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EL ESTILO ACTUACIÓN PÚBLICA DE NÉSTOR KIRCHNER

1. Introducción

Ensayar una reflexión sobre un liderazgo que se mantiene vigente, sobre un período
político aún en curso –incluso podríamos decir: todavía en formación–, es siempre una tarea
compleja, debido a que la ausencia de un desenlace conocido para el período condiciona la
labor teórica. No obstante, hemos asumido el desafío, con la intención de acercar una
reflexión posible sobre un fenómeno cuya notoriedad no parece necesario subrayar. Nos
referimos al estilo de actuación pública de Néstor Kirchner.

1.1 El 19 y 20 de diciembre de 2001

Se torna difícil pensar cualquier problema político en la Argentina actual sin


reflexionar sobre los hechos acaecidos el “19 y 20 de diciembre de 2001”. Por ello, para
pensar el estilo de actuación pública de Néstor Kirchner, quisiéramos preguntarnos: ¿Por qué
aquellas jornadas de protesta no tienen nombre? ¿Por qué ninguno de los intentos de nominar
al conjunto de hechos que culminaron con la renuncia de Fernando De la Rúa logró
imponerse? De hecho, aún hoy seguimos llamándolo por su acotación temporal (“19 y 20 de
diciembre”), y ninguna de las denominaciones metonímicas que se ensayaron para ellas
(“argentinazo”, “cacerolazo”, entre otras) se instaló ni en el ámbito académico, ni en el
político, ni en los medios masivos de comunicación. Una posible explicación para esta
carencia sería que la dificultad para colocar estos acontecimientos en una narrativa hizo difícil
ponerles un nombre. Es decir, si no podemos explicarnos desde dónde surgieron aquellos
hechos, sus orígenes, sus causas, los factores que favorecieron ese desenlace, no podremos
ponerles un nombre, adjudicarles un sentido, comprender su significado político.1

1
El filósofo Paul Ricoeur (2000) sostiene que entre la Historia (como disciplina) y la narración opera una
relación indirecta, cuya principal coincidencia está dada por la convivencia de la explicación. En algún sentido,
ambas explican el episodio que tratan, aunque la Historia se vea obligada a exponer de modo más taxativo esa
explicación y la narración pueda permitirse apenas un encadenamiento causal. En cualquier caso, nos
La identificación de los episodios en cuestión con el lapso de tiempo en que tuvieron
lugar se comporta como una metonimia basada en la permutación de una parte de esos rasgos
(el intervalo temporal) por la totalidad de ellos (sus consecuencias, su intensidad, sus causas,
su lugar de desarrollo); esta construcción figurativa apunta a identificar, a sellar en la
memoria, los acontecimientos a partir de algún rasgo particular. Si repasamos antecedentes
equivalentes encontraremos que el llamado “Cordobazo” recibió su nombre por una mezcla
entre el lugar en que se desarrollaron los hechos (la provincia de Córdoba) y la intensidad de
los incidentes. Por su parte, la llamada “Noche de los bastones largos” quedó identificada por
las armas que portaban las fuerzas de seguridad que ingresaron en la Facultad de Ciencias
Exactas de la UBA y el momento en que se desarrollaron. En el caso que nos convoca, en
cambio, tal identificación pasó por su anclaje temporal: los acontecimientos se desarrollaron
entre la noche del 19 de diciembre y la tarde-noche del 202 y, por ello, reciben el nombre de
“19 y 20 de diciembre”. Lo extraño es que en este acontecimiento (justo en éste) la
identificación pase por el intervalo temporal, como si ninguna de sus otras características
hubiera logrado instalarse como dominante en el conflicto.
Por ello, da la sensación que la dificultad para narrar las circunstancias que
desencadenaron esos hechos favorecen su falta de nombre o, a lo sumo, que el nombre que
tienen presente como característica se concentra en el factor temporal. De decho, cuando
habían pasado sólo algunos meses de aquellos días, Eduardo Rinesi (2002) se preguntaba si lo
sorprendente de aquellos hechos para las Ciencias Sociales argentinas respondía a que ellas
habían estado “mirando para otro lado” durante los años anteriores. En el mismo texto, Rinesi
planteaba que esa “sorpresa” se originaba en no haber atendido al movimiento que se había
gestado en las múltiples formas de la protesta social y en el que había que rastrear los inicios
de la furia que estalló en los últimos días de diciembre de 2001. Bajo la concepción de
narrativa de Paul Ricoeur, según la cual toda narrativa implica una explicación, proponemos
que en esta innominación del 19 y 20 de diciembre opera una inexplicación de las causas de
esos hechos. Nadie lograba explicar lo que había pasado, lo que estaba pasando, porque nadie
podía construir una narración a partir de ello.

preguntamos si la ausencia de una narración explicativa sobre el 19 y 20 de diciembre no es uno de los motivos
que explican su falta de nombre.
2
Alguien podrá decir, con toda razón, que los acontecimientos comenzaron mucho antes, con los saqueos de casi
una semana atrás, o incluso antes con otro tipo de prácticas de protesta. No obstante, cuando se alude a estos
hechos por lo general se toma en cuenta la primer manifestación hacia plaza de mayo luego del mensaje del
entonces presidente Fernando De la Rúa por Cadena Nacional hacia la medianoche del 19 y hasta poco después
de la renuncia de este último cuando se desconcentró la manifestación en el mismo sitio.

2
Lo que ocurrió en aquellos días es algo que sucede en ocasiones muy poco comunes
pero sumamente ricas: una crisis de sentido. Las múltiples voces que sonaron en aquel
momento intentaron explicar aquellos hechos pero ningún dirigente, ningún actor político (ni
individual, ni colectivo) logró instalar una narrativa dominante de los acontecimientos, de sus
orígenes y del destino que dibujaban para la sociedad argentina. Hasta la aparición en escena
de Néstor Kirchner, ninguno de los actores políticos involucrados (ni los que protestaron, ni
los que fueron objeto de la protesta) habían logrado que la crisis de sentido que se produjo en
esos días fuera ordenada a partir de alguna significación en particular. Creemos que Kirchner
sí logró hacerlo y queremos saber cómo.
Pensar en Kirchner como heredero de aquellas jornadas implica pensar que éste
retomó de sus demandas, símbolos, figuras. Pero no hizo sólo eso, además de recuperar estos
elementos, los reinterpretó a su modo, hizo suyas algunas de las demandas, le agregó otras
nuevas y puso todo a funcionar sobre un andamiaje semiótico original. Kirchner pudo porque
utilizó el desorden para construir un estilo de actuación pública que aquí intentaremos definir.
La crisis de sentido a la que nos referimos se originaba en una acción que desde fuera
del campo político establecido forzó un cambio en las condiciones del mismo. Estas nuevas
condiciones del escenario político argentino abrieron una lucha política por la imposición del
sentido del 19 y 20 de diciembre de 2001, esa “falta de nombre” o “falta de relato” a la que
nos referimos más arriba no es otra cosa que la expresión retórica de una indefinición política:
la Argentina carecía de una palabra política3 que ordenara los textos que por ella circulaban.4
No había en la Argentina una “falta de sentido”, cosa difícil de pensar, sino que había una
multiplicación exponencial de las interpretaciones posibles sobre los hechos, sus causas y las
alternativas que se presentaban hacia el futuro. La inexistencia de una “palabra política”, en
términos de Landi, impedía sintetizar esas argumentaciones en construcciones políticas
mayoritarias que recuperaran el entusiasmo perdido.
En ese sentido, el propio Landi ya había efectuado un análisis similar en dos
momentos que, con sus diferencias, habían mostrado un funcionamiento en algún sentido
análogo: la salida de la dictadura militar en 1983 y el colapso del gobierno radical en 1989.
En ambas ocasiones, observaba Landi (1987, 1991), los políticos que surgieron como líderes
de ambas crisis, Raúl Alfonsín y Carlos Menem, lo hicieron gracias a que lograron sintetizar

3
Tomamos este concepto de Oscar Landi (2000) quien entendía que la palabra política tiene la capacidad de
ordenar, a partir del ejercicio textual, los hechos o problemas que atraviesa la sociedad.

