ría n s u s te n ta r (V 13,15).

6 «El segundo tem a centra su atención en uno de los elem entos que, quizás,
h an pasado m ás desapercibidos en el ám bito de la oración teresiana, y que tiene
una im portancia fundam ental: el conocim iento de sí. E n diversas escuelas de m e­
ditación oriental este elem ento juega un papel central. Aquí se dem uestra cómo
p ara Teresa de Jesús es consustancial a la oración que h a de construirse desde el
ser y la vida m ism a del hombre». F.J. S ancho-F ermín (ed.), Autoconocim iento en la
meditación teresiana, México D.F., 2005, p. 7.
LOS MÉTODOS DEL CONOCIMIENTO EN SANTA TERESA DE JESÚS 199

En este sentido, aunque el tem a esté hoy bastante descuidado,


Santa Teresa se pone en relación con un argum ento fundam ental en
toda la historia del pensam iento occidental, em pezando po r la ins­
cripción del tem plo de Delfos, recogida por Sócrates, que hizo del
Conócete a ti m ism o la regla fundam ental de su ética. Séneca, Epícteto
y M arco Aurelio lo retom aron y, en ám bito cristiano, Orígenes, San
Basilio, San Gregorio de Nisa, San Ambrosio, San Agustín, San Ber­
nardo, San B uenaventura, Santo Tomás de Aquino y Santa Catalina
de Siena, entre otros7.
Santa Teresa, hablando de la prim era m anera de regar el huerto
(prim er grado de oración), afirm a que «este edificio todo va funda­
do en hum ildad» (V 12,4). En otro lugar dice que la hum ildad coin­
cide con el propio conocim iento, que es el contenido específico de
las prim eras M oradas, com o ya hem os dicho. Para ella, hum ildad,
conocim iento de sí y verdad están tan relacionadas entre sí que son
inseparables:

U na vez e sta b a yo co n sid eran d o p o r qué raz ó n N u estro S eñ o r es ta n am i­


go de esta v irtu d de la h u m ild ad , y se m e p u so esto d elan te [...] q u e es
p o rq u e D ios es su m a V erdad y la h u m ild a d es a n d a r en v erdad, q u e lo es
m uy g ran d e n o te n e r cosa b u e n a de no so tro s, sino la m iseria y ser n ad a, y
quien esto n o entiende, a n d a en m e n tira. Q uien lo e n tien d e m ejor, ag ra d a
m ás a la su m a V erdad, p o rq u e a n d a en ella. Dios q u iera, h erm a n as, co n ­
ced ern o s n o sa lir ja m á s de este p ro p io co n o cim ien to . A m én (6M 10,8).

Como vemos, para Santa Teresa, la prim era dim ensión de la hu­
m ildad es el respeto por la verdad8 (la honestidad) y el deseo de alcan­
zarla. Es decir, la hum ildad es la disponibilidad a buscar la verdad, a
aceptarla y a som eterse a ella (aunque cueste), lo que significa aceptar
ayuda de los otros, dejarse aconsejar y corregir. Para esto se necesita
vencer el orgullo (la incapacidad de aceptar correcciones, el pensar
que no necesitam os de nadie). Como ya hem os visto, Santa Teresa está

7 «Sócrates inaugura, po r así decirlo, la reflexión sobre el conocim iento de sí


m ism o en el ám bito de la filosofía, afirm ando que u n a vida sin exam en no m erece
ser vivida [...] Los autores cristianos han abierto los cam pos de reflexión acerca
de la realidad del hom bre: se profundiza en la necesidad de volver a sí m ism o para
progresar en la vida interior». E.F. DIaz-C ovarrubias E strada, El conocimiento de
sí, fundam ento de la vida espiritual en la doctrina de Santa Catalina de Siena, tesis
de doctorado en teología, Roma, 2005, p. 107-109.
8 «H um ildad es el reconocim iento de uno m ism o, de los otros y de Dios, tal
com o som os realm ente, sin añ ad ir ni qu itar n ada (por ejemplo, cualidades, cono­
cim ientos, etc). E n este sentido, hum ildad es la verdad en el conocim iento de uno
m ism o y de todo lo que, estando m ás allá de nosotros m ism os, nos transciende».
M.E. G ómez de P edro, H um ildad es andar en verdad. Ponencia en el Congreso tom i­
sta internacional L’Umanesimo cristiano nel III millennio, Rom a, 2003, en [acceso
26-04-2010] http://www. e-aquinas.net/pdf/gom ez.pdf.
200 EDUARDO SANZ DE MIGUEL

convencida de que una persona inteligente se deja enseñar y corregir.


