Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Introducción
En este sentido, se hace necesario transformar las condiciones, los contextos y las
prácticas que se han erigido en obstáculos para alcanzar tal fin. Como se plantea
de manera muy clara en el Proyecto Educativo Institucional, promulgado en agosto
de 2001: “(...) , en la Universidad la función de investigación se ha desarrollado
independientemente de los programas de formación (...). Desde el ángulo de
análisis de las facultades, estas debilidades obedecen al hecho de que las
políticas de investigación se han definido sin considerar los problemas
pedagógicos que rodean el proceso formativo y que comprometen la posibilidad
de que estudiantes y docentes lleguen a investigar, en tanto que algunas políticas
académicas han ignorado las condiciones mínimas requeridas para estimular la
investigación o, en su defecto, para no desestimularla. (...). (PEI: 34).
Los cambios operados en los procesos del consumo configuraron otro factor que
obligaron a replantear el sentido, los objetivos y los diseños de la investigación en
la disciplina publicitaria. La investigación de mercados tradicional, centrada en
medir proporciones de participación, intencionalidades de compra basadas en
2
percepciones o experiencias de costo/beneficio de los consumidores, orientada
hacia dimensionar hábitos de compra bajo modelos conductistas, también se vio
superada al enfrentarse a variables simbólicas, comunicacionales y culturales que
rebasaban su original y único planteamiento cuantitativo.
3
Sin embargo, y aunque parezca paradójico, es preciso decir que este escenario
abre un horizonte de enormes posibilidades para la academia publicitaria.
Múltiples son los factores que hacen tan propicia esa coyuntura para la academia.
4
Esa situación de círculo vicioso en los procesos de la producción es cíclica y
resultado natural de nuestro sistema de libre concurrencia, y se han manifestado
en otras fases de ese proceso como en lo comercial, lo financiero y lo tecnológico.
Es entonces cuando se configuran fenómenos de concentración y prácticas
monopolísticas u oligopólicas, entre otras, que mediante acuerdos de
autorregulación o a través de reglamentación gubernamental se tiende a limitar o a
eliminar.
Anunciantes, medios y agencias quieren conocer las razones por las cuales
sus compradores y receptores consumen productos, servicios y mensajes
para ajustar y volver más efectivas sus lógicas productivas, mediáticas y
persuasivas. Y eso es obvio y útil. Pero no suficiente para la academia porque ésta
despliega sus intereses más allá de esas intencionalidades inmediatas,
instrumentales y coyunturales, y porque sabe que aún así también los aborda
cuando amplía esos intereses en la dimensión del conocimiento disciplinar.
5
Como es apenas obvio, el hecho de que la universidad se consolide como el lugar
priviliegiado para la investigación publicitaria, aparece además como una
necesidad frente a dos situaciones encontradas a lo largo del proceso tendiente,
entre otras cosas, a la formulación del nuevo plan de estudios: por un lado, la
posibilidad de contribuir a la consolidación del campo publicitario, que se definió
como un campo social en transición. De otro, el de responder a las demandas
del medio, que como lo muestra el documento Demandas sociales al campo,
hace una exigencia fuerte en el sentido de fortalecer la formación en el ámbito de
la investigación.
6
La anterior no excluye el hecho de que la investigación se exprese en once
espacios académicos pertenecientes al ámbito propio: Formatos de Información
Publicitaria, Matemáticas, Estadística, Investigación Social de Mercados,
Investigación de Audiencias, Investigación de Marca, Investigación Publicitaria,
Práctica Profesional, Seminario de Línea, Taller de Sistematización, Proyecto de
Grado, así como en el desarrollo de dos modalidades de grado dirigidas a
fortalecer la investigación: la elaboración de monografías de grado (Ver Anexo
5.1) y el convenio establecido con el Instituto de Estudios Sociales
Contemporáneos (IESCO-UC), que permite la vinculación de los estudiantes
de la Carrera a sus proyectos, en calidad de auxiliares de investigación y así
alcanzar su grado.
7
afectaciones provenientes de la vida social, a las cuales en el marco del proyecto
académico hemos denominado como demandas sociales al campo. Recordemos
además que un problema se configura al vincular los acontecimientos con los
conceptos en la enunciación de unas preguntas. De aquí que podamos afirmar
que las líneas de profundización son problemas o campos problemáticos.
8
5.1. Descripción de las Líneas de Investigación
En gran medida esta situación se explica por el hecho de que el tema del
consumo se relaciona de manera directa con el del mercado, por lo que su
problematización tiende a ubicarse en el campo de las disciplinas económicas.