3
las interpretaciones existentes sobre la crisis: no sólo sintonizaron con la situación de esos
años, sino que les imprimieron un sello personal que les permitió ocupar un lugar de
liderazgo. En esta ocasión, diciembre de 2001, la situación fue más compleja: la crisis de
sentido fue más profunda y el actor-interpretante tardó más en aparecer.
En efecto, la conflictividad, a pesar de haber sido apaciguada por la gestión Duhalde,
no fue resuelta en términos políticos: los mismos factores que derrumbaron al gobierno de De
la Rúa se mantenían latentes. A pesar de los esfuerzos de Duhalde para que el sistema
institucional lograra encauzar el conflicto y pudiera reinterpretarlo en sus propios términos,
por aquellos días la política parecía respirarse en las calles: una sensación de que todo podía
subvertirse movilizaba la vida social de los argentinos.
No obstante el clima enrarecido, la salida institucional no supuso una ampliación de
los espacios de decisión o discusión hacia la ciudadanía en general, sino más bien todo lo
contrario: el nuevo presidente había sido elegido por la Asamblea Legislativa de un modo más
que indirecto. Aquel acontecimiento, entonces, que tanto convulsionó la política argentina no
había sido lo suficientemente “convulsivo” como para provocar la convocatoria inmediata a
elecciones presidenciales. O, al menos, hubo algo de aquellos acontecimientos que impidió
que fueran todo lo contundentes que aparentaron: esa carencia fue uno de los elementos que
permitieron que la gestión de Eduardo Duhalde en la Casa Rosada pudiera consolidarse. Pese
a lo inestable de su situación inicial, y contra muchos pronósticos adversos, el presidente
Duhalde logró evadir los huracanes que lo rodearon y permanecer en el cargo durante 17
meses. ¿Su mayor fortaleza? Repetir, casi hasta el hartazgo, que las sociedades soportaban
“todos los estados, salvo la anarquía” y que su función en la Argentina de aquellos días era –
precisamente– evitar la anarquía. Tuvo, para eso, la percepción clara del poder de decisión y
negociación que suponía ejercer la Presidencia de la Nación. Aquella indefinición sobre el
desenlace del conflicto, que introducíamos más arriba, permitió que la salida institucional (la
gestión de Duhalde) pudiera consolidarse con el tiempo, incluso navegando en un mar de
dificultades, apelando a (sólo) uno de los componentes de la política: el orden. Duhalde llegó
a la presidencia de la Nación con un claro objetivo: poner orden; y para la ejecución de ese
objetivo no fue selectivo con las herramientas a su disposición: negoció, persuadió, intimidó,
reprimió y hasta cedió, cuando necesitó hacerlo, en su afán por poner a la Argentina en orden.
Y acaso lo logró, pero esa construcción tenía límites que no tardaron en aparecer.

4
Esto de ningún modo quiere decir que la crisis política haya sido “traducida” como indefinición retórica sino

4
A pesar de que Duhalde pudo contener la crisis, los elementos que habían tumbado a
De la Rúa continuaban en pie y no tardaron en reaparecer, entonces supo que había llegado el
momento de adelantar la entrega del poder. La ebullición se mantuvo suspendida y se
mantendría así hasta que alguien fuera capaz de capturar esos significados que no encontraban
un anclaje político, para reconstituir la política argentina de la poscrisis. Quizás el mismo
Duhalde lo percibió así y cuando notó que ya nada podía hacer en ese aspecto convocó a
elecciones anticipadas para elegir un nuevo presidente. Por aquellos días, luego de una
protesta callejera dos manifestantes fueron asesinados por la policía en el Puente Pueyrredón.
Tras esos hechos, Eduardo Duhalde decidió adelantar las elecciones aproximadamente 6
meses. Estos hechos pueden considerarse como la expresión más concreta (y fatal) de la
conflictividad latente que describimos. Cuando anunciaba su decisión, el entonces presidente
afirmaba que consideraba que el ciclo se había cumplido, que se retiraba habiendo
solucionado algunos problemas pero no otros. A distancia, todo parece indicar que su orden
fue eficaz para mantener cierta estabilidad social mínima, pero la situación política exigía otro
tipo de soluciones que no estaban al alcance de Duhalde.
Las elecciones se realizaron y arrojaron como resultado una escasa diferencia entre los
cinco candidatos más votados, entre los que no había más que un 10% de diferencia. De
acuerdo con lo establecido por la legislación argentina, si un candidato no alcanza, al menos,
el 45% de los sufragios debe realizarse una segunda vuelta entre primero y segundo para
dirimir la elección. Esta segunda vuelta debía realizarse entre el candidato más votado, Carlos
Menem, y su seguidor más inmediato, Néstor Kirchner. Sin embargo la segunda vuelta no se
realizó debido a que Menem se retiró de la misma previendo una derrota estrepitosa. Así,
Néstor Kirchner accedió a la presidencia con un 22% de sufragios, un hecho que condicionaba
su mandato.
El resultado electoral era expresión de una sociedad que no podía reconocerse
políticamente: la fragmentación del resultado electoral, sumado a un mapa político/social
atomizado de las múltiples formas de la protesta callejera (alejada de la improvisada
confluencia de 2001) presentaban un escenario complejo para la construcción de poder que
Kirchner necesitaba si pretendía sobrevivir en la Casa Rosada. Ante semejante escenario, era
perfectamente posible darle continuidad a lo hecho por Duhalde: profundizar la construcción
del orden intentando apaciguar todos los focos de conflicto. Sin embargo, Kirchner aprovechó

que se trata de fenómenos simultáneos e inseparables.

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lo hecho por Duhalde pero sin perder de vista lo que había pasado antes, que había volteado a
De la Rúa y condicionado fuertemente a su sucesor. Una interpretación posible del estilo de
Kirchner es que la combinación de orden y conflicto permitía que mantuviera conexiones con
las jornadas más álgidas de 2001 y con los reclamos de estabilidad de 2002.
Las acciones de Kirchner pueden leerse a partir de una tensión que constituye a la
política y que presenta dos momentos o dimensiones: la institución y la ruptura. Desde luego
que no se trata de que Kirchner tenga un interés por la “esencia” de la política, sino que son
categorías teóricas con las que intentamos pensar lo que éste hace y dice.5 Kirchner llegó a la
Presidencia de la Nación heredando elementos de dos momentos políticos diferentes, los
cuales condicionan su estilo de actuación pública. Pero esos elementos se transforman en su
estilo cuando éste les imprime su especificidad, los hace suyos.
Entonces, si Duhalde produce un sentido sobre los acontecimientos de 2001, a partir
de la reconstrucción del orden; Kirchner produce otro sentido al ofrecer otra interpretación del
pasado y del presente: para superar la crisis no sería necesario (sólo) reconstruir el orden sino
también recuperar algunas de las demandas de ruptura del 19 y 20 de diciembre. Por ello,
trataremos de estudiar cómo aparece en el estilo de actuación pública de Kirchner una
especial variante del discurso político caracterizada por la presencia de una tensión entre lo
institucional y lo rupturista.
A su vez, por la propia dinámica de circulación de los discursos sociales, su discurso
provoca la aparición de un conjunto de discursos en reconocimiento6 –“lecturas posibles”
sobre el mismo– que son algunas de las que este enunciado admite pero, por cierto, no son
todas las lecturas posibles. Son las que una sociedad admite en una época específica, esta
reducción responde a un particular “estilo de época”7. Uno de los lugares donde este estilo de

5
Según Rinesi (2003) la tensión entre la política institucional y la política rupturista se corresponde con dos
maneras de concebir (y de hacer) la política. La primera de esas concepciones refiere a instancias de poder
formal que, organizadas a partir de entidades jurídicas abstractas, organizan la vida social y política de las
comunidades. La segunda, menos visible y habitualmente más resbaladiza, apunta a lo que la política suele tener
de conflicto o de desorden. Diversas acciones que se llevan adelante con la intención de romper los límites
establecidos del escenario político o poner en crisis esos límites responden a este tipo de lógica. En cualquier
caso, hay que tener en cuenta que se trata de dos lógicas de la política que se encuentran en permanente puja y
que, incluso, en más de una ocasión se permiten permutaciones a través de las cuales acciones de tipo
institucional provocan efectos de ruptura y viceversa.
6
El concepto de “discurso en reconocimiento” (Verón, 1987) designa a los discursos que funcionan como
lecturas de un discurso pretérito del que presentan huellas, como las unidades mínimas de remisión de sentido.
En este caso nos referimos a los discursos que funcionan como lecturas sociales de las acciones y expresiones
del Presidente.
7
El concepto de “estilo de época” (Steimberg, 1992) se refiere al conjunto de textos, prácticas y dispositivos que
caracterizan el “modo de hacer” de una época determinada.

6
época se manifiesta es en los medios masivos de comunicación, que son una instancia de
producción y consolidación de buena parte de los rasgos constitutivos de ese estilo. Además,
es en los medios masivos de comunicación, particularmente en los géneros informativos,
donde tiene lugar un tipo de construcción de los episodios políticos que funciona como
discursos en reconocimiento de aquellos. En efecto, buena parte de lo que recibimos sobre lo
hecho y dicho por los dirigentes políticos tiene que ver con construcciones realizadas por los
medios masivos de comunicación y por ello las lecturas que éstos realizan resultan de
importancia. Esto es especialmente importante en las situaciones caóticas, donde los medios
despliegan su capacidad para actualizar la información rápidamente y sintonizan con mucha
facilidad con las necesidades de la sociedad de mantenerse informada casi en tiempo real. Por
su parte, es muy difícil para los partidos políticos alcanzar tal velocidad para adaptarse a
situaciones tan caóticas.8 En escenarios caóticos, como el que vivimos en diciembre de 2001,
la capacidad de los medios para entregar información actualizada en tiempo real se
contrapone a la de actores políticos que parecen reaccionar muy tarde a los acontecimientos
que se van desarrollando. En el caso específico de diciembre de 2001, el pormenorizado
relevamiento que los medios realizaron sobre cada situación que se iba generando contrastaba
con la imagen de un Gobierno Nacional que parecía no tener real noción de las situaciones
que se vivían.9 La incapacidad que mostraron los dirigentes para ofrecer alternativas
superadoras a la crisis en la que se encontraba la Argentina hacía que éstas quedaran en
manos de los medios que, si bien no ofrecían salidas concretas a la crisis, al menos entregaban
una velocidad en la actualización de la información que generaba una ilusión de control sobre
la misma.
Con el paso de aquel cimbronazo de diciembre de 2001, y ya con Duhalde en la
presidencia, la situación comenzó a cambiar: Duhalde comprendió la función que cumplían
los medios por aquellas horas y comenzó a hablar ante cuanto micrófono le pasara cerca, eran
días de muchas apariciones suyas en los medios y de explícitos llamamientos a “reconstruir el

8
Esta operatoria la había descripto Oscar Landi (1991) cuando analizó la relación política-medios en el caos
hiperinflacionario de 1989.
9
Como ejemplo de lo dicho sobre los medios masivos bastaría con citar la cobertura realizada por cualquiera de
los canales de noticias, aun por los canales de televisión abierta, o por las radios en aquellos días. En cuanto al
Gobierno, se pueden mencionar dos muestras claras de lo dicho: una declaración del por entonces Ministro del
Interior, Ramón Mestre, que afirmó, a las 11 hs. del 19 de diciembre, desconocer la existencia de saqueos cuando
ya se habían desarrollado acontecimientos de ese tipo en varias provincias; o la conferencia de prensa del vocero
presidencial, Juan Pablo Baylac que, a las 19 hs. del mismo día, leyó una suerte de “diagnóstico presidencial”
que parecía demasiado alejado de la realidad al poner el acento más en el matiz “delictivo” de aquellos hechos
que en su significado político o social.