Por el contrario, quien no lo es (porque no tiene buen entendim iento),
se siente hum illado cuando alguien quiere enseñarle o corregirle. Por
eso, en sus conventos no aceptaba m onjas que no tuvieran un buen
entendim iento9.
En segundo lugar, la hum ildad es aceptación gozosa de nuestras
inmensas capacidades, asum iendo que las hem os recibido, po r lo que
no podem os vanagloriarnos de ellas. Es de sobra conocida su descrip­
ción del alm a com o un castillo lleno de tesoros, así com o sus repeti­
das invitaciones a tom ar conciencia de ello:

N o hallo yo cosa con que co m p a ra r la g ran h e rm o su ra d e u n alm a y la


g ran capacidad; y v erd a d eram e n te a p e n as d eb e n llegar n u estro s e n ten ­
dim ientos, p o r agudos que fuesen, a co m p re n d e rla [...] b a sta d ecir Su
M ajestad que es h e c h a a su im agen p a ra q ue a p e n a s p o d am o s e n te n d e r la
g ra n d ignidad y h e rm o su ra del ánim a. N o es p eq u e ñ a lá stim a y co n fu sió n
que, p o r n u e s tra culpa, n o nos en ten d a m o s a n o so tro s m ism o s n i se p a­
m os quién som os. ¿No sería g ran igno ran cia, h ijas m ías, qu e p reg u n ta sen
a u n o quién es, y n o se conociese ni supiese q u ié n fue su p a d re n i su m a ­
dre ni de qué tierra? P ues si esto sería g ran b estialid ad , sin co m p arac ió n
es m a y o r la que h ay en n o so tras cu a n d o n o p ro c u ra m o s sa b e r q ué cosa
som os, sino que nos d etenem os en estos cu erp o s, y así a b u lto , p o rq u e lo
hem os oído y p o rq u e nos lo dice la fe, sa b em o s q u e te n em o s alm as. M as
qué bienes p u ed e h a b e r en esta alm a o q u ién está d e n tro d e esta a lm a o el
g ran valor de ella, p ocas veces lo co n sid eram o s (1M 1,1-2).

Algo tan propio de algunas espiritualidades com o ignorar los pro­


pios dones o despreciarlos, a ella le parece una falsa hum ildad, que
puede hacer m ucho daño: «No haga caso de unas hum ildades que
hay, de que pienso tratar, que les parece hum ildad no entender que el
Señor les va dando dones. Entendam os bien, bien, com o es de verdad,
que nos los da Dios sin ningún m erecim iento nuestro [...] creer que
no somos capaces de grandes bienes, acobarda el ánim o [...] ¿Cómo
aprovechará y gastará con largueza el que no ve y entiende que es
rico?» (V 10, 4-6).
Por últim o, la hum ildad se plasm a en el reconocimiento de nues­
tras limitaciones, en la aceptación de que nuestras capacidades no son
suficientes para abarcar a Dios ni para un im o s con Él, por lo que
u n a y otra cosa (conocim iento de Dios y unión con Dios) h an de ser
acogidas com o regalos suyos. Esta aceptación de nuestras lim itacio­
nes nunca puede ir acom pañada de autorrechazo o de sentim ientos

9 Si hubiera tenido m ayor acceso a la Biblia, le h ab ría gustado leer en ella:


«Si reprendes al sabio, te lo agradecerá; si reprendes al necio, te aborrecerá» (Prov
9,8).
LOS MÉTODOS DEL CONOCIMIENTO EN SANTA TERESA DE JESÚS 201

m orbosos de culpabilidad. Eso no lo considera Santa Teresa hum il­


dad, sino tentaciones. Por el contrario, la aceptación sana de la propia
debilidad nos abre a la m isericordia de Dios y nos enseña a poner sólo
en Él nuestra confianza:

G u ard ao s, hijas, de u n a s h u m ild ad e s q u e p o n e el d em o n io co n g ra n in ­


q u ietu d , de la g ravedad de p ecad o s p asad o s, d e si m e rezco ac erca rm e
al S acra m en to , si m e d isp u se bien, q u e n o soy p a r a vivir e n tre bu en o s.
C osas de éstas q u e son de e stim a r cu a n d o vien en co n sosiego y reg alo y
gusto, co m o las tra e consigo el co n o c im ien to p ro p io . P ero si viene co n
a lb o ro to e in q u ie tu d y a p re ta m ie n to del a lm a y n o p o d e r so se g ar el p e n ­
sam ien to , creed que es te n ta c ió n y n o os te n g áis p o r h u m ild es, q u e no
vien en de a h í” (CE 67,5 )10.