Si bien ya desde Marx es claro que uno de los aspectos centrales del proceso,
como lo es la mercancía, define su valor , tanto de uso como de intercambio, en
las relaciones vinculantes que establece con las formas sociales (Marx: 1959),
planteamiento que ya ubica el consumo como una práctica social, esta
dimensión sin embargo se vio relegada en los planteamientos de gran parte de la
llamada Escuela Clásica, en donde a pesar de las evidentes diferencias, por
ejemplo entre Smith que lo considera el único fin de la producción y Ricardo,
para quien era necesario para la producción, el hecho de considerarlo como parte
final del proceso productivo, tendía a excluir o a menospreciar las dinámicas
sociales y culturales presentes en el consumo mismo (Dobb: 1980), lo que dejó de
lado una complejidad inherente al mismo, la heterogeneidad de sus prácticas y
sus actores.
9
hecho de que la producción de los consumidores se hizo más fuerte y, en este
sentido, determina la de los productores. Por estas razones, la sociedad se
estructuró sobre el consumo como elemento dinamizador de la actividad
económica y social. Lo cual no quiere decir que fuera el único. Los diversos
nombres que se han acuñado para el fenómeno: sociedades postindustriales,
sociedades de la información, sociedades del conocimiento, sociedades
postmodernas, sociedades del ocio, sociedades globalizadas, entre muchos otros,
pretenden dar cuenta de unos contextos sociales caracterizados básicamente por
“(...) un paisaje industrial trastocado, con su producción móvil y flexible, la
alteración de la estructura ocupacional, en la que ahora predominan los llamados
trabajadores de la información, y con un mundo que se ha hecho más pequeño, en
el que las nuevas tecnologías no sólo permiten nuevos métodos de producción
sino también formas diferentes de relacionarse socialmente” (Lyon: 1996).
10
Aquí es necesario recalcar que la inclusión del consumo en otros campos, desvía
la atención del proceso en sí mismo y comienza a atender sólo a sus
consecuencias. Desde el momento en que a mediados de siglos, se presenta la
noción de consumo cultural principalmente por parte de la Escuela de Frankfurt
(Horkheimer y Adorno: 1969), el peso atribuido a la importancia del consumo en
los sistemas sociales y culturales ha llegado a extremos carentes del análisis
suficiente, desconociendo de entrada la complejidad inherente a los dos conceptos
presentes en una noción como consumo cultural. El hecho de que en el mundo
contemporáneo aparezcan instituciones dedicadas a la producción de bienes
“culturales” (afirmación en la que ya está presente una reducción del concepto de
cultura), separadas del complejo cultural como tal y encarnadas en las industrias
culturales, ¿permite postular que todo el tráfico y el flujo de bienes culturales pasa
necesariamente por ahí? ¿Qué ocurre con los elementos que no lo hacen? Se
corre un peligro doble: de un lado, el de llegar a confundir la cultura con las
industrias. El hecho de que en el mundo contemporáneo aparezcan instituciones
dedicadas a la producción de bienes “culturales” (afirmación en la que ya está
presente una reducción del concepto de cultura), separadas del complejo cultural
como tal y encarnadas en las industrias culturales, ¿permite postular que todo el
tráfico y el flujo de bienes culturales pasa necesariamente por ahí? ¿Qué ocurre
con los elementos que no lo hacen? Se corre un peligro doble: de un lado, el de
llegar a confundir la cultura con las industrias. Del otro, no afrontar la discusión
alrededor de una contradicción: el hecho de que algunos bienes culturales se
produzcan dentro de la lógica industrial, no puede evadir el hecho de que los
procesos de recepción por parte de los distintos sujetos, se produzcan a partir de
marcos referenciales que en algunos casos proceden de las industrias
culturales y en otros no. Pero tampoco se trata de establecer límites precisos y
excluyentes. Los procedimientos de recepción se construyen a partir del cruce de
los dos horizontes. Como uno más de los síntomas de época, se trata de
recepciones híbridas.
11
De la misma manera, la importancia que las prácticas de consumo adquieren en
relación con el ejercicio de la ciudadanía y la construcción de identidades, ha
llevado al punto de afirmar que la ciudadanía se realiza en el consumo y, por
ende, es esta relación la que determina la aparición y consolidación de las
identidades. Pero como bien lo advierte Renato Ortiz: “Una respuesta
excesivamente optimista consiste en identificar consumo y ciudadanía. Ésta se
encuentra a menudo en la literatura mercadológica que, a cualquier precio, busca
justificar ideológicamente su existencia. Desde esta óptica, el principio de
ciudadanía pierde sustancia, es un mero atributo del mercado. Pero, tomando en
consideración la porosidad de las relaciones sociales, es plausible otro tipo de
solución. Afirmar: la ciudadanía también se ejerce en el mercado. (...)”. (Ortiz:
1998). Lo anterior demuestra que ante los fenómenos de descentramiento, de
desencanto frente a las prácticas políticas y de desconfianza ante las instituciones
tradicionales, se trata de instituir a rajatabla otro centro, otra política y otras
instituciones, representadas todas ellas en el mercado y, como es obvio, en las
prácticas de consumo. En este punto, la “discusión” creciente en torno al proceso
de globalización, da por sentados los elementos que supuestamente lo
constituyen, uno de los cuales, es el consumo.
