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Tercera carta de Ella a Él

Querido amor:

Como una gota testaruda desintegrándose en un cazo de


metal, como la cadencia de la fatiga, como los chillidos
que vienen de fuera, hay una idea que se atrinchera en mi
cabeza y que quiere ver la luz.

Te miro y te reconozco. Y pienso que no sé quién eres


porque apenas soy capaz de saber quién soy yo. Porque no me
recuerdo en esta mujer que está aburrida de respirar este
aire que expulso, envenenado de sangre, hasta encharcar mis
pulmones de asco, rabia y fracaso. El fracaso huele a perro
mojado, ¿no lo has notado? Toma aire. Yo me ahogo en él.

No almaceno fuerzas para el invierno porque habitamos en el


hielo, dejando que nuestros dedos, que nuestros labios, se
adhieran a él. Solo arrancándonos la piel podríamos avanzar
un paso más para volver a sentir como la escasa humedad de
la planta del pie se hiela instantáneamente al entrar el
contacto con el suelo gélido, con el aliento de niebla.

¿Recuerdas como se llamaban aquellos pájaros que morían de


amor? ¿Aquellos que siempre iban en pareja y que si uno de
ellos se escapaba, o fallecía, a los pocos días, el otro
agonizaba de tristeza? Pues no es cierto. Siempre supe que
no era cierto. No mueren de amor y tampoco necesitan ser
dos. Esa es la historia que cuenta el dependiente de la
tienda para que compres dos en vez de uno, para que tu
conciencia no te permita salir de ahí reivindicándote a ti
misma en lugar de hacerlo en la mirada de los demás. Pero
somos especialistas en creer mentiras. De eso va la vida.
De creer. Y no hay verdades capaces de sanar tanta mirada
seca y tanto corazón deshidratado. De esos desperdicios
vamos a alimentarnos a partir de ahora.

No soporto más este frío, este pozo al que me he tirado


como una adolescente insensata que solo atiende a las
señales de peligro cuando ya no le quedan uñas para arañar
la piedra.

Abrígame, hace frío dentro.

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