7
orden”. De hecho, tal fue el nivel de participación de Duhalde en los medios que hasta tuvo un
programa radial propio, convirtiéndose en el primer jefe de estado en presentar tal
particularidad.10 No obstante, su imagen ya se encontraba muy cuestionada (incluso antes de
asumir) y los incidentes ya mencionados en el Puente Pueyrredón volvieron insostenible la
situación. Para evitarlo no le alcanzó con tener una presencia sólida en los medios masivos de
comunicación, era necesario también que la construcción que los medios realizaban de él lo
separara de quienes eran identificados como culpables de los males que vivía el país y eso
nunca sucedió, como tampoco sucedió en la opinión pública. Duhalde tuvo una ingeniosa
manera de relacionarse con los medios, aunque esta relación fue efímera.
Kirchner, por su parte, marcó una clara diferencia entre la campaña electoral y la
presidencia. Mientras que en la campaña aparecía en repetidas ocasiones en los medios
masivos de comunicación, una vez alcanzada la Presidencia de la Nación cambió de
estrategia: no concurrió casi a ningún programa de televisión como invitado. En cambio, optó
por intentar llevar a la televisión a su propio territorio: el acto oficial y la presentación
grandilocuente; espacios en los que pudiera imponer sus reglas de juego. En el último capítulo
de este trabajo evaluaremos en qué medida lo logró.

10
Los sábados por la mañana Radio Nacional emitía el programa “Conversando con el Presidente” en el que
Duhalde disertaba sobre la situación del país.

8
2. El conflicto como producción del orden

La conflictividad es el rasgo que con mayor frecuencia se señala como característico


del estilo de Néstor Kirchner. Al presidente –suele decirse– le gusta enfrentar a sus
circunstanciales adversarios más que buscar instancias de consenso o de acuerdo con ellos,
aún en los casos en los que no parecería necesario. En este tipo de consideraciones, el
conflicto es identificado como una característica negativa, como un defecto. En este apartado
analizaremos el lugar que ocupa el conflicto en el estilo de actuación pública de Néstor
Kirchner.
En la introducción sugeríamos que la política supone una tensión entre dos
concepciones: una ligada a lo institucional y al orden y otra ligada a la acción y a la eventual
ruptura de ese orden. El conflicto tiene una relación inmediata con la ruptura ya que esta
concepción supone que la política puede mostrar una pretensión omniabarcativa e intentar
alcanzar a todos los ámbitos de la práctica social. El conflicto, en este contexto, suele expresar
concretamente esas intenciones de ruptura del orden establecido. Existe entre ambos una
relación de contigüidad: si la ruptura es la lógica política, el conflicto es el modo en que se
expresa en los hechos. En ese sentido, pensar un liderazgo político a partir de la noción de
conflicto supone hacerlo a partir de los complejos procedimientos en los que los diferentes
actores sociales disputan espacios de poder y acceden a ellos, o los resignan, en un intrincado
juego de discusiones y consensos.
En nuestro caso particular, Néstor Kirchner es un presidente que accedió al Ejecutivo
con un escaso margen de votos favorables. Sin embargo, en poco tiempo supo invertir tal
carencia a fuerza de desafíos a otros actores que, en su mayoría, optaron por ceder ante su
presión. En este sentido, podríamos pensar en dos modos posibles de manejar el problema de
la alteridad en la democracia. Uno de ellos, al que podríamos llamar consensualista, intenta
que la heterogeneidad propia de las relaciones políticas sea subsanada a partir de acuerdos en
los que las partes deberán ceder una porción de sus intereses para alcanzar el equilibrio, aun
cuando las diferencias generales se mantienen más allá del acuerdo alcanzado. El otro modo,
al que podríamos llamar conflictivista, se basa en una estrategia que consiste en no desalentar,
sino, al contrario, en animar el enfrentamiento entre la propia posición y las contrarias, en
propiciar una confrontación en la que cada uno de los adversarios expone sus fuerzas y
recursos y –casi en todos los casos– uno se alza con la victoria. Si bien esta segunda

9
alternativa es más riesgosa que la otra al reducir los posibles desenlaces al triunfo de uno de
los adversarios identificados, es mucho más eficaz en la formación de un límite sólido que
reduce las posibilidades a sólo dos, correspondientes a las dos posiciones en conflicto. Es
evidente que el estilo de actuación pública de Néstor Kirchner se acerca mucho más a este
segundo modo que al primero. Sin embargo, es necesario explorar un poco más en sus
características. Para ello, vamos a referirnos a dos de esos episodios que parecen ser
representativos de esa estrategia: la crisis con la Corte Suprema de Justicia y la disputa por los
actos conmemorativos del 28° aniversario del inicio de la dictadura militar, llevados a cabo el
24 de marzo de 2004.

2.1 La crisis con la corte suprema de Justicia

La crisis con la Corte Suprema estalló pocos días después de la asunción de Kirchner,
su por entonces Ministro de Justicia, Gustavo Béliz, se refirió públicamente a la composición
del mencionado cuerpo, y más específicamente a la llamada “mayoría automática”, asociada
al menemismo, en términos críticos. Por su parte, la Corte contestó a través de su presidente
Julio Nazareno quien respondió en tono desafiante a la supuesta intención del oficialismo de
llevarlo a Juicio Político a él y a otros miembros del máximo tribunal. En ese momento se
produjo quizá el primer gesto audaz de Kirchner durante el conflicto: envió un mensaje por la
Cadena Nacional de Radio y Televisión en el que solicitó a la Comisión de Juicio Político de
la Cámara de Diputados de la Nación que instrumentara los pasos necesarios para someter a
los jueces cuestionados a Juicio Político. Tiempo después, varios de los magistrados habían
renunciado para evitar un Juicio Político que se preveía inevitable mientras que algunos de
ellos, como Eduardo Moliné O’Connor, afrontaron la mencionada instancia siendo en todos
los casos destituidos.
En este conflicto identificamos cuatro aristas centrales: el aprovechamiento de la
existencia de una demanda social previa, la construcción de un enemigo, el uso de la Cadena
Nacional y el esfuerzo por garantizarse el triunfo.
En primer lugar, cuando nos referimos al montaje sobre una “demanda social previa”
lo hacemos pensando en las muchas manifestaciones que tuvieron lugar con respecto al
supuesto mal desempeño de la Corte Suprema de Justicia en general y de la apodada “mayoría

10
automática” o “mayoría menemista” en particular.11 En tal sentido, es de destacar que en la
segunda mitad de la década de 1990, y especialmente luego de la salida del menemismo del
poder, tuvo lugar un creciente cuestionamiento de este conjunto de jueces, siendo ésta una de
las críticas centrales de la Alianza durante la campaña electoral que culminó con la
consagración de Fernando De la Rúa en 1999. Sin embargo, una vez en el poder el gobierno
aliancista juzgó inconveniente impulsar el enjuiciamiento de los funcionarios de marras
suponiendo que un enfrentamiento con los mismos podía acarrearle fallos incómodos sobre
temas sensibles para el gobierno que se iniciaba. A pesar de esta decisión del Ejecutivo, las
opiniones hostiles hacia la Corte Suprema siguieron proliferando, y su punto máximo acaeció
durante la crisis de diciembre de 2001, cuando no sólo la Corte fue explícitamente incluida en
el recordado “que se vayan todos” sino que varias de las manifestaciones de aquellos días
tuvieron como epicentro el Palacio de Justicia y como demanda principal la salida de sus
cargos de los mentados magistrados. Ya con Duhalde en la presidencia, las posibilidades de
impulsar el juicio y la remoción de la “mayoría automática” de la Corte crecieron, pero la
amenaza de aquellos de fallar en contra del Estado en el caso de la pesificación, que podía
desatar un fenomenal caos bancario, frenó las intenciones de algunos legisladores. Lo que no
impidió que el pedido de Juicio Político impulsado por una confluencia de partidos
minoritarios encabezados por el ARI llegara a ser tratado en una sesión de la Cámara de
Diputados; aunque no prosperó debido, fundamentalmente, al voto negativo de los
legisladores leales a Eduardo Duhalde.
A pesar de estos traspiés, la hostilidad social hacia este grupo de jueces se mantenía
incólume y fue recién durante la gestión de Kirchner que la misma tuvo eco: el Gobierno
decidió encarar una renovación en el máximo tribunal con un oído muy atento al reclamo que
persistía en la sociedad en ese sentido. Esta se convertiría en una característica distintiva del
estilo de actuación pública que comenzaría a definir Kirchner: sintonizar con reclamos
sociales precedentes y mostrarse preocupado por llevarlos a término. En el desarrollo de los
conflictos, Kirchner parte de la identificación de los reclamos que son factibles de cumplirse,
luego lleva adelante la estrategia menos desgastante para cumplirlos (un punto fundamental
de esa estrategia es decir que los está cumpliendo y que él es distinto de sus predecesores

11
Durante la presidencia de Carlos Menem se ampliaron los miembros de la Corte Suprema de cinco a nueve. La
gestión de tal modificación fue prácticamente directa por parte del Poder Ejecutivo y a partir de entonces un lote
de cinco jueces del cuerpo fueron indicados con el mote de “mayoría automática” o “mayoría menemista”
haciendo referencia a que sus miembros solían fallar en el sentido de la conveniencia del Poder Ejecutivo y lejos
de lo que se ajustaba a derecho; cabe señalar que tal observación en múltiples ocasiones era más que evidente.