Aun existe otra dificultad. Si bien se considera que el concepto de consumo como
tal pertenece de manera exclusiva a las llamadas sociedades postindustiales,
como manifestación del desarrollo del capitalismo, no se puede desconocer que
esta afirmación contiene un sesgo marcadamente etno y logocentrista, al suponer
de manera prejuiciosa que las llamadas sociedades primitivas expresan formas de
vida ligadas y definidas exclusivamente por la supervivencia. La precariedad de
sus formas de producción les impide llegar a imaginar siquiera la posibilidad de
consumir, es decir, de dotar de otros sentidos aparte de la necesidad los objetos
existentes. Esta posición excluye y desconoce fenómenos como el Kula
(Malinowski: 1972) o las reelaboraciones contemporáneas que algunos grupos, no
pertenecientes a sociedades industriales o capitalistas, han hecho de las lógicas y
las leyes del mercado (Gell: 1991). Tal postura evita y pospone la consideración
12
del consumo en un marco mucho más amplio: el de las prácticas de intercambio,
del que no es más que una de sus modalidades.
13
estructura de las clases sociales, configura el espacio simbólico del deseo y
expresa el sistema de valores dominante en cada momento histórico concreto,
en donde se presentarán frecuentes cruces y encuentros con otras carreras y
departamentos de la Facultad de Ciencias Sociales, Humanidades y Arte.
14
en la acción y constitución del elemento “Agente Lector”, identificado como uno
de los componentes que intervienen en el despliegue del campo publicitario.
En tal sentido, esta Línea guarda relación con dos objetos de estudio y afectación
tradicionales del campo publicitario y del campo de las ciencias de la
comunicación, a saber: del primero, la acostumbrada entidad del “consumidor”,
asumido como una creación estereotípica definida desde la carencia, que concurre
al mercado de bienes y servicios a subsanar sus necesidades y que acude a los
canales de información para saber la mejor manera de hacerlo; y designado desde
la comunicación como el “receptor”, entidad depositaria de textos, discursos y
mensajes, que lo “informan” –introducen una forma- de manera necesaria para
constituirlo como sujeto ciudadano, político, social, consumidor, comunitario.
3
Elemento descrito en el Documento de Campo que amplía la noción de emisor de los mensajes y
lo inscribe en la institucionalidad emisiva de los sistemas de comunicación.
15
partir de experiencias mediáticas y que las identidades se juegan y
construyen en esos procesos (Thompson, 1998, De La Torre, 2002,), tal
declaración es una constatación de principio, un lugar común ya casi agotado por
los estudios de recepción, pasadas las sucesivas euforias de la omnipotencia del
emisor y de la libérrima lectura del receptor (Gilroy, 1996, Colón, 2002).
16
configuradora del sentido social (Contursi y Ferro, 2000) y en una perspectiva
etnológica, en la medida en que la identidad cultural se torna inteligible al ser
contada, reflexionar sobre la naturaleza de la narración es hacerlo sobre la
naturaleza misma de la cultura y en consecuencia sobre la naturaleza misma de la
humanidad (White, 1992).
Llegados a este punto, el problema de las narrativas y las identidades roza casi
con naturalidad nuestro campo: la paulatina hegemonía de las lógicas del mercado
en las prácticas culturales, los fenómenos concomitantes del adelgazamiento del
Estado y la transnacionalización de la economía, la presencia de los dispositivos
del consumo y de la moda en los procesos de la política y la ciudadanía, son
manifestaciones retroactivas –causa y efecto a un tiempo- del discurso y la
institucionalidad publicitarios.
17
asunción de la identidad desde la pluralidad y la diversidad, ya habían puesto
en crisis con mucha antelación su noción en tanto unidad y estabilidad. La cultura
como espacio eminentemente político ya era desde mucho antes a la emergencia
de los estudios culturales en Europa, un lugar donde la identidad se construía y
desarrollaba.
18
En ese orden de ideas se pueden enunciar las diferencias de esas dos posturas
frente al cambio paradigmático de las categorías con que se aborda la
problemática de la identidad: de una parte, la instauración de una nuevas lógicas
en la constitución de los sujetos signadas por la diversidad, la mutación y la
contingencia posteriores a un período relativamente largo donde la identidad
perduraba y privilegiaba la unidad, y, de otra parte, la asunción desde siempre del
terreno necesariamente conflictivo que emerge cuando se encuentran los ámbitos
de la cultura y la identidad y donde sabiéndonos diversos, aún es un proyecto
desarrollar la interacción de las culturas sin el correlato de la subordinación
(Hopenhayn, 2002).
postindustrial, donde las culturas y las naciones han obtenido un cierto grado de homogeneidad y
estabilidad; y, uno segundo, donde las fuentes constituyentes de las subjetividades y las
identidades han caído hechas añicos por influjo del contexto de la globalización.