6. E l c o n o c im ie n to d e D io s

Ya hem os visto la im portancia que Santa Teresa da al conocim ien­


to de sí, por m edio de la «consideración», hasta el punto de afirm ar
que «El conocim iento propio es el pan con que se han de com er todos
los m anjares» (V 13,15). Pero justo a continuación, añade: «Mas se ha
de com er con tasa (con m edida), que después que un alm a se ve ya
rendida y entiende claro que no tiene cosa buena de sí y se ve avergon­
zada delante de tan gran Rey y ve lo poco que le paga lo m ucho que le
debe, ¿qué necesidad hay de gastar el tiem po aquí?» (V 13,15). Es el
m om ento de pasar al conocim iento de Dios, que se alcanza, en prim er
lugar, poniendo los ojos en Cristo. Es un tem a que repite continuam en­
te. Aquí recordam os solam ente el famoso capítulo 22 del Libro de la

10 E n la segunda redacción del Camino de Perfección profundiza m ás en el


tem a: «Pues guardaos tam bién, hijas, de unas hum ildades que pone el dem onio
con gran inquietud de la gravedad de nuestros pecados, que suele ap re tar aquí de
m uchas m aneras, hasta apartarse de las com uniones y de ten er oración p articular
por no m erecerlo [...] M irad mucho, hijas, en este punto que os diré, porque al­
gunas veces podrá ser h um ildad y virtud teneros p o r ta n ruin, y otras será grandí­
sim a tentación. Porque yo he pasado por ella, la conozco. La hum ildad no inquieta
ni desasosiega ni alborota el alm a, por grande que sea; sino viene con paz y regalo
y sosiego. Aunque uno, de verse ruin, entienda claram ente m erece estar en el in­
fierno, y se aflige y le parece con justicia que todos le habían de aborrecer, y no osa
casi pedir m isericordia, si es buena hum ildad, esta pena viene con u na suavidad
en sí y contento, que no querríam os vem os sin ella. No alborota ni aprieta el alma,
antes la dilata y hace hábil p ara servir m ás a Dios. E sto tra pena [la que pone el de­
m onio] todo lo turba, todo lo alborota, toda el alm a revuelve, es m uy penosa. Creo
pretende el dem onio que pensem os tenem os hum ildad, y si pudiese, de paso, que
desconfiem os de Dios. Cuando así os halléis, ap artad el pensam iento de vuestra
m iseria lo m ás que pudiereis, y ponedle en la m isericordia de Dios y en lo que nos
am a y padeció po r nosotros» (CV 39,1-4).
202 EDUARDO SANZ DE MIGUEL

Vida, con su apasionada defensa de la contem plación de la Sacratísim a


H um anidad de Cristo, que «por esta puerta hem os de en trar si quere­
m os que la soberana M ajestad nos m uestre grandes secretos» (V 22,6).
Recom ienda encarecidam ente que nunca nos cansem os de pensar en
Cristo y en los m isterios de su vida, porque esto produce buenos frutos
para el entendim iento y para la voluntad:

L lam o yo m e d ita ció n a d is c u rrir m u c h o co n el e n te n d im ie n to de esta