11
porque toma tales reclamos y los cumple). Así lo realizó con varios reclamos emergentes de la
crisis de 2001, entre ellos el que aquí nos ocupa.
En segundo lugar, hemos hablado de un proceso de construcción del enemigo. Este
proceso, que fue corto pero intenso, comenzó con comentarios realizados a la prensa por parte
de varios funcionarios del oficialismo, principalmente quien por entonces ocupaba el
Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos, Gustavo Béliz, sobre el “desgaste”
que aquejaría al máximo tribunal y la necesidad de renovar a algunos de sus miembros para
paliar ese desgaste. La respuesta de los mismos no se hizo esperar. En una reunión con el
mencionado ministro, los jueces le insinuaron que ante una posibilidad de ser sometidos a
Juicio Político podrían rever algún fallo que podría causarle problemas al Gobierno.12 Luego
el Presidente de la Corte, Julio Nazareno, realizó declaraciones muy duras y en términos poco
habituales para un Juez de la Nación.13 A esa altura el conflicto ya tenía a sus protagonistas en
el centro de la escena: el oficialismo, que presionaba para remover a los jueces, por un lado, y
los magistrados, que ejercían presión a partir de los fallos incómodos, por el otro. Todo
parecía desarrollarse a través de reuniones de negociación privadas y con declaraciones a la
prensa de ambos conjuntos. Sin embargo, Kirchner echaría mano a un recurso inesperado.
En tercer lugar, en efecto, se produjo la mentada aparición del Presidente por Cadena
Nacional. En su mensaje, Kirchner afirmó que se dirigía a toda la sociedad para exponerle una
situación que consideraba intolerable, solicitó al Presidente de la Comisión de Juicio Político
de la Cámara de Diputados de la Nación que instrumentara los pasos necesarios para presentar
formalmente el pedido de Juicio Político y, además, se refirió a los jueces cuestionados como
la “tristemente célebre mayoría automática”. Siguiendo estos trazos centrales del discurso, y
retomando el planteo que hicimos sobre las particularidades del estilo de actuación pública de
Kirchner, parece quedar clara, aquí, la aparición/construcción de un adversario: los jueces de
la “mayoría automática” de la Corte. Un espacio político interno delimitado por la
imposibilidad de soportar presiones y los deseos de combatir la impunidad. Y, por último, un
espacio al que llamó “la sociedad”, a la que afirmó que se estaba dirigiendo y que volvería a

12
El rumor indicaba que algunos de los jueces, particularmente los más cuestionados, estaban especulando con
realizar un fallo negativo sobre la Ley que permitió la pesificación de los depósitos en dólares encerrados en el
llamado “corralito” bancario. Las consecuencias de un fallo de ese tipo podían ser catastróficas para el mercado
financiero y, virtualmente, podía desatar un caos similar al que se vivió en diciembre de 2001. Con una amenaza
de este tipo los jueces habían logrado evitar el juicio político durante la gestión de Eduardo Duhalde.
13
En diversos medios de prensa se subrayaba que cuando estalló la polémica Julio Nazareno afirmó que si el
Poder Ejecutivo tenía intención de llamar a un plebiscito “que lo convoque” y, en una oportunidad, le contestó a

12
hacerlo cada vez que fuera necesario. Esto último es de vital importancia en este caso, puesto
que el principal efecto de sentido provocado por la acción del Presidente es la puesta en
evidencia de una situación política compleja y la sensación de incluir a toda la sociedad en su
estrategia de enfrentar a la Corte.
Sobre este particular, podría establecerse un vínculo sobre lo dicho a propósito de la
relación entre Kirchner y los medios. Es posible que la actitud de Kirchner de suspender la
programación de los medios para enviar un mensaje de estas características haya sido aún más
osada que la que habría tenido Duhalde con el ya mencionado programa radial. No obstante,
también es cierto que la Cadena Nacional se ha utilizado en muchas ocasiones y para fines
muy diversos, y no siempre ha tenido resultados positivos, por lo que habría que relativizar
este punto. Aunque también es cierto que era poco habitual que un presidente hablara por
Cadena Nacional. Este recurso supone un quiebre en el contrato enunciativo de las emisoras,
ya que altera sus programaciones. Más habitual era la comunicación de este tipo de novedades
a través de conferencias de prensa en las que los funcionarios colocaban tales informaciones
en la órbita periodística, cómodamente ubicada en la programación diaria y sin alteraciones de
ningún tipo. Ésta es otra de las características novedosas del estilo de actuación pública de
Néstor Kirchner para la política argentina.
En cuarto y último lugar, Kirchner se preocupó por garantizarse el triunfo en este
conflicto. Lo hizo, por una parte, intimando a los legisladores a que concretaran los juicios
políticos para lo que utilizó el mensaje por Cadena Nacional y algunas otras gestiones menos
visibles. Pero al mismo tiempo, por otra parte, no dejó de lado el “frente” de la opinión
pública: tanto los ministros como el presidente y su esposa no dejaron de manifestarse en la
prensa acerca de lo imprescindible de los cambios en la Corte. En este caso se trató de una
operatoria de riguroso corte político: no permitir que el adversario, una vez desatado el
conflicto, pueda devolver el golpe, como aconsejaba Nicolás Maquiavelo. Haber conservado a
la “mayoría automática” en su cargo luego de semejante desafío habría significado someterse
a una contraofensiva de los jueces que podía ser temible si se decidían a desatar la debacle
bancaria. En este sentido, uno de los puntos fundamentales para el kirchnerismo fue la
demostración de fuerza para consolidar su poder, para demostrar que su intención era
consolidarse y marcar una nueva época en la Argentina.

un periodista con la expresión “dejate de joder”, algo que fue sumamente reiterado en los medios de

13
2.2 Los actos en la ESMA

El otro conflicto que habíamos anunciado es el que se desarrolló durante los


preparativos para la conmemoración del 28° aniversario del inicio de la dictadura militar
realizados el 24 de marzo de 2004. En este caso se trata de un conflicto que presenta
diferencias con el anterior pero que señala características generales del estilo de actuación
pública del Presidente.
El conflicto se concentró en el rol que ocupó el Presidente. Alejado de la posición
formal de cabeza del Estado, se presentó como representante de un conjunto de individuos
comprometidos con una causa en especial (el repudio de las violaciones de los Derechos
Humanos cometidas por la Dictadura Militar) ante el poder establecido del Estado: aquel
Estado que secuestró, torturó y mató, y aquel que, luego de recuperada la democracia, acaso
haya olvidado a aquellas víctimas (según el discurso que emitiera el propio Kirchner). Dicho
discurso fue enunciado nada más ni nada menos que desde la explanada de la emblemática
Escuela de Mecánica de la Armada. No obstante, el rol que ocupó Kirchner en esa ocasión no
quedó suficientemente claro, más bien resultó bastante ambiguo. ¿Era él el presidente que se
ponía del lado de los organismos de Derechos Humanos y desafiaba al poder de las Fuerzas
Armadas? ¿O era quien, al contrario, representaba el lugar del Estado y pedía perdón en
nombre de aquella institución a esas mismas organizaciones? Desde luego, resulta sencillo
censurar el discurso de Kirchner en la ESMA desde aquí y sólo a partir de la complicada
definición del contradestinatario que tuvo su discurso en esa instancia, pero a lo que nos
vamos a referir es, más bien, a lo que instituyó Kirchner en el sentido de desafiar –una vez
más– a un poder instituido (enarbolado en el lugar de las Fuerzas Armadas pero que las
excedía) ligado al Estado. Tal desafío se correspondía con una valoración sumamente positiva
por parte de Kirchner de aquellos actos, pero también de lo que significaban en términos de
demostración de poder: lo que estaba en juego era saber si el kirchnerismo podía, a partir de
un desorden, de una convulsión de lo establecido hasta allí, conseguir una transformación de
la práctica socio-política argentina.

2.3 El desorden también produce orden

comunicación como un ejemplo de las irregularidades de Nazareno en el ejercicio de su cargo.