19
Así, esta Línea de Profundización no discute que el discurso consumista halle
en la publicidad uno de sus principales dispositivos, y que sus efectos
tengan que plantearse en el terreno ético de las reconfiguraciones sociales
de la higiene y de la salud (alcoholismo, tabaquismo, anorexia); en las
reestructuraciones de la cultura (fragmentación, anomia, enajenación objetual,
individualismo, aculturación) y en el espacio problémico de la ecología y la
producción (basuras, contaminación, rápida obsolescencia de los objetos, moda)
(Pérez Tornero, 1992). Todos ellos efectos, y aún faltando buena parte del
prontuario, que por supuesto, reconstituyen los imaginarios de los receptores de la
publicidad, sus identidades. Pero lo que interesa aquí es la forma como son
narradas y cómo ésta entonces, reconstituye esa forma de estar en el mundo, es
decir las identidades.
20
Línea de profundización Transtextualidad, Publicidad y Cultura
1.
El término transtextualidad (o, en principio, intertextualidad) aparece originalmente
en el campo de los estudios literarios, al final de la década de los sesenta,
específicamente en las obras de Roland Barthes y Julia Kristeva, como una
categoría que intenta explicar la formación y la función de referencias
heterogéneas en la producción de textos literarios. Ambos autores siguen la
hipótesis, formulada por Mijail Bajtín, según la cual algunas novelas
(particularmente las de Dostoievski) son el resultado de la confluencia de varias
voces, que dialogan entre sí y con el narrador constituyendo así una “polifonía”,
una apropiación y recreación de lenguajes ajenos (Bajtín: 1986). Esta teoría
del dialogismo literario llevó a Barthes a plantear el problema del estatuto del
autor, que aparece como una nueva voz y que no se identifica necesariamente con
el narrador; para Barthes, las voces que se entretejen en un texto son, a partir de
cierto momento, indiscernibles, y significan líneas de fuga hacía otros espacios
de representación; en ese sentido, no se puede entender un texto como una
estructura unitaria, lineal y cerrada (Barthes: 1988). Posteriormente, los trabajos
de Barthes sobre la intertextualidad presentan los argumentos más refinados y la
mayor confianza en sus alcances y posibilidades:
21
la cultura anterior y los de la cultura que lo rodea; todo texto es un tejido
nuevo de citas anteriores. Se presentan en el texto, redistribuidos,
trozos de códigos, fórmulas, modelos rítmicos, segmentos de lenguas
sociales, etcétera, pues siempre existe el lenguaje antes del texto y a su
alrededor. La intertextualidad, condición de todo texto, sea este cual
sea, no se reduce como es evidente a un problema de fuentes o de
influencias; el intertexto puede ser también un campo general de
fórmulas anónimas, cuyo origen es difícilmente localizable, de citas
inconscientes o automáticas, ofrecidas sin comillas (Barthes, citado por
Rodríguez y Mora: 2002)
22
inter.-textualidad: en el espacio de un texto se cruzan y se neutralizan
múltiples enunciados, tomados de otros textos” (1981: 15).
Por otro lado, al aceptar que la creación (y lectura) de un texto supone siempre la
actualización de otros, la deconstrucción y reconstrucción de referencias que
guardan alguna semejanza formal o estructural con el texto en cuestión, se está
desplazando el objeto de estudio precisamente hacía la definición de estos
términos (forma, estructura, similitud, diferencia), en donde la teoría semiótica y el
estructuralismo lingüístico aparecen de un modo importante. Es claro que la re-
definición de términos centrales, como texto o lectura, es uno de los principales
antecedentes y fundamentos de la discusión alrededor de la trans (inter)
6
En este sentido, la propuesta de Derrida se aleja de las primeras nociones de intertextualidad y se
acerca mucho más a lo que se denominaría luego “hipertextualidad”.
23
textualidad. Vale la pena, entonces, citar dos observaciones etimológicas al
respecto:
Aquí, por supuesto, la “ampliación de las acepciones” del texto pasa también por
la aceptación de discursos no literarios, como sugiere Kristeva, (el discurso
científico, el político, el filosófico y, para el caso que nos interesa, el publicitario),
pero también de formatos no alfabéticos (fonéticos), en donde la imagen, fija o en
movimiento, y otras posibilidades audiovisuales y (luego) multimediales son
entendidas también como textos. Los estudios de Christian Metz sobre el lenguaje
cinematográfico (Metz: 1971), Abraham Moles y Jean Baudrillard sobre la lectura
de los objetos (Moles: 1974, Baudrillard: 1969), confirman esta hipótesis en ese
mismo momento.
2.