m a n e ra : c o m en z am o s a p e n s a r en la m e rc ed q u e n o s h izo D ios en d a r­
nos a su ú n ic o H ijo, y n o p a ra m o s allí, sin o v am o s ad e la n te a los m iste ­
rios de to d a su g lo rio sa vida; o c o m en z am o s en la o ra c ió n del H u e rto y
n o p a r a el e n te n d im ie n to h a s ta q u e e stá p u e sto en la cru z; o to m a m o s
u n p aso de la P asió n , co m o el p re n d im ie n to , y a n d a m o s en este m is te ­
rio, c o n sid e ra n d o p o r m e n u d o las co sas q u e h a y q u e p e n s a r en él y qu e
se n tir, a sí de la tra ic ió n de Ju d a s, co m o d e la h u id a d e los ap ó sto les y
to d o lo dem ás; y es a d m ira b le y m u y m e rito ria o ra c ió n [...] e n tie n d e el
a lm a estos m isterio s p o r m a n e ra m ás p erfecta: y es q u e se los re p re se n ­
ta el e n te n d im ie n to , y se im p rim e n en la m e m o ria [...] luego a c u d e la
v o lu n ta d , a u n q u e n o sea co n te rn u ra , a d e se a r se rv ir en algo ta n g ran
m e rc e d y a d e se a r p a d e c e r algo p o r q u ie n ta n to p a d e c ió y a o tra s cosas
se m ejan tes, en que o c u p a la m e m o ria y el e n te n d im ie n to (6M 7,10-11).

Recordando, una vez más, la im portancia del conocim iento de sí,


dice que es com o la abeja, que trabaja en la colm ena, pero añade que
por sí solo no basta y que hay que com pletarlo con el conocim iento
de Dios, al que com para con el néctar de las flores, verdadera m ateria
prim a p ara la fabricación de la miel:

C onsiderem os que la abeja no deja de sa lir a vo lar p a ra tra e r flores. Así


debe h a c e r el alm a en el p ro p io con o cim ien to , créam e y vuele alg u n as
veces a c o n sid erar la g ran d e za y m a jestad de su Dios. Aquí e n te n d e rá su
b ajeza m e jo r que en sí m ism a (y m ás lib re de las sab an d ijas qu e e n tra n en
las p rim e ra s piezas, q u e es el p ro p io cono cim ien to ); q ue au n q u e , com o
digo, es h a rta m iserico rd ia de D ios qu e se ejercite en esto, ta n exceso es
p asarse com o q u ed arse corto, com o su elen decir. Y créan m e, qu e co n la
virtu d de D ios o b rarem o s m u y m ejo r v irtu d q ue m u y atad a s a n u e stra
tie rra (1M 2,8-9).

El conocim iento de Dios, adem ás, ayuda a que el conocim iento


de sí sea m ás profundo: «Jamás nos acabam os de conocer si no pro­
curam os conocer a Dios; m irando su grandeza, acudam os a nuestra
bajeza; y m irando su limpieza, veremos nuestra suciedad; consideran­
do su hum ildad, veremos cuán lejos estam os de ser humildes» (1M
2,9)". Si el conocim iento de sí se adquiere por la «consideración», el1

11 Tema desarrollado por extenso en la poesía «Alma, buscarte has en m í y a


LOS MÉTODOS DEL CONOCIMIENTO EN SANTA TERESA DE JESÚS 203

conocim iento de Dios em pieza por ahí, pero para llegar a niveles pro ­
fundos tiene que pasar de la operación de la inteligencia a la del amor.
Además, no todas las personas son capaces de trabajar con el enten­
dim iento, pero todas son capaces de am ar: «He encontrado algunos
que les parece está todo el negocio en el pensam iento [...] No digo que
no es m erced del Señor quien siem pre puede estar m editando en sus
obras, y es bien que se procure; m as se ha de entender que no todas las
im aginaciones son hábiles de su natural para esto, m as todas las alm as
lo son para am ar [...] por donde el aprovecham iento del alm a no está
en pensar m ucho, sino en am ar mucho» (F 5,2).
La oración m ental (la m editación) prepara a la oración de reco­
gimiento, que es el m edio para disponerse a la contem plación, que
no podem os conseguir con nuestro esfuerzo, sino que es don de Dios.
Sólo podem os disponem os (cf. 5M 2,1). De hecho, en la oración vocal
y en la m ental, «nosotros podem os algo, con el favor de Dios. En la
contem plación, ninguna cosa. Dios es el que lo hace todo, que es cosa
suya, sobre nuestro natural» (CE 41,3). Por eso, llegados a este punto,

Q uien m en o s p ie n sa y q u ie re hacer, h ac e m ás. [...] N o se rá m alo p ro c u ­


r a r n o o b ra r con el en ten d im ien to , si podem o s. [...] Yo n o p u e d o p e rs u a ­
d irm e a in d u stria s h u m a n a s en cosas que p a re c e q u e Su M ajestad p u so
lím ite y las q u iso d e ja r p a r a Sí. [...] C uan d o su M ajestad q u ie re q u e el
e n te n d im ie n to cese, o cú p a le p o r o tra m a n e ra y d a u n a lu z en el co n o c i­
m ien to , ta n so b re la que p o d em o s alca n za r, q u e le h a c e q u e d a r ab so rto ,
y en tonces, sin sa b e r cóm o, q u ed a m u y m e jo r e n se ñ a d o q ue n o co n to d a s
n u e s tra s diligencias (4M 3, 5-6).