14
Una lectura posible de estos dos episodios que estamos comentando sería la que
pusiera el acento sobre lo arriesgado de la actuación del Presidente. Sin embargo, nosotros
querríamos introducir una mirada diferente. Más arriba nos referíamos a la tensión que
constituye a la política en términos de tensión entre orden y conflicto, y a la imposibilidad que
encuentra todo régimen político para constituirse como la expresión última del orden: por
mucho que se esmere en ello, siempre se le colará alguna porción de desorden en el régimen
constituido.
Siendo inevitable la presencia del desorden, el actor político debe buscar un modo de
sobrellevarla. En este punto hay estrategias de dos tipos: intentar disminuir el desorden a su
mínima expresión o intentar controlarlo para volverlo favorable.
El primer tipo de estrategia, la que busca evitar el desorden, lo combate con todas sus
fuerzas para expulsarlo del espacio político o, al menos, reducirlo a su mínima expresión.
Sobre esta posibilidad se inclinan las fuerzas políticas que se hacen fuertes en su capacidad
para generar consensos. Aquellas que prefieren acordar con otros, mantener las diferencias,
pero zanjar las disputas. Hay que tener en cuenta que esta clase de acuerdos permiten
suspender las diferencias en momentos específicos, o en aspectos determinados, para seguir
manteniéndolas en términos generales, ya que esta clase de acuerdos se basa, precisamente,
en el reconocimiento de las partes de sus diferentes modos de concebir un problema: aquél
sobre el que se centra el conflicto que se pretende reducir o apaciguar.
El otro tipo de estrategia, incluir el conflicto en la construcción política, consiste en
hacer que éste no sea una consecuencia negativa sino una parte constitutiva de la acción
política. Provocar la formación del conflicto, favorecer su desarrollo y, una vez que éste se
encuentra ya maduro, influir también en su resolución. El objetivo principal de esta estrategia
es no ya reducir el componente conflictivo de la política, sino aprovechar su existencia para
construir a partir de él una hegemonía vigorosa.
Esta última estrategia es la que Horacio González identifica en el primer Perón y que
aquí querríamos revisar, con la firme sospecha de que la relación que Kirchner establece con
ella es en parte coincidente. Se trata de una descripción de los puntos centrales del Perón
conductor, del Perón estratega y del Perón escritor casi en un mismo movimiento. En ese
contexto, aparece el problema de la tensión entre orden y conflicto, y la manera con la que
Perón pretende solucionar esa tensión aparece como imprevisible. En un párrafo central de
esa descripción González señala:

15
“El pensamiento de Perón se mueve también en una ambigüedad toda suya entre la civilización y
la barbarie y nunca se dirá que no sea este un vaivén que resulta a la postre ineluctable en la
definición del ser de la política. (…) la pregunta de Perón es: debo dejarme fascinar por el
desorden? Se sabe que respondió a este interrogante de un modo curioso y hasta hoy
sorprendente. (…) llegó a pensar que el necesario orden no sobrevenía como producto de una
ideología que hiciese de él un valor doctrinario, sino de una razón ordenatriz que no fuese
ideológica sino un procedimiento plano para combinar pasiones, pero que contuviese en sí
misma la cualidad de producir el caos. Llamó conducción a ese procedimiento, una pre-
dialéctica de las pasiones, que había aprendido en las academias militares y de las que había sido
él mismo destacado profesor.” (González, H., 2002:345)
Gonzalez detecta en Perón un modo de conducción política que utiliza el desorden
para construir un orden más sólido. Es decir, para controlar la presencia del caos en la
construcción del orden se vuelve necesario utilizar el conflicto como fuente de orden. Sólo
que para actuar de esa manera hay que tener seguridades sobre las fuerzas propias y las del
adversario. Pero quizás las dos ideas más esclarecedoras del párrafo extraído se encuentren
encadenadas: por un lado la inexistencia de una relación directa entre el orden establecido y
una ideología doctrinaria que lo sostenga. Por otro, la necesidad de que el conductor sea un
hábil generador y administrador de pasiones. El encadenamiento de ambas ideas está dado por
la relativa relevancia de las concepciones ideológicas doctrinarias para la construcción de
identidades políticas duraderas y, a su vez, el rol determinante que las pasiones ocupan en el
mismo proceso. Por ello es necesario que el conductor sea un hábil administrador de las
pasiones de los sujetos para construir el orden que le permita obtener y mantener el poder.
La concepción de conducción de Kirchner tiene diferencias con la de Perón. Sin
embargo, comparte algo con ella que es afín a lo que antes insinuábamos: el conflicto en
Kirchner funciona como un productor de orden. En los dos episodios usa el conflicto
(preexistente en el primer caso y construido por él mismo en el segundo) como arma para
reasignar fuerzas en su favor y producir un orden que incluya en sí un factor de desorden
capaz de restringir el límite de lo posible en un momento crítico.
En cuanto al mecanismo de manejo de pasiones, Néstor Kirchner ha sabido aprovechar
el escenario presente en la Argentina en el momento en que accedió al poder. Este hecho por
sí mismo ya permite adjudicarle un mérito que es el de haber leído con precisión las
demandas del momento. Luego, se valió de esa lectura para atacar sobre dos focos de
conflicto donde identificó reclamos insatisfechos y posibilidades de triunfo. Por último,
manejó el desarrollo de los conflictos tratando de mostrarse siempre como la única opción

16
“razonable” con respecto a las ofrecidas por sus circunstanciales adversarios. En este punto
parece residir el carácter pasional de su estilo de actuación pública: nunca sus adversarios
presentan ni siquiera una porción de validez en sus argumentos o pedidos, siempre es la
posición propia la que presenta la absoluta validez en la disputa; sin que esta validez pueda
ser relativizada o negociada de ningún modo. Es tan “obvia” esa validez, para quien la
enuncia, que aquel que la niega o la discute debe estar impulsado por otras razones menos
nobles que el bienestar general. La pasión, en el universo kirchnerista, gira en torno a la
problemática del bienestar general, a la lucha por ampliarlo y por facilitar su acceso a una
mayor cantidad de individuos. Esa “lucha” es contra aquellos que se oponen a ese bienestar
que, por el motivo que fuera que intenten discutirlo o modificarlo, se convierten en
“enemigos” del bienestar en sí más allá de la composición de éste, que no parece ser
discutible.

17
3. El lugar del Estado

Según Gerardo Aboy Carlés (2001), una de las características habituales de los nuevos
líderes que acceden al Poder Ejecutivo en la Argentina es que éstos asumen una actitud
fundacional. Sea porque la coyuntura lo justifica o porque acceden al poder exhibiendo una
clara diferenciación con su predecesor, buena parte de los jefes de estado, desde el retorno de
la democracia en 1983, se presentaron como los abanderados de un cambio drástico con
respecto a lo previo.
Así, Alfonsín en 1983 se presentó como el garante del cierre de una etapa oscura y del
comienzo de una nueva, basada en la verdad y en la justicia, tras el final de una cruenta
dictadura militar. Menem, en 1989, aseguró que su llegada al poder significaba el comienzo
de una etapa marcada por la recuperación económica definitiva, en medio del caos
inflacionario. El propio Duhalde –a pesar de no haber sido electo en las urnas– se presentó en
2002 como el piloto de tormentas que sacaría a Argentina de la fenomenal crisis en que se
encontraba metida. Kirchner, por su parte, también se presentó como la bisagra en una historia
reciente plagada de desilusiones.
No obstante, si bien en todos los casos se trató de un intento de separación con el
pasado reciente, identificando en el período que se cerraba alguna debilidad más o menos
evidente, si examinamos con mayor rigurosidad encontraremos que en tales separaciones
operaron movimientos más complejos que sólo ejercicios de señalamiento sobre los errores
ajenos. En el caso de Alfonsín quizá la principal herramienta para separarse del pasado (y, al
mismo tiempo, para adjudicarle a su principal adversario su pertenencia a ese pasado que se
intentaba dejar atrás) fue la denuncia de un pacto militar-sindical. Alfonsín simbolizó con esta
acusación que él era el verdadero cambio con respecto a los oscuros años de la Dictadura y
que el candidato justicialista, Ítalo Lúder, no iba a torcer el rumbo todo lo necesario. El
componente central de esa “garantía” de cambio no era otra cosa que la propia palabra de
Alfonsín. Tan sólido era este componente que, una vez quebrado, se llevó consigo tanto la
garantía, como el prestigio de Alfonsín como garante.14 Con la decadencia del liderazgo
alfonsinista, y en medio de la hiperinflación, Carlos Menem se presentó ante la sociedad
como un corte con la conducción caótica de la economía que exhibió el gobierno radical en

14
Sobre el lugar de Alfonsín como garante del quiebre con el pasado es inevitable la referencia a Oscar Landi,
quien en su libro Reconstrucciones. Las nuevas formas de la cultura política expone largamente esa tesis.