En los años ochenta, la teoría de la intertextualidad fue consecutivamente
extendida a otros campos de la cultura, hasta el punto en que la confusión sobre
sus límites y posibilidades exigió una sistematización más compleja que la que
podían ofrecer las dicotomías estructuralistas, y menos radical que la
hermenéutica post-estructural. En este punto la discusión es amplia y no parece
24
sensato tratarla extensamente en este documento. Nos concretaremos a reseñar
dos episodios importantes de este proceso de sistematización de la
intertextualidad: la clasificación de Gerard Genette, en primer término; y, luego, la
discusión sobre los límites de la interpretación y el estatuto del lector.
25
hipertextualidad (Genette: 1989). En este punto hay que subrayar la importancia
de la categoría de hipertextualidad para la teoría contemporánea 8. Para la
dimensión mediática del campo publicitario el problema del hipertexto es
claramente central, no sólo por sus posibilidades técnicas o tecnológicas, sino por
las transformaciones cognitivas y performativas que supone.
Evidentemente, esta breve relación de los tipos transtextuales no pretende ser una
definición, únicamente quiere denotar las posibilidades de transformación y
negociación de los textos y los géneros, para subrayar, nuevamente, la legitimidad
de la inclusión del discurso publicitario (como género) en esta perspectiva de
estudio9.
8
Para una aproximación general al problema, ver Landow: 1997
9
Para una aproximación a los autores, los textos, los métodos y las variables de esta línea de
estudio, ver La aplicación de la intertextualidad al manifiesto publicitario, en Rodríguez y Mora:
2002. En este mismo libro se encuentran gran cantidad de ejemplos de mensajes publicitarios
analizados desde las categorías de la transtextualidad.
26
subjetividad) y la intención de la obra (el problema sobre los referentes) (Eco:
1965). Rodríguez y Mora usan estas categorías para analizar el discurso (género)
publicitario (2002: 51-61). Por supuesto, esta división tiene muchos matices y
variantes, pero es imposible reproducirlos aquí. Una segunda clasificación se
refiere a la distinción entre uso e interpretación de un texto. El primero estaría más
relacionado con la intención del lector, y en muchos casos haría de este, a su vez,
un autor; la segunda estaría ligada a la intención de la obra, en donde encontraría
sus propios límites. La posición de Eco a este respecto es que “si bien las
interpretaciones de un texto pueden ser infinitas, no todas son buenas, y aunque
no sabemos cuáles son las mejores, sí es posible determinar las que resultan
totalmente inaceptables” (Eco: 1998: 15). Luego, para el caso del uso de un texto,
este bien puede ser hermenéutico o simplemente práctico: en esta segunda
variable aparece claramente la construcción de mensajes publicitarios, en el
sentido en que sus ejercicios transtextuales descontextualizan y transforman
siempre las intenciones de autor, texto y lector.
3.
A partir de la anterior afirmación podemos aventurar algunos apuntes para
una teoría de la transtextualidad del mensaje publicitario. En primer lugar,
habría que diferenciar los géneros que entran a jugar un papel importante en la
construcción de estos mensajes; este ejercicio architextual puede producir
variantes sub-genéricas hasta el infinito, e incluso si nos limitáramos a reseñar los
géneros utilizados sistemática y reiteradamente (tradicionalmente) estaríamos
obligados a alejarnos bastante del tema de esta introducción; sin embargo, parece
importante señalar al menos el innegable ascendiente de las artes plásticas sobre
el género publicitario, desde el cartel hasta el video, pasando por el surrealismo, el
uso del psicoanálisis, ciertas gamas cromáticas, ciertas tendencias formales, y un
largo etcétera; incluso, según la propuesta de Baudrillard, el reality show y otros
fenómenos mediáticos tendrían un antepasado en el ready-made de las artes
plásticas, y, luego, en el performance (Baudrillard: 1996). Es posible continuar con
ejercicios similares, con la literatura, la información política, la psicología (…). Pero
27
mantener la caracterización architextual en las artes plásticas nos permite citar de
nuevo a Rodríguez-Mora para hacer una nueva articulación:
4.
La transtextualidad aparece entonces como una perspectiva teórica
importante en el estudio del campo publicitario. Más allá del texto publicitario (la
dimensión simple del mensaje), hay que asumir el problema de lo que la
publicidad significa como campo de transición, como dinámica transdisciplinaria
(no únicamente interdisciplinaria) que cuestiona la autonomía misma de sus
campos convergentes. Esta caracterización es posible desde la noción de
28
transtextualidad, y en ese sentido, su comprensión es esencial en el análisis del
discurso publicitario. Es posible extrapolar estas lógicas textuales o discursivas a
una descripción general. La publicidad, como campo, está reconfigurando
constantemente elementos de los campos disciplinares o sociales con los que se
toca, replicando de algún modo las lógicas de construcción de los mensajes
publicitarios. Es en este espacio en donde aparecen fenómenos como la
transculturación, o transculturalidad, cuya descripción en el contexto del campo
publicitario es uno de los principales objetivos de este documento.
