con esas caricias que dilataban tu sudor y que hoy martillean mi memoria con la perseverancia de una mala conciencia. Pero apenas puedo moverme de esta silla si no es para cumplir con las necesidades mínimas que reclama esa parte de mi cuerpo que aún se reconoce humana. Sin embargo, mi pensamiento se fue contigo el mismo día. A la misma hora. Pero en otra dirección. Y no ha dejado de viajar desde entonces. De escalar montañas rocosas y bañarse en aguas templadas. De imaginar otra vida. Otra muerte.
Son muchos los silencios. Tantos que
pensé que no sería capaz de sobrevivir sin ellos. Y en esta soledad que provocó tu ausencia, solo rota por los chillidos de alfileres que venían de fuera, sentí el abrigo de la nostalgia. Y me acostumbré a su tacto sin imponer resistencia, como esa fatiga que nos causaban las botellas de vino negro que bebíamos en los almuerzos. Ahora solo hay manzanas que ni siquiera parecen manzanas.