Para com prender m ejor a Santa Teresa en este punto, recordem os


aquí un principio esencial de la teoría del conocim iento: cada objeto
de conocim iento tiene su propio m étodo. Por ejemplo, sólo puedo en­
tender las m atem áticas asum iendo un pensam iento m atem ático. Pero
el pensam iento m atem ático no me sirve p ara com prender la poesía.
Con un pensam iento m atem ático puedo estudiar la com posición de
unos versos, su perfección técnica (el núm ero de sílabas o las rim as,
por ejemplo), pero no los sentim ientos que transm ite. B écquer decía
que, si se analiza u n texto literario con criterios no literarios, se lo
destroza. Es com o si un m édico pretendiera estudiar un cuerpo vivo
diseccionándolo, lo convertiría en un cadáver: «podrá revelar el m eca­
nism o del cuerpo hum ano (entiéndase el poem a), pero los fenóm enos
del alm a, el secreto de la vida, ¿cómo se estudian en un cadáver?»12.

m í b u sc a rm e h a s en ti». Cf. el in te re sa n te e stu d io de J.M . M orenilla D elgado, Co­


nocim iento de s í m ism o com o conocim iento del am ante en el amado, según Teresa
de Jesús, tesis d e d o c to ra d o e n filosofía, R o m a, 1985.
12 Citado e n J.M. G onzález-S erna S ánchez, Gustavo Adolfo Bécquer. Teoría
204 EDUARDO SANZ DE MIGUEL

Lo m ism o podem os decir del m isterio de Dios: un conocim iento


profundo de su m isterio no puede proceder sólo de la reflexión hum a­
na. Puede darse u n conocim iento de su existencia o de algunos de sus
atributos, pero su m isterio perm anece inaccesible. De ahí que Dios
diga a Moisés que no puede ver su rostro y sólo le m anifieste «sus es­
paldas» (cf. Ex 33,23)13 o que San Juan recuerde que «a Dios nadie lo
ha visto nunca» (Jn 1,18)14. Jesús m ism o afirm a con rotundidad que
«nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera
revelar» (Mt 11,25-27; cf. Le 10,21). Santa Teresa lo experim entó y lo
afirm a con insistencia: nuestras capacidades intelectuales no son sufi­
cientes para conocer a Dios pero, si nos unim os a Cristo por el amor,
Él nos revela los secretos de Dios, sin que se pueda decir cóm o sucede.
Santa Teresa buscaba las palabras adecuadas para explicarlo y no las
encontraba. Entonces se le ocurrió lo siguiente: «Como no puede en­
tender lo que entiende, es un no entender entendiendo» (V 18,1.14).
Q ueriendo decirlo con m ás claridad, no lo conseguía, por lo que ter­
m inó escribiendo, con un gran sentido del hum or: «Se entiende que
se goza un bien, adonde juntos se encierran todos los bienes. [...] El
entendim iento, si entiende, no se entiende cóm o entiende; al m enos
no puede com prender nada de lo que entiende. A m í no me parece que
entiende, porque - com o digo - no se entiende. ¡Yo no acabo de enten­
der esto!» (Ibid.). Ella afirm a claram ente que en la unión con Dios no
actúa el entendim iento hum ano, pero se conocen grandes m isterios,
sin saber cómo. De hecho, en el capítulo siguiente, añade: «Su vida
pasada se le representa después y la gran m isericordia de Dios, con
gran verdad y sin haber m enester andar a caza el entendim iento, que
allí ve guisado lo que ha de com er y entender» (V 19,2). San Juan de
la Cruz com entó esta experiencia de Santa Teresa y suya propia, en
su poesía: «Entróm e donde no supe / y quedóm e no sabiendo, / toda
ciencia trascendiendo. / Yo no supe dónde estaba, / pero, cuando allí
m e vi, / sin saber dónde me estaba, / grandes cosas entendí [...] Y, si
lo queréis oír, / consiste esta sum a ciencia / en un subido sentir / de la
divinal esencia; / es obra de su clem encia / hacer quedar no entendien­
do, / toda ciencia trascendiendo».