5.
Es posible manejar la hipótesis de que el campo publicitario aparece como
un espacio de transición entre las dinámicas culturales, los procesos sociales y la
estructura económica de una sociedad. En este caso, es la creación de redes y
estructuras entre campos sociales lo que realmente interesa; no es posible reducir
la comprensión del campo publicitario a una sola dimensión (económica, política,
cultural). Limitar esta relación a la acusación simplista que supone a la publicidad
un instrumento de ciertos mecanismos de poder vagamente señalados no es más
que una caricatura. Al entenderse como simple “instrumento” o “herramienta” de
un sistema mayor, la publicidad reduciría su función y sus posibilidades a un
epifenómeno o un efecto mecánico 10. Aceptar sencillamente esta afirmación
equivale a negar el valor de los procesos de recepción, interpretación y uso de los
mensajes publicitarios, y, por lo tanto, a neutralizar las dinámicas sociales en la
esfera del consumo o frente a los medios masivos. Pero es precisamente en la
redefinición de estos espacios (el consumo y la comunicación masiva) en
donde la publicidad trasciende su utilidad en los procesos de mercadeo y
aparece claramente como un fenómeno social, creador de imaginarios
colectivos, de referentes culturales, de lógicas de socialización.
10
Habría que señalar una extensa literatura que, en un marco ideológico, entiende la publicidad
como un sistema que reproduce mecánicamente lógicas de dominación económica y cultural, y en
este sentido aparece como una excusa ideal para plantear teorías generales, en donde la inclusión
del problema publicitario no cambia un ápice posiciones previamente definidas. Sin embargo, este
documento no es el espacio adecuado para esa discusión.
29
De hecho, desde un punto de vista más amplio, que intenta ubicar el campo
publicitario en una esfera de lógicas de producción, valores de consumo y
referencias culturales globalizadas 11, éste aparece en una posición destacada;
en cierto sentido, se transforma en uno de los principales espacios de definición
de legitimidad de los comportamientos y los valores. Al menos, esta es la posición
de Renato Ortiz, que ve la publicidad como determinante de la cultura de
consumo, y a esta como articuladora de espacios sociales heterogéneos, valores
locales, etcétera. (Ortiz: 2004). Por otro lado, en esta reconfiguración del campo
social y de la legitimidad institucional aparecen otros espacios problemáticos,
como la convergencia de las estructuras productivas, la desterritorialización de los
mercados, etcétera, que cuestionan las estructuras políticas (Estado) e ideológicas
(Nación) de la modernidad. Este proceso de traslación y redefinición de funciones
(de la escala pública a la privada, principalmente) exige la movilización de los
campos sociales (Sklair: 2001). En este sentido, un campo de transición como la
publicidad parece llamado a señalar nuevos modelos operativos. Un ejemplo
preciso es la hipótesis de una “cultura internacional-popular” (Ortiz: 1998a, 1998b,
2004); ésta funcionaría como un sistema de comunicación que actúa por medio de
referencias culturales comunes: “Afirmar la existencia de una memoria
internacional-popular es reconocer que en el interior de las sociedades de
consumo se forjan referencias culturales mundializadas. Los personajes,
situaciones, imágenes vehiculizadas por la publicidad, las historietas, la televisión,
el cine, se constituyen en sustratos de esta memoria” (2004:132).
En este punto parece claro que entender la globalización desde una perspectiva
puramente económica equivale a forzar la definición de sus dinámicas y sus
efectos en otros campos; de allí la excesiva simplificación del análisis en torno a la
publicidad, que redunda en la gastada noción de cierta hegemonía económica y
cultural, en donde los procesos de transculturación parecen desarrollarse en una
11
No voy a entrar aquí (no parece pertinente) en la tópica discusión sobre las múltiples definiciones
de la globalización. También en este caso se trata muchas veces de un falso problema, al
pretender reducir el fenómeno a sus características económicas, políticas o culturales. Para una
visión panorámica del asunto: Beck: 2001. Para el problema de las relaciones entre cultura y
consumo: Ortiz: 2004 y Sklair: 2001
30
sola vía. Aquí la hipótesis del “imperialismo cultural” se olvida de los complejos
procesos sincréticos de recepción y, sobre todo, de la oposición dinámica entre los
campos sociales. Una cultura mundializada no implica el aniquilamiento de
las otras manifestaciones culturales; por el contrario, cohabita y se alimenta
de ellas, al punto en que se transforma ella misma.
6. Un caso.
En los muros de la Universidad Nacional, en Bogotá, aparecieron, a
mediados de abril de este año, una serie de graffitis que replicaban (¿ironizaban?)