18
sus últimos años, al perder el control sobre el valor de la moneda. Aseguró que comenzarían
años de prosperidad en la Argentina y para ello optó por realizar un ajuste sobre la economía.
Modificó el sistema tributario y reestructuró el Estado, privatizando buena parte de las
empresas públicas, en el contexto de una explícita alianza con los sectores económicamente
más poderosos del momento. El objetivo central del menemismo fue contener la inflación
para devolver a la moneda local su poder de referencia para los intercambios comerciales, y
sin dudas lo logró.15 Por su parte, Duhalde no tuvo más que diferenciarse de sus predecesores
puesto que llegó al poder en el momento más álgido tanto de la crisis como de la
conflictividad social. Y buena parte de esa conflictividad tenía como principal objetivo a la
dirigencia política. Además, en medio de semejante crisis, Duhalde no podía hacer otra cosa
que tomar decisiones todo el tiempo; con lo cual, se separaba de la principal debilidad
adjudicada a De la Rúa: su inacción.16 Por su parte, Kirchner intentó –y aún intenta– realizar
un quiebre con el pasado a partir de la recuperación del rol del Estado como organizador de la
vida social, política y económica. Esta recuperación puede entenderse como una consecuencia
del desprestigio del menemismo, que presentó como una de sus características identificatorias
la sesión de responsabilidades desde el Estado hacia el mercado, y de la crisis de 2001 donde
el gran ausente fue, precisamente, el Estado.
Desde el mismo día de su asunción, Kirchner intentó dejar claro que apuntaba en ese
sentido: en múltiples oportunidades, durante su discurso inaugural ante la Asamblea
Legislativa, entregó signos de que buena parte de su gestión se caracterizaría por reafirmar el
lugar del Estado en la sociedad. En el comienzo del discurso remarcó con claridad que el
Estado debía “poner equidad allí donde el merado pone exclusión”, mientras que cada vez que
se refirió a las áreas específicas a las que habría de dedicarse su gestión volvió a insistir con la
necesidad de que sea el Estado quien equilibre las desigualdades sociales.
Estas referencias de Kirchner sobre el lugar del Estado, así como las demás, pueden
sintetizarse en dos indicios: por un lado, la identificación del período menemista como aquel
en el que el Estado dejó de cumplir sus funciones primordiales; por el otro, la recuperación de
“lo estatal” como respuesta a la ausencia del Estado en las jornadas de 2001 (o a su presencia

15
Oscar Landi (1991) planteaba que la hiperinflación pone en suspenso las relaciones sociales al quitar la
equivalencia del dinero que sostiene las transacciones en un país como el nuestro.
16
La caracterización de De la Rúa como un dirigente “lento” o “inactivo” comenzó con su propia campaña
electoral que, intentando separarse del menemismo, lo presentaba como un personaje excesivamente formal o,
como anunciaba en un recordado spot televisivo, “aburrido”. Luego, los medios de comunicación
(particularmente los programas cómicos de televisión y algunos humoristas gráficos) profundizaron esa
construcción, caracterizando al presidente como un político lento e, incluso, algo torpe.

19
exclusiva en funciones represivas) y al reclamo de reaparición durante la gestión de Duhalde
en 2002.
El primero de estos dos indicios, la alusión a la década menemista como antítesis, es
un elemento al que Kirchner le dedica sus declaraciones públicas con frecuencia. Se refiere a
la década de 1990 como el período en que no se privilegió el interés general, sino que se
benefició a intereses particulares a partir de políticas que quitaron al Estado de su lugar de
organizador y/o controlador de la sociedad. Este corrimiento del Estado de su lugar
protagónico ocupa, en el discurso del Presidente, el lugar de causa de las penurias del período
y de las que sobrevinieron después. Por su parte, la intencionalidad de “los intereses” –en
palabras del propio Kirchner– que se beneficiaron en aquellos años ocupa el lugar de la culpa
de dichas penurias. En su argumentación habitual, el enemigo de sus políticas de Estado es
identificado bajo esta alusión a “los intereses que se enriquecieron de modo espurio en la
década de 1990” construyendo un contradestinatario (Verón, 1987).
La referencia de Kirchner al retiro del Estado es un componente legitimador de su
actuación pública, montándose en el consenso social existente sobre las causas de la crisis que
sufrió la Argentina, a fines de la década de 1990 y a comienzos de la siguiente, para construir
un adversario de su estrategia de gobierno.
Con esta operación, Kirchner marca el límite de lo interno y lo externo al espacio en el
que se posiciona políticamente: dentro de ese espacio se encuentra él, liderando un cambio en
el sentido en el que se comprende la función del Estado en la sociedad, y fuera de ese límite
se encuentran quienes no coinciden con esas políticas que necesariamente se convierten en
partidarios de las políticas del pasado. Como suele pasar en estos casos, el truco consiste en
reducir las opciones a sólo dos y luego marcar la divisoria entre lo propio y lo insostenible
para convertir una alternativa particular en la única posible (Laclau, 2005).
El otro indicio que señalábamos, la escena de ausencia estatal de diciembre de 2001 y
el reclamo de su reaparición hacia 2002, se origina en la notoria ausencia del Estado durante
los conflictos de 2001. Especialmente en su rol de controlador de las emergencias, a partir de
la negociación y/o la persuasión, que en aquel momento brillaron por su ausencia y dejaron a
la represión como única respuesta. Además, hay que tener en cuenta que se trató de una
represión estatal al ser llevada adelante por las fuerzas de seguridad pero no en un sentido
político, ya que salvo por el mensaje enviado al país por De la Rúa la noche del 19 de
diciembre ninguna autoridad política asumió responsabilidad o decisión por aquellas

20
acciones.17 Quizás producto de estas inacciones, sumado a un deterioro general de la relación
entre la sociedad y la dirigencia, el reclamo más sólido en aquel momento fue: “que se vayan
todos” con un fuerte contenido anti-político.
Tal vez por un efecto rebote de aquello, durante 2002, el reclamo fue que el Estado
interviniera en diversos órdenes: en el mercado financiero, en la seguridad social, en la salud
pública.18 Este reclamo fue atendido en parte por la gestión de Duhalde, pero dejando siempre
una sensación de que hacía lo imprescindible en una situación siempre muy caótica. Por su
parte, Kirchner supo aprovechar el margen de oxígeno con que contó y, por cierto, el
conocimiento que poseía sobre tales reclamos y comportamientos para definir el
protagonismo estatal como un rasgo central de su estilo de actuación pública. De ambas
operaciones se extrae que Kirchner actuó sobre algunos de los reclamos propios del período,
tomó elementos de ese contexto y los convirtió en principios generales de acción: convertir la
elección personal en el interés nacional es siempre una jugada hábil, que todos intentan pero
sólo algunos consiguen.
El lugar que tiene para Kirchner presentarse como la expresión del poder del Estado
funcionó como la plataforma desde la que comenzó a construir el componente institucional de
su estilo: la producción del orden –en términos de Portantiero– para Kirchner tuvo que ver
con recolocar al Estado en el centro de la escena política y, a partir de allí, comenzar a
construir una idea de institucionalidad basada en sus decisiones tomadas en entornos de sumo
hermetismo y comunicadas con una espectacularidad pocas veces vista.
Esta reafirmación del lugar simbólico del Estado es uno de los puntos con los que
Kirchner intenta producir un orden nuevo, en palabras de Portantiero (1988), aunque en orden
de Kirchner no coincida plenamente al que inspiró al mencionado sociólogo cuando
desarrolló el planteo al que nos referimos. De hecho, se trataba de producir un orden pensando

17
Puede pensarse que es ingenua la intención de que alguna autoridad política asuma la responsabilidad por la
represión policial, sin embargo hay que recordar que en episodios del pasado, si bien con frecuencia se habla de
“abusos” o “excesos” por parte de la policía, siempre hay alguna autoridad política que asume la responsabilidad
por la decisión. Además, era desoladora la escena de los manifestantes llegando hasta los límites mismos de la
casa Rosada sin que se produzca ninguna reacción desde la máxima autoridad del Estado.
18
En el caso del mercado financiero, el reclamo central fue llevado adelante por los ahorristas a los que se les
retuvieron sus ahorros en el llamado “corralito bancario”. En este caso se reclamaba la intervención estatal para
que tales recursos pudieran estar a disposición de sus dueños. En cuanto a la seguridad social fueron reiterados
los pedidos de aumentos de los planes estatales de contención de la pobreza y la indigencia. Algunos de estos
reclamos fueron llevados adelante por organizaciones que tenían tradición en este tipo de reclamo como las
organizaciones piqueteras, los comedores populares o las ONG de trabajo barrial. Por último, el reclamo sobre la
salud pública comenzó ya en 2002 cuando muchas instituciones sanitarias sufrieron un fuerte deterioro a raíz,
por un lado, del quiebre en la cadena de pagos del Estado, y por el otro, al encarecimiento de muchos de los
insumos hospitalarios producto de la devaluación del peso.

21
en un sistema de reglas de juego estables que pudieran organizar un sistema político
previsible y donde los diferentes sectores políticos fueran capaces de convivir entre sí, lejos
del deseo de eliminar al adversario. El de Kirchner, por su parte, es un orden pensado a partir
del poder de decisión que se originó en la necesidad de paliar la escasa cantidad de votos con
que accedió a su cargo. El concepto de orden cambió. Sin embargo, la necesidad de producir
un orden que se ajuste a las problemáticas del momento se mantuvo, y se mantiene, intacta.