poética y conexiones con la modernidad, en [acceso 27-04-2010] http://www.aula-


deletras.net/m aterial/becquer.pdf.
13 Lo que equivale a decir que sólo puede entender u n a parte de su misterio,
pequeña y secundaria.
14 Verlo equivaldría a com prenderlo. Por eso, el Hijo que lo ha visto y lo com ­
prende «nos lo ha revelado» (Jn 1,18). El verbo usado es exegeomai; es decir, nos
los ha explicado o interpretado, nos ha hecho la exégesis.
LOS MÉTODOS DEL CONOCIMIENTO EN SANTA TERESA DE JESÚS 205

7. C o n clu sió n

Santa Teresa m anifiesta en sus escritos una gran capacidad de


asom bro y un constante deseo de aprender. Lo dem uestra, especial­
m ente, en su am or a los libros y a los estudios (a las "letras”, dice ella).
Dios la dotó de un buen entendim iento, que ella se esforzó po r cultivar
(aunque m uchas veces afirme lo contrario, com o recurso para no pa­
recer soberbia, atreviéndose a enseñar y a escribir sobre cosas espiri­
tuales). Es una verdadera m aestra en el cam po de la introspección y
del conocim iento propio, que considera el p rim er grado de la oración,
fundam ento de la vida espiritual y absolutam ente necesario para cre­
cer en la vida interior. Para que sea positivo y fecundo, el conocim iento
de sí (de la propia pequeñez y m iseria) debe ir unido al conocim iento
de Dios en sí (origen de la propia grandeza y dignidad). Reconocerse
com o im agen de Dios, am ada por Él, h abitada15 y capacitada «para
tener conversación no m enos que con Dios» (1M 1,6), hace que brote
en ella el amor, ya que «amor saca amor» (V 22,14). Ese am or posibi­
lita la unión con Dios que es, a su vez, fuente de un conocim iento m ás
profundo, m uchas veces no verbalizable, pero real. Para Santa Teresa,
la vida es la dem ostración de que la oración es verdadera. De la m ism a
m anera, los frutos que brotan de la unión con Dios son la m anifes­
tación de que ésta se ha dado y no es sólo un producto de la propia
im aginación: «Se entienden bien las grandísim as ganancias que saca
un alm a de allí por los efectos y por las virtudes y la viva fe que le que­
da y el desprecio del m undo. Más cóm o se le dieron esos bienes no se
entiende» (Meditaciones sobre los Cantares, 6,6).

A bstract. - S a in t T h eresa o f Avila is a D o cto r o f th e C h u rch , w h ich es­


sentially m e an s she h as a n "e m in e n t” d o ctrin e to im p a rt. S he w as in d eed
conscious o f th is p o sitio n as, in h e r w ritin g s, sh e d e m o n stra te s a clea r
d id a ctic in te n tio n . T his w as th e case alth o u g h sh e u ses som e rh e to ric a l
re so u rc e s in o rd e r to avoid raisin g th e su sp icio n s o f th e cen so rs o f th a t
age w ho w ere n o w illing to ac cep t te ac h in g s fro m a p e rso n th a t h a d tw o
"lim itations", given c o n te m p o ra ry biases: she w as a w o m a n a n d sh e w as
sp iritu a l. T his article does n o t focus o n h e r te ac h in g s b u t ra th e r, it delves
in to th e p ro cess th ro u g h w h ich she arriv ed a t h e r know ledge: h e r sense
o f aw e a n d desire to learn, rea d in g a n d reflectio n an d , aw a re n ess o f self
a n d of G od in prayer.
K ey w o rd s (in Spanish): T eresa de Avila - co n o c im ien to - ap re n d iza je
- en señ a n za.

15 «Es m enester p ara que entendam os con verdad que hay o tra cosa m ás
preciosa, sin ninguna com paración, dentro de nosotras que lo que vemos p o r de
fuera. No nos im aginem os huecas en lo interior» (CE 48,2).

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