31
la campaña publicitaria de Movistar, la compañía de teléfonos celulares. En los
letreros se leía: “espéraMe…”, con la letra “M” resaltada en color rojo. Movistar
utilizó el mismo término (espérame) en su campaña de expectativa, poniendo el
acento sobre la M, en color verde, que a su vez es el logotipo de la marca.
No interesa tanto qué anunciaban estos graffitis (que también, como en Movistar,
pretendían atrapar al espectador en esa elipsis), aunque cabe suponer que se
trataba de un grupo de izquierda, de un comentario social o político, en este caso
es lo de menos. Lo interesante en este asunto es la apelación a un mensaje
publicitario, que aparece en medios masivos, para la creación de un mensaje, en
principio, “no-publicitario”. Esta construcción intertextual supone la exigencia que
se hace al lector de (i) reconocer la cita o la alusión (a la campaña de Movistar, en
este caso), (ii) de diferenciar los géneros textuales en juego (architextualidad), o,
en este caso, de enmarcar el género “político” fuera del género publicitario
comercial, (iii) de ubicar el texto en un contexto específico –la universidad– y
diferenciar los contextos –los medios masivos– (paratextualidad) y (iv) de
comprender la intención de quién emite el mensaje. Por otro lado, es necesario
preguntar ¿por qué usar ese intertexto y no otro?, ¿en qué sentido la alusión a
Movistar podía aportar algo a lo anunciado por el graffiti? En este caso la
respuesta parece clara: la importancia del intertexto es su capacidad para facilitar
el reconocimiento. De este modo, quienes planearon la estrategia de
comunicación de la M roja en la Universidad Nacional, comprenden la eficacia de
la campaña de Movistar (basada especialmente en la redundancia y la tautología)
y deciden utilizar la referencia y transformar algunos elementos esenciales: el
color de la M, la tipografía y sobre todo, por supuesto, el medio y el formato.
32
qué?), el uso de los puntos suspensivos, denotan claramente una estrategia
retórica de expectación, que además se repite sistemáticamente, en distintos
lugares, constituyendo una “campaña de expectativa”. De modo que uno puede
preguntar, incluso, ¿hasta qué punto determina el discurso publicitario la
capacidad de producción intertextual de la cultura en que participa? De hecho,
esta sola pregunta es ya un objeto de investigación suficientemente
importante, complejo y sugerente, como para articular los esfuerzos teóricos del
programa de publicidad durante un buen tiempo.
33
incluso los colores corporativos (rojo, blanco y negro), y varios índices gráficos (las
burbujas, las ondas). El grado de complejidad alcanzado por la relación
transtextual entre la publicidad y estos graffitis nos hace pensar que el estudio
simple de las referencias formales no es suficiente. Hay allí un intertexto
ideológico, difícil de deconstruir, que precisamente sugiere un nuevo espacio
problémico.
No hay que insistir demasiado en las posibilidades de estudio en estos casos para
notar la necesidad de extrapolarlos a otros procesos de apropiación (irónica,
paródica, ingenua, imitativa) de elementos publicitarios, sin hablar ya del
gigantesco campo de estudio que constituye la llamada “publicidad popular”, en
donde las referencias locales, circunstanciales, los usos de los mensajes y, en
general, los procesos de recepción, apropiación y transformación en contextos
específicos, se ponen de manifiesto. Por supuesto, también es posible hacer el
análisis inverso: el uso y la transformación de referencias culturales en el
discurso publicitario. En ambos casos, es necesario trascender las
perspectivas disciplinares que tradicionalmente han definido el estudio de la
publicidad, desde fuera, para constituir una disciplina que lo haga desde
adentro.
Bibliografía
34
BAJTÍN, Mijail: Problemas de la poética de Dostoievski [1929] (Fondo de Cultura
Económica, 1986)
BARTHES, Roland: La muerte del autor [1968] y De la obra al texto [1971], en El
susurro del lenguaje. Más allá de la palabra y de la escritura (Paidós, 1988)
____________: Elementos de semiología (Alberto Corazón, 1971)
BAUDRILLARD, Jean: El sistema de los objetos (Siglo xxi, 1969)
____________: Crítica de la economía política del signo (Siglo xxi, 1974)
____________: “La escritura automática del mundo”, en El crimen perfecto
(Anagrama, 1996)
BAUMANN, Zygmunt: La Sociedad Individualizada (Cátedra, 2001)
BECK, Ulrich: ¿Qué es la globalización? Falacias del globalismo, respuestas a la
globalización (Paidós, 2001)
CASTELLS, Manuel: La era de la información. Economía, sociedad y cultura
(Alianza, 1997)
CAZENEUVE , J.: La sociedad de la ubicuidad (Gustavo Gili, 1978)
COLÓN, Eliseo: “Pensar las discursividades: sociedad de la información y sus
nuevas redes discursivas, el caso de la neotelevisión y sus prácticas simbólicas”,
en Diálogos de la Comunicación No.