3.1 Confianza, decisión, delegación

Esta reafirmación del lugar simbólico del Estado le permite al estilo presidencial
comenzar a delinear un liderazgo que se sostiene sobre la idea de decisión. El proceso de
construcción del liderazgo consiste en exhibir los logros de la gestión política, por lo general
sobre problemas de alta consideración social, como logros de la manera de administrar el
Estado. Podrían mencionarse muchos ejemplos, como la gestión ante los tenedores de bonos
de la deuda pública para obtener una quita o las sanciones a los concesionarios de servicios
públicos privatizados que no cumplen con los convenios. Pero, sin dudas, el caso más
contundente es el del control de precios, ya que toca un tema de profunda sensibilidad social
en la Argentina (la inflación/el poder adquisitivo) que fue resuelto exclusivamente desde la
gestión estatal y, además, presentado de modo grandilocuente en la sociedad.
Esta construcción de sentido supone la posibilidad de resolver todos los problemas
(incluso los que en principio dependen sólo del mercado) a partir de la gestión estatal y,
específicamente, de una decisión política del Presidente. La idea de decisión le entrega la
posibilidad de diferenciarse de la dubitación de De la Rúa y del delegacionismo hacia los
técnicos y economistas del menemismo, estas dos separaciones no sólo lo separan de los ex-
presidentes argentinos en cuanto a la base de sustentamiento de la gestión estatal sino además
instituyen una instancia de relación con la sociedad, y especialmente con sus seguidores. A
continuación intentaremos describir esa relación.
El liderazgo de Kirchner necesita para sostenerse establecer algún tipo de relación con
la sociedad. El de Juan Domingo Perón era un liderazgo que, a pesar de encontrarse
férreamente mediado a través de instituciones por entonces muy sólidas como los sindicatos o
el mismo partido, suponía una relación directa con el pueblo de tipo afectivo, centrada en la
función metafórica que ejercía la Plaza como acto ritual: si bien la cotidianeidad del

22
peronismo suponía una estructura burocrática bastante compleja, los peronistas podían
sintetizarla a partir de su relación con el líder y con la inspiración que éste ejercía sobre esas
instituciones. Hoy por hoy, las relaciones entre los dirigentes políticos y la sociedad, entre
muchos otros elementos, impiden un tipo de construcción como esa. Otro tipo de relación de
liderazgo podría estar basada en lo puramente institucional-republicano, entendido en el
sentido más jurídico de la expresión. Este segundo tipo de relación implicaría desoír, dar por
sepultados, los convulsionados y desordenados reclamos de diciembre de 2001 y centrarse en
el reclamo de orden de 2002, cuando el desorden pareció extenderse más de lo soportable.
Quizá, ése hubiera sido el tipo de relación que hubiera establecido Ricardo López Murphy de
haber accedido a la Presidencia de la Nación.19 En el caso de Kirchner, tuvo lugar, en cambio,
un tipo de relación menos formal que la última, pero sin dudas tampoco afectiva: la confianza.
Si bien este tipo de relación también supone elementos formales e institucionales,
éstos funcionan en un grado cualitativamente diferente: la confianza se concentra en la
capacidad de Kirchner para decidir. Esta relación no puede ser afectiva porque es necesario
que contenga un conjunto, aunque sea mínimo, de definiciones coyunturales-estratégicas;
tampoco puede ser puramente formal porque no puede resignarse a expulsar al desorden de su
construcción política, a prescindir de él. Esta confianza se basa en la capacidad de Kirhner
para decidir, por eso es necesario que se inmiscuya en todas las decisiones, aún en las menos
trascendentes. Los técnicos o especialistas en cada materia informarán al Presidente sobre el
estado de la situación y las opciones disponibles, pero será él quien tome la decisión. Las
decisiones serán políticas y la confianza radica, precisamente, en esta capacidad de Kirchner
para politizar los problemas y las decisiones.
Esta confianza puede ser explicada a partir del concepto de democracia delegativa
(O’Donell, 1997), sólo que ampliando su contexto de aplicación. Hasta aquí conocíamos
modelos de democracia delegativa que se basaban en un férreo hiato de separación entre la
dirigencia política y la ciudadanía, una clara preeminencia de la representación por sobre la
participación (Rinesi, 2002). Este parece ser un tipo de delegación en el que la ciudadanía
establece un pacto con un dirigente (que se ajusta a través de permanentes monitoreos por
diferentes vías), que presenta la particularidad de remitirse a elementos sensibles del pasado

19
Ricardo López Murphy resultó tercero en las elecciones presidenciales de 2003, tras Carlos Menem y Néstor
Kirchner y quedando a sólo un 3% de este último. Todas las encuestas sostenían que los cuatro candidatos que
seguían a Menem en cantidad de votos en la primera vuelta le hubieran ganado en la segunda y, en el caso de los
mencionados, con mucha holgura. La reflexión apunta a que, de acuerdo con esto, el candidato de Recrear estuvo
virtualmente a tres puntos porcentuales de la Presidencia de la Nación.

23
reciente y que –por lo que aparenta– va desarrollando una embrionaria construcción
identitaria. La diferencia radica en que el nivel de formalidad que se le adjudica al
componente institucional es menor y que la relación de contigüidad entre la centralidad del
Estado y la capacidad de decisión de Néstor Kirchner funciona como garante de la confianza
otorgada.

24
4. Una semiosis política

Buena parte de los elementos que definen y permiten caracterizar el estilo de actuación
pública de Néstor Kirchner pueden encontrarse en lo que es recuperado por los medios
masivos de comunicación. En las lecturas de los medios se perciben huellas respecto de la
enunciación que se va delineando a partir de las apariciones de Kirchner en público. En ese
sentido, tiene lugar un fenómeno particular con respecto a la relación que establecían otros
líderes políticos con los medios masivos de comunicación, Kirchner desde que es presidente
no participa de programas de televisión, ni concede entrevistas personales; lo cual podría
leerse como un gesto poco amigable. Sin embargo, si recordamos lo que presentábamos en la
introducción respecto del rol de la televisión como actor protagónico de la política (Landi,
1992:55-89) se trata de un gesto novedoso en la medida en que implica un corrimiento de
dicha centralidad. No obstante, sería importante considerar las especificidades enunciativas
del estilo de Kirchner antes de sacar conclusiones.
Luego de examinar las lecturas que los medios realizan de las actuaciones públicas del
presidente20 es posible afirmar que en la mayoría de esas lecturas aparecen con claridad dos
rasgos decisivos. Uno de ellos es la idea, la sensación, de una novedad. En los casos
analizados, corroboramos que aparece una clara referencia a Kirchner como algo novedoso en
la política argentina. En efecto, tanto se trate de opiniones favorables como desfavorables,
siempre se habla de Kirchner como de una entidad desconocida para la política argentina de
su tiempo. Este rasgo es importante por un par de motivos. Primero, porque posiblemente
haya sido esa calidad de “desconocido” la que le permitió llevar adelante las actuaciones que
consideró necesarias, liberado de las obligaciones de coherencia que la pertenencia a una
historia previa y públicamente conocida suele imponer. Segundo, porque esa lectura de
Kirchner como algo novedoso que realizaron los medios indica que no pudieron interpretarlo
en sus propios términos (en términos por ellos ya conocidos). El hecho de que Kirchner haya
tenido capacidad para sorprenderlos habla de un tipo de relación entre los medios de
comunicación y la política extraña para lo que estábamos acostumbrados.

20
Dicha indagación se realizó en el marco de una beca de Formación en Investigación y Docencia desarrollada
en el Insitituto del Desarrollo Humano de la Universidad Nacional de General Sarmiento bajo la dirección de
Eduardo Rinesi y Gustavo Aprea. Constó de un relevamiento de las notas referidas a la gestión de Kirchner y
sobre tres episodios de su gobierno: la asunción de su mandato, la crisis con la Corte Suprema de Justicia y los
actos de conmemoración del 28° aniversario del comienzo de la Dictadura Militar, en los matutinos Clarín, La
Nación y Página/12.

25
El otro rasgo que aparece en esas lecturas es la característica de Kirchner como
tomador de decisiones, como señalador de las líneas directrices de la gestión política, aun en
las áreas ministeriales más específicas. En este punto, como en el anterior, la característica
aparece marcada con claridad, aunque el sentido en que es señalada es dispar: hay quienes la
identifican como algo positivo y quienes lo hacen como algo negativo. No obstante, queda
suficientemente claro que se trata de un actor político con un sentido de la determinación, que
toma muchas decisiones y que lo hace convencido de cada una de ellas.
Estas dos características –novedad y determinación– se encuentran en la construcción
que los medios realizan de Kirchner, construcción que no puede estar aislada de la actuación
de éste.21 Por ello, es posible que uno de los elementos que incide en la decisión de Kirchner
de no concurrir a los programas periodísticos de televisión sea que la estructura
conversacional que presentan esos programas esté excesivamente alejada de la matriz retórica
en la que Kirchner parece moverse con mayor facilidad y que tiene que ver con esas escenas,
que vemos con diaria asiduidad, en las que el presidente, ante un auditorio de no más de un
par de cientos de individuos, en medio de inauguraciones o de presentaciones oficiales realiza
discursos que con mucho exceden tal foro y que con claridad llevan el destino de las cámaras
de televisión, los grabadores de las radios y la tinta de los periódicos que habrán de reproducir
esos dichos a nivel nacional.
Lo que intentamos plantear, para lo cual lo anterior no es más que un ejemplo, es que
fuera de las hipótesis conspirativas quizás lo que separa a Kirchner de la televisión es una
cuestión de adecuación entre dos variantes enunciativas que parecen contener
incompatibilidades. El espacio de enunciación que presentan los programas periodísticos de
televisión en la Argentina riñe con el estilo de actuación pública de Néstor Kirchner.22 En este
sentido, siguiendo con la tipificación de Landi ya mencionada, podría plantearse que Kirchner
le propone una relación a los medios en los que éstos vuelven a ser “altoparlantes” y no tienen
más alternativa que ir a perseguir a la política a sus escenarios y con (al menos algunas de)
sus reglas. Claro que los escenarios y las reglas de la enunciación política han cambiado desde
el momento en que Landi desarrolló aquella tipificación hasta ahora.

21
De acuerdo con el esquema de la circulación de sentido de Verón (1996) la relación entre un discurso en
reconocimiento (como lo son, en este caso, las lecturas de los medios con respecto a la actuación pública del
Presidente) con respecto al discurso es determinable a partir de las huellas que el segundo ha dejado en el
primero. Si bien las lecturas de los medios no “reflejan” las actuaciones públicas de Kirchner, es imposible negar
que estas últimas han dejado huellas sobre las primeras, como las que aquí se identifican.
22
El sentido de enunciación y espacio enunciativo que utilizamos en este segmento está tomado de Verón (2001:
24-37)

26
Por otra parte, encontramos que Kirchner realiza virajes de orden temático en un
conjunto de episodios significativos. Estos “virajes” tienden a modificar el curso de esos
hechos en tanto acontecimientos y a hacerlos moverse en un sistema de relaciones distinto del
que les viene dado de antemano. Un caso claro de este funcionamiento es la reconstrucción
que Kirchner vino realizando sobre el sentido de los cambios introducidos durante la década
de 1990 y sus consecuencias para la sociedad expresadas principalmente en la crisis de 2001.
Este viraje detectado permite señalar la presencia de ciertos discursos que circularon durante
la crisis de 2001 y su continuidad en 2002 como parte de las condiciones de producción de las
actuaciones públicas de Néstor Kirchner, particularmente del segmento que hemos recortado
de las mismas. El presidente aprovecha ciertos supuestos instalados durante las álgidas
jornadas de 2001 y, en un ejercicio más sutil, del período en el que –luego de algunos
cimbronazos institucionales– culminaría con Eduardo Duhalde al frente de la presidencia. Del
mismo modo que Kirchner retoma el reclamo insurreccional de 2001 –y construye a partir de
él un desorden ordenador–, retoma del período posterior el reclamo de reorganización, de
retorno al orden. Como hemos querido desarrollar en el apartado anterior, este reclamo de
reinstitucionalización es articulado por Kirchner a partir de reponer los motivos temáticos
instalados durante 2002 en el sentido de un retorno al orden social y lejos de los ecos de
rebeldía de las jornadas de 2001.
Las presentaciones de los resultados de la gestión de Kirchner suelen ser visiblemente
grandilocuentes. Tales presentaciones pueden ser anuncios de acuerdos de precios o aumentos
salariales, partidas presupuestarias para obras públicas o informes sobre cifras de índices
económicos. La regularidad principal que presentan estas actuaciones es la construcción de
una escena festiva, un escenario en el que, sin guardar demasiada equivalencia con el tamaño
de los logros presentados, los eventos revisten siempre un tenor grandilocuente, como si fuera
expresamente exacerbado.
Esta característica nos permite introducir un tema que quizá permita rastrear esta
práctica en la tradición política argentina. Juan Carlos Portantiero, por su parte, plantea que el
Partido Socialista, en sus comienzos, realizaba reuniones en las que incluía junto con las
actividades convencionales del mitin político, otras menos acostumbradas por aquellos años
tales como fiestas populares en las que la actividad política suponía un conjunto de relaciones
en los que el vínculo social, pensado como política, era mucho más que un cruce o debate de
ideas en sentido estricto. Con el paso del tiempo, esta práctica sería retomada por un

27
movimiento político que surgiría con posterioridad en la Argentina: el peronismo.23 Esto se
expresó en grandes desfiles, eventos y puestas en escena caracterizadas por dos rasgos
fundamentales. Por un lado, la presencia de oposiciones irreductibles, por lo general centradas
en la identificación de lo propio y lo ajeno o el pasado y el presente; por el otro, la desmesura
entre la dimensión de la celebración y el acontecimiento celebrado.
En lo uno y en lo otro, el estilo de actuación pública de Néstor Kirchner parece
heredar el signo particular del fundador del peronismo, ambas manifiestan un nivel de
grandilocuencia injustificado para la ocasión que las motiva. Además, desde otro punto de
vista, esta característica del estilo de actuación pública del presidente coincide con un rasgo
estilístico de los medios de comunicación argentinos en general: el discurso informativo se
encuentra cada vez más atravesado por otras formas textuales –basta para ello comprobar la
construcciones realizadas por los noticieros de televisión–, entre ellas el entretenimiento, el
gobierno se adelanta a ese tipo de ejercicios realizando una construcción análoga y propia.
Esta conjunción entre práctica peronista histórica y anclaje en el estilo de época resulta
(o hasta aquí ha resultado) eficaz a los objetivos del gobierno: ha logrado demoler los
argumentos opositores sobre la dudosa entidad de estos eventos y ha logrado instalarlas no
sólo como logros propios sino además como auténticas conquistas épicas.
En esas mismas construcciones, Kirchner no ha dejado de incluir a la sociedad. Como
parte de su estrategia de generación de confianza, ha presentado cada logro como un éxito de
“todos los argentinos”. Una fórmula que refuerza la idea de que no se trata de un gobierno de
“iluminados” sino de “personas comunes”, que es fuertemente inclusiva en términos
identitarios.
Luego de un período crítico, en el que el sentido del orden social se presentó
convulsionado por un conjunto inmanejable de expresiones que intentaban explicarlo, como
planteamos en la introducción, Kirchner ofreció una solución a esos problemas. Propuso una
reafirmación del rol del Estado en la sociedad y una gestión atenta a los conflictos sociales.
Pidió a cambio confianza en su capacidad para tomar decisiones, para convertir todas las
decisiones, aún las más banales, en decisiones políticas.

23
Sobre la característica festiva de movimiento peronista resulta una referencia ineludible: Plotkin, Mariano,
(1994)

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5. Conclusiones

A lo largo de este artículo hemos intentado pensar el proceso de construcción de un


liderazgo político, el de Néstor Kirchner. Y para hacerlo hemos optado por intentar un
abordaje a partir de los efectos de sentido presentes en sus actuaciones públicas. En estas
conclusiones intentaremos formalizar el modo en que los rasgos centrales de esos efectos de
sentido construyen un estilo.
Uno de los elementos fundamentales del estilo de actuación pública de Néstor
Kirchner es la utilización del conflicto como herramienta de construcción de poder. Los
elementos “conflictivos” presentes en los discursos del presidente consiguen dos efectos
centrales: demostrar fuerza ante sus circunstanciales adversarios y aprovechar el desorden
provocado por los mismos para profundizar su poder. Es decir: generar orden a partir del
desorden. Esta estrategia no es nueva: es equivalente a la que desplegaba Perón cuando
ejercitaba movimientos oscilantes entre el orden y el desorden, convencido como estaba de
que ningún régimen podía sobrevivir sostenido sólo en una ideología doctrinaria, sino que
debía realizar algún tipo de administración de las pasiones. Perón llamaba conducción a la
capacidad para operar sobre las pasiones de esa manera. Pues bien, nosotros planteamos aquí
que en los embates desafiantes de Néstor Kirchner opera un principio similar: un tipo
particular de administración de las pasiones, que reviste diferencias con la realizada en su
momento por Perón, pero que comparte el principio de funcionamiento. En ese sentido, se
observan dos operaciones centrales: la demostración de fuerza hacia los adversarios, pero que
también es significativa para los propios. Y la división de aguas, entre propios y extraños, que
ejecuta siempre el conflicto.
Otro de los elementos utilizados por Kirchner, la contraparte del conflicto, es el
principio de institución, que se construye a partir de su decisión de reinstalar al Estado en el
centro de la escena. La idea de institución es el lugar desde el que el kirchnerismo ordena su
campo de identificación: la figura estatal marca el límite entre lo que pertenece a su campo de
sentido y lo que queda por fuera. Esta operación es de tipo sintético: reduce las posiciones
posibles a sólo dos, la propia y la opuesta, en cuyo caso la “cuestión del Estado” es
determinante: quienes pertenecen a su posición lo hacen porque comparten su modo de
gestionar el Estado y quienes se oponen, lo hacen porque consideran que el Estado debe
gestionarse como en la década de 1990, es decir: retirando controles y permitiendo que el

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mercado actúe por sí mismo, sin restricciones. La operación consiste en reducir todas las
variantes opuestas a ésta que, además, goza de una mala reputación social.
Por último, la enunciación que da forma a este estilo de actuación pública se ajusta a la
estructura de un discurso político convencional: en los casos señalados se percibe con claridad
la construcción de un contradestinatario, de un prodestinatario y de un paradestinatario, en los
términos ya definidos. En este sentido, la escena enunciativa se centra en tres elementos
clave: la novedad, la decisión y la grandilocuencia. El primero, la novedad, permite realizar
una clara diferenciación con el pasado. El segundo, la decisión, caracteriza el estilo de
conducción. Y el tercero, la grandilocuencia, sostiene esos conceptos en términos retóricos.
La escena enunciativa, entonces se plantea en términos de confianza, pero no se trata de una
confianza sentimental sino de una confianza basada en una delegación de poder de corto
plazo, ligeramente separada de las estructuras partidarias clásicas y con una aparente
concertación de intereses con sus seguidores.
De la descripción realizada querríamos extraer como conclusión que la característica
central del estilo de actuación pública de Néstor Kirchner presenta elementos identificables
con las crisis de 2001 y de 2002. Su ventaja sobre otros líderes políticos quizá radique en esto:
en su capacidad para combinar los elementos emergentes de ambos –y diferentes– períodos.
La forma en que se plasma este diagnóstico tiene que ver con el manejo de la tensión, que
constituye a la política, entre lo institucional y lo conflictivo a partir de la generación de
confianza en su poder de decisión. Esta confianza parece ser una construcción embrionaria de
nuevas prácticas políticas que acaso puedan ir delineando, en el futuro, nuevas identidades
políticas.

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6. Bibliografía

 Aboy Carlés, Gerardo (2001) Las dos fronteras de la democracia argentina. La


reformulación de las identidades políticas de Alfonsín a Menem, Homo Sapiens, Rosario.
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