CONTURSI, María Eugenia y FERRO, Fabiola: La Narración. Usos y teorías
(Norma, 2000)
____________: Publicidad y Hegemonía (Norma, 2001)
DE LA TORRE, Renée: “Crisis o revaloración de la identidad en la sociedad
contemporánea”, en Nómadas No. 16 (DIUC, Abril 2002)
DERRIDA, Jacques: La diseminación (Fundamentos, 1975)
_____________: De la gramatología (Siglo xxi, 1984)
DOBB, Maurice: Teorías del valor y de la distribución desde Adam Smith.
Ideología y teoría económica (Siglo XXI, 1980)
DORFLES, G.: Símbolo, comunicación y consumo (Lumen, 1967)
ECO, Umberto: Obra abierta (Seix Barral, 1965)
___________: Apocalípticos e integrados (Tusquets, Fábula, 1995)
___________: Los límites de la interpretación (Lumen, 1998)
35
EWEN, Stuart: Todas las imágenes del consumismo. La política del estilo en la
cultura contemporánea (Grijalbo, los Noventa, 1991)
GALBRAITH, John K.: La sociedad opulenta (Ariel, 1987)
GARCIA CANCLINI, Néstor: Consumidores y ciudadanos. Conflictos multiculturales
de la globalización (Grijalbo, 1995)
GELL, Alfred: “Los recién llegados al mundo de los bienes: El consumo entre los
gondos muria”, en La vida social de las cosas. Perspectiva cultural de las
mercancías. Obra citada. p. 143-175
GENETTE, Gérard: Palimpsestos. La literatura en segundo grado (Taurus, 1989)
GILROY, Paul: “Los Estudios Culturales Británicos y las Trampas de la Identidad”,
en Estudios Culturales y Comunicación. Análisis, producción y consumo cultural
de las políticas de identidad y el postmodernismo (Paidós, 1998)
GODELIER, Maurice: Racionalidad e irracionalidad en economía (Siglo XXI, 1982)
HOPENHAYN, Martín: “Sobre la permanencia y mutabilidad del sujeto en tiempos
de secularización radical”, en Diálogos de la Comunicación No. 50 (Octubre de
1997)
_________________: “El reto de las identidades y la multiculturalidad”, en Pensar
Iberoamérica No. 0 (OEI, Febrero de 2002)
HORKHEIMER, Max y ADORNO, Theodor: Dialéctica del iluminismo
(Sudamericana, 1969)
36
MARTÍN BARBERO, Jesús: “Tecnicidades, identidades, alteridades: des-
ubicaciones y opacidades de la comunicación en el nuevo siglo”, en Diálogos de la
Comunicación No. 64 (2002)
MARTÍN SERRANO, Manuel: La producción Social de la Comunicación (Alianza,
1968)
MARX, Carlos: El Capital. Crítica de la Economía Política (FCE, 1959)
MATTELART, Michelle y Armand. “La recepción: el retorno al sujeto”, en Diálogos
de la Comunicación No.
METZ, Christian: Ensayos sobre la significación en el cine (Tiempo
Contemporáneo, 1971)
MOLES, Abraham: Teoría de los objetos (Gustavo Gili, 1974)
ORTÍ, Alfonso: “La estrategia de la oferta en la Sociedad neocapitalista de
consumo: génesis y praxis de la investigación motivacional de la demanda”, en
Política y Sociedad No. 16 (Universidad Complutense, 1994)
ORTIZ, Renato : Los artífices de una cultura mundializada (Siglo del Hombre,
1998a)
__________: Otro territorio: ensayos sobre el mundo contemporáneo (Convenio
Andrés Bello, 1998b)
__________: Mundialización y cultura (Convenio Andrés Bello, 2004)
PÉREZ TORNERO, J.M., Tropea, F., Sanagustín P. y Costa P.O.: La Seducción de
la Opulencia (Paidós, 1992)
PISCITELLI, Alejandro: Ciberculturas en la era de las máquinas inteligentes
(Paidós, 1995)
RHEINGOLD, H.: La comunidad virtual (Gedisa, 1996)
RODRÍGUEZ, Raúl y Kiko Mora: Frankenstein y el cirujano plástico. Una guía
multimedia de semiótica de la publicidad (Universidad de Alicante, 2002)
SKLAIR, Leslie: Sociología del sistema global (Gedisa, 2001)
TAYLOR, Charles: Fuentes del Yo. La construcción de la identidad moderna
(Paidós, 1986)
THOMPSON, John B.: Los Media y la Modernidad. Una teoría de los medios de
comunicación (Paidós, 1998)
37
VEBLEN, Thorstein: Teoría de la clase ociosa (FCE, 1974)
WHITE, Hayden. El Contenido de la Forma. (Paidós, 1